Del incendio del Ministerio de la Verdad ya sólo quedan unas cenizas y unos diputados desinformados

La mayoría de los lectores lo habrá olvidado, pero en noviembre de 2020 la democracia española recibió un golpe mortal. La oposición denunció que se había instalado en Moncloa un «Ministerio de la Verdad» y varios periódicos de Madrid compraron la moto con todos los accesorios en sus portadas. Una orden ministerial del Departamento de Seguridad Nacional, que depende de Presidencia del Gobierno, había decretado la formación de una comisión que sería la interlocutora ante la Comisión Europea para todo lo relacionado con la lucha contra la desinformación originada en estados extranjeros. Pablo Casado afirmó que el objetivo del Gobierno era vigilar a los medios: «Atacaban a la prensa crítica, señalaban periodistas y ahora crean un orwelliano Ministerio de la Verdad». ¿Cumpliendo órdenes de Bruselas?

El PP amenazó con llevar el tema a la Comisión Europea y el Parlamento. Luego se olvidó del tema, entre otras cosas porque la Comisión pasó de ellos. La comisaria europea de Justicia confirmó que lo aprobado se ajustaba a lo solicitado por Bruselas y no tenía nada que ver con tomar decisiones sobre el contenido de los medios de comunicación.

Otros lectores recordarán que unos meses después, en febrero, se consumieron páginas y declaraciones sobre si España era una democracia plena, marca registrada. Los mismos que invocaron en vano a George Orwell dijeron indignados que desde luego que España era una democracia intachable, plena y faldicorta. ¿Pero cómo podía serlo si una simple orden ministerial publicada en el BOE había anulado supuestamente la protección de derechos fundamentales garantizada por la Constitución? Sigue leyendo

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Esperanza Aguirre tiene una misión en la vida: liberar a Casado de sus complejos

Esperanza Aguirre no tiene complejos en identificarse de derechas. Mariano Rajoy tampoco los tenía, aunque a él no le iban mucho las estridencias y desplantes. Qué decir de José María Aznar en cuya época se popularizó esa expresión –sin complejos– como forma de defender el rearme político y cultural de la derecha, que pisó el acelerador con la mayoría absoluta del año 2000, pero que fue frenada de repente por los cuatro días de mayo de 2004. Es un poco como el viaje al centro. La derecha lleva tanto tiempo diciendo que hay que quitarse los complejos de encima que debe de tener un montón de ellos guardados en el armario. No consigue reducir el stock.

La expresidenta de Madrid presentó el viernes su libro que lleva el título que nos podemos imaginar –’Sin complejos’–, junto a Mario Vargas Llosa. No podía haber elegido mejor momento, sólo unas semanas después de la gran victoria de Isabel Díaz Ayuso en las elecciones autonómicas. El ala derecha del PP –que se autodenomina liberal– es especialmente fuerte en Madrid y ahora pretende que Pablo Casado vuelva al redil y al mensaje con el que se convirtió en líder del partido. Quiere que no se ande con contemplaciones con los Feijóo, Moreno y Mañueco, gente de derechas que se pone un traje por la mañana en vez de un cuchillo entre los dientes.

«En el Partido Popular, no digo que seamos la mayoría (se refiere a los liberales de estirpe madrileña), pero creo que somos la sal de la tierra», comentó Aguirre, siempre tan modesta. Una forma de reconocer que la batalla interna no la tienen ganada, pero que están en ello porque las esencias del partido les pertenecen. En la burbuja madrileña, todo lo demás es condimento. Sigue leyendo

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Mohamed VI encuentra en Pablo Casado un aliado imprescindible para sus planes

Niños marroquíes a los que prometieron que podrían ver en España un partido de fútbol con Cristiano Ronaldo. Padres que descubrieron que sus hijos habían desaparecido y que aún no saben dónde están. Colegios en los que ahora sólo quedan niñas en las aulas. Adolescentes que vagaron por la ciudad sin comida o que ahora pasan las noches en condiciones precarias. Algunas de las circunstancias del paso masivo en la frontera de Ceuta revelan que la población marroquí que vive cerca de la ciudad autónoma también está entre las víctimas de esta crisis originada por la represalia del Gobierno de Rabat –probablemente ordenada por el rey Mohamed VI– contra la decisión de hospitalizar en Logroño al líder del Frente Polisario. Sin embargo, el balance de este conflicto no es nada malo para las autoridades marroquíes. Ya saben que pueden crear divisiones en la posición de España sobre el Sahara gracias a la respuesta del Partido Popular.

