«Lo bueno de no tener responsabilidades políticas es que uno puede decir estas cosas libremente», dijo Pablo Iglesias en uno de los momentos de su conversación del martes con José María Lassalle en la Delegación de la Generalitat en Madrid. Ya no es vicepresidente, ya no tiene la obligación de ser optimista –los gobernantes siempre son optimistas–, ya puede ocuparse de trazar un panorama sombrío si no se adoptan determinadas políticas con las que solventar problemas graves. Cuando Iglesias quiere mostrarse preocupado, tiene la habilidad para aparecer extremadamente preocupado.
El motivo del encuentro era el inicio de una serie de conferencias organizadas por la Delegación de la Generalitat centradas en el diálogo entre las instituciones españolas y catalanas. También por la presentación, en la misma sala, de un libro colectivo que ha publicado la editorial Catarata –’Cataluña-España: ¿del conflicto al diálogo político?’– en el que 60 autores han reflexionado sobre el futuro de ese conflicto y las vías de solución. La amplia nómina de colaboradores incluye pocos representantes de la derecha que marca el paso en su mundo. En esos ambientes, la apelación al diálogo se contempla con desdén o un rechazo total. Solo esperan de los vencedores de las elecciones catalanas la rendición y que se presenten en una comisaría con el DNI en la boca.
Es curioso que en la derecha nieguen que se trata de un auténtico conflicto político, sino de que algunos políticos violan la ley y por tanto deben recibir el castigo correspondiente. Los conflictos son consustanciales a la democracia. La diferencia con las dictaduras es que se puede convivir con ellos sin necesidad de abrir la cabeza al prójimo. «Una democracia debe albergar siempre dentro de sí misma la opción del diálogo», explicó Lassalle, que fue secretario de Estado de Cultura en el Gobierno de Rajoy. Uno de los grandes objetivos de la democracia consiste en «neutralizar los conflictos». Quizá no se consiga alcanzar la solución que satisface a todos, entre otras cosas, porque quizá no pueda existir tal nivel de perfección, pero el diálogo es una herramienta de convivencia que, como mínimo, debe servir para entender al contrario.
Esa es la teoría, pero el propio Lassalle es pesimista. «Una parte de la sociedad española, y también de la catalana, está muy cómoda instalada en el conflicto», dijo. No solo es comodidad, sino que es una elección estratégica. Lo es en el caso del Partido Popular y Vox, y también en el de Junts per Catalunya. La confrontación es genial, porque no te exige reflexionar sobre distintas alternativas. Solo tienes que bajar la cabeza y cargar y que se aparten los demás.
Lassalle es una «rara avis» en la derecha española. En primer lugar, es liberal, no al uso de los dirigentes del PP madrileño que se llaman liberales y se parecen más a conservadores que están a favor de bajar los impuestos, no como la derecha francesa, por ejemplo. Además, él cree que el creciente apoyo a partidos de extrema derecha en Europa es una de las mayores enmiendas a la totalidad que ha sufrido el liberalismo europeo. No tiene problemas en afirmar que el conflicto actual entre España y Catalunya tiene su origen en la historia, y en otras muchas cosas, lo que le coloca en el campo de los enemigos del país en los lugares más cuarteleros de la derecha española.
Uno de los grandes problemas de la mesa de diálogo, como de la propia idea de diálogo como forma de buscar una solución, es que no está muy claro lo que se puede negociar, y por eso el libro presentado el martes sirve para ofrecer algunas certidumbres. De todas formas, cuando son los políticos los que hablan de ese diálogo es más fácil escuchar generalidades. No es por incompetencia, sino por la constatación de que las posiciones están tan alejadas que no está claro cómo pueden encauzarse.
Iglesias sí tiene claro hacia dónde debe ir ese diálogo. Lo que ocurre es que ya no está en el Gobierno, como recordó en el acto, y no tiene que cortarse. Eso supone que apuesta por cosas que están muy lejos de las prioridades de Pedro Sánchez y de los socialistas.
El exlíder de Podemos también es pesimista o al menos está seguro de que la realidad viene cargada de negros presagios. No es seguro que se vayan a cumplir, pero sería de ilusos pensar que son imposibles. Si hasta dijo al principio que «vivimos en tiempos que recuerdan un poco a la República de Weimar». Cuando haces esa predicción, la gente no se palpa la cartera, sino el cuello.
Iglesias planteó que la mesa de diálogo, en la que participó en su primera edición, es ineludible. Sin embargo, le puso condiciones. De entrada, dijo que hay en España dos opciones para el futuro: un Gobierno de PP y Vox que irá por la vía de la «involución democrática» o que «el PSOE gobierne con fuerzas con las que no ha gobernado nunca» y no se refería solo a Unidas Podemos. Se trata de una alianza estructural entre socialdemócratas y nacionalistas –algunos de ellos independentistas–, un plato que está bastante claro que el PSOE rechazará. De hecho, Iglesias afirmó que si la mesa de diálogo no sirve para negociar ese escenario, «no vale para nada».
El mismo Iglesias no ocultó que ese camino de colaboración es poco viable en la medida en que afirmó que no hay ninguna estrategia común en el actual Gobierno catalán. Definió a la coalición de ERC y Junts como un «terreno de enfrentamiento» de los dos partidos. Es un hecho incuestionable. Los partidos del Govern defienden estrategias opuestas.
Tuvo también tiempo para apuntar algo que ya ha comentado en alguna tertulia radiofónica: la idea de que igual al Gobierno de Sánchez le conviene convocar elecciones el próximo año. Esto no es que sea contracíclico, sino que sugiere una de las muchas formas en que un Gobierno puede suicidarse en la situación económica actual. El argumento más concreto que dio fue que no parece que las elecciones autonómicas que se celebrarán antes de las próximas generales vayan a beneficiar al PSOE y Podemos. «Hay que estar preparados para que se celebren en cualquier momento», dijo en un mensaje que podría estar dirigido a Sánchez, a Yolanda Díaz o a ambos.
Es muy probable que la derecha reciba alborozada ese aviso. Parece demasiado nerviosa como para esperar hasta finales de 2023. También es posible que a Moncloa no le gusten nada esas especulaciones. En cualquier caso, sin un cargo en el Gobierno, a ver quién le dice a Iglesias que no puede opinar como en los viejos tiempos.