La CIA contra Fidel Castro

Fidel Castro y Richard Nixon

Pocos meses después de llegar al poder, Fidel Castro sorprende al Gobierno norteamericano con el anuncio de que quiere visitar EEUU. El revolucionario cubano es un enigma para Washington, pero no alguien completamente desconocido para la CIA. En un informe, la agencia de inteligencia llega a la conclusión de que el viaje puede ser decisivo para el futuro del Gobierno cubano: «A menos que reciba una clara ayuda de EEUU, muchos observadores creen que su régimen sufrirá un colapso en cuestión de meses».

Es un ejemplo de los muchos análisis realizados por la CIA sobre Fidel Castro que se vieron desmentidos por la realidad. Desde el mismo 1959, sus informes, y los de otros organismos, pasan del desconocimiento sobre si Castro es o no comunista hasta la preparación de operaciones militares y de inteligencia para intentar acabar con él. Menos de un año después de su triunfo, ya circulan planes para derrocarlo.

No es exagerado decir que la CIA tuvo a Castro en el punto de mira desde muy pronto. Esa obsesión tuvo como desenlace el intento fracasado de invasión de Bahía de Cochinos promovido por EEUU.

En 2005, un profesor universitario descubrió una parte de la historia oficial del desastre de Bahía de Cochinos, escrita por un miembro de los servicios de inteligencia, y lo subió a la web de la Universidad de Villanova: The Official History of the Bay of Pigs Operation, volume III: Evolution of CIA’s Anti-Castro Policies, 1951-January 1961.

Esta clase de revisiones de acontecimientos pasados para consumo interno no suelen difundirse al público e incluyen documentos secretos o confidenciales. Como en el texto hay referencias a la política oficial de EEUU sobre el asesinato de líderes extranjeros, al parecer fue incluido entre los documentos desclasificados a raíz de la investigación del asesinato de JFK.

En total, son 295 páginas escritas en los años setenta que nos permiten contemplar la evolución de la política norteamericana en relación a Cuba en los primeros años de la revolución castrista.

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Rafael Hernando, el símbolo del juego sucio

Todos los partidos tienen gente para el trabajo sucio. Algunos lo aceptan porque alguien tiene que hacerlo. Otros han nacido para ello. No sé en qué categoría hay que colocar a Rafael Hernando, pero lo que es seguro es que nadie como él define la arrogancia y la chulería en la política española. Lo único extraño en el portavoz del grupo parlamentario del PP es que no lleve un palillo en la boca.

Ese tipo de políticos se retratan a sí mismos con facilidad. No hay límites para embadurnar de lodo a sus adversarios y de beneficiar a su clan. Incluso cuando es su banda la que ha creado el caos y la vergüenza. En esos momentos tan complicados es cuando se aprecia su valía.

Después de ser idolatrada durante años, Rita Barberá había terminado por caer en la telaraña de las investigaciones de la corrupción del PP valenciano que había diezmado antes las filas del partido en esa comunidad. En la aplicación de la doctrina oficial del partido sobre corrupción, la habían defendido como si fuera una santa impoluta hasta que, al ser llamada a declarar como imputada por el Tribunal Supremo, fue necesario cortar amarras e impedir que la peste llegara hasta su gran valedor, Mariano Rajoy.

La secuencia siempre es la misma. Primero, se niega todo. Luego, se acusa a la oposición y los medios de comunicación de montar una campaña sin base. Al iniciarse el proceso judicial, se moviliza a los Trillos (ejem, los abogados) para que obstaculicen las investigaciones (hacer de defensores de los imputados cuando representan a la acusación es una de sus grandes aportaciones al Derecho español). Cuando un juez descubre que hay indicios sólidos de que se ha cometido un delito y alguien es señalado, hay que apartarse de esa persona como si fuera un leproso en la Edad Media para que nadie pueda exigir responsabilidades políticas al presidente del Gobierno.

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Trump lleva tiempo buscando una solución sobre Siria que tenga el apoyo de Rusia

Una noticia en el WSJ da algunos datos sobre lo que puede ser la próxima política de Donald Trump en relación a la guerra de Siria. Su hijo mayor, Donald Trump Jr., asistió en octubre, es decir, antes de las elecciones, a una reunión privada en París cuyo objetivo era «buscar formas de cooperar con Rusia para acabar con la guerra de Siria».

«Treinta personas, incluido Donald Trump Jr., asistieron a un acto el 11 de octubre en el Ritz de París organizado por un think tank francés. El fundador del think tank, Fabien Baussart, y su esposa Randa Kassis han trabajado con Rusia para intentar acabar con el conflicto. Kassis, nacida en Siria, dirige un grupo sirio apoyado por el Kremlin. Ese grupo busca conseguir una transición política en Siria pero con la cooperación del presidente Bashar al Asad, un aliado de Rusia».

Kassis ha hablado con el WSJ: «Tenemos que ser realistas. ¿Quién está sobre el terreno en Siria? No EEUU ni Francia. Sin Rusia, no podemos tener una solución en Siria». Sobre el hijo de Trump, dijo: «Creo que es muy pragmático y flexible».

El contacto con personas partidarias de pactar con Rusia, desde hace un año el mejor aliado militar de Asad, no es una completa sorpresa. A pesar de sus vagas ideas sobre política exterior y defensa, Trump sí dijo en campaña que cree necesario implicar a Moscú en cualquier salida política al conflicto. Y dejó claro que la prioridad es acabar con ISIS. «No me gusta Asad en absoluto, pero Asad está matando a ISIS», dijo en uno de los debates de la campaña.

Trump tiene algunas ideas al respecto, pero aún no las conocemos. En su reunión con periodistas del NYT, le preguntaron por Siria y pidió que su respuesta fuera off the record.

