Un error revelador del embajador ruso en Londres

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El embajador ruso en Gran Bretaña cita en Twitter una declaración del Ministerio ruso de Defensa: «Se han encontrado pruebas del uso de armas químicas por los yihadistas. Si disparar gas sobre una ciudad es moderado, ¿qué es lo radical?». Y utiliza una foto en la que se ven decenas de cadáveres.

Es un caso de propaganda que se vuelve contra su autor, porque la foto empleada es de 2013 (se puede ver aquí y aquí). La imagen de Reuters corresponde a los muertos en un ataque del Gobierno sirio contra Ghuta Oriental, en los suburbios de Damasco. Es el bombardeo en el que existieron sospechas fundadas que se utilizaron armas químicas, por el que EEUU amenazó con represalias militares y que finalmente condujo a un acuerdo de EEUU y Rusia para la retirada del país del arsenal sirio de armas químicas.

Rusia y Siria siempre negaron que se utilizaran municiones de artillería cargadas con gas sarín. Ahora el embajador ruso usa precisamente esa imagen para acusar a los insurgentes de eso mismo. Su departamento de propaganda debería actualizar su archivo. Eso en el caso de que haya sido un error.

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El enigma de la política exterior de Trump

Camarada Trump

De todos los enigmas por desvelar sobre la presidencia de Donald Trump, hay uno que preocupa especialmente fuera de EEUU: cuál será la nueva política exterior y de defensa. Preocupación es una palabra que se queda corta para algunos países. Las repúblicas bálticas, siempre temerosas de Rusia, temen que los elogios de Trump a Putin sean el prólogo de una mejora de las relaciones entre ambos estados. Todos los países implicados en la guerra de Siria se preguntan ahora qué hará Washington a partir del 20 de enero. Alemania querrá saber si la relación con EEUU será ahora exclusivamente económica. Y luego está México por razones que no es necesario explicar en detalle a estas alturas.

Si las embajadas de esos países se pusieran en contacto con expertos de los think tanks y profesores universitarios para buscar pistas, es probable que se encontrarían con caras tan perplejas como las suyas. Nadie sabe a ciencia cierta qué responder tanto porque la política exterior ocupó un espacio secundario en la campaña electoral como porque las ideas de Trump eran contradictorias, incompletas o difíciles de creer.

Carla Robbins es profesora en la City University de Nueva York, cubrió la información diplomática para el WSJ y fue corresponsal del NYT. Es una de esas personas que no puede dar una respuesta clara a las futuras prioridades de EEUU en ese campo. En una conferencia a la que asistí este miércoles, reconoce que eso es «un gran enigma» a causa de la falta de experiencia de Trump en política exterior: «Lo único que saben los saudíes y los europeos es que él quiere que paguen más por su seguridad. Con México, se sabe que quiere construir un muro. No mucho más».

George Bush estaba en la misma situación. Trump ha viajado más a otros países que Bush antes de llegar a la Casa Blanca, pero visitar sus negocios en el extranjero –campos de golf, casinos y hoteles– no cuenta demasiado en esto.

La diferencia es que Bush contaba con expertos en el tema, que le fueron dando clases particulares, y en el Gobierno con gente de amplia experiencia: Cheney, Rumsfeld, Rice y Powell. Trump carece de esa primera línea de asesores. «La mayoría de los expertos en política exterior del Partido Republicano dijeron que Trump no daba la talla para ser comandante en jefe (en EEUU gusta mucho esta terminología militar para referirse al presidente). Trump nunca ha aceptado bien el rechazo, así que no sabemos si aceptará ahora a los que criticaron», dice Robbins.

Lo único que concreta es que «podemos esperar un aumento del gasto militar, pero no exactamente dónde», en qué partidas. Trump está en contra de los recortes en Defensa que se aprobaron en 2011 como parte de un acuerdo Casa Blanca-Congreso para reducir el gasto público, y que deberían entrar en vigor este año. En realidad, lo más probable es que esos recortes nunca lleguen a producirse, como ha pedido el Pentágono.

