Denunciar la homofobia no es tan importante como defender el honor de Madrid

Cada vez que se produce una agresión homófoba, el PP de Madrid echa la culpa de la conmoción social a quienes la denuncian y la achacan a un clima político que niega los derechos LGTBI. Después del asesinato del joven Samuel en A Coruña, Isabel Díaz Ayuso criticó «la inversión de la carga de la prueba» de la que supuestamente eran responsables los que lo calificaron de crimen homófobo. En la locura de pretender marcar distancias con la izquierda, casi parecía que estaba defendiendo a los detenidos por el asesinato. Ahora, tras la denuncia de una paliza sufrida por un joven gay en Madrid conocida a finales de la semana pasada, el alcalde ha encontrado otra vía de escape para que su electorado sepa qué es importante en este caso. «La izquierda quiere ensuciar el nombre de Madrid con fines políticos», dijo José Luis Martínez-Almeida el miércoles. Una vez más, la guerra santa en defensa de Madrid es más importante que cualquier otro asunto, aunque se tratara de una cobarde agresión en la calle, como se creía en ese momento.

No fue una salida a la carrera para librarse de las preguntas de los periodistas. Formaba parte de una estrategia definida, como se vio horas más tarde con la reacción del portavoz del Gobierno madrileño. Enrique Ossorio acusó a Unidas Podemos y Más Madrid de ser responsables del «discurso de odio, de enfrentamiento de los españoles» desde su llegada a las instituciones. Así que los que denuncian los delitos de odio contra los LGTBI son responsables de que se peguen palizas a esas personas. Como si el odio fuera una costumbre genérica que arraiga en la sociedad y no una agresión directa a personas muy concretas por el hecho de ser distintas a la mayoría.

A estas alturas, parece imposible que algunos políticos entiendan que los delitos de odio se cometen contra personas especialmente vulnerables por el hecho de serlo, habitualmente las que pertenecen a minorías. Si insultas a un político del PSOE, PP o Podemos, quizá seas responsable de un delito de injurias, pero no de un delito de odio. Lo mismo para policías, jueces, periodistas y cualquier otra profesión. Ni siquiera hay que haber estudiado Derecho para saberlo. Sigue leyendo

Publicado en España | Etiquetado , , , | Deja un comentario

Por qué los talibanes han formado un Gobierno controlado exclusivamente por su núcleo duro

Los talibanes ganaron la guerra y el Gobierno que han anunciado ese martes responde estrictamente a esa realidad. No se han cumplido las promesas de que se iba a intentar formar un Gobierno «inclusivo». Por tal se entendía a un Gabinete que incluyera figuras no talibanes y representantes de los otros grupos étnicos de Afganistán. Treinta de los 33 ministros son pastunes.

Ninguno de sus integrantes es mujer. No es una sorpresa, pero confirma que las mujeres pasan a ser ciudadanas de segunda clase. Los fundamentalistas pastunes no aceptan que ellas tengan otro papel que el tradicional que se asigna a una mujer en el medio rural del que proceden la mayoría de los nuevos dirigentes del país.

El hecho de que se haya permitido, al menos en Kabul, que las jóvenes sigan asistiendo a la universidad –pero en aulas en las que una cortina separa a hombres de mujeres– es un cambio significativo con respecto a lo que ocurrió en el Gobierno talibán de los noventa. Eso no quiere decir que se vaya a respetar su derecho a ocupar puestos relevantes en la sociedad.

Los antes insurgentes y ahora gobernantes saben muy bien que una de las razones por las que aguantaron durante veinte años es que mantuvieron su unidad, una característica poco habitual entre los grupos que han gobernado el país desde principios de los ochenta. Esa fue la razón de que mantuvieran en secreto durante dos años la muerte por causas naturales del mulá Omar en 2013, su líder indiscutible en su primera etapa de Gobierno. Las distintas facciones que formaban la cúpula talibán lograron finalmente alcanzar el consenso necesario para elegir a su sustituto, Akhtar Mansour, que murió tres años después en un ataque aéreo norteamericano.

El siguiente nombramiento del líder supremo del movimiento fue el de Hibatullah Akundzada, uno de los primeros fundadores de los talibanes en 1994. Siempre estuvo dedicado a funciones religiosas, no militares. Akundzada es ahora emir de Afganistán, la máxima autoridad religiosa y política del país, por encima del Gobierno.

El alto número de ministros (33) revela la intención de complacer a todos los sectores y clanes que estaban representados en la dirección talibán, incluidos a aquellos que dirigían la guerra sobre el terreno. Sobre todos ellos destaca el nuevo ministro de Interior, Sirajuddin Haqqani, el jefe del clan de los Haqqani, del que los servicios de inteligencia occidentales siempre han destacado sus relaciones directas con Al Qaeda y el ISI (los servicios de inteligencia de Pakistán).

