Israel sufre el trauma que Gaza soporta desde hace décadas

El primer día, fueron decenas de miles. Una semana después, volvieron a reunirse en el mismo lugar. Y así durante meses. Convocados por organizaciones sociales sin vinculación con el Gobierno de Gaza, los palestinos se dirigieron desarmados a la valla fronteriza con Israel en 2018 para exigir sus derechos y negar que estuvieran condenados a vivir en una prisión de 360 kilómetros cuadrados. Lo llamaron la Marcha del Retorno.

Fueron recibidos con fuego real. Disparos de fusil. Balas explosivas. Balas de caucho. Gases lacrimógenos. 223 palestinos fueron eliminados entre marzo de 2018 y diciembre de 2019. 46 de ellos tenían menos de 18 años. Ocho mil sufrieron heridas de bala que para muchos supuso la amputación de miembros.

Una encuesta de abril de 2018 reveló que el 83% de los israelíes judíos (en Israel es habitual que en los sondeos se ofrezcan los datos separados de judíos y árabes) apoyaba la decisión del Ejército israelí de abrir fuego contra los manifestantes.

Las manifestaciones eran también un mensaje al mundo. Esta vez, nadie podía acusarles de utilizar la violencia para defender sus derechos. El Ejército israelí los consideraba a todos una amenaza terrorista contra la seguridad del país. «Las IDF (siglas en inglés de las Fuerzas Armadas) tienen balas suficientes para todos», dijo el ministro de Seguridad.

La aplicación de la máxima violencia serviría como elemento disuasorio para hacer frente a los palestinos. Esa es una de las ideas presentes en los gobiernos y la sociedad israelíes desde hace décadas. Las concesiones políticas eran impensables. Eso contribuyó a aumentar las ideas más extremistas hasta que en diciembre de 2022 se formó el Gobierno más ultraderechista de la historia del país con varios integrantes que hacen gala de sus ideas racistas.

Cuatro años después de la Marcha del Retorno, Hamás ha derruido esas premisas con un asalto por tierra a decenas de localidades israelíes cercanas a la frontera. La presunción de que los palestinos ya estaban derrotados –neutralizados en Cisjordania con la colaboración del Gobierno de Mahmud Abás y encerrados en Gaza– ha sido sustituida por un shock vivido por toda la sociedad israelí.

Al igual que en la guerra de Yom Kippur en 1973, el país ha sufrido un colapso de su sistema de inteligencia, que se vio sorprendido por un ataque preparado durante meses y ejecutado por centenares de combatientes de las milicias de Hamás. Israel creía saber todo lo que ocurría en Gaza gracias a la vigilancia electrónica y a una red masiva de confidentes. También pensaba que el sistema de defensa antiaérea llamado Cúpula de Hierro era prácticamente infalible. El establishment militar y político había dado por derrotados a los palestinos.

Un palestino en silla de ruedas lanza una piedra con una honda en un enfrentamiento con tropas israelíes cerca de la frontera de Gaza el 22 de septiembre. Mahmoud Ajjour / DPA

La política de seguridad del Estado siempre ha consistido en «gestionar el conflicto», denuncia la organización pacifista Breaking the Silence, fundada por exmilitares israelíes. Garantiza supuestamente la tranquilidad a través de la disuasión y de operaciones militares específicas. «Todo son palabras en clave que ocultan la realidad de los bombardeos de Gaza hasta dejarla destruida. Siempre se justifica diciendo que se ataca a terroristas, y sin embargo siempre acaban con un alto número de bajas civiles. Entre esos episodios de violencia, hacemos la vida imposible a los habitantes de Gaza, y luego nos sorprendemos cuando todo estalla por los aires».

El patrón se repetirá ahora con una previsible represalia por tierra en Gaza iniciada el sábado con una nueva campaña de bombardeos que tuvo su imagen más significativa con la demolición con misiles de un edificio de viviendas de once plantas. Sus habitantes huyeron momentos antes al notar el impacto de un proyectil sin carga explosiva con el que los militares israelíes avisan de que el edificio será destruido en pocos minutos.

Otros ataques tendrán menos testigos, como el que tuvo lugar en la localidad sureña de Khan Yunis. Nueve niños de la misma familia murieron en la destrucción de su casa desde el aire.

Nada de eso importará a los que clamen venganza. Uno de ellos es Ariel Kallner, diputado del Likud, el partido del primer ministro Netanyahu, que llamó al sábado «el día de nuestro Pearl Harbor». Su respuesta fue reclamar una violencia indiscriminada contra los palestinos. En otras palabras, la limpieza étnica. «Ahora mismo, un objetivo: ¡Nakba! Una Nakba que supere a la Nakba del 48. ¡Nakba en Gaza y una Nakba contra cualquiera que se atreva a unirse!».

La Nakba es la catástrofe que sufrió la población civil palestina que fue expulsada de sus hogares en la guerra de 1948. Una catástrofe de la que la mayoría de la población israelí niega que existiera.

El cadáver de un israelí muerto en el ataque de Hamás en Yakhini a 20 kilómetros de la frontera con Gaza. DPA

Las imágenes de este último conflicto bélico son terribles. Para los israelíes, son inauditas. El número de muertos ha ascendido a 700, según los medios de comunicación del país. Es la mayor cifra registrada en un solo día en su historia, incluidas las guerras. El Gobierno ha identificado hasta el domingo a 26 militares y 34 policías entre los fallecidos. 250 de las víctimas fueron asesinadas en un festival rave que había reunido a unas 3.000 personas en el desierto del Neguev a unos 25 kilómetros de la frontera.

Más de un centenar de civiles y militares israelíes, según un primer recuento hecho por el Gobierno, fueron capturados por los miembros de Hamás y trasladados a Gaza, donde se han convertido en rehenes con vistas probablemente a un futuro intercambio de prisioneros. Entre ellos, hay una anciana de 85 años, niños y once inmigrantes tailandeses. Su vida corre serio peligro en caso de un asalto masivo del Ejército.