Durante las primarias republicanas, Trump lanzó mensajes que se alejaban por completo de la ortodoxia republicana. Sus ideas económicas nacionalistas le acercaban a un vago aislacionismo, nunca respaldado por una estrategia definida. Dijo que la OTAN estaba obsoleta, pero no tardó mucho en sostener lo contrario. En realidad, lo único que le preocupaba era la factura. Para sostener que todo el planeta está estafando a EEUU –una premisa imposible de creer–, exige que sus aliados aumenten sus gastos de defensa. Hay que suponer que en ese caso EEUU podría reducir los suyos. Pero podemos afirmar sin mucho temor a equivocarnos que ni él ni los republicanos tienen la intención de hacerlo.

En esta entrevista, el senador Jeff Sessions, que podría ser el próximo secretario de Defensa, deja claro que las ideas de Trump incluyen un programa de rearme para modernizar la Armada y las armas nucleares, y un aumento de las tropas del Ejército, de 480.000 a 540.000. Todo suena muy típicamente republicano. Cómo se financia todo eso con un descenso de impuestos es algo que no suele preocupar mucho en ese partido.

«Cuando el mundo ve lo mal que está EEUU, y luego si vamos y hablamos de derechos civiles, no creo que seamos un buen mensajero”, dijo en una entrevista con el NYT en julio dedicada a la situación internacional. Fue una conversación confusa y marcada por las extrañas ideas del entonces candidato –decía que la rivalidad histórica entre turcos y kurdos se podía resolver con «reuniones»– y esa obsesión por que los aliados paguen sus facturas a EEUU. Esa frase podría indicar una revisión de la mentalidad imperial de Washington ante muchos conflictos. Peros unos pocos comentarios no pueden sustituir a una visión estratégica.

Ya desde las primarias esa clase de opiniones sirvieron para que conocidos neoconservadores del mundo académico y periodístico denunciaran a Trump como alguien indigno de ser el candidato republicano. Algunos de ellos incluso llegaron a mostrar su apoyo a Hillary Clinton, a la que consideraban –no sin razón– una alternativa más segura para intensificar el intervencionismo militar norteamericano en el exterior.

Los que apostaron por un aumento de la ayuda militar de EEUU a los grupos insurgentes que quieren derrocar a Asad aspiraban a una victoria de Clinton. En uno de los debates, ella planteó la alternativa de una zona de exclusión aérea, una idea inviable que sólo podía conducir a un enfrentamiento de aviones rusos y norteamericanos.

La frase que definió a Trump sobre Siria era esta: «No me gusta Asad en absoluto, pero Asad está matando al ISIS». La Administración de Obama prefirió apoyar a los kurdos sirios para conseguir ese objetivo. No es que la posición de Trump fuera pacifista o que quisiera asignar a Asad la labor de acabar con los yihadistas. Hay otra frase que se puede recordar: «I’m gonna bomb the shit out of ISIS». No parece que eso sea una gran novedad porque era lo que ya estaba haciendo EEUU.

Trump sí que se ha mostrado en contra de armar a los insurgentes sirios. Prefiere apostar por una solución negociada en la que intervenga Rusia. Ya hay negociaciones ahora entre EEUU y Rusia sobre Siria, sin mucho éxito. Para saber si con Trump serían diferentes, habría que conocer sus ideas al respecto.

En cualquier caso, un presidente que acaba de llegar a la Casa Blanca y cuya prioridad es lo que ocurra dentro de las fronteras del país no querrá que su tiempo sea monopolizado por una guerra en el exterior. Sobre Siria, sus opciones serían además tan limitadas como las de ahora. De él sí depende directamente la CIA y tendría que decidir si esa organización continúa armando y financiando a algunos grupos insurgentes.

Sobre Israel, Trump continuará con la política de apoyo completo a Israel, pero se espera que, al igual que si hubiera ganado Clinton, las relaciones del presidente de EEUU con Netanyahu mejoren de forma evidente. Trump ha prometido en la campaña que la embajada de EEUU en Israel se traslade de Tel Aviv a Jerusalén, una medida equivalente en términos diplomáticos al reconocimiento de la soberanía israelí sobre toda la ciudad y una provocación evidente a todos los gobiernos árabes. El Congreso lleva aprobando ese traslado desde hace muchos años, pero siempre que lo hace el Departamento de Estado tiene derecho a congelar esa medida si cree que perjudica a los intereses de EEUU.