Al final, Pablo Casado ha cumplido la promesa que hizo a dos dirigentes de partidos marroquíes con los que se entrevistó por videoconferencia el 11 de mayo. Les dijo que iba a presionar al Gobierno por haber aceptado la entrada en España de Brahim Ghali con identidad falsa. En la sesión de control, cargó la responsabilidad de la crisis en Pedro Sánchez, y no en Marruecos: «Empezó rompiendo la tradición de viajar primero a Marruecos, no reaccionó ante la ocupación de aguas de Canarias ni ante el reconocimiento de Trump sobre el Sahara y ocultó la llegada con documentación falsa de Ghali», dijo en el pleno. La «debilidad» internacional del Gobierno estaba detrás de este conflicto, y no en la represalia marroquí que puso en cuestión la integridad de la frontera.

Las posibilidades de que España u otro país europeo reconozcan la soberanía marroquí sobre el Sahara, como hizo Donald Trump, son escasas en estos momentos. El primer paso para que esa idea no se diluya es crear fisuras en esos estados. Sigue leyendo

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¿Cuál es la imagen de España que te representa?

¿Qué queda de la mayor crisis migratoria ocurrida en España, tan grave que muchos, empezando por el presidente del Gobierno, han dicho que esto no era una crisis migratoria, sino algo más grave? Veinticuatro horas después, la playa del Tarajal estaba vacía y el único flujo de personas iba en sentido contrario. 5.600 personas ya habían sido devueltas al otro lado de la frontera, muchos de ellos jóvenes que se encontraron en Ceuta sin nada que hacer. Habían pasado a España no cumpliendo las órdenes de un Gobierno, sino entusiasmados por una posibilidad que se había abierto de forma repentina: encontrar en España un trabajo –es decir, un futuro– que saben que no tendrán en su país.

También dejó imágenes que anulan el efecto de las palabras ‘asalto’ e ‘invasión’. Además de los jóvenes marroquíes que vagaban sin rumbo ya en territorio español, estaban aquellos que pensaron que podían haber muerto, que llegaron al límite de sus fuerzas. Los que fueron salvados y atendidos por policías, guardias civiles, militares o personal de Cruz Roja. Por la voluntaria que abrazó al joven roto por el esfuerzo y por el estado de sus compañeros. Por el buzo de la Guardia Civil Juan Francisco Valle que recogió a un bebé de dos meses sin saber si estaba aún vivo.

En la playa habían colocado tres blindados BMR de eficacia escasa para que se les viera en las fotos. Pero lo que quedó fue la imagen de representantes del Estado y de la sociedad que vieron en seguida que la labor que debían realizar desde el principio era estrictamente humanitaria. Sigue leyendo

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Marruecos, el vecino incómodo y a veces hostil que siempre va a estar ahí

Hay pocos temas en los que la izquierda y la derecha compartan ideas o prejuicios en España. Marruecos es uno de ellos por razones diferentes. Se volvió a ver este martes con las reacciones políticas a la grave crisis causada en Ceuta por la llegada de más de 8.000 migrantes con la complicidad de las autoridades marroquíes. Como era de esperar, Vox jugó la carta xenófoba, que es una de sus principales razones de existencia. «No están llegando refugiados que huyen de una tiranía, están entrando soldados obedeciendo a su Gobierno, el marroquí, que ha ordenado la invasión», dijo Santiago Abascal. Isa Serra denunció el «chantaje diplomático» realizado por Rabat. «No se puede permitir que Marruecos nos esté chantajeando constantemente», denunció Íñigo Errejón. «Carne humana como moneda de extorsión diplomática. Estamos ante otra reedición del eterno chantaje», resumió el director de ABC.

Marruecos no tiene muchos amigos en España, pero los que conserva suelen estar en el poder. Dicho de otra manera, cuando estás en el Gobierno sabes que necesitas la colaboración del reino marroquí. Esa ha sido una constante en las relaciones entre ambos países, alteradas por esporádicos momentos de crisis tras los cuales se volvía a la normalidad, cuya excepción más grave fue la zarzuelesca operación militar en la isla de Perejil en 2002, en la época de Aznar.

La geografía es uno de esos factores que no se pueden alterar en las relaciones internacionales. Por mucho que no te guste tu vecino, no vas a poder ignorarlo.

