La mayor víctima de la pandemia en Madrid es Díaz Ayuso y luego está toda esa gente que se ha muerto

Vaya verano tuvo que pasar la reputación de Ángel Gabilondo en las redes sociales. El tuit desde la izquierda más abrasivo contra el portavoz socialista en la Asamblea de Madrid era tan cierto y divertido como gamberro: «Os metéis con Gabilondo y él no ha hecho nada». Y los más cabreados decían: pues claro que no hace nada en la oposición a Isabel Díaz Ayuso. El exrector universitario había decidido no unirse a la estrategia de tierra quemada que caracteriza a la política española y dar aire al Gobierno madrileño para que elaborara su estrategia ante el coronavirus en unas condiciones terribles para cualquier Administración. Ayuso lo agradeció compitiendo con Pablo Casado en la tarea de atacar por todos los medios al Gobierno de Pedro Sánchez. Eso dejó a Gabilondo con la imagen del típico individuo del que es fácil aprovecharse. Eso es demoledor en política. Nadie te respeta.

En la segunda jornada del debate del estado de la región en la Asamblea de Madrid, Gabilondo tuvo la oportunidad de dejar clara su posición en la tribuna. Ya en meses anteriores había explicado lo poco que le interesaba la idea de una moción de censura en plena pandemia. Y además esa moción estaba condenada a la derrota y eso no parece que haya cambiado mucho. El portavoz socialista cedió un poco a esa presión en la que incluso ha intervenido de forma algo confusa el líder del PSOE madrileño, José Manuel Franco, y pronunció unas palabras que en realidad no le comprometen en nada: «Estoy dispuesto como candidato más votado para asumir lo que me corresponda», dijo en relación a un posible cambio de Gobierno, y para ello no descarta emplear los «mecanismos parlamentarios».

Con eso, ya empezaron a volar los titulares que decían que el socialista alentaba la moción de censura o que invitaba a Ciudadanos y Vox a dejar caer al Gobierno de Ayuso, pero el ruido era mayor que las palabras realmente pronunciadas. Gabilondo también dijo que «lo importante ahora es afrontar la pandemia». Muchas ganas no tiene.

Por lo que pueda valer, Díaz Ayuso elogió en dos ocasiones la moderación de Gabilondo, que es la típica ayuda que te echan al cuello y que te deja con menos aire del que tenías.

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Díaz Ayuso y el esperpento: dos grandes hitos originados en Madrid

Hubo que esperar al final del discurso de Isabel Díaz Ayuso en el debate del estado de la región para encontrar la perla que llevaba escondida, uno de esos momentos que maravillan a los expertos en Ciencia Política y dejan boquiabiertos a los periodistas. Como parte del intento de describir a Madrid en términos celestiales –la nueva «City on a Hill», versión española, con la que los presidentes describían a EEUU en la Guerra Fría como el faro de la esperanza en el mundo–, la presidenta negó que haya racismo en la Comunidad ¿y qué mejor forma de hacerlo que recurriendo a un ataque racista ocurrido unos días atrás? Eso obligaba a unas cuantas contorsiones verbales, pero eso nunca ha sido un gran obstáculo para ella.

Tres chicas menores de edad insultaron y escupieron a una pareja de origen sudamericano en el Metro de Madrid la semana pasada. Las palabras que emplearon tenían una clara intencionalidad racista, pero eso no es lo que vio Díaz Ayuso. «Aunque al principio parecía una cuestión racista — Díaz Ayuso comprende que estéis confundidos–, en el fondo no lo es. No solo porque en Madrid la integración, sobre todo hispanoamericana, es una realidad», dijo.

Díaz Ayuso tenía otra explicación en la que solo ella ha reparado: «¿Qué les pasa a esas chicas? Descomposición familiar, drogas y otras adicciones como a las nuevas tecnologías, que son caldo de cultivo de violencia y marginación a edades muy tempranas».

Faltó la ola de pornografía que nos invade. La culpa es de las drogas y del TikTok con el que los jóvenes comparten cochinadas audiovisuales. Qué raro que no culpara también a los videojuegos, que antes salían en todas las listas de cosas que la policía tiene que vigilar de cerca. ¿Racismo? Para nada. Cómo va a haberlo si en Madrid no hay racismo contra los latinoamericanos, si Madrid es España, faro y vigía de Occidente, el lugar al que llegan tantos españoles huyendo del comunismo, según hemos escuchado tantas veces.

