Biden consigue lo que quería para levantar la economía, pero el aumento del salario mínimo tendrá que esperar

Joe Biden ya es presidente de Estados Unidos. En otras palabras, ha conseguido traducir el poder de la presidencia y de la mayoría demócrata en el Congreso en una ley que tendrá consecuencias importantes en la economía del país y en la vida cotidiana de millones de norteamericanos. Tomó posesión del cargo el 20 de enero y firmó una larga lista de decretos, pero es gracias a la aprobación de un inmenso paquete de ayudas públicas para superar la crisis económica de la pandemia con lo que ha demostrado que su victoria en las elecciones ha servido para algo real.

El Senado ha aprobado este sábado por 50 votos a 49 la ley que hará posible el gasto de 1,9 billones de dólares (con B) con la entrega de subsidios económicos directos a los ciudadanos y la mayor cantidad de fondos públicos empleada en décadas para reducir la pobreza infantil. La cantidad comprometida supone un 40% del gasto federal de EEUU en un año normal. El presupuesto federal de 2019 fue de 4,4 billones.

Recibirán 1.400 dólares aquellos que ganen hasta 75.000 dólares (112.500 en el caso de padres/madres solteras o 150.000 en el de las parejas). Se aumentará en 300 dólares mensuales el subsidio de desempleo hasta el 6 de septiembre. Se destinan 50.000 millones para mejorar el sistema de vacunación y 49.000 millones para ampliar las pruebas de coronavirus y el sistema de rastreo de contagios.

El aumento de subsidios y ayudas fiscales a las familias con hijos será tan amplio que pretende reducir a la mitad la pobreza infantil en el país. La ley incluye también 350.000 millones en transferencias directas a las autoridades de estados y ayuntamientos, y 130.000 millones para la educación primaria y secundaria, en ambos casos para afrontar gastos relacionados con la pandemia.

La ley no contó con ningún apoyo entre los republicanos del Senado. Las encuestas muestran que existe un gran apoyo popular a esta medida, por encima del 60%, lo que incluye a muchos votantes republicanos. La aspiración de Biden de alcanzar acuerdos con el partido de la oposición se ha revelado como una fantasía, lo que no es ninguna sorpresa. Será así a lo largo de todo su mandato. Los republicanos consideraban que la cantidad de dinero público empeñado era desorbitada.

La Cámara de Representantes aprobó otra ley similar hace unos días con un alcance económico más ambicioso. Ahora deberá debatir la versión del Senado y aprobarla para que pueda ser firmada por Biden.

Lo que no aparece en la ley es el aumento del salario mínimo a 15 dólares la hora. Era imposible desde el momento en que los demócratas decidieron sacar adelante el proyecto por el sistema de «reconciliación», que permite su aprobación con una mayoría de votos pasando por encima de las tácticas de obstrucción parlamentaria («filibustering») contra las que sólo se puede ganar con una mayoría reforzada de 60 votos.

No es que los republicanos no recurrieran al filibustering. Un senador exigió que se leyeran todas y cada una de las 628 páginas de la ley, tarea que correspondió a los funcionarios de la Cámara durante una sesión que duró 10 horas y 44 minutos.

El senador Bernie Sanders presentó una enmienda para incluir el aumento del salario mínimo que no obtuvo los 60 votos necesarios. De hecho, no recibió el apoyo de todos los demócratas. Siete de ellos, además de un independiente de Maine que vota siempre con ellos, votaron en contra. Uno de ellos fue Joe Manchin de Virginia Occidental, cuyo único voto era tan valioso que consiguió reducir algunas de las cifras de gasto público que manejaba la Casa Blanca (por ejemplo, se pretendía que el extra del subsidio de paro fuera de 400 dólares).

El ala progresista de los demócratas tiene en Manchin a uno de sus grandes enemigos de esta legislatura. Otra forma de ver su situación es que es probable que ningún demócrata excepto él pueda ganar las elecciones en un Estado tan conservador como el suyo. Trump ganó allí las elecciones de noviembre con un 68% de los votos.

Oiremos hablar mucho de Manchin en los dos próximos años. Con los dos partidos empatados a 50 votos (con ese resultado, el voto de calidad de la presidenta del Senado, la vicepresidenta Harris, dirime la votación), Manchin será el voto imprescindible para que la Casa Blanca pueda sacar adelante sus proyectos, aunque lo cierto es que no es el único senador demócrata moderado –es decir, conservador– al que tendrán que convencer.

