Los palestinos comienzan a aparecer como seres humanos en los medios de EEUU

Las fotos de 64 niños miran al lector de The New York Times desde su portada de este viernes. Son víctimas de la última guerra emprendida por Israel en territorio de Gaza. El artículo cuenta las historias de 67 niños palestinos y dos israelíes que murieron en los once días del conflicto finalizado con un alto el fuego (‘They were only children’). La portada tiene un gran valor simbólico al poner rostros en historias que muchas veces quedan reducidas a números en las portadas de los medios. El evidente desequilibrio entre las víctimas de uno y otro bando también queda resaltado. Como también las consecuencias de los bombardeos israelíes. El número total de palestinos fallecidos no llegó a 300. Cuando tantos menores han muerto en los ataques, no quedan muchas dudas sobre cuáles fueron los objetivos escogidos por los militares.

Un día antes, el diario israelí Haaretz había publicado una portada similar en su edición en hebreo. «Este es el precio de la guerra», dice el titular. El periódico, que es crítico con algunos aspectos de la ocupación israelí, más en su web en inglés que en su edición en hebreo, no está entre los más leídos o influyentes del país.

Nunca antes el NYT había tomado esta decisión después de una guerra emprendida por Israel. Poner el foco sobre las víctimas civiles palestinas supone una crítica explícita de ese Estado que el periódico no estaba dispuesto a hacer hasta ahora. El NYT continúa siendo proisraelí por la importancia del país como aliado de EEUU desde hace décadas y por la importancia de la comunidad judía en Nueva York y también entre sus lectores. Pero ya no ignora el drama humano que provoca la inmensa superioridad militar de Israel.

Durante muchos años, los editores responsables de las secciones de internacional y opinión se ocupaban de alterar las crónicas de corresponsables o enviados especiales para acomodarlas a una visión en la que la prioridad era reflejar la versión del Ejército israelí. Periodistas como los citados en este artículo explican que esa versión era considerada como un hecho incontrovertible, mientras que los testimonios de personas entrevistadas en el lugar de los hechos eran descartados por ser poco fiables. No importaba si el propio reportero había sido testigo. No es extraño que los periodistas que cuentan esto no quieran que su nombre aparezca en el artículo.

El último conflicto ha provocado un giro significativo en la cobertura que el NYT y otros medios norteamericanos hacen de Israel y Palestina. Se ha visto algo que no ocurrió en la última guerra de 2014, donde los bombardeos israelíes acabaron con la vida de más de 500 menores. En las páginas de opinión del NYT o de The Washington Post, han aparecido artículos escritos por palestinos, una presencia que años atrás era esporádica o mínima. No ya de expertos o profesores de universidad. También de personas que contaban su historia y describían con crudeza lo que era sobrevivir bajo la incesante amenaza de las bombas.

En The Washington Post, un artículo con vídeo se centraba en la familia de Alaa Abu al-Ouf. Un solo ataque israelí mató a catorce de sus familiares, incluidas dos de sus hijas. Su mujer estaba gravemente herida en un hospital con varias fracturas en la cadera. Al-Ouf aún no había tenido valor para hablarle de la muerte de Shaima y Rawan.

En conflictos anteriores, la versión oficial israelí aparecía destacada en los artículos. El conflicto se describía como un enfrentamiento entre Israel y Hamás, y el movimiento islamista –que, a diferencia de la Autoridad Palestina, sigue combatiendo con las armas la ocupación israelí– no goza de muchos apoyos en EEUU. Hamás está considerada una organización terrorista por los gobiernos de EEUU y la UE.

Por primera vez de forma continuada, el periodismo norteamericano ha colocado la última guerra en un contexto más amplio en muchos artículos, en especial relacionándola con el conflicto de Sheikh Jarrah, el barrio de Jerusalén donde una asociación de colonos pretende expulsar de sus casas a familias palestinas que viven ahí desde poco después de la guerra de 1948.

