Los amigos latinoamericanos de Casado forman una familia un poco disfuncional

Juan Manuel Moreno Bonilla no movió un músculo mientras Mario Vargas Llosa desarrollaba su extraña teoría sobre lo importante que es «votar bien», no votar sin más como la gente cree. El presidente de Andalucía se quedó con la mirada fija en el escritor intentando desentrañar las intenciones del invitado a la convención del Partido Popular. No se atrevió a hacer el más mínimo gesto de apoyo ni tampoco de rechazo. Es como cuando un político escucha a un periodista hacer lo que llaman una pregunta-trampa. Cualquier cosa que digas o hagas te va a meter en problemas.

El repertorio de invitados internacionales ha provocado varias de estas situaciones en la convención que el Partido Popular celebra esta semana. El mensaje más frecuente: la democracia sólo es real si ganan los nuestros.

No ha sido un desliz. Pablo Casado ha decidido importar para la cita toda la polarización y rencor que caracterizan a la política latinoamericana de las últimas décadas. Para el presidente del PP, no ha sido ningún problema, porque ese es el tipo de confrontación que desea para España. Es también el mensaje más empleado por José María Aznar desde los tiempos del Gobierno de Rajoy. Mientras en Europa los análisis de los medios de comunicación se centran en las agresiones a la democracia liberal que han protagonizado Donald Trump y sus correligionarios europeos en Polonia y Hungría, el PP ya sólo mira a Latinoamérica y ve herederos del chavismo en todos los frentes, lo que demostraría que la izquierda quiere acabar con las libertades.

Todos los partidos creen que es un error votar a los otros. Nos lo recuerdan con frecuencia en las campañas electorales. No hay tantos que estén convencidos de que su derrota supondrá el fin de la democracia, el universo y todo lo demás. Ese es el problema de Vargas Llosa, que aún no ha superado la derrota de Keiko Fujimori en las elecciones presidenciales de Perú. Sigue leyendo

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El PP también está obnubilado por Yolanda Díaz, pero no por las razones que estás pensando

El Partido Popular es un partido de dos velocidades. Como todos los demás, debe dedicarse al trabajo diario, en su caso hacer oposición, y además prepararse para las elecciones al final de la legislatura. Todavía queda para eso, pero Pablo Casado ha imprimido al partido un ritmo frenético, como si todo fuera a ocurrir la próxima semana. Y cuando vas con la lengua fuera y no sabes si te has atado los cordones de los zapatos o no sabes ni siquiera si llevas zapatos, no es raro que acabes tropezando y estampándote contra el suelo. Tampoco se ha librado de eso en la convención de esta semana, organizada con mucho cuidado para que cumpla el objetivo de reforzar la figura de Casado.

El casting de la convención no es muy diferente al de otras citas del PP. Necesitaba algunas figuras de impacto, de las que se habló en semanas anteriores, y no muchas acudieron a la llamada. Al menos contaba con Nicolas Sarkozy, que ya está bastante jubilado, pero que al menos fue presidente de Francia. Cuando compartieron el escenario el miércoles en Madrid, Casado hasta se lanzó a pronunciar unas palabras en francés de lo contento que estaba. Y resulta que al día siguiente llega la realidad en forma de sentencia de un tribunal francés y te tira al suelo. Sarkozy volvió a ser condenado por corrupción. La segunda vez este año. No es que no estuvieran avisados.

Tocaba poner cara de circunstancias e inventarse alguna explicación en la jornada de la convención que se celebró el jueves en Sevilla. Fuentes del PP, de las que hablan con Casado casi todos los días, explicaron a algunos periodistas que tampoco era para tanto, aunque no quedara bonito. En primer lugar, lo intentaron con el viejo truco de preguntar qué pasa con los otros. Dijeron que François Hollande, otro presidente francés, ha sido invitado a cónclaves socialistas y también fue condenado en su momento. La información era falsa. Hollande nunca fue juzgado y condenado. Sigue leyendo

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Rajoy explica al pequeño ‘padawan’ lo dura que es la realidad

Pablo Casado le echó valor al invitar a Mariano Rajoy a dar la primera intervención en la convención del Partido Popular que se celebra esta semana. En primer lugar, la invitación pasó de inimaginable a posible cuando el juez García Castellón decidió exonerar al expresidente de responsabilidades en la investigación judicial de la Operación Kitchen (la decisión está pendiente de recurso en la Audiencia Nacional). Al saberse hasta qué punto estaba metido el Ministerio del Interior de su Gobierno en presuntas prácticas corruptas para beneficiar al PP, la actual dirección de Casado se desmarcó de Rajoy a una velocidad de vértigo. Después, el gran favor que llegó del magistrado, además de un alivio, abrió la posibilidad de invitarlo y dar esa imagen de gran unidad en el partido que es la prioridad en las convenciones del PP.