El FBI aún busca a Haqqani por su relación con un atentado que mató a un ciudadano norteamericano. Ofrece por él una recompensa de cinco millones de dólares. Muchos afganos –además del anterior Gobierno– acusan a Haqqani de haber sido el responsable de las campañas de atentados suicidas contra la población civil en Kabul a lo largo de la guerra.

La cartera de Interior permitirá a Haqqani controlar a los gobernadores provinciales.

El otro personaje importante del Gabinete es el ministro de Defensa, Mohamad Yaqub. Es el hijo mayor del mulá Omar. Tanto Yaqub como Haqqani dirigían las operaciones militares en la guerra y sólo respondían ante Hibatullah Akundzada. Yaqub es bastante joven y supera por poco los 30 años, lo que en su momento impidió que fuera elegido como sucesor de su padre.

Como jefe del Gobierno, ha sido elegido Hassan Akhund. Su proximidad desde los orígenes del movimiento al mulá Omar es una de las razones de su presencia permanente en la cúpula del grupo desde 2001. Antes había sido vicegobernador de Kandahar y ministro de Exteriores. En el Gabinete, su segundo será Abdul Ghani Baradar, del que los medios occidentales dijeron hace unas semanas que sería quien lo encabezara.

Pasó ocho años en una prisión paquistaní hasta que la Administración de Donald Trump pidió a Islamabad que lo pusiera en libertad para que pudiera participar en las negociaciones de Qatar. Es posible que los talibanes pensaran que, para no perjudicar las relaciones con su vecino, era más conveniente colocar a Akhund al frente del Gobierno. Akhund está en la lista de dirigentes talibanes objeto de sanciones por la ONU.

A pesar de la terrible situación económica del país, que sólo ha sobrevivido hasta ahora por la ayuda internacional, se ha elegido ministro de Economía a una persona sin conocimientos de la materia. Din Mohammad Hanif se ocupará de la cartera, aunque sólo cuenta con estudios religiosos. Formaba parte del equipo negociador talibán en Qatar con EEUU. Aunque es de origen tayiko, ha estado con los talibanes desde su fundación. Se alistó en sus filas cuando era un joven estudiante de un centro religioso.

Es sin duda un Gobierno formado por el núcleo duro de los talibanes sin concesiones a Occidente. La duda ahora es si eso será un obstáculo para la posible reanudación de la ayuda, aunque sólo sea por razones interesadas de cara al peligro de que un hundimiento económico aun mayor provoque un éxodo masivo fuera del país. La Administración de Biden ha dicho que no cortará la ayuda estrictamente humanitaria. Nunca ha dicho que vaya a entregar los 9.000 millones de dólares de las reservas afganas que están bloqueados en la Reserva Federal de EEUU ni de los créditos del Banco Mundial que no continuarán sin el permiso expreso de Washington.

Los talibanes han invitado a la ceremonia de toma de posesión del Gobierno a representantes de China, Rusia, Pakistán, Turquía, Irán y Qatar. Países como Turquía e Irán no estarán nada contentos sobre la ausencia de figuras destacadas de las comunidades uzbeka y tayika en el Gabinete. En cualquier caso, esa es la apuesta de los nuevos gobernantes afganos para evitar el aislamiento que sufrieron entre 1996 y 2001.

Foto: Hibatullah Akundzada, líder supremo de Afganistán y de los talibanes.

Publicado en Afganistan | Etiquetado | Deja un comentario

Iglesias, de tertulia por las noches y de momento Sánchez puede dormir tranquilo

Aparentemente, media España está que no duerme hasta saber qué va a hacer con su vida Pablo Iglesias. Igual no son tantos, pero por ejemplo este mes de agosto La Voz de Galicia dedicó casi una página a un artículo que se titulaba «Cien días sin noticias de Pablo Iglesias». Lo leías y te llevabas un susto. Dios mío, han secuestrado a Iglesias y lleva tres meses encerrado a la espera de que paguen el rescate. Luego, lo leías y no había que preocuparse. Sólo ocurría que desde las elecciones de Madrid en las que fue candidato, «apenas han trascendido noticias del exvicepresidente del Gobierno». Un drama insoportable.

Esa es la idea de abandonar un Gobierno o la política o al menos una de sus consecuencias más favorables para la tranquilidad de espíritu. Que no sepa la gente en cada minuto dónde estás y lo que piensas sobre cada asunto. Que no te llamen por la noche para decirte que algo terrible ha pasado y que hay que hacer algo, lo que sea y cuanto antes.