Así comenzaba un reportaje del NYT publicado el 22 de mayo (‘Life Under Occupation: The Misery at the Heart of the Israel-Gaza Conflict).

«Muhammad Sandouka construyó su casa a la sombra del Monte del Templo (así llaman los judíos a la zona donde están la mezquita de Al Qasa y el Muro de las Lamentaciones; los musulmanes lo denominan Haram Al-Sharif) antes de que naciera su segundo hijo, que ahora tiene 15 años. La demolieron juntos después de que las autoridades israelíes decidieran eliminarla para mejorar las vistas de la Ciudad Vieja para los turistas.

Sandouka, que trabaja como instalador de encimeras de cocinas, estaba en el trabajo cuando un inspector avisó a su mujer que tenía dos opciones: destruir la casa o en caso contrario el Gobierno se ocuparía de tirarla abajo y obligaría a los Sandouka a pagar 10.000 dólares por los gastos».

Lo que desde el Gobierno israelí se denominó «una disputa inmobiliaria» entre particulares no es otra cosa que una constante en la historia de Jerusalén. En su empeño por ‘judaizar’ la ciudad desde 1967, las autoridades conceden a los israelíes todas las facilidades para vivir allí construyendo barrios enteros para ellos. Los palestinos no obtienen permisos para levantar viviendas o ampliarlas y viven con el temor constante a perder el hogar en el que gastaron los ahorros de su vida. Hasta les obligan a financiar la destrucción de sus vidas. Hay una ley, y una forma de aplicarla, para los judíos y otra para los árabes.

La mayoría de los medios norteamericanos no emplea la palabra ‘apartheid’ para describir ese sistema político. Ahora no tienen inconveniente en publicar artículos de opinión que detallan exactamente esa situación como solo puede contarla alguien que la ha sufrido. Esas voces empiezan a ser escuchadas, lo que es lo mismo que decir que esas personas comienzan a ser reconocidas como seres humanos.

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Del cerdo se aprovecha todo y de Villarejo aún más

Las comisiones de investigaciones en el Congreso son fantásticas. Hay pocos sitios en que se puedan proferir difamaciones o acusaciones sin pruebas sin que haya consecuencias legales. Lo haces en la calle o en un medio de comunicación y se empiezan a encender todas las luces en la Audiencia Nacional. Pero en una comisión parlamentaria tanto los testigos como los diputados que hacen las preguntas están en condiciones de hacer todo eso y raramente les pasa nada. Incluso salen muy satisfechos de la reunión. Y evidentemente ha habido pocas ocasiones en que el espectáculo haya alcanzado tales cotas como con la comparecencia del jueves de José Manuel Villarejo, el comisario que ha estado presente en muchas de las guerras sucias o clandestinas en que ha estado implicado el Ministerio de Interior durante décadas.

Es uno de los legados de tantos años de lucha contra el terrorismo, cuando las fuerzas policiales empleaban todas las medidas posibles, incluidas funciones propias de los servicios de inteligencia en eso que se llama de forma caritativa ‘la zona gris’. Pasó ese tiempo y algunos mandos policiales pensaron que no había ninguna razón para no seguir usando esos métodos en beneficio propio o de sus superiores políticos. Y de ahí que hoy estemos hablando de la Operación Kitchen, un plan ejecutado por policías corruptos a las órdenes del PP para salvar al partido de las revelaciones que podía hacer Luis Bárcenas.

