La reforma futura del sistema de pensiones se enfrenta a un adversario temible en el que no se ha reparado lo suficiente. Las tertulias televisivas están llenas de ‘baby boomers’. No han tardado mucho en lanzar su voz traumatizada por un futuro de mendicidad tras el retiro. Nos va a tocar «pagar el pato», se oyó el viernes en los platós. La generación que más dinero ha ganado y más prosperidad ha disfrutado en la historia de la Península Ibérica desde Atapuerca se va a hacer la víctima y no vais a poder hacer nada al respecto. Y no se os ocurra protestar, porque lo mismo os vienen con una denuncia por delito de odio.
A los jóvenes que pagan las consecuencias de las cifras del paro juvenil –36,9%, el segundo peor dato de la UE– o que trabajan con sueldos precarios se les volverá a poner cara de tontos. OK, Boomer, podrían responder usando la expresión con la que los jóvenes se burlan de los lamentos constantes de sus mayores.
Siempre es complicado fijar el periodo de tiempo que abarca una generación. Para la del ‘Baby Boom’, se suele establecer en España los años de 1958 y 1977, cuando nacieron unos 14 millones de niños, aunque también es común referirse a los años sesenta y el comienzo de la década posterior. En Estados Unidos y otros países europeos, se inició antes, a partir de la recuperación económica que se produjo tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. La autarquía y el aislamiento que el franquismo regaló a los españoles los condenó a la pobreza hasta los años sesenta.
El ministro de la Seguridad Social, José Luis Escrivá, cometió el jueves un error de primero de Consejo de Ministros. El mismo día en que se firmó en Moncloa un acuerdo sobre pensiones con patronal y sindicatos con la parafernalia de rigor dio una entrevista en TVE en la que concretó sobre lo que puede ocurrir en una negociación que aún no ha comenzado. Planteó que la generación del ‘Baby Boom’ podría sufrir «un ajuste bastante moderado» en sus pensiones o bien tener que trabajar más tiempo. Si montas un acto en Moncloa con el presidente y sus invitados y lo quieres vender como ejemplo de la apuesta del Gobierno por el diálogo social, no te pongas a dar titulares que le hagan la competencia. Y además no va a haber color. Los periodistas prefieren uno que tenga que ver con un conflicto o un anuncio polémico que un acto oficial con los discursos de costumbre.
Algunos medios no perdieron el día. «Los nacidos entre 1950 y 1970 verán recortada su pensión», decía uno. «Los 11 millones de ‘baby boomers’ sufrirán el ajuste de las pensiones», se leía en otro. Lo que en las palabras del ministro era una posibilidad se convertía en una certidumbre.
Estas son las reglas del juego y los ministros deberían conocerlas. Ellos o sus asesores, que cobran un dinero para estar al tanto de estas cosas. Escrivá es un tecnócrata, dicho sin ánimo de ofender, pero no vivió en Marte antes de llegar al Ministerio. Fue presidente de la AIReF durante seis años y antes alto cargo del BCE durante cinco.
El error de Escrivá tiene un segundo tramo. Como el Gobierno se ve beneficiado por el diálogo social, debería reservar las ideas más sensibles de esa negociación al momento en que toque. Si tiene claro el desenlace de la reforma, le conviene tener preparados los argumentos y los contraargumentos posteriores para la discusión y soltarlos en el instante adecuado. Hacerlo con demasiada antelación será visto con recelo por los interlocutores. Unai Sordo, de CCOO, no se cortó. Pidió «menos globos sonda» y «menos frivolidades».
En el caso de la oposición, no se andan con tantas sutilezas. Con su sobreexcitación de costumbre, Pablo Casado fue corriendo a Twitter. Denunció el comentario de Escrivá y alardeó de que el PP subió las pensiones «un 16% de media en siete años». Hasta los periodistas que no son de economía saben que el Gobierno de Rajoy ejecutó una reforma por la que las pensiones subían un 0,25% anual, lo que supuso una pérdida de poder adquisitivo en algunos de esos años. Lo que subió fue el importe total del gasto en pensiones al incorporarse a la jubilación muchas personas después de haber cotizado con sueldos más altos que en el pasado, algo ante lo que el PP poco podía hacer. Con Casado, contrastar todas sus declaraciones con la realidad resulta un ejercicio muy tedioso, pero indudablemente sencillo.
Escrivá plegó velas el viernes. Las velas, los mástiles y la mitad de la popa. «Tengo que reconocer que ayer no tuve mi mejor día y probablemente no transmití adecuadamente esa certidumbre al hablar de algo que todavía está por definir», dijo, dando la razón a todos los que le habían criticado. Se reía mientras lo decía, lo que hay que interpretar más o menos así: no sé cómo a mi edad y con la experiencia que tengo puedo meter la pata hasta varios metros de profundidad. Y eso que insistió mucho en resaltar que el acuerdo firmado el jueves aporta «certidumbre» al futuro de las pensiones. Con su entrevista, había conseguido exactamente lo contrario.
En esa rueda de prensa, se vio por qué en Moncloa están contentos con Yolanda Díaz. El tercer error de Escrivá había sido hablar alegremente de un tema en el que el PSOE y Unidas Podemos no han negociado una posición común. Podemos se opone con claridad a los cálculos que ha hecho el ministro. La vicepresidenta podría haber hecho algo de sangre, pero optó por la discreción: «No me toca hacer reflexiones. Creo que el ministro ya ha dicho lo que tenía que decir». Las peleas en un Gobierno de coalición son inevitables en privado. Si las haces en público, estás dando una imagen que sólo beneficia a la oposición.
Con respecto a la futura reforma estructural de las pensiones, un concepto del que se hablará mucho será el de equidad y solidaridad intergeneracional. De entrada, no suena mal. Si pensamos en cómo se deberá concretar, el dilema se complica. Queda muy bonito decir que hay que pensar en nuestros hijos o nietos, aunque si nos cuentan que eso nos acarreará un coste económico personal, el entusiasmo empieza a diluirse.
«Una generación que nunca ha dejado de trabajar», decían en un informativo televisivo citando lo que comentaban los ‘baby boomers’ en la calle. Será que las anteriores generaciones trabajaban sólo tres o cuatro días a la semana y que las posteriores sólo lo han hecho cuando hace buen tiempo.
El debate sólo acaba de iniciarse. Uno de los muchos problemas es que no depende sólo de cotizaciones y prestaciones. Toda la actividad económica termina por incidir en el sistema de pensiones. Es fácil decir que si hay que emplear más fondos públicos en las pensiones, sólo habrá que subir los impuestos. Eso es tan poco realista como el mensaje de la derecha española que dice que reducir los impuestos servirá para ingresar más. El gasto total en pensiones ha pasado de 7.687 millones en 2013 a 10.180 millones este año. El número de pensionistas ha subido de 7,3 millones a 8,9 millones en los últimos 15 años.
Si la precariedad es el estilo de vida impuesto a las generaciones más jóvenes, ¿cómo van a sostener las pensiones de esa generación que ha trabajado tanto? Esa es una pregunta para la que aún no tenemos una respuesta clara. Pero el ministro Escrivá no debe verse acuciado por las urgencias. Mejor que espere unos meses para ver qué ocurre en la negociación con los agentes sociales.