Era previsible tanto elogio del ‘procés’ madrileño. En el caso de Díaz Ayuso y del PP, el orgullo local adquiere un tinte claramente político. Solo Madrid es realmente libre. Solo Madrid acoge con los brazos abiertos a los de fuera –siempre que no se interpongan las drogas y las abyectas nuevas tecnologías– hasta ser como el café instantáneo. «Aquí se es madrileño desde el primer día», dijo, lo que sonará extraño a todos aquellos que llegan a las grandes ciudades y se ven abrumados por lugares que no tienen misericordia con los que no cuentan con dinero suficiente.

Para resaltar aun más que Madrid es lo más importante de España y que los habitantes de otras regiones están solo para hacer bulto, Ayuso se apropió en su discurso de grandes figuras de la historia que cometieron el error de nacer fuera de Madrid, pero que luego lo corrigieron obteniendo grandes ventajas de esta manera. Ahí, citó a Galdós, García Lorca, Goya, Velázquez, Valle-Inclán y Pardo Bazán. Política de talonario. Madrid ficha a los mejores, como en el fútbol. Los demás, que hagan de cantera.

«El gallego Valle-Inclán creó el género del esperpento en nuestras calles», presumió Ayuso. Qué no escribiría hoy Valle-Inclán de la política madrileña y de su presidenta pulsando las opiniones populares en tabernas y burdeles.

Por ejemplo, sobre la amenaza fantasma de la «okupacion», Ayuso anunció la puesta en marcha de un teléfono «112 Ocupación» y una oficina para ocuparse de un asunto que las televisiones privadas y el PP han convertido en la falsa alarma del verano. El PP consigue así ocupar dos posiciones contradictorias: ponerse en primera línea de combate ante un asunto dramático y también afirmar que el problema está ya en vías de solución gracias al Gobierno madrileño. En agosto, un consejero sostuvo que la ocupación de viviendas ha descendido un 65% desde octubre de 2019. Lo mismo fue solo un despiste. Ayuso demostró en el discurso que quiere seguir exprimiendo esa fuente de miedo.

No hay procés sin cuestiones económicas en primera línea. La presidenta confirmó que el hundimiento de las cuentas públicas provocada por la pandemia no le hará abandonar su promesa de bajar los impuestos en esta legislatura. «Estos impuestos deben promover el incentivo, nunca asfixiar hasta paralizar la iniciativa ciudadana», anunció. De ahí que pretenda reducir medio punto todos los tramos del IRPF, lo que beneficiará a las rentas más altas. Es curioso cómo se puede pasar de estar asfixiado a respirar libremente gracias a medio punto de la parte autonómica del impuesto. Debe de ser otro de los milagros ‘liberales’.

Al mismo tiempo, prometió invertir 80 millones más en tres años en la sanidad pública. Antes había exigido que el Gobierno central aporte ayuda extraordinaria a las cuentas madrileñas en función de la población y también del impacto de la pandemia. Esas rebajas de impuestos no se van a pagar solas. Las demás comunidades tendrán que poner algo de su parte. Luego, la culpa la tendrá el Gobierno central porque Moncloa ens roba.

Como todo discurso de inicio de curso que se precie, había más promesas, que serán contestadas por la oposición en el pleno del martes. Lástima que el problema más grave que tiene la Comunidad de Madrid no es lo que suceda en el resto de la legislatura, sino lo que está ocurriendo ahora mismo. Consultas de Atención Primaria con médicos que atienden a 60 pacientes cada día. Personas que tardan una semana en conseguir cita con su médica de cabecera. Pruebas PCR a personas que han estado en contacto con un positivo para las que hay que esperar muchos días, aunque lo más probable es que te digan que te quedes en casa y problema solucionado. 27.404 nuevos casos comunicados desde el viernes en toda España, de los que 10.864 se han producido en Madrid.

Fue un olvido imperdonable que algún diputado del PP no gritara después del discurso de Ayuso: «¡Cráneo previlegiado!».