Para los palestinos, los hechos son una repetición de una situación que han vivido muchas veces. Sufrirán la destrucción de su infraestructura civil y un número altísimo de muertos y heridos. El Ministerio de Sanidad de Gaza ha informado de la muerte de 413 palestinos, la mayoría en los bombardeos israelíes. Además, el Ejército israelí dice haber eliminado a 400 de los agresores.

El asalto de Hamás tiene también una lectura internacional. El Gobierno norteamericano lleva tiempo intentando conseguir la paz entre Israel y Arabia Saudí, a pesar de las difíciles relaciones de Joe Biden con Binyamín Netanyahu y el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán. Los saudíes reclaman a cambio algunos pasos en favor del reconocimiento de los derechos palestinos, pero sin considerarlos una prioridad. Para los Emiratos Árabes, la decisión estratégica de mantener relaciones con Israel ya ha sido tomada.

Son acuerdos de regímenes autoritarios rechazados por las sociedades de Arabia Saudí y Emiratos, que poco pueden decir al respecto, al igual que lo que ha ocurrido en Marruecos.

Las expectativas de la Casa Blanca eran muy altas. «La región de Oriente Medio se encuentra hoy más tranquila de lo que lo ha estado en las últimas dos décadas», dijo hace una semana Jake Sullivan, consejero de Seguridad Nacional.

Ahora, Hamás ha conseguido en 24 horas que a todo el mundo le quede claro que la paz en Oriente Medio no podrá hacerse olvidando a los palestinos y encerrándoles en la cárcel de Gaza.

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Los escasos resultados de la ofensiva ucraniana aumentan el pesimismo sobre el final de la guerra

Soldados ucranianos en unas maniobras al norte de Kiev en junio. Y. Lubimov / Contacto

El artículo no podía aparecer en peor momento para los intereses de Ucrania en EEUU y para el propio Gobierno norteamericano. Los servicios de inteligencia de EEUU no creen que Kiev pueda conseguir el gran objetivo de su contraofensiva en el sur y tomar la ciudad de Melitópol, según un artículo de hace unos días en The Washington Post. El éxito de la misión permitiría partir en dos el territorio ucraniano controlado por Rusia y negarle el acceso por tierra a la península de Crimea.

La conclusión pesimista se basa en la eficacia de las múltiples defensas rusas a lo largo de la línea del frente, compuestas por todo un despliegue de campos de minas y trincheras, que han conseguido detener el avance de los blindados ucranianos. La realidad provocará acusaciones cruzadas entre Kiev y los gobiernos occidentales si finalmente las decenas de miles de millones de dólares aportados en armamento no sirven para obtener los resultados deseados.

Antes del inicio de la contraofensiva a mediados de junio, eran numerosos los artículos en la prensa de EEUU para resaltar que Ucrania se lo jugaba todo en esta ofensiva. Un fracaso prolongaría la guerra hasta 2024 y obligaría a estudiar más seriamente las posibilidades, escasas a día de hoy, de una negociación diplomática para poner fin a la guerra.

Estas últimas noticias coinciden esta semana con la petición de Joe Biden al Congreso con el fin de que apruebe la entrega de otros 20.000 millones de dólares en ayuda militar a Kiev.

Las defensas rusas han resultado impenetrables hasta ahora. El balance realizado por The New York Times a principios de este mes era demoledor: «Equipadas por modernas armas norteamericanas y presentadas como la vanguardia de un gran asalto, las tropas (ucranianas) quedaron atrapadas en densos campos de minas rusos bajo el fuego constante de la artillería y de los helicópteros. Hubo unidades que se perdieron. Una unidad retrasó un ataque nocturno hasta el amanecer perdiendo la ventaja que tenía. Otra tuvo una intervención tan mala que los comandantes la sacaron del campo de batalla».

Para apreciar las dificultades que afronta un atacante ante una estructura bien armada de líneas defensivas, resulta ilustrativo este vídeo en que un general retirado norteamericano lo explicaba en julio. Zanjas antitanque, alambre de espino, trincheras y campos de minas forman una barrera tras otra en lo que Mark Kimmitt llama «veinte kilómetros de infierno» (pinchando en CC se pueden ver los subtítulos en inglés).

Kimmitt cuenta que esas trincheras antitanque obligan al tanque a mostrar su parte inferior al superarla, que obviamente es la más vulnerable. Algunas pueden llegar a tragarse el blindado al contar con cuatro metros de profundidad y seis metros de largo.

Las hay también que son falsas en el sentido de que no cuentan con tropas que las ocupen. Sirven para atraer a soldados enemigos hacer estallar después minas y trampas explosivas de forma remota. Aun peor es cuando un grupo de drones ataca por sorpresa a los que han llegado hasta esas trincheras.

Los rusos tuvieron meses para preparar sus defensas y lo hicieron de forma concienzuda. Quizá haya sido el mejor trabajo que han hecho los generales rusos, que cosecharon fracasos evidentes en 2022 al perder el control de la ciudad de Jersón y buena parte de la región de Járkov.

El mensaje que las autoridades ucranianos han ofrecido desde el primer momento es que la ofensiva requerirá múltiples ataques en distintos puntos hasta encontrar el punto en que los rusos sufran la ruptura de su barrera defensiva para poder lanzar sus reservas sobre esa zona. Como muchos planes de guerra, se ha estrellado contra la realidad.

Dictaminar que la ofensiva no podrá tener éxito es un error prematuro basado más en las expectativas creadas que en los hechos. «La contraofensiva en sí misma no ha fracasado. Continuará durante varios meses hasta el otoño», dijo al NYT Michael Kofman, del ‘think tank’ Carnegie.

Lo mismo ha dicho el jefe de las Fuerzas Armadas de EEUU. «Dije hace un par de meses que esta ofensiva iba a ser larga, iba a ser sangrienta, iba a ser lenta. Y eso es lo que es: larga, sangrienta y lenta, y es una lucha muy, muy difícil».