La izquierda mantiene su apoyo a la reivindicación saharaui y a la celebración de un referéndum de autodeterminación que la ONU pidió en 1991 y que nunca tuvo muchas posibilidades de celebrarse por la oposición marroquí y la falta de interés de EEUU y Francia. La derecha ha tenido una relación histórica complicada con Marruecos desde el Desastre de Annual en 1921 por el desprestigio que supuso para el Ejército y la monarquía con consecuencias muy evidentes una década después. «Ole tus cojones», se dice que telegrafió Alfonso XIII al general Silvestre antes de la debacle. 9.000 soldados españoles pagaron con su vida esa mezcla de arrogancia e incompetencia. No sería la última vez en las relaciones con ese país en que se emplearan más los cojones que el cerebro.

En tiempos más modernos, los españoles no ven en Marruecos a un país pobre que necesita ayuda, sino un sistema político autoritario con elecciones controladas por el poder y ministros nombrados directamente por el monarca. Por no hablar de los prejuicios contra árabes o musulmanes que siempre han existido y que ahora la extrema derecha se ocupa de atizar.

Desde los años ochenta, el PP ha utilizado la inmigración procedente del sur como un arma de crítica a los gobiernos socialistas. El de Pedro Sánchez fue consciente desde el primer momento de la gravedad de este conflicto, porque además las imágenes hablaban por sí mismas.

El CNI fue incapaz de detectar lo que el Gobierno de Rabat estaba a punto de hacer –es posible que todo se desencadenara por una decisión repentina de Mohamed VI–, aunque esta crisis no es del todo sorprendente desde que se supo que el Gobierno había aceptado permitir la hospitalización en Logroño bajo identidad falsa del líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, de 73 años, del que se dice que está gravemente enfermo por el Covid.

Sánchez quiso dar una imagen de firmeza con una declaración sin preguntas en Moncloa y un viaje rápido a Ceuta y Melilla. No podía mostrar debilidad ni aparentar que la crisis no es grave. «Vamos a restablecer el orden en la ciudad y sus fronteras con la máxima celeridad», prometió a los habitantes de Ceuta. En el plano simbólico, la presencia del presidente del Gobierno en las dos ciudades ya supone un gesto de desplante hacia Rabat. Aznar prometió en la oposición que haría una visita oficial como presidente y luego lo único que hizo fue un desplazamiento de cuatro horas en el año 2000 para asistir a dos mítines del PP. Suárez en 1980 y Zapatero en 2006 realizaron visitas oficiales a Ceuta y Melilla. Rajoy sólo estuvo allí como líder de la oposición.

El presidente del Gobierno también dijo el martes que «Marruecos es un país amigo de España y debe seguir siéndolo» (no es probable que este sentimiento sea mayoritario ahora mismo en la opinión pública española). Otra vez el reconocimiento de que poner fin con rapidez a esta situación es imposible sin llegar a un acuerdo con Rabat. Después de abrir la puerta a marroquíes y subsaharianos, ahora tendrá que aceptar de vuelta a la mayoría. El martes por la tarde, ya habían sido devueltas unas 3.800 personas.

Otra situación paradójica se produjo en el Consejo de Ministros del martes. La crisis coincidió con la aprobación de una ayuda de 30 millones de euros a Marruecos precisamente para financiar la labor de la policía de ese país en la protección de la frontera. La misma policía que se tomó el lunes como día libre por orden de sus superiores. Son las cosas que ocurren cuando haces tratos con Marruecos. Algunos se han quejado de que los gobiernos de la UE cometen ahora el mismo error que antes con Turquía: subcontratar la vigilancia fronteriza a gobiernos sin escrúpulos.

De nuevo, la geografía entra en acción. Marruecos no va a dejar de estar en el sitio en el que se encuentra, justo al sur de España, y de ser la puerta de entrada de la inmigración que llega de África. No hay otro interlocutor ni las amenazas van a resultar efectivas. Muchas de sus decisiones proceden del rey Mohamed VI y este no responde ante nadie en su país. Ni se va a ver perjudicado personalmente por unas posibles represalias.

