El gracejo y la soltura con las que Javier Arenas siempre se ha manejado en política le colocaba en ventaja sobre los dirigentes del Partido Popular que declararon el martes como testigos en el juicio de la caja B. Y eso que estuvo tan discreto que ni siquiera miraba a la cámara del ordenador cuando intervino a través de una videoconferencia. Al igual que los que aparecen mencionados en los papeles de Bárcenas, hay distintas referencias a él sobre la recepción de sobresueldos. También como los demás, lo negó todo, junto a una precisión.
Pregunta: «¿Sabe usted que el señor Bárcenas ha declarado que todas las anotaciones que aparecían con el apellido, nombre, siglas o acrónimos de Javier Are, J.A. J.AR. o Arenas corresponden a pagos que se le efectuaron a usted?».
Respuesta: «He oído eso en el proceso de instrucción y lo que quiero decirle es que evidentemente (se ríe un poco) no soy el único Javier que aparece en esos papeles, ni tampoco el único Javier del Partido Popular».
Los ‘javieres’ son legión en el partido, pero sólo uno –Javier Arenas Bocanegra, de 63 años– fue secretario general del PP, gran amigo de Luis Bárcenas e intermediario habitual entre el tesorero y el jefe de todos, Mariano Rajoy. En su triple condición, negó haber recibido sobresueldos.
En el día en que declaraban Javier Arenas, Francisco Álvarez Cascos, María Dolores de Cospedal, todos fueron a asegurar. Eso obligaba a hacer gala de una notoria amnesia y de ser completamente tajantes a la hora de negar la existencia de los sobresueldos pagados en negro. Arenas tuvo muchas reuniones con Bárcenas. Sobre la celebrada en diciembre de 2012, el último mes en que el tesorero recibió fondos del partido por su trabajo del pasado, no parecía saber mucho: «No recuerdo el objetivo concreto». El abogado que le preguntaba intentó refrescarle la memoria: «Gürtel nulidad» era uno de los cuatro temas, según había admitido en la fase de instrucción. Como para olvidar algo así.
Pues no lo recordaba. Una bruma rodeaba su mente. Sólo dijo que Bárcenas le habló de una declaración ante notario en la que había defendido que la gestión de los donativos era «impecable». Contra lo que ha afirmado Bárcenas, Arenas negó que el tesorero de entonces, Álvaro Lapuerta, comunicara a los responsables del partido las donaciones en metálico que recibía de los empresarios. Será que se guardaba el dinero en secreto y que el presidente y el secretario general no se molestaban en interesarse en conocer la situación financiera, por ejemplo de cara a organizar unas elecciones. El dinero llovía y nadie sabía de dónde venía.
Arenas, Cascos y Cospedal coincidieron en su testimonio. Quisieron hacer creer al tribunal que cuando tocaba montar una campaña electoral nunca se preocupaban en saber de dónde salían los fondos. Como los hijos de los millonarios, pedían dinero al cabeza de familia para irse de fiesta y lo recibían sin hacer preguntas. Organizaban un elevado número de mítines, campañas de anuncios y todo tipo de actos y el dinero cuadraba de forma mágica. Siempre coincidía con el dinero que el tesorero tenía disponible en la caja o las cuentas corrientes.
Con razón, el PP presume de que sus gobiernos están formados por grandes gestores económicos. Los números conspiran en su favor sin que nadie sepa exactamente por qué.
Preguntaron a Cospedal cómo se pueden tomar decisiones políticas sobre la actividad de un partido sin estar al tanto del dinero disponible, si hay el suficiente o si es necesario pedir un crédito. «Un tesorero dice si hay presupuesto para un determinado acto», respondió. Otra abogada tuvo que preguntar algo incluso más básico: ¿sabe cómo se financian los partidos? «Supongo que por los fondos públicos que reciben por los resultados de las elecciones». Supongo. No sabía más. Si fuera sólo con ese dinero, las campañas de las últimas décadas habrían sido mucho más modestas.
En las elecciones de diciembre de 2015, el PP perdió 3,6 millones de votos y 63 diputados, lo que redundó en un evidente descenso de la subvención por votos y escaños. Aun así, para la repetición electoral de junio de 2016, fue el partido con mayor presupuesto para la campaña con 8,4 millones de euros.
Álvarez Cascos fue secretario general durante una década (1989-1999) con José María Aznar como su presidente. La prensa de la época le llamaba el «general secretario» por la forma marcial en que manejaba los asuntos internos del partido. Con su estatura y volumen corporal y unas manos enormes, nadie se atrevía a plantarle cara no fuera a despertar su furia. No se movía un papel en la sede de Génova sin que lo supiera él.
Pero resulta que si la cosa tenía que ver con el dinero, el gigante Cascos pasaba a transmutarse en corderito. Explicó que los estatutos del partido no conceden una posición jerárquica superior al secretario general sobre el tesorero. Cuando le preguntaron si al menos el presidente podía dar órdenes al tesorero –algo bastante obvio–, Cascos dio una respuesta confusa hasta reconocer que si el presidente (Aznar) le hubiera encargado una labor de supervisión de los asuntos financieros, la habría ejercido. Pero no fue necesario.
Álvarez Cascos llegó a ser tesorero en funciones del PP entre los mandatos de Rosendo Naseiro, que acabó con una investigación judicial por presunta financiación ilegal del partido, y de Álvaro Lapuerta. A pesar del turbulento caso Naseiro, el exvicepresidente no hizo nada especial durante ese periodo de tiempo de casi dos años. Al menos, nada importante que recuerde. Cospedal también fue tesorera en funciones –durante unos nueve meses– y tampoco hizo mucho, «pagar facturas de actividades, firmar nóminas y poco más».
Esa presunta falta de conocimiento no le impidió afirmar que no existe la contabilidad B del Partido Popular, porque la única contabilidad en negro cuya existencia acepta sería la de Bárcenas.
Es curioso que la profesión de tesorero del PP sea de alto riesgo jurídico, pero que cuando la ocupa en funciones un secretario general es una labor tan anodina que sólo exige firmar los papeles que le ponen encima de la mesa.
En la sesión del juicio también intervino el periodista Pedro J. Ramírez, que declaró que el testimonio de Bárcenas en la entrevista con él para El Mundo sobre la mecánica de las donaciones al PP «coincidía milimétricamente» con lo que un constructor que había entregado dinero al partido había contado al periódico. La información de los sobresueldos fue confirmada por altos cargos del PP que no estaban entre los que los recibieron.
Cospedal no declaró con esa despreocupación con la que lo hizo Arenas. No ocultó la rabia que le inspira Bárcenas ni los enfrentamientos que tuvo con él. Se negaba siempre a pronunciar su apellido («esa persona que fue tesorero») hasta que al final de la declaración sí lo hizo una vez por algo que le había comentado el gerente Cristóbal Páez, acusado en este juicio, y pareció que se había quitado un peso de encima porque de inmediato pronunció dos veces más la palabra maldita.
En su rechazo visceral a Bárcenas por todo lo que le ha hecho pasar, Cospedal acabó con un cierto desliz semántico: «Yo no tengo animadversión por esta persona. Si me permite (la expresión), desprecio, pero otra figura, no». Pongamos que nada de enemistad o antipatía, pero que si lo vuelve a ver, tendría que contenerse para no arrancarle la cabeza.
La señora Cospedal tiene mucho carácter, pero no le pregunten por cuestiones económicas de su partido. Sobre eso, aparentemente nunca se enteró de nada.