Los congresos del partido son una molestia que hay que aplazar todo lo que se pueda. Las convenciones se montan a mayor gloria del líder y Casado necesita la cita de esta semana.

La parte que entrañaba un cierto riesgo ahora con Rajoy es que se trataba de hablar de política económica. Nunca se sabe por dónde va a salir el gallego. Es conocido que la forma en que Rajoy contempla la política y hasta la vida –lo importante es no complicarse la existencia y huir de «los líos»– choca con el espíritu hiperactivo y obsesivo de Casado y su idea de que él tiene soluciones para todo y además son muy fáciles de llevar a cabo. Así que el abuelo tenía la ocasión de dar algunas lecciones al nieto. Chaval, no creas que todo esto consiste en llegar y besar el santo, aunque sea Santiago. Sigue leyendo

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El PP se pone nervioso si le hablan del franquismo, pero con la URSS no tiene tantos problemas

En el Congreso de los Diputados se habla mucho de historia, habitualmente para esgrimirla como un garrote para atizar al adversario en la cabeza. No suele ser un debate muy sutil y no siempre se cita a los historiadores. Con vistas a avergonzar al rival, hasta se le puede hacer responsable de hechos terribles ocurridos hace décadas en países muy lejanos. Culpable por asociación es un tipo de imputación recurrente, y claro está que el acusador es el que decide hasta dónde llega la asociación, que termina siendo un concepto tan maleable como la plastilina. Lo que prima luego es el ‘whataboutism’, responder con un ‘y qué hay de esto otro’ para seguir enredando la madeja. Al final, es habitual que todo acabe con Vox reivindicando algún elemento del franquismo.

La Comisión Constitucional del Congreso celebró el jueves un debate sobre dos proposiciones no de ley (PNL) que tenían que ver con la memoria histórica. El Partido Popular quería que todos los grupos condenaran «la apología del comunismo». Si ustedes leían periódicos a finales de los ochenta, sabrán que el comunismo como ideología de gobierno desapareció en Europa con el fin de la Unión Soviética. Existen todavía partidos comunistas, pero ni van a alcanzar el poder y si están en un Gobierno, como el caso de España, no es para aplicar una política similar a la Europa del Este de entonces. En ese caso, nos habríamos enterado.

Sin embargo, para el PP estamos ante un problema acuciante. «En España tenemos un grave problema de apología del comunismo», dijo Edurne Uriarte. Después de escuchar esto, habrá quien piense que Lenin es el personaje favorito de los españoles o que el PCE ganará en solitario las próximas elecciones e impondrá su programa político. Aparecerán los soviets, como dijo Esperanza Aguirre que pasaría si Manuela Carmena ganaba las elecciones de Madrid. Lo único que llegó fue Madrid Central y la Operación Chamartín. Sigue leyendo

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La Britney Spears de Chamberí defenderá el español hasta la última gota de tu sangre

Britney Spears tiene nuevo disco para la escena musical madrileña. El viernes era el gran día de estreno de la Oficina del Español, ese organismo misterioso que hubo que poner en marcha con premura para que Toni Cantó pudiera tener un empleo con un salario de 75.000 euros anuales, ya que se había quedado sin puesto en la candidatura de las elecciones madrileñas. Se lanzó en plan aquí te pillo, aquí te mato, y era necesario darle algo de contenido. Algo de lo que sea, no fuera que la gente pensara que se trata exactamente de un chiringuito, que es como lo llamó Cantó en un exceso de sinceridad. Britney no tiene miedo a las críticas y decidió presentarlo ella misma. Y que rabien los que no la quieren. Oops! I did it again.

Por Britney Spears, hay que leer Isabel Díaz Ayuso. Esta semana, dio una charla en una universidad privada madrileña (precio anual de los estudios de Comunicación Audiovisual: 7.800 euros). Muchos estudiantes de derechas se agolparon en la entrada para recibirla como a una estrella del pop adolescente. Acostumbrada a ser vitoreada en bares y restaurantes, es difícil impresionarla. El espectáculo le llegó muy dentro: «Estoy un poco emocionada porque ha sido una entrada como Britney Spears, se ha liado una aquí en la puerta…», dijo después. Y si ella es Britney, Pablo Casado no pasa de ser un Justin Timberlake venido a menos.

