No pasó mucho tiempo desde la invasión de Irak en 2003 cuando se empezó a hablar de la cuestión de Kirkuk. La mayoría de los artículos destacaba tres cosas: los kurdos nunca renunciarían a ella, el Gobierno iraquí nunca renunciaría a ella, y la ciudad era considerada el Jerusalén de los kurdos. Las dos primeras revelaban un conflicto sin solución. La tercera, que más tarde o más temprano habría sangre.
Como otras muchas zonas de Oriente Medio, la zona tenía más historia de la que podía absorber. Kurdos, turcomenos, árabes y asirios creían tener credenciales de sobra para defender su control de Kirkuk. Todas ellas se remontaban a varios siglos atrás. Cuando el reparto de los despojos del imperio turco por británicos y franceses asignó la antigua provincia de Kirkuk al nuevo Estado iraquí, se inició una disputa que no iba a tener fin.
A pesar de todo ese pasado histórico y de la inestabilidad permanente en que vivió Irak desde 2003, incluida una guerra civil entre suníes y chiíes en 2006 y 2007 de consecuencias atroces, nadie movió ficha en relación a Kirkuk a lo largo de esos años, más allá de amenazas y declaraciones públicas que dejaban claro que el conflicto no estaba cerrado.
El Gobierno central dominaba Kirkuk en teoría, pero nadie sabía por cuánto tiempo. Mientras los norteamericanos ocuparon Irak, mantuvieron controlados a los kurdos iraquíes, que por lo demás vivían el mejor momento de su historia reciente, una situación que los medios definían como de semiindependencia (con un semi muy pequeño). Mientras el resto de Irak estaba bañado en sangre, los kurdos vivían una relativa calma sin más perturbación que los periódicos enfrentamientos con Bagdad a cuenta de los ingresos del petróleo.
Una de las razones de esa prosperidad kurda, también en el plano económico, eran las buenas relaciones del Gobierno kurdo, dirigido por el clan de Masud Barzani, con el turco. Contra lo que pueda pensar mucha gente, la solidaridad entre kurdos iraquíes y turcos era escasa, por no decir inexistente. Para Barzani, era mucho más importante que Turquía garantizara una frontera suave para los intercambios económicos entre ambos lados. Desde el punto de vista de los intereses de los kurdos iraquíes, eso tenía todo el sentido del mundo.
La solidaridad entre kurdos es un concepto relativo, también dentro de Irak. Frente al movimiento de Barzani, que no era realmente un partido político al uso, estaba el partido de Yalal Talabani (fallecido el 3 de octubre). Talabani, marxista y maoísta en sus orígenes -tradujo al kurdo varias obras del líder chino–, tenía su base de apoyo en la provincia de Suleimanía, mientras que Barzani controlaba Erbil y Dohuk.
En 1994, las milicias de ambos caudillos se enfrentaron en una guerra civil en la que hubo miles de muertos durante tres años. La derrota de Sadam Hussein en la guerra del Golfo y la zona de exclusión aérea impuesta por EEUU en el norte habían liberado a los kurdos del poder de Bagdad. Utilizaron ese regalo para enfrentarse entre ellos por el dominio de todo el Kurdistán iraquí, que empezaba por el control del lucrativo contrabando de petróleo con destino a Turquía.
Los de Barzani jugaban con la ventaja de dominar las zonas fronterizas con ese país, por lo que Talabani formalizó entonces una alianza con el Gobierno iraní. Ante la posibilidad de verse rodeado por ambos rivales, Barzani llegó a un pacto con Sadam Hussein que permitió la llegada al norte de las tropas iraquíes para acabar con las fuerzas de Talabani. La matanza de kurdos ejecutada por Sadam unos años antes, incluido el ataque con armas químicas sobre Halabya, no suponía ningún obstáculo moral o político para Barzani. En el juego de alianzas, los kurdos iraquíes son capaces de aliarse con sus enemigos si eso les sirve para sus intereses inmediatos.
Un soldado iraquí retira una bandera kurda en una plaza de Kirkuk.
Una década después de la invasión de Irak por EEUU, se abrió una oportunidad inesperada para los kurdos, y esta vez parecía que las viejas rivalidades no tenían que ser un obstáculo. Todo cambió con un hecho que nadie esperaba ni en Bagdad ni en el norte. Los yihadistas del ISIS se hicieron con el control de Mosul gracias a la desbandada del Ejército iraquí.
