Hay días en que es duro ser Albert Rivera. No muchos, pero está claro que el viernes ha sido uno de ellos. Para ser más exactos, justo después de que se conociera la derrota de Rajoy en la segunda votación de su investidura y, pocos minutos después, cuando los medios de comunicación informaron de la decisión del Gobierno de proporcionar un retiro dorado a José Manuel Soria en el Banco Mundial.
Tan dorado como lo puedan ser 226.000 euros al año. Libres de impuestos. Esto último es un detalle importante para alguien como Soria si recordamos los negocios de sus empresas en paraísos fiscales.
Sólo hace unos días, Rivera creía estar en la cresta de la ola, surfeando este convulso momento político como si estuviera en las playas de California. Al anunciar el acuerdo con el PP, el líder de Ciudadanos no paraba de presumir: «El nuevo centro político arrastra a la vieja izquierda y a la vieja derecha a una etapa de regeneración y reformas». Y con durísimas medidas anticorrupción, según decía. ¿Para qué, si no, sirve ese concepto tan querido por su partido como es la regeneración?
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