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El Gobierno se encomienda al brazo incorrupto de Montoro y se lleva un revolcón

Acabó la votación del Congreso que concluyó con una derrota del Gobierno y allá salió corriendo Pablo Casado para saborearla delante de los periodistas y, sobre todo, de las cámaras de televisión. Si le ponen un bedel delante, se lo lleva puesto. Terol, detrás de mí. Gamarra, detrás también. Dadme más micrófonos. La máquina de titulares estaba ofreciendo un panorama muy oscuro al Partido Popular con nuevos datos sobre la trama de espionaje en Interior al servicio de los intereses del Gobierno de Mariano Rajoy (AKA El Asturiano). Ahora hasta aparecía la cifra del dinero de los fondos reservados, 53.000 euros, gastados en conseguir que la información en poder de Luis Bárcenas no perjudicara al PP. Casado ya se imaginaba ensayando ante el espejo para ver cómo tendría que pedir el carné del partido al hombre que fue siete años presidente del Gobierno y quince años presidente del PP. Con lo que tú has sido, Mariano.

Hasta seis cortes de vídeo con declaraciones de Casado subió el PP a su cuenta de Twitter. No está la cosa para desperdiciar regalos del enemigo.

El Gobierno se empeñó en salir derrotado y lo consiguió. Escuchando a la ministra de Hacienda resultaba difícil entender por qué el PSOE se metió en una batalla sobre la financiación de los ayuntamientos que no podía ganar, a menos que sea para poder presumir en Bruselas de que también sabe cerrar el grifo del dinero público cuando es necesario. Esto no iba de quitar los ahorros a los niños. No quería dejar a los ayuntamientos sin los fondos que son suyos, explicó. «El Gobierno no necesita en ningún caso el dinero de los ayuntamientos», dijo María Jesús Montero en la tribuna.

Los diputados del PP se rieron. «Por mucho que les moleste, este país es solvente. Están ustedes fuera de la realidad si dicen que este país no puede financiarse en los mercados y con los tipos que les he contado». Es decir, tipos de interés tan bajos que casi resultan negativos. Nos quitan los bonos de las manos, señora, yo no me rebajo a rascar unos euros en las cuentas municipales.

Si eso es así, ¿por qué conducir recto hacia la derrota esta semana y conceder argumentos al PP para hacer su trabajo de oposición durante unas cuantas semanas precisamente cuando aparecen en todos los medios las andanzas de El Asturiano y de su acólito, el santo varón de Las Vegas? ¿Y hacerlo además con el aparato legal que impusieron Rajoy y Montoro con su mayoría absoluta contra el que se manifestó el PSOE en los términos más estrictos? ¿Por qué dejar en la estacada a los propios alcaldes socialistas y de Podemos? ¿Y presentarlo además en forma de ultimátum?

«No piensen que habrá una segunda oportunidad», avisó Montero, como quien regaña a los alumnos que no han estudiado para el examen definitivo. En ese momento, ya sabía que iba a ser derrotada en la votación. Y no por poco, 193 votos en contra y 156 a favor.

Joan Baldoví, de Compromís, pidió al Gobierno que «no haga un drama con lo de hoy» y que vuelva a negociar otro decreto. «Se aprende mucho más de las derrotas que de las victorias». Esta es la típica frase con la que todos estamos de acuerdo, pero que en política se cumple sólo en contadas ocasiones.

Los remanentes de tesorería de los ayuntamientos ascienden a 15.000 millones. El decreto del Gobierno establecía que las corporaciones locales entregaban ese superávit al Gobierno central, que a su vez les devolvería 5.000 millones este año y el próximo, y el resto en un plazo de quince años. Lo que se suele llamar en cómodos plazos. Un cambio de última hora, pactado con Ada Colau y Unidas Podemos, permitía destinar 3.000 millones de ese fondo a todos los ayuntamientos, incluidos los que no tienen superávit, en función de su población. Es un mecanismo voluntario, dijo Montero. Voluntario de aquella manera. No dejaba muchas opciones a los ayuntamientos.

