Lo último que faltaba al turbulento debate político en la pandemia era que llegaran los rusos. No como invasores o fuente de interferencias, reales o ficticias, sino como invitados a la mesa de la crispación genuinamente española. Empeñados en sostener el principio de que la culpa siempre es de los demás y nunca propia, algunos gobiernos han decidido que la respuesta a todas sus plegarias es la vacuna rusa Sputnik, aún no autorizada en los países de la UE y que sólo se han puesto entre un 3% y un 5% de los rusos. (en España un 15% de la población ha recibido al menos la primera dosis). Algunos incluso han decidido que ya vale de tantas cautelas científicas y que ha llegado la hora de acelerar los mecanismos de presión con que cuentan los estados, que es precisamente lo mismo que ha provocado los extraños cambios de opinión en relación a la vacuna AstraZeneca.
No puede sorprender a nadie que haya sido el Gobierno de Madrid el que ha puesto en marcha la polémica. Su hoja de vuelo consiste siempre en dirigirse en dirección contraria a aquella en la que viaja el Gobierno central. Primero fueron las tres reuniones de la cúpula de la Consejería de Sanidad con el intermediario español que dice representar a las autoridades rusas. Al conocerse la noticia, se dijo que sólo eran contactos preliminares con vistas a estar informados. «Decidimos explorar el mercado», explicó el consejero Escudero.
Alguien vio que el tema prometía y en menos de dos días se pisó a fondo el acelerador. El viceconsejero Antonio Zapatero afirmó el viernes que el Gobierno debe «presionar» a la Agencia Europea del Medicamento (EMA por sus siglas en inglés) para que conceda cuanto antes el visto bueno a Sputnik por ser «francamente buenos» sus resultados. Insistió en que hay que conseguir que Sputnik llegue a España «con la mayor velocidad posible». Y ahora cuéntale a la EMA que hay elecciones en Madrid el 4 de mayo y que a ver si pueden darse un poquito de prisa.
Quienes sí se sintieron presionados fueron otros gobiernos autonómicos. De repente, los periodistas no hacen más que preguntar por la vacuna rusa y algo hay que decir. El Gobierno andaluz asegura que «si la Unión Europea no lidera» la autorización y compra de más vacunas, «iremos nosotros a comprar». Es difícil creer que la Junta de Andalucía vaya a tener más dinero e influencia internacional que por ejemplo el Gobierno alemán para aumentar su stock de vacunas. Ya se sabe que los políticos españoles tienen la costumbre de afirmar que desde luego pondrán todos los medios con el fin de solucionar un problema, aunque no sepan exactamente cómo.
Estas pretensiones de acción fulgurante chocan con la realidad. Rusia se enfrenta a problemas de producción de sus dos modelos de vacunas no muy distintos a los de las empresas occidentales. El número real de dosis distribuidas en el país no se conoce. Decenas de países de Latinoamérica y Asia han firmado contratos para recibir en total 1.200 millones de dosis, pero las realmente entregadas son un número muy inferior.
La ciencia y la propaganda van de la mano. Los embajadores rusos se presentan en el aeropuerto para recibir los primeros cargamentos, aunque la cifra sea tan pequeña como 10.000 dosis, como ocurrió en Bolivia. Para muchos de esos países, la expectación está justificada. Todo lo que no sea EEUU, Europa y unos pocos países más está esperando a que los países ricos acaben sus procesos de vacunación.
Rusia ha puesto en marcha una intensa campaña de promoción de la vacuna por todo el mundo y también para encontrar fábricas que puedan producirla. Ha firmado acuerdos con empresas de Corea del Sur, China e India. En este último caso se enfrenta a los obstáculos puestos por el Gobierno indio para permitir la exportación de vacunas.