Sin embargo, Iglesias no ha dejado atrás la política para siempre. Ha dicho que piensa dedicarse al «periodismo crítico», lo que quiere decir que pretende seguir dando caña. Que tenga que ver con el periodismo es otra cosa. Dar clases en la universidad está muy bien, y es una profesión muy honorable, aunque la audiencia es reducida. Hay otros altavoces que llegan a más gente. Sigue leyendo

Publicado en España | Etiquetado , , | Deja un comentario

La política es una profesión y los paracaidistas terminan estrellándose en el suelo

Con el fin del bipartidismo, se extendió en España la idea de que los políticos profesionales, que son casi todos, eran una parte esencial del problema. Las encuestas del CIS lo certificaron en sucesivas oleadas. Los numerosos casos de corrupción parecían confirmar esa sospecha. La partitocracia se empezó a utilizar como concepto negativo, aunque los partidos políticos hayan sido siempre un elemento clave de la democracia liberal en Europa. Luego llegó Albert Rivera y dijo que no era ni de izquierdas ni de derechas. Lo que de verdad quería decir es que pretendía dejar en la irrelevancia a los partidos tradicionales de izquierda y derecha. Al final, los votantes decidieron que el que sobraba era el líder de Ciudadanos. Por sus declaraciones posteriores, se intuye que no se enteró muy bien de lo que pasó o que creía que la culpa del fracaso era de todos, menos de él. Una reacción muy típica en políticos profesionales.

Buena parte de esas críticas generales estaban justificadas. El sistema político que había comenzado a finales de los setenta daba señales de un agotamiento evidente. A partir de 2014, muchos políticos de primer nivel se fueron a su casa arrollados por circunstancias que ni podían ni sabían controlar, porque en el fondo no las entendían. Hubo un relevo generacional con la entrada progresiva de nuevos políticos de Podemos, Ciudadanos y Vox que acercó a la política a la realidad a cambio de hacerla más agresiva.

Lo que no cambió fue el ansia de los partidos de optar a la renovación a través de los fichajes de (presuntos) galácticos. Personas de las que se decía que venían de la sociedad civil –¿de qué otro sitio iban a venir?– para aportar un punto de vista más fresco y pegado a la calle. O simplemente eran gente muy conocida por su trayectoria en otro campo profesional. Evidentemente, en cada partido estos fichajes eran recibidos como un golpe maestro del líder. Desde fuera, los periodistas los miraban con escepticismo. Algunos sólo necesitaban una entrevista para delatar su desconocimiento sobre asuntos básicos. O su arrogancia. A veces, suscitaban un cierto cariño condescendiente: este no sabe dónde se ha metido. Sigue leyendo

Publicado en España | Etiquetado , , , , , | Deja un comentario

Se abrieron los cielos, sonaron las trompetas de Jericó y Díaz Ayuso dio a luz a un ratón

Los políticos siempre tienen prisa en septiembre para recordarnos que existen. Y nadie es más rápida desenfundando el arma que Isabel Díaz Ayuso. El día en que el Gobierno de Madrid celebraba la primera reunión después de las vacaciones, se presentó en la rueda de prensa para anunciar otro capítulo más en su guerra santa contra los impuestos. Bajo su guadaña, cayeron los tres que gravan las máquinas recreativas en bares y restaurantes, los depósitos de residuos por empresas y el recargo en el IAE. Tres enemigos de la libertad a la que acosaban con alevosía. Tres enemigos de tamaño ínfimo, tan pequeño que eran irrelevantes. El recargo del IAE asciende a un escalofriante 0% desde 2009, el de residuos tiene que desaparecer cuando se apruebe en el Congreso una tasa estatal de basuras y el de las tragaperras es una tasa residual. En conjunto, suponían 0,7 euros por habitante. Es lo que el diario ABC llamó lanzar «una bomba». Una con setenta céntimos de metralla.

La socialista Hana Jalloul lo llamó «puro humo». Mónica García, de Más Madrid, dijo que era una «pantomima neoliberal». Pero con el teatrillo fiscal, Ayuso se ganó unos cuantos titulares, que es de lo que se trataba.

Cada paso en las guerras de religión, por pequeño que sea, es una victoria contra los infieles. Ahora la Comunidad de Madrid ya no cuenta con impuestos propios. La presidenta madrileña sacó a colación los que tienen las CCAA gobernadas por sus rivales –por ejemplo, trece en Catalunya o seis en Aragón– y se calló el número de los ejecutados por gobiernos del PP (ocho en Andalucía y seis en Galicia). Seguro que cree que esos dirigentes regionales de su partido no son lo bastante puros, aunque hubiera quedado poco cortés avergonzarles en público. Sigue leyendo

Publicado en Economia, España | Etiquetado , , , | Deja un comentario

El precio de la luz alcanza niveles prohibitivos para el Gobierno

La primera pregunta en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros del martes fue sobre el precio de la luz. La portavoz, Isabel Rodríguez, dijo que es «un asunto sobre el que existe una absoluta sensibilidad» en el Gobierno. Hubo una segunda pregunta minutos después y no le debió de gustar mucho a la ministra, porque empezó diciendo «para cerrar el capítulo…». No se les ocurra seguir preguntando por la luz. Estaba claro que no tenía muchas ganas de hablar del asunto. Un tercer periodista sacó de nuevo el tema y casi pidió disculpas: «Perdone que insista con el precio de la luz». Esto pasa con las polémicas que acosan al Gobierno sin que este pueda hacer mucho a corto plazo. En estos casos, lo que se hace es acortar la rueda de prensa, que es lo que ocurrió.