La lógica militar detrás de estas palabras se contempla de forma diferente desde la política, donde las previsiones, en especial si se acerca la cita con las urnas, juegan un papel tan importante como los hechos sobre el terreno. Una parte del Partido Republicano sigue la línea aislacionista de Trump y se opone a seguir concediendo ayuda económica y militar a Ucrania. Los dirigentes republicanos en el Congreso mantienen una línea oficial de apoyo a Kiev, pero las encuestas revelan que sus votantes son cada vez más escépticos.

Una razón obvia de las urgencias sobre esta ofensiva proviene del hecho de que 2024 será año electoral en EEUU. No será el mejor momento para continuar destinando decenas de miles de millones de dólares a la guerra o cualquier asunto relacionado con la política exterior.

Una encuesta reciente publicada por CNN indica que el 55% de los norteamericanos se opone a que el Congreso siga ofreciendo más ayuda a Ucrania (un 45% la apoya). Ese porcentaje es mucho más alto (71%) entre los votantes republicanos.

Los titulares relacionados con las operaciones militares ya han empezado a moverse en torno a esa realidad. «¿Está fracasando la contraofensiva ucraniana?». «Por qué una ofensiva estancada puede representar un inmenso problema político para Zelenski en EEUU». «Crece la alarma mientras desfallece la contraofensiva ucraniana».

Nadie puede sostener que la ofensiva ha ofrecido los resultados esperados, aunque es probable que las necesidades de los políticos exigían objetivos no muy realistas. Las cifras no admiten muchas interpretaciones. Michael Kofman, que no se cuenta entre los pesimistas, ha admitido que los avances ucranianos no han superado como mucho los diez kilómetros en ningún punto de los 600 kilómetros de frente.

A expensas de un acontecimiento inesperado, como el hundimiento de las defensas rusas en puntos concretos que los ucranianos puedan aprovechar, es fácil pronosticar que la guerra continuará con todo su horror durante el resto de este año. Si eso se produce, las previsiones para 2024 no serán muy optimistas.

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Un exgeneral israelí compara la represión contra los palestinos con la Alemania nazi

Amiram Levin conoce bien Cisjordania y la actuación del Ejército israelí en territorio palestino. General retirado actualmente, fue jefe del mando militar del norte del país, y antes estuvo al frente de los Sayeret Matkal, la unidad de fuerzas especiales más conocida de Israel. También fue director adjunto del Mossad.

En una entrevista a una radio pública israelí, Levin dijo que hay similitudes entre la represión de los palestinos y las políticas discriminatorias de la Alemania nazi. Le citaron unas palabras de un exgeneral en ese sentido hace unos años y confirmó que la situación recuerda a esa época. «Nos resulta difícil decirlo, pero esa es la verdad. Miren en Hebrón, miren las calles, calles que los árabes no pueden usar, sólo los judíos. Eso es exactamente lo que ocurría en esos países», refiriéndose a esa época de Alemnia.

Le preguntaron si existen similitudes específicas y lo confirmó. «Desde luego. Duele, no es agradable, pero esa es la realidad. Es mejor afrontarla, aunque sea duro, que ignorarla».

Levin, de 77 años, que después de su carrera militar se unió a las filas del Partido Laborista, califica a los partidos de extrema derecha presentes en el Gobierno de Netanyahu de «grupo mesiánico de criminales». «Vienen de zonas donde no hay democracia (se refieren a que viven en los asentamientos), vienen de Cisjordania, donde no ha habido democracia durante 56 años. Hay un completo apartheid».

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Rusia descubre que la autoridad de Putin ya no es absoluta

Hay un viejo refrán en Rusia que se ha visto confirmado en los últimos días. “Bombardear Vorónezh” significa pegarse un tiro en el pie con la intención de perjudicar a otro. Este ejemplo de humor negro pasó a estar basado en hechos reales cuando helicópteros rusos destruyeron el sábado un depósito de combustible en la ciudad de Vorónezh –de un millón de habitantes– para impedir que las tropas amotinadas de Wagner pudieran aprovecharse de su contenido en su marcha hacia Moscú.

Es una buena metáfora de los acontecimientos recientes en Rusia. Todos acabaron bombardeando Vorónezh. Yevgueni Prigozhin lanzó una insurrección contra el Gobierno y la cúpula militar en lo que era el mayor desafío que ha afrontado Vladímir Putin en sus 22 años como presidente. Pero acabó en el exilio y perdió su control de la empresa paramilitar Wagner. Putin permitió durante meses que Prigozhin desafiara al Ministerio de Defensa y al Ejército en mitad de una guerra. Acabó denunciando su “traición” y alertando en tono lúgubre que el país estaba viviendo una situación similar a la del año revolucionario de 1917 y que se arriesgaba a terminar envuelto en una guerra civil.

Antes de la rebelión que duró menos de 48 horas, el gran misterio acerca de Prigozhin era por qué el Gobierno ruso toleraba sus ataques a las autoridades militares. Comentarios menos duros que los suyos suponían un procesamiento seguro. Putin había dejado claro que el Ejército debía aceptar algunas críticas con el argumento de que están “ayudando a intentar contribuir a la solución” de los problemas originados por la guerra.

Incluso así era difícil entender por qué se permitían acusaciones de negligencia o insultos de Prigozhin al ministro de Defensa, Serguéi Shoigu, y al jefe del Ejército, Valeri Guerásimov, por su fracasada estrategia militar o por la falta de suministros a las tropas de Wagner en el cerco de Bakhmut. Como también denuncias más genéricas, pero no menos hirientes, contra las élites rusas que gozan de todo tipo de privilegios, como las vacaciones de sus hijos en el extranjero, mientras los soldados mueren sin contar con la ayuda necesaria.

Un medio independiente ruso preguntó a mediados de junio a personas que conocen cómo funciona la maquinaria del poder por la razón de ese trato privilegiado. No daba el nombre de ninguno por razones obvias. La idea compartida es que Prigozhin contaba con la protección del único que importa, el presidente Putin.