El salario mínimo no se ha tocado desde 2009 y está en 7,25 dólares la hora. Subirlo a 15 dólares es otro asunto que tiene el apoyo de las encuestas –también en varios estados como Florida donde Trump ganó en noviembre–. Es seguro que el incremento volverá a votarse en el Congreso antes de las elecciones legislativas de 2022. «Si algunos senadores cree que esta es la última vez en que se votará dar o no un aumento salarial a 32 millones de americanos están muy equivocados», dijo Sanders esta semana. «Volveremos a plantearlo porque es lo que demanda y necesita el pueblo americano».

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Los que concedieron la patente de corso a Villarejo duermen peor estos días

Ya es mala suerte que ahora que estamos en España en el Gran Debate de la Democracia Plena haya abandonado la prisión el comisario José Manuel Villarejo, el símbolo más conocido de la guerra sucia del Gobierno de Mariano Rajoy contra sus rivales políticos. Como se espera del personaje, ha salido de toriles embistiendo con fuerza: «Ellos han decidido hacer una catarsis de España, pues de acuerdo, encantado de que eso ocurra», ha dicho a los periodistas. Salió de la Audiencia Nacional después de declarar el jueves ante un juez y lo primero que hizo fue acercarse a los periodistas para empezar a largar. Sin decir nada en concreto, pero da igual. Se trataba de anunciar ‘aquí estoy yo y algunos se van a enterar’. Los programas de televisión estaban encantados de conectar en directo con la escena, aunque alguno cortó antes de tiempo porque a saber lo que podía decir.

Villarejo apareció con su gorra de costumbre y un parche en el ojo, por un problema médico, que le daba ese aire de pirata de las cloacas que tanto se ha trabajado. Quizá la palabra adecuada sea la de corsario, ya que contó con la correspondiente patente de corso entregada por las autoridades para reclutar una tripulación con la que cumplir la misión encomendada. Porque una de las falsedades que escucharemos con frecuencia en los próximos meses será la de afirmar que Villarejo trabajaba solo en sus maquinaciones ilegales, como si no hubiera contado con la colaboración de políticos, mandos policiales y hasta periodistas. Ningún hombre es una isla y Villarejo es una península de gran extensión conectada a un continente. Sigue leyendo

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Salvapatrias de Vox armados con querellas

La lista de enemigos de España elaborada por Vox crece a tal ritmo que pronto serán más los incluidos que los que estén fuera. Es una consecuencia lógica del eslogan que emplea el partido: «Sólo queda Vox». Todo lo demás es la antiEspaña. El último que aparece en el ranking es el colectivo de víctimas del terrorismo Covite contra el que se ha querellado por un presunto delito de injurias y calumnias «relacionadas con un delito de odio». Los que cuentan con menciones básicas de Derecho saben que esos delitos pueden producirse cuando se imputan delitos a alguien sin pruebas o con «temerario desprecio a la verdad». El problema para Vox es que resulta difícil separar su actividad política de estas últimas palabras.

El texto que ha causado las iras de Vox es un análisis publicado por la web de Covite hace más de un año en su sección Observatorio internacional de estudios sobre terrorismo. El informe en cuestión se publicó en enero de 2020 y se refería al terrorismo de extrema derecha en Europa.

Hay una sola referencia a Vox y no tiene nada que ver con la violencia ni mucho menos imputa un delito al partido. Es puramente descriptivo con una lista de partidos de ideología similar: «Al mismo tiempo, Europa ha visto un aumento de los éxitos electorales para los partidos nacionalistas y de extrema derecha. Partidos como el Frente Nacional en Francia, Vox en España, Suecia Demócratas, Amanecer Dorado en Grecia, Derecho y Justicia en Polonia, Partido por la Libertad en los Países Bajos y el Partido Popular Danés son solo algunos ejemplos de cómo la agenda de extrema derecha ha entrado en la escena política europea». Sigue leyendo

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Casado, un viejoven de 40 años aturdido por el ritmo veloz de la política española

