Los israelíes se merecen a Netanyahu, de la misma forma que Netanyahu merece gobernar a los israelíes. Está claro que al escribir esto Gideon Levy, el columnista de izquierdas de Haaretz, está realmente cabreado con el resultado de las elecciones de su país, pero su punto de vista podría ser suscrito por cualquiera. Hay poco margen para la interpretación cuando el primer ministro no sólo ha derrotado a sus rivales y las encuestas publicadas durante la campaña, sino también a los sondeos a pie de urna de la noche electoral, que suelen ser bastante fiables en Israel (un país de ocho millones de habitantes).
El Likud terminó con 30 escaños frente a los 24 de Unión Sionista. Ni siquiera la idea de un Gobierno de gran coalición tiene sentido. Será un Gobierno de conservadores y ultranacionalistas, al que Netanyahu querrá unir el partido Kulanu, dirigido por un exministro del Likud.
Para llegar a este punto, Netanyahu tuvo que recurrir al manual de los trucos sucios y decisiones de última hora, y le fue muy bien. No eran sólo los sondeos y los análisis de la prensa israelí los que empezaron a cantar su epitafio. Él mismo alentó esos pronósticos con el comportamiento del candidato desesperado que ve cómo se escapa su oportunidad. Primero, con la denuncia de una conspiración un tanto delirante. El mismo día de las elecciones, con un llamamiento de indudable tono racista para alertar de que «los árabes» estaban llenando las urnas. Lo que no era cierto.
De esta manera, o quizá por la tendencia de toda la campaña si no supieron detectarla los sondeos, Netanyahu dio sendos bocados al electorado de los partidos ultras La Casa Judía, de Naftali Bennett, e Yisrael Beytenu, de Avigdor Lieberman. Sólo hace unos meses, la prensa israelí especulaba sobre la decadencia del primer ministro y alimentaba la hipótesis de que en el futuro Bennett era el favorito para convertirse en el líder de lo que allí a veces llaman el bloque nacionalista.
Ocurrió lo contrario. Bennett perdió cuatro de sus 12 escaños y Lieberman se quedó con seis (el Likud y Beytenu fueron juntos en 2013 y obtuvieron 31 escaños).
La inesperada por clara victoria del Likud no quiere decir que se haya producido un cambio político o sociológico de gran magnitud. El bloque conservador (Likud, Casa Judía y Beytenu) sube de 43 a 44 escaños. El bloque de izquierdas (Unión Sionista y Meretz), de 27 a 29. El centrista (Yesh Atid, que ha sufrido una gran pérdida de votos, y Kahlon, un partido nuevo) se mantiene en 21. Los partidos árabes suben de 11 a 13. Son los partidos ultraortodoxos los que pierden (de 18 a 13).
Pero políticamente el impacto de estos comicios es innegable. Netanyahu ve reforzada su posición porque puede obtener fácilmente el apoyo de los ultraortodoxos, además del de Kahlon, concediendo a su líder la cartera de Finanzas, como hizo en 2013 con Yesh Atid.
Nadie lee los miedos y aspiraciones del votante israelí como Netanyahu, porque además se aprovecha de no ya años sino de décadas de un mensaje que ha calado en esa opinión pública: todo el mundo está contra Israel, no porque se oponga al sometimiento colonial de los palestinos o porque discrepe de la visión de los políticos israelíes sobre los conflictos de Oriente Medio, sino porque odian a los judíos. En los últimos meses, Netanyahu ha incluido en ese ‘mundo antisemita’ a la Administración de Obama, en este caso por su supuesta ceguera en aceptar que cualquier negociación con Irán es una invitación a que termine fabricando armas nucleares.