Casado tenía motivos para mostrarse exultante después del rechazo parlamentario a la ratificación del decreto ley, que sólo ha ocurrido en otras dos ocasiones después de 1979. «Esta derrota histórica lo que muestra es un grave problema de debilidad dentro del Gobierno y, sobre todo, de arrogancia y de incompetencia a la hora de llegar a acuerdos», dijo en una rueda de prensa convocada pocos minutos antes. Ya lanzado, pasó a afirmar que corre peligro el aumento del salario de los funcionarios, las pensiones de los jubilados y las cotizaciones de los autónomos. Su portavoz en la tribuna, Antonio González Terol, casi había dado por iniciada la bancarrota del Estado al especular con que «dentro de poco no van a poder pagar las nóminas».

No se alarmen. Nunca es necesario probar estas afirmaciones en el Parlamento.

En el hemiciclo, Montero intentó denunciar la hipocresía del PP por criticar la aplicación de una ley que fue aprobada con sus votos: «¿Acaso no es el PP el autor de la ley de estabilidad presupuestaria? ¿Acaso no es el PP el que ha impedido durante una década a los ayuntamientos el uso de los remanentes?».

El argumento ya parecía algo frágil hace unos días. Fue el mismo Cristóbal Montoro el que dijo que «la regla de gasto y la limitación del déficit deberían estar suspendidas» a causa del hundimiento económico causado por la pandemia. «Yo soy un creyente de la estabilidad económica y presupuestaria», dijo Montoro en una entrevista en TVE, «pero esto es una crisis de salud pública de dimensión social terrible que produce una crisis económica. Eso, nuestras leyes lo prevén, y no entiendo por qué no se están aplicando».

Después de las palabras de Montoro, lo ocurrido al Gobierno es como si montas las cruzadas para ir a la guerra santa y tomar Jerusalén y el Papa dice que a dónde vas con tanta prisa y por qué matas a esa gente que no te ha hecho ningún daño.

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Tenemos una pregunta sobre la pandemia pero lo que nos pone es sacar el tema de ETA

Volvió la sesión de control al Congreso y con ella las sanas tradiciones políticas españolas. Una de ellas es que no importa cuál sea el asunto que más preocupe a los ciudadanos –en estos tiempos obviamente la pandemia–, porque siempre es el momento adecuado para sacar el tema de ETA. La organización terrorista ya es historia, pero forma parte del menú del día de ciertos partidos. El suicidio del preso Igor González, en la cárcel desde hace quince años, se convirtió el miércoles en motivo suficiente para cargar contra el Gobierno, no por la posible responsabilidad de la Administración penitenciaria en la seguridad de un interno, sino porque Pedro Sánchez había «lamentado profundamente» el fallecimiento el día anterior en el Senado. Como no se alegró por el suceso y no descorchó una botella de champán, Pablo Casado se inventó la noticia: «Ayer condena la muerte de etarras», dijo. ¿Son ahora los suicidios de presos un éxito de la democracia en España?

En la misma línea, Inés Arrimadas, antes de hacer su pregunta sobre la vuelta al colegio, dio por hecho que no felicitarse por el suicidio de un condenado por delitos de terrorismo es una afrenta a otras personas: «Pido al Gobierno que muestre más empatía con las víctimas de ETA que con sus verdugos». Lo mismo Santiago Abascal: «No tendrá nuestro pésame a uno de sus cómplices».

Para criticar a Pablo Iglesias, el secretario general del PP, Teodoro García Egea, dijo que «ETA es una banda terrorista, no una banda de música». En presente. Cuando les apetece, los políticos atrasan los relojes unos cuantos años.

Como explicó el jurista y exdiputado del PP Jesús López-Medel, «cuando una persona ingresa en un centro penitenciario, la Administración asume un deber de proteger y cuidar de la vida y salud de esa persona, y una cosa es que no sea responsable de todos los suicidios que se producen en las cárceles y otra es ver si ha puesto o no los suficientes los medios para evitar ese resultado». Eso es especialmente cierto en el caso de presos que han intentado antes quitarse la vida.

Mertxe Aizpurua, diputada de Bildu, reclamó al ministro de Interior poner fin al alejamiento de presos etarras y que se excarcele a los que estén enfermos en estado grave. Recordó que Igor González había intentado suicidarse tres veces. «Esta era una muerte evitable», dijo.

Grande-Marlaska no podía dejar de responder a la pregunta. No quiso referirse al caso de González con el socorrido argumento de la Ley de Protección de Datos y defendió que «la legislación penitenciaria es modélica» en España. Informó de que 90 presos de ETA «han sido trasladados y cambiados de grado en los últimos años, siempre con control judicial».

