Las fotos de 64 niños miran al lector de The New York Times desde su portada de este viernes. Son víctimas de la última guerra emprendida por Israel en territorio de Gaza. El artículo cuenta las historias de 67 niños palestinos y dos israelíes que murieron en los once días del conflicto finalizado con un alto el fuego (‘They were only children’). La portada tiene un gran valor simbólico al poner rostros en historias que muchas veces quedan reducidas a números en las portadas de los medios. El evidente desequilibrio entre las víctimas de uno y otro bando también queda resaltado. Como también las consecuencias de los bombardeos israelíes. El número total de palestinos fallecidos no llegó a 300. Cuando tantos menores han muerto en los ataques, no quedan muchas dudas sobre cuáles fueron los objetivos escogidos por los militares.
Un día antes, el diario israelí Haaretz había publicado una portada similar en su edición en hebreo. «Este es el precio de la guerra», dice el titular. El periódico, que es crítico con algunos aspectos de la ocupación israelí, más en su web en inglés que en su edición en hebreo, no está entre los más leídos o influyentes del país.
Respect: The Israeli Newspaper Haaretz–whose readers also send their children to fight in Israel's wars–publishes names and photos of the Palestinian children killed by Israel in Gaza. "67 children were killed in Gaza, that is the price of the war." This is unprecedented. https://t.co/2yUA3P5oo4
— Louis Fishman لوي فيشمان לואי פישמן (@Istanbultelaviv) May 27, 2021
Nunca antes el NYT había tomado esta decisión después de una guerra emprendida por Israel. Poner el foco sobre las víctimas civiles palestinas supone una crítica explícita de ese Estado que el periódico no estaba dispuesto a hacer hasta ahora. El NYT continúa siendo proisraelí por la importancia del país como aliado de EEUU desde hace décadas y por la importancia de la comunidad judía en Nueva York y también entre sus lectores. Pero ya no ignora el drama humano que provoca la inmensa superioridad militar de Israel.
Durante muchos años, los editores responsables de las secciones de internacional y opinión se ocupaban de alterar las crónicas de corresponsables o enviados especiales para acomodarlas a una visión en la que la prioridad era reflejar la versión del Ejército israelí. Periodistas como los citados en este artículo explican que esa versión era considerada como un hecho incontrovertible, mientras que los testimonios de personas entrevistadas en el lugar de los hechos eran descartados por ser poco fiables. No importaba si el propio reportero había sido testigo. No es extraño que los periodistas que cuentan esto no quieran que su nombre aparezca en el artículo.
El último conflicto ha provocado un giro significativo en la cobertura que el NYT y otros medios norteamericanos hacen de Israel y Palestina. Se ha visto algo que no ocurrió en la última guerra de 2014, donde los bombardeos israelíes acabaron con la vida de más de 500 menores. En las páginas de opinión del NYT o de The Washington Post, han aparecido artículos escritos por palestinos, una presencia que años atrás era esporádica o mínima. No ya de expertos o profesores de universidad. También de personas que contaban su historia y describían con crudeza lo que era sobrevivir bajo la incesante amenaza de las bombas.
En The Washington Post, un artículo con vídeo se centraba en la familia de Alaa Abu al-Ouf. Un solo ataque israelí mató a catorce de sus familiares, incluidas dos de sus hijas. Su mujer estaba gravemente herida en un hospital con varias fracturas en la cadera. Al-Ouf aún no había tenido valor para hablarle de la muerte de Shaima y Rawan.
En conflictos anteriores, la versión oficial israelí aparecía destacada en los artículos. El conflicto se describía como un enfrentamiento entre Israel y Hamás, y el movimiento islamista –que, a diferencia de la Autoridad Palestina, sigue combatiendo con las armas la ocupación israelí– no goza de muchos apoyos en EEUU. Hamás está considerada una organización terrorista por los gobiernos de EEUU y la UE.
Por primera vez de forma continuada, el periodismo norteamericano ha colocado la última guerra en un contexto más amplio en muchos artículos, en especial relacionándola con el conflicto de Sheikh Jarrah, el barrio de Jerusalén donde una asociación de colonos pretende expulsar de sus casas a familias palestinas que viven ahí desde poco después de la guerra de 1948.
Así comenzaba un reportaje del NYT publicado el 22 de mayo (‘Life Under Occupation: The Misery at the Heart of the Israel-Gaza Conflict).
«Muhammad Sandouka construyó su casa a la sombra del Monte del Templo (así llaman los judíos a la zona donde están la mezquita de Al Qasa y el Muro de las Lamentaciones; los musulmanes lo denominan Haram Al-Sharif) antes de que naciera su segundo hijo, que ahora tiene 15 años. La demolieron juntos después de que las autoridades israelíes decidieran eliminarla para mejorar las vistas de la Ciudad Vieja para los turistas.
Sandouka, que trabaja como instalador de encimeras de cocinas, estaba en el trabajo cuando un inspector avisó a su mujer que tenía dos opciones: destruir la casa o en caso contrario el Gobierno se ocuparía de tirarla abajo y obligaría a los Sandouka a pagar 10.000 dólares por los gastos».
Lo que desde el Gobierno israelí se denominó «una disputa inmobiliaria» entre particulares no es otra cosa que una constante en la historia de Jerusalén. En su empeño por ‘judaizar’ la ciudad desde 1967, las autoridades conceden a los israelíes todas las facilidades para vivir allí construyendo barrios enteros para ellos. Los palestinos no obtienen permisos para levantar viviendas o ampliarlas y viven con el temor constante a perder el hogar en el que gastaron los ahorros de su vida. Hasta les obligan a financiar la destrucción de sus vidas. Hay una ley, y una forma de aplicarla, para los judíos y otra para los árabes.
La mayoría de los medios norteamericanos no emplea la palabra ‘apartheid’ para describir ese sistema político. Ahora no tienen inconveniente en publicar artículos de opinión que detallan exactamente esa situación como solo puede contarla alguien que la ha sufrido. Esas voces empiezan a ser escuchadas, lo que es lo mismo que decir que esas personas comienzan a ser reconocidas como seres humanos.