El holandés es un hijo de puta, el 18 de julio no fue un golpe y otras locas aventuras de la derecha española

Cada día que pasa se nota el terror que el Partido Popular siente ante la llegada de los fondos europeos. Escuchamos con frecuencia a sus dirigentes decir que el Gobierno de Pedro Sánchez está ya amortizado, inerte o sencillamente muerto, mientras reclaman elecciones inmediatas, hoy mejor que mañana, para poner fin a su sufrimiento. Sin embargo, se les escapan comentarios en relación a la ayuda millonaria que llegará de Bruselas que delatan su aprensión. Ven que no habrá elecciones en algo más de dos años, se imaginan a Sánchez lanzando sacos con euros desde un helicóptero, y el cuello de la camisa se les empieza a humedecer por el sudor.

Su análisis del impacto que tendrán esos fondos es un poco milagrero –la economía no funciona así–, pero todo lo ven en términos de suma cero. Todo lo que beneficie a la economía española será aprovechado por el Gobierno y redundará de forma directa en un perjuicio para la oposición. Viajaron a Bruselas para sembrar dudas entre los gobernantes del Partido Popular Europeo y finalmente se llevaron el chasco de que la Comisión Europea aprobara con nota alta los planes presentados por Sánchez.

Siempre les queda la esperanza de que en algún momento alguien en Bruselas cortará el grifo al Gobierno y desequilibrará la balanza electoral en beneficio del PP. Lo que le pase a la economía española no es asunto suyo. Que no se hubiera liado con Sánchez. Sigue leyendo

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Jueces y pandemia forman un cóctel de digestión complicada

Un magistrado del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco afirmó en una tertulia radiofónica en febrero que los epidemiólogos eran «médicos de cabecera que han hecho un cursillito». Un día después, firmó como ponente un auto que ordenaba la reapertura de los bares en los municipios de Euskadi en alerta roja. En el ambiente distendido de la tertulia, confundió de forma reiterada correlación con causalidad al opinar sobre la relación entre medidas restrictivas y datos de incidencia de la Covid. Pocas veces tanto poder ha estado en manos de alguien con tanta ignorancia en relación a algo sobre lo que debía adoptar una decisión.

Más recientemente, el Tribunal Superior de Justicia de Canarias rechazó a finales de junio la imposición de restricciones en bares y restaurantes con el argumento de que «ni se han demostrado como las causas de la problemática de contagio en la isla de Tenerife, ni mucho menos se prevén como las soluciones a una situación que no es dramática para la presión asistencial». Existen numerosos informes científicos que demuestran la alta incidencia del contagio en interiores y algunos llevan el marchamo de la OMS. Los jueces canarios decidieron ignorarlos y dar mayor importancia al daño económico que estaba sufriendo la hostelería. Si los hospitales no están desbordados, llega el momento de llenar los bares. ¿Qué puede salir mal?

Dos semanas después, la incidencia se ha disparado en toda España, a pesar del excelente ritmo del proceso de vacunación. Ya sin estado de alarma en vigor, los gobiernos autonómicos buscan conseguir el amparo judicial que les permita tomar medidas que parecían formar parte del pasado. El empeoramiento descarta en la práctica que el turismo extranjero regrese de forma masiva a España este verano. Sigue leyendo

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Cuando los políticos españoles hablan de Cuba en realidad están hablando de España

Con la última crisis de Cuba, vuelve a la política española una tendencia que ya es norma: utilizar los conflictos que ocurren fuera del país para atizar al rival. El interés por la política exterior es escaso en España, lo que probablemente sea un reflejo de las prioridades de los ciudadanos. Pero como objeto contundente, siempre está ahí disponible. La derecha ataca con Venezuela. La izquierda contraataca con Colombia. La derecha arremete con Cuba. La izquierda responde con el embargo de EEUU a Cuba. La política sobre esas zonas del mundo se contempla como campo de batalla de las guerras propias. Se reserva a los latinoamericanos casi siempre la labor de figurantes.