El primer pleno tras el verano se adaptó al agravamiento de la pandemia en Madrid y las nuevas medidas restrictivas ordenadas por el Gobierno de la Comunidad. No estuvieron todos los diputados y todos llevaban mascarillas, también durante las intervenciones. La bancada del PP, que gobierna en Madrid, las aplicó a su manera. Las dos primeras filas de escaños, donde están los diputados más destacados, estaban ocupadas, así que la distancia de seguridad entre ellos no llegaba a los 50 centímetros.

Sin embargo, las medidas sirvieron para dejar fuera de este pleno a Cayetana Álvarez de Toledo, la portavoz del grupo destituida por Casado en verano. No hay problema. Ella se ha montado su propia tribuna al poner en marcha un canal personal en YouTube. Para inaugurarlo el día anterior, hizo una sesión de control del líder de su partido. Explicó que el grupo parlamentario le ha negado formar parte de las comisiones que ella había elegido y le ha dado otras. Y sobre asistir al pleno, lo siento, pero estás fuera de la lista VIP: «Según me explicó la dirección del grupo, sólo van a asistir los 44 más importantes». Para la dirección del PP, estar sentado a menos de 50 centímetros de Álvarez de Toledo debe de ser un trago muy duro.

Álvarez de Toledo ha llamado «CATilinarias» a su canal de vídeo por los cuatro discursos de Cicerón contra el demagogo Catilina. En términos de oratoria política, siempre da lustre compararse con Cicerón y sus intervenciones en favor de la república romana y contra la tiranía. Nunca conviene olvidar que el ilustre senador acabó siendo asesinado por orden de Marco Antonio, que dispuso que su cabeza y su mano derecha, con la que escribía sus discursos, fueran colocadas durante un tiempo junto a la tribuna de oradores del Senado. Su esposa Fulvia se ocupó de arrancarle la lengua. Cicerón sabía cómo enfurecer a sus rivales políticos.

Es probable que Casado utilice métodos menos expeditivos para silenciar a su antiguo fichaje estelar. No será por falta de ganas.

Las sesiones de control de septiembre sólo son un aperitivo del debate pendiente más decisivo, el de los presupuestos, sin los cuales la esperanza de vida de la legislatura quedaría bajo mínimos. El PSOE está tirando cables hacia varios sitios al mismo tiempo para ver cuál es el que resiste más peso. Sánchez no habla mucho de pactar con Esquerra, y sí en cambio con Ciudadanos y hasta con el PP, aunque sabe que esto último es imposible. En ese juego de apariencias previo a la negociación real, Gabriel Rufián optó en el pleno por dirigirse al grupo de Unidas Podemos con la intención de meter una cuña dentro del Gobierno de coalición: «¿No se dan cuenta de que esta operación, la de revivir a uno de los partidos de la derecha, va mucho más allá de unos presupuestos? ¿Que la operación es que el PSOE pueda escoger en los próximos diez años entre ustedes o Ciudadanos?».

No sabemos si a Sánchez le preocupa que Podemos se ponga nervioso por esa posibilidad. De momento, ha dado garantías a Pablo Iglesias de que no negociará a espaldas de su grupo. Como ya le ha mantenido en las tinieblas en dos asuntos muy relevantes –la huida de Juan Carlos de Borbón y la fusión de CaixaBank y Bankia–, no puede permitirse muchos más trucos. Quizá por eso el presidente cometió un error no forzado al responder a Rufián. «Ciudadanos ya ha elegido. No se ha salido de la foto de Colón», dijo en una afirmación que pareció sorprender, quizá hasta incomodar, a Arrimadas.

Es una forma extraña de negociar con un partido la de recordarle algunas de sus peores pesadillas.

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Trump mintió sobre la gravedad de la pandemia porque no quería «provocar el pánico»

Donald Trump lo sabía. El 28 de enero, su consejero de Seguridad Nacional, Robert O’Brien, le informó sobre el impacto de la crisis del coronavirus. «Va a ser la mayor amenaza de seguridad nacional que afronte en su presidencia. Va a ser la prueba más dura que afronte», dijo en una reunión en el Despacho Oval. Otro de los asesores presentes lo confirmó: el mundo se enfrentaba a una amenaza similar a la de la gripe de 1918.

