Hay pocos temas en los que la izquierda y la derecha compartan ideas o prejuicios en España. Marruecos es uno de ellos por razones diferentes. Se volvió a ver este martes con las reacciones políticas a la grave crisis causada en Ceuta por la llegada de más de 8.000 migrantes con la complicidad de las autoridades marroquíes. Como era de esperar, Vox jugó la carta xenófoba, que es una de sus principales razones de existencia. «No están llegando refugiados que huyen de una tiranía, están entrando soldados obedeciendo a su Gobierno, el marroquí, que ha ordenado la invasión», dijo Santiago Abascal. Isa Serra denunció el «chantaje diplomático» realizado por Rabat. «No se puede permitir que Marruecos nos esté chantajeando constantemente», denunció Íñigo Errejón. «Carne humana como moneda de extorsión diplomática. Estamos ante otra reedición del eterno chantaje», resumió el director de ABC.
Marruecos no tiene muchos amigos en España, pero los que conserva suelen estar en el poder. Dicho de otra manera, cuando estás en el Gobierno sabes que necesitas la colaboración del reino marroquí. Esa ha sido una constante en las relaciones entre ambos países, alteradas por esporádicos momentos de crisis tras los cuales se volvía a la normalidad, cuya excepción más grave fue la zarzuelesca operación militar en la isla de Perejil en 2002, en la época de Aznar.
La geografía es uno de esos factores que no se pueden alterar en las relaciones internacionales. Por mucho que no te guste tu vecino, no vas a poder ignorarlo.
La izquierda mantiene su apoyo a la reivindicación saharaui y a la celebración de un referéndum de autodeterminación que la ONU pidió en 1991 y que nunca tuvo muchas posibilidades de celebrarse por la oposición marroquí y la falta de interés de EEUU y Francia. La derecha ha tenido una relación histórica complicada con Marruecos desde el Desastre de Annual en 1921 por el desprestigio que supuso para el Ejército y la monarquía con consecuencias muy evidentes una década después. «Ole tus cojones», se dice que telegrafió Alfonso XIII al general Silvestre antes de la debacle. 9.000 soldados españoles pagaron con su vida esa mezcla de arrogancia e incompetencia. No sería la última vez en las relaciones con ese país en que se emplearan más los cojones que el cerebro.
En tiempos más modernos, los españoles no ven en Marruecos a un país pobre que necesita ayuda, sino un sistema político autoritario con elecciones controladas por el poder y ministros nombrados directamente por el monarca. Por no hablar de los prejuicios contra árabes o musulmanes que siempre han existido y que ahora la extrema derecha se ocupa de atizar.
Desde los años ochenta, el PP ha utilizado la inmigración procedente del sur como un arma de crítica a los gobiernos socialistas. El de Pedro Sánchez fue consciente desde el primer momento de la gravedad de este conflicto, porque además las imágenes hablaban por sí mismas.
El CNI fue incapaz de detectar lo que el Gobierno de Rabat estaba a punto de hacer –es posible que todo se desencadenara por una decisión repentina de Mohamed VI–, aunque esta crisis no es del todo sorprendente desde que se supo que el Gobierno había aceptado permitir la hospitalización en Logroño bajo identidad falsa del líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, de 73 años, del que se dice que está gravemente enfermo por el Covid.
Sánchez quiso dar una imagen de firmeza con una declaración sin preguntas en Moncloa y un viaje rápido a Ceuta y Melilla. No podía mostrar debilidad ni aparentar que la crisis no es grave. «Vamos a restablecer el orden en la ciudad y sus fronteras con la máxima celeridad», prometió a los habitantes de Ceuta. En el plano simbólico, la presencia del presidente del Gobierno en las dos ciudades ya supone un gesto de desplante hacia Rabat. Aznar prometió en la oposición que haría una visita oficial como presidente y luego lo único que hizo fue un desplazamiento de cuatro horas en el año 2000 para asistir a dos mítines del PP. Suárez en 1980 y Zapatero en 2006 realizaron visitas oficiales a Ceuta y Melilla. Rajoy sólo estuvo allí como líder de la oposición.
El presidente del Gobierno también dijo el martes que «Marruecos es un país amigo de España y debe seguir siéndolo» (no es probable que este sentimiento sea mayoritario ahora mismo en la opinión pública española). Otra vez el reconocimiento de que poner fin con rapidez a esta situación es imposible sin llegar a un acuerdo con Rabat. Después de abrir la puerta a marroquíes y subsaharianos, ahora tendrá que aceptar de vuelta a la mayoría. El martes por la tarde, ya habían sido devueltas unas 3.800 personas.
Otra situación paradójica se produjo en el Consejo de Ministros del martes. La crisis coincidió con la aprobación de una ayuda de 30 millones de euros a Marruecos precisamente para financiar la labor de la policía de ese país en la protección de la frontera. La misma policía que se tomó el lunes como día libre por orden de sus superiores. Son las cosas que ocurren cuando haces tratos con Marruecos. Algunos se han quejado de que los gobiernos de la UE cometen ahora el mismo error que antes con Turquía: subcontratar la vigilancia fronteriza a gobiernos sin escrúpulos.
De nuevo, la geografía entra en acción. Marruecos no va a dejar de estar en el sitio en el que se encuentra, justo al sur de España, y de ser la puerta de entrada de la inmigración que llega de África. No hay otro interlocutor ni las amenazas van a resultar efectivas. Muchas de sus decisiones proceden del rey Mohamed VI y este no responde ante nadie en su país. Ni se va a ver perjudicado personalmente por unas posibles represalias.
«Hay actos que tienen consecuencias y se tienen que asumir», dijo la embajadora marroquí en Madrid después de ser convocada de urgencia para una reunión con la ministra de Exteriores. Se refería a la hospitalización de Brahim Ghali. Esa idea vale igualmente en dirección contraria. Si el Gobierno de Rabat pretende que los países europeos imiten la decisión de EEUU con Donald Trump de reconocer la soberanía marroquí sobre el Sahara, estará confundiendo sus deseos con la realidad.
Lo más probable es que no se haga nada nuevo en un conflicto congelado en el tiempo cuya situación actual ya favorece a Rabat, que además cuenta con el apoyo pleno de los gobiernos francés y norteamericano. Marruecos es demasiado importante para los países europeos, que asumen que su respuesta sólo puede consistir en un poco de palo y mucha zanahoria.
Cuando la situación de Ceuta y Melilla recupere la normalidad y se haya devuelto a la mayoría de los que llegaron, Marruecos seguirá estando ahí.