No se rectifica ni siquiera cuando ciertos modelos se derrumban con estrépito. Después del hundimiento económico y social en Venezuela a partir de 2014, una parte de la izquierda perdió interés en hablar de ese país. Otra decidió que toda crítica al Gobierno de Caracas era imperdonable. La derecha no dejó de atacar a Unidas Podemos desde entonces. Continúa diciendo que son una fuerza «bolivariana». A Pablo Iglesias no le apetecía referirse al tema, pero respondía cuando le preguntaban: «El Gobierno venezolano ha cometido muchos errores, que tienen que ver con la situación de enfrentamiento institucional entre el legislativo y el ejecutivo. Formamos parte de esa sensación de decepción que hay respecto al desencanto del chavismo, que fue ilusionante al principio y que luego ha sido desilusionante», dijo en una entrevista en 2016.

En el Senado, calificó la situación de Venezuela en 2018 de «nefasta». Sin embargo, no muchos dirigentes de Podemos o Izquierda Unida han optado por seguir en esa línea. Ni un paso atrás, parece ser la consigna, no sea que vayan a conceder una victoria al adversario.

En la derecha, ni se han inmutado por el fracaso estruendoso de Mauricio Macri en la presidencia argentina hasta 2019. No fue capaz de controlar la inflación ni de sanear la situación financiera del Estado, tareas que sus partidarios daban por descontadas. Hace unos días, Macri participó en Madrid en un cónclave conservador organizado por Mario Vargas Llosa, donde fue agasajado como si lo suyo hubiera sido una gestión triunfal. Macri es el primer presidente argentino que se presenta a la reelección y pierde. El peronista Alberto Fernández, entre cuyas virtudes no está cierto tipo de carisma que se asocia a muchos dirigentes de su partido, le sacó dos millones de votos y ocho puntos de diferencia.

Las manifestaciones del domingo en Cuba contra el Gobierno y las penosas condiciones económicas que sufre ahora el país han vuelto a colocarlo en primera línea de la política española, como se verá en los próximos días o semanas. El PP y Vox exigen al Gobierno una declaración más «contundente» y que «condene la represión del pueblo cubano», en palabras de Teodoro García Egea.

Como los comunicados del Ministerio de Exteriores no suelen ser un prodigio de claridad, el nuevo ministro, José Manuel Albares, escribió en Twitter que «España defiende el derecho a manifestarse libre y pacíficamente y pide a las autoridades cubanas que lo respeten. Defendemos los derechos humanos sin condiciones». Albares reclamó también la liberación inmediata de la periodista cubana Camila Acosta, que es corresponsal de ABC en la isla y que fue detenida el lunes al salir de su casa. Es la clase de pronunciamientos públicos que el Gobierno cubano siempre rechaza airado. Según la directora de las Américas de Amnistía Internacional, se han llevado a cabo allí 140 detenciones desde el domingo.

Esas críticas no son suficientes para la derecha, que pide que se califique al régimen cubano de dictadura y que España obligue a la Unión Europea a una política de oposición activa a ese Gobierno. Algunos países europeos se han distinguido en esa línea, como la República Checa, pero nunca ha habido un intento real de la Comisión Europea por aplicar a Cuba la misma medicina de sanciones que EEUU tiene vigentes desde hace décadas.

En la noche del martes, Pedro Sánchez tuvo la oportunidad en una entrevista en Telecinco de responder a la pregunta de si Cuba es una dictadura. No empleó la palabra maldita, pero su opinión quedó clara: «Es evidente que Cuba no es una democracia. Dicho esto, tiene que ser la sociedad cubana la que encuentre ese camino (de prosperidad) y la comunidad internacional la que ayude a que encuentre ese camino». Mientras el Gobierno siga manteniendo relaciones diplomáticas con Cuba –y eso ha ocurrido con todos los gobiernos del PSOE y del PP–, será necesario que un presidente español mida sus palabras.