Donald Trump Jr. tiene 38 años y es vicepresidente ejecutivo de la empresa de Trump. No tiene experiencia en asuntos militares o de política exterior. Su presencia en ese acto confirma que los asesores más cercanos del nuevo presidente de EEUU van a ser sus hijos incluso en campos en los que no tienen formación.

Eso no es una sorpresa después de ver la foto de una reunión de Trump con el primer ministro japonés la semana pasada. Estaban con ellos los traductores e Ivanka Trump, su hija. Al encuentro también asistió Jared Kushner, esposo de Ivanka.

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Trump Organization es una empresa familiar y esa compañía es la que va a dirigir la Casa Blanca.

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La América nazi canta victoria en Washington

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«Hail Trump, Hail our people. Hail victory». Son las últimas palabras de Richard Spencer en su discurso de la reunión del National Institute Policy celebrada en Washington el sábado. Spencer es la figura más conocida de la denominada alt-right en los medios norteamericanos. El sobrenombre es engañoso, casi un eufemismo. No es una derecha alternativa, sino la extrema derecha con una conexión ADSL a Internet y orgullosa de su supuesta superioridad racial, sin la parafernalia acostumbrada cuando se piensa en los neonazis norteamericanos.

No acudieron a Washington con chupas de cuero o botas militares. Es un movimiento político que escapa de una definición simple (aquí hay una buena descripción) al que algunos niegan esa condición porque lo ven como una coalición de intereses y orígenes muy diversos. Pero hay algo que les une y es la convicción de que la «América blanca» ha sido maltratada en las últimas décadas por los derechos civiles y el multiculturalismo.

Richard Spencer es su líder más carismático. Breitbart News –el medio dirigido por Stephen Bannon, el principal consejero de Trump en la Casa Blanca– ha sido una de sus fuentes informativas de inspiración. La campaña de Trump fue el momento en que se vieron reivindicados por el discurso del candidato del Partido Republicano. La victoria en las urnas les ha hecho creer que están en el camino hacia la victoria.

Varios medios han informado de la reunión de este fin de semana. El cónclave se celebró muy cerca de la Casa Blanca en un edificio federal de Washington que, por ley, no puede negarse a que alguien lo alquile para celebrar un acto político.

The Atlantic ha publicado fragmentos del discurso de Spencer (se pueden ver aquí). Estas son algunas de sus frases:

«Para nosotros, es conquistar o morir».

«Los grandes medios de comunicación (…) no es que algunos sean realmente estúpidos. De hecho, uno se pregunta si estas personas son realmente personas, o sólo un golem sin alma, alentados por cierta oscura cobardía a repetir las órdenes recibidas por John Oliver la noche anterior».

«Ser blanco es ser un luchador, un cruzado, un explorador y un conquistador. (…) Nosotros reconocemos una mentira fundamental en las relaciones raciales de América. No explotamos a otros grupos. No ganamos nada por su presencia. Ellos nos necesitan a nosotros, no al revés».

«Es la gran lucha a la que estamos convocados. No hemos nacido para vivir avergonzados, débiles y deshonrados. No buscamos el reconocimiento moral de algunas de las criaturas más despreciables que hayan poblado nunca el planeta. Nacimos para dominarles a todos ellos, porque eso es lo natural, lo normal en nosotros».

«La prensa está claramente decidida a apostarlo todo en la guerra contra la legitimidad de Trump y la existencia de la América blanca. Pero están abriéndonos la puerta a nosotros».

«América era hasta esta última generación un país blanco, pensado para nosotros y nuestra posteridad. Es una creación nuestra, es nuestra herencia y nos pertenece a nosotros».

No cabe apelar a la ambigüedad en la interpretación de las palabras de Spencer. Es el viejo mensaje neonazi sobre la superioridad de la raza blanca, en este caso en EEUU, que debe imponerse sobre otros grupos étnicos o los traidores de su propia raza para que el país alcance su auténtica grandeza. Eso sólo puede pasar por que esa raza blanca recupere su antiguo destino, el de dominar a los que no son como ellos, los que son moral y étnicamente inferiores.

Stephen Bannon sostiene que dentro del movimiento alt-right hay grupos extremistas que terminarán siendo irrelevantes. No acepta que se le defina como «nacionalista blanco» (otro término empleado para definir a esta nueva extrema derecha) y se considera sólo un «nacionalista económico».

Los convocados por Spencer este fin de semana en Washington no están preocupados por estas discusiones terminológicas. Ven en la victoria de Trump un despertar de sus ideas después de décadas de estar fuera del discurso político convencional, del llamado «mainstream». Ahora aparecen en los grandes medios de comunicación y tienen la oportunidad de difundir sus ideas. Es un momento de victoria para ellos.

Son sólo palabras, dirán algunos. «El Holocausto no comenzó con asesinatos. Comenzó con palabras», ha recordado el Museo del Holocausto, de Washington.



11.50

Anoche hubo un breve comunicado del equipo de transición de Trump a las preguntas de los medios sobre el acto de Washington:

«El presidente electo Trump ha continuado denunciando el racismo de cualquier tipo y fue elegido porque quiere representar a todos los norteamericanos. Pensar de otra manera supone falsear un movimiento que unió a norteamericanos de orígenes muy diferentes».

No hay una condena o rechazo específicos al discurso de Spencer más allá de un rechazo genérico al «racismo de cualquier tipo», cuando se le estaba preguntando por uno muy concreto, el de los supremacistas blancos. Trump ha dedicado varios mensajes en su cuenta de Twitter a la absurda polémica con el reparto de la obra teatral ‘Hamilton’, pero no al apoyo recibido por grupos de extrema derecha. Es una posición coherente con la que mantuvo en la campaña electoral.