Es duro ser Pablo Casado. Los peores resultados del PP en toda su historia. Una humillación reciente en las elecciones catalanas. Un partido de extrema derecha que surgió del electorado del PP que no sólo no devuelve los votos prestados, sino que sube en las últimas encuestas publicadas por medios conservadores. Comprueba que ni siquiera con la pandemia del siglo consigue superar en votos al PSOE en los sondeos. Tiene de número dos a García Egea. Ve que le desprecia alguien como Álvarez de Toledo a quien sacó de la nada política. Observa de lejos cómo Núñez Feijóo manda señales. Ahora, el líder del PP está además perplejo por el carácter frenético de la política española. Es un viejoven de 40 años que piensa que todo va a peor y al que le supera tanta modernidad. Está con unos vejetes al lado de la valla diciendo: esta gente no sabe encofrar.

Casado no podía decir que no a su antiguo mentor cuando le invitó a un acto en el Instituto Atlántico que hacía las veces, aunque no se vendiera así, de celebración del 25º aniversario de la victoria del PP en 1996. José María Aznar le dio una de sus primeras oportunidades en política contratándole como asesor cuando tenía 28 años y antes de entrar en el Congreso. Hasta le dio lecciones sobre cómo hacer negocios en Libia. Cualquier comparación del dominio mayestático que ejerció Aznar sobre la derecha con la situación actual resulta un tanto embarazosa para Casado. Más cuando las últimas noticias sobre la corrupción en el PP le obligaron a decir que él no tiene nada que ver con ese pasado, el de Aznar y Rajoy, y a anunciar la venta de la sede de Génova.

Lo que Aznar no esperaba es que el acto coincidiera con el día en que La Razón publicó una noticia según la cual la dirección del PP está casi enfurecida por la entrevista que dio el expresidente el domingo en La Sexta, cuando dijo que él sólo pone la mano en el fuego por sí mismo. Aznar «vive en una realidad paralela porque no ha asumido que ya no suma, sino que sólo resta», dicen fuentes del equipo de Casado al periódico. Ni que fueran dirigentes del PSOE hablando de Felipe González. Sigue leyendo

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La pandemia a través de los ojos de las enfermeras de una UCI

Un reportaje producido por The New York Times para contar la pandemia a través de los ojos y testimonios de enfermeras de un hospital de Phoenix. Dos cámaras colocadas en su uniforme nos trasladan al interior de una UCI.

«El liderazgo en esta pandemia no ha venido de los cargos electos o los líderes religiosos, sino de un grupo de personas con bajos salarios, más trabajo del que pueden asumir y que son consideradas secundarias, también en sus centros de trabajo», dice uno de los autores del reportaje. «Mientras muchos otros han tirado la toalla, las enfermeras han trabajado sin descanso para salvar vidas, a menudo preocupándose más por sus pacientes que por sí mismas».

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Cuatro millones se llevan por delante la última operación para reflotar la monarquía

Hay actos institucionales montados con toda la pompa que se espera de ellos que tienen una fecha de caducidad tan inmediata como esos mensajes de las nuevas redes sociales que desaparecen a las 24 horas, no sea que los vean las personas equivocadas. Moncloa tuvo el escenario perfecto –el hemiciclo del Congreso– y el reparto apropiado –todos los principales cargos del Estado– para lanzar un cable a la monarquía y al mensaje de que cualquiera que sostenga que la española no es una democracia plena y vigorosa es un disidente desinformado. El acto para conmemorar el golpe de Estado del 23F incluía también un reconocimiento del papel de Juan Carlos I en 1981. Dos días después, el exrey lo estropeó todo. Como llegar tarde a una fiesta un poco tocado, tropezar con la mesa de las botellas y dejar a los demás invitados sin bebidas.

En la noche del jueves, se supo que Juan Carlos ha vuelto a pasar por la ventanilla de Hacienda para regularizar sus ingresos ilegales. Esta vez no fueron 678.393 euros, que no es poca cosa, sino cuatro millones con los que regularizar el dinero que había defraudado. Es decir, que no había pagado al erario público. Esa cantidad se corresponde con todos los vuelos obtenidos gratis total por la benevolencia de la fundación de un primo lejano, según El País, y que suponen un montante total de ocho millones. Una donación en especie que supondría un delito fiscal si Hacienda se hubiera enterado y se lo hubiera notificado.