Por ese motivo y otros, los partidos de ultraderecha que forman parte del Gobierno israelí están encantados con la victoria de Trump. El ministro de Educación lo ha dicho en términos claros: «La era del Estado palestino ha acabado». Un líder de los colonos judíos de Hebrón dijo que han terminado «los días difíciles de Obama» para los asentamientos.

Hablar de Trump en esta campaña ha supuesto en los medios norteamericanos hablar de Putin, y de además de forma obsesiva. La atención prestada al Gobierno ruso, incluida la acusación norteamericana de estar detrás del ataque informático al Partido Demócrata, ha provocado un resurgir del ambiente de guerra fría en Washington, en especial en los medios. Algunos periodistas de actitud en general bastante moderada se han lanzado a pintar a Rusia como si fuera una amenaza similar a la de la antigua URSS. Hay relojes mentales que se han atrasado casi 30 años.

Unas declaraciones de Putin elogiando a Trump –tampoco de forma muy entusiasta– fueron recogidas con agrado por el millonario. Era otra manera de criticar a Obama y Clinton. Está claro que a Trump el estilo autoritario del líder ruso le agrada, pero eso no supone que vaya a convertir a Washington en un aliado íntimo de Rusia. Si consigue contribuir a rebajar las tensiones, eso sería positivo. Los intereses estratégicos de ambos países compiten en varias zonas del mundo, con lo que sería exagerado poner muchas esperanzas en ello.

El ego de Trump le obliga a creer que podrá ocuparse de Putin con más destreza que la ofrecida por Obama. Alguien debería decirle que antes de fiarlo todo a las supuestas virtudes personales, es mejor que los países tengan una estrategia definida sobre política exterior.

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Trump vence a Clinton, las encuestas, los medios… a todos

Donald Trump, un millonario absorbido por su ego que desprecia a las mujeres y se ha casado tres veces, será el 45º presidente de Estados Unidos. Donald Trump, que desde el primer momento basó su campaña en un mensaje xenófobo y ultranacionalista, será el jefe de Estado de un país –que cuenta con una sociedad multirracial– que se construyó en el siglo XIX con la llegada de inmigrantes de todo el mundo. Donald Trump, un personaje de nulo bagaje político y conocido en todo el país por su presencia en un reality televisivo, superó así a Hillary Clinton, el Partido Demócrata, casi todos los medios de comunicación y las empresas de encuestas.

Antes en las primarias, había derrotado al Partido Republicano y a la presentadora más popular de Fox News. No ha vuelto a crecer la hierba allá por donde ha pasado Trump, nacido hace 70 años en el distrito neoyorquino de Queens.

En una noche de sorpresas, Donald Trump consiguió lo que muchos pensaban que estaba fuera de su alcance y Hillary Clinton terminó asumiendo el papel que todos creían que interpretaría Trump, el del perdedor que se niega a aceptar su derrota. Cuando el candidato republicano estaba a unos pocos pasos de convertirse en presidente –al darle varios medios la victoria en Pennsylvania–, la campaña de Clinton tomó la inesperada decisión, poco después de las dos de la mañana, hora de Nueva York, de no reconocer la derrota.

El presidente de la campaña de Clinton, John Podesta, subió al escenario del Centro Javits para anunciar que quedaban votos por contar y que todos deberían irse a dormir. Ella no ha acabado, dijo refiriéndose a Clinton, y por lo tanto no iba a reconocer la derrota.

Era una ficción o una farsa. Unos minutos más tarde, Clinton llamó por teléfono a Trump para felicitarle por la victoria. Quizá quiso negar al principio a su rival la satisfacción de celebrar esta misma noche su triunfo. Quizá no tuvo valor para dar la cara o alguien le convenció luego de que no podía dejar de aceptar lo inevitable.

Al igual que tras la presidencia de Bill Clinton, los demócratas dejaron escapar una victoria que creían tener asegurada. También como entonces, la primera mirada se dirigió hacia el derrotado, en este caso, Hillary Clinton. Los demócratas lo prepararon todo para que fuera coronada en 2008, pero un desconocido Barack Obama aguó la fiesta al aparato del partido.

