La Audiencia Nacional sería un gran escenario para las películas de Night Shyamalan

La Audiencia Nacional ha ofrecido un giro de la trama en el caso Dina que supera a algunos de los grandes hitos de la historia de ese tribunal y está a la altura de las películas de Night Shyamalan. Pablo Iglesias es víctima de un presunto delito y al mismo tiempo, autor de ese delito. La Sala de lo Penal de la Audiencia ordenó en septiembre al juez Manuel García-Castellón que devolviera al vicepresidente la condición de perjudicado en el caso del robo del móvil de Dina Bousselham. Además, calificó de «meras hipótesis» las implicaciones empleadas por el magistrado para dirigir la investigación contra Iglesias.

Tres semanas después, el juez rectifica al órgano superior y dobla la apuesta enviando el caso al Tribunal Supremo para que investigue al líder de Podemos por ser aforado. Y luego dicen que la Justicia es lenta.

La investigación del robo del móvil de Bousselham es la típica denuncia que en otro juzgado hubiera sido sobreseída por falta de pruebas o por ser imposible encontrarlas tras la declaración de los implicados. Pero la Audiencia Nacional es otro mundo, uno en el que los jueces de instrucción estiran la ley al límite para conseguir otro gran titular. Es como una redacción de periodistas, pero con menos variedad en el vestuario. Los riesgos son mayores. Algunos de sus jueces más conocidos acabaron condenados por cometer delitos o sancionados por irregularidades. Allí se consideran gajes del oficio. Para cazar grandes piezas, hay que arriesgarse. Sigue leyendo

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Pablo Casado ya no puede estar tranquilo ni leyendo el ABC

En su condición de profeta a tiempo parcial, Pablo Iglesias ofreció un consejo no solicitado en la sesión de control del 23 de septiembre. Con la intención de criticar la confluencia de opiniones del Partido Popular y Vox, auguró que el PP lo tiene muy difícil para llegar al poder por estar siguiendo la senda trazada por el partido de extrema derecha: «Han condenado su futuro a caminar con la ultraderecha y, por ello, no volverán a formar parte del Consejo de Ministros». El aviso no sentó muy bien a esos dos partidos, que acusaron al vicepresidente de pretender impedir la alternancia en el poder y de todas esas cosas que tienen lugar en Venezuela. No pensaban que una encuesta posterior iba a confirmar en cierto modo ese augurio.

En política, los sondeos cumplen una función similar a la de leer las entrañas de un ave y otras actividades no académicas del mundo antiguo. A veces, la capacidad de las encuestas de predecir el futuro no es muy diferente a las prácticas de brujos y hechiceros –como bien sabe Albert Rivera–, pero es indudable que los políticos las leen con mucha atención.

Con otras palabras, José María Aznar ha coincidido en ese análisis en varias ocasiones. Mientras Vox sea fuerte, el PP se enfrenta a un reto imposible. Este lunes, lo reiteró en un encuentro digital organizado por Nueva Economía Fórum con el prólogo que siempre recuerda por si cometemos el error de olvidarlo: «Mi legado fue un centroderecha totalmente unido. Hoy es un espacio dividido y a veces en una situación de confrontación. Ese es un factor fundamental».

Una encuesta de GAD3 para ABC confirmó ese mismo día las consecuencias de la división o, por decirlo con otras palabras, la incapacidad del PP de reunir todos los votos de la derecha española. Con respecto al mismo sondeo hecho en julio, que era muy favorable para el partido de Pablo Casado, el PP pierde 18 escaños y Vox recupera 13. El PSOE se mantiene en una cifra similar a la de las elecciones de 2019. Lo más relevante es que la suma PP, Vox y Cs se queda en 158 escaños, aún lejos de la mayoría absoluta. Seis meses después de su inicio, la pandemia no ha dado a Casado el empuje que él creía que le iba a conceder en forma de ruptura del Gobierno de coalición y adelanto de las elecciones. Sigue leyendo

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El triunfo de las mascarillas y de la ciencia sobre Trump

Donald Trump no ha tenido nunca una metamorfosis como la que ha vivido estos días. Esta semana, ha pasado de ser el símbolo de la desinformación, el negacionismo y las ideas absurdas sobre la pandemia a convertirse en ejemplo viviente de lo que ocurre cuando niegas la realidad en una emergencia sanitaria de estas dimensiones. La diferencia con todos nosotros es que los comportamientos estúpidos pueden poner en peligro nuestra vida y la de unas pocas personas de nuestro círculo más cercano, mientras lo que ha dicho y hecho Trump ha influido en millones de personas en su país.