“No tengo ninguna duda de que las actividades de Prigozhin están coordinadas con el hombre que está en lo más alto”, decía un antiguo miembro de los servicios de inteligencia. “Las cosas que le permiten decir, todas esas declaraciones contra el liderazgo del Ministerio de Defensa y las élites rusas, indican que no juega con sus propias reglas. Por el contrario, todo está coordinado. En nuestro país, se responde con rapidez a este tipo de tonterías si no están aprobadas por el número uno”.

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Cormac McCarthy, el escritor que miró de frente a la muerte

Cormac McCarthy no era alguien muy optimista sobre el ser humano. Quizá sólo era fríamente realista. Le parecía irrelevante todo lo que no implicara la lucha entre la vida y la muerte, un dilema en que es propio de ilusos pensar que siempre triunfa el lado luminoso del hombre. No tenía ningún interés para él como escritor. “La vida no existe sin derramamiento de sangre. Creo que la noción de que puedes mejorar de alguna manera la especie (humana), de que todos podemos vivir en armonía, es una idea realmente peligrosa”.

Uno de los grandes escritores de Estados Unidos de su generación falleció el martes con 89 años en su casa de Santa Fe, en Nuevo México, en el suroeste del país que convirtió en el gran protagonista de sus mejores novelas. Era también uno de los autores más convencidos de la importancia de preservar su independencia y soledad, negándose a hablar de su obra con periodistas o profesores incluso cuando eso le condenaba a pasar hambre al no contar con otras fuentes de ingresos.

Donde otros vieron épica y heroísmo y enraizaron en la cultura popular la noción del wéstern como la aventura esencialmente norteamericana de construcción del mito fundacional del país, pongamos gente como John Ford y Howard Hawks, McCarthy ofreció una visión descarnada y tétrica donde la muerte siempre está presente. Los hombres eran tan áridos como el desierto que tenían ante ellos, y no menos peligrosos. La frontera era un lugar lleno de serpientes y la mayoría de ellas eran seres humanos.

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El microalcalde y la colleja de Florentino

Almeida recibe de Florentino Perez una camiseta del Real Madrid con su nombre en la recepción por la victoria del equipo en la Euroliga. Foto: Óscar Barroso.

Todo se puede medir en una campaña hasta que te ocurre algo que no esperabas. Está José Luis Martínez Almeida dando unas declaraciones a los periodistas, aparece por detrás Florentino Pérez y le da una colleja. Una pequeña, pero una colleja. Al excelentísimo alcalde de la Villa y Corte de Madrid. Cómo va eso, chaval. Todo bien, ¿no?

Para algunos, sería un gesto cariñoso. Algo que pasa entre amigos. No hay que engañarse. No es habitual con una autoridad política importante. Nadie le da collejas a Pedro Sánchez o a Alberto Núñez Feijóo. Si acaso, una palmadita en la espalda, como si hubiera más cercanía que la real.

Es más grave cuando el que la da también es una autoridad en lo suyo. El presidente del Real Madrid lo es y los ejemplos que demuestran su influencia política y económica son numerosos. No ya por ser presidente de una de las corporaciones con más contratos con las administraciones, sino por estar al frente del mayor equipo de fútbol de la ciudad. 

Florentino consigue todo lo que quiere. Es una idea firmemente asentada en Madrid. Quedó patente con la recalificación de los terrenos de la Ciudad Deportiva que permitió una operación inmobiliaria de la que el club obtuvo centenares de millones de beneficio. La concejala socialista Matilde Fernández recibió múltiples presiones, que resistió, con intervenciones personales de Pérez, para que diera su brazo a torcer. 

Con la corporación presidida por José María Álvarez del Manzano, Florentino consiguió lo que buscaba gracias a la intervención de José María Aznar, entonces presidente del Gobierno.

Ahora con la reforma del estadio Santiago Bernabéu, vuelve a suscitarse la sospecha del alcance de esa influencia. El Real Madrid quiere que se construyan dos grandes aparcamientos, cuya gestión se entregará a una empresa privada, al lado de su estadio. Un informe crítico con el proyecto presentado por una concejalía fue retirado en cuestión de días. 

“Vaya collejita me ha dado el presidente. Agresión, agresión. Pido el VAR”, comenta sonriente Almeida. Como si estuviera acostumbrado. “Es para que vengamos dentro de un mes”, dice Pérez. Será para celebrar otra victoria del Real Madrid de baloncesto. No está clara la relación causa-efecto. No es que Almeida tenga mucha mano en el baloncesto.

Almeida quedó aún más retratado por la estafa de las mascarillas. Dos pijos se levantaron seis millones de euros en calidad de comisiones por la venta de material sanitario al Ayuntamiento. Un juez los ha procesado por los delitos de estafa y falsedad en documento mercantil. Inflaron los precios de la venta de mascarillas, guantes y tests en un 60%, 81% y 71%, respectivamente.

Un mensaje que uno de los comisionistas envió la otro no ocultaba la dificultad de la maniobra. Los bancos “van a decir, hostia, pero qué tipo de pelotazo es este”.

Pero es muy fácil hacer negocios con Almeida. Es muy sencillo colarle una estafa. Con tales antecedentes, uno se puede imaginar cómo son sus relaciones con Florentino. 

Está claro quién da las órdenes, quién se lleva los beneficios y quién da las collejas. Es decir, quién manda en Madrid.

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Los secretos sobre la guerra de Ucrania que EEUU no quería que supieras

No hay guerras sin espías. La capacidad de los servicios de inteligencia o de la inteligencia militar de desvelar la estrategia de guerra del enemigo, sus capacidades armamentísticas y los movimientos de tropas en el campo de batalla han sido cruciales en innumerables guerras a lo largo de la historia. En su libro ‘Inteligencia militar’, John Keegan cita un informe conservado en papiro en Tebas que dice: «Hemos encontrado el rastro de treinta y dos hombres y tres burros». Informaba a las autoridades de la posible presencia de nubios en una zona fronteriza que podían ser una amenaza para el Valle del Nilo. Fue hace cuatro mil años.