Ocho años después, lo volvieron a intentar y lo consiguieron, pero las urnas le reservaban un destino amargo. Clinton era tan impopular como Trump, pero lo que a él no le mató en las urnas, a ella la destrozó en zonas que llevaban votando a los demócratas en las presidenciales desde finales de los 80.

Una derrota de todas las élites

El desenlace fue tan sorprendente para los analistas de todos los medios que la explicación tiene que ir más allá de las carencias contrastadas de Clinton como candidata. Hay cuestiones sociológicas y económicas más profundas. El rechazo a las élites políticas, económicas y culturales presente desde hace tiempo en las zonas más conservadoras del país se extendió a lugares donde los demócratas se sentían seguros en elecciones presidenciales.

En el Medio Oeste, escenario de una perenne crisis industrial, la clase trabajadora blanca sin estudios universitarios –así aparece siempre descrita en detalle por los medios norteamericanos– giró hacia los republicanos en lugares como Pennsylvania, Michigan y Wisconsin.

Trump ganó en Ohio y Florida, pero al final eso no importó. El día anterior a las elecciones, la campaña del republicano reconocía que necesitaba una victoria en estados como Pennsylvania y Michigan, donde la última vez que ganó su partido en unas presidenciales fue en 1988. No lo tenía imposible, pero sí tremendamente difícil. Las encuestas decían que tenía que ganar en demasiados sitios distintos como para que pudiera cumplir su propósito.

Al final, la realidad colmó y superó las expectativas de Trump.

Los medios norteamericanos habían hecho con Trump la cobertura más hostil que haya tenido nunca un candidato de uno de los dos partidos. El millonario devolvió los golpes con gusto, aplicando la idea que siempre le guió en sus años de empresario inmobiliario de Nueva York. No hay publicidad que sea negativa. Lo peor es que no se hable de uno. Y si hablan mal, eso te servirá para contraatacar con la misma fuerza. Su electorado, que cree que los grandes medios de comunicación están vendidos a los demócratas, celebró esos ataques como la única respuesta que se merecían los periodistas.

Un caos que funcionó

La suya fue una campaña caótica y errática en la que asesores despedidos continuaban aconsejando a Trump. El ambiente de los últimos días no presagiaba en absoluto una victoria. El millonario casi nunca aceptaba los consejos de los dirigentes del Partido Republicano o de sus propios asesores cuando le pedían que fuera menos agresivo en sus ataques o que se centrara en su programa.

Trump nunca se inmutó por el apoyo público de todo tipo de grupos racistas o ultraderechistas. Nunca los repudió, ni siquiera cuando llegaban de conocidos exmiembros del Ku Klux Klan. Tampoco cambió de táctica cuando le dijeron que no era conveniente seguir atacando a las mujeres que le habían denunciado por acoso o abusos sexuales. Al igual que con sus ataques insultantes a los inmigrantes latinos –comenzó su campaña en las primarias llamando «violadores y narcotraficantes» a la mayoría de los que venían de México–, parecía que eso no le preocupaba, como si no fuera a necesitar sus votos. Y la realidad de estos Estados Unidos de comienzos del siglo XXI le dio al final la razón.

En los últimos días, sus asesores consiguieron que dejara de tuitear de forma compulsiva o de retuitear mensajes de grupos racistas. Fue su única concesión. En la noche del martes, antes de que llegaran los primeros resultados, su jefa de campaña afirmaba que Trump no había recibido todo el apoyo que necesitaba del Partido Republicano. Sonaba a la típica excusa de quien está preparando la derrota para adjudicar su responsabilidad a otros.

Ocho horas después, Trump se había convertido en presidente.

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Obama echa el resto para hacer posible la victoria de Clinton

Nunca antes en los últimos 100 años un presidente de EEUU al final de su segundo mandato se había lanzado a la campaña con tanta intensidad como Barack Obama para facilitar la victoria de su partido en las elecciones presidenciales. En el último día de campaña, Obama viajó a Michigan, New Hampshire y Pennsylvania para pronunciar largos y apasionados discursos en favor de Hillary Clinton y, sobre todo, contra Donald Trump.