No es buena época para compararse con Britney. Algunos insinuarán que Miguel Ángel Rodríguez es el tutor legal de Díaz Ayuso, en este caso sin disputas de por medio en los tribunales. Eso es lo que piensa a veces Teodoro García Egea. Sigue leyendo

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El camarada García Egea salta a las trincheras con la bandera roja en la mano

¿Quién representa a los trabajadores? ¿Quién defiende sus derechos? Esta pregunta que ha absorbido a la izquierda desde la segunda parte del siglo XIX ya tiene una respuesta clara para el Partido Popular: lo que digan las minúsculas organizaciones marxistas-leninistas que califican al PSOE y a Unidas Podemos de lacayos del capitalismo. No es una idea que haya salido de los locos debates tuiteros, sino del Congreso de los Diputados, nada menos. Se escuchó en la intervención del secretario general del PP en la sesión de control del miércoles. Teodoro García Egea llegó al hemiciclo con lo que pensó que era una carta ganadora para atacar a Yolanda Díaz.

García Egea lo traía escrito: «¿Dónde ha quedado la lucha de los trabajadores? No lo digo yo. Se lo dijo ayer un trabajador cabreado. Los trabajadores estamos peor que con el Partido Popular. No lo digo yo. Se lo dijo ayer un compañero de partido. ¿No le da vergüenza reírse en la cara de los trabajadores? No lo digo yo. Se lo dijo un trabajador cabreado con su gestión».

El «trabajador cabreado» formaba parte de un escrache de Frente Obrero en Valencia contra Díaz, que también ha hecho actos similares contra Pablo Iglesias, Irene Montero o Mónica Oltra. En sus carteles, ha denominado a la vicepresidenta «ministra del paro y de la explotación». El Frente Obrero se autodefine como «el único movimiento político que representa a los trabajadores en nuestro país», exige el derrocamiento de la monarquía, la depuración de las fuerzas de seguridad y la salida de la UE por ser «un bloque imperialista». También se opone al «feminismo posmoderno» y la ley de derechos trans. En su cuenta de Twitter, retuiteó la noticia del escrache publicada por ABC y OK Diario.

A García Egea se le notaba muy satisfecho con sus nuevos ‘compañeros de viaje’. La derecha de Murcia aliada con los comunistas de la línea dura. Ya lo hemos visto todo y lo que nos queda por ver. Sigue leyendo

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Chiquilicuatres, niñatos, novatos y otras especies exóticas en la dirección del PP

Puedes pensar lo que quieras sobre Esperanza Aguirre, pero la señora da espectáculo. Ella no necesita argumentarios ni mensajes de la dirección nacional de su partido. Cuando quiere hacerse notar, coge la granada de mano, suelta la anilla y la lanza al escenario. Hubo un tiempo en que ponía cara de inocente mientras los demás se palpaban el cuerpo a ver si conservaban todas sus extremidades. Como en la viñeta de Manel Fontdevila de 2009, ella seguía impoluta en mitad de un mar de barro. Más tarde, la suerte se le acabó cuando sus dos colaboradores más cercanos –Ignacio González y Francisco Granados– terminaron en prisión. A partir de entonces, cada vez que abre la boca, en la sede de Génova tienen que aumentar la dosis habitual de antidepresivos. Ya no se dedica a la política, sino a la demolición con explosivos.

Alentada casi con total seguridad por Isabel Díaz Ayuso y Miguel Ángel Rodríguez, o al menos con su visto bueno, Aguirre dio una entrevista a El Mundo para anunciar que la presidenta madrileña debe presidir también el Partido Popular en Madrid, que es precisamente lo que Génova quiere impedir. Dado que Aguirre es como es, no podía limitarse a elogiar a Díaz Ayuso, sino que el personaje que ha creado después de tantos años le reclamaba despreciar a los que no opinan igual en su partido, porque entre todos no hacen un solo cerebro.

