Nunca ha habido políticos en España que se hayan tocado, abrazado y besado tanto como los dirigentes de Podemos. Comparados con lo que se ha visto en el PSOE en los últimos meses, son Love Actually, el Kamasutra y una canción de Barbra Streisand, todo junto y envuelto en papel de regalo con un inmenso lazo. Pero un partido acostumbrado a quemar etapas a velocidad supersónica ha terminado por confirmar la idea de que no hay matrimonio sellado por el amor eterno que no pueda saltar en pedazos. Sus dos principales dirigentes han pasado de enviarse cartas públicas llenas de cariños y arrumacos a lanzarse la vajilla, los muebles y los cuadros a la cabeza. Y a llamar a sus amigos para que sacudan al otro. Porque no sabes lo que me ha hecho.
Si habíamos pensado que la relación entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón era un canto a la monogamia política, ahora parecen más Richard Burton y Elizabeth Taylor. En las épocas malas.
La Navidad sangrienta de Podemos se desencadenó el 23 de diciembre cuando Iglesias culminó su respuesta al mayor desafío que ha sufrido desde la fundación del partido. Fue en marzo, cuando el sector crítico –se le puede llamar ya así, ¿no?– lanzó una dimisión en bloque en el Consejo Ciudadano de Madrid contra el secretario general, Luis Alegre.
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