Unidas Podemos estaba mucho más habladora que Rodríguez hasta el punto de que planteó una alternativa ciertamente novedosa: manifestaciones promovidas desde dentro del Gobierno para presionar al Gobierno. No es un caso de desdoblamiento de personalidad, pero se le acerca bastante. Txema Guijarro, uno de los responsables del grupo parlamentario, recomendó a los ciudadanos que salgan a la calle con una doble misión, denunciar esta situación y contrarrestar la presión de las eléctricas. Es decir, en una frase acusaba al Gobierno del que Unidas Podemos forma parte de dos cosas un tanto vergonzantes: de pasividad ante un crecimiento desbocado de los precios y de no plantar cara a las grandes corporaciones: «Si queremos un Gobierno audaz, valiente, que tome decisiones que le sitúen frente al oligopolio, la ciudadanía se tiene que movilizar para que se mueva en esa dirección», dijo Guijarro en una entrevista en RNE.

Por tanto, el Gobierno no está siendo ahora valiente ni efectivo ante el poder de las eléctricas, en opinión de Podemos. También es cierto que por «Gobierno», se refieren al PSOE. Sigue leyendo

Publicado en Economia, España | Etiquetado , , , , | Deja un comentario

El Congreso descubre que Afganistán existe

La política española se olvidó de Afganistán hace mucho tiempo. Como mínimo, desde 2014, cuando se retiró el último destacamento de tropas. A finales de junio de este año, regresó a España el grupo de 24 militares que formaba parte de la misión Resolute Support de la OTAN. Estados Unidos ya había decidido completar la retirada decidida antes por el Gobierno de Donald Trump. Los gobiernos europeos, los mismos que ahora critican a la Administración de Joe Biden por la caótica retirada en el mayor fracaso occidental del siglo XXI, ya sabían que tocaba hacer las maletas sin causar mucho ruido, porque a fin de cuentas su presencia en el país siempre había sido secundaria.

El único Estado que tuvo un papel militar relevante fue Reino Unido, que concluyó su intervención en la provincia de Helmand con un fracaso rotundo, uno de tal calibre que sus soldados tuvieron que ser sustituidos por marines norteamericanos. En la reconstrucción de la policía afgana, Alemania llevó la iniciativa desde 2002 y en 2007 se formó la misión europea llamada EUPOL para adiestrar a los agentes locales, cuyo balance no fue mucho mejor. La policía de Afganistán era el cuerpo más corrupto entre todas las fuerzas militares y de seguridad.

Ahora toca lamentarse por la fulgurante victoria talibán, señalar con el dedo a algunos gobiernos y temer –como dijo Macron sin inmutarse en mitad de la tragedia humanitaria– una posible huida masiva de refugiados que llegue a Europa. O felicitarse por el esfuerzo en evacuar a decenas de miles de afganos que colaboraron con las fuerzas militares de EEUU y Europa. Esto último sirve para ignorar en estas semanas que el Estado afgano puesto en pie por los occidentales era una ficción condenada a desaparecer sin la ayuda exterior. Sigue leyendo

Publicado en Afganistan, España | Etiquetado , | Deja un comentario

Los talibanes tienen ahora un peligroso enemigo que no esperaban

En los últimos días, algunos afganos comentaban en redes sociales que Kabul vivía por primera vez una extraña tranquilidad no vista en muchos años. De entrada, no era insólito. La mayor parte de la violencia sufrida por la capital de Afganistán había sido obra de los talibanes, que ahora controlan todo el país. Las únicas escenas de tensión se vivían en las entradas del aeropuerto de Kabul, donde miles de personas intentan que se les permita pasar los controles para ser evacuados. Al mismo tiempo, esa concentración caótica de civiles, militares norteamericanos y talibanes suponía un excelente objetivo para un grupo yihadista que no existía en Afganistán hasta hace unos seis años.

Dos explosiones provocadas por terroristas suicidas infiltrados entre la multitud mataron el viernes a 90 personas, de los que 78 eran civiles afganos y doce militares de EEUU, según el último recuento facilitado por hospitales de Kabul y el Ejército norteamericano. Ocurrió cinco días antes de que EEUU ponga fin a la evacuación.

El atentado fue reivindicado horas después por ISIS, también conocido como ISIS-K, por ISIS-Khorasan, el nombre que asumió el grupo en Afganistán, antes de prestar lealtad a la organización dirigida entonces por Al Bagdadi en Irak y Siria. Se cree que comenzó a operar en 2015 y que al principio estaba compuesto fundamentalmente por talibanes paquistaníes, aunque desde entonces ha sumado a sus fuerzas a centenares de afganos.

Desde el principio, dirigió sus ataques contra los talibanes en la zona este en torno a la ciudad de Jalalabad. Una de sus primeras acciones fue capturar a un grupo de insurgentes y decapitarlos. Como hicieron sus mentores en Irak y Siria, también han realizado numerosos atentados contra civiles chiíes. En sus comunicados, ISIS-K califica de «milicia apóstata» a los talibanes, críticas que aumentaron con el comienzo de las negociaciones de Doha entre EEUU y los insurgentes.