No es necesario ser una dictadura para ser responsable de crímenes terribles. La izquierda acusa a la derecha de ignorar las violaciones de los derechos humanos cometidas por los gobiernos colombianos durante décadas. El episodio más atroz es el caso de los llamados «falsos positivos» en el que el Ejército mató a miles de civiles y los hizo pasar por guerrilleros muertos en combate para engrosar las estadísticas y aumentar sus recompensas económicas. Uno de los dirigentes colombianos favoritos del PP fue Álvaro Uribe, bajo cuya presidencia se cometieron muchas de estas matanzas.

En cualquier caso, es legítima la pregunta de si un determinado país es una dictadura o no, si en él se persigue a la oposición por criticar al Gobierno. Se lo preguntaron en rueda de prensa a Aina Vidal, portavoz de En Comú Podem en el Congreso, y respondió que no cree que Cuba sea una dictadura, aunque destacó como fundamental que en cualquier país se respete el derecho de manifestación. Cuando no ocurre, es difícil llamar a eso una democracia.

Posteriormente, escribió un hilo de Twitter –una herramienta muy popular entre políticos para matizar o completar declaraciones– para insistir en la idea de que el Gobierno cubano está obligado a respetar «los derechos de reunión, protesta y la libre participación política». También el mensaje sobre lo que no hacen los otros en España: «Llama la atención el silencio de quienes olvidan exigirlos en países como Colombia, Arabia Saudí o Qatar».

Lo mismo hizo Idoia Villanueva, eurodiputada y responsable de Internacional de Podemos. Reclamó el respeto al derecho de manifestación, pero dedicó la mayor parte de sus mensajes en Twitter a denunciar el embargo que EEUU lleva décadas sometiendo a la isla. En la última votación en la Asamblea de la ONU, sólo EEUU e Israel se opusieron a una resolución contraria a las sanciones de Washington, recordó Villanueva.

En la última década, sólo hay un país de Oriente Medio cuyo Gobierno llegó al poder con un golpe de Estado, mató a miles de personas y encarceló a decenas de miles. Ese país es Egipto. Los grupos de derechos humanos calculan que 60.000 presos políticos han pasado por sus cárceles. Sin embargo, los gobiernos de Rajoy y Sánchez han mantenido buenas relaciones con ese país por su posición estratégica y su valor económico. Egipto tampoco ha suscitado furibundos debates en el Congreso. Es decir, no existe en la política española.

Debería existir la capacidad de identificar como dictadura a un país que prohíbe las manifestaciones contra el Gobierno y que persigue a las organizaciones de la oposición con independencia de la zona del planeta en que se encuentre y de lo que opinen los rivales en tu país. Aparentemente, no en España. En política interior, los partidos pueden dar muestras de pragmatismo, sobre todo si están en el Gobierno. Sobre política exterior, y como decía Fidel Castro, ni un solo paso atrás ni para coger impulso.

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Lo malo de los cambios en el Gobierno es que al día siguiente los problemas son los mismos

La política española es presidencialista por definición. Sí, el nuestro es un sistema parlamentario según marca la Constitución, pero lo más importante es el mundo real. Y en ese escenario hay un momento en que el jefe del Gobierno es imbatible. Sólo él decide cuándo hay que nombrar o destituir a los ministros. Si hay una remodelación del Gabinete en ciernes, él es la estrella principal. Es un poder inmenso que en realidad sólo dura unas horas. Cuando los cambios se anuncian, ya no hay vuelta atrás. Y no puedes renovar el Gobierno cada tres meses.

Para los periodistas de política, este es un instante sublime. La oportunidad de desarrollar teorías sobre las estrategias por las que Moncloa ha apostado, identificar a los vencedores y perdedores, especular sobre lo que pueda ocurrir a partir de ahora. A la oposición, le queda el papel de siempre, decir que todo es un paripé con marionetas manejadas por el malvado Fu Manchú. Aun así, Casado quiso innovar. Escandalizado, dijo el domingo que los ministros habían sido nombrados «a dedo», cuando todos sabemos que son elegidos con rigurosas pruebas físicas y un examen detallado de los trabajos que presentaron en el máster.

