Alec Baldwin como Donald Trump

 

La parodia del primer debate entre Trump y Clinton en Saturday Night Live. Alec Baldwin lo borda como Trump.

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El día en que el PSOE decidió suicidarse

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«Primero hay que dar un Gobierno a España y luego abrir un debate profundo en el PSOE», dijo Susana Díaz esta semana. «Primero, el Gobierno de España y después, los problemas del PSOE», dijo Rubalcaba. «Estamos ante la decisión no de apoyar al gobierno del PP, sino dejar que arranque el gobierno, que va a ser un gobierno parlamentario», afirmó Felipe González.

Durante las once horas y media que duró el Comité Federal del PSOE este sábado, pocos hablaron de España y nunca se llegó a votar sobre qué Gobierno necesita España. Todo el día se pasó discutiendo sobre quién votaba qué. Si votaban los 18 miembros que quedaban en la Ejecutiva. Si lo hacían los dimisionarios. Si se votaba un congreso extraordinario o una gestora. Si todo debía quedar a expensas de lo que decidiera la Comisión de Garantías. Si podía decidir por su cuenta la Mesa del Comité Federal. Si el micrófono lo tenía Verónica Pérez o Rodolfo Ares.

Como dijeron varias personas en Twitter, los dirigentes socialistas quisieron cumplir al pie de la letra esa idea propagandística de que el PSOE era el partido que más se parece a España. Humor negro, claro. En este caso, sería el que más se asemeja a la idea peyorativa y negra de España, donde todos hablan en voz alta sin escuchar, nadie respeta a nadie y los problemas reales se aplazan para dilucidar antes cuestiones de procedimiento de las que depende el destino del mundo.

Fue una descarnada lucha por el poder, con independencia del poder que le reste al PSOE tras este espectáculo. Javier Solana volvió a escribir el tuit de hace unos días: «Cuando se tome conciencia del destrozo, todos preferirán 85 diputados».

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Trump tuitea de madrugada y eso no es lo peor

Donald Trump durmió mal en la noche del jueves. O no durmió nada en absoluto. Las horas de sus tuits le delatan. Entre las 3.20 de la mañana y las 5.30, tuiteó cuatro veces. Eso no es lo peor, claro. Lo peor es el motivo de los mensajes.

Todo a cuenta de la exMiss Universo Alicia Machado a la que ridiculizó en público por su exceso de peso durante el año en que ostentó el título. Un ejemplo más, y hay unos cuantos, de su desprecio por las mujeres, o al menos de las que no alcanzan los niveles de atractivo físico que él espera de ellas. Especialmente, si forman parte de un negocio suyo, en este caso, el concurso de Miss Universo.

Clinton utilizó en el primer debate esa historia como ejemplo de la misoginia ofensiva de su rival y Trump no podía dejarlo pasar. Con alguien como él, eso no es sorprendente. En varias ocasiones, ha colocado su ego por encima de los intereses de su candidatura. Y eso le convierte en un tipo siniestro al que sólo hay que imaginar con todos los poderes de la presidencia de EEUU para empezar a pensar lo que puede pasar con él en la Casa Blanca.

Lo que llama la atención de esos tuits no es la hora, sino su referencia a una grabación de contenido sexual. Su intención es difamar a una mujer con un comentario de pasada, porque será suficiente para sus partidarios, que no necesitarán nada más.

Lo cierto es que sí hay una grabación, pero no lo que estaba pensando mucha gente cuando leyó «sex tape». Machado participó en un reality español, sí español, del que salió la típica imagen de sexo a oscuras entre sábanas que reconocerán los habituales de ‘Gran Hermano’.

La exMiss Universo ha tenido una larga carrera con decisiones profesionales discutibles, pero ese no es el tema. Trump se burló del senador McCain en las primarias por haber pasado cinco años como prisionero de guerra en Vietnam en condiciones durísimas, así que no es extraño que haga lo mismo con una mujer, una parte de la población que a Trump sólo le interesa si están buenas.

Al final, lo que está detrás de todo esto es la incapacidad de Trump de controlar su ira, un requisito básico en cualquier carrera política. No se gana siempre y hay que saber encajar los golpes y esperar el momento adecuado para responder. Uno no se queda sin dormir rumiando el ataque recibido para ponerse a tuitear de madrugada con la intención de manchar la reputación de tus rivales. Si acaso, para los que viven siempre en el lado oscuro, se espera al día siguiente para filtrar la información a un medio amigo. Para Trump, no es suficiente. Le encanta ocuparse del trabajo sucio y hay que suponer que hará lo mismo si gana las elecciones.