La victoria de los talibanes en agosto fue recibida como un gran triunfo por todos los grupos yihadistas del mundo, incluida Al Qaeda. No por ISIS-K. Los talibanes han prometido que no volverán a dar refugio a las organizaciones que tengan como punto central de su estrategia lanzar ataques contra países extranjeros, lo que contribuirá a hacer aún más evidente las diferencias entre ambos grupos. Algunos gestos simbólicos en favor de los chiíes –como se vio en la reciente celebración de la Ashura en Kabul que fue protegida por milicianos talibanes– habrán despertado la furia de los dirigentes de ISIS-K. Para ellos, los chiíes no son más que unos infieles, que es por cierto la misma posición que tuvieron los talibanes cuando gobernaron el país entre 1996 y 2001.

Se sabe que ISIS-K cuenta con una presencia significativa en las provincias afganas de Konar y Nangahar, pero no tanto en Kabul. No es la primera vez que realizan una matanza en la capital. En mayo de este año, pusieron una bomba en una escuela femenina en Kabul con la que asesinaron a 85 personas, la mayoría estudiantes de entre 13 y 18 años. La escuela daba clases a niñas de la comunidad hazara, que profesa la religión chií.

EEUU ha ejecutado varios ataques contra objetivos relacionados con ISIS en Afganistán. El más conocido fue el realizado en 2017 en Nangahar, cuando se utilizó la llamada «madre de todas las bombas», la mayor bomba convencional del arsenal norteamericano, contra un complejo de túneles situado en una zona montañosa. Nunca se supo si el lanzamiento de esa bomba masiva había servido para algo.

A lo largo de 2019, el grupo sufrió los efectos de una ofensiva del Ejército afgano que le produjo grandes pérdidas. En mayo de 2020, el Gobierno afgano anunció que había detenido en Kabul a Abu Omar Khorasani (seguramente no es su verdadero nombre), identificado como líder del ISIS en el sur de Asia. Según The Wall Street Journal, los talibanes eliminaron a Khorasani y a otros ocho miembros del grupo después de tomar el poder en Kabul.

En el comunicado con el que reivindicaron la matanza de Kabul, ISIS-K presumió de que uno de los terroristas suicidas llegó a estar a cinco metros de los soldados norteamericanos que vigilaban el perímetro del aeropuerto, lo que indica que ellos serían el principal objetivo del ataque. Sin embargo, la mayoría de las víctimas son afganas. El atentado sirve también para dejar en evidencia a los talibanes, que han dicho que su primer objetivo es dar seguridad a la capital. Los terroristas tuvieron que superar los controles colocados por los talibanes en los accesos al aeropuerto para causar el mayor daño posible.

Ahora que han ganado la guerra y son responsables de su seguridad, los talibanes se encuentran en una situación que no esperaban. Deben hacer frente a un grupo yihadista que utiliza los mismos métodos que ellos emplearon durante años para provocar el terror en Kabul.

Sábado
La última cifra de afganos muertos en el atentado es de 170, según fuentes hospitalarias locales. Además murieron 13 militares norteamericanos. Según un portavoz militar de EEUU, sólo hubo una explosión provocada por un terrorista suicida. Varios testigos contaron a un reportero de BBC que en la confusión posterior a la explosión soldados norteamericanos dispararon sobre la multitud y mataron a algunos supervivientes.

Foto: centenares de personas se agolpan en el exterior del aeropuerto de Kabul el jueves cerca de la zona donde se produjo después la explosión. Akhter Gulfam / EFE.

Publicado en Afganistan, Terrorismo | Etiquetado , , , | Deja un comentario

Ashraf Ghani, el tecnócrata sin poder real que creía tener el manual de instrucciones para modernizar Afganistán

¿Qué hacer cuando un país carece de un Estado fuerte, está marcado por diferencias étnicas y no cuenta con una cultura democrática ni con una estructura de partidos basada en principios ideológicos? ¿A quién pueden apoyar los gobiernos occidentales si no tienen socios fuertes sobre el terreno a los que confiar la responsabilidad de gestionar la gestión de ayudas económicas millonarias? Ashraf Ghani es el último ejemplo de político tecnócrata que pasa de ser la gran esperanza de EEUU a convertirse en un socio incómodo al no cumplir las expectativas y que termina siendo un fracaso indudable.

El expresidente de Afganistán ha encontrado asilo en los Emiratos Árabes después de huir de su país con su familia. Su salida repentina fue el símbolo del desmoronamiento de un Estado alimentado durante veinte años por el dinero de EEUU. Alegó que había recibido información de que su vida corría peligro, mientras otros dirigentes políticos como el expresidente Karzai y el exvicepresidente Abdullah se quedaron y entablaron contactos con dirigentes talibanes para verificar sus primeras promesas sobre la formación de un Gobierno.