El balance más extendido es que hemos presenciado «una auténtica conmoción», como se ha escrito en uno de los artículos. Moisés ha sacado la vara y ha partido el Mar Rojo en dos para que el pueblo elegido encuentre el camino que debe recorrer. Curiosamente, esos mismos artículos destacan algo obvio. Este Gobierno ha empeñado su futuro en la recuperación económica que se producirá cuando la pandemia siga condicionando nuestras vidas, pero ya no cortocircuitando la economía. Si la resurrección es real, los partidos del Gobierno podrán ganar las elecciones de aquella manera, es decir, como en 2019 y sin alardes. Si no es así, habrá un cambio político. Sigue leyendo

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Plato único en el menú del PSOE de esta semana: Garzón a la parrilla

De los indultos a las pensiones y luego a los chuletones. El Gobierno se ha metido en un circuito revirado en el comienzo del verano que, si bien da mucho espectáculo, es poco probable que le vaya a resultar rentable. Con tantas curvas cogidas a gran velocidad, lo mismo se termina pegando un castañazo de los que requieren hospitalización. Parece que quiere estar a la altura del ciclo político que se inició con la victoria del PP en las elecciones de Madrid. Toca ponérselo fácil a la oposición para que la segunda mitad de la legislatura sea más emocionante. De momento, éxito total en la lucha por las audiencias.

La reacción virulenta del PSOE a una iniciativa sobre el consumo de carne promovida por el Ministerio de Consumo que dirige Alberto Garzón revela altas dosis de nerviosismo por un tema en que los socialistas han decidido que no tienen mucho que ganar. No es que haya fuertes discrepancias de fondo con Unidas Podemos en este asunto, como las hay por ejemplo con el salario mínimo o los alquileres, sino que no se ven ventajas en sacar ahora un tema el que no se busca una decisión tajante e inmediata. El Parlamento ya aprobó en mayo la Ley de Cambio Climático y Transición Ecológica y no conviene remover el tema. Es decir, no viene bien asumir más desgaste a cambio de nada.

Garzón tenía otras ideas al respecto y pensaba que caminaba sobre terreno sólido. Nada de lo que dijo contradice las recomendaciones de la ciencia y la medicina sobre el consumo de carne y su efecto en la salud y el cambio climático. «Este vídeo no está para echar la bronca a nadie», dijo en su intervención. También es cierto que alertó contra el «consumo excesivo de carne», que es lo que te dirá cualquier médico, por no hablar de un experto en nutrición. Sigue leyendo

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Telemadrid dio una noticia que molestó a Ayuso: ya sabemos que eso no volverá a pasar

La Constitución española se ha quedado obsoleta. De forma poco previsora, describe desde 1978 el poder legislativo como formado por el Congreso y el Senado sin añadir la tercera Cámara parlamentaria, que no es otra que la Asamblea de Madrid. En otras comunidades, hablan de sus cosas, cosas gallegas, cosas andaluzas, etcétera. Pero en Madrid se habla de toda España desde que el Partido Popular decidió que, a falta de mayoría en las Cortes, al menos podía utilizar el Parlamento madrileño para hacer de oposición al Gobierno central.

Y luego, si hay tiempo para hablar de las cosas de Madrid, se habla, no hay problema. Sin pasarse. Cuando la presidenta responde a las críticas de la oposición, lo propio es que saque a colación temas de la política nacional. Cataluña, sobre todo. Que no falten frases acusando al Gobierno de favorecer a esos seres llamados catalanes. En el debate de este jueves, se habló hasta del Tribunal de Cuentas, de los alumnos del País Vasco y del dinero que se lleva Cataluña.