En ese escenario de blancos y negros, Netanyahu se beneficia de sus aciertos, tal y como los ve la mayor parte del electorado, pero nunca de sus errores (como cuando anunció en EEUU antes de la invasión de Irak de que el fin del régimen de Sadam Hussein traería consigo una era de estabilidad en la zona). Y no le perjudica porque esa sociedad comulga firmemente con la idea de que la guerra debe sustituir a la diplomacia siempre que sea necesario y que el único error que se le puede achacar al Estado de Israel es que no aplique esa medicina brutal con más frecuencia a sus enemigos. No es toda la sociedad la que piensa así, pero sí la parte suficiente con la que se ganan las elecciones, junto a los aliados de costumbre.
Hasta ahora eran los ultras como Lieberman los que azuzaban a la masa contra los palestinos de Israel (lo que allí llaman árabes israelíes). Sólo si estaban muy nerviosos los dirigentes del Likud caían tan bajo, y casi nunca el jefe de Gobierno. Esta vez Netanyahu no dudó en convertir al 20% de la población en enemigos del auténtico Israel con su agónico llamamiento a las urnas.
Es cierto que esta vez Netanyahu no lo tenía tan claro. De lo contrario, no se habría comprometido con la promesa de que no habrá un Estado palestino bajo su mandato. Adiós a la ambigüedad calculada por la que se acepta la idea de seguir negociando bajo la mirada amistosa de Washington, mientras sobre el terreno se dinamita cualquier posibilidad de acuerdo.
Es el fin de la ficción bajo la que se establecen las relaciones entre Israel y EEUU y Europa. Por más que desde la conferencia de Annapolis de 2007, no se hayan dado pasos efectivos en esa línea, la solución de los dos estados ha sido desde entonces la política oficial de los gobiernos norteamericanos. Todas las declaraciones en ese sentido que a partir de ahora hagan los gobernantes de EEUU tendrán un aspecto aún más ridículo y vacío. Incluso para lo que es habitual en el lenguaje de la diplomacia, esto ya sería demasiado.
¿En serio? Sólo hay que leer la reacción oficial de la UE para pensar que el resultado electoral tendrá repercusiones serias. Federica Mogherini, representante de política exterior, ha emitido el habitual comunicado de felicitación a Netanyahu para anunciar que desea poder seguir trabajando con él para el «relanzamiento del proceso de paz». ¿Es un caso de estupidez o ignorancia? ¿O es simplemente que reconocer la realidad obligaría a algo que los países de la UE nunca harán?
I congratulate @netanyahu for his victory in #Israel elections and look forward to working together with the new gov http://t.co/BZSg3EAKWq
— Federica Mogherini (@FedericaMog) marzo 18, 2015
Los países europeos agacharán la cabeza y harán como si Netanyahu no hubiera dicho nada en su campaña. En caso contrario, tendrían que sustituir la negociación por la presión. Los alemanas tienen demasiada historia encima como para permitirlo.
Con el resultado de las elecciones, se acaba también el mito que Amos Oz ayudó a extender en Europa con la idea de que el problema de la falta de resultados venía del hecho de que los cirujanos eran demasiado cobardes como para tomar decisiones en la mesa de operaciones. Los líderes israelíes y palestinos no tenían lo que hay que tener para dar los pasos con los que llegar a la paz.
Es la opinión pública israelí la que, confiada por la superioridad de su fuerza militar, no quiere escuchar. No le preocupa el temor a una sociedad israelí no democrática que impone un régimen de apartheid sobre los habitantes de unos territorios que controla, puebla y explota contra las normas del derecho internacional.
Netanyahu es su líder natural.
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LIVE BLOG: The final results of the 2015 Israeli elections, after adjustments http://t.co/aYzh52Qrow pic.twitter.com/F7KzsWwqUf
— Haaretz.com (@haaretzcom) March 19, 2015
En el último momento del escrutinio con el 99%, el Likud perdió uno de sus escaños que ahora ha recuperado con el voto por correo. Meretz consigue su quinto escaño y la Lista Árabe Conjunta que estuvo cerca de 14 escaños, se queda con 13 . El Partido de la Torá Unida tiene uno menos del que le asignaba el escrutinio provisional. Tras estos pequeños cambios, he actualizado los votos por bloques que aparecen en el artículo.