Esta ha sido la respuesta de Alicia Machado. De origen venezolano, tiene la nacionalidad estadounidense y evidentemente tiene intención de votar en las elecciones. Y su caso ya ha provocado algo más importante para Clinton: un aumento en el número de personas que se registran para votar en zonas habitadas por latinos.

"El candidato republicano y su equipo de campaña nuevamente están generando ataques, insultos e intentando revivir difamaciones y falsas acusaciones sobre mi vida. Todo eso con la finalidad de intimidarme, humillarme y desequilibrarme una vez más. Los ataques que han surgido son calumnias y mentiras baratas generadas con malas intenciones, que no tienen fundamento que han sido difundidas por medios amarillistas. Ésta, por supuesto, no es la primera vez que enfrento una situación así. Por medio de su campaña de odio, el candidato republicano insiste en desacreditar y desmoralizar a una mujer, lo que definitivamente es una de sus características más aterradoras. Con esto, busca distraer la atención de sus reales problemas y de su incapacidad para pretender ser el líder de este gran país. Cuando era apenas una jovencita, el ahora candidato, me humilló, me insultó, me irrespetó públicamente, como lo hacía usualmente de forma privada de la forma más cruel. Así como esto me pasó a mí, es claro a través de los años, que sus acciones y conductas se han repetido con otras mujeres durante décadas. Por lo tanto, seguiré de pie, compartiendo mi historia, mi apoyo absoluto a la señora Clinton en nombre de las mujeres, de mis hermanas, tías, abuelas, primas, amigas y la comunidad femenina. A mis latinas y en general, quiero agradecerles todo el apoyo, el amor y el respeto, a mi carrera, a mi persona como ser humano y a mi familia. Yo me hice ciudadana de este gran país porque aquí nació mi hija y porque quería ejercer todos mis derechos, entre ellos votar. Continuaré de pie, firme en mi experiencia vivida como Miss Universo y ustedes conmigo apoyándome. He estado tan complacida por tantas palabras amables, por tanto amor. Yo estoy centrándome en mi ocupada carrera, en mi labor de madre y voy a seguir dando pasos positivos para la comunidad latina, seguiré como activista en pro de los derechos de la mujer y el respeto que nos merecemos. Aprecio todo su amor y todo su apoyo nuevamente, gracias". Miles de bendiciones.

Una foto publicada por Alicia Machado (@machadooficial) el

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Susana Díaz, a ritmo de ‘Kill Bill’

Susana Díaz se ha ofrecido a ayudar a «coser» la herida que sufre estos días el PSOE en su discurso de la reunión del Comité Director del partido en Andalucía. En ese acto interno, del que se ha facilitado la señal en directo para su retransmisión por los medios (lo que viene a ser como un plasma de Rajoy), la presidenta andaluza ha recibido una ovación en pie de sus subalternos compañeros del partido, ha sonreído, ha mostrado todo su amor por los asistentes y ha dejado claro que el psicodrama que vive el PSOE no debe hacerles olvidar que es un gran partido.

Desde sus tiempos de secretaria de Organización de las Juventudes Socialistas de Andalucía, Díaz ha tenido que coser unas cuantas cosas, pero nadie la ha visto con aguja e hilo. Era más frecuente verla manejar un hacha. O una katana. Contaba Lourdes Lucio en 2013 que no hay que menospreciar su etapa en las Juventudes Socialistas. ¿Cosas de chavales? Para nada. « En opinión de los veteranos, allí se aprende lo peor de la política y no lo mejor, con música de Kill Bill 1 y Kill Bill 2″. 

A estas alturas, ya todos sabemos que Susana Díaz aprendió un montón.

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Trump vs. Clinton: la política es un espectáculo, pero no un reality show

Para llegar a una conclusión sobre el primer debate de Trump y Clinton, conviene antes ver un anuncio de coches. Sí, de coches. En concreto, este de Audi.

Lo emitieron en la noche de la retransmisión televisiva del debate. Una forma brillante de metáfora de esta campaña electoral, donde para ganar el premio definitivo hay que destruir al rival. No es el enfrentamiento bastante civilizado de hace cuatro años entre Obama y Romney. Es algo primitivo entre dos políticos con una reputación bastante baja que han decidido que su victoria pasa por hundir aún más la del otro. Que acabe convertido en una especie de representación de todo lo aborrecible en la política actual norteamericana.