El 7 de febrero, Trump habló con el periodista Bob Woodward por teléfono y le dijo que era consciente del peligro. «Respiras el aire y así es como se contagia. Por eso, es una situación muy arriesgada. Muy delicada. También es más letal que la gripe común».

Las frases aparecen en el último libro –’Rage’– de Woodward, del que The Washington Post ha ofrecido un amplio resumen.

En las fechas citadas, Trump estaba negando en público la gravedad de la pandemia y previendo de forma optimista que la enfermedad no tardaría mucho en desaparecer. «Cuando el tiempo sea más caluroso, esperemos que el virus se haga más débil y finalmente desaparezca», dijo el 7 de febrero. «Pueden preguntar por el coronavirus, que está perfectamente bajo control en nuestro país», dijo el 25 de febrero. «Va a desaparecer. Algún día, será como un milagro y habrá desaparecido», dijo el 28 febrero.

Trump engañó a los ciudadanos y a los medios de comunicación. «Para ser honesto contigo, siempre he querido rebajar (la amenaza), aún quiero rebajarla, porque no quería provocar el pánico», explicó al periodista.

Woodward grabó las conversaciones con Trump, presumiblemente con el permiso del presidente. El Post ha ofrecido ahora algunos fragmentos con las frases citadas.

A pesar de lo que contó al periodista, Trump nunca contó a la opinión pública las dimensiones de la pandemia de las que era consciente, no utilizó todo el poder del Estado federal, criticó a los gobernadores demócratas que tomaron las medidas más estrictas para impedir la extensión de la enfermedad e interfirió en los trabajos de los organismos científicos que debían llevar la iniciativa, como el CDC o la FDA.

Entre otros asuntos desvelados en el libro están fragmentos de las cartas que le envió Kim Jong-un, caracterizados por un tono muy respetuoso y hasta elogioso hacia Trump. Y una revelación sobre el arsenal nuclear norteamericano de la que no se sabía nada. El presidente alardea de que EEUU cuenta con un nuevo sistema de armamento que nadie conoce. «He construido un arma nuclear, un tipo de de armamento que nadie ha tenido antes en este país. Tenemos cosas de las que no has oído hablar. Tenemos cosas que Putin y Xi no han oído hablar. No hay nadie… lo que tenemos es increíble».

Woodward afirma que ha podido confirmar por fuentes anónimas que existe ese nuevo armamento sin conocer más detalles.

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Qué ha contado Iker Jiménez en su vuelta televisiva y por qué puede ser un problema para todos

Este verano fue testigo en España del rebrote del coronavirus y de otro fenómeno más sobrenatural. Iker Jiménez descubrió horrorizado que muchos de sus seguidores en televisión y YouTube lo tachaban de traidor y vendido al poder. Si dos extraterrestres hubieran aparecido en su plató y le hubieran comunicado en perfecto español que ellos construyeron los pirámides en un fin de semana para matar el tiempo, se habría sorprendido menos (de hecho, eso no le habría sorprendido en absoluto). Esa reacción despechada se le echó encima por admitir que el Covid-19, que ha matado a más de 800.000 personas en todo el mundo, es real, no una conjura montada para favorecer a Bill Gates, George Soros y Pedro Sánchez, por este orden. «Son los mismos que hace semanas me llamaban patriota», dijo Jiménez, lo que da algunas pistas sobre la ideología de los desafectos.

Perplejo y dolorido, el presentador televisivo reaccionó en agosto de forma confusa en Twitter. Le interesaba mucho decir lo que no era: «No soy un traidor, no estoy a favor de Soros, Bildelberg ni la Masonería». El desmentido no parecía suficiente e insistía después: «No soy judío, no soy masón, no pertenezco a ninguna sociedad secreta u oculta». Judíos y masones, los enemigos declarados de la propaganda del franquismo que parece que no han perdido capacidad de hacer el mal en ciertas mentes.