Los grupos parlamentarios trataron a Villarejo como si fuera un cerdo. No, no en el sentido en que están pensando. Por la idea de que del cerdo se aprovecha todo. Todos intentaron rentabilizar su presencia en favor de sus intereses. Villarejo cumplió sus expectativas y fue generoso con todos. Especialmente con el Partido Popular al que dio el gran regalo de dar credibilidad a su visión conspiratoria sobre la Gürtel. Esa que resumió Mariano Rajoy en 2009 con la frase: «Esto no es una trama del Partido Popular. Es una trama contra el Partido Popular». Sigue leyendo

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Es más inteligente indultar en primavera que en verano cuando nadie mira

Pasaron las elecciones de Catalunya y de Madrid y ya se ha abierto el camino para que el Gobierno tome una decisión definitiva sobre los indultos a los presos del procés. Como siempre que hay que manipular sustancias peligrosas, conviene centrarse y no dejar que un descuido te vuele la cabeza. Ya no hay comicios pendientes que puedan hacer pagar un precio político alto en las urnas por una decisión de consecuencias inciertas. Pedro Sánchez no anunció el desenlace el martes, pero sí sugirió cuál va a ser al explicar su criterio: «La decisión que tome tendrá muy en cuenta valores como la concordia, el diálogo y el entendimiento». Es decir, habrá indultos para que Oriol Junqueras y los demás condenados por el Tribunal Supremo salgan de prisión para no volver tres años y medio después de ser detenidos.

Si el presidente afirma que la prioridad es buscar vías de entendimiento para el conflicto catalán, que es importante «aprender de los errores» y que «la venganza y la revancha» no son principios constitucionales, queda claro que la decisión política está tomada. Todavía debe esperar al informe no vinculante que emita el Tribunal Supremo dentro de unos días. A partir de ahí, tendrá que elegir el momento más adecuado para hacerla pública.

Se ha especulado con que el Gobierno preferirá esperar en torno a un mes para que la medida de gracia coincida con el inicio del periodo vacacional con la gente pensando en la playa y la montaña y dejando a la oposición desgañitándose durante el verano. Es difícil ver cómo eso puede beneficiar al Gobierno, más allá de añadir otra página al álbum de la política de los trucos. Un paso como este no quedará amortizado en cuestión de semanas y continuará impactando en el escenario político durante el resto de la legislatura. Sigue leyendo

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Del incendio del Ministerio de la Verdad ya sólo quedan unas cenizas y unos diputados desinformados

La mayoría de los lectores lo habrá olvidado, pero en noviembre de 2020 la democracia española recibió un golpe mortal. La oposición denunció que se había instalado en Moncloa un «Ministerio de la Verdad» y varios periódicos de Madrid compraron la moto con todos los accesorios en sus portadas. Una orden ministerial del Departamento de Seguridad Nacional, que depende de Presidencia del Gobierno, había decretado la formación de una comisión que sería la interlocutora ante la Comisión Europea para todo lo relacionado con la lucha contra la desinformación originada en estados extranjeros. Pablo Casado afirmó que el objetivo del Gobierno era vigilar a los medios: «Atacaban a la prensa crítica, señalaban periodistas y ahora crean un orwelliano Ministerio de la Verdad». ¿Cumpliendo órdenes de Bruselas?

El PP amenazó con llevar el tema a la Comisión Europea y el Parlamento. Luego se olvidó del tema, entre otras cosas porque la Comisión pasó de ellos. La comisaria europea de Justicia confirmó que lo aprobado se ajustaba a lo solicitado por Bruselas y no tenía nada que ver con tomar decisiones sobre el contenido de los medios de comunicación.

Otros lectores recordarán que unos meses después, en febrero, se consumieron páginas y declaraciones sobre si España era una democracia plena, marca registrada. Los mismos que invocaron en vano a George Orwell dijeron indignados que desde luego que España era una democracia intachable, plena y faldicorta. ¿Pero cómo podía serlo si una simple orden ministerial publicada en el BOE había anulado supuestamente la protección de derechos fundamentales garantizada por la Constitución? Sigue leyendo

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Esperanza Aguirre tiene una misión en la vida: liberar a Casado de sus complejos

Esperanza Aguirre no tiene complejos en identificarse de derechas. Mariano Rajoy tampoco los tenía, aunque a él no le iban mucho las estridencias y desplantes. Qué decir de José María Aznar en cuya época se popularizó esa expresión –sin complejos– como forma de defender el rearme político y cultural de la derecha, que pisó el acelerador con la mayoría absoluta del año 2000, pero que fue frenada de repente por los cuatro días de mayo de 2004. Es un poco como el viaje al centro. La derecha lleva tanto tiempo diciendo que hay que quitarse los complejos de encima que debe de tener un montón de ellos guardados en el armario. No consigue reducir el stock.