Obama echó el resto no lanzándose a la carretera, sino en el Air Force One. Cuando el presidente utiliza el avión oficial por motivos relacionados con su partido, hay que reembolsar al Estado el coste que habría supuesto un vuelo chárter, una cantidad muy inferior a los 206.337 dólares la hora que se suele citar como coste de poner en el aire el avión presidencial (un cálculo aproximado y quizá no del todo exacto).

La presencia de Obama –y de su esposa Michelle en el mitin de Filadelfia– es la constatación de dos hechos aceptados por todos. La escasa popularidad de Hillary Clinton y los números muchísimo mejores del presidente en su final de mandato. Según Gallup, el apoyo a Obama está ahora en un 54%, cuando la media de sus dos años en la Casa Blanca se encuentra en el 48%.

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Ningún político ha sacado tanto partido a las conspiraciones como Trump

La última información que los partidarios de Donald Trump hicieron circular la semana pasada confirma sin lugar a dudas la maldad intrínseca de Hillary Clinton. Con un país tan religioso como EEUU, qué menos que Satanás aparezca en la historia y que haya algunos demócratas entre sus devotos seguidores. Uno de los miles de emails de la campaña de Clinton difundido por WikiLeaks hizo saltar las alarmas.

«Un email filtrado parece relacionar al presidente de la campaña de Clinton con un insólito ritual ocultista», contaba la página web de Sean Hannity, el presentador de Fox News más entusiasta con Trump. La activista ultraconservadora Laura Ingraham –un millón de seguidores en Twitter– tuiteó un artículo que no era nada ambiguo: «Un email revela que Podesta (presidente de la campaña de Clinton) asistió al acto ‘Spirit Cooking’ que ha sido descrito como satánico». Más de 4.000 personas lo retuitearon.

¿Satánico? ¿Magia negra? ¿Ocultismo? ¿ Marina Abramović? Un momento, ¿Abramović? ¿La artista serbia conocida por sus performances extremas o, al menos, nada convencionales y de la que no constan conexiones con Lucifer? Efectivamente, la misma. Aparece en el artículo, así como el email citado, que sí existió. Es un email del hermano de John Podesta, que le pregunta si asistirá a la actuación de  Abramović. Por lo visto, ella estaba interesada en que fueran. 

El artículo promovido por Ingraham explica que la participación de Podesta en el ritual, que no sabemos si finalmente se produjo, «podría explicar la antipatía apenas oculta de la campaña de Clinton por la Iglesia católica». El trabajo de Satanás, una vez más desvelado por las almas puras. 

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El Servicio Secreto vuelve a llevarse a Trump del escenario de un mitin

Los mítines de Donald Trump no han estado escasos de incidentes en esta campaña, tanto por algunas protestas como por el lenguaje a veces incendiario del candidato. En el mitin de Reno, en Nevada, en la tarde del sábado, se produjo por segunda vez con él un incidente que no está dentro de los habituales. Dos agentes del Servicio Secreto subieron al escenario para coger del brazo a Trump y sacarlo de ahí rápidamente.

Al mismo tiempo, otros policías fueron a las primeras filas de la zona más cercana al escenario y se llevaron detenido y esposado a un hombre de raza blanca de entre 30 y 40 años. La primera versión que circuló en los medios norteamericanos es que alguien había visto a una persona con un arma.

Trump no tardó mucho tiempo en volver a aparecer para continuar su discurso sin más referencia al incidente que varios elogios a los agentes del Servicio Secreto, el organismo que tiene entre sus funciones la protección del presidente y también de Donald Trump y Hillary Clinton en esta campaña.

Según la información facilitada más tarde por fuentes policiales a ABC News, se trató más de un caso de pánico repentino que de una amenaza real. Nadie sacó un arma y varias personas se pusieron nerviosas cuando un hombre levantó un cartel. Alguien gritó «tiene un arma» y los agentes optaron por llevarse a Trump y detener al hombre al que otros señalaban.

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Los latinos de Florida pueden acabar con las esperanzas de Trump

Todos los análisis sobre las elecciones de EEUU indican un hecho casi incontestable. Si Donald Trump pierde en Florida, está muerto. Las diferencias se han estrechado en las encuestas nacionales, pero la clave sigue estando en los estados clave en los que los sondeos no dan ahora mismo un claro ganador. Entre ellos, están Florida (29 votos electorales), Pennsylvania (20), Ohio (18) y Carolina del Norte (15). Las combinaciones son muchas, pero Florida se destaca una vez más sobre los demás estados con sus 20,2 millones de habitantes.