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La victoria inútil de Clinton

16.15

Los datos del escrutinio actualizados al domingo han vuelto a aumentar la ventaja de Clinton, que ahora se sitúa en 1.720.053 votos. 63.620.704 votos frente a 61.900.651 de Trump (48%-46,7%). Esa diferencia a favor de un candidato perdedor en colegio electoral es la mayor desde 1876.

En uno de los estados decisivos, Michigan, la ventaja de Trump sigue siendo de tres décimas. En votos, 11.612. Es el ejemplo más extremo de las diferencias mínimas que se produjeron en varios estados decisivos.

Los asteriscos de la tabla enlazada indican que se trata de resultados oficiales ya certificados por las autoridades del Estado. Es el caso de Florida, que ofrece estos datos. Trump: 4.617.886 votos (49%). Clinton: 4.504.975 (47,8%).

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Mientras Donald Trump continúa entrevistándose con los posibles miembros de su futuro Gabinete, el recuento definitivo de los votos en las elecciones de EEUU aumenta la ya amplia ventaja en favor de… Hillary Clinton. El último dato que publica Associated Press concede a Clinton 63.390.669 votos y a Trump 61.820.845. La diferencia en favor de Clinton es 1.569.824.

Poco después de las elecciones, varias estimaciones calculaban que la distancia podría llegar a 1,8 millones al quedar por contabilizar varios millones de votos en la Costa Oeste, sobre todo de California. Todo indica que el resultado final se acercará a esa cifra, y puede que incluso la supere.

En el apartado de votos desperdiciados por Clinton, podríamos incluir los de Texas, donde obtuvo al menos medio millón de votos más que Obama en 2012. Eso no impidió su derrota. En California, Trump obtuvo peores resultados que Mitt Romney, casi cinco puntos menos. Clinton mejoró los de Obama. Es otro dato irrelevante para el desenlace final.

California y Texas cayeron en el bando de siempre. Quienes no lo hicieron fueron los estados del Medio Oeste. Hubieran dado la victoria a Clinton en el colegio electoral, pero cayeron del otro lado.

Dos de las últimas cinco elecciones presidenciales en EEUU han arrojado un resultado diferente en el voto popular y en el voto del colegio electoral. La anterior fue en el año 2000. Para otros precedentes, hay que remontarse al siglo XIX (1824, 1876 y 1888).

El método de elección está establecido en el artículo segundo de la Constitución de EEUU. Para cualquier reforma constitucional, se exige una mayoría de dos tercios en ambas cámaras y la ratificación por tres cuartas partes de las cámaras de los estados. Es decir, no habrá reforma del sistema de elección.

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Cosas que hacer en sábado cuando no estás muerto

Quentin Tarantino y John Carpenter. ‘The Thing’ y ‘The Hateful Eight’.

–La habilidad narrativa de ‘Regreso al futuro’.
–Películas que predijeron el futuro sin equivocarse.
–La evolución de Tom Cruise.
‘South Park’ contra la censura.
–No creo que necesitáramos un remake de King Kong con esteroides.
Peter Jackson, coleccionista de cine.
–Apolo 17, el último viaje a la Luna.
–La vida en la Estación Espacial Internacional.
El detector de mentiras no detecta las mentiras.
–No, no mueren seis personas por cada kilo de cocaína, como dicen en ‘Narcos’.
–Dos Nissan, uno construido en EEUU, otro en México. Las diferencias en un choque frontal.

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Trump se va hacia la extrema derecha para sus primeros nombramientos

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Los que decían que Donald Trump se iba a moderar después de ganar las elecciones no deberían comprobar el currículum de sus primeros nombramientos, sobre todo de los conocidos este viernes, para no llevarse un susto.

Jeff Sessions, senador de Alabama desde 1997, será el próximo fiscal general, y por tanto dirigirá el Departamento de Justicia. En 2007, una revista conservadora lo llamó el quinto senador más conservador de la Cámara. En la época de Reagan, fue nombrado para un puesto de juez, pero no fue ratificado por el Senado al conocerse que había hecho antes unas cuantas declaraciones racistas.

También porque en los 80 en Alabama, procesó sin motivo a unas personas que se ocupaban de intentar aumentar el número de personas de raza negra registradas para votar. Sessions les acusó de fraude electoral, nada menos. Fueron absueltas.

Sessions llamó «una desgracia para su raza» a un abogado de raza blanca experto en derechos civiles. Una desgracia por defender a negros.

No es extraño que conocidas figuras de la extrema derecha norteamericana hayan mostrado su entusiasmo con la elección de Sessions.

El congresista de Kansas Mike Pompeo será el nuevo director de la CIA. Pompeo llamó «traidor» a Edward Snowden y dijo que debería ser traído de vuelta de Rusia, y ser juzgado y condenado a la pena de muerte. Esta misma semana, ha dicho que está deseando poner fin al «desastroso» acuerdo nuclear firmado con Irán, «el mayor Estado patrocinador del terrorismo». Apoyó el programa de interrogatorios de la CIA y todos los métodos de vigilancia de la NSA revelados por Snowden.

Tras el atentado de Boston de 2013, Pompeo dijo que los líderes religiosos musulmanes en EEUU eran cómplices de los terroristas por no denunciar esa violencia (lo que sí hicieron en su mayoría). Su nombramiento deja patente la influencia del vicepresidente electo, Mike Pence, en el proceso de transición.

El personaje más singular es Michael Flynn, teniente general retirado y exdirector de la DIA (la agencia de inteligencia del Pentágono). Será el consejero de Seguridad Nacional y tendrá un papel fundamental en la política exterior de Trump. En función de quién sea el secretario de Estado, podría ser el consejero más importante en esos asuntos.