«Hay actos que tienen consecuencias y se tienen que asumir», dijo la embajadora marroquí en Madrid después de ser convocada de urgencia para una reunión con la ministra de Exteriores. Se refería a la hospitalización de Brahim Ghali. Esa idea vale igualmente en dirección contraria. Si el Gobierno de Rabat pretende que los países europeos imiten la decisión de EEUU con Donald Trump de reconocer la soberanía marroquí sobre el Sahara, estará confundiendo sus deseos con la realidad.

Lo más probable es que no se haga nada nuevo en un conflicto congelado en el tiempo cuya situación actual ya favorece a Rabat, que además cuenta con el apoyo pleno de los gobiernos francés y norteamericano. Marruecos es demasiado importante para los países europeos, que asumen que su respuesta sólo puede consistir en un poco de palo y mucha zanahoria.

Cuando la situación de Ceuta y Melilla recupere la normalidad y se haya devuelto a la mayoría de los que llegaron, Marruecos seguirá estando ahí.

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No hay dos Casados, hay uno que no para de moverse

A pesar de los contundentes argumentarios y la firmeza con que los partidos hacen sus pronunciamientos públicos, la política también es un estado de ánimo. Hay épocas en que del cielo sólo caen clavos sobre un partido, con lo que convierte su cabeza en un enorme martillo que machaca todo lo que ve. En otros momentos, caen martillos o hasta hachas y sólo queda esconderse debajo de la mesa. El Partido Popular está intentando prolongar el impulso recibido por las elecciones de Madrid en la línea del famoso Madrid es España y no hay más que hablar. Con un líder tan ciclotímico como Pablo Casado –unos días con la mirada asustada del ciervo deslumbrado por los faros, otros con los ojos enrojecidos del que va al volante con la intención de convertirlo en chuletas–, no es raro que ahora parezca estar en trance. Es capaz de ver el futuro, el suyo, el de su partido y el de todos los demás. El subidón le va a durar un tiempo.

«La legislatura entra en vía muerta», ha dicho Casado en una entrevista. Ya está pidiendo al árbitro que pite el final del partido en el minuto 30 de la primera parte porque cree ir por delante en el marcador. Aún no hemos llegado a la mitad de la legislatura y el presidente del PP agita los brazos porque esto se ha acabado y toca volver a los vestuarios. Los demás contendientes le miran sorprendido. Tienen que entender que el hombre estaba hasta hace poco temiendo que iba a seguir encajando goles. Le ha cambiado la cara y se pone de puntillas con la intención de parecer más alto.

El lunes, insistió en esa idea con otro ejemplo. «Si Sánchez acepta indultos de los presos independentistas, la legislatura habrá acabado». Esa es una deducción un tanto extraña. En el caso de que al final se concedan esos indultos, eso reforzará el apoyo de Esquerra al Gobierno al menos durante algún tiempo. Es en estos casos donde las crónicas políticas deben hacer un hueco a las obviedades. No es la oposición la que decide con qué apoyos cuenta un Gobierno en el Parlamento. Si fuera así, no sería la oposición. Sigue leyendo

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42 personas eliminadas en un solo ataque en Gaza: no es suficiente para Netanyahu

42 cadáveres, incluidos los de doce menores y ocho mujeres, recuperados de las ruinas de las casas de la calle Wahda, en Ciudad de Gaza, en una de las zonas más céntricas y comerciales de la ciudad. Entre los fallecidos, el neurólogo Moeen Alalool, uno de los pocos médicos con esa especialidad en Gaza. También Ahmad Abu al-Aouf, director de medicina interna del hospital Al Shifa. La calle se encuentra en el barrio de Rimal, habitado en general por profesionales y gente con más recursos que la mayoría de los habitantes de Gaza. La distinción es irrelevante en este caso. Todos los ciudadanos de Gaza son un objetivo probable de los bombardeos.

Esta vez no fue una de las torres de oficinas y medios de comunicación las que fueron atacadas por los militares israelíes ni hubo un aviso previo. Fue un impacto directo en la noche del sábado en una zona habitada por civiles con familias numerosas que no se plantean abandonar sus casas porque no tienen otro lugar en el que refugiarse.

Un día antes, se había producido otro ataque en Al Shati que había diezmado a una familia matando a diez de sus miembros. Sólo se salvó un bebé de diez meses.

Según los datos del Ministerio de Sanidad de Gaza, 188 palestinos han perecido en esta guerra, de los que cincuenta son menores. La alta proporción de menores de edad entre las víctimas confirma que los objetivos atacados están en zonas residenciales. Además está el hecho de que Gaza cuenta con un número inusualmente alto de niños y adolescentes. Un millón de los 2,1 millones de habitantes de Gaza son menores, según Unicef. La edad media de sus habitantes es 18 años (es 30 en Israel).