Una encuesta encargada por la cadena Univision entre votantes latinos de Florida y otros estados indica que la victoria de Hillary Clinton sobre su rival será arrolladora en esa comunidad con un 60% frente al 30% de su rival republicano. La importancia del dato depende del nivel de participación de los latinos, muy por debajo habitualmente de los porcentajes habituales entre los negros y los blancos no latinos. De ahí que tantas veces se haya llamado a los hispanos el «gigante dormido» de las campañas electorales norteamericanas.

Los ataques de Trump a la inmigración procedente de México, o llamar violadores y narcotraficantes a la mayoría de los inmigrantes que llegan del sur, pueden hacer que ese electorado despierte. El gran perjudicado será el Partido Republicano, y no sólo en Florida. «Estos números de Florida no son sólo tenebrosos para Donald Trump. Son totalmente terroríficos para los republicanos en todo el país», dijo a Político Fernand Amandi, uno de los responsables de la encuesta hecha pública por Univision.

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La muerte de un trabajador desvela la realidad oculta de Marruecos

Manifestaciones en Rabat, Casablanca, Marrakesh, Agadir y, sobre todo, Al Hoceima (Alhucemas). La muerte de un vendedor de pescado ha desatado la furia popular en Marruecos contra el Gobierno y la Policía, y también contra la monarquía al haberse escuchado gritos contra el Majzen, el término con el que se conoce a la élite dirigente del país dirigida por el monarca Mohamed VI.

Mouhcine Fikri, de 31 años, era un vendedor de pescado al que la policía le incautó el viernes por la noche una partida de pez espada, cuya pesca está prohibida en esta época del año. Tiraron la carga a un camión de la basura y Fikri y cuatro personas que estaban con él se lanzaron a su interior para intentar recuperar algo. Alguien puso en marcha el mecanismo del camión que tritura los desperdicios. A Fikri no le dio tiempo a salir y murió aplastado.

Esto es lo que se supo inicialmente del incidente, presentado en las primeras versiones como un accidente, pero para los marroquíes sólo contaba una parte de la historia. Circularon comentarios sobre algo que conocen muy bien, que es la corrupción de la policía. Un soborno soluciona siempre este tipo de situaciones. La gente da por hecho que Fikri podría haber recuperado el pescado si hubiera tenido con qué pagar. Cuando él y sus amigos entraron en el camión, sin haber pagado el soborno, un policía ordenó ponerlo en marcha para obligarles a salir, según un testigo.

El martes, la Fiscalía anunció la detención de once personas bajo la acusación de homicidio involuntario y falsificación de documento público. Lo segundo indica que podría haber policías entre los detenidos por haber falseado los hechos en el informe inicial.

Alhucemas vivió una jornada de huelga general el día del entierro de Fikri y una manifestación de miles de personas. La movilización se extendió a las principales ciudades del país en los días posteriores.

En la manifestación de Alhucemas, se vieron carteles de Abd El-Krim, el líder rifeño que luchó contra la dominación colonial francesa y española. También banderas del Rif. La muerte de Fikri es otro motivo más para llevar a la calle las acusaciones en el Rif contra el abandono que han sufrido desde siempre a manos de las autoridades del país.

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Manifestación en Rabat el domingo. Foto: Fatima Zohra Bouaziz/EFE.

Nada ha cambiado en Marruecos desde que las protestas de 2011, en el inicio de la Primavera Árabe, fueran neutralizadas con detenciones y promesas de reformas. El poder real sigue estando en manos del monarca y de una constelación de miembros de la clase dirigente y empresarial cuya mayor influencia procede de su cercanía a la monarquía. El Gobierno, ahora dirigido por un partido islamista, carece de cualquier capacidad de decisión en los asuntos de seguridad interior y política exterior, pero tampoco cuenta con autonomía en política económica, ya que está obligado a respetar los derechos del Majzen, que se reserva los grandes contratos de infraestructuras y del sector servicios.