Ocho millones en vuelos. Se nota que Juan Carlos es un gran fan del transporte público.

En su libro sobre Felipe VI de publicación reciente, el periodista José Antonio Zarzalejos explica por qué «el peor adversario del rey Felipe VI ha sido y sigue siendo su padre». Se puede decir que Juan Carlos I ha confirmado esa idea en varias ocasiones y que tiene la intención de seguir haciéndolo por mucho que la Casa del Rey y el Gobierno hagan todo lo posible por impedirlo. Sigue leyendo

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El horror de la industria cárnica de EEUU en la pandemia

La industria cárnica ha sido uno de los focos más peligrosos de la pandemia en Europa y EEUU. Las condiciones laborales están en la base de estos problemas. Mantener las distancias en la cadena de montaje resulta muy difícil. Aun así, lo peor es la falta de respeto habitual a la situación de los trabajadores. Las plantillas cuentan con un alto número de inmigrantes que no pueden permitirse perder el empleo. Las empresas se aprovechan de ellos sin importarles lo más mínimo las condiciones de seguridad. Un número muy pequeño de ellas controla todo un mercado.

En el caso de Alemania, la explotación laboral se extiende en muchas empresas a pesar de las protestas de los sindicatos.

John Oliver dedica a estas compañías un amplio espacio de su programa.

Los directivos y supervisores de una de las plantas de Tyson hacían apuestas sobre el número de operarios que se iban a contagiar de Covid. Sabían perfectamente lo que tenían entre manos.

En toda la industria cárnica norteamericana, se han contabilizado 57.000 contagios. 283 de sus trabajadores han muerto. Oliver no se limita a centrarse en los efectos de la pandemia. Sitúa todos esos problemas en un contexto mayor. El de un sector en el que se producen numerosos accidentes de trabajo con muy bajo número de inspecciones por el organismo regulador. Muchas lesiones graves son atendidas en el servicio de primeros auxilios de la planta, con lo que no están obligados a registrarlos como accidentes.

La multa media que impone el regulador para las irregularidades graves es de 3.717 dólares.

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En el Gobierno nadie tiene prisa para detener la hemorragia interna

El Gobierno consiguió en la votación de los presupuestos una mayoría tan amplia que prácticamente le garantizaba la supervivencia hasta el final de la legislatura. Los resultados de las elecciones catalanas supusieron una derrota tan clara para el Partido Popular y Ciudadanos que ambos han quedado durante un tiempo conectados a la respiración asistida. Ante una sucesión de malas noticias, el PP se ha visto obligado a anunciar la venta de su sede nacional a ver si así los medios hablan de otra cosa. Ciudadanos ni siquiera tiene claro si llegará como partido a las próximas elecciones. Como Santiago Abascal ha reconocido en una entrevista reciente, una gran subida de Vox no garantiza en absoluto que la derecha pueda sacar a Pedro Sánchez de Moncloa.

Y a pesar de todo esto, el Gobierno está sufriendo su mayor crisis interna desde que se formó hace algo más de un año. No es por algo que haya hecho o dicho la oposición. Se trata de heridas autoinfligidas que se van sumando hasta originar una hemorragia que no se detiene. No se ve por ningún lado la llegada de ambulancias ni la presencia de personal médico que ayude de entrada a detener la pérdida de sangre, no ya a curar al enfermo.

Se diría que todo se trata de una conspiración para hacer más interesante la política a los medios de comunicación. Pero no es una conspiración cuando se hace a plena luz del día y a la vista de todo el mundo. Incluida la oposición, que no se cree la suerte que está teniendo. Sigue leyendo

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¿Es demasiado tarde para impedir que la ultraderecha siga infiltrándose en tu teléfono móvil?

No importa que seas Batman. Hay cosas del mundo real, fuera de tu lujosa mansión, de tu privilegiada ciudad, que no conoces. Motivaciones que se te escapan. Enemigos que no se comportan como aquellos otros a los que has perseguido y sometido. Su mayordomo los conoce mejor, porque sirvió como soldado en Birmania en la época colonial británica. Así que el personaje que interpreta Michael Caine en ‘El caballero oscuro’ comparte esa información con Bruce Wayne con la intención de que sepa algo más de un villano como Joker: «Algunos hombres no buscan algo que sea lógico, como el dinero. No se les puede comprar. No se les puede intimidar ni se puede razonar o negociar con ellos. Algunos hombres sólo quieren ver arder el mundo».