«La mayoría de las víctimas civiles que vemos son de civiles que se esconden en el sótano de la casa, porque no tienen otro sitio donde ir», dice la organización Antiwars.

Atacar objetivos civiles está prohibido y constituye un crimen de guerra», ha recordado la organización israelí de derechos humanos B’tselem. Un portavoz del Ejército se limitó a decir en la tarde del domingo sobre el último ataque que se pretendía destruir los túneles excavados por Hamás en la zona y que se encontraban debajo de las casas destruidas. No dijo si la aniquilación de esa parte del barrio y el alto número de víctimas formaban parte de ese plan o si era un precio que estaban dispuestos a aceptar.

Dos de los niños muertos en el ataque israelí en Ciudad de Gaza en la noche del sábado.

En respuesta al ataque del sábado, las milicias de Hamás lanzaron 190 cohetes sobre territorio israelí. Veinte de ellos no pasaron de Gaza. Los impactos en territorio israelí se produjeron en Beersheba y Ashkelon. Causaron daños materiales, pero no heridos. Las autoridades militares calculan que se han lanzado en torno a 3.000 cohetes en esta semana. Nueve israelíes han muerto por ellos, de los que dos son menores, y un soldado murió en un ataque sobre un vehículo militar.

Matanzas como la del sábado no son suficientes para el Gobierno israelí ni le han hecho cambiar sus prioridades. Frente a algunas especulaciones aparecidas en la prensa del país sobre un posible fin inminente de los bombardeos, Binyamín Netanyahu anunció el domingo que los ataques continuarán. «Se necesita más tiempo para cumplir los objetivos», dijo, a la vez que presumía del apoyo de los gobiernos de EEUU y otros países. Reacciones como la de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, que sólo condenó los ataques de Hamás sobre Israel, revelan que la presión sobre el Gobierno de Netanyahu es perfectamente asumible por este.

La justificación para la continuación de la ofensiva no es muy distinta a la de anteriores campañas contra Gaza (la última de esta intensidad fue en 2014). Enviar un mensaje a Hamás, degradar su capacidad para atacar territorio israelí, eliminar a su cúpula política y militar…, en definitiva, castigar con dureza a los habitantes de Gaza haciéndoles responsables de las acciones de las milicias de Hamás.

A diferencia de otras crisis, esta vez no es habitual encontrar entre los políticos del Gobierno promesas sobre la eliminación total y completa de la «infraestructura terrorista» o del Gobierno de Gaza. Los medios de comunicación no se engañan anunciando que Hamás recibirá un golpe decisivo. Algunos incluso escriben que el vencedor estratégico de este conflicto será Hamás al haber demostrado que ha sido capaz de responder con fuerza a los asaltos israelíes a la mezquita de Al Aqsa, el tercer lugar santo del islam, mientras el Gobierno de la Autoridad Palestina, presidido por Mahmud Abás, se limitaba a publicar comunicados que no tienen ningún efecto.

El Ejército israelí presume de haber destruido una parte importante de la red de túneles que emplean las milicias de Hamás para esconder su arsenal y moverse sin ser detectadas. Muchos lo habrán sido. Lo que es seguro es que todos serán reconstruidos.

La crisis sí ha puesto punto final a las negociaciones para formar un Gobierno alternativo al que preside Netanyahu e impedir la celebración de las quintas elecciones en dos años. Las maniobras del ultraderechista Naftali Bennett para encabezar un Gabinete que recibiera el apoyo de los partidos de la oposición fueron clausuradas por el propio político. Decidió que en la situación actual no era viable un Gobierno sin Netanyahu, el líder del Likud, el partido más votado.

El escenario político posterior a la nueva guerra contra Gaza será perfecto para Netanyahu. El resentimiento contra la población palestina de Israel y la promesa permanente de castigar a toda Gaza por los ataques con cohetes han sido dos constantes en los más de diez años de su política al frente de sucesivos gobiernos. No es aventurado afirmar que ha modelado la sociedad israelí a su imagen.