Trump contra Clinton. Es lo que hay. Quien quiera algo más elevado que asista a un concierto de la orquesta sinfónica de Chicago.

Después del debate, escribí un primer análisis. Una pequeña muestra:

«A la hora de clavar el cuchillo, Clinton fue más efectiva, mientras que la costumbre de Trump de divagar y cambiar de tema jugó claramente en su contra por mucho que elevara la voz mucho más de lo habitual en estos debates. (…)

Clinton no perdió la calma ni, pocas veces, la sonrisa. Tenía que saber que si se dejaba arrastrar al barro, no tenía muchas posibilidades de éxito. En estos debates largos, el espectador se queda más con los últimos momentos del debate que con su arranque, y eso perjudicará a Trump, que comenzó bien con los temas que mejor le han funcionado en campaña, pero que poco a poco empezó a exasperarse cuando salieron asuntos que le perjudicaban».

Muchas cosas se quedaron fuera. Siempre hay que resumir. Algo que no incluí fue la impresión que pudo tener en la audiencia, en especial entre las mujeres votantes, la condescendencia y agresividad con la que Trump se dirigió hacia Clinton. Sus constantes interrupciones, las miradas, el hecho de que ella no perdiera los nervios para no justificar así los prejuicios del rival y se mantuviera firme en el plan que había trazado con sus asesores, los gritos de Trump, la sonrisa de ella (una persona cuyo perfil público no es precisamente risueño a ojos de la mayoría de los votantes), la capacidad de Clinton para elegir el momento preciso para responder a una larga divagación con una frase corta…

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Hay una historia sobre la primera campaña electoral de Clinton que merece la pena recordar. Cuando se presentó al puesto de senadora de Nueva York, se enfrentó a un joven congresista republicano de 42 años de no mucho nivel, pero para el que se trataba de la oportunidad de su vida. Derrotar a Clinton no sólo significaba entrar en el Senado, sino llevar para siempre el estandarte de haber acabado con la carrera política de la esposa del expresidente de EEUU, muy odiada por la derecha. A partir de ahí, el cielo era el límite, es decir, la Casa Blanca.

Es cierto que, al tratarse de Nueva York, no se puede decir que fuera el favorito. Por eso, decidió adoptar una táctica muy agresiva en el debate con Clinton. En un momento dado, cogió un papel, y no recuerdo qué propuesta aparecía en él, y abandonó su posición junto al atril para dirigirse al de Clinton y entregárselo. Error mayúsculo.

EEUU no es como España. La gente no va por la vida dándose abrazos o palmeando la espalda de desconocidos. El espacio personal es algo que la gente valora, especialmente las mujeres. La imagen de Lazio infiltrándose en la zona reservada a Clinton no hizo nada bueno para aumentar su imagen. No perdió las elecciones por eso, pero las votantes neoyorquinas no toleraron que él hiciera algo con Clinton que ellas no hubieran permitido que les hicieran. Y los medios no hablaron de otra cosa.

Trump se lanzó contra Clinton en el debate siempre que tuvo la oportunidad, pero, excepto en los primeros 15-20 minutos, lo hizo de forma desordenada, sin un plan preconcebido, sin hacer mella ni insistir en los temas en los que ella podía ser vulnerable. Por momentos, parecía un matón cuya principal arma es no dejar que el otro pueda expresarse. Obviamente, se dejó llevar por su ego. Daba por hecho que Clinton no le iba a durar ni dos asaltos, y cuando ella se resistió y respondió con contundencia, Trump sólo levantó más la voz e incidió aún más en sus errores.

Como los espectadores se quedan más con los últimos momentos del debate que con los primeros, Clinton eligió los instantes finales para recordar los insultos y desprecios que Trump ha dedicado a las mujeres a lo largo de su trayectoria. Era importante que la audiencia recordara eso.

Como los malos deportistas, la primera reacción del millonario fue acusar a todo el mundo, menos a sí mismo. Inicialmente, se negó a dar la mano al moderador tras el debate –unos segundos después, se lo pensó mejor y le saludó–, a pesar de que el periodista se vio desbordado por el estilo abrasivo de Trump. Luego comentó a los periodistas que su micrófono no funcionaba bien, y eso que en muchos momentos sólo se le escuchaba a él. Al día siguiente, alardeó de que había sido declarado ganador por las encuestas online de medios en que todos los lectores odian a Clinton (como Breitbart o Drudge). Hasta llegó a presumir de que era el vencedor en una encuesta de CBS News. Y eso que CBS News no hizo ninguna encuesta tras el debate.