En su libro ‘Antisocial. La extrema derecha y la ‘libertad de expresión’ en internet’, publicado en España por Capitán Swing, Andrew Marantz cita en varios momentos esa idea expresada con la dicción perfecta de Caine. Desde luego, esa especie de nihilismo destructivo con grandes dosis de sarcasmo no es lo que caracteriza a todos los ultraderechistas o reaccionarios que se han infiltrado con éxito en el debate público en Estados Unidos, y Marantz lo sabe.

Algunos son ideólogos convencidos o fanáticos que no transigen con nada en la defensa de sus ideas racistas. Pero hay muchos, que increíblemente populares en las redes sociales, que sólo pretenden mover la barca a ver qué pasa con la esperanza de que la moneda caiga de su lado.

Lo consiguieron con la victoria de Donald Trump en las elecciones de 2016. Son la prueba viviente de que ese instrumento conocido como internet que se suponía que abriría un periodo de esperanza para la humanidad –»en el siglo XXI la información es poder. No es posible esconder la verdad, dijo Barack Obama»–, también puede emplearse para todo lo contrario, para extender la desinformación al servicio de ideas siniestras. «La información quiere ser libre, pero lo mismo pasa con la desinformación», escribe Marantz.

No es un fenómeno nuevo. El autor del libro recuerda que la imprenta fue esencial para dar voz a estafadores, terroristas o intolerantes o para ampliar el eco del antisemitismo de Lutero. Los regalos que recibe la humanidad tienen muchas caras.

Marantz es un reportero de la revista The New Yorker, por lo que cuenta con mucho tiempo para escribir sus artículos. Decidió entrar en contacto con algunos de los nuevos predicadores digitales de la ultraderecha norteamericana en un momento en el que contaban con la comprensión o apoyo de la Casa Blanca, cuando parecía que remaban en el sentido favorable de la corriente. Eso incluía a personajes un tanto inofensivos en las distancias cortas, pero de los que no se puede negar su influencia en redes sociales con sus centenares de miles de seguidores, y otros más peligrosos, como algunos de los seguidores de Proud Boys, el grupo que tuvo un papel protagonista en el asalto al Capitolio.

Todos forman parte de la historia. Los hay que son encantadoramente excéntricos. «Yo puse en marcha el Tea Party de Indiana», explica una mujer al periodista. «Antes de eso, era una dominatrix con una mazmorra en el sótano y los tíos me pagaban para que les zurrara en el culo. La vida es una montaña rusa, ¿no crees?». Como el tipo con gorro de bisonte que apareció en tantas fotos del asalto al Congreso y que luego se quejaba de que en la cárcel no le servían comida orgánica.

Otros no son tan divertidos, como los Proud Boys, siempre dispuestos a dar una paliza a los que les plantan cara. O los que odian a las feministas, aunque en realidad han puesto en el punto de mira a todas las mujeres: «No hay ninguna razón para pegar a una mujer. Si quieres hacerle daño, destruye su alma».

El libro conecta directamente a esa nueva extrema derecha que hasta hace una década era bastante irrelevante en EEUU con la explosión de las redes sociales que iba a permitir la «democratización» de la comunicación pública. Los que leyeron el primer libro de Evgeny Morozov sabrán ya que las nuevas tecnologías concedieron herramientas a los movimientos populares en las dictaduras del Tercer Mundo que no salían gratis. No es que tuvieran sus inconvenientes, sino que podían ser utilizadas igualmente por las fuerzas represivas contra los disidentes. Era cuestión de tiempo que los países occidentales probaran algo de su propia medicina.

Marantz se sumerge también en el mundo de los «tecnoutópicos» (el título original del libro es ‘Antisocial. Online Extremists, Techno-Utopians and the Hijacking of the American Conversation’), donde curiosamente no cuenta con tantas facilidades para examinar de cerca a esas empresas. Quizá no sea una sorpresa porque corporaciones como Facebook, Twitter o Google tienen mucho cuidado en no permitir que los periodistas husmeen detrás de sus puertas. Pero sí puede acceder a algunos de los nuevos emprendedores dispuestos a ser el próximo Facebook con la misma falta de responsabilidad por las consecuencias de sus acciones. Y sobre todo entra en Reddit –más conocida ahora fuera de EEUU gracias al show bursátil de GameStop–, lugar en que sí obtiene información valiosa sobre lo que funcionaría o no en las empresas de redes sociales si se decidieran a limpiar los rincones más tóxicos de su imperio.

