Le faltaba una imagen más a la campaña electoral de Madrid para dejar patente su condición de máquina trituradora de partidos y políticos en un escenario en el que la espada se usó más que la pluma. Ángel Gabilondo culminó las semanas más tristes de su carrera política con la entrada en un hospital por un episodio de arritmia cardíaca. No mucho después, salió la noticia de que ni siquiera recogería su acta de diputado en la Asamblea. De repente, al PSOE le ha entrado prisa y quiere solucionar en unas pocas horas el impacto negativo de los titulares a cuenta de un fracaso que tiene más padres que Gabilondo.
Es obvio que Gabilondo no era el candidato adecuado para estas elecciones por lo que se había visto en los dos años de la legislatura. La campaña, diseñada por Moncloa, sólo confirmó esa idea y no aportó ningún elemento positivo que compensara sus debilidades. Tirarlo del tren dos días después de las elecciones cuando no había ninguna urgencia a corto plazo ha sido una decisión fea y brutal. Gabilondo se resistió inicialmente a renunciar al escaño. Las presiones hicieron efecto en su salud.
No vimos las imágenes del catedrático entrando en el hospital, pero sí su salida. «Supongo que mi cuerpo me está diciendo que me tengo que tomar la vida con una escala de valores en la que la serenidad, aunque yo la cultivo todo lo que puedo, debe ser la clave», dijo a los periodistas. Es difícil conservar la serenidad cuando te dan la patada una semana después de que Pedro Sánchez poco menos que te compare con Joe Biden. Sigue leyendo