La expresidenta de Madrid presentó el viernes su libro que lleva el título que nos podemos imaginar –’Sin complejos’–, junto a Mario Vargas Llosa. No podía haber elegido mejor momento, sólo unas semanas después de la gran victoria de Isabel Díaz Ayuso en las elecciones autonómicas. El ala derecha del PP –que se autodenomina liberal– es especialmente fuerte en Madrid y ahora pretende que Pablo Casado vuelva al redil y al mensaje con el que se convirtió en líder del partido. Quiere que no se ande con contemplaciones con los Feijóo, Moreno y Mañueco, gente de derechas que se pone un traje por la mañana en vez de un cuchillo entre los dientes.

«En el Partido Popular, no digo que seamos la mayoría (se refiere a los liberales de estirpe madrileña), pero creo que somos la sal de la tierra», comentó Aguirre, siempre tan modesta. Una forma de reconocer que la batalla interna no la tienen ganada, pero que están en ello porque las esencias del partido les pertenecen. En la burbuja madrileña, todo lo demás es condimento. Sigue leyendo

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Mohamed VI encuentra en Pablo Casado un aliado imprescindible para sus planes

Niños marroquíes a los que prometieron que podrían ver en España un partido de fútbol con Cristiano Ronaldo. Padres que descubrieron que sus hijos habían desaparecido y que aún no saben dónde están. Colegios en los que ahora sólo quedan niñas en las aulas. Adolescentes que vagaron por la ciudad sin comida o que ahora pasan las noches en condiciones precarias. Algunas de las circunstancias del paso masivo en la frontera de Ceuta revelan que la población marroquí que vive cerca de la ciudad autónoma también está entre las víctimas de esta crisis originada por la represalia del Gobierno de Rabat –probablemente ordenada por el rey Mohamed VI– contra la decisión de hospitalizar en Logroño al líder del Frente Polisario. Sin embargo, el balance de este conflicto no es nada malo para las autoridades marroquíes. Ya saben que pueden crear divisiones en la posición de España sobre el Sahara gracias a la respuesta del Partido Popular.

Al final, Pablo Casado ha cumplido la promesa que hizo a dos dirigentes de partidos marroquíes con los que se entrevistó por videoconferencia el 11 de mayo. Les dijo que iba a presionar al Gobierno por haber aceptado la entrada en España de Brahim Ghali con identidad falsa. En la sesión de control, cargó la responsabilidad de la crisis en Pedro Sánchez, y no en Marruecos: «Empezó rompiendo la tradición de viajar primero a Marruecos, no reaccionó ante la ocupación de aguas de Canarias ni ante el reconocimiento de Trump sobre el Sahara y ocultó la llegada con documentación falsa de Ghali», dijo en el pleno. La «debilidad» internacional del Gobierno estaba detrás de este conflicto, y no en la represalia marroquí que puso en cuestión la integridad de la frontera.

Las posibilidades de que España u otro país europeo reconozcan la soberanía marroquí sobre el Sahara, como hizo Donald Trump, son escasas en estos momentos. El primer paso para que esa idea no se diluya es crear fisuras en esos estados. Sigue leyendo

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¿Cuál es la imagen de España que te representa?

¿Qué queda de la mayor crisis migratoria ocurrida en España, tan grave que muchos, empezando por el presidente del Gobierno, han dicho que esto no era una crisis migratoria, sino algo más grave? Veinticuatro horas después, la playa del Tarajal estaba vacía y el único flujo de personas iba en sentido contrario. 5.600 personas ya habían sido devueltas al otro lado de la frontera, muchos de ellos jóvenes que se encontraron en Ceuta sin nada que hacer. Habían pasado a España no cumpliendo las órdenes de un Gobierno, sino entusiasmados por una posibilidad que se había abierto de forma repentina: encontrar en España un trabajo –es decir, un futuro– que saben que no tendrán en su país.