Ghani recibió el apoyo de Washington, una vez que las relaciones de EEUU con Hamid Karzai (presidente desde 2001 a 2014) habían acabado en un completo desastre. Al presidente afgano le acusaban de ser incapaz de poner coto a la corrupción –con casos evidentes en su propia familia– y en definitiva de no haber levantado un Estado que pudiera garantizar seguridad y prosperidad a sus ciudadanos. Karzai denunciaba a los norteamericanos por sus operaciones militares en las que la persecución de los talibanes originaba constantes abusos o la muerte de civiles en bombardeos, lo que contribuía a hundir la popularidad de su Gobierno.

El relevo fue recibido con esperanzas en los medios norteamericanos. Aparentemente, el currículum de Ghani lo avalaba. Profesor de antropología en universidades de EEUU. Alto funcionario del Banco Mundial. A su vuelta a Afganistán en 2002, ministro de Hacienda. En el colmo de la modernidad, había dado una charla TED en 2005 con el expresivo título de «Cómo reconstruir un Estado roto». Qué más se podía pedir.

Por encima de todo, era un político pastún –el grupo mayoritario del país– con el que se hizo el segundo intento de levantar un Estado viable. La modernidad pasaba por buscar a un intelectual que hablaba bien inglés y que era como uno de los nuestros, pensaban los nortemamericanos. Alguien que sabía negociar un programa de créditos con el FMI o el Banco Mundial y que podía cumplir los requisitos que se le plantearan.

De entrada, el proyecto de Ghani tropezó en el mismo obstáculo que se había producido con Karzai. La democracia era sólo la fachada de un edificio en ruinas.

Las elecciones presidenciales afganas habían sido al principio un motivo suficiente para celebrar un logro imposible de encontrar en la historia del país: unos comicios libres en los que el voto de una mujer valía lo mismo que el de un hombre. Pero el fraude fue masivo en favor de Ghani, como había ocurrido antes con Karzai en su última cita con las urnas. En las zonas pastunes, las amenazas de los talibanes y la falta de interés de una parte importante de la población dejaban al candidato pastún probablemente sin millones de votos. Los partidos agrupados en torno a dinastías regionales y los caudillos de la antigua Alianza del Norte no tenían ese problema. La única alternativa era llenar las urnas con papeletas en favor de Ghani.

En las dos elecciones que ganó Ghani, la oposición denunció el fraude –no es que en sus zonas no lo hubiera o quizá es que no lo necesitaban– y EEUU se ocupó de la labor de mediación para que la cuestión no se resolviera a tiros. La única vía posible era imponer una especie de cohabitación en la que el líder de la oposición, Abdullah Abdullah, hiciera las veces de primer ministro, pero sin el título.

La salida estaba muerta antes de empezar. Ghani no estaba dispuesto a compartir la toma de decisiones con Abdullah. Era una especie de tecnócrata autoritario que sabía qué es lo que se debía hacer y no tenía que pedir la opinión de nadie. Decían de él que tenía planes sobre todo y muy detallados. Era como un político norteamericano o alemán con la particularidad de que había nacido en la provincia afgana de Logar en 1949.

«Tiene la increíble reputación de haber enfadado a todos los miembros del Gobierno con los que ha trabajado», dijo un embajador norteamericano en Kabul sobre el presidente.

Como ministro de Hacienda, podía presumir de algunos logros concretos en la construcción de un Estado moderno a través de la creación de una nueva moneda, una reforma fiscal o el establecimiento del sistema de adjudicación de las nuevas licencias de telefonía móvil.

Pero eso, aunque importante, no te permite ganar elecciones en un país como Afganistán. En los primeros comicios presidenciales a los que se presentó en 2009, obtuvo poco más del 2% de los votos. Para las siguientes, decidió dejar a un lado las promesas de modernidad y eligió como compañero de candidatura al general Abdul Rashid Dostum, uno de los señores de la guerra más brutales en las guerras civiles de los noventa. Responsable de la muerte de centenares de talibanes en 2001 a los que encerró en contenedores bajo un sol abrasador hasta que murieron por el calor.

Por otro lado, Dostum aportaba cerca de un millón de votos de la población uzbeka, de la que es el gran cacique desde hace décadas. «No construyes una nación trabajando con gente como tú. Superas una historia de conflictos llegando a acuerdos con gente muy diferente a ti», explicó Ghani. Sonaba bien en teoría, pero nunca llegó a funcionar. Entre otras cosas, porque Ghani mostró en el poder un carácter autoritario que no le iba a servir en un país en el que el poder de Kabul se acaba no muy lejos de la capital.

Como presidente desde 2014, Ghani se embarcó en una rápida carrera por fortalecer las instituciones. Sin mucho éxito. Para esa tarea, necesitas poder y descubrió muy pronto que no lo tenía. Quiso sustituirlo por una actitud despectiva hacia esos caudillos regionales que han conservado el auténtico poder durante dos décadas.