Flynn fue el jefe de inteligencia de las fuerzas militares norteamericanas en Afganistán. En esa época, no sólo no hizo gala de las ideas extremistas por las que es conocido ahora, sino que adoptó una actitud muy diferente. Entonces, rechazaba la idea de que la lucha contra la insurgencia talibán era una empresa puramente militar con el objetivo de matar al mayor número posible de enemigos. Dio a conocer sus ideas en una publicación académica, cuando aún estaba destinado allí, para dejar claro que la guerra exigía un enfoque mucho más sofisticado: «Matar simplemente a los insurgentes suele servir para multiplicar el número de enemigos, en vez de para reducirlo».

De ahí pasó a dirigir la DIA, pero al ser destituido dos años después se convirtió en un guerrero reaccionario para el que la raíz de todos los problemas no era ya los yihadistas, sino la religión islámica en sí misma.

Hace unos meses, hizo este llamamiento desde Twitter para ordenar a los dirigentes árabes y persas (iraníes) a que abjuraran de su religión y procedieran a cambiarla por completo. Para Flynn, que ya entonces era un partidario convencido de Trump, la amenaza es el Islam. De hecho, no lo considera una religión.

Flynn sí es un gran partidario de los dictadores y personajes autoritarios del mundo islámico. Ha elogiado al egipcio Sisi. Su empresa de consultores ha hecho labores de lobby para un empresario turco con lazos directos con el partido de Erdogan. En un artículo, reclamó que el líder religioso Fethullah Gulen fuera extraditado a Turquía, como exige Erdogan por su supuesta participación en el golpe. Está a favor de una alianza con Rusia para colaborar en la lucha contra el terrorismo.

Una persona que le conoce de su época de Afganistán ha dicho al NYT: «Si le escuchas, en 10 minutos le oirás contradecirse dos o tres veces».

Al igual que su jefe, no se cortó al difundir información falsa sobre Hillary Clinton en la campaña:

Quizá todavía podamos decir que la política exterior de Trump es un enigma, pero los nombramientos de Pompeo y Flynn empiezan a despejar las dudas.

El periodista británico Mehdi Hasan entrevistó en mayo a Michael Flynn.

Foto: Michael Flynn en su toma de posesión como director de la DIA. Flickr de Ash Carter.

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Trump aún no tiene guión ni actores para su reality

Los espectadores siempre esperan conocer el desenlace de la serie o el reality antes de que acabe. Como eso es imposible, inundan la red de especulaciones sobre lo que puede ocurrir, y algunos son buenos en eso. Pero al final es el creador del programa televisivo el que sabe qué ocurrirá en cada momento.

Sólo Donald Trump cuenta con todas las claves del reality que comenzará el 20 de enero protagonizado por él y con un montón de personajes secundarios. ¿Quiénes formarán parte de su Gabinete? ¿Quiénes serán los que estén en la segunda línea de nombramientos totalmente fundamentales en gigantes burocráticos como los departamentos de Estado y Defensa? ¿Quién será el que con un cargo aparentemente menor en la Casa Blanca tenga la mayor influencia sobre el presidente? ¿A quién habrá que escuchar con atención sobre las relaciones con Oriente Medio, Rusia o la OTAN?

«¡Yo soy el único que sabe quiénes serán los finalistas!», dijo en la noche del martes. Habrá que espera a que emitan el programa en directo. El jurado está compuesto por una sola persona. Sus familiares también tienen algo que decir al respecto.

Y luego dicen que la gente hace demasiadas comparaciones en Twitter entre la realidad y ‘Black Mirror’.

El proceso de transición entre las dos administraciones está siendo tan caótico como era de prever, viendo lo que fue la campaña de Trump. Obama ha puesto todas las facilidades hasta el punto de que muchos de sus antiguos votantes han quedado perplejos al comprobar que su amado presidente contempla este trasvase de poderes como si el nuevo inquilino de la Casa Blanca fuera un tipo de lo más normal. Alguien al que hay que desearle que tenga el mayor éxito posible porque su éxito será el del país. No está claro si se refiere a una política xenófoba hacia los inmigrantes sin papeles, al nombramiento de jueces del Tribunal Supremo para anular la sentencia Roe vs. Wade que legalizó el aborto o a la reducción de los impuestos a los más ricos. Obama no ha concretado tanto.

Otros presidentes que ganaron las elecciones tenían preparados algunos nombramientos y planes para el caso de victoria. Trump no había hecho nada sea porque no creía que fuera a ganar o porque, según ha aparecido en algunos artículos, creía que adelantarse a los acontecimientos le daría mala suerte.

La transición depende de que el presidente electo forme un equipo que se ponga en contacto con la Administración saliente para que reciba la información necesaria. Además, debe proponer los nombres de las personas que ocuparán los cargos disponibles, no sólo los futuros ministros. EEUU no es como el Reino Unido. No se nombra a unos ministros y estos se ocupan de todo. No hay un Civil Service que asegure el funcionamiento de la Administración. Se trata de designar a miles de personas. En EEUU, los cargos de designación directa son muchísimos, y de ahí que sea tan útil ese periodo que va del día de las elecciones al 20 de enero, cuando toma posesión el nuevo presidente.

En menos de 10 días, Trump ha ofrecido una riada de titulares. Comenzó eligiendo a los dos puestos clave de la Casa Blanca. El jefe de gabinete será Reince Priebus, un tipo que le servirá de mediador con el Partido Republicano, porque esa fue la función que tuvo en la campaña como presidente del Comité Nacional Republicano. Su principal consejero y jefe de estrategia será Stephen Bannon, un ultraderechista que dirigía Breitbart News, una web informativa emisora de conspiraciones e ideas extremistas que convierte a Fox News en un ejemplo de imparcialidad y periodismo serio y riguroso. Bannon fue desde agosto el principal consejero de la campaña de Trump (sin contar a la familia).