Hay pocos ejemplos más claros que los relacionados con el uso de la mascarilla. Durante meses, Trump se negó a llevar una mascarilla en público. En las ruedas de prensa, dijo que no le gustaba y desdeñó su importancia. El CDC norteamericano –el mayor organismo científico de EEUU sobre enfermedades infecciosas– lo recomendaba sin que eso afectara a su decisión personal. «Es voluntario. No tienes que ponértela. Lo sugieren para un cierto periodo de tiempo, pero es voluntario. No creo que yo vaya a ponérmela», dijo el 3 de abril.

Dentro de la Casa Blanca, a los pocos miembros del personal de confianza que llevaban mascarilla en las reuniones con el presidente en primavera se les decía que se deshicieran de ella. Según The New York Times, todas las personas que trabajaban allí sabían que Trump lo consideraba una muestra de debilidad. «Te miraban mal si te veían pasar con mascarilla», dijo al periódico Olivia Troye, una asesora del comité del coronavirus que trabajó allí hasta agosto.

Trump se ha burlado en más de una ocasión del candidato demócrata, Joe Biden, por llevar mascarilla o por pasar aislado el mayor tiempo posible en su domicilio. En el debate con Biden de este martes volvió a hacerlo: «Cada vez que lo ves, lleva puesta la mascarilla. Aunque esté hablando a una distancia de 70 metros, aparece con la mascarilla más grande que yo haya visto nunca». Para negar que esté en contra de su uso, sacó una del bolsillo y se limitó a decir: «Me pongo una mascarilla cuando creo que lo necesito». Eso ha ocurrido pocas veces, ni siquiera cuando asiste a actos en un espacio interior en el que está rodeado por otras personas. Sigue leyendo

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Negacionistas, pirómanos y agentes del caos

Hace unos días, Angela Merkel tiró de números para insistir en la necesidad de medidas más drásticas contra el coronavirus: «En verano, a finales de junio y comienzos de julio, teníamos 300 nuevas infecciones diarias y ahora tenemos días con 2.400 infecciones. Eso significa que en julio, agosto y septiembre, en tres meses, el número de infecciones se ha doblado tres veces, de 300 a 600, de 600 a 1.200, de 1.200 a 2.400. Si eso ocurre en los próximos tres meses, en octubre, noviembre y diciembre, entonces pasaríamos de 2.400 a 4.800 diarios, de 4.800 a 9.600, y de 9.600 a 19.200». A día de hoy, las cifras de contagios no son aún alarmantes en Alemania a diferencia de España y en especial de la Comunidad de Madrid. ¿Cuál es la respuesta en Madrid? El Gobierno de Isabel Díaz Ayuso sostiene que la situación está bajo control y que está mejorando. Sobre la presión del Gobierno central para ampliar las restricciones, el PP madrileño dice que sólo van a provocar «el caos».

El negacionismo en la pandemia no exige sólo afirmar que las cosas no están mal. Como se ha visto en EEUU con la Administración de Donald Trump, la estrategia obliga a criticar a los que opinan lo contrario y denunciarlos como derrotistas, gente que pretende destruir la economía o sencillamente políticos que lanzan conspiraciones sobre el coronavirus para socavar la confianza en el Gobierno.

