La política es más dura de lo que la gente cree. Piensen en Guillermo Fernández Vara, presidente de Extremadura, que ha debido de pasar un fin de semana horrible. Del salón al cuarto de baño y del cuarto de baño al salón. Con dieta de líquidos, probablemente. Ya advirtió la semana pasada de su rechazo a que EH Bildu se sume al pacto presupuestario. «En lo personal, iré a la farmacia a buscar un antiemético», dijo refiriéndose a un fármaco que entre sus funciones tiene la de tratar las náuseas y vómitos. Lo más seguro es que se llevó varias cajas.
A los tres barones a los que se les pone revuelto el estómago cada vez que el PSOE llega a acuerdos con partidos a su izquierda, las farmacias deberían hacerles un precio especial. Además, sus médicos ya no les recetan nada, porque quizá creen que lo suyo ya es vicio. Llevan desde el verano de 2018 poniendo mala cara y lo único que consiguen es salir en las portadas de la prensa de derechas. Y ponerse ciegos de antieméticos.
El lunes, hubo reunión de la Ejecutiva socialista. Uno de esos días en que los periodistas de política podrían escribir la crónica antes de que empiece la reunión: cierre de filas, críticas a los rebeldes, confirmación por estos de que su lealtad al Gobierno está fuera de toda duda. En este caso, se podría añadir la confirmación de que son más los barones regionales del partido que suscriben la actuación de Moncloa y Ferraz que los que están nerviosos. La identificación es muy sencilla. Los primeros son los que votaron a Pedro Sánchez en las primarias. Los segundos, los que lo hicieron en contra o habrían vivido muy felices si la victoria hubiera sido para Susana Díaz.
En la reunión, Sánchez comunicó a los reticentes que le llamen si tienen algún problema, que no le toque enterarse por el resumen de prensa que recibe cada día. «Tienen mi teléfono», les dijo. Claro que si esos barones se limitaran a coger el teléfono, no conseguirían que sus votantes se enteraran de lo muy dolidos que están por la evolución de la política española. Al final, ellos no van a intentar hacer caer al Gobierno (es probable que ellos serían los siguientes). Eso queda para Alfonso Guerra y personajes de la farándula televisiva, como el exconcejal Antonio Carmona, una oposición que sólo da para que algunos medios crean que pueden titular con la aparente división del PSOE. Llevan así desde 2017, con la elección de Sánchez, y la capacidad de sorpresa en la política no da para tanto.
En la rueda de prensa del lunes, una periodista se inventó que Bildu ya era «socio preferente» del Gobierno. José Luis Ábalos se limitó a ceñirse a algo que es cierto a día de hoy («no hay pacto»), pero que puede no serlo dentro de unas semanas. Quizá por consideración al sistema digestivo de Vara, prefirió hablar de opciones abiertas con varios grupos en la negociación presupuestaria.
Fueron mucho más explícitos en dos entrevistas este fin de semana el propio Ábalos y la portavoz parlamentaria, Adriana Lastra. En ellas, ambos destacaron que ETA pertenece al pasado, que siempre se exigió a la izquierda abertzale que sustituyera las balas por los votos y la política, y que la derecha no era tan susceptible cuando Aznar negoció con la organización terrorista muchos años antes de su disolución.
Consuelo Ordóñez, hermana de Gregorio Ordóñez, asesinado por ETA, tuvo que recordar este domingo que el Gobierno de Aznar acercó a las prisiones vascas –pero no todos a prisiones situadas en Euskadi– a cuatro veces más presos de ETA que el actual Gobierno de Sánchez. Lo mencionó con una portada de ABC, que había decidido elaborar la lista de los asesinatos cometidos por esos presos trasladados. Nunca hicieron lo mismo con los favorecidos por decisiones de gobiernos del PP. Por entonces, ni se atrevieron a mover una ceja.
Desde otra posición ideológica, Unai Sordo dio una lección de política vasca que es conscientemente ignorada por la oposición y algunos medios: «ETA ha desaparecido hace diez años. Sin obtener, ni remotamente, ninguno de sus objetivos políticos», escribió el secretario general de CCOO. Para el momento actual, afirmó: «Pensar que el acercamiento de presos de ETA a cárceles vascas o la aplicación de beneficios penitenciarios tiene que ver con objetivos de ETA es ser un indocumentado en grado superlativo». Los beneficios penitenciarios eran un anatema para ETA, una forma de rendición, pero eso también es ignorado por los que tienen que saberlo.
Todo eso no impide que algunos presuman de cosas que están fuera de sus posibilidades. En los últimos días, se ha destacado unas palabras del líder de Sortu –el principal partido de la coalición EH Bildu–, Arkaitz Rodriguez, en el Parlamento vasco: «Nosotros vamos a Madrid a tumbar definitivamente ese régimen en beneficio de las mayorías y de los pueblos».
Lo que no se cuenta, lo hace aquí Iker Rioja, es que su intervención era una respuesta a una parlamentaria del PNV que se había burlado de la nueva actitud negociadora de Bildu en el Congreso. El PNV está entre sorprendido y nervioso por el posible apoyo de Bildu a los presupuestos. A fin de cuentas, Bildu es su principal adversario en Euskadi, el único partido que puede arrebatarle la hegemonía en el futuro, solo o en compañía de otros.
Otro diputado del PNV incidió en las risas para rebajar las expectativas de Bildu a un escenario más cercano a la realidad: «Acabar con el régimen apoyando los Presupuestos Generales del Estado es como pretender matar un cerdo a besos».
Tendría que ser un cerdo muy pequeño, al menos lo bastante pequeño como para que Vara no tuviera que ir corriendo a la farmacia.