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Un recuerdo de lo que supuso el 15M

Diez años después del 15M, recupero este artículo que escribí para el libro colectivo ‘Yes we camp’, compuesto por cómics y texto, que se publicó en el verano de 2011. El texto intenta reflejar la crítica que se hizo a un sistema político que se había quedado congelado en su falta de respuestas a los problemas de la gente precisamente cuando la crisis económica había anulado la promesa de prosperidad.

El libro completo se puede descargar aquí. La ilustración es de Víctor Escandell y apareció en la obra.

Este es el texto:

¿Qué hacen los ciudadanos cuando las instituciones los abandonan? ¿Qué hacen cuando los gobiernos subcontratan la política a agentes económicos que ni siquiera tienen su sede social en tu país? ¿Cuando la información que encuentran en los medios de comunicación se reduce a un pugilato entre dos marcas que al final pondrán en práctica la misma política porque al final cada país ha perdido la capacidad de elegir su rumbo?

La respuesta estándar que el sistema político ha ofrecido hasta ahora es la pasividad. Todo se reduce a votar cada cuatro años. Hasta que llegue ese momento, es conveniente endurecer hasta el límite la confrontación –eso que llaman la crispación– para que no parezca que todo es un teatrillo irrelevante. Pero al final el ciudadano es sólo un espectador al que cada cierto tiempo se le pide que apriete un botón con el que la maquinaria continuará funcionando al mismo ritmo y cadencia durante otros cuatro años.

La democracia se ha convertido en un ‘reality’ televisivo. Y mucho menos divertido.

En muchos países del mundo menos afortunados que los europeos, hay gente que arriesga su vida en la lucha por la libertad y la democracia. En Europa, la palabra clave de esa democracia es ‘no’. No hagas eso porque se beneficiarán nuestros rivales políticos. No te quejes de la corrupción, porque los otros también roban. No protestes porque no servirá de nada. No pidas un cambio porque las cosas nunca cambiarán. No hagas nada porque hay que ser realista.

Pues bien, hay mucha gente que ha decidido dejar de ser realista.

Después de escuchar durante años que había que ejercer la libertad «dentro de un orden», la gente ha llegado a la conclusión de que ese orden es una estafa. No es lo que nos prometieron. No es lo que queremos.

Subcontratamos los derechos que concede la democracia a los partidos políticos. Ellos saben qué es lo que nos conviene. A su vez, los partidos subcontratan el ejercicio de la política a los gobiernos, porque sin disciplina no se llega a ninguna parte. Los gobiernos hacen lo mismo con la Unión Europea que a su vez entrega importantes parcelas de poder a los mercados financieros, y a partir de ahí la cadena de responsabilidad desaparece en una nube. Nadie sabe quién es el responsable, porque se trata de decisiones tomadas por miles de personas emplazadas por todo el planeta y defendiendo sus intereses económicos. Y desde arriba se comunica la orden que se va filtrando el mensaje: no se puede hacer nada.

Al menos, en un casino sabes que la casa siempre gana. Las reglas están ahí bien claras para todo el que no pierda la cabeza y crea que puede derrotar a las matemáticas. En la situación actual, entramos en un casino en el que al principio vamos ganando, pero de repente descubrimos que lo hemos perdido todo y nadie sabe quién ha ganado. Ni siquiera es el dueño del edificio.

“No somos mercancías”, decían algunas pancartas en las manifestaciones del 15 de marzo. Habían devuelto el ‘no’ a un sistema para el que ya no eran ciudadanos, sino consumidores. Y además del ‘no’, había muchas propuestas con las que dar sentido a una democracia que se ha tornado en partitocracia. Como una mala secuela.

El movimiento del 15M representa muchas cosas para mucha gente diferente. Busca un sistema más representativo y que los partidos no funcionen a partir del vasallaje a un caudillo carismático. Que la información en poder de la Administración, pagada por los contribuyentes, esté al acceso de todos. Que la corrupción no sea una consecuencia inevitable del sistema. Que los fondos públicos no se utilicen en beneficio exclusivo de las grandes corporaciones. Que la voz de los ciudadanos se escuche, y no sólo en las urnas.

No parecen ideas radicales ni revolucionarias. Dice mucho del estado actual del debate político que algunos de sus principales protagonistas las consideren subversivas, una amenaza intolerable.

Cuando la movilización se mantuvo en la jornada de reflexión de las elecciones locales y autonómicas (una antigualla del comienzo de la democracia cuando se creía que sin un día de abstinencia de campaña los españoles se rebanarían el pescuezo frente a las urnas por su sangre caliente y escasa experiencia democrática), el director de El Mundo planteó que lo que estaba en juego era elegir entre «civilización y barbarie».