Incluso existe una referencia en la Biblia a una misión secreta enviada por Moisés para examinar la tierra de Canaán. Necesitaba información concreta: «Mirad cómo es la tierra y si la gente es fuerte o débil, pocos o muchos. ¿Tienen sus ciudades muros que las rodeen?».

El mayor éxito consiste en interceptar las comunicaciones del enemigo sin que este se entere de que está siendo escuchado. Aun más, si el otro cree que nadie puede leer sus mensajes al tener un sistema con el que cifrarlos y hacerlos ininteligibles. Cuando eso ocurre, el resultado es una mina de oro que no deja de ofrecer rendimientos. Por eso, fue crucial para la victoria norteamericana en la batalla de Midway en la Segunda Guerra Mundial. Lo mismo que disfrutaron los británicos al descubrir los secretos de la máquina alemana Enigma.

Ese es el privilegio con que contaba EEUU hasta que se ha conocido la filtración de un centenar de documentos secretos relacionados con la guerra de Ucrania.

La invasión rusa de Ucrania ofreció desde el primer momento el coste de una información de inteligencia incorrecta sobre el objetivo. El FSB tenía como una de sus principales misiones vigilar la situación política de Ucrania. La agencia de espionaje informó al Gobierno de Putin de que la mayor parte de la población ucraniana recibiría con los brazos abiertos a las tropas rusas. Pronto se vio hasta qué punto estaba equivocada. Lo mismo que les ocurrió a los norteamericanos en Irak.

Moscú debe de ser consciente de que Estados Unidos cuenta con inmensas capacidades de espiar a aliados y enemigos por medios electrónicos sin necesidad de que un espía atraviese una frontera y empiece a operar de forma encubierta. Obviamente, sus servicios de contraespionaje tienen como misión impedirlo, aún más si el presidente del país es un antiguo espía al que no conviene decepcionar.

La filtración conocida en las dos últimas semanas revela que EEUU ha tenido acceso a planes militares rusos, a veces incluso en tiempo real, a través de la interceptación de sus comunicaciones. «La comunidad de inteligencia de EEUU ha penetrado en los militares rusos tan profundamente que puede avisar a Ucrania con antelación de los ataques y puede valorar con fiabilidad la fortalezas y debilidades de las fuerzas rusas», según The Washington Post, que ha podido revisar decenas de esos documentos.

Washington supo que el FSB está muy molesto con la cúpula militar por la escasa información que facilita de la marcha de la guerra a otros organismos de seguridad rusos. Eso incluye el número propio de bajas. Que Putin se reunió con el ministro de Defensa y el dueño de Wagner para que resolvieran sus diferencias. Que las unidades de élite del Ejército han sufrido tal pérdida de efectivos en los combates que tardarán años en recuperarse. Que los espías rusos creen haber llegado a acuerdos de colaboración muy fructíferos con los Emiratos Árabes, un aliado tradicional de EEUU en Oriente Medio. Que Egipto, otro aliado, estaba dispuesto a vender munición a Moscú.

Los documentos han ofrecido una prueba documental sobre el número de tropas de países de la OTAN que operan en territorio ucraniano. En concreto, 97, según un informe del 28 de febrero, de Reino Unido –que contaba con el número mayor, 50–, EEUU, Letonia y Francia. Es exagerado considerarlo un salto cualitativo que pudiera provocar una respuesta de los rusos. Muchos de ellos son miembros de las Fuerzas Especiales que protegen a los altos cargos políticos y militares que visitan el país. El dato no admite comparación con la inmensa ayuda militar que los gobiernos occidentales han entregado a Ucrania.

La filtración también permite saber que EEUU está espiando a los ucranianos a los que ha entregado una ingente cantidad de ayuda militar para la guerra. La razón reside en un hecho sorprendente mencionado por varios medios que tuvieron acceso a la filtración: «El material refuerza la idea que fuentes de inteligencia ya habían reconocido. EEUU tiene un conocimiento más claro de las operaciones militares rusas que de los planes ucranianos», llegó a contar The New York Times.

Lo más dañino para la relación entre Washington y Kiev es que se confirma lo que hasta ahora había aparecido en algunos artículos citando a fuentes anónimas que lo explicaban con cautela y sin ganas de provocar un titular espectacular. La inteligencia de EEUU duda de que la ofensiva ucraniana de primavera vaya a tener éxito, según un documento marcado como «alto secreto» y que está fechado en febrero. La fortaleza de las defensas rusas, preparadas desde hace tiempo, «unida a las deficiencias ucranianas en el entrenamiento (de las tropas) y el suministro de municiones probablemente harán difícil el avance y aumentarán las bajas durante la ofensiva».

La valoración contrasta claramente con los comentarios públicos de los altos cargos norteamericanos, que se muestran confiados en que la ayuda militar entregada sirva a Kiev para expulsar a los rusos de su territorio, incluida la península de Crimea. El documento, por el contrario, sólo cree que la ofensiva permitirá «ganancias territoriales modestas».

Si esa ofensiva que aún no se ha producido tiene pocas posibilidades de éxito, es más probable que la guerra continúe a lo largo de este año y se prolongue hasta 2024, una perspectiva muy deprimente que en teoría podría cuestionar la política favorable a Ucrania en algunos países europeos.

Hay otro dato que plantea dudas sobre el futuro militar que le aguarda a Ucrania. La red de defensa antiaérea del país se encuentra al límite de su capacidad por la carencia de misiles. A finales de febrero, se calculaba que los misiles que suponen el 89% de esas defensas contra aviones podrían acabarse a principios de mayo al ritmo que se estaban consumiendo en esa fecha. Sin esa protección, la Fuerza Aérea rusa podría ser un factor decisivo en la guerra, lo que no ha sido hasta ahora.

