No hay guerra a la que José María Aznar no se quiera apuntar. Por guerra, entiende cualquier intervención militar que sirva para reforzar la hegemonía de Estados Unidos en el planeta con independencia del precio que deban pagar los habitantes de esa zona del mundo. Todo lo demás, incluida la diplomacia, es accesorio. Su mundo quedó congelado el 11 de septiembre de 2001. Desde que la opinión pública de EEUU comenzara a evolucionar contra la presencia permanente en Irak y Afganistán y después los gobiernos de Trump y Biden soltaran amarras en el segundo país, Aznar se ha quedado bastante solo en una esquina mientras añora los tiempos en que George Bush le informaba puntualmente de la marcha de la invasión de Irak.
Con ocasión del 20º aniversario de los atentados del 11S, Aznar ha dado una amplia entrevista a ABC para dar rienda suelta a su decepción y amargura por lo que ha ocurrido en los últimos años, y en especial por la retirada norteamericana de Afganistán y la victoria de los talibanes. Su amada OTAN ha perdido relevancia por el repliegue de EEUU, que con distintos presidentes ha ido abandonando las guerras interminables («endless wars») que se iniciaron en 2001. Tres presidentes muy distintos –Obama, Trump y Biden– han tomado decisiones que desagradan a Aznar.
«Los líderes débiles no suelen tener visiones estratégicas y cuando se pierde la visión estratégica se cae en las políticas débiles. Al final, la debilidad es provocativa. Esa guerra (de Afganistán) se ganó y, de pronto, al cabo de un tiempo, quien gana la guerra decide rendirse y hacerlo de la manera más humillante posible», dice en la entrevista. En su opinión, los «líderes débiles» son los que creen que las guerras deben tener un comienzo y un final.
Para el expresidente, esta decadencia hay que analizarla en términos casi antropológicos. Los ciudadanos occidentales se han convertido en unos blandos, porque ya no quieren imponer su visión al mundo a golpe de campañas militares. En su último libro, citó a Francis Fukuyama para referirse a las «personas poshistóricas», las que «no están dispuestas a hacer sacrificios» y «carecen de coraje». Cómo echa de menos la Guerra Fría.
Está tan convencido de que el liderazgo de EEUU es incuestionable y que a los europeos se les debe reservar el papel de socios sumisos de Washington que desdeña los esfuerzos de Europa por tener su propia política de defensa: «¿Van a crear un ejército europeo? No me haga usted reír, o mejor digo llorar». Sostiene que no se puede tomar en serio en este asunto a los países europeos mientras no aumenten su gasto militar.
Aznar siente también nostalgia de su amistad con George Bush. En la entrevista, recuerda sus comunicaciones con el entonces presidente de EEUU. Siempre dispuesto a menospreciar a los líderes europeos que no pensaban como él, recuerda que respondió a la invitación de Bush en septiembre de 2001 para que visitara Washington diciéndole que lo haría más adelante, después de que se produjera «una carrera» entre los gobernantes ansiosos por mostrar su apoyo a los norteamericanos. «Yo no iba a formar parte del espectáculo de las solidaridades que a la hora de las decisiones se desvanecen», dice.
Cuando se sumó a las decisiones de Bush, lo hizo hasta el final. En sus memorias, escribió que «la Cumbre de las Azores marcó el punto más alto de la relevancia internacional de España». En realidad, está pensando en la suya.
Aznar podría haber hecho alguna mención en la entrevista al atentado del 11M en 2004 para destacar que ningún país está libre del terrorismo yihadista. Evidentemente, el autor de la frase que decía que «los que idearon el 11M no están ni en desiertos remotos ni en montañas lejanas» no iba a llegar tan lejos, porque nunca ha abandonado la teoría de la conspiración que el PP y sus aliados periodísticos defendieron durante años.
Hablando de estrategias de desinformación, el informe de la Comisión Chilcot sobre la participación británica en la invasión y ocupación de Irak recuperó las actas escritas sobre la reunión que mantuvieron Aznar y Tony Blair en Madrid el 27 y 28 de febrero de 2003, tres semanas antes del comienzo de la guerra. Preocupados por la repercusión en sus países, acordaron poner en marcha una estrategia de comunicación con la que demostrar que «estaban haciendo todo lo posible para evitar la guerra». Se trataba de envolver los hechos con un manto de propaganda. Blair necesitaba intentar negociar una segunda resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que le permitiera argumentar que se había esforzado en impedir la guerra. Era una cuestión de guardar las apariencias, porque Bush ya había tomado la decisión de invadir y Aznar le apoyaba por completo.
Cree saber con total seguridad que la retirada de Afganistán no era inevitable. Afirma que «con 2.000 hombres y apoyo aéreo suficiente, los talibanes no se habrían adueñado de Afganistán». Quizá no de inmediato, pero prefiere ignorar que EEUU contaba al comienzo de la Administración de Biden sólo con 2.500 militares en ese país por las negociaciones de Qatar. Con el acuerdo de Doha firmado en febrero de 2020, EEUU se comprometía a iniciar la retirada de sus soldados, que eran entonces unos 13.000. Biden no podía quedarse a medias y debía elegir entre retirar a todos sus soldados o proceder a otra escalada, y él ya se había opuesto a una medida similar en 2009 cuando era el vicepresidente de Obama. Consideraba entonces y ahora que EEUU había cumplido sus objetivos y no podía mantener de forma eterna la presencia militar en Afganistán.
«Lo que interesa es contar la historia y no malear los hechos», dice. Con esta entrevista, confirma que sólo le interesan los hechos que se ajustan a sus opiniones, aunque haya que retorcerlos al máximo.