Este viernes fue otro día en que el Gobierno de Díaz Ayuso metió más carbón en la caldera de su campaña para presentarse como víctima de los oscuros designios de Moncloa. Ante la decisión del Ministerio de Sanidad de restringir por decreto los desplazamientos entre ciudades que cumplan una serie de condiciones negativas, lo que en el caso de Madrid supone tener las peores cifras de Europa, la respuesta ha sido destacar que son innecesarias y que perjudicarán seriamente a la economía. Sigue leyendo

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Fuck off

Un zoo británico ha tenido que tomar medidas drásticas con un grupo de cinco loros que tienen el pico un poco sucio. Los han separado de la colonia de 200 loros por ser una mala influencia. Se dedican a lanzar palabras soeces a los visitantes y la palabra ‘fuck’ es una de sus preferidas. «Estamos bastante acostumbrados a ver a los loros decir palabrotas, pero nunca habíamos tenido a cinco haciéndolo al mismo tiempo», ha dicho el responsable del zoo. Tampoco es que haya habido muchas protestas del público. Aparentemente, a la gente le hace gracia escuchar a un loro mandarle a tomar por culo («fuck off»), cuentan. Lo malo es si los otros 200 se animan a unirse al coro.

Otra solución sería enviarles a observar la sesión de control en el Congreso. Los animales se iban a quedar lívidos. Por otro lado, podrían aprender nuevos insultos.

A falta de temas con los que matar el tiempo, la pandemia y todo eso, la oposición optó por escandalizarse porque hay políticos de ideas republicanas en el Gobierno. Es otra forma de denunciar que el Gobierno es ilegítimo, no importa lo que digan los resultados de las elecciones. «Si le queda un mínimo de dignidad institucional, debe cesar a su Gobierno radical y romper con sus socios que anuncian otro golpe a la legalidad», dijo Pablo Casado a Pedro Sánchez. Lo que quiere decir es que debe dimitir y convocar elecciones o sencillamente entregar el poder al PP. Casado es el mismo que llevó a su partido a los peores resultados de su historia, pero, tal y como habla, parece que consiguió la mayoría absoluta él solo. Sigue leyendo

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Madrid, ese lugar mágico en que los ingresos hospitalarios suben y se desploman al mismo tiempo

En la batalla de la pandemia de Madrid, todo gira en torno al duelo entre el Gobierno central y el madrileño. El segundo no cree que sea necesario dar marcha atrás en toda su Comunidad a las medidas con las que se permitió la vuelta a la normalidad económica. Mientras desde muchos ámbitos se da la voz de alarma ante las dimensiones de la segunda oleada en Madrid, y las comunidades limítrofes saben lo que eso significa para ellas, el Gobierno de Isabel Díaz Ayuso dice que todo está controlado y que no hay motivos para tener miedo. A veces, conviene mirar también fuera de la capital de España, que es algo que no es habitual en los medios de comunicación cuya sede central se encuentra en Madrid. Veamos lo que ha dicho el presidente de Andalucía en una entrevista en El Confidencial: «Parece, por los datos, por la ola fruto de la resaca del verano, que posiblemente nos precipitamos con la desescalada. Debió ser más lenta y más duradera en el tiempo. Ha sido un verano descontrolado, donde las medidas se han descontrolado mucho».

No es que Juan Manuel Moreno Bonilla se haya hecho un harakiri con estas palabras. Sólo está diciendo lo que piensa la mayoría. Para solucionar un problema, tienes primero que reconocer que lo tienes. No puedes curarte del alcoholismo si no admites que eres un alcohólico.

El PP de Madrid no opina lo mismo y sigue amarrado a la botella. No acepta desandar parte del camino y volver a una situación similar a la de la Fase 1 de la desescalada en primavera, como ha pedido el presidente de la Organización Médica Colegial. Ha decidido primar la economía sobre cualquier otra consideración. «Tenemos que conjugar la salud con la economía porque Madrid no se puede parar», dijo el domingo Díaz Ayuso. Antes muertos que parados, se podría decir, si no fuera porque en este caso lo de muertos no es en sentido figurado.

La mayoría de los científicos sabe que eso es imposible. No hay economía que se pueda salvar si no se controla antes la pandemia. «La política está intentando hacer el equilibrio entre economía y control pandémico, pero ahora tienen que priorizar el control pandémico, que va a condicionar la economía», ha dicho Rafael Bengoa, uno de los expertos más conocidos en Salud Pública en este país y que además sabe cómo funciona la política (fue consejero del Gobierno vasco). «No es una dicotomía, porque sin salud desde luego que no hay economía», opina Margarita del Val, viróloga en el CSIC.