Isabel Díaz Ayuso era la anfitriona de su primera sesión de control desde la victoria en las elecciones autonómicas. Ha llegado la hora de ajustar cuentas. En primer lugar, con Telemadrid, que pasará a estar controlada por gente de la confianza de su jefe de gabinete. Se acabó esta cosa lamentable de que los informativos de la radiotelevisión autonómica se rijan por criterios profesionales. Se volverá a la época de Esperanza Aguirre e Ignacio González, cuando un grupo de periodistas mediocres hundió la audiencia de Telemadrid. Nadie hará preguntas que no se le hacen a una presidenta autonómica, como ocurrió en una entrevista en la cadena en la que le preguntaron sobre la contratación de personal para el nuevo hospital Zendal. Esa insolencia no volverá a repetirse. Sigue leyendo

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Vox pone en la diana a ‘El Jueves’ con un aviso para todos los demás

En 1977 uno de los frentes abiertos por la extrema derecha era contra los medios de comunicación. Las amenazas eran constantes y no era nada inusual que incluyeran el aviso de que el siguiente sería un acto violento. La matanza del despacho de abogados de Atocha en enero servía para dejar claro a todos los acosados que no era algo que se pudiera ignorar. Los ultras podían ladrar y también podían morder.

El 20 de septiembre, Juan Peñalver, conserje del edificio donde se encontraba la redacción de la revista satírica El Papus, recogió un paquete enviado al director de la publicación. Estalló en sus manos antes de que pudiera acercarse a la zona en la primera planta donde estaban reunidos los integrantes de la plantilla. Falleció en el acto y otras 17 personas resultaron heridas.

El Papus era procaz y salvaje. No había en esa época debates sobre los límites del humor, porque de lo que se trataba era de saltarse todos los límites después de cuarenta años de dictadura. Recibió decenas de demandas judiciales y sufrió algunos cierres, lo que suponía un acicate más para sus creadores. Cuanto más enfurecía a las instituciones del Estado y a la extrema derecha, mejor.

El humor siempre es un adversario odiado por los extremistas. No aceptan bien las críticas, pero lo que más les altera es que les ridiculicen.

Vox decidió este martes elevar sus frecuentes ataques a los medios de comunicación al nivel de las amenazas con un tuit en el que acusó a El Jueves de difundir «el odio contra millones de españoles». Identificó a Ricardo Rodrigo Amar como presidente de RBA, el grupo editorial que publica la revista, y animó a todos aquellos que se sientan ofendidos por su contenido a esperarle a la salida del trabajo: «Es posible que muchos de ellos le empiecen a exigir responsabilidades cuando le vean salir de su despacho de la Diagonal de Barcelona». El tuit incluye una foto del editor, con lo que será más fácil reconocerle en la calle.

La avenida Diagonal es muy larga, pero no es difícil encontrar en internet la dirección exacta de la empresa. La diana ya está puesta en la cabeza de Amar. Lo que hagan los seguidores de la extrema derecha después de leer el tuit queda a su criterio.

El motivo de la furia de Vox es una colección de ilustraciones con caricaturas de dirigentes del partido inspiradas en los cromos de la Pandilla Basura, que son en origen tan procaces y salvajes como la versión actual de El Jueves. Es una sátira basada en otra sátira, una materia prima habitual entre los humoristas gráficos.

«Vox cruza todos los límites con este mensaje. No solo los éticos, que hace tiempo que ignora, sino los legales», escribió Reporteros sin Fronteras. La Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) condenó el aviso: «Señalar a un editor con nombre, apellidos, su fotografía y lugar de trabajo y, además, solicitar implícitamente que se le exijan responsabilidades en la calle, es una clara incitación al odio». «No se saltan ninguna de las prácticas que ejecutaban los nazis», denunció Izquierda Unida.

La amenaza de Vox coincidió con un mensaje de la fundación del partido con el que Santiago Abascal apoya una iniciativa europea «en defensa de la libertad de expresión frente a la ofensiva totalitaria de las grandes corporaciones tecnológicas». Es una campaña de asociaciones de extrema derecha impulsada después de que Twitter y Facebook suspendieran las cuentas de Donald Trump. La cuenta de Vox en Twitter ya fue suspendida de forma temporal por un ataque homófobo al relacionar las clases de educación sexual en los colegios con «promover la pederastia».

