El caso de Santiago Cervera ofrece una lección interesante para los políticos. No, no la de no recoger sobres escondidos entre las piedras de una muralla en una zona vigilada por la Guardia Civil. Bueno, esa también. Me refiero a que ser ‘cool’ y abierto en las redes sociales puede ser rentable para los políticos (ni siquiera digo, porque no lo creo, que Cervera lo fuera, pero hay mucha gente que lo ve así). O que responder a las preguntas de los periodistas en los días complicados despierta un cierto afecto general. A veces sólo compasión, que no es un sentimiento muy apreciado, pero hay momentos en que no se puede aspirar a más.
Sólo así se puede entender que la estrambótica versión del diputado de PP no fuera recibida ayer con una lluvia de improperios en Twitter, lugar siempre dispuesto a responder a las penurias de los políticos con fuego a discreción.
Incluso mucha gente destacó desagradablemente sorprendida que el PP mostrara escaso interés en defender a Cervera. En las acrobacias lingüísticas de Cospedal se coló un «reviste mucha rareza» que bien merece una mención en futuros estudios sobre los malos tratos que sufre el lenguaje en la comunicación política.
Para los dirigentes del PP, fue oír las explicaciones del diputado navarro y salir huyendo por las ventanas. Si lo hubieran defendido, esas mismas personas que reprochan la pasividad del PP habrían utilizado munición de grueso calibre. Un caso claro de damned if you do, damned if you don’t.
Por no hablar de esa atracción sensual que produce la dimisión de un político, por poco habitual. Es cierto que ocurre con frecuencia que se evaden responsabilidades con los argumentos más peregrinos, pero lo realmente importante en una democracia no es que los políticos dimitan, sino que no hagan con tanta frecuencia las cosas, habitualmente ilegales, que justifican la dimisión de un político.
Por lo demás, la versión de Cervera sólo se sostiene con un acto de fe que para sí quisieran los cristianos que arrojaban a los leones. Recibe un email el día 29 y responde el día 30 rechazando la propuesta recibida. Y unos días después hace exactamente lo contrario de lo que ha dicho que va a hacer. Pero si todo es una trampa, ¿por qué le avisan tan pronto? El presunto intento de chantaje no se produce hasta el día 4. La denuncia no se presenta hasta el día 5. Si Cervera –o alguien enviado por él– hubiera acudido a ese rincón de la muralla de Pamplona entre el 30 y el 5, ningún agente de la ley le habría estado esperando.
En el caso de que haya una guerra abierta en la derecha navarra (qué poco me sorprende eso) y que Cervera haya sido una víctima propiciatoria, como sostienen algunas versiones periodísticas, sólo queda recordar que en la guerra no es motivo de elogio caer en una emboscada. Eso es aún más cierto si sospechas que vuelan los navajazos y que tus adversarios no se detendrán ante nada. La guerra no es el lugar más adecuado para niños, personas de avanzada edad y diputados que se ponen una gorra y bufanda para camuflarse. Son los primeros que caen.
Moraleja para los políticos: sean abiertos en las redes sociales, tengan capacidad de encajar las críticas (algo más que Cervera si puede ser) y no respondan a emails anónimos. Y no jueguen a ser Jason Bourne. Es mejor que dejen esos asuntos a los profesionales.
Y a todo esto: ¿cuál sería el jugoso secretillo que valía 25.000 saurios? A ver si ahora que sabemos a viva voz que ahí hay algún trapo sucio, nos vamos a despistar con la peli de espías y lo vamos a dejar pasar…