Al alcalde José Luis Martínez-Almeida, al que Génova promociona como un posible candidato frente a Ayuso, lo trató de tonto útil: «Lo que él dice es que los de Génova le están empujando». Es decir, que lo están utilizando para que la presidenta de Madrid no concentre todo el poder. Tal y como lo describe Aguirre, no parece que tenga muchas luces, teniendo en cuenta que Génova no es la única que le mangonea. «En el sector de Almeida hay algunos niñatos encabezados por un chico de cuyo nombre no quiero acordarme», dijo Aguirre, quizá refiriéndose a Ángel Carromero. Si Almeida se deja influir por un asesor como Carromero, lo mejor es que se apriete más fuerte el cinturón de seguridad o que se tire del coche. En términos políticos, claro. Sigue leyendo

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‘The Falling Man’: por qué algunas fotos duelen más que otras

Richard Drew es el autor de una de las fotografías más conocidas del 11S, una que muchos periódicos en EEUU se negaron a publicar. Es la imagen de la caída de un hombre al vacío después de lanzarse desde una de las dos torres del World Trade Center. No se sabe quién fue ni por qué se tiró. Quizá pensó que su final estaba cerca, quizá estaba en una planta que estaba siendo devorada por las llamas. Su identidad anónima le daba un cierto carácter simbólico. Representaba de alguna manera las 2.606 personas que fallecieron ese día en Nueva York. Provocaba un escalofrío en los lectores: algo así podría haberles pasado a ellos.

El fotógrafo tenía una amplísima experiencia. Había estado a pocos metros de Bobby Kennedy cuando fue asesinado en 1968. Tan cerca que su sangre le salpicó en la chaqueta. Sus fotos se publicaron en todos los medios. En un libro editado por la agencia AP, Drew explica la diferente percepción de ambas imágenes.

«Un editor que rechazó mi foto dijo: ‘Los americanos no quieren ver fotos de muerte o de gente muriendo mientras toman los cereales del desayuno’. No estoy de acuerdo. Creo que no tienen problemas con eso mientras las víctimas no sean americanas.

Durante la guerra de Vietnam, mi amigo y colega Nik Ut tomó la fotografía de la chica herida por un bombardeo con napalm. La imagen se convirtió de inmediato en un símbolo y ganó el premio Pulitzer. Pero nadie en EEUU estaba preocupado por que le fueran a bombardear con napalm. La foto evocaba simpatía, no empatía.

En la foto del World Trade Center, la cuestión es la identificación personal. Pensábamos que conocíamos a Bobby Kennedy, pero no nos identificábamos con él. No éramos los hijos ricos de una dinastía política ni candidatos presidenciales. Éramos sólo gente corriente que teníamos que ir a trabajar, a menudo en edificios altos de oficinas».

La foto del hombre cayendo apareció al día siguiente en la página 7 de The New York Times.

Tom Junod escribió un largo artículo sobre esa imagen y lo que creía que había detrás de ella: ‘The Falling Man’. En una entrevista reciente, explica cómo enfocó el reportaje.

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La nostalgia de Aznar por las guerras de George Bush

No hay guerra a la que José María Aznar no se quiera apuntar. Por guerra, entiende cualquier intervención militar que sirva para reforzar la hegemonía de Estados Unidos en el planeta con independencia del precio que deban pagar los habitantes de esa zona del mundo. Todo lo demás, incluida la diplomacia, es accesorio. Su mundo quedó congelado el 11 de septiembre de 2001. Desde que la opinión pública de EEUU comenzara a evolucionar contra la presencia permanente en Irak y Afganistán y después los gobiernos de Trump y Biden soltaran amarras en el segundo país, Aznar se ha quedado bastante solo en una esquina mientras añora los tiempos en que George Bush le informaba puntualmente de la marcha de la invasión de Irak.

Con ocasión del 20º aniversario de los atentados del 11S, Aznar ha dado una amplia entrevista a ABC para dar rienda suelta a su decepción y amargura por lo que ha ocurrido en los últimos años, y en especial por la retirada norteamericana de Afganistán y la victoria de los talibanes. Su amada OTAN ha perdido relevancia por el repliegue de EEUU, que con distintos presidentes ha ido abandonando las guerras interminables («endless wars») que se iniciaron en 2001. Tres presidentes muy distintos –Obama, Trump y Biden– han tomado decisiones que desagradan a Aznar.

«Los líderes débiles no suelen tener visiones estratégicas y cuando se pierde la visión estratégica se cae en las políticas débiles. Al final, la debilidad es provocativa. Esa guerra (de Afganistán) se ganó y, de pronto, al cabo de un tiempo, quien gana la guerra decide rendirse y hacerlo de la manera más humillante posible», dice en la entrevista. En su opinión, los «líderes débiles» son los que creen que las guerras deben tener un comienzo y un final.

Para el expresidente, esta decadencia hay que analizarla en términos casi antropológicos. Los ciudadanos occidentales se han convertido en unos blandos, porque ya no quieren imponer su visión al mundo a golpe de campañas militares. En su último libro, citó a Francis Fukuyama para referirse a las «personas poshistóricas», las que «no están dispuestas a hacer sacrificios» y «carecen de coraje». Cómo echa de menos la Guerra Fría.