Por entonces, el equipo de transición lo llevaba Chris Christie, al que se le suponen conocimientos sobre el funcionamiento de la Administración al ser gobernador de New Jersey, y que había apoyado a Trump en las primarias republicanas desde el momento en que tuvo que retirarse de la pelea. Pero unos días después entró en escena el que va a ser el elemento clave del nuevo Gobierno de Trump: la Familia (sí, en mayúsculas).

Christie perdió el puesto, según varios medios norteamericanos, por la influencia de Jared Kushner, yerno de Trump. Cuando Christie era fiscal, consiguió que el padre de Kushner fuera condenado a dos años de prisión por evasión fiscal y realizar donaciones ilegales a campañas. Hay cosas que no se olvidan.

Christie ha sido sustituido por el vicepresidente electo, Mike Pence. Eso ha contribuido a retrasar todo el periodo de transición.

En el Departamento de Estado y en el Pentágono, aún no saben nada del equipo de Trump. Nadie se ha puesto en contacto con ellos para acordar la transición, lo que es un detalle que no carece de interés por aquello de que EEUU es el país más poderoso del mundo. Tampoco tienen noticias en el Departamento de Justicia. Había unas personas que se ocupaban de asuntos de seguridad y defensa, pero han sido despedidos porque fue Christie quien los puso ahí (algo desmentido por un portavoz de Trump). Uno de los caídos en desgracia es el congresista Mike Rogers, del que se decía que podía ser el nuevo director de la CIA.

Han llegado en su sustitución dos excongresistas republicanos y Frank Gaffney, según el WSJ (también lo ha desmentido el equipo de Trump), que ocupó un puesto de alto cargo en el Pentágono en la época de Reagan, pero que es más conocido por dirigir un think tank (más tank que think) que promueve ideas islamófobas y que suscribe casi todas las teorías de la conspiración imaginables. Sostiene que los Hermanos Musulmanes se han infiltrado en la Administración de EEUU, que Sadam Hussein fue el responsable del atentado contra las torres gemelas en 1993 y contra un edificio federal en Oklahoma City (obra de ultraderechistas), que el logo de la Agencia de Misiles de EEUU esconde la sumisión de EEUU al Islam, y que Obama es un musulmán en secreto.

Eliot Cohen, exalto cargo del Departamento de Estado en la época de Bush, había recomendado a los expertos conservadores en esos temas que concedieran el beneficio de la duda a Trump y se mostraran dispuestos a colaborar con la nueva Administración. Resulta que tuvo un contacto con el equipo del nuevo presidente, un amigo suyo, y salió despavorido de la experiencia. «Están furiosos, son arrogantes, gritan ‘vosotros perdisteis’ («you LOST», en el original). Va a ser desagradable».

Cometió el terrible error de proponer nombres de personas que podían ser elegidos para algunos cargos siempre que los ministerios fueran dirigidos con gente con reputación y experiencia. Parece que esta condición fue considerada una provocación intolerable.

Cohen es un tipo de derechas. Es cierto que es de los que se opusieron a Trump. Pero no nos engañemos. No es un moderado. Ha comentado estos días que John Bolton podría ser un secretario de Estado muy capaz. Sí, ese Bolton, el neoconservador que fue embajador en la ONU con Bush a pesar de que no ocultaba su desprecio por esa institución y que pretendía que EEUU invadiera Irán cuando la Administración de Bush no había digerido aún la ocupación de Irak.

En un artículo posterior en el Post, Cohen dijo que, para el típico republicano especialista en estos asuntos, participar en los primeros compases de esta Administración «supone un alto riesgo de ver comprometida la integridad y la reputación». Cohen dice que Trump «se ha rodeado de mediocridades cuya principal cualificación parece ser la lealtad absoluta».

Esto último no es una gran novedad. Lo segundo, no lo de las mediocridades. Los nuevos presidentes valoran por encima de todo la lealtad en muchos de los primeros nombramientos. Aquellos que les apoyaron en la campaña son los primeros que recibirán el premio. El problema de Trump es que la mayoría del establishment republicano en temas de Exteriores y Defensa apoyó a otros candidatos o no ocultó su rechazo al millonario.

Lo lógico sería que ahora tendiera puentes e hiciera las paces con los republicanos más valiosos. Más aún si hablamos de un presidente que nunca ha servido en la Administración, no ha tenido un cargo electo ni tiene experiencia en asuntos militares y diplomáticos.

Pero tiene a sus hijos y pretende que estos reciban los permisos de seguridad necesarios, los reservados a altos miembros de Estado y Defensa, para que puedan acceder al contenido del informe diario que recibe el presidente y que incluye, entre otras muchas cosas, las amenazas terroristas inminentes. Y tiene a su yerno, de 35 años y casado con su hija Ivanka, que parece tener mano en asuntos de seguridad, a pesar de que su currículum se limita al sector inmobiliario de Nueva York.

Ellos son los que tienen la llave del reality. El guión se está improvisando, los actores de reparto aún no están contratados, pero todos confiamos en que la gala inicial sea un gran éxito. No hay que descartar sorpresas pavorosas en los primeros episodios y tampoco está muy claro cómo evolucionará la trama. Los ciudadanos norteamericanos han dejado de ser votantes y han pasado ahora a ser espectadores.

Realmente, no sé por qué la gente está tan preocupada por la llegada de Trump a la Casa Blanca.

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Algunas paradojas sobre la promesa de Trump de expulsar a millones de sin papeles

Protesta contra leyes antiinmigracion

Donald Trump ha tardado muy pocos días en confirmar dos de sus promesas de campaña más controvertidas. Son precisamente las que le propulsaron a la condición de favorito en las primarias republicanas y que mantuvo en la campaña electoral: la expulsión de millones de sin papeles latinoamericanos y la construcción de un muro en la frontera con México (que en algunas zonas podría ser una valla reforzada).