Cuando quiso jugar fuerte, perdió. En 2018, destituyó al gobernador de la provincia de Balkh –cuya capital es Mazar-e Sarif, la segunda ciudad del país–, Atta Mohamed Noor, uno de esos caudillos. Su decisión de relevarlo era legal, pero inútil. El hombre al que eligió para el puesto ni siquiera pudo tomar posesión del cargo. Le dieron una oficina en Kabul.

Al final, Ghani acabó siendo un caudillo más, sólo que su fuente de poder residía exclusivamente en Kabul y en el apoyo norteamericano. Encerrado en su palacio, perdió todo contacto con los demás políticos afganos y se negó a afrontar las consecuencias de lo que estaba pasando en EEUU. A pesar de las decisiones de Trump y Biden, nunca creyó que los norteamericanos se atreverían a abandonar Afganistán. El tecnócrata ni siquiera sabía ya entender la política interna de su principal socio.

Su legitimidad era en el fondo muy discutible. Según la comisión electoral independiente, en las elecciones de 2019, el porcentaje de participación fue del 18%.

Sus últimos días en el poder tuvieron un aire casi irreal. El 7 de agosto, unas horas antes de la caída de la ciudad de Kunduz, presidió una reunión con el objetivo de mejorar las relaciones entre la Fiscalía General y las autoridades locales. Luego, se retiró al jardín a leer un libro, según el WSJ.

Cuando los talibanes ya estaban cercando la capital, el presidente abandonó el país con su familia y sus más directos colaboradores. Sin avisar a los demás miembros del Gobierno. Podía haber prestado un último servicio a su país, aunque doloroso. Según las informaciones de varios medios, en las negociaciones de Doha se planteó la opción de su dimisión, lo que permitiría nuevas conversaciones con el objetivo de formar un Gobierno de transición que no estaría controlado sólo por los talibanes. Esa salida quedó amortizada cuando Ghani abandonó Afganistán y los insurgentes decidieron ir hasta el final.

Quizá esta versión esté contaminada por el deseo de algunos políticos afganos de volcar todas las culpas sobre Ghani y hacer ver que ellos estaban preparados para impedir el caos del que hemos sido testigos en la última semana. Lo que es indudable es que Ghani huyó y dejó a la nación que le había elegido dos veces en manos de los talibanes. El Estado que presidía era una ficción y como tal sólo necesitó un empujón para desvanecerse.

El tecnócrata que pensaba que todas sus decisiones se basaban en un análisis detallado de la realidad había perdido todo contacto con ella.

Publicado en Afganistan | Etiquetado | Deja un comentario

El fracaso de Afganistán no impide que los partidarios de la guerra monopolicen los medios en EEUU

Los norteamericanos tienen una idea muy clara sobre los veinte años de guerra en Afganistán y la intervención militar de su país. No les gustan nada. Es uno de los pocos asuntos en que demócratas y republicanos no están en total desacuerdo. El 62% cree que la guerra de Afganistán no mereció la pena, según una encuesta difundida por AP y hecha estos días. El porcentaje es del 67% entre los votantes demócratas y del 57% entre los republicanos.

La amenaza de un atentado terrorista fue una de las razones más esgrimidas por políticos, periodistas y expertos para justificar el envío constante de tropas, además de estar en el origen del derrocamiento de los talibanes en 2001. Ahora mismo, los norteamericanos están más preocupados por la amenaza de grupos extremistas de su propio país con una diferencia de quince puntos sobre el peligro del terrorismo extranjero.

¿Quiere decir eso que la rápida victoria de los talibanes y las imágenes de los últimos días no pasarán factura a Joe Biden? Para estar seguros, habrá que esperar a ver cómo evolucionan los acontecimientos en Afganistán. De entrada, tanto este sondeo como otros hechos en los últimos años indican que la retirada norteamericana se debería haber producido hace mucho tiempo si nos atenemos a los deseos de los habitantes del país. En una encuesta de julio, un 73% estaba a favor de sacar todas las tropas.

Biden tiene enfrente a un colectivo más pequeño y muy influyente que ya ha empezado a lanzarse contra el presidente por la decisión de abandonar el país y las escenas de caos que han acompañado al hundimiento del anterior Gobierno afgano. Son los políticos, medios de comunicación y think tanks periódicamente alarmados por el fin de eso que se suele denominar ‘el siglo americano’, el periodo en que la hegemonía estadounidense era incontestable, en especial después del fin de la Unión Soviética. En ese campo, la palabra más utilizada ahora es «debacle».

Los medios de comunicación siempre son los más rápidos en asignar responsabilidades. Margaret Sullivan escribió en The Washington Post que «la debacle afgana duró dos décadas» y que «los medios necesitaron dos horas en decidir a quién echar la culpa». Y quien se llevó todos los golpes fue la Casa Blanca de Biden, y mucho menos los presidentes anteriores.