Esos «nuevos guardianes» empeñados en suplantar en el debate público a los oxidados grandes medios de comunicación creían que no podían fracasar con su creencia absoluta en la libertad de expresión de sus usuarios, al modo de ‘el mercado siempre tiene la razón’– y con una audiencia millonaria de gente joven con ganas de descubrir sus nuevos referentes, que obviamente no iban a ser los de sus padres. Para todo lo demás, sus algoritmos bastarían.

Lo ocurrido en los últimos años, a lo que hay que sumar el impacto del asalto ultra al Capitolio, ha dejado para el arrastre ese utopismo. Todo indica que Mark Zuckerberg tiene como prioridad resguardar sus ingresos y sus beneficios, aunque los responsables de Reddit sí empiezan a creer que deben hacer algo al respecto, y mejor que sea rápido. Marantz cuenta cómo empiezan a meter mano a la máquina para hacer lo que siempre habían descartado. Examinar el número incontable de foros de su plataforma para eliminar mensajes violentos y racistas. Nada de algoritmos. A mano y a través de decisiones debatidas con mayor o menor criterio y todas ellas preñadas de una inevitable subjetividad.

Es lo que hace que Marantz escriba que «ahora los días del ‘todo vale’ empezaban a llegar a su fin». Entre otras cosas, porque si las plataformas no hacen algo efectivo, los gobiernos llegarán a la conclusión de que ellos tienen su solución para poner fin a la fiesta.

El periodista es testigo de la «purga» y de las discusiones llenas de dudas sobre dónde poner el límite. «No quieres estar tan enamorado de la vigilancia como para convertirte en la Stasi, pero tampoco quieres temer al control hasta el punto de convertirte en un criadero de nazis», dice uno de los directivos de Reddit. Suena bien. El problema es cómo hacerlo y esa misma persona admite que es «increíblemente difícil».

Las medidas, no siempre coherentes ni exentas de polémica, para poner coto a los mensajes de odio y a algunos de los extremistas que han hecho de las redes su campo de batalla pueden llegar a funcionar. Marantz cita un estudio que afirma que las decisiones de Reddit en 2015 para reducir los contenidos extremistas tuvieron éxito hasta cierto punto. El contenido más tóxico eliminado con el cierre de varios subforos no se trasladó a otros lugares de la plataforma. En ese juego del ‘whack-a-mole’, el que tiene el mazo en la mano lleva ventaja.

Eso no hace que Marantz llegue a conclusiones alentadoras al final del libro. Algunos notorios extremistas han perdido sus cuentas de Facebook y Twitter. Ellos han desaparecido de las redes o han visto reducida su influencia en las redes, pero su mensaje sigue estando allí. O algo peor: cierto mensaje extremista –racista, xenófobo, antifeminista o anticientífico– circula con facilidad por grandes medios de comunicación, como Fox News. Lo que muchos años atrás era impensable fuera de círculos marginales, ahora está al alcance de todo el mundo.

De ahí que Marantz sea pesimista. El progreso social no es una tendencia irreversible. Los que apelan al resentimiento social no están necesariamente en el lado perdedor de la historia. «El arco de la historia puede doblarse en esa dirección (en favor de la justicia), pero el arco de la historia no se dobla de forma inexorable o automática. No se dobla a sí mismo. Nosotros lo doblamos».

Y eso que escribió el libro antes del asalto al Capitolio.

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Días de furia y palos por Pablo Hasel con los políticos como analistas

En 2014, un barrio de Burgos apareció en los titulares de toda la prensa de Madrid y los informativos de televisión. Sólo ya eso era un fenómeno fuera de lo común. Los vecinos de Gamonal llevaban meses protestando contra un proyecto urbanístico del Ayuntamiento del que pensaban que sólo les hacía la vida más difícil. No llegó a los titulares nacionales hasta que se empezaron a producir incidentes violentos con destrucción de mobiliario urbano y otros daños. El Ministerio de Interior envió a no menos de 200 policías antidisturbios cuando ya no había disuasión por la presencia policial. Los agentes tenían que ir allí a pegar porrazos para poner fin a los disturbios. Fue la violencia la que hizo que todo el mundo supiera que existía Gamonal, un barrio obrero de esos de los que los ayuntamientos no se preocupan mucho.