«Lo que vamos a hacer es coger a la gente que son criminales y que tienen antecedentes penales, pandilleros, traficantes de droga, probablemente dos millones, podrían ser incluso tres millones, y vamos a echarlos del país o vamos a encarcelarlos», dijo en la entrevista en CBS.

No dijo en qué plazo de tiempo lo hará. Si no se da prisa, se pondrá sólo al nivel de un presidente al que pocos han llamado racista y que se llama Barack Obama.

A mediados de este año, los medios norteamericanos informaron de que el Gobierno de Obama ya había deportado a 2,5 millones de extranjeros sin papeles desde 2009 hasta 2014. Esa cifra no incluía a aquellos que aceptaron voluntariamente ser deportados o a los que fueron expulsados en la misma frontera.

La cifra es un récord. Obama había deportado a más extranjeros que cualquier presidente anterior. Más que Bush y más que todos los presidentes juntos del siglo XX.

Ese incremento forma parte de una tendencia que se remonta a varias décadas atrás, pero que se ha intensificado con Obama (si bien es cierto que la cifra ha descendido en los últimos tres años). Seguro que todo el mundo ha escuchado a Trump decir que la frontera de EEUU con México es un coladero y que hay que destinar más recursos para impermeabilizarla por completo, como si eso fuera posible. El presupuesto de la Policía de Fronteras subió de 5.900 millones de dólares en 2003 a 11.900 millones en 2013. Los fondos del Departamento de Inmigración y Aduanas pasaron de 3.300 millones a 5.900 millones. Esos 18.000 millones sumados eran ya 20.000 millones en 2016.

Desde 2006, por imposición del Congreso, Inmigración está obligada a mantener detenidos a 34.000 extranjeros cada día con vistas a su deportación. Por cada uno que es expulsado, otro debe ocupar su lugar. Hay un pequeño problema de intendencia. El número de personas que intentan entrar en EEUU de forma ilegal desde México ha descendido desde los años 70 y 80. ¿Qué ocurre? Hay menos sin papeles a los que detener e Inmigración se ve obligada a hacer redadas para mantener el cupo y cazar a los que llevan muchos años viviendo en el país, los que han construido una nueva vida, tienen un trabajo y abonar los impuestos (indirectos) que pueden pagar.

El anuncio de Trump ofrece más paradojas. No hay tres millones de sin papeles que hayan cometido delitos. No hay suficientes ladrones, estafadores, violadores, asesinos o delincuentes en general que hayan nacido fuera de EEUU y con los que se pueda complacer con su expulsión al nuevo presidente. Según cifras oficiales, hay 1.900.000 personas que hayan sido procesadas por distintos delitos, pero ese número incluye también extranjeros con residencia legal en EEUU. En principio, la ley obliga a meter en prisión a estos últimos, pero no permite expulsarlos.

A finales de 2013, había unos 140.000 extranjeros cumpliendo penas en prisiones federales, estatales y locales (esa cifra también incluye personas con residencia legal a las que no se puede deportar). Queda un poco lejos de esos dos o tres millones de los que hablaba Trump.

Más números. El Congreso facilita al Gobierno fondos suficientes para expulsar como máximo a unas 400.000 personas al año (sólo en 2009 Obama superó ese límite con 409.000). Si quieren superar ese nivel, van a tener que gastar mucho más dinero.

Las cifras, como corresponde a un país tan inmenso, son mayores de lo que pensamos. He escrito alguna vez que la promesa de Trump de expulsar a los 11 millones de personas sin derecho legal a residir en EEUU sería una quimera incluso para una dictadura. Los números de la época de Obama indican que los expulsados en potencia son muchos más de los que nos podemos imaginar, pero aun así hay límites sobre lo que Trump puede hacer para distinguirse de Obama.

Sería un error pensar que la cruzada de Trump contra la inmigración se quedará en una simple continuación de la política de Obama, porque tiene poco sentido esperar que un nuevo líder vaya a olvidarse de las ideas que le permitieron triunfar en las urnas. Por otro lado, y teniendo en cuenta la traumática relación del nuevo presidente con la realidad, no hay que descartar que se invente las cifras, las de ahora y las del futuro. Él creó un problema para poder utilizarlo como munición en su campaña. Ahora que ha conseguido su objetivo, se ocupará de aparentar que está haciendo lo que nunca se hizo antes al precio de convertir en una pesadilla las vidas de los extranjeros que viven ahora sin papeles en EEUU. America, the beautiful.

Foto: Manifestación en Minneapolis en 2010 contra los deportaciones de sin papeles. Foto: Fibonacci Blue CC.

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La artífice de la victoria de Trump fue Hillary Clinton y su campaña

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Cada cuatro años las elecciones de EEUU ofrecen una oportunidad inagotable de explicar el resultado gracias a dos factores: el inagotable caudal de información que ofrecen estudios, encuestas y medios de comunicación, y el hecho de que es un país inmenso. Esto último es una obviedad casi cómica, pero tiene repercusiones que olvidamos en el análisis. Por ejemplo, la clase trabajadora blanca no es la misma en unos estados que otros. Las personas de alto nivel de ingresos no votan lo mismo en todos los sitios. Hombres y mujeres votan de forma similar en algunas zonas, pero en otras no.

Todo esto hace que los resultados ofrezcan infinidad de paradojas que desmienten las primeras impresiones, y aún más las anteriores al día de elecciones.