Según una estimación del Pentágono, Rusia cuenta con 485 aviones en el escenario ucraniano frente a 85 ucranianos. «El Ejército ruso ha sido destrozado. La Fuerza Aérea rusa, no», dijo en febrero el general Mark Milley, jefe de las Fuerzas Armadas en EEUU.

Esos documentos parten de informaciones conseguidas por agencias como la CIA o la NSA, por lo que no hay que tomarlos como hechos irrefutables. Los espías también se equivocan, como se ha demostrado a lo largo de la historia. El mayor fracaso consiste en ser incapaz de mantener la confidencialidad de su transmisión en la cadena de mando.

EEUU se mantiene en el peor de los mundos. Un sistema que clasifica como secreto o confidencial un número exagerado de documentos y que al mismo tiempo se ve obligado a permitir que centenares de miles de personas necesiten contar con acceso a todo o parte de ese material.

Hace doce años, Chelsea Manning era un cabo destinado en una unidad de inteligencia militar en Irak. En su ordenador, podía leer y guardar copias de los telegramas diplomáticos enviados por las embajadas desde años atrás. Su trabajo le obligaba a saber lo que estaba ocurriendo a menos de cien kilómetros de Bagdad, pero resulta que también podía acceder al contenido de lo que las embajadas en París o Ankara enviaban a Washington.

La situación se ha repetido ahora, aunque el perfil de la persona presunta responsable de la filtración sea muy diferente. Jack Teixeira era un joven militar de 21 años de bajo nivel en la Guardia Nacional Aérea de Massachusetts. Como se ocupaba de tareas de mantenimiento de los servidores de su departamento de inteligencia, tenía acceso a toda la red de comunicaciones de la inteligencia militar y de las diecisiete agencias de inteligencia de EEUU.

La suya no fue una operación de espionaje digna de una película. Bajó los documentos que le interesaban, los imprimió, plegó los papeles, los fotografió en casa y subió las capturas al foro de un grupo de ‘gamers’ que también se interesaban en asuntos relacionados con armas y guerras. For the lulz. Para impresionar a los amiguetes.

La CIA y la NSA están muy interesadas en reclutar a jóvenes para sus departamentos tecnológicos. Aún no tienen bien controlada la cultura de internet. Quizá ocurra que hay rincones de internet a los que ni siquiera el Gobierno de EEUU pueda acceder, simplemente porque son demasiados. «Después de las filtraciones de Snowden en 2013, se suponía que esto no tenía que volver a suceder», ha dicho a este diario Glenn Gerstell, consejero general de la NSA entre 2015 y 2020.

Está claro que la maquinaria militar y de inteligencia de EEUU genera más secretos de los que puede gestionar.

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Un espectáculo a la altura de una estrella de los ‘realities’

Trump en el interior del tribunal junto a sus abogados y vigilado por dos policías. Foto: Pool/CNN

La gran estrella del reality show ‘The Apprentice’ ha tenido su momento de protagonismo estelar en los tribunales de la ciudad de Nueva York. Su salida desde la Trump Tower en un convoy de varios vehículos negros encabezados por un coche policial ha sido retransmitida en directo por las cadenas de noticias con las cámaras de un helicóptero. La falta de intriga no desanimó a las televisiones. Obviamente, el recorrido estaba controlado por la policía, que cortó el tráfico en las calles necesarias para que la comitiva llegara sin inconvenientes.

Donald Trump dijo una vez que podría disparar a la gente en la calle en Nueva York y que no le pasaría nada. «Podría ponerme en mitad de la Quinta Avenida y disparar a alguien y no perdería a ningún votante, ¿cierto? Es casi increíble». Lo dijo en un mitin en Iowa en enero de 2016 diez meses antes de las elecciones que le dieron la presidencia. La audiencia celebró la ocurrencia con risas.

Con independencia de que la policía de Nueva York habría hecho algo al respecto si eso hubiera ocurrido, no le faltaba razón. En esos momentos, ya parecía inmune a las consecuencias políticas que cualquier otro candidato republicano habría sufrido en caso de proferir declaraciones como las suyas. Todo le resbalaba como se vio también meses más tarde –con el «grab them by the pussy»– cuando se filtró un audio de una conversación con un presentador de televisión.

Al final, ha sido el pago de un soborno de 130.000 dólares a una actriz porno el que le ha llevado ante un juez este martes. Esta vez, no ha sonado tan presuntuoso. «No me puedo creer que esto esté pasando en América», escribió en su red social antes de abandonar el despacho.

En el interior de los tribunales, se ha seguido el procedimiento habitual en estos casos. Ha sido formalmente detenido, se le han leído los derechos y le han tomado las huellas dactilares. No le han sacado una foto para la ficha policial, porque suponían que terminaría siendo filtrada. El juez le ha leído la lista de cargos preparada por el fiscal del distrito de Nueva York. Se ha declarado «no culpable».

Algunos han definido este 4 de abril como el inicio real de la campaña de las elecciones de 2024. Evidentemente, Trump utilizará en su favor todo lo que tenga que ver con este juicio. Se presentará como la víctima de una intolerable persecución política y confiará en que los votantes republicanos vuelvan a estar con él, lo que parece probable en estos momentos.

Recaudará el dinero correspondiente a su nueva condición de presunto delincuente. Desde que se conoció la noticia de que iba ser procesado, su campaña ha recaudado ocho millones de dólares, según uno de sus asesores. En términos económicos, los 34 cargos a los que se enfrenta son una buena inversión.

El estilo de sus acérrimos partidarios puede ser comparado con la reacción de la congresista republicana Marjorie Taylor Greene, del sector más reaccionario del partido. «Trump se une a una lista de las personas más increíbles de la historia que han sido detenidas. Nelson Mandela fue detenido, cumplió su pena en prisión. ¡Jesús! Jesús fue detenido y asesinado». Green es más bien del sector delirante de los republicanos.

A corto plazo, no cabe duda de que Trump sale ganando. Una encuesta de la semana pasada le da un apoyo del 52% de votantes republicanos para las primarias. Hace dos semanas, un sondeo de la misma empresa le concedía ocho puntos menos.