La violencia no conduce a nada en una sociedad democrática, decían todos los medios. A nada bueno, se entiende. Pocos se dieron cuenta de la ironía muy poco oculta en esa crítica, por lo demás razonable. Sin esa violencia, Gamonal habría seguido siendo tan desconocida como antes. El alcalde de Burgos habría podido culminar el proyecto que beneficiaba a las constructoras de la ciudad, incluida una que era propiedad de un empresario que sí era bien conocido por la prensa de Madrid. No por su aportación a la economía local, sino por su paso por prisión a cuenta de un notorio caso de corrupción y por su control de la política urbanística de la ciudad. Empresario, por cierto, que era el dueño del principal periódico de Burgos (eso nunca hace daño en los negocios oscuros).

Los habitantes de Gamonal se habían pasado seis meses manifestándose de forma pacífica y reclamando diálogo al alcalde. No les hicieron caso. Cuando volaron las piedras, de repente todos estaban alarmados por lo que pasaba allí. En el PP, el partido del alcalde, se dijo que no se podía ceder ante la violencia. «Los atentados de Burgos», les llamó Ana Botella. «Las máquinas vuelven hoy a Gamonal sin achantarse ante la violencia urbana», titulaba el 13 de enero en portada El Correo de Burgos (sí, es lo que están imaginando, propiedad de otro constructor), lo que demostraba lo valiente que es la maquinaria de la construcción cuando se trata de defender el Estado de derecho.

Un día después, el alcalde se rindió ante las presiones que llegaban de la dirección nacional del PP –para qué tanta publicidad negativa por una maldita calle de Burgos– y suspendió temporalmente las obras. Tiempo después, el proyecto fue cancelado de forma definitiva. Para entonces, ya nadie hablaba de Gamonal y no era necesario hacer reflexiones incómodas sobre el papel de la violencia.

Las imágenes, el debate sobre la violencia y los cálculos políticos de última hora se repiten ahora con las manifestaciones en Barcelona, Madrid y otras ciudades por la entrada en prisión del rapero Pablo Hasel por su segunda condena. Al producirse en las dos mayores ciudades de España, no ha habido un compás de espera. El conflicto ha pasado automáticamente a primera línea de combate. Concentraciones, cargas policiales, lanzamiento de objetos a los agentes, destrucción de mobiliario urbano y escaparates, decenas de detenidos… y los políticos aprovechando la jugada, porque de la violencia siempre se puede sacar algo.

Fue muy rápido Pablo Echenique. «Todo mi apoyo a los jóvenes antifascistas que están pidiendo justicia y libertad de expresión en las calles», escribió en Twitter el portavoz parlamentario de Podemos. Exigió la investigación de «la violenta mutilación del ojo de una manifestante» en Barcelona por el impacto de una pelota de ‘foam’ (espuma) lanzada por los Mossos. Y tuiteó los palos que se llevaron varias personas en Madrid en la noche del miércoles («Echenique lanza un vídeo contra la Policía», tituló El Mundo, como si fuera una pedrada).

Un sindicato policial le respondió con el vídeo de un manifestante lanzando una piedra que golpea con fuerza en el casco de un policía. Íñigo Errejón difundió otras imágenes en las que se ve a un agente llamando «puta de mierda» a una mujer a la que luego golpea con la porra.

La reacción de la oposición fue fulminante. PP y Ciudadanos exigieron a Pedro Sánchez el cese de Pablo Iglesias, lo que es lo mismo que el fin del Gobierno de coalición y la convocatoria de elecciones anticipadas. «Es una grave irresponsabilidad que partidos del Gobierno alienten estos actos violentos, que deberían tener consecuencias políticas», afirmó Pablo Casado. El PP buscó el cuerpo a cuerpo con Sánchez, porque el tema de las últimas semanas son las diferencias entre Unidas Podemos y el PSOE. Todo lo que sea poner más madera en ese fuego tiene una rentabilidad irresistible.