También dejó imágenes que anulan el efecto de las palabras ‘asalto’ e ‘invasión’. Además de los jóvenes marroquíes que vagaban sin rumbo ya en territorio español, estaban aquellos que pensaron que podían haber muerto, que llegaron al límite de sus fuerzas. Los que fueron salvados y atendidos por policías, guardias civiles, militares o personal de Cruz Roja. Por la voluntaria que abrazó al joven roto por el esfuerzo y por el estado de sus compañeros. Por el buzo de la Guardia Civil Juan Francisco Valle que recogió a un bebé de dos meses sin saber si estaba aún vivo.

En la playa habían colocado tres blindados BMR de eficacia escasa para que se les viera en las fotos. Pero lo que quedó fue la imagen de representantes del Estado y de la sociedad que vieron en seguida que la labor que debían realizar desde el principio era estrictamente humanitaria. Sigue leyendo

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Marruecos, el vecino incómodo y a veces hostil que siempre va a estar ahí

Hay pocos temas en los que la izquierda y la derecha compartan ideas o prejuicios en España. Marruecos es uno de ellos por razones diferentes. Se volvió a ver este martes con las reacciones políticas a la grave crisis causada en Ceuta por la llegada de más de 8.000 migrantes con la complicidad de las autoridades marroquíes. Como era de esperar, Vox jugó la carta xenófoba, que es una de sus principales razones de existencia. «No están llegando refugiados que huyen de una tiranía, están entrando soldados obedeciendo a su Gobierno, el marroquí, que ha ordenado la invasión», dijo Santiago Abascal. Isa Serra denunció el «chantaje diplomático» realizado por Rabat. «No se puede permitir que Marruecos nos esté chantajeando constantemente», denunció Íñigo Errejón. «Carne humana como moneda de extorsión diplomática. Estamos ante otra reedición del eterno chantaje», resumió el director de ABC.

Marruecos no tiene muchos amigos en España, pero los que conserva suelen estar en el poder. Dicho de otra manera, cuando estás en el Gobierno sabes que necesitas la colaboración del reino marroquí. Esa ha sido una constante en las relaciones entre ambos países, alteradas por esporádicos momentos de crisis tras los cuales se volvía a la normalidad, cuya excepción más grave fue la zarzuelesca operación militar en la isla de Perejil en 2002, en la época de Aznar.

La geografía es uno de esos factores que no se pueden alterar en las relaciones internacionales. Por mucho que no te guste tu vecino, no vas a poder ignorarlo.

La izquierda mantiene su apoyo a la reivindicación saharaui y a la celebración de un referéndum de autodeterminación que la ONU pidió en 1991 y que nunca tuvo muchas posibilidades de celebrarse por la oposición marroquí y la falta de interés de EEUU y Francia. La derecha ha tenido una relación histórica complicada con Marruecos desde el Desastre de Annual en 1921 por el desprestigio que supuso para el Ejército y la monarquía con consecuencias muy evidentes una década después. «Ole tus cojones», se dice que telegrafió Alfonso XIII al general Silvestre antes de la debacle. 9.000 soldados españoles pagaron con su vida esa mezcla de arrogancia e incompetencia. No sería la última vez en las relaciones con ese país en que se emplearan más los cojones que el cerebro.

En tiempos más modernos, los españoles no ven en Marruecos a un país pobre que necesita ayuda, sino un sistema político autoritario con elecciones controladas por el poder y ministros nombrados directamente por el monarca. Por no hablar de los prejuicios contra árabes o musulmanes que siempre han existido y que ahora la extrema derecha se ocupa de atizar.