No se puede entender la estrategia del Gobierno madrileño sin echar un vistazo a los cambios sucesivos de la posición del Partido Popular desde el inicio de la crisis en marzo.

1. Apoyamos el estado de alarma.

2. El estado de alarma es un ataque a los derechos fundamentales.

3. El estado de alarma es innecesario porque las leyes ordinarias permiten al Gobierno tomar las decisiones necesarias.

4. Necesitamos reformas legislativas porque las leyes ordinarias no sirven.

5. No necesitamos reformas legislativas ni un nuevo estado de alarma en algunas autonomías porque las leyes ordinarias ya son suficientes.

Hay más capítulos en esta montaña rusa. Tantos cambios y contradicciones quedaron de manifiesto este lunes en la entrevista a Pablo Casado que hizo Carlos Alsina en Onda Cero. El líder del PP intentó mantener una posición y la contraria en la misma respuesta para perplejidad del entrevistador. Casado exigió «un mando único sanitario», pero no tolera que el Ministerio de Sanidad dé ordenes a la Consejería madrileña de Sanidad. Es decir, sería un mando único que no mande. Reclamó un «marco legal nacional», pero no supo responder a la pregunta de qué instrumentos legal nuevos necesita Díaz Ayuso que ahora mismo no pueda utilizar. Sobre todo, teniendo en cuenta que Ayuso se niega a aumentar las restricciones a las zonas que ya superan de largo el porcentaje de casos positivos existente en toda Europa, y que el Gobierno central no exige un confinamiento similar al de marzo.

A lo máximo que llegó Casado es a decir que, como Madrid no tiene una Policía autonómica –como si fuera la única comunidad en esa situación–, necesita más policías para que la cuarentena aprobada, que no es tal, sea efectiva. Su prioridad es más policías, no más médicos, con el argumento empleado por Díaz Ayuso de que no hay médicos libres en España, algo que niegan las organizaciones médicas colegiales.

Fuera porque estaba confuso o desesperado por las respuestas, Alsina le preguntó si quiere que el ministro Salvador Illa intervenga en las decisiones sanitarias del Gobierno de Madrid, y ponga fin a la inhibición del Gobierno, o que no se meta en esos asuntos. «Es que el relato que hace usted es perfecto. De todo eso nos quejamos y nos seguimos quejando», respondió Casado. De una cosa y de la contraria. De que intervengan y de que no lo hagan.

Para terminar de arreglarlo, Casado dijo que las autoridades de Madrid «van por el camino correcto». ¿Entonces la pandemia está bajo control allí?, preguntó el periodista. «Yo no he dicho eso», dijo el presidente del PP.

Según los últimos datos, se han notificado 13.449 nuevos casos positivos por PCR desde el viernes en la Comunidad de Madrid. Suponen el 42% de los datos de toda España (cuenta con el 14% de la población española). Es la mayor cifra desde que comenzó la segunda oleada.

Ante este panorama, no se puede negar que tenemos un asiento de primera fila para ser testigos de la disputa entre ambos gobiernos. El lunes, hubo una rueda de prensa de Salvador Illa, otra de Enrique Ruiz Escudero, consejero madrileño de Sanidad, una entrevista a Illa en televisión y otra entrevista a Díaz Ayuso en otra cadena. No consiguen alcanzar un acuerdo, pero les encanta hablar de ello. Ellos ponen las palabras y la audiencia pone los enfermos.

El último truco de este homenaje permanente a los acertijos vino el mismo lunes de la propia Díaz Ayuso. ¿Cómo va a intervenir el Gobierno central en Madrid si todo está ya solucionado? La presidenta alardeó de que «se desploman los ingresos hospitalarios» por Covid-19. Eso quiere decir que han bajado de forma espectacular. No exactamente. Lo que ha ocurrido es lo contrario. Siguen subiendo a gran ritmo, aunque no tanto como la semana anterior. Ya ni siquiera las cifras representan lo que dicen. Los ingresos hospitalarios suben y se desploman al mismo tiempo.