La idea de que un juez y un jurado pueden poner fin a la carrera política del expresidente suena de entrada bastante plausible. Sería un error creerlo. No es la primera vez que lo parece y al final no ocurre. Hace tiempo que el sistema político sucumbió a su estilo por ser la prolongación natural de un estado de histeria permanente en que viven los republicanos desde los años noventa.

Trump se alimenta del espectáculo como un vampiro. Cuanta más controversia y furia genere, más fuerzas cree tener. El concepto de publicidad negativa no existe para él.


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Netanyahu destituye a su ministro de Defensa por oponerse a la reforma de la Justicia

Manifestación contra Netanyahu en Tel Aviv el 25 de marzo. Las pancartas dicen: «No perdonaremos, no olvidaremos».

Binyamín Netanyahu ha llevado al extremo la división política en Israel con su proyecto para recortar los poderes de los tribunales y de la Fiscalía General sobre las leyes que pueda aprobar el Parlamento. Ahora ha dado un paso más y ha provocado el mismo efecto en su propio partido y el Gobierno. Esta tarde, ha destituido al ministro de Defensa, Yoav Galant, por haberse atrevido a reclamar en público que se suspendan las reformas judiciales para que sean negociadas con la oposición.

Galant había hecho esa petición en un discurso el sábado por la noche, haciendo hincapié en que la polarización existente en la sociedad había penetrado en las Fuerzas Armadas. «Esto supone un peligro claro, inmediato y tangible en la seguridad del Estado», dijo.

Centenares de reservistas se han negado a ocupar sus puestos o amenazado con hacerlo a causa de la política del Gobierno. Algunos de ellos son pilotos que cuentan con puestos esenciales en la Fuerza Aérea. No están dispuestos a servir para un Gobierno del que consideran que ha dejado de ser democrático.

Este fin de semana fue el decimosegundo consecutivo en que se celebraron manifestaciones por todo el país para oponerse a las reformas de Netanyahu, con las que además el primer ministro pretende impedir el juicio en el que se le acusa de delitos de corrupción. Los medios israelíes calcularon que unas 300.000 personas se concentraron en todo el país, lo que viene a ser más del 3% de la población total. Como si en España se manifestaran 1.200.000 personas.

Galant es un exgeneral que dirigió el Comando Sur del Ejército. En calidad de tal, dirigió la invasión de Gaza en 2008 y 2009 a la que en Israel se llamó Operación Plomo Fundido. Murieron 1.400 palestinos en los bombardeos. Se unió al Likud en 2018, del que ahora es diputado, y había sido ministro en varios gobiernos de coalición.

Está previsto que el martes se vote uno de los proyectos de ley preparados por Netanyahu que permitirá al Gobierno controlar los nombramientos de magistrados del Tribunal Supremo, incluido su presidente.

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Seymour Hersh tiene una teoría sobre el sabotaje de los gasoductos rusos, pero hay varias cosas que no tienen sentido

Fuga en el Nord Stream 1 tras la explosión. Guardia Costera de Suecia

A finales de 2022, The Washington Post y The New York Times publicaron sendos artículos con un margen de unos pocos días sobre el sabotaje de los gasoductos Nord Stream 1 y 2 con un contenido similar. La noticia era que no había noticia. Las investigaciones del ataque del 26 de septiembre no habían arrojado ninguna prueba sobre su autoría. El Post apuntaba que, aunque los gobiernos occidentales se habían apresurado a acusar a Rusia, ahora algunos dudaban de que fuera así, sin tener ninguna teoría propia sobre el origen de las explosiones.

Lo único que sabían seguro era que no se podía tratar de un accidente. Algunos admitían que quizá sería imposible que las investigaciones arrojaran un resultado claro.

Un mes antes del ataque, Rusia había interrumpido el suministro de gas a través de Nord Stream 1 (el 2 aún no estaba plenamente operativo) demostrando que sus clientes dependían absolutamente de las órdenes que partieran de Moscú. Estaba claro que países como Alemania debían empezar a moverse para encontrar fuentes alternativas.

La conclusión general tras esta decisión rusa, aun más con la explosión posterior, sí era obvia: el suministro de energía no estaba garantizado y los gobiernos europeos debían darse prisa para tener preparadas sus opciones de cara a los próximos meses.

Seymour Hersh ya tiene una respuesta al enigma. En un artículo publicado en su blog personal en Substack, afirma que los gasoductos fueron destruidos en una operación militar norteamericana con la colaboración estrecha de Noruega. Buceadores especializados de la Armada colocaron los explosivos para que fueran activados por control remoto. Eso ocurrió tres meses después.

Los planes fueron discutidos en los nueve meses anteriores por un comité con representantes del Pentágono, la CIA y el Departamento de Estado, dirigidos por Jake Sullivan, consejero de Seguridad Nacional en la Casa Blanca: «El tema que se trató no era si había que realizar la misión, sino cómo hacerla sin dejar pistas sobre su responsable», dice el artículo.

La identidad del autor de la información ha sido la que le ha dado relevancia al artículo en las redes sociales. Hersh, de 85 años, es una leyenda del periodismo norteamericano desde finales de los años sesenta por sus artículos de la matanza de My Lai en la guerra de Vietnam por los que recibió el Premio Pulitzer. Cubrió el Watergate para The New York Times con el que publicó varias exclusivas sobre las guerras secretas de EEUU en el sureste de Asia. En 2004, también publicó en The New Yorker artículos muy importantes sobre las torturas en la prisión de Abú Ghraib en Irak.

Todo empezó a torcerse unos diez años después con otros dos artículos suyos. Escribió en 2015 que la eliminación de Osama bin Laden fue una operación conjunta de EEUU con el Ejército y los servicios de inteligencia paquistaníes (hablé del reportaje en este artículo). Basándose en fuentes anónimas, habitualmente las únicas disponibles en estas cuestiones, afirmaba que el líder de Al Qaeda había sido un prisionero del ISI (los servicios de inteligencia de Pakistán) en Abbottabad desde varios años antes.