Por último, están los votantes, que no tienen la obligación de ser racionales en su decisión y que en muchas ocasiones aceptan que eligen a un candidato que quizá no esté a la altura de todo lo que promete. Quizá también ocurra que toleran aún menos a su rival. Los políticos no son los únicos pragmáticos.

El cómputo total de los votos arroja una victoria para Hillary Clinton tan clara como irrelevante. En el último dato del escrutinio ofrecido por la agencia AP, Clinton cuenta con una ventaja de 574.064 votos. Esa distancia probablemente se amplíe porque el recuento completo de California –el Estado más poblado y donde ganó Clinton– suele tardar bastante tiempo. Esa diferencia ya es mayor que la que tuvo Gore sobre Bush en su derrota del año 2000, y es también mayor que la que disfrutó Nixon en su victoria sobre Humphrey en 1968.

Pero, como todos sabemos, ese dato no vale nada, porque la elección presidencial se dirime en un colegio electoral, donde todo depende de los votos electorales obtenidos al ganar las elecciones en cada Estado. En ese recuento, Donald Trump ganó con 290 votos frente a 228 de Clinton. Ahí faltan dos estados por sumar, porque las victorias de Trump en Michigan y de Clinton en New Hampshire fueron por tres décimas y se está realizando un nuevo recuento exigido por la ley.

Hay tres estados que se distinguen sobre el resto: Pennsylvania, Michigan y Wisconsin. Suman 46 votos electorales y le hubieran dado la victoria a Clinton. En los tres ganó Obama hace cuatro años, como lo habían hecho todos los candidatos demócratas desde 1988. De ahí que se haya hecho tanto hincapié en la clase trabajadora de raza blanca de esos estados y se haya recuperado el concepto de ‘Demócratas de Reagan’. Por utilizar el caso de Pennsylvania, Reagan ganó allí las elecciones en 1980 y 1984 (con un 49,5% y un 53,3%). Se dijo que sus victorias inauguraban una nueva época parecida a la ocurrida antes en el Sur, donde las leyes antirracistas de Johnson habían dejado a los demócratas sin los trabajadores blancos de esos estados. George Bush, padre, se aprovechó de esa tendencia en 1988, pero Bill Clinton recuperó a esos votantes para la causa demócrata.

Desde entonces, Pennsylvania, Michigan y Wisconsin eran un muro contra el que se habían estrellado los candidatos republicanos hasta que llegó Trump, al que podríamos definir como el menos republicano de todos ellos por su trayectoria anterior. En los días anteriores a las elecciones, su campaña dedicó especial atención a esos estados con varias visitas de Trump. Su directora de campaña reconoció la víspera de los comicios que ganar en Michigan o Pennsylvania era crucial para conseguir la victoria.

Las diferencias entre ambos candidatos en esos dos estados no eran tan amplias como para que la estrategia de Trump fuera desesperada, escribí ese día. Indudablemente, lo tenía muy difícil, y de ahí que en la mayoría de los pronósticos Clinton partiera como favorita. Todo podía reducirse a un puñado de puntos. Y eso es lo que ocurrió. Trump ganó en Pennsylvania por 1,2 puntos (unos 68.000 votos). En Michigan por 0,3 (menos de 12.000 votos). En Wisconsin, un Estado de corte similar, por un punto (unos 27.000 votos).

Con tan escasa diferencia, cualquier cambio con respecto a cuatro años atrás es significativo. Varios medios norteamericanos han puesto nombre a los condados que dieron la victoria a Obama en 2008 y 2012, y que ahora votaron a Trump. Jeff Guo, de Wonkblog, destaca por ejemplo el condado de Luzerne en Pennsylvania (320.000 habitantes). Allí Obama ganó por cinco puntos hace cuatro años. Ahora Trump le sacó 20 a Clinton. En el condado de Juneau en Wisconsin (24.000 habitantes), Obama había ganado por siete puntos. Trump lo hizo por 26 de diferencia.

James Hohmann, también en el Washington Post, destaca el condado de Macomb, en Michigan (840.000 habitantes), donde también había vencido Obama. Trump obtuvo el 54% de los votos con una participación récord en las urnas.

Los periodistas que se acercaron tras las elecciones a ese condado descubrieron el mismo panorama. La denuncia de Trump por los empleos perdidos a causa de los acuerdos comerciales con otros países caló entre la clase trabajadora de esas zonas. Otras regiones de EEUU han visto aumentar su base industrial, por ejemplo en el sector automovilístico desde entonces, pero obviamente eso no era ningún consuelo para ellos. Los mensajes basados en la macroeconomía no llegan a los votantes que tienen problemas a fin de mes.

En el plano personal, Clinton era despreciada u odiada en esos lugares como ejemplo paradigmático de una clase política que no se preocupa por esos trabajadores. Sencillamente, no se fiaban de ella. Por el contrario, los defectos personales de Trump eran pasados por alto. Algunos de esos votantes no tenían una opinión nada buena de él, pero eso no les importaba. Lo veían como alguien que podía solucionar sus problemas.

No había grandes diferencias entre las opiniones de hombres y mujeres. La famosa cinta de audio con la conversación de Trump en la que alardeaba de sus conquistas sexuales y su infidelidad pudo causar espanto en zonas urbanas del país donde de todas formas los demócratas siempre ganan. En muchas zonas del Medio Oeste, no parece que tuviera el menor efecto. Desde luego, entre los hombres, no. Muchos de ellos querrían estar en la misma posición de Trump. Ser millonario y tener a su alcance a un montón de mujeres estupendas.

A escala nacional, el voto femenino no se comportó como decían las encuestas de meses anteriores. El 62% de las mujeres sin título universitario votó por Trump (y el 51% de las mujeres con título). El titular ‘Las mujeres derrotarán a Trump’ resultó ser una ficción.