No hay ningún partido que haya realizado tantos ataques directos a medios de comunicación como Vox, porque en su repertorio agresivo se ha lanzado también contra medios que no les tratan con hostilidad. Desde el principio, el partido ha presumido de que existe una gran conspiración mediática contra ellos, un ardid empleado hasta la exageración por Donald Trump en EEUU y que sirve para contraatacar contra cualquier información que les parezca negativa.

Este mismo martes, el jefe de prensa de Vox ha cargado contra El Confidencial («el discurso del odio es sólo suyo») por publicar un artículo sobre el aumento de delitos de odio en España. El texto no hace ninguna acusación al partido. Se limita a citar una opinión de un portavoz de la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales contra el partido de Abascal con el argumento de que los discursos de sus dirigentes «generan un clima que hace aumentar las agresiones» contra el colectivo LGTBI. Vox también pretende vetar las organizaciones a las que los medios pueden entrevistar.

Vox elaboró una amplia lista de medios vetados arrogándose el derecho a diferenciar entre «periodistas» y «activistas». Los segundos son los que no les gustan. Los primeros les tratan mejor, con entrevistas en primera página, pero eso no les libra a veces de ser atacados.

La intimidación es la forma en que Vox se relaciona con los periodistas. Ha hecho lo mismo con consecuencias más graves con la campaña contra los menores inmigrantes en ciudades como Madrid y Sevilla. Su diputada Rocío Monasterio se plantó en 2019 ante un centro que acoge a estos menores en el barrio madrileño de Hortaleza para denunciar una supuesta ola de inseguridad responsabilidad de sus internos. Abascal se refirió a esa residencia en un debate televisado en la campaña de noviembre de 2019. Semanas después, alguien lanzó una granada contra el recinto que no llegó a estallar. Varios partidos acusaron a Vox de incitar a la violencia con sus críticas a los inmigrantes basadas en datos falsos. Vox se declaró escandalizada por el hecho de que «se usara la violencia con fines políticos».

En términos legales, a la extrema derecha le conviene que Ricardo Rodrigo Amar no sufra el más mínimo percance físico a manos de personas indignadas con las viñetas de El Jueves. Es posible que hasta los jueces de Madrid tengan que asumir que el ataque personal de Vox en Twitter con foto incluida suponga incitación a la violencia si esta finalmente se produce.

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Nuevas victorias de los talibanes en el norte de Afganistán ponen en duda la supervivencia de su Gobierno

La noticia de la retirada militar norteamericana de Afganistán ha originado una pregunta inevitable: ¿resistirá por sí solo el Gobierno afgano de Ashraf Ghani una previsible ofensiva talibán incluso si continúa recibiendo ayuda militar de EEUU? En caso negativo, ¿cuánto tiempo tardará en venirse abajo?

Mohamed Najibulá aguantó tres años después de que las tropas soviéticas abandonaran el país en 1989. Cuando Washington aún no ha culminado su retirada, ese periodo de tiempo empieza a parecer un cálculo demasiado optimista para Ghani. Amplias zonas del país están ya controladas por los talibanes en el sur y oeste de Afganistán. La mayoría de los talibanes procede del sur pastún donde nunca ha dejado de ser la fuerza política y social dominante.

Lo que resulta más sorprendente es que en las últimas semanas ha sido en el norte donde se han sucedido los ataques talibanes sin que la respuesta del Ejército haya podido contenerlos. Allí en principio no gozan de tanto apoyo.

A mediados de junio, los insurgentes lograron entrar en Kunduz, una de las principales ciudades del norte, superando las escuálidas defensas antes de dispersarse por el interior de la ciudad o abandonarla. Sólo para demostrar que no parece haber ninguna zona en la que puedan ser frenados. Lo cierto es que Kunduz cuenta con una presencia importante de pastunes, muchos de los cuales apoyan a los talibanes.