¿En qué consiste esa civilización que supuestamente corría peligro de verse desvirtuada? Los acontecimientos de los últimos años revelan hasta qué punto el concepto ha sido vejado en España.

Civilización es incluir en las listas electorales a imputados por corrupción.

Civilización es violar la ley e impedir la renovación del Tribunal Constitucional cuando sus miembros finalizan el mandato.

Civilización es decir, como dijo el ministro de Trabajo, que en España no se llegaría a cuatro millones de parados.

Civilización es anunciar en 2009, como hizo el presidente del Gobierno, que la crisis no afectará gravemente a España.

Civilización es anunciar ese mismo año que la recuperación está en camino y que se empezará a notar en la segunda mitad del año.

Civilización es decir, como hizo el líder de la oposición, que si ganas las elecciones, lo solucionarás todo en dos años y sin grandes sacrificios.

Civilización es promover un modelo económico que crea empleo gracias a la burbuja inmobiliaria y que se desmorona cuando la especulación ya no puede sostener un crecimiento de ficción.

Civilización es animar a la gente a comprar un piso en 2008, como hizo la ministra de Vivienda, cuando el mercado inmobiliario se está viniendo abajo y con él, los precios.

Civilización es permitir que los ayuntamientos se financien con la venta indiscriminada e irracional de suelo, se endeuden de forma exagerada y luego dejen de pagar a miles de empresas.

Civilización es construir aeropuertos que quedarán vacíos o en desuso porque no tienen razón económica de existir, aunque sirvan para ganar elecciones.

Civilización sería dejar que la universidad se convierta en una fábrica de licenciados mal preparados y condenados al desempleo.

No cabe duda de que esa civilización está bastante sobrevalorada.

Los ciudadanos tienen que recuperar el control de la política. En la transición, se apostó por un modelo que primaba a los partidos a los que se suponía muy vulnerables en los primeros años de democracia. La estabilidad era una necesidad que se repetía de forma constante. Los ciudadanos terminaron resignándose a un modelo que no ofrecía nada por lo que ilusionarse. Cuando quisieron darse cuenta el fraude se había institucionalizado.

Ha llegado la hora de comenzar a construir algo diferente. Hay que abrir la política a la sociedad, tanto a la calle como a la red. Los derechos no se entregan a cambio de una endeble garantía de prosperidad.

La sumisión ya no es una opción.

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Destruir edificios civiles en Gaza para aterrorizar a la población

Tres edificios de oficinas de una decena de plantas destruidos en dos días en Gaza. La aviación israelí ha elegido la infraestructura civil de Gaza desde el primer momento en la mayor ofensiva realizada desde 2014. Al igual que ese año, el objetivo es infringir el máximo castigo posible a la población para forzar a Hamás a aceptar las condiciones que previsiblemente presentará el Gobierno egipcio como mediador entre las dos partes. En el plano militar, intentar eliminar a dirigentes del brazo militar de Hamás, aunque el precio sea matar a civiles cuyo único delito es vivir o trabajar en el mismo edificio que los objetivos.

«El número de muertos no significa nada, de la misma forma que el número de nazis que murieron en la guerra mundial no permite explicar o comprender el nazismo», dijo el ministro israelí de Asuntos Estratégicos, Gilad Erdan, en 2018 para comentar el elevado número de muertos por disparos de soldados en las manifestaciones llamadas la Marcha del Retorno en la zona fronteriza de Gaza.

Todos los habitantes de Gaza son potencialmente un objetivo.

El ataque deliberado de la infraestructura civil es un crimen de guerra. Era un objetivo legítimo en la Segunda Guerra Mundial, al menos lo era para los gobiernos que los realizaban, pero después de 1945 la mayoría de los países del mundo decidieron que eso era intolerable.

La versión habitual del Gobierno israelí consiste en acusar a Hamás de utilizar de escudos humanos a los habitantes de Gaza. También han dicho lo mismo en el caso de las guerras contra Líbano. La expresión ‘escudos humanos’ se refiere a unas características muy determinadas. Por ejemplo, si un grupo armado entra en una casa y obliga a la familia que reside en ella a permanecer en su interior para disuadir un posible ataque exterior.