Un hecho que todo el mundo definió como una catástrofe era para Barzani un regalo inesperado del que había que sacar beneficio. Envió a los peshmergas para que entraran en Kirkuk. La razón que se dio es que era la única manera de impedir que Estado Islámico avanzara hacia allí aprovechando la desaparición del poder iraquí en el norte. No fue un argumento muy creíble a ojos de Bagdad.
Hasta entonces, se consideraba que el más mínimo avance kurdo hacia Kirkuk provocaría una guerra con Bagdad. Ningún gobernante iraquí sobreviviría mucho tiempo si permitía a los kurdos dominar esa ciudad. Pero la irrupción del ISIS hizo que lo que parecía imposible, o altamente improbable, se convirtiera en realidad en cuestión de días.
La decisión de iniciar una guerra saltaba al otro lado. Era Bagdad quien debía arriesgarse a desencadenar un conflicto que tampoco convenía a EEUU y que no era una prioridad para Irán. Antes había que acabar con ISIS en Ramadi, Tigrit y Mosul. Era una campaña de dimensiones gigantescas que garantizaba a los kurdos varios años de control de Kirkuk.
Esa ofensiva culminó con éxito y por tanto la cuestión de Kirkuk volvía a estar sobre la mesa. Barzani, ya con 71 años, pretendía zanjar el debate y convertirse en una leyenda para sus compatriotas con la convocatoria de un referéndum de independencia que tenía garantizada la victoria del ‘sí’. Fue una apuesta a todo o nada y muy pronto se vio que el desenlace era la nada. Un gran error por no haber sido consciente de que la alianza militar entre los gobiernos iraquí e iraní daba esta vez a Bagdad una ventaja definitiva. EEUU había rechazado el referéndum, lo que daba a entender que no intervendría en caso de una reacción militar de los iraquíes. Y hace tiempo que la influencia norteamericana en Irak es muy limitada.
La capacidad militar de los peshmergas kurdos en Irak siempre ha estado sobrevalorada en los medios occidentales. Incluso así, se esperaba que pudieran oponer algún tipo de resistencia. La ofensiva del Ejército duró unas horas y fue suficiente. En sólo un día, ocuparon los centros neurálgicos de Kirkuk.
Para que eso fuera posible, tuvo que producirse un hecho muy similar a los conflictos internos del pasado. Los milicianos del partido de Talabani dejaron pasar sin luchar a los soldados iraquíes, entre los que estaban combatientes de las milicias chiíes entrenadas y dirigidas por Irán. Miles de kurdos huyeron por la carretera camino de Erbil. En menos de un día, Kirkuk volvió a pasar a manos del Gobierno central. Y también, desde luego, los campos petrolíferos de la provincia, así como varias localidades de las cercanas provincias de Diyala y Nínive, también controladas por el Gobierno kurdo.
Los peshmergas tuvieron que empezar a cavar trincheras y levantar protecciones a 40 kilómetros al norte de la ciudad que acababan de perder. Por un momento, parecía que las tropas iraquíes podían llegar a continuar hasta ocupar todo el Kurdistán iraquí, pero era una falsa alarma. El símbolo de Kirkuk y el petróleo eran ya un botín suficiente.
Los cinco campos petrolíferos de la provincia que Barzani obtuvo en 2014 aprovechando el caos ocasionado por el avance del ISIS volvieron a manos de Bagdad. Ahora su Gobierno tiene serios problemas para financiar su Administración. Esos campos producían 400.000 de los 650.000 barriles diarios de crudo que los kurdos exportaban hasta ahora. Ni siquiera eso impidió que en los dos últimos años los funcionarios kurdos recibieran a tiempo sus salarios.
La pérdida de Kirkuk para los kurdos ha sido recibida con el silencio en casi todo el mundo. Barzani consideraba el referéndum una forma de conseguir una baza negociadora imbatible frente a Bagdad. Una forma de cargarse de razones democráticas que otros países no podrían refutar. Hay que suponer que estaba pensando en EEUU y los países europeos, lo que es un error difícil de creer. Para Washington, cualquier cuestión sobre el futuro de Irak pasa por impedir a toda costa una división entre iraquíes que pueda beneficiar a ISIS. Para conseguir eso, incluso se ha visto forzada a permitir el creciente protagonismo militar iraní en Irak.
El referéndum era un intento arriesgado de convertir en irreversibles las ganancias territoriales de los últimos años. Lo único que ha provocado es que los kurdos hayan vuelto a la situación anterior a 2014, hayan perdido Kirkuk quizá para siempre y estén en una situación económica mucho peor que la anterior.
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Foto superior: policías iraquíes pisan la bandera kurda en un antiguo cuartel de los peshmergas en Kirkuk.