¿Cómo pudisteis hacerme esto a mí?, era el argumento principal de Jiménez. Yo, que he analizado temas «intocables», como «la pederastia de las élites» o «el marxismo cultural» (este último, un tema que también preocupa a Cayetana Álvarez de Toledo)

«Algo he debido hacer mal yo durante muchos años», contó también en un instante de lucidez. Este fin de semana, volvió a Cuatro su programa ‘Cuarto Milenio’, interrumpido por la pandemia en marzo, con lo que existía la oportunidad de comprobar su presunto propósito de enmienda. Falsa alarma. «Nosotros no hemos cambiado de chaqueta», dijo al principio. Continúa residiendo en ese lugar donde los hechos son sólo una versión que hay que desmontar.

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Snow y Whitehead, los detectives del cólera en el Londres del siglo XIX

Una de las razones del deterioro de la salud publica en el Londres del siglo XIX fue paradójicamente la extensión del uso del inodoro. Una buena parte de su población no tenía ya que buscar un lugar poco concurrido entre casas para evacuar sus intestinos ni hacerlo en un cubo cuyo contenido se lanzaba luego por la ventana. No cabe duda de que había una demanda inagotable para el artilugio. 827.000 personas utilizaron los inodoros portátiles instalados en Hyde Park durante la Exposición Universal de 1851.

Sin embargo, no había una red de alcantarillado que pudiera absorber ese río de desechos. Todos acababan depositados en los pozos negros que ya existían y que se vaciaban de forma periódica. El riesgo de que acabaran contaminando el suministro de agua potable era muy real, como se pudo comprobar a mediados de siglo con la epidemia de cólera de 1856. Claro que en esa época nadie pensaba que una enfermedad infecciosa pudiera propagarse a través del agua.

Londres era entonces una gran montaña de mierda, dicho en términos directos. Era el resultado de un gran crecimiento demográfico –2,4 millones de habitantes en el censo de 1851, la mayor ciudad del planeta– y de las pavorosas condiciones de vida de su población más pobre. Ni siquiera había espacio para los muertos. En Islington, barrio de la zona norte, un cementerio con capacidad para unos 3.000 cadáveres albergaba 80.000. Londres «se estaba ahogando en su propia inmundicia», escribe Steven Johnson en el libro ‘El mapa fantasma’, publicado en España por Capitán Swing.

A lo largo de su historia, Londres había conocido varias epidemias ante las que la única solución segura para sobrevivir era huir de la ciudad. Es lo que hacía Enrique VIII cada vez que la peste volvía a la capital de su reino, y lo hacía con frecuencia. El siglo XIX fue una época de constantes avances científicos y tecnológicos, pero la ciencia discurría aún entonces por caminos sinuosos. La epidemia de cólera de 1854 fue un momento esencial no por el número de muertos –había sufrido muchas peores–, sino porque finalmente obligó a cambiar la visión establecida sobre el origen de la enfermedad. Ese gran salto científico fue posible gracias a dos hombres, el médico anestesista John Snow y el reverendo Henry Whitehead, protagonistas principales del libro.

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Cosas que hacer en sábado cuando no estás muerto

Una historia oral de ‘Un domingo cualquiera’, una película sobre fútbol americano que sólo podía hacer Oliver Stone.

‘Being John Malkovich’ es tan audaz que es casi un milagro que se estrenara.
‘Psicosis’ es algo más que la escena de la ducha.
–Cómo Ingrid Bergman y Cary Grant rodaron una de las escenas más sensuales de siempre.
–Hay estrellas de cine muy rentables y otras no tanto.
–Hay ‘remakes’ que son mejores que la película original.
Yul Brynner no se llevó muy bien con Steve McQueen en el rodaje de ‘Los siete magníficos’.
–Petrarca: amor, muerte y amistad en tiempos de pandemia.
–Una historia de la plaza de aparcamiento.

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Casado denuncia el caos del Gobierno mientras Díaz Ayuso monta el suyo en directo en plena calle

Ya es mala pata que después de siete meses sin poder ver a Pedro Sánchez te presentes en Moncloa para reunirte con el presidente el mismo día en que el Gobierno de Madrid ofrece otro espectáculo de los de frotarse los ojos. Isabel Díaz Ayuso contraprogramó el miércoles a Pablo Casado con ferocidad, como si fueran dos cadenas televisivas enfrentadas a muerte por el ‘prime time’. Por mucho que se esfuerce el líder del PP, no tiene nada que hacer ante las declaraciones de Díaz Ayuso y las imágenes que genera su Gobierno. Es una batalla desigual. Ya dijo Santa Teresa de Jesús que «se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no atendidas». Casado quería que ella fuera elegida presidenta de Madrid y desde entonces ha tenido tiempo de sobra para sufrir las consecuencias.

