Muhammad Ali fue uno de los grandes símbolos del deporte del siglo XX, incluso en países donde el boxeo no era un deporte especialmente popular. Su figura está asociada también a la lucha de la comunidad negra por sus derechos civiles y a los conflictos políticos que desgarraron a EEUU en los años 60 y 70. Ali hizo algo que pocas figuras del deporte han hecho nunca: renunciar a todo para defender sus ideas políticas.
Obligado a servir en el Ejército durante la guerra de Vietnam, se negó a hacerlo y se declaró objetor de conciencia tanto por razones religiosas como políticas. La frase que mejor definió su postura era también un ataque al racismo: «Yo no tengo ningún conflicto con el Viet Cong. Nadie del Viet Cong me llamó nunca nigger» (término racista dirigido a los negros). En abril de 1967, se presentó en el centro en el que debía formalizar el reclutamiento, pero se negó a levantarse cuando se pronunció su nombre. Fue detenido y se le comunicó que su negativa podría suponer una pena de cinco años de cárcel y una multa de 10.000 dólares.
Los organismos deportivos le quitaron la licencia de boxeador y le despojaron de sus títulos. No volvió a pelear en tres años. En el juicio fue declarado culpable, así como en la apelación. Un nuevo recurso llevó el caso al Tribunal Supremo y Ali no llegó a ingresar en prisión, como le habría ocurrido si no hubiera sido Muhammad Ali. Cuatro años después, el Supremo anuló la condena.
Ali no perdió la oportunidad de enfrentarse al establishment blanco esos años con frecuentes conferencias y actos públicos en universidades para hablar en contra del reclutamiento y de la guerra de Vietnam. Ya antes había sorprendido al país con su decisión de convertirse al Islam y cambiar su nombre. «Cassius Clay es mi nombre de esclavo», dijo. La mayoría de los medios de comunicación siguió llamándole Clay durante años.
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