El secretismo con el que se mueven las autoridades rusas hizo que se conociera muy poco en el extranjero sobre la fase de pruebas de Sputnik. Hay una segunda vacuna rusa de la que se sabe aun menos. Sputnik sufrió muchos titulares negativos en la prensa occidental hasta que un artículo en The Lancet en febrero disipó muchas de las dudas que pudiera haber sobre su fiabilidad al considerarla «segura y efectiva».
Eso no ha impresionado mucho a los rusos, que han demostrado un escaso interés por inmunizarse. Un 62% ha dicho que no quiere vacunarse con Sputnik, según una encuesta de marzo de la empresa independiente Levada, un rechazo que es mayor entre los jóvenes, poco interesados en creer las promesas de su Gobierno. Otro sondeo afirma que sólo una tercera parte de los rusos cree que la mayoría de sus compatriotas se vacunará.
Eslovaquia y Hungría fueron los primeros países de la UE que apostaron por Sputnik. En el caso eslovaco, donde los socios del Gobierno de coalición tenían posturas diferentes, la primera entrega ha tenido un mal final. El Gobierno no se quedó corto. Encargó dos millones de dosis para un país de 5,4 millones de habitantes, de las que sólo han llegado las primeras 200.000 en un envío hecho en marzo. El desenlace no ha sido el esperado por Moscú. La agencia nacional del medicamento ha anunciado esta semana que los componentes de esas partidas no corresponden exactamente con los que aparecen reflejados en el análisis realizado por The Lancet, por lo que no se ha comenzado a utilizarla.
El organismo público ruso que se encarga de su exportación ha reaccionado furioso con el argumento de que se trata de un ejemplo de «desinformación» y «noticias falsas». Además, ha exigido que los eslovacos devuelvan todo el cargamento. Si no lo quieren ellos, lo enviarán a otros países. La polémica por la compra de Sputnik antes de recibir la aprobación de la agencia europea provocó el anuncio de la dimisión del primer ministro y una crisis en el Gobierno que aún no se ha resuelto.
El interés por Sputnik ha aumentado al saberse que las desesperadas autoridades alemanas están considerando su compra si recibe la autorización científica. El retraso en el proceso de vacunación, unido al aumento de los contagios en el último mes, ha alterado por completo la imagen de Alemania en la pandemia. El que antes era casi un país modelo ha pasado a ofrecer imágenes de caos gubernamental por las que antes eran conocidos otros países. En estos momentos, la política alemana se parece bastante a la española: algunos länder ya no quieren endurecer las restricciones, Merkel les acusa de no reaccionar con la rapidez necesaria y el ritmo de vacunación es menor que el deseado.
El ministro de Sanidad, Jens Spahn, ha confirmado que piensa ponerse en contacto con Rusia para estudiar una posible compra de Sputnik, si es aceptada por la EMA. Pero también ha dicho que para que esas entregas surtan un efecto real, «los envíos deberían llegar en los próximos dos o cuatro meses». Si no es así, no serían necesarias.
Al igual que en España, la pandemia también se ha visto contaminada por la política. En septiembre, hay elecciones nacionales y varios gobiernos regionales dirigidos por la CDU no se atreven a agravar el impacto de la pandemia en la economía. El Gobierno de Baviera ha firmado un preacuerdo para recibir 2,5 millones de dosis de Sputnik. No es una casualidad que su presidente, Markus Söder, sea un muy posible candidato a canciller por la CDU-CSU en las elecciones.
Las vacunas darán votos en Europa, o al menos eso creen los políticos. Y si el proceso de inmunización no va a la velocidad que espera la gente, muchos pensarán que Sputnik bien vale una misa, ortodoxa en este caso. Otro asunto muy diferente es si esos suministros llegarán a tiempo. El debate en España ha coincidido con los dos días en que se ha vacunado en cada uno de ellos a más de 400.000 personas, el equivalente a tres millones en EEUU. En Alemania a más de 700.000 personas en un día. Con independencia de su valor como vacuna, Sputnik puede terminar siendo sólo un capítulo más en las guerras civiles pandémicas.