Pablo Casado tenía 23 años cuando el PP sufrió el trauma, inesperado para ellos, de perder las elecciones de 2004. Se había afiliado al Partido Popular un año antes. Y tenía 30 cuando el PP volvió al poder y gobernó condicionado por la recesión y la vigilancia de la Unión Europea. Ya metido en política hasta el fondo, vio cómo una moción de censura –también inesperada– se llevaba por delante al Gobierno de Rajoy. Así que es posible que Casado lleve toda su vida adulta resentido porque la vida es injusta con la derecha, cuando la izquierda representa el mal con todas sus letras.
En la intervención con la que clausuró la convención del PP, Casado soltó todo ese resentimiento y lanzó un discurso duro y violento mostrando todo su desprecio por la izquierda y los valores que defiende. A gritos, aunque antes había dicho que «la política no consiste en gritar muy fuerte». No crispado, porque la posición de ataque le sale a Casado de forma natural. Sólo suena algo artificial cuando habla de pactar, como si tuviera que decirlo por compromiso.
En su último libro, José María Aznar decía que echaba de menos en Europa las guerras culturales tan habituales en EEUU, por aquello de refutar cada día eso que llama la «superioridad moral» con que se maneja la izquierda. Casado irá a esa guerra encantado, con una sonrisa en la cara, porque esa es una cruzada que cree que la derecha está perdiendo desde que él llegó a la edad adulta. Hay que sacar los dientes y morder.
Ese nivel de violencia verbal contra la izquierda llegó al límite cuando defendió la prisión permanente revisable con esta frase: «El PSOE y sus aliados quieren que los condenados por delitos monstruosos salgan a la calle». Como en el anuncio de Willie Horton de la campaña de George H.W. Bush contra Dukakis, la izquierda es esa gente a la que encanta que los asesinos y violadores deambulen por la calle ocupándose de sus asuntos. Pasó después a referirse en este asunto al «síndrome de Estocolmo de la progresía española». No se sabe por quién ha sido secuestrada. ¿Por los violadores?
Cada punto de su programa que Casado explicó incluía un ataque a la izquierda que cuestionaba su respeto a la libertad y los derechos. Fueron recibidas por la audiencia con una gran ovación de los asistentes en pie sus palabras sobre la educación. Pidió que los padres puedan elegir el colegio que quieran para sus hijos, no importa dónde esté, y también si es concertado. Con furia, Casado gritó: «¡Saquen las manos de la educación! ¡No adoctrinen a nuestros hijos!».
No se refería a la asignatura de religión.
El miedo al partido que no debe ser nombrado
En el tramo inicial del discurso, Casado incidió en el asunto que más preocupa a los dirigentes del PP, como se vio el sábado en la intervención de Aznar. El atractivo que parece despertar Vox entre muchos votantes del PP es lo que de verdad les quita el sueño, no la izquierda diabólica. Casado mencionó la «fragmentación electoral» como nuevo eufemismo en relación a la primera vez en que el partido tiene una seria competencia electoral a su derecha.
El presidente del PP imploró a los votantes que han abandonado el partido o que se lo están pensando que no miren a otras formaciones. No criticó en ningún momento a Vox o sus ideas, ni las nombró. Se trataba sólo de una especie de cálculo político. «A España no le va mejor con menos PP. Menos PP está resultando en menos España, más populismo, más nacionalismo», dijo.
Al decir que «aquellos que se fueron a buscar al PP fuera del PP no lo han encontrado ni lo van a encontrar», estaba admitiendo que la irrupción de la extrema derecha se debe más a errores propios que a virtudes de otros. «Tenemos que volver a hacer popular este partido», era también un reconocimiento de que ya no lo es y de que las encuestas con las que cuenta Génova lo confirman.
Ante una audiencia entregada, Casado se podía permitir soñar con unicornios y princesas encantadas: «Tenemos que volver a los diez millones de votos». Es una meta fuera del alcance en estos momentos para el PP y para cualquier otro partido.
Primer aviso de Feijóo
El mensaje duro y descarnado de Casado, no muy centrista, contrastó con unas declaraciones de Núñez Feijóo en El Mundo. El presidente de la Xunta no había sido muy explícito en su discurso en la convención. El mensaje más claro lo reservó para la entrevista: «Ahora más que nunca, el PP debe abarcar desde la derecha hasta el centro más amplio». Y un aviso claro contra las veleidades recentralizadores: «Nunca gobernaríamos España» si envían el mensaje de que «vamos en contra del Estado de las autonomías».
Sea por las declaraciones de Feijóo o de otros, Casado no mencionó su propuesta anunciada en el Congreso de recuperar para el Gobierno central competencias autonómicas en educación, sanidad y justicia. Los barones del PP no entienden muy bien que haya que suscribir el desprecio de la extrema derecha por las autonomías.
De lo que no quedó ninguna duda es de que el Estado es el enemigo, para Casado. Habló del «intervencionismo orwelliano» de la izquierda y de que quiere hacer en el Gobierno «la mayor devolución de libertad» que se haya hecho nunca. Hay que reducir el papel del Estado en todos los órdenes, pero no en todos. Pretende reformar el Código Penal para «penalizar la convocatoria de referéndum ilegal», e impedir los indultos para los delitos de rebelión y utilizar a discreción la Ley de Partidos contra los independentistas catalanes.
«Pondremos orden en Cataluña», dijo en una frase que sonó un poco orwelliana o que podría haber dicho el general Primo de Rivera.
Los asistentes a la convención no salieron decepcionados porque este tipo de actos se montan para que los militantes se lleven un chute de adrenalina. A algunos no les terminará de sentar bien, pero eso quedará más claro cuando haya que ir a las urnas. Feijóo lo dejó claro en la entrevista en una pregunta sobre sus futuras intenciones en el partido.
«Los líderes se consolidan cuando ganan las elecciones», dijo. Hasta entonces, caminan en una suerte de provisionalidad.
Es una frase que no se le ha debido de escapar a Casado.
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Aznar le ve las orejas a Vox. 19 enero.