Obviamente, un debate no decide una campaña. La historia reciente está llena de primeros debates donde uno de los contrincantes fue un claro y rotundo perdedor, habitualmente el presidente que se presenta a la reelección, porque subestimó al enemigo o no estaba bien preparado, por ejemplo para que alguien le contradiga. Hay dos debates más y eso da margen para corregir los errores iniciales. Trump tiene que encontrar la forma de hundir a Clinton sin humillarla, porque a fin de cuentas también necesita el voto de las mujeres y de todos aquellos que no quieren ver a un matón en la Casa Blanca.

Si Trump pierde las elecciones, no será por los debates. Pero para alguien que viene de menos a más en las encuestas, el duelo del lunes es un serio inconveniente. Y ya sólo quedan 40 días.

En Vox aciertan con la idea de que la campaña ya no es el reality show que Trump montó con su campaña presidencial. Ahora la estrategia ya no resulta tan efectiva. En un reality cada protagonista juega el papel que le corresponde. El macho alfa se dedica a atormentar a los concursantes. Si uno de ellos es un sujeto vulnerable, el espectáculo será algo embarazoso, pero necesario. Y si es mujer, tanto da. Los espectadores podrán quedar algo enojados al principio, pero eso no les impedirá seguir viendo el programa. Si cabe, se pondrán más cachondos. Están los que ganan y los que pierden y el maestro de ceremonias decide quién son los primeros y los segundos. Es el ser supremo. Los demás, una materia prima desechable.

Las elecciones son un proceso algo más sofisticado.

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El PNV pone la letra y la música, y los demás bailan

Hace mucho tiempo, Gary Lineker decía que el fútbol es un deporte en el que juegan once contra once y en el que siempre gana Alemania. Viene a ser lo mismo con las elecciones vascas. Juegan un montón de partidos diferentes, incluso ahora ha aparecido una candidatura más de peso, pero siempre gana el PNV. Y eso que la última legislatura no fue precisamente una sucesión de éxitos ni de grandes eventos.

El PNV –sobre todo, el PNV de Bizkaia– se llevó un susto de muerte cuando Ibarretxe llevó su proyecto soberanista a Madrid, fue derrotado y se arriesgaba a pasar ante los tribunales. Con la siguiente convocatoria electoral, cerraron la historia, dieron las gracias a Ibarretxe por todo y pusieron a Iñigo Urkullu al frente de la nave. No hay nada más anticarismático en el mundo conocido que el lehendakari, pero qué más da cuando encabezas la candidatura del PNV.

Mucho antes de que se hablara de transversalidad en España, el PNV ya estaba allí. Mucho antes de que los dirigentes de Podemos popularizaran el concepto de hegemonía tal y como lo explicó Gramsci, el PNV había extendido su idea de hegemonía en los campos político, cultural y social vascos sin necesidad de sacar mayorías absolutas.

Patxi López gobernó cuatro años en Ajuria Enea con el apoyo del PP y siempre pareció que estaba allí con un contrato temporal. El PNV es otra cosa.

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Dos semanas en Euskadi

La muy escasa actividad del blog en estas dos semanas se debe a que he estado en Euskadi cubriendo la campaña electoral vasca. Aquí paso algunos de los artículos que he escrito:

–Las claves de una campaña que el PNV necesita ganar dos veces, la segunda a partir del lunes. El partido de Urkullu ha conseguido extender su hegemonía con el control de las principales instituciones. Esa hegemonía no se mide en mayorías absolutas, sino en su capacidad de imponer un mensaje determinado en el ámbito político, cultural y social. Los demás partidos aceptan que superar al PNV en votos en unas autonómicas es imposible. Eso no quiere decir que se vayan a entregar en el Parlamento vasco, como quedó claro en la última legislatura.

–EH Bildu hizo una apuesta arriesgada por un tripartito con PNV y Elkarrekin Podemos que no tenía futuro. Se juega mucho porque volver a quedar por detrás de Podemos sería una trauma de los que obligan a muchas reflexiones. Bildu tiene un suelo alto, pero también techo, sobre todo en Bizkaia.