Está tan convencido de que el liderazgo de EEUU es incuestionable y que a los europeos se les debe reservar el papel de socios sumisos de Washington que desdeña los esfuerzos de Europa por tener su propia política de defensa: «¿Van a crear un ejército europeo? No me haga usted reír, o mejor digo llorar». Sostiene que no se puede tomar en serio en este asunto a los países europeos mientras no aumenten su gasto militar.

Aznar siente también nostalgia de su amistad con George Bush. En la entrevista, recuerda sus comunicaciones con el entonces presidente de EEUU. Siempre dispuesto a menospreciar a los líderes europeos que no pensaban como él, recuerda que respondió a la invitación de Bush en septiembre de 2001 para que visitara Washington diciéndole que lo haría más adelante, después de que se produjera «una carrera» entre los gobernantes ansiosos por mostrar su apoyo a los norteamericanos. «Yo no iba a formar parte del espectáculo de las solidaridades que a la hora de las decisiones se desvanecen», dice.

Cuando se sumó a las decisiones de Bush, lo hizo hasta el final. En sus memorias, escribió que «la Cumbre de las Azores marcó el punto más alto de la relevancia internacional de España». En realidad, está pensando en la suya.

Aznar podría haber hecho alguna mención en la entrevista al atentado del 11M en 2004 para destacar que ningún país está libre del terrorismo yihadista. Evidentemente, el autor de la frase que decía que «los que idearon el 11M no están ni en desiertos remotos ni en montañas lejanas» no iba a llegar tan lejos, porque nunca ha abandonado la teoría de la conspiración que el PP y sus aliados periodísticos defendieron durante años.

Hablando de estrategias de desinformación, el informe de la Comisión Chilcot sobre la participación británica en la invasión y ocupación de Irak recuperó las actas escritas sobre la reunión que mantuvieron Aznar y Tony Blair en Madrid el 27 y 28 de febrero de 2003, tres semanas antes del comienzo de la guerra. Preocupados por la repercusión en sus países, acordaron poner en marcha una estrategia de comunicación con la que demostrar que «estaban haciendo todo lo posible para evitar la guerra». Se trataba de envolver los hechos con un manto de propaganda. Blair necesitaba intentar negociar una segunda resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que le permitiera argumentar que se había esforzado en impedir la guerra. Era una cuestión de guardar las apariencias, porque Bush ya había tomado la decisión de invadir y Aznar le apoyaba por completo.

Cree saber con total seguridad que la retirada de Afganistán no era inevitable. Afirma que «con 2.000 hombres y apoyo aéreo suficiente, los talibanes no se habrían adueñado de Afganistán». Quizá no de inmediato, pero prefiere ignorar que EEUU contaba al comienzo de la Administración de Biden sólo con 2.500 militares en ese país por las negociaciones de Qatar. Con el acuerdo de Doha firmado en febrero de 2020, EEUU se comprometía a iniciar la retirada de sus soldados, que eran entonces unos 13.000. Biden no podía quedarse a medias y debía elegir entre retirar a todos sus soldados o proceder a otra escalada, y él ya se había opuesto a una medida similar en 2009 cuando era el vicepresidente de Obama. Consideraba entonces y ahora que EEUU había cumplido sus objetivos y no podía mantener de forma eterna la presencia militar en Afganistán.

«Lo que interesa es contar la historia y no malear los hechos», dice. Con esta entrevista, confirma que sólo le interesan los hechos que se ajustan a sus opiniones, aunque haya que retorcerlos al máximo.

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Talibanes alojados en el lujo de la mansión de Dostum

La mayoría de los talibanes que entraron en Kabul nunca había visto la capital de Afganistán. En los últimos veinte años, la ciudad ha pasado de tener un millón de habitantes a superar los cinco millones. Ese contraste cobra un carácter especial para los 150 que están residiendo estos días en la mansión del mariscal Abdul Rashid Dostum, el caudillo de la etnia uzbeka que fue vicepresidente durante un tiempo y desde siempre uno de los históricos señores de la guerra que nunca dejaron de controlar la política de su país desde sus baluartes regionales. Un equipo del NYT ha tenido una visita guiada en el interior de una residencia que es posible que Dostum utilizara en contadas ocasiones.

Por cierto, son los mismos talibanes que cada día salen a patrullar las calles de Kabul y protagonizan estas imágenes (foto de Reuters) cuando se encuentran ante una manifestación.

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