En la provincia de Faryab, también en el norte, los talibanes se cobraron una victoria de gran fuerza simbólica al tomar un puesto militar defendido por las fuerzas especiales afganas, no por el Ejército regular mal entrenado y atemorizado. En el asalto murió el coronel Sohrab Azimi y veinte de sus hombres, abandonados a su suerte y sin recibir los refuerzos que habían solicitado a Kabul. La muerte de Azimi, hijo de un general, causó una gran conmoción en todo el país. Las fuerzas militares locales estaban a punto de ser desbordadas. Azimi y sus hombres eran su última esperanza y acabaron todos muertos.

En la mayor ciudad del norte –Mazar-e-Sharif, medio millón de habitantes–, la situación no es tan grave, pero no por la fuerza del Estado. Ante las primeras imágenes subidas por los talibanes a las redes sociales que mostraban a sus combatientes en las cercanías de la localidad, un empresario millonario local envió a centenares de integrantes de su milicia a montar controles en los accesos. La constatación de que el Gobierno central no está en condiciones de imponer su autoridad en todo el país es obvia al apreciar cómo han proliferado las milicias privadas para garantizar la seguridad. Milicias que nunca llegaron a desaparecer del todo.

La ofensiva del norte ha concedido a los talibanes otro triunfo que además incluye una gran recompensa económica. Se hicieron con el control del paso fronterizo de Sher Khan Bandar, que conecta Afganistán y Tayikistán. La terminal de aduanas y el puente fueron construidas por los norteamericanos con un coste de 40 millones de dólares. Los 134 soldados afganos que la protegían huyeron al país vecino cuando llegó el enemigo. Fue una desbandada. Los talibanes tomaron la zona en sólo una hora. Ahora se ocupan de cobrar las tasas por el paso de mercancías por la frontera, según el WSJ.

Un portavoz talibán citado por el periódico informó que no pretendían causar alteraciones en una frontera por la que pasan centenares de camiones cada día. Han comunicado a los gobiernos de Tayikistán y Uzbekistán que la actividad de esos pasos fronterizos del norte seguirá en marcha. «Sobre los miembros del personal, les hemos dicho que no les vamos a cambiar. Les dijimos que sigan haciendo su trabajo. Ni siquiera hemos cambiado los sellos. No queremos crear problemas a los empresarios, comerciantes y la gente corriente». Obviamente se quedan con los beneficios económicos de las tasas impuestas.

Se espera que la retirada norteamericana se complete en los últimos días de agosto. Uno de sus enclaves esenciales en el país –el aeropuerto y la base de Bagram, a 70 kilómetros al norte de Kabul– fue abandonado el viernes prácticamente de la noche a la mañana y sin molestarse en avisar a los autoridades militares afganas. Primó la seguridad de las tropas a la hora de ejecutar una retirada por sorpresa para impedir ataques oportunistas en el último minuto. Primero, cortaron la electricidad de la base y luego se fueron después de pasar varias semanas evacuando el material que se podía transportar. El nuevo  responsable afgano de la base se enteró dos horas después.

Todas estas noticias negativas para el Gobierno de Kabul no quieren decir necesariamente que no vaya a sobrevivir ni unas semanas a la retirada militar de EEUU. Pero es indudable que un Gobierno y Ejército que no pueden controlar sus pasos fronterizos, enviar refuerzos a las zonas atacadas ni proteger las principales vías de comunicación entre la capital y las regiones norte y sur del país no podrá imponer ninguna autoridad ni derrotar a sus enemigos. Los acontecimientos del inicio del verano llevan a la conclusión de que lo único que podrá detener el avance talibán será una proliferación de milicias regionales y ocasionará la partición de hecho de Afganistán.

En ese momento, se verá si sucede lo habitual en la mayoría de las guerras afganas, un acuerdo entre los que llevan la iniciativa militar y los que sólo pueden defenderse para que los primeros se hagan con el control de todo a cambio de respetar la vida de los dirigentes enemigos. Así fue como los talibanes entregaron el poder en 2001 cuando llegaron al límite de su resistencia y así es como podrían regresar en los próximos años.