Los generales que dirigían a los militares y espías aceptaron colaborar en lo que a todos los efectos suponía una doble humillación para sus fuerzas. Quedaba de manifiesto que Bin Laden había estado escondido durante años en una casa situada a escasa distancia de una gran academia militar. Además, la operación de los SEAL norteamericanos suponía una violación de la soberanía paquistaní y reducía el prestigio interior de dos fuerzas que se precian de ser las dos únicas instituciones que funcionan en el país, a diferencia de los ineptos gobiernos civiles.

Las razones que Hersh empleaba para apuntalar la información de sus fuentes anónimas eran imposibles de creer para cualquiera que conociera cómo funcionan el Ejército y el ISI en Pakistán. No necesitaban el permiso norteamericano para operar en Afganistán. Llevaban haciéndolo desde los años ochenta.

Otro artículo sobre los ataques con armas químicas en la guerra de Siria había sido recibido con el mismo escepticismo un par de años antes. The New Yorker no había querido publicarlo a pesar de su larga colaboración con el periodista, que lo sacó en London Review of Books. Sostenía que el gas sarín podía haber sido obtenido por los insurgentes sirios.

El artículo sobre el sabotaje de los gasoductos cuenta con debilidades similares. Establece una teoría alternativa a la publicada por la mayoría de los medios con una información entre discutible e increíble para justificar las revelaciones más explosivas.

Sostiene que la operación para destruir los gasoductos comenzó muchos meses antes de la invasión rusa de Ucrania con el objetivo de cortar para siempre la dependencia europea del gas ruso. La prioridad de sus autores era ocultar el rastro de la autoría por las consecuencias que acarrearía en las relaciones con Europa y Rusia. El hecho de que varios departamentos del Gobierno, con la presencia nada menos que del principal consejero de política exterior del presidente, significaba que si encontraban la manera de que el ataque fuera viable y secreto sólo necesitarían ya el visto bueno de Joe Biden.

Hersh utiliza una frase de Biden pronunciada en público el 7 de febrero, tres semanas antes de la invasión, para reforzar la idea de que EEUU haría lo que fuera necesario para acabar con el gasoducto: «Si Rusia invade (…), no habrá más Nord Stream 2. Acabaremos con él». Pero Nord Stream 2 no estaba funcionando en ese momento. Quien sí lo hacía era Nord Stream 1 a pleno rendimiento. Por mucho que a EEUU no le gustara, el gasoducto 1 era esencial para Rusia y para Alemania. Y era obvio que en caso de invasión ese suministro de gas sería una de las principales víctimas del conflicto.

A partir de la invasión, Moscú comenzó a utilizar ese gasoducto como herramienta para presionar a Alemania. El Gobierno alemán ya había decidido buscar fuentes de suministro alternativo, como lo prueban múltiples declaraciones públicas.

El descenso de la exportación de gas ruso a Europa comenzó antes de la voladura de Nord Stream. Obviamente, luego la caída se acentuó. En los últimos meses, las exportaciones se hundieron hasta el nivel más bajo de los últimos cuarenta años. A Europa le hubiera venido mejor que ese descenso fuera más gradual con vistas a lo que podría ocurrir este invierno. Al final, Alemania y otros países consiguieron llenar sus depósitos recurriendo a otras vías y se vieron favorecidos por las temperaturas, que hasta ahora no han sido más frías de lo normal.

Noruega fue el aliado esencial en la operación, según Hersh. El artículo comete un error ridículo. Cuenta que el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, es un halcón antirruso y que «era un radical sobre todo lo relacionado con Putin y Rusia que había cooperado con la comunidad de inteligencia norteamericana desde la guerra de Vietnam». Stoltenberg nació en 1959, con lo que sólo era un adolescente cuando acabó esa guerra.

Sobre los dragaminas y aviones utilizados supuestamente por Noruega, hay serias dudas de que estuvieran en esa zona, al menos según los datos públicos disponibles, según este hilo.

Otro argumento defendido por Hersh es que Noruega obraba por interés económico. Podría así vender más de su gas en Europa. Las cifras no confirman esa sospecha. El país nórdico superó en 2022 a Rusia como el principal exportador de gas a Europa gracias a las sanciones a Moscú y a la interrupción del suministro de gas ruso en varias ocasiones y por razones no justificadas, lo que confirmaba que había dejado de ser un exportador fiable.

La producción de gas noruego aumentó por tanto en 2022, aunque está cerca del máximo que puede alcanzar. Las previsiones son que se mantenga en 2023 en torno a los mismos niveles que el año pasado con 122.000 millones de metros cúbicos. Aumentarla dependería de la capacidad de encontrar nuevos campos gasísticos.

Hay otra razón que desmiente la idea de que a los noruegos les interesara intervenir en esta operación. Podría haber provocado una represalia rusa, de responsabilidad también difícilmente adjudicable, contra el gasoducto que conecta Noruega con Alemania. Eso les provocaría pérdidas económicas ingentes. El riesgo sería gigantesco y todo a cambio de acelerar algo inevitable: la reducción al mínimo de las exportaciones de gas ruso a Europa. Los noruegos sólo tenían que esperar sin necesidad de intervenir en una operación militar de la que no tenía el control.

La destrucción no completa de Nord Stream –una de las dos conducciones del número 2 no se vio afectada por las explosiones– continúa siendo un misterio. Todos los países de la zona cuentan con tecnología suficiente como para haber realizado el sabotaje. La dificultad de encontrar pruebas claras en el fondo del mar –ni el explosivo ni la técnica han podido señalar al sospechoso– permite a los implicados señalar a sus enemigos sin contar con pruebas sólidas.

Un artículo basado en una fuente anónima en un texto que contiene contradicciones y afirmaciones algo más que discutibles no permite llegar a una conclusión clara sobre el enigma y demuestra que Hersh abandonó ya hace años el estilo y solvencia que le convirtieron en uno de los mejores periodistas norteamericanos de su época.

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