–Los votantes del PNV y Podemos se parecen bastante, lo que es toda una sorpresa. Al menos en sus respuestas sobre situación económica y autogobierno no están muy separados.

–El PNV ha rechazado por completo imitar el proceso catalán de ruptura inmediata con España. Ni frentismo ni desafíos unilaterales al Estado. El partido no salió muy convencido del fracaso del plan Ibarretxe, y Urkullu menos que nadie.

–El PP se lanzó otra vez contra la prestación social que desde hace décadas facilita un subsidio a las personas sin recursos. En realidad, sólo le molesta que se entregue a inmigrantes.

–La imagen de la campaña fue el momento en que Alfonso Alonso se quedó sin palabras ante Pili Zabala, hermana de un miembro de ETA asesinado por el terrorismo de Estado. Esta es la historia del secuestro y asesinato de Lasa y Zabala.

–Errejón apostó en la campaña por el discurso de combate contra los poderosos. Pero la campaña de Elkarrekin Podemos tuvo un cariz diferente a las campañas de Podemos en las elecciones generales, entre otras cosas por la personalidad de Pili Zabala.

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El apoyo de Cruz demuestra por qué Trump se ha acercado a Clinton

Cruz y Trump en las primarias, cuando se odiaban

Ted Cruz tuvo una intervención espectacular en la Convención republicana. Consiguió un puesto relevante en la tribuna de oradores sin haberse comprometido a apoyar a Donald Trump y luego en el discurso se dedicó a explicar de forma sutil por qué podía no ser una buena idea votar al aclamado candidato del partido. Pero fue en un desayuno con toda la representación del Estado de Texas donde Cruz clavó el cuchillo a Trump hasta lo más hondo:

«No tengo la costumbre de apoyar a gente que ataca a mi esposa y ataca a mi padre. Y esa promesa (de apoyar al candidato) no era un cheque en blanco que dice que si difamas y atacas a Heidi (su mujer), voy a comportarme como una mascota servil a pesar de eso».

Moviendo la cola, la mascota, es decir, Ted Cruz ha anunciado el viernes su apoyo a la candidatura de Trump.

La airada reacción de Cruz en la convención le ganó el respeto de muchos izquierdistas que odian a Trump, y que hasta ese momento odiaban con más motivo a un reaccionario integrista como el senador de Texas. Otros comentaban que se estaba colocando en el sitio perfecto para afrontar las primarias para las elecciones de 2020, partiendo de la base de que Trump perdería con claridad y los republicanos que le hicieron frente se sentirían reivindicados.

Si esto último es así, la decisión de Cruz es un buen ejemplo, tan bueno como dos o tres encuestas, de que Trump está muy cerca de Hillary Clinton en los pronósticos de cara a las elecciones de noviembre. No es el favorito, pero ya se puede decir que ha compensado la mayor parte del daño sufrido en su horrible mes de agosto.

Cruz ha tragado lo que no está escrito antes de dar este paso. Recordemos que Trump no sólo se burló del aspecto físico de la esposa del texano, dando a entender, con dos fotos de Heidi Cruz y Melania Trump, que él sí que podía presumir de tía buena en su matrimonio. También sugirió que el padre de Cruz pudo tener algo que ver con el asesino de Kennedy, una acusación ridícula que obligó a los medios a tomarse un tiempo en comprobar que efectivamente era una acusación ridícula.

A pesar de todos los insultos que se dirigieron, era cuestión de tiempo que Cruz se bajara los pantalones aceptara la realidad y, conteniendo la respiración, escribiera un comunicado expresando su apoyo a Trump. Ya tras la convención, sufrió el repudio de grandes millonarios –es decir, grandes donantes a sus campañas–, que le acusaron de pasarse al enemigo y propiciar la victoria de la odiada Clinton. Lo mismo ha ocurrido con otros congresistas que han tenido que pasar por el mismo bochorno, después de todas las invectivas que lanzaron contra el magnate inmobiliario.

En 2018, Cruz afronta la reelección en Texas. Si Trump pierde por una escasa diferencia, el texano será uno de los presuntos culpables y podría tener un recorrido difícil en las primarias republicanas. Obviamente, si Cruz pierde en 2018, ya puede olvidarse de intentar ser presidente en 2020.