Volviendo al Medio Oeste, en relación a ideas xenófobas o racistas, eso no era un factor relevante en lugares donde todos son blancos. Si en otras zonas del país con gran presencia de negros y latinos, esos ataques causaban la alarma por su efecto futuro en la convivencia, en estos condados –bien por desinterés o por compartir esos prejuicios raciales– resultaba irrelevante. No piensas que el racismo es un problema cuando no lo ves todos los días. Y si te dicen que una parte de tu mala situación se debe a supuestos privilegios que reciben otros que no son como tú, no tardarás mucho en darles la razón.

Más allá de los datos, están las pruebas circunstanciales. Lo que se suele llamar periodismo, o al menos los artículos en que reporteros hablan con ciudadanos que sólo se representan a sí mismos. Los votantes. Se han publicado unos cuantos reportajes sobre ellos. Uno muy interesante es el de Alec MacGillis que en los últimos meses ha conversado con votantes que «vivían en lugares en decadencia, y que lo habían estado durante algún tiempo», que «no estaban especialmente ligados a un partido concreto», y que sentían «un profundo desprecio por ese Washington hiperpróspero y disfuncional al que ven como algo completamente separado de sus vidas».

MacGillis lo llama la «venganza de la clase olvidada». Los abandonados, no por la última crisis, sino por muchos años más de buscar empleos dignos. Ahí hay muchos votantes de Obama que vieron a su rival de 2012, Mitt Romney, como el típico representante de la clase alta que nunca se preocuparía por ellos. Pero desde entonces han pasado muchas cosas. Los demócratas eligieron a un nuevo candidato:

«Por un lado, ella se vio liberada de su mandato representando a la oprimida zona norte de Nueva York como senadora. Había pasado el tiempo desde 2008 en los dominios del Departamento de Estado y luego había dado más de 80 discursos pagados a bancos, empresas y asociaciones comerciales por una compensación total de 18 millones de dólares. Por otro lado, las razones para el resentimiento y el abandono habían crecido en muchas comunidades del Rust Belt donde a Obama le había ido bien. Podrían estar saliendo poco a poco de la Gran Recesión, pero el progreso era horriblemente lento, y se estaban quedando atrás frente a ciudades en expansión como Nueva York, San Francisco y Washington, donde la diferencia de ingresos en su favor había crecido comparada con el resto del país».

Lo de «oprimida zona norte de Nueva York» es irónico. Se refiere a la burbuja de dinero y amigos poderosos en la que vivió Clinton desde de que dejó la Casa Blanca.

La decadencia de todas esas comunidades del Rust Belt comenzó hace mucho tiempo. La desindustrialización no se inició en los últimos ocho años. Pero los agravios se acumulan. Los votantes dieron una oportunidad a los demócratas con Obama, pero no iban a aguantar toda la vida. Las grandes promesas de Obama nunca se cumplieron: ni en la recuperación económica de esas zonas (sí en otras zonas del país) ni en la reconciliación racial que podía traer consigo el primer presidente negro de EEUU (no es que eso sea culpa de Obama).

En realidad, como explica Jeff Guo, no hay una correlación directa entre aumento del desempleo o descenso de salarios medios y el incremento de votos a Trump. Más bien al contrario. Trump sacó más votos que Romney en los condados donde más cayó el desempleo desde 2012. No fueron los votantes más pobres los que le dieron la victoria, porque esos probablemente ni siquiera fueron a las urnas. Pero puede ocurrir que alguien que tenga empleo ve cómo otras personas cercanas no tienen esas oportunidades o que se crean el mensaje de un candidato de que su comunidad o todo el país camina en la dirección equivocada. Es un campo fértil para un político demagogo con soluciones simplistas que enciende la mecha del resentimiento racial y político.

Y años después llegó Hillary Clinton, coronada por los demócratas después de su fracaso de 2008. Por alguna razón, pensaron que lo que no funcionó entonces ahora sería infalible. Su campaña dio por hecho que esos estados de los que estamos hablando estaban garantizados. Pennsylvania no fue completamente ignorada, pero allí la prioridad estaba en las zonas urbanas. Algunos datos sobre el gasto en anuncios televisivos (siete veces más en Los Angeles que en Milwaukee) indican que la campaña de Clinton no estaba gastando el dinero donde debía hacerlo.

El mensaje de Trump dirigido a los trabajadores blancos fue simple y efectivo, con especial énfasis en lo primero. Que nosotros en Europa nos fijáramos más en el conflicto racial atizado por Trump y en su deplorable trayectoria en relación a las mujeres tiene un pase. Que la campaña de Clinton pensara que iba a ganar las elecciones centrando su campaña en eso resultó un error estratégico. Había zonas del país en que se necesitaba otra respuesta que nunca llegó.

Al final, los votantes republicanos se unieron en torno a su candidato, aunque muchos tenían dudas y tomaran su decisión en los últimos días. Nada que pueda sorprender a los que conocen la polarización de la política norteamericana. Pero muchos votantes demócratas habían tenido ya suficiente con Hillary Clinton. En el fondo, no tantos, como demuestra su ventaja de más de 500.000 votos en todo el país. Pero sí los suficientes en los lugares que fueron decisivos.

Clinton fracasó en Florida y Ohio con lo que necesitaba mantener el voto tradicional demócrata en el Medio Oeste. Cuando se quiso dar cuenta en los últimos días de campaña, ya era tarde. Había sido una mala candidata en 2008 y volvió a serlo en 2016. Si quedaba alguna duda, sólo hay que comprobar su reacción tras la derrota. En una llamada telefónica a los que donaron más de 100.000 dólares a su campaña (siempre la gente con dinero por delante), dio su versión: la culpa fue del director del FBI, pero no suya.

La culpa siempre es de los demás, no suya. La historia de su vida.

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