Desde los años ochenta, el PP ha utilizado la inmigración procedente del sur como un arma de crítica a los gobiernos socialistas. El de Pedro Sánchez fue consciente desde el primer momento de la gravedad de este conflicto, porque además las imágenes hablaban por sí mismas.

El CNI fue incapaz de detectar lo que el Gobierno de Rabat estaba a punto de hacer –es posible que todo se desencadenara por una decisión repentina de Mohamed VI–, aunque esta crisis no es del todo sorprendente desde que se supo que el Gobierno había aceptado permitir la hospitalización en Logroño bajo identidad falsa del líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, de 73 años, del que se dice que está gravemente enfermo por el Covid.

Sánchez quiso dar una imagen de firmeza con una declaración sin preguntas en Moncloa y un viaje rápido a Ceuta y Melilla. No podía mostrar debilidad ni aparentar que la crisis no es grave. «Vamos a restablecer el orden en la ciudad y sus fronteras con la máxima celeridad», prometió a los habitantes de Ceuta. En el plano simbólico, la presencia del presidente del Gobierno en las dos ciudades ya supone un gesto de desplante hacia Rabat. Aznar prometió en la oposición que haría una visita oficial como presidente y luego lo único que hizo fue un desplazamiento de cuatro horas en el año 2000 para asistir a dos mítines del PP. Suárez en 1980 y Zapatero en 2006 realizaron visitas oficiales a Ceuta y Melilla. Rajoy sólo estuvo allí como líder de la oposición.

El presidente del Gobierno también dijo el martes que «Marruecos es un país amigo de España y debe seguir siéndolo» (no es probable que este sentimiento sea mayoritario ahora mismo en la opinión pública española). Otra vez el reconocimiento de que poner fin con rapidez a esta situación es imposible sin llegar a un acuerdo con Rabat. Después de abrir la puerta a marroquíes y subsaharianos, ahora tendrá que aceptar de vuelta a la mayoría. El martes por la tarde, ya habían sido devueltas unas 3.800 personas.

Otra situación paradójica se produjo en el Consejo de Ministros del martes. La crisis coincidió con la aprobación de una ayuda de 30 millones de euros a Marruecos precisamente para financiar la labor de la policía de ese país en la protección de la frontera. La misma policía que se tomó el lunes como día libre por orden de sus superiores. Son las cosas que ocurren cuando haces tratos con Marruecos. Algunos se han quejado de que los gobiernos de la UE cometen ahora el mismo error que antes con Turquía: subcontratar la vigilancia fronteriza a gobiernos sin escrúpulos.

De nuevo, la geografía entra en acción. Marruecos no va a dejar de estar en el sitio en el que se encuentra, justo al sur de España, y de ser la puerta de entrada de la inmigración que llega de África. No hay otro interlocutor ni las amenazas van a resultar efectivas. Muchas de sus decisiones proceden del rey Mohamed VI y este no responde ante nadie en su país. Ni se va a ver perjudicado personalmente por unas posibles represalias.

«Hay actos que tienen consecuencias y se tienen que asumir», dijo la embajadora marroquí en Madrid después de ser convocada de urgencia para una reunión con la ministra de Exteriores. Se refería a la hospitalización de Brahim Ghali. Esa idea vale igualmente en dirección contraria. Si el Gobierno de Rabat pretende que los países europeos imiten la decisión de EEUU con Donald Trump de reconocer la soberanía marroquí sobre el Sahara, estará confundiendo sus deseos con la realidad.

Lo más probable es que no se haga nada nuevo en un conflicto congelado en el tiempo cuya situación actual ya favorece a Rabat, que además cuenta con el apoyo pleno de los gobiernos francés y norteamericano. Marruecos es demasiado importante para los países europeos, que asumen que su respuesta sólo puede consistir en un poco de palo y mucha zanahoria.

Cuando la situación de Ceuta y Melilla recupere la normalidad y se haya devuelto a la mayoría de los que llegaron, Marruecos seguirá estando ahí.