No se puede aplicar del mismo modo cuando se refieren a toda una ciudad o una región. En un lugar como Gaza del que se suele decir que es la zona más densamente poblada del mundo –dos millones de habitantes en 365 kilómetros cuadrados–, es imposible que civiles y combatientes estén separados de forma nítida. Y eso no libera de responsabilidad a quien aprieta el gatillo.

Por la misma razón, bombardear los barrios donde se encuentra el Ministerio de Defensa u otros objetivos militares en Tel Aviv sería también un crimen de guerra sin importar la cercanía física de esos edificios. La sede del mando militar israelí está situada a poca distancia del Museo de Tel Aviv.

Los ataques a esas tres torres de oficinas han repetido el mismo esquema, como también se hizo en 2014. Algunas de las empresas o residentes reciben mensajes de texto en los que se anuncia el ataque inminente. Luego se dispara un proyectil sin carga explosiva o con muy poca carga para que impacte en la azotea (incluso tienen un nombre: «knock on the roof»). A veces también se lanza otro sobre la base del edificio, si es muy alto. Es el último aviso. Los que viven o trabajan en él saben que tienen unos pocos minutos para abandonarlo. Tres o cinco minutos. A veces, es casi inmediato.

Esto es lo que ocurrió en la Torre Al Shorouq, donde están localizadas varias empresas y medios de comunicación. El Ejército israelí alegó después que en ella también se encuentra «el mando militar y de comunicaciones» de las milicias de Hamás. Desde una azotea cercana, los reporteros que hacían un directo para sus televisiones vieron ante sus ojos cómo el edificio se venía abajo tras el impacto de varios misiles.

Otro edificio de altura similar fue destruido el martes.

Ese mismo día las Fuerzas Armadas israelíes enviaron un mensaje a través de Twitter que apelaba a razones diferentes. Afirmaba que están «atacando depósitos de armas escondidos en edificios civiles de Gaza». En el caso de que eso sea cierto, sería difícil que esos residentes lo supieran. En cualquier caso, el Ejército les decía que se alejaran de esos lugares.

«Nuestro objetivo sólo es atacar al terror», afirmaba el mensaje.

El objetivo de los ataques a edificios civiles en Gaza también es extender el terror.

El último balance de víctimas del Ministerio de Sanidad de Gaza es de 56 muertos, de los que catorce son menores de edad, y 335 heridos. Las autoridades israelíes afirman que los cohetes lanzados desde Gaza han matado a seis personas y herido a decenas.

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Se acaba el estado de alarma y comienza el estado de jeta constitucional

La victoria de Isabel Díaz Ayuso en las elecciones de Madrid no ha tardado más que unos días en tener consecuencias. «Si voy a misa o a los toros, o me voy a la última discoteca, lo hago porque me da la gana. Y elegimos dónde, a qué hora y con quién. Vivo así. Vivo en Madrid y por eso soy libre», dijo en la campaña. Ya sin las limitaciones del toque de queda propiciado por el estado de alarma, miles de personas por toda España le tomaron la palabra este fin de semana. Después de catorce meses claustrofóbicos, había llegado la hora de hacer lo que me dé la gana. Y no sólo en Madrid, sino en otras muchas ciudades. Por lo que gritaron, se lo pasaron en grande. Quién dijo que no te lo puedes pasar bien durante una pandemia.

Los titulares periodísticos hablan de caos para describir la situación creada por el fin del estado de alarma. Quizá sea mejor decir que lo que se ha extendido es el concepto de jeta constitucional o jurídica. Todos interpretan la ley de forma que no sean ellos quienes tengan que dar el primer paso. Algunos, los más osados, sostienen que una ley, orgánica u ordinaria, puede limitar los derechos que aparecen en la Constitución si así lo decide un Gobierno.

Se acabó la hora de los valientes. La clase política pretende que si hay que hacer algo, lo hagan todos juntitos para repartir las culpas.

El PP llevaba tiempo pidiendo el fin del estado de alarma y el Gobierno de Pedro Sánchez no tenía interés en intentar prorrogarlo con una votación en el Congreso. Los gobiernos autonómicos, excepto el de Madrid, querían seguir contando con el recurso legal que les permitía aprobar el toque de queda y los confinamientos perimetrales. Cada uno de ellos podría pedir ahora el estado de alarma para su territorio, previa votación en el Congreso, pero nadie acepta aparecer como señalado al hacerlo. Sería como admitir un fracaso. Sigue leyendo

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