A pesar de los contundentes argumentarios y la firmeza con que los partidos hacen sus pronunciamientos públicos, la política también es un estado de ánimo. Hay épocas en que del cielo sólo caen clavos sobre un partido, con lo que convierte su cabeza en un enorme martillo que machaca todo lo que ve. En otros momentos, caen martillos o hasta hachas y sólo queda esconderse debajo de la mesa. El Partido Popular está intentando prolongar el impulso recibido por las elecciones de Madrid en la línea del famoso Madrid es España y no hay más que hablar. Con un líder tan ciclotímico como Pablo Casado –unos días con la mirada asustada del ciervo deslumbrado por los faros, otros con los ojos enrojecidos del que va al volante con la intención de convertirlo en chuletas–, no es raro que ahora parezca estar en trance. Es capaz de ver el futuro, el suyo, el de su partido y el de todos los demás. El subidón le va a durar un tiempo.
«La legislatura entra en vía muerta», ha dicho Casado en una entrevista. Ya está pidiendo al árbitro que pite el final del partido en el minuto 30 de la primera parte porque cree ir por delante en el marcador. Aún no hemos llegado a la mitad de la legislatura y el presidente del PP agita los brazos porque esto se ha acabado y toca volver a los vestuarios. Los demás contendientes le miran sorprendido. Tienen que entender que el hombre estaba hasta hace poco temiendo que iba a seguir encajando goles. Le ha cambiado la cara y se pone de puntillas con la intención de parecer más alto.
El lunes, insistió en esa idea con otro ejemplo. «Si Sánchez acepta indultos de los presos independentistas, la legislatura habrá acabado». Esa es una deducción un tanto extraña. En el caso de que al final se concedan esos indultos, eso reforzará el apoyo de Esquerra al Gobierno al menos durante algún tiempo. Es en estos casos donde las crónicas políticas deben hacer un hueco a las obviedades. No es la oposición la que decide con qué apoyos cuenta un Gobierno en el Parlamento. Si fuera así, no sería la oposición.
El acuerdo para un Gobierno de coalición entre ERC y Junts per Catalunya supone un respiro para Pedro Sánchez. Quizá unas nuevas elecciones catalanas podrían haber supuesto un ligero aumento de escaños para el PSC, pero también que JxC sobrepasara a ERC, una alternativa que sonaba espantosa en los oídos del Gobierno. Por primera vez desde la vuelta de la democracia, Esquerra presidirá un Gobierno de la Generalitat, lo que le da la oportunidad de poner fin a la parálisis política que ha vivido Catalunya desde 2017. Más aún si es cierto el resultado de la encuesta que publica La Vanguardia según la cual el 40% de los catalanes quiere que el nuevo Govern tenga como prioridad «negociar mejoras en el autogobierno y la financiación», frente a un 22% que pide «negociar un referéndum de autodeterminación» y un 12% que apuesta por «proclamar la república catalana» con una declaración unilateral.
Parece que son más los que quieren que el Govern haga de Govern, que es algo que también interesa a ERC. No es probable que Pere Aragonès aspire a ser el nuevo Quim Torra.
Lo único que puede acortar la legislatura o provocar una crisis irreversible este año son los goles en propia meta. Este martes en el Congreso hemos estado cerca de presenciar uno. Varios partidos, entre ellos ERC, Más País y PNV, presentan en el pleno una proposición de ley sobre derechos de las personas trans. Era probable que los socialistas votaran en contra de su tramitación y que Unidas Podemos lo hiciera a favor. Ese es un proyecto que ya podría haber sido aprobado en el Consejo de Ministros si no fuera por las discrepancias del PSOE sobre la ley que ha preparado el Ministerio de Igualdad.
Al final, los socialistas han decidido abstenerse en la votación de la toma en consideración, que es única y exclusivamente eso, permitir que el texto inicie su camino legislativo. Es un gesto menos agresivo que el voto negativo, pero hará que la proposición muera antes de nacer. Los proponentes no llegan al número de escaños que suman el PP y Vox, que prevén votar en contra.
Habrá que ver cómo plasman su discrepancia en los discursos los dos integrantes del Gobierno de coalición. La constatación de una diferencia de opiniones aún no resuelta es algo ya asumido y comprobado por las declaraciones de Carmen Calvo e Irene Montero. Otra cosa sería si la retórica del debate provoca duros ataques entre ambos socios o si queda patente un cisma tan profundo entre sus posiciones que no sería realista confiar en que las conversaciones den fruto. Esto no es como aprobar unas ayudas económicas que dependen en primer lugar de los recursos disponibles. Es un asunto de derechos fundamentales donde la pasión por los argumentos propios se da por hecha.
El debate ha obligado a Moncloa a tomar una decisión sin más dilaciones en un asunto que no está en sus prioridades (si así fuera, habrían llegado ya a algún tipo de acuerdo). Es una desviación de lo que parece ser la línea de trabajo de Sánchez. Hay que ganar tiempo, esperar a que el PP se vaya enfriando y presentarse en otoño con un porcentaje altísimo de gente vacunada y quizá hasta una idea más clara sobre el destino de los fondos europeos. Sánchez ya ha dicho que la legislatura que el PP da por muerta tiene aún 32 meses por delante. Cuando lo comenta, uno se lo imagina en un sofá con un puro en la mano y pensando: hay tiempo para todo.
Eso no es un problema para Casado. Puede mantenerse en una situación de máximo estrés durante 32 meses. Pero sería bueno que su médico de cabecera le vigile la tensión. Y que tenga listo el talonario de recetas de ansiolíticos.