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No hay dos Casados, hay uno que no para de moverse

A pesar de los contundentes argumentarios y la firmeza con que los partidos hacen sus pronunciamientos públicos, la política también es un estado de ánimo. Hay épocas en que del cielo sólo caen clavos sobre un partido, con lo que convierte su cabeza en un enorme martillo que machaca todo lo que ve. En otros momentos, caen martillos o hasta hachas y sólo queda esconderse debajo de la mesa. El Partido Popular está intentando prolongar el impulso recibido por las elecciones de Madrid en la línea del famoso Madrid es España y no hay más que hablar. Con un líder tan ciclotímico como Pablo Casado –unos días con la mirada asustada del ciervo deslumbrado por los faros, otros con los ojos enrojecidos del que va al volante con la intención de convertirlo en chuletas–, no es raro que ahora parezca estar en trance. Es capaz de ver el futuro, el suyo, el de su partido y el de todos los demás. El subidón le va a durar un tiempo.

«La legislatura entra en vía muerta», ha dicho Casado en una entrevista. Ya está pidiendo al árbitro que pite el final del partido en el minuto 30 de la primera parte porque cree ir por delante en el marcador. Aún no hemos llegado a la mitad de la legislatura y el presidente del PP agita los brazos porque esto se ha acabado y toca volver a los vestuarios. Los demás contendientes le miran sorprendido. Tienen que entender que el hombre estaba hasta hace poco temiendo que iba a seguir encajando goles. Le ha cambiado la cara y se pone de puntillas con la intención de parecer más alto.

El lunes, insistió en esa idea con otro ejemplo. «Si Sánchez acepta indultos de los presos independentistas, la legislatura habrá acabado». Esa es una deducción un tanto extraña. En el caso de que al final se concedan esos indultos, eso reforzará el apoyo de Esquerra al Gobierno al menos durante algún tiempo. Es en estos casos donde las crónicas políticas deben hacer un hueco a las obviedades. No es la oposición la que decide con qué apoyos cuenta un Gobierno en el Parlamento. Si fuera así, no sería la oposición. Sigue leyendo

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42 personas eliminadas en un solo ataque en Gaza: no es suficiente para Netanyahu

42 cadáveres, incluidos los de doce menores y ocho mujeres, recuperados de las ruinas de las casas de la calle Wahda, en Ciudad de Gaza, en una de las zonas más céntricas y comerciales de la ciudad. Entre los fallecidos, el neurólogo Moeen Alalool, uno de los pocos médicos con esa especialidad en Gaza. También Ahmad Abu al-Aouf, director de medicina interna del hospital Al Shifa. La calle se encuentra en el barrio de Rimal, habitado en general por profesionales y gente con más recursos que la mayoría de los habitantes de Gaza. La distinción es irrelevante en este caso. Todos los ciudadanos de Gaza son un objetivo probable de los bombardeos.

Esta vez no fue una de las torres de oficinas y medios de comunicación las que fueron atacadas por los militares israelíes ni hubo un aviso previo. Fue un impacto directo en la noche del sábado en una zona habitada por civiles con familias numerosas que no se plantean abandonar sus casas porque no tienen otro lugar en el que refugiarse.

Un día antes, se había producido otro ataque en Al Shati que había diezmado a una familia matando a diez de sus miembros. Sólo se salvó un bebé de diez meses.

Según los datos del Ministerio de Sanidad de Gaza, 188 palestinos han perecido en esta guerra, de los que cincuenta son menores. La alta proporción de menores de edad entre las víctimas confirma que los objetivos atacados están en zonas residenciales. Además está el hecho de que Gaza cuenta con un número inusualmente alto de niños y adolescentes. Un millón de los 2,1 millones de habitantes de Gaza son menores, según Unicef. La edad media de sus habitantes es 18 años (es 30 en Israel).