Durante muchos años, hemos leído que los dos grandes partidos norteamericanos no son como los europeos. Para empezar, no tienen ningún aparato –algo que se pueda resumir con las palabras Ferraz o Génova– que mantenga la disciplina e impida cualquier conato de disensión interna. Eso era antes. La combinación del poder republicano en el Congreso y la acción concertada de grupos de presión externos (think tanks, grupos de donantes, algunos medios de comunicación como Fox News…) forman una estructura menos definida que la habitual en un partido europeo, pero no menos poderosa.

Una parte de ese poder interno hizo lo posible por que Trump no fuera elegido, no con mucho éxito. Una vez que quedó frente a Clinton para el duelo decisivo, se acabaron las dudas. Desde la extrema derecha más racista hasta los patricios del Partido Republicano, con algunas excepciones, todos piden ahora el voto para Trump.

Algunos periódicos conservadores, como el Cincinnati Enquirer que llevaba un siglo apoyando a candidatos republicanos, ahora prefieren el mal menor de Clinton, pero, claro, ¿cuántos votantes republicanos leen la prensa a estas alturas?

Lo mismo se puede decir de la mayoría de los votantes habituales de ese partido, o al menos los suficientes como para que les haya entrado un sudor frío a todos los que pensaban que Trump no tenía ninguna posibilidad de ganar. O sea, a casi todos nosotros.

En agosto, Trump estaba en esa misma situación. Con menos votantes de raza blanca que Romney, en especial entre las mujeres y las personas con educación universitaria, y muchísimos menos votantes latinos o de raza negra, no podía ganar. Esos números han ido cambiando, como se aprecia en los estados importantes (Ohio, Florida, Carolina del Norte…) donde Clinton llevaba una ventaja pequeña o significativa.

Hay que dejar claro que Clinton podría ganar en varios de esos estados y obtener una victoria fácil, precisamente como es el caso de Ohio, Florida y Carolina del Norte, porque la media de encuestas no puede ser más igualada. Pero también podría perder en todos ellos.

Cruz llamó a Trump «mentiroso patológico». Es muy posible que siga pensando lo mismo, pero está obligado a apoyar su campaña, aunque sólo sea con un comunicado. Muchos votantes republicanos estarán pensando algo parecido: el tipo es infumable, pero cualquier cosa es mejor que Clinton.


La foto es de un debate en las primarias republicanas en marzo.

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El mensaje xenófobo de los Trump y sus antecedentes nazis

Los refugiados son veneno para los Trump

«Los Skittles son dulces. Los refugiados son personas», ha dicho el fabricante de ese producto tras ver el tuit del hijo mayor de Donald Trump. Gran error. El multimillonario comenzó su campaña en las primarias republicanas afirmando que los inmigrantes mexicanos que habían llegado a EEUU eran criminales, narcotraficantes y violadores, excepto algunos que quizá eran buenas personas. En cierto sentido, el tuit de Donald Trump Jr. es una mejora. Ahora los criminales son sólo tres sobre un número mucho mayor de refugiados.

Es una constante en las afirmaciones racistas menos extremas mantener que no se tiene nada en contra de esas personas. Sólo se les quieren tener lejos, fuera de mi país, fuera de mi colegio, fuera de mi barrio, etcétera. Es una reclamación que hace Trump con frecuencia, cuando quiere no parecer un sociópata, pero las frases que le permitieron ganar la candidatura republicana han sido otras, más directas en la intención evidente de relacionar inmigración con criminalidad y terrorismo.

Un ejemplo es su costumbre de leer en mítines algunos versos de una canción –La serpiente–, basada en una fábula de Esopo, que cuenta cómo una mujer metió en su casa a una serpiente herida para acabar muerta tras ser mordida por el animal. Inmigrantes o refugiados son convertidos en animales peligrosos –a los que por aquello del antropomorfismo se tacha de traidores–, que no dudarán en morder la mano que les ha ayudado. Lo hemos escuchado mucho en Europa en el último año.

Comparar a los extranjeros o a las minorías del país con animales o insectos es una marca histórica de la propaganda fascista. Seres inmundos que se arrastran por el suelo, que contagian enfermedades y que son, también, traicioneros. No tienen por qué ser muchos ni aparentemente poderosos. Por debajo de la superficie, extenderán su poder y influencia maligna. Conspirarán. Las comparaciones con enfermedades, con virus y tumores, son también frecuentes. La única alternativa es la extirpación.