Las televisiones lo tenían muy claro por sus audiencias. Los programas informativos matinales fueron casi monográficos sobre los disturbios. En los directos, se apuntaba a los escaparates quebrados e incluso a una loseta medio rota en el suelo de la Puerta del Sol.

Con Madrid de vuelta a la primera clasificación en el ranking autonómico de contagios de Covid, esta era una oportunidad que no podía desperdiciar Isabel Díaz Ayuso. Se fotografió delante de los escaparates rotos junto al alcalde de Madrid y luego fue al pleno de la Asamblea de Madrid con un adoquín en la mano para hacer una ‘performance’ como las que protagonizaba Albert Rivera en los debates electorales. Otros políticos ignoran lo importante que es el atrezzo. Realmente, Ayuso vive para estos momentos.

Empuñó el adoquín con rabia –casi parecía que lo iba a lanzar– y ofreció una frase memorable al llamar a los manifestantes «fiesta de niñatos que se manifiestan por un delincuente que tiene menos arte que cualquiera de los que estamos aquí con dos cubatas en un karaoke». Si hay que suponer que Ayuso dice sobria estas cosas en los plenos a las diez de la mañana, si acaso con algo de cafeína en el cuerpo, imaginarse cómo será en un karaoke de madrugada con dos cubatas en el cuerpo y sin haber cenado es algo que no tiene precio.

Ayuso se mostró más condescendiente con la furia en las calles cuando avisó al Gobierno en mayo de lo que pasaría por el confinamiento impuesto durante la pandemia: «Cuando la gente salga, lo de Núñez de Balboa va a ser una broma». En realidad, lo de las protestas del barrio madrileño de Salamanca ya parecía una broma la primera vez sin necesidad de la segunda vuelta que anunciaba la presidenta madrileña y que nunca se produjo.

Hasel tuvo una primera condena en 2014 por enaltecimiento del terrorismo que no le supuso ingreso en prisión. Una segunda condena en 2018 fue rebajada por el Tribunal Supremo dos años después a una pena de nueve meses por 60 tuits publicados entre 2014 y 2020. En septiembre de 2020, el Tribunal Constitucional rechazó su último recurso, lo que iba a suponer el encarcelamiento. Además, tiene pendiente otra condena a seis meses, que está recurrida, por agredir a un periodista de TV3 en una rueda de prensa. Este jueves, la Audiencia de Lleida confirmó otra condena de dos años y medio, que será recurrida al Supremo, por amenazar al testigo de un juicio («te mataré, hijo de puta, ya te cogeré») del que además difundió su foto en Twitter.

Como se puede apreciar, no todo el historial penal de Hasel tiene que ver con el rap o la libertad de expresión.

Para desmentir que el conflicto sea un asunto izquierda-derecha, Carmen Calvo y José Luis Ábalos se apresuraron a rechazar el uso de la violencia. No sólo los socialistas. El día anterior, Ada Colau había resaltado que a golpe de contenedor quemado –unos 50 en Barcelona– no se va a conseguir la libertad de Hasel: «La violencia no es el camino. Los altercados no servirán para que salga de la cárcel y por lo tanto no están justificados». Ese es un cálculo bastante acertado. El PSOE no va aceptar conceder un indulto exprés si parece que está presionado por la violencia en la calle.

Unidas Podemos ha solicitado el indulto «urgente» al Gobierno para Hasel, cosa que él se niega a hacer. Prefiere que siga la movilización «para que el Estado recule». Tampoco es que sienta mucho respeto por el líder de Podemos («el mierda de Pablo Iglesias») o por Unidas Podemos, porque «son socialdemócratas y los comunistas siempre recordamos que la socialdemocracia es la pata izquierda del fascismo».

Lo que está pendiente es una reforma del Código Penal que impida que se castiguen los delitos de opinión con penas de cárcel. Eso también reduce las posibilidades de que las condenas impuestas por los tribunales españoles sean anuladas por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Los dos partidos del Gobierno se han comprometido a llevarla a cabo. Sólo la han anunciado cuando el ingreso de Hasel en prisión era inminente.

En el mundo real, a veces la violencia es el factor que despierta la atención de los políticos y los medios. Suele ocurrir cuando se ha dejado pasar el tiempo pensando que los problemas se solucionan por sí solos.

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