Biden sólo lleva siete meses en el cargo. Aunque fue vicepresidente en la Administración de Obama, él fue precisamente el político en la Casa Blanca que con más energía se opuso a los planes de los militares para enviar más tropas. No puede negar que su pronóstico en julio de que el Gobierno afgano aguantaría mucho tiempo y que la victoria talibán no era «inevitable» le acompañará durante toda su presidencia. Y que la forma rápida y casi silenciosa en que se produjo la retirada militar tuvo una influencia notable en el desmoronamiento del Gobierno y Ejército de Kabul.

La base de Bagram, donde habían estado desplegados miles de soldados, fue abandonada una noche sin comunicarlo previamente a los militares afganos. Cuando se enteró al día siguiente el general que debía asumir el control de las instalaciones, tuvo que enviar fuerzas propias con impedir para detener los saqueos que ya habían empezado. Hay ciertas cosas que evidentemente podrían haberse hecho de otra manera, pero el resultado final no hubiera sido muy diferente.

Medios cercanos a Biden como The New York Times, The Washington Post y CNN han hecho una cobertura crítica de las decisiones de la Casa Blanca. Los expertos civiles o militares invitados a las televisiones han denunciado de forma rotunda la decisión de retirarse de Afganistán. No ha importado que algunos de esos expertos o ex altos cargos llevaran años vendiendo una realidad ficticia sobre los progresos que estaba consiguiendo el Gobierno de Kabul en su guerra contra los talibanes.

Entre ellos, está Leon Panetta, que fue secretario de Defensa y director de la CIA con Obama, que acusó en los medios a Biden de «no haber pasado mucho tiempo estudiando el asunto» y que dijo que la Casa Blanca «cruzó los dedos confiando en que no se produjera el caos». Es el mismo Panetta que, cuando estaba en el Gobierno, suministró a los norteamericanos un catálogo completo de mentiras o anuncios falsamente optimistas sobre la evolución de Afganistán. En 2011 y 2012, dijo que «la campaña militar había debilitado seriamente a los talibanes», que el entrenamiento del Ejército y la Policía afganas estaba cumpliendo los objetivos previstos, y que «estamos muy cerca de conseguir» que los afganos puedan gobernarse y protegerse a sí mismos.

En los artículos en que se citaban opiniones de Panetta, no aparecían referencias a todas las veces en que estuvo equivocado, teniendo como tenía acceso a la mejor información posible de la situación sobre el terreno.

Otro antiguo alto cargo que ha sido entrevistado con frecuencia estos días es Ryan Crocker, exembajador en Irak y Afganistán, muy crítico con Biden. Es otro de los representantes políticos o diplomáticos que estaba convencido de que el Ejército afgano pronto podría defender su territorio sin necesitar la constante ayuda norteamericana. Ni siquiera en los últimos días su capacidad de pronóstico había mejorado mucho. En una entrevista en la cadena ABC el 8 de agosto, cuando los talibanes ya se habían hecho con el control de cinco capitales de provincia, dijo que el desenlace más probable era una larga guerra civil, y no una victoria completa de los insurgentes.

Las voces que no aparecen en los medios son las que podrían representar a ese 62% de la encuesta citada antes. Los entrevistados o participantes en tertulias televisivas han sido todos personas que siempre se mostraron a favor de mantener la presencia militar en Afganistán, que es lo mismo que ocurrió años atrás en relación a la guerra de Irak. Cierto nivel de amnesia parece también habitual en esos programas. En las tertulias informativas que se emiten en la mañana del domingo, nadie citó a George Bush y muy poco a Barack Obama.

Los espectadores podrían haberse preguntado: si Afganistán era tan importante y si la salida puede tener un efecto traumático en la reputación internacional de EEUU, ¿por qué se habló tan poco de ese país en la última década en los medios de comunicación, con unas pocas excepciones?

Y cuando ahora algunos artículos se preguntan cómo se pudieron cometer tantos errores, algunos de ellos ni siquiera citan a ningún afgano. La práctica totalidad de los entrevistados son norteamericanos.

Los que tienen plaza fija son exmilitares como David Petraeus, exjefe de las fuerzas militares de la OTAN en Afganistán, que quiso trasladar a ese país los resultados de su estrategia contrainsurgente en Irak. Siempre bien tratado por los medios de EEUU, el general retirado dijo que la gestión de Biden había sido un desastre. Petraeus se opuso siempre con firmeza a cualquier negociación política con los talibanes a pesar de que no consiguió en ningún momento demostrar que la guerra podía ganarse con medios militares.

Los partidarios de mantener la hegemonía de EEUU con el uso de la fuerza en todo el mundo viven estos días momentos difíciles. Lo que es indudable es que continúan siendo las estrellas invitadas en los medios de comunicación de su país.

Una historia que comenzó hace mucho tiempo: por qué los talibanes derrocaron al Gobierno de Afganistán en una semana. 17 agosto.

Publicado en Afganistan, EEUU, Periodismo | Etiquetado , , | Deja un comentario