«Caretas fuera», dijo Isabel Díaz Ayuso cuando Ángel Gabilondo emplazó a Pablo Iglesias a ganar juntos las elecciones de Madrid. En la ceremonia oficial del día del 2 de mayo, no fueron sólo las caretas las que volaron. Saltaron por los aires camisas, pantalones, bragas y calzoncillos. A dos días de las elecciones, ya no había necesidad de disimular. La entrega de los premios de la comunidad era el escenario adecuado para simbolizar la victoria de la reina de Madrid con el añadido irónico de tener como espectadores a tres de sus rivales en las urnas. Un momento perfecto para reírse de ellos y de la Junta Electoral de Madrid.
Siempre se necesita en estos casos un invitado que cumpla con las exigencias del guión. Incluso algo de sobreactuación está bien vista. Los discursos son importantes y Díaz Ayuso tenía que pronunciar uno de ellos. Pero nada supera una buena imagen. Para eso estaba el músico Nacho Cano, uno de los premiados. Recibió el suyo e interpretó con soltura algo relamida el papel de humilde vasallo. «Muchos catalanes independentistas, gente que vota a Podemos, a Vox, a todos los lados, me han dicho, si ves a la presidenta, dos palabras: gracias y valiente», dijo, sin que haya posibilidad de saber si se lo había inventado.
No valía con unos cuantos elogios. Faltaba el momento teatral. Cano se quitó la banda roja de la distinción y se la puso a la presidenta, defensora de la libertad y madre de todos los madrileños, incluidos los que aún no han nacido. Díaz Ayuso no hizo ningún intento para frenarle. Qué cosas tienes. Muchas gracias, pero el premio es tuyo. No me pongas en evidencia, esto es un acto institucional. De ninguna manera iba a arruinar el espectáculo con lo bien que lo había preparado su jefe de gabinete, Miguel Ángel Rodríguez.
Bajó la cabeza para que le pusiera la banda. De sus ojos brotaron lágrimas. Ella también tenía que poner algo de su parte. Cano culminó la faena haciendo una reverencia ante su realeza. Pocas veces la política ha rendido tributo de forma tan perfecta a su pariente lejano, el teatro.
El mitin del PP pagado con fondos públicos funcionó a la perfección. Al tomar la palabra, Ayuso saludó a las autoridades presentes, como es de rigor, dirigiéndose en primer lugar a Pablo Casado, que no tiene ningún cargo en la comunidad, lo que no le impidió sentarse en primera fila. El protocolo oficial también se tiró a la papelera. En el discurso, salió la veta nacionalista para denunciar a los pérfidos franceses –»los franceses invadieron España con la excusa de modernizarla»–, porque la invasión de 1808 es la única memoria histórica que a la derecha madrileña le interesa reivindicar.
Los mítines del domingo cerraron el último día de la campaña que el PP madrileño quería para terminar de sepultar a Ciudadanos y que la izquierda propició con el error estratégico de la moción de censura de Murcia. Más tarde o más temprano, Pablo Casado habría aceptado esta convocatoria con el fin de levantar los ánimos hundidos tras el fracaso de las elecciones catalanas. La tentación de convertirla en unas primarias contra el Gobierno de Pedro Sánchez era muy fuerte. Casi dos años sin elecciones se habrían hecho muy largos al Partido Popular.
El PSOE se ha visto obligado a una campaña a la defensiva y con un candidato como Ángel Gabilondo que ya había llegado al final de su carrera política en Madrid. Primero, buscó un imposible –pescar en el barril de los votantes de Ciudadanos– y el escándalo del debate de la SER le llevó a un giro estratégico para denunciar el peligro del fascismo por un posible acuerdo entre el PP y Vox.
Para ese mensaje más agresivo, no tenía el candidato adecuado. Parecía que Pedro Sánchez iba a solventar esas carencias multiplicándose en su apoyo. Después de una presencia intensa en los primeros días, regresó a Moncloa, lo que confirmó que los socialistas afrontaban esta cita con ánimo pesimista.
Sánchez reapareció en el último mitin. «Madrid no puede estar dividida. No puede estar enfrentada sistemáticamente al Gobierno español y a las comunidades limítrofes», dijo en una premonición que no tiene visos de cumplirse. Una victoria de Ayuso va a reforzar al PP en su idea de utilizar Madrid como trampolín para llegar a Moncloa y a Ayuso como espejo en que deberían mirarse los ahora reticentes barones regionales. La apuesta será tan fuerte que está por ver si el resto de España querrá plegarse al denominado estilo de vida «a la madrileña».
Sólo una movilización inesperada en el sur de Madrid –hasta ahora no la han detectado las encuestas– podría salvar a la izquierda, que lleva 26 años jugando en campo contrario en esa comunidad. Mónica García ha defendido el pabellón de Más Madrid con la misma energía y eficacia con la que se convirtió en la líder de la oposición real a Ayuso en la Asamblea y de una forma que parece garantizar que el partido mantendrá su fuerza parlamentaria o que incluso podrá hacerla crecer.
Pablo Iglesias ha irrumpido con la agresividad que le caracteriza y ha salvado a Unidas Podemos de la extinción parlamentaria en Madrid. Iglesias nunca rehuye la batalla, tampoco ahora cuando ha decidido que ha empezado la cuenta atrás de su retirada de la política. Sin embargo, para la izquierda todos esos esfuerzos quedarán en nada si no logra impedir la reelección de Ayuso.
Un micrófono captó una frase singular de Díaz Ayuso en una conversación en el acto del 2 de mayo: «Qué ganas de que esto pase. Es un plomo». Algunos pensaron que se refería a la ceremonia, pero es más probable que estuviera hablando de la campaña. Ya sólo era una molestia para ella, no un duelo a muerte en el que necesitara cada minuto porque se lo jugaba todo. Todo ha ido cuesta abajo para ella en estas dos semanas, incluido el único debate de todos los candidatos. Los planes de su jefe de gabinete se han cumplido en su mayor parte. En el mitin final, lo llamó «un escudero, un protector».
Hubo un tiempo en que Ayuso necesitaba mucha protección, sobre todo de sí misma, pero ahora ya vuela con más seguridad. Se puede decir que ha salido más fuerte de la pandemia, como decía ese eslogan del Ministerio de Sanidad de 2020. Fue a la guerra desde el primer día con toda su fuerza contra Sánchez –ignorando los llamamientos a la colaboración entre instituciones– y al mismo tiempo se presentó como víctima del propio Sánchez.
Por primera vez, el PP empleó el lenguaje con el que los partidos nacionalistas se aseguran el apoyo de su base social. Resentimiento hacia el Gobierno central, sentimiento de ser tratado injustamente por el poder, elogio intenso de los valores propios. Si Ayuso consigue su objetivo, habrá más como ella.