Para qué tomar medidas más estrictas cuando podemos jugar con las cifras para no tener que tomar ninguna decisión realmente efectiva.

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Cosas que hacer en sábado cuando no estás muerto

La escena de ‘Margin Call’ cuando se reúne el consejo de la compañía para que los altos cargos se enteren de que están al borde del abismo, que además sirve para ver qué bueno es Jeremy Irons.

–¡Corten! Y las dos estrellas se separan porque no se soportan.
Dave Chappelle renunció a un contrato de 50 millones, pero no está loco.
‘Taxi Driver’, la sitcom romántica.
‘Star Wars’ al estilo de ‘Misión imposible’.
–¿Cuántas películas de Hollywood son secuelas y cuántas cuentan con material original?
–Las canciones compuestas para las películas de James Bond que no pasaron el corte.
–Un documento muestra la vida diaria en un barco esclavista del siglo XVIII.
–Las reglas básicas de los ladrones de cadáveres en el siglo XIX.
–Las empresas de Japón que ayudan a la gente a desaparecer.
–¿A qué velocidad despega un avión?
Bugs Bunny continúa siendo un icono. Dicho de otra manera, todos queremos ser como Bugs Bunny y acabamos siendo como el Pato Lucas.

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Ya está aquí el tráiler de ‘Spitting Image’

En un tiempo en que todo son remakes y nuevas versiones y muchos líderes políticos mundiales se han convertido en la caricatura de su caricatura, regresa ‘Spitting Image’, el programa de marionetas y humor que parodió la política británica y mundial de los años ochenta y noventa, con más éxito en la primera década que en la segunda.

Obviamente, Donald Trump y Boris Johnson serán los personajes principales, pero los guionistas tienen difícil exagerar la realidad, uno de los elementos habituales en cualquier sátira. Las ruedas de prensa de Trump son difícilmente parodiables, porque la versión real ya es lo suficiente absurda como para ser difícil de creer.

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Señores pasajeros, el avión de Madrid está a punto de estrellarse, abróchense los cinturones y no pidan más médicos

El pasaje empieza a preocuparse cuando se da cuenta de que el avión hace extraños movimientos durante la tormenta. Se oye el sonido de la voz de una asistente de vuelo. Señores pasajeros, el avión de Madrid se prepara para estrellarse. Uno de los motores está en llamas y el otro empieza a dar problemas. La comandante de la nave no sabe para qué sirven todas esas luces rojas. El piloto y el copiloto están discutiendo y han decidido no dirigirse la palabra. Casi no queda combustible. Abróchense los cinturones y recuerden que el problema de las ocupaciones es el más grave al que se enfrenta Madrid. Y España, porque Madrid es España y el resto es menos España porque no es Madrid.

Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de Madrid que había salvado a España, según un vídeo de homenaje que le dedicó el PP en julio, la mujer que dijo en mayo «yo soy la responsable de que esto salga bien o mal, lo asumo y lo asumiré», preside la Comunidad con los peores datos de coronavirus de Europa. Ella no cree que tenga nada que reprocharse, pero dice que se ha sentido sola. Nadie le ayuda, empezando por el Gobierno central, siguiendo por los médicos y continuando por los profesores, todos ellos muy reivindicativos. Hay una conspiración contra ella. Y contra Madrid –que es en sus propias palabras «una España dentro de España»– y por tanto contra España.

Acuciado por las críticas del PP, Pedro Sánchez hizo lo que Ayuso no esperaba y ofreció a trasladarse este lunes a la sede de la presidencia madrileña para reunirse con ella. Prometió ayuda y coordinación. En realidad, no estaba pensando en Díaz Ayuso con esta decisión, sino en Pablo Casado. Con la reunión y los compromisos alcanzados, Moncloa intenta neutralizar las críticas del PP sobre el supuesto abandono de las Comunidades Autónomas. Casado se ha inventado que la gestión de una pandemia es responsabilidad absoluta del Gobierno central –eso no aparece en ninguna ley–, mientras al mismo tiempo ha prohibido a los gobiernos autonómicos presididos por su partido que acepten la oferta de declarar el estado de alarma en su territorio. Cuando Casado vuelva a acusarle de dejar tiradas a las autonomías, Sánchez sacará la foto de su reunión con Ayuso. Con eso, Moncloa ya dio la cita por rentabilizada.