Nada ha cambiado desde la situación descrita en 2009 por un telegrama del Departamento de Estado, conocido gracias a Wikileaks, describiera los intereses económicos de la monarquía, su intervención en casi todos los grandes proyectos inmobiliarios y «la increíble avaricia de todos aquellos cercanos al rey Mohamed VI».

El sistema político es una ficción porque si el Gobierno tiene poco poder, el papel del Parlamento es aún más irrelevante. La participación en las elecciones legislativas escasamente supera el 40%, pero no del censo total, sino de los ciudadanos registrados para votar. Millones de personas no se molestan en hacerlo.

La monarquía consiguió desactivar políticamente las protestas de 2011 sin solucionar los problemas sociales y económicos que las causaron. Los jóvenes siguen condenados a la pobreza entre las clases populares o a un paro endémico para aquellos que disponen de una formación universitaria. Sin contactos o sin dinero para progresar a base de sobornos, pocas esperanzas tienen y la emigración es la única alternativa que merece la pena.

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Precisamente en estos días de crisis y con el monarca en un viaje por países africanos, este martes se ha sabido que Mohamed VI ha tomado una decisión sin relación con este caso, pero que podría ser un intento de que su imagen aparezca en los medios con otro asunto muy diferente. El rey ha ordenado que se paguen todos los gastos legales de un muy conocido cantante marroquí, Saad Lamjarred, detenido en París desde la semana pasada por una acusación de violación a una mujer de 20 años en un hotel. Lamjarred, que tenía previsto dar un concierto en la capital francesa, fue condecorado personalmente por el monarca en agosto. Su detención provocó una gran conmoción entre los jóvenes marroquíes, con multitud de comentarios de sus seguidores en las redes sociales. La minuta será alta tanto por la gravedad de la acusación como por la identidad del abogado elegido por Mohamed VI, al que ya contrató antes para otras demandas judiciales. Es un intento de congraciarse con esa juventud que se ha manifestado en la calle o que comparte el motivo de las protestas.

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La frontera de EEUU y México en seis minutos

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Hillary Clinton contra el FBI

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No era suficiente con una ‘sorpresa de octubre’. Ya tenemos dos. El director del FBI, James Comey, anunció el viernes que hay otra investigación en marcha sobre emails relacionados con Hillary Clinton de su época de secretaria de Estado. Lo hizo en una carta enviada a varios congresistas republicanos –por ser presidentes de comisiones de la Cámara–, sabiendo que iba a ser filtrada con rapidez. Eran sólo tres párrafos, pero suficientes para desatar una tormenta en los medios, la alegría de Donald Trump y la perplejidad de la campaña de Clinton.

¿Se reabría la investigación anterior sobre los emails de Clinton? No exactamente, pero la carta era algo escasa en información. Eran correos electrónicos descubiertos en otro caso, pero que «parecían ser pertinentes para la investigación», refiriéndose a esa investigación que había sido cerrada sin que se presentaran cargos contra Clinton. Comey se sentía obligado a informar a los congresistas porque en una comparecencia anterior les había comunicado que esa investigación había finalizado.

Unas pocas horas después, fuentes anónimas del FBI, algunas con el probable permiso de su director, entregaron a los medios más detalles, y algunos eran realmente sorprendentes. ¿Qué aparece en esos emails? No se sabe. En realidad, el FBI necesita permiso de un juez para examinar su contenido. ¿De dónde salían? Del ordenador portátil de Anthony Weiner, cuya esposa, Huma Abedin, de la que está separado, es una de las principales asesoras de Clinton, tanto en los años del Departamento de Estado como ahora en la campaña.

¿Weiner? Sí, ese Weiner, el excongresista de Nueva York que protagonizó un patético escándalo sexual por su costumbre de enviar fotos suyas, obscenas o demasiado reveladoras, a mujeres. La investigación que le afecta ahora es por la denuncia de que mandó una de ellas a una adolescente de 15 años. Y de ahí obtuvo el FBI la información, porque Huma Abedin utilizaba también ese ordenador. Los tabloides de Nueva York no se podían creer la reaparición de un personaje que les había dado tantas alegrías en sus portadas.