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¡OK Boomer!: no va a ser fácil hablar de pensiones y solidaridad entre generaciones

La reforma futura del sistema de pensiones se enfrenta a un adversario temible en el que no se ha reparado lo suficiente. Las tertulias televisivas están llenas de ‘baby boomers’. No han tardado mucho en lanzar su voz traumatizada por un futuro de mendicidad tras el retiro. Nos va a tocar «pagar el pato», se oyó el viernes en los platós. La generación que más dinero ha ganado y más prosperidad ha disfrutado en la historia de la Península Ibérica desde Atapuerca se va a hacer la víctima y no vais a poder hacer nada al respecto. Y no se os ocurra protestar, porque lo mismo os vienen con una denuncia por delito de odio.

A los jóvenes que pagan las consecuencias de las cifras del paro juvenil –36,9%, el segundo peor dato de la UE– o que trabajan con sueldos precarios se les volverá a poner cara de tontos. OK, Boomer, podrían responder usando la expresión con la que los jóvenes se burlan de los lamentos constantes de sus mayores.

Siempre es complicado fijar el periodo de tiempo que abarca una generación. Para la del ‘Baby Boom’, se suele establecer en España los años de 1958 y 1977, cuando nacieron unos 14 millones de niños, aunque también es común referirse a los años sesenta y el comienzo de la década posterior. En Estados Unidos y otros países europeos, se inició antes, a partir de la recuperación económica que se produjo tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. La autarquía y el aislamiento que el franquismo regaló a los españoles los condenó a la pobreza hasta los años sesenta. Sigue leyendo

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Casado prueba con su última idea: ni franquismo ni antifranquismo

Con tanta disquisición hecha en términos mayestáticos sobre ley, Estado, democracia y justicia, a Pablo Casado se le ha hecho un nudo en la cabeza. Para el debate del miércoles en el Congreso, pilló el diccionario de citas y copió frases de Unamuno y Churchill, que es lo que haría cualquier estudiante con prisas y pocas ideas originales. «Me duele España», empezó diciendo, una sentencia sobre un momento dramático de la historia del país que ya se suele emplear como chiste en tiempos contemporáneos. Se enfrentaba a Pedro Sánchez como líder de la oposición, pero en realidad estaba mirando a Santiago Abascal, marcándole de forma estrecha, esperando que el líder de Vox sólo pudiera alcanzarle en nivel de rencor y furia, pero no superarle.

La comparecencia de Pedro Sánchez en el Congreso para hablar de los indultos a los presos del procés y de la última cumbre de la UE –nadie mencionó lo segundo, excepto el presidente– sólo iba a ofrecer una reiteración de las argumentaciones escuchadas a los políticos en los últimos meses. Eso era previsible. El Parlamento es una cámara de resonancia de todo lo que se dice y hace fuera de ella. En el caso de Casado y Abascal, es el escenario de una competición permanente entre ambos para ver quién es más español, quién defiende más a España, quién es más duro contra los enemigos de España. El nacionalismo es un amante muy exigente.

El líder del PP incluso se metió en el terreno que siempre ha controlado Abascal, la revisión de la historia de la guerra civil y del franquismo con la intención de mostrar que la izquierda es ahora lo que fue en los años 30, el mayor peligro para la nación. «La Guerra Civil fue el enfrentamiento entre quienes querían democracia sin ley y quienes querían ley sin democracia», dijo en su primera intervención, que llevaba escrita. Sostener que los franquistas buscaban la ley, aunque no democracia, mientras daban un golpe de Estado contra la legalidad constitucional de la época es algo más que revisionismo. Pone en cuestión lo que Casado aprendió sobre la ley cuando estudiaba Derecho. Quizá eso se deba a las asignaturas exprés que aprobó en el segundo centro universitario en el que cursó los estudios. Sigue leyendo

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