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Nadie al volante en Madrid, pero lo primero es saber dónde está el volante

En las marquesinas y quioscos de Madrid, se anuncia ‘Esperando a Godot’, la obra de Samuel Beckett paradigma del teatro del absurdo que se ha convertido en el espejo perfecto en el que se mira la política madrileña durante la pandemia. No, no es publicidad de guerrilla ni una campaña política intencionada. Es una obra de teatro de verdad en un escenario de verdad y con actores de carne y hueso. El gobierno de Isabel Díaz Ayuso también es de verdad, o intenta serlo, con su presidenta de verdad y su vicepresidente y consejeros de verdad. En el mundo real, en el que nueve de las diez ciudades españolas con mayor número de casos de coronavirus se encuentran en la Comunidad de Madrid, la impresión es discutible, como se ha visto esta semana.

Un viceconsejero de Sanidad anuncia medidas drásticas sin concretar que aún no están decididas, previo mensaje por WhatsApp a la presidenta. Un vicepresidente cancela la rueda de prensa semanal porque no sabe qué debe decir o no quiere comerse el marrón de dar la cara por todos. Un consejero de Sanidad tampoco está por la labor de ponerse ante los periodistas. El viceconsejero se niega a grabar un vídeo para desvelar el enigma, un vídeo que sirva como prueba de vida de que el Gobierno sabe lo que está haciendo. Los titulares dudan entre las palabras caos, desastre o incendio. Difícil elección.

Nadie al volante, dicen algunos. A lo que hay que responder: en primer lugar, las autoridades tendrían que saber dónde está el volante. Hay que esperar para saberlo, quizá este viernes. Godot no vendrá hoy, pero mañana seguro que sí.

Todo esto ocurre en la misma semana en que Díaz Ayuso afirma en un debate en la Asamblea que la oposición no le respeta y se queja de que «ha habido ensañamiento en Madrid». Contra ella, claro. Ante la acusación de pasividad en los meses de verano con el aumento drástico de contagios hasta llegar a una transmisión descontrolada que ha colocado a la región de Madrid como la que cuenta con más casos de Europa, la presidenta lo niega todo: «La Comunidad de Madrid (es decir, su gobierno) no se ha relajado en ningún momento».

«Cuesta entender cómo no se han adoptado medidas antes», ha dicho a El País Santiago Moreno, jefe de servicio de enfermedades infecciosas en el hospital Ramón y Cajal. «Recuerdo que en el mes de julio, mientras otras comunidades sufrían un importante aumento de casos, aquí en Madrid se decía que todo estaba bien y bajo control. Parece que hubo cierta relajación, que es lo que nunca hay que hacer con el coronavirus».

Los hospitales ya sufren las consecuencias. «No se puede ampliar la UCI porque no tenemos enfermeras», afirma a este medio Araceli Rojo, delegada de UGT en el Hospital Doce de Octubre. En varios centros de Atención Primaria, el personal coloca carteles en el exterior para anunciar cuántos médicos y enfermeras están trabajando ese día y a cuántos pacientes están atendiendo para que la gente sepa por qué se está tardando una semana en dar citas o por qué los teléfonos de los centros no responden a las llamadas.

Doce horas después del fin del pleno del martes, el Gobierno de Ayuso empieza a echar humo por todos los lados. Todos se miran entre sí para ver quién debe asumir la responsabilidad después de que el viceconsejero Antonio Zapatero, ojito derecho de Ayuso, haya anunciado el miércoles «confinamientos restrictivos» sin concretar dónde y cómo se harán y dando a entender que la presidenta está avisada. Todos se borran, aunque el consejero de Sanidad se ve obligado a grabar el vídeo al que Zapatero se ha negado. Ayuso, que estaba protagonizando una gira de entrevistas por varios medios, se queda callada. La noticia de que las nuevas medidas ya se contarán el viernes no sirve para acallar la polémica.