Veamos lo que dijo Trump hace unos días a cuenta del último atentado en Nueva York: «Están aquí. Y lo he estado diciendo (antes). Va a ser como un caballo de Troya. Estamos dejando a decenas de miles de personas que inunden este país, y en muchos casos forman un cáncer dentro» (del país). Y lo único que se puede hacer con un tumor es extirparlo.

Por eso, es tan apropiado que en The Intercept hayan recordado que la metáfora empleada por el hijo de Trump tiene una historia muy larga que se repite desde hace décadas en comentarios racistas. El origen puede encontrarse en un libro para niños escrito por Julius Streicher, el nazi que fundó el periódico Der Stürmer. En él, una madre explica a su hijo que con sólo un judío es posible acabar con un país: «Un solo judío puede destruir todo un pueblo, toda una ciudad, incluso toda una nación».

Streicher fue ejecutado tras los juicios de Nuremberg.

Actualmente, en EEUU emplear esas metáforas no te lleva al patíbulo ni ante un tribunal. Te permite ser elegido candidato a la presidencia por el Partido Republicano y te coloca en las encuestas muy cerca de tu principal adversario.

¿Cómo es posible eso? Echar un vistazo a la historia te permite descubrir que en determinadas épocas ese tipo de actitudes xenófobas, racistas o a veces simplemente fascistas tienen buena salida en el mercado de la opinión pública.


Para los que sólo están interesados en la seguridad, en Vox han tirado de números a partir de estos dos datos. Las probabilidades de que un estadounidense muera en un atentado cometido por un refugiado son uno sobre 3.640 millones. La tasa de homicidios en EEUU es 163.800 veces más alta.

Se ve mucho mejor en el gráfico que acompaña al artículo.

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Obama on fire contra Trump

¿Me dejáis soltarme un poco?, dijo Obama en un mitin en Filadelfia. Le dejaron y se lanzó a un alegato contra Donald Trump que es de los más intensos y efectivos que se han visto en esta campaña. Tan bueno que casi deja en mal lugar a Clinton en la comparación. Con razón le ganó tan fácil en las primarias de 2008.

¿Transparencia? «Hay un candidato (por Clinton) que ha hecho públicas sus declaraciones fiscales de décadas atrás. El otro candidato es el primero en décadas que se niega a entregar un solo dato». Luego pasa a las fundaciones. Sobre la Fundación Clinton, Obama dice que «ha salvado muchísimas vidas en todo el mundo» (un poco exagerado y obvia la polémica sobre el origen de esas donaciones, entre los que están regímenes autoritarios o dictaduras en la época en que Clinton era secretaria de Estado).

De la fundación de Trump, afirma que utilizó dinero de las donaciones para pagar un retrato suyo de 1,82 metros de altura (lo que es cierto). «Al menos, tuvo el buen gusto de no elegir la versión de tres metros».

Obama sigue y sigue. Como un artista de la stand-up comedy, aprovecha las reacciones del público. La gente abuchea cuando oye el nombre de Trump y el presidente norteamericano les dice: «Nada de abucheos. Votad».

Se hace llamar empresario, dice, y pasa a resumir su trayectoria, lo peor de ella, claro: las demandas en tribunales, trabajadores a los que no paga, gente estafada… «Siempre oigo esos análisis que dicen que es un tipo que defiende a los trabajadores. ¿En serio?». «¿Él va a ser el campeón de los derechos de los trabajadores? ¿Seguro? No os iba a dejar entrar a ninguno a sus campos de golf».

¿Cómo desaprovechar los elogios de Trump a Putin? «Yo tengo que hacer negocios con Rusia, pero no voy por ahí diciendo que (Putin) es un modelo a imitar». Trump sólo busca dividir y atemorizar, afirma, «y cree que si asusta al número suficiente de personas, tendrá los votos para ganar las elecciones».

Y también hay tiempo para sacudir al Partido Republicano.

Como siempre con los buenos discursos políticos, el truco está en apelar a lo mejor de sus compatriotas y olvidarse de lo peor. Al final, se trata de una campaña electoral y hay que acariciar al votante. Se le puede estimular apelando a los resentimientos y al odio al diferente, como hace Trump, y en el tono en que lo hace Obama, que incluye también el ingrediente fundamental en las campañas: ridiculizar al rival.

Obama ya no puede presentarse a la reelección, así que los norteamericanos que no soporten a Trump deberán conformarse con Clinton.

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