En la entrevista que le hizo el martes el director de ABC, Julián Quirós, Santiago Abascal se mostró muy contento con una de sus respuestas: «Prefiero que Iglesias me llame fascista a que me aplauda. Ya le he dado un titular». Tampoco es que la frase sea para caerse de espaldas. Las hubo mejores en la entrevista. Ni Iglesias le va a aplaudir ni a Abascal le importa en el plano personal lo que diga Iglesias. Pues al día siguiente ahí estaba el titular en la portada del periódico. El mismo que había propuesto el líder de Vox. Y eso viniendo de un partido que hizo un llamamiento público hace menos de tres meses, a través de Iván Espinosa de los Monteros, para que sus votantes convencieran a los suscriptores de ABC para que se dieran de baja. Se refería además a los ancianos («si conocéis a alguna persona mayor que siga suscrita al ABC», dijo). Es difícil imaginar un golpe bajo más vergonzoso desde un partido. Pero ya ni los directores de los periódicos se hacen respetar.
Como en cada campaña hay días en que políticos y periodistas consumen más tiempo en comentar los asuntos polémicos más calientes que en hablar de los programas que se ofrecen a los votantes. No sea que los lectores y espectadores reciban información que les pueda ser útil a la hora de votar. Algunos políticos prefieren utilizar a los medios como una de sus dianas favoritas. Eso encanta al núcleo duro de votantes, aunque no despierte mucho interés entre los indecisos.
Los políticos tienden a sobrevalorar la influencia de los medios, de la misma forma que los medios suelen sobrevalorar su influencia en la sociedad. En tiempos de polarización extrema, los partidos ven en los medios que no les bailan el agua una extensión mediática de sus rivales. No es necesario hacerse el despistado. En algunos casos, lo son, incluso abiertamente. La sorpresa es relativa. Sigue leyendo