Con su decisión de enviar la carta, el director del FBI se cubría las espaldas, no fuera que después de las elecciones se supiera y los congresistas republicanos le acusaran de ocultar información en favor de la campaña de Clinton. Fue elegido en 2013 por Obama para un mandato de diez años, pero eso no le iba a proteger de un proceso de destitución (impeachment) en el Congreso si los republicanos estaban lo bastante enfurecidos, ni tampoco el hecho de ser un republicano que fue fiscal general adjunto durante la Administración de George Bush.

El problema para Comey es que ha vulnerado una norma no escrita que existe en EEUU desde hace décadas, al igual que en España, para no promover investigaciones policiales o judiciales en periodo electoral con el fin de salvaguardar a la institución de acusaciones de partidismo. Y también una directriz de hace cuatro años del Departamento de Justicia, del que depende el FBI, en la misma línea.

Según The New Yorker, la fiscal general (cargo equivalente a secretario de Justicia) le recordó todo eso, pero Comey siguió adelante con su decisión de enviar la carta y hacer pública la investigación. Alguien dirá que los votantes tienen derecho a recibir esa información antes de votar, pero en este caso no pueden saber mucho, porque el contenido de los nuevos emails es desconocido. Lo que conocen ahora es que Clinton vuelve a ser sospechosa, o quizá no, y eso desde luego influirá en la campaña electoral.

Los altos cargos de Justicia no han montado un escándalo –lo que ha hecho Comey no es ilegal–, pero la campaña de Clinton y los congresistas demócratas tienen motivos para no mostrarse tan comedidos. «El FBI se ha mostrado siempre con una cautela extrema cerca del día de elecciones para no influir en los resultados. La ruptura de hoy con esa tradición es inaudita», dijo la senadora de California Dianne Feinstein.

Los asesores de Clinton se lanzaron al ataque. La carta de Comey «incluye pocos hechos y mucha insinuación», dijo el sábado el director de la campaña, John Podesta. Al ofrecer información de forma selectiva, ha hecho posible que los rivales de Clinton «distorsionen y exageren para infligir el máximo daño político», continuó. La misma candidata dijo en público que es imprescindible que el FBI aporte cuanto antes más información sobre lo ya conocido. Lo que ha ocurrido «no es sólo extraño; no tiene precedentes y es profundamente preocupante».

Denunciar las acusaciones recibidas como una conspiración sin base no le sirvió de mucho a Donald Trump cuando llegaron en cascada las denuncias de varias mujeres que afirmaron haber sufrido acoso y asalto sexual en sus manos (literalmente). El ataque de Clinton y sus partidarios al director del FBI tampoco es una respuesta infalible, y se puede volver contra ella, por más que parece claro que Comey ha puesto por delante su situación personal sobre una tradición de imparcialidad que necesita el organismo que dirige.

Como siempre, lo peor de las revelaciones no es lo que dicen sobre un candidato –más en este caso concreto en el que no se sabe mucho–, sino lo que confirman en el votante sobre la opinión formada sobre él o ella. La imagen tradicional de Clinton –una política de la que no te puedes fiar por lo que oculta– juega en su contra, como lo ha hecho en toda la campaña.

Unos 20 millones de norteamericanos ya han votado. Cualquier nueva revelación como esta tiene poder de influir precisamente en los que dudarán sobre su voto hasta el mismo día de la votación. Si son votantes potenciales de Clinton, quizá esto les haga decidirse por quedarse en casa el 8 de noviembre. Quizá no sea suficiente como para impedir su victoria, pero sí influirá en el resultado más ajustado de los duelos para el Congreso, donde los demócratas necesitan cada voto que puedan obtener.

Y con respecto a las elecciones presidenciales y a la cobertura informativa, es mejor no estar tan seguros sobre el desenlace. Con tantos votantes de Trump escondiendo sus preferencias en los sondeos –como ocurre con frecuencia cuando un partido o candidato tiene una pésima reputación en los medios– y las diferencias estrechándose en las encuestas nacionales –como también sucede cuando se acerca la hora de votar y muchos ciudadanos optan por firmar, quizá sin muchas ganas, por su partido de siempre–, lo que sí es seguro es que la victoria de Clinton ha perdido algo de ese aire inevitable.

Como dice Donna Brazile, presidenta del Comité Nacional Demócrata, se les ha venido encima un camión de gran tonelaje en el peor momento posible. Un camión lleno de emails.

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