Al aumentar la presión periodística para saber qué está pasando, fuentes del Gobierno comunican en la tarde del miércoles a tres medios de comunicación que se prepara para reabrir el hospital de Ifema –¿con qué personal sanitario si ya falta en los ambulatorios?–. Los datos de hospitalización son los peores de España, 22% de camas ocupadas, pero están lejos de haber llegado al nivel de saturación. Es sólo propaganda para ganar un titular en las portadas de la prensa del jueves, cosa que se consigue con El Mundo y La Razón.

Fuentes de la presidencia madrileña envían a los periodistas un largo mensaje para sostener que las medidas que se están estudiando no son diferentes a las adoptadas en otras regiones. No explica por qué se ha tardado tanto en aplicarlas en Madrid. Quizá porque les salía políticamente más rentable hablar del aeropuerto de Barajas que del número de médicos y rastreadores. También explica las palabras del viceconsejero: «Zapatero habló de ‘confinamientos selectivos’, pero usó ese término como concepto para que todos lo entendiéramos, no dijo que vayan a aprobarse confinamientos selectivos, sino que en todo momento habló de restricciones». Zapatero sí se refirió a que estaban estudiando «confinamientos selectivos», pero el mensaje nos comunica que hablar de confinamientos selectivos no significa que se esté pensando en confinamientos selectivos. ¿Cómo pueden pensar algo así?

Aguado está nervioso. Se ha negado a dar la rueda de prensa semanal, pero aparece en un acto online el jueves sobre el deporte sin que los periodistas puedan hacerle preguntas. Finalmente, sí se refiere a lo que todo el mundo está hablando y hace un llamamiento que suena a desesperado: «Es necesario y urgente que el Gobierno de España se implique de forma contundente en el control de la pandemia en Madrid». Es difícil saber a qué se refiere con la palabra «contundente». No dice qué debería hacer Moncloa. ¿Dar órdenes a Ayuso? ¿Enviar más ayuda a la Comunidad? ¿Darles algún tipo de cobertura legal que ya el Gobierno puso a su disposición, como el estado de alarma?

Pocas horas después, Pedro Sánchez envía una carta a Díaz Ayuso en la que se ofrece a desplazarse a la sede de su Gobierno para reunirse y «trabajar conjuntamente» para encontrar una solución. La presidenta acepta la oferta, pero no puede evitar la tentación de dejar la patita con su acostumbrado «Madrid ha estado demasiado tiempo sola». Los que no tienen tanta suerte son varios alcaldes del sur de Madrid que iban a reunirse con ella el viernes vía telemática y conocer qué pasará en sus ciudades. Tendrán que seguir esperando a Godot, es decir, a Ayuso, porque su encuentro fue cancelado el día anterior.

Quienes también se sienten muy solos son los habitantes del los barrios del sur de Madrid en los que el viceconsejero había dicho que estaban teniendo una «relajación ciudadana» que estaba propiciando el aumento de los contagios. Personas que no pueden conseguir que les vean en los desbordados centros de Atención Primaria, frente a los que tienen que hacer colas en el exterior hasta que pueden atenderlos.

Flora, enfermera con una experiencia de 15 años que trabaja un centro de salud del barrio de Puente Vallecas donde hay cuatro de los seis médicos de baja y otro de vacaciones, explica a La Sexta quiénes son esas personas: «Es evidente. Solamente hay que ver: ¿quién trabaja? La clase obrera. ¿Quién se traslada? La clase obrera. ¿Quién no teletrabaja? La clase obrera. ¿Quién vive en 45 metros seis, ocho personas o más? La clase que vive en Vallecas, en Carabanchel, en Usera… Vamos, no hay que ser un lumbreras (para saberlo), hay que saber muy poquito de salud pública».

Esos sí que están solos. Son los que siguen esperando a que alguien haga algo.

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