«La mayoría de las víctimas civiles que vemos son de civiles que se esconden en el sótano de la casa, porque no tienen otro sitio donde ir», dice la organización Antiwars.

Atacar objetivos civiles está prohibido y constituye un crimen de guerra», ha recordado la organización israelí de derechos humanos B’tselem. Un portavoz del Ejército se limitó a decir en la tarde del domingo sobre el último ataque que se pretendía destruir los túneles excavados por Hamás en la zona y que se encontraban debajo de las casas destruidas. No dijo si la aniquilación de esa parte del barrio y el alto número de víctimas formaban parte de ese plan o si era un precio que estaban dispuestos a aceptar.

Dos de los niños muertos en el ataque israelí en Ciudad de Gaza en la noche del sábado.

En respuesta al ataque del sábado, las milicias de Hamás lanzaron 190 cohetes sobre territorio israelí. Veinte de ellos no pasaron de Gaza. Los impactos en territorio israelí se produjeron en Beersheba y Ashkelon. Causaron daños materiales, pero no heridos. Las autoridades militares calculan que se han lanzado en torno a 3.000 cohetes en esta semana. Nueve israelíes han muerto por ellos, de los que dos son menores, y un soldado murió en un ataque sobre un vehículo militar.

Matanzas como la del sábado no son suficientes para el Gobierno israelí ni le han hecho cambiar sus prioridades. Frente a algunas especulaciones aparecidas en la prensa del país sobre un posible fin inminente de los bombardeos, Binyamín Netanyahu anunció el domingo que los ataques continuarán. «Se necesita más tiempo para cumplir los objetivos», dijo, a la vez que presumía del apoyo de los gobiernos de EEUU y otros países. Reacciones como la de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, que sólo condenó los ataques de Hamás sobre Israel, revelan que la presión sobre el Gobierno de Netanyahu es perfectamente asumible por este.

La justificación para la continuación de la ofensiva no es muy distinta a la de anteriores campañas contra Gaza (la última de esta intensidad fue en 2014). Enviar un mensaje a Hamás, degradar su capacidad para atacar territorio israelí, eliminar a su cúpula política y militar…, en definitiva, castigar con dureza a los habitantes de Gaza haciéndoles responsables de las acciones de las milicias de Hamás.

A diferencia de otras crisis, esta vez no es habitual encontrar entre los políticos del Gobierno promesas sobre la eliminación total y completa de la «infraestructura terrorista» o del Gobierno de Gaza. Los medios de comunicación no se engañan anunciando que Hamás recibirá un golpe decisivo. Algunos incluso escriben que el vencedor estratégico de este conflicto será Hamás al haber demostrado que ha sido capaz de responder con fuerza a los asaltos israelíes a la mezquita de Al Aqsa, el tercer lugar santo del islam, mientras el Gobierno de la Autoridad Palestina, presidido por Mahmud Abás, se limitaba a publicar comunicados que no tienen ningún efecto.

El Ejército israelí presume de haber destruido una parte importante de la red de túneles que emplean las milicias de Hamás para esconder su arsenal y moverse sin ser detectadas. Muchos lo habrán sido. Lo que es seguro es que todos serán reconstruidos.

La crisis sí ha puesto punto final a las negociaciones para formar un Gobierno alternativo al que preside Netanyahu e impedir la celebración de las quintas elecciones en dos años. Las maniobras del ultraderechista Naftali Bennett para encabezar un Gabinete que recibiera el apoyo de los partidos de la oposición fueron clausuradas por el propio político. Decidió que en la situación actual no era viable un Gobierno sin Netanyahu, el líder del Likud, el partido más votado.

El escenario político posterior a la nueva guerra contra Gaza será perfecto para Netanyahu. El resentimiento contra la población palestina de Israel y la promesa permanente de castigar a toda Gaza por los ataques con cohetes han sido dos constantes en los más de diez años de su política al frente de sucesivos gobiernos. No es aventurado afirmar que ha modelado la sociedad israelí a su imagen.

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