Partió Casado hacia Moncloa con la intención de proponer un montón de pactos de Estado a Pedro Sánchez y de responderle con un ‘no’ a todas sus ofertas. El presidente también llevaba en el bolsillo un acuerdo inviable, como el de pedir al PP que acepte negociar los presupuestos y le conceda una plácida legislatura. Un pacto entre el PSOE y el PP es imposible y todo lo que se diga al respecto es puro ruido. Ni siquiera para cumplir la Constitución, esa palabra con la que los políticos nos presionan sin piedad para resaltar lo importante que es respetar las leyes.

Casado se negó a tratar la renovación del Consejo General del Poder Judicial, que está pendiente desde finales de 2018. No es un trámite que dependa del estado de las relaciones entre los principales partidos, sino una obligación marcada por la Constitución. Pero al presidente del PP no le apetece. Afirmó que no negocia porque «el vicepresidente del Gobierno (Pablo Iglesias) busca un cambio de régimen». Si eso fuera cierto, a Casado le convendría conversar con el PSOE para contar con un nuevo CGPJ que impidiera tales designios demoníacos.

Sólo era una excusa, como quedó demostrado cuando citó otras, entre las que estaba la famosa reunión del ministro Ábalos con la vicepresidenta de Venezuela en Barajas. No sale nada de eso en la Constitución, pero qué más da.

También habló de su propuesta de crear un nuevo organismo público presidido por alguien independiente para que se ocupe de la reconstrucción económica «con el fin de evitar la discrecionalidad y el clientelismo en las ayudas». Es decir, dando por hecho que el Gobierno es tan corrupto que se quedará con todo el dinero que venga de Bruselas para gastárselo en caprichos. Cualquiera diría que esa gestión debería ser la responsabilidad del Gobierno, en especial de los ministerios de Economía y de Hacienda. Lo hizo con tanta intensidad que algunos periodistas en la rueda de prensa se creyeron que ya estaba decidido. Después, la portavoz del Gobierno les sacó de la confusión. Eso sólo era algo «accesorio» y «anecdótico».

Aparentemente, la cita de Casado y Sánchez no sirvió para nada. El primero recuperó todas sus críticas conocidas al Gobierno por su respuesta a la pandemia. Las que son reales y las que se inventó. «El INE y el Instituto Carlos III siguen dudando de la cifra oficial de fallecidos», dijo, lo que es falso. Esos dos organismos miden el exceso de muertes, una estadística que también es recopilada en otros países europeos. No es un recuento que se hace para responder al registro oficial, sino que se realiza cada año, y el de ahora sirve para medir el impacto real de la pandemia.

La respuesta de María Jesús Montero fue atronadora. «Todo lo que habla el señor Casado es ofensivo para este Gobierno». No parece que estén cerca de un acuerdo. Sobre el veto a la renovación del CGPJ, dijo: «Le hemos escuchado en esta sala decir sin sonrojo que no piensa cumplir la Constitución». Según la versión del Gobierno, el PP «está instalado en el frentismo, en la confrontación». Si el éxito en la lucha contra el coronavirus depende de algún tipo de consenso entre la izquierda y la derecha, ya podemos ir pidiendo cita en el hospital.

Preguntaron a Casado por el último arrebato de Díaz Ayuso, indignada porque Fernando Simón comentó en una rueda de prensa lo que todos sabemos, que Madrid encabeza en las últimas dos semanas la última oleada de contagios, al igual que ocurrió en primavera. Él prefirió inventar una realidad alternativa: «Cuando esta estadística hace tres semanas la encabezaba Aragón, no era un tema con mucho foco. Cuando fue Castilla-La Mancha la que tuvo la cifra relativa en cuanto a población peor de mortalidad y de contagio, también en residencias, tampoco se ponía el foco». A finales de julio y principios de agosto, todo el mundo hablaba de Aragón, ya que sus datos eran horribles. La diferencia es que el presidente de esa comunidad no denunció una campaña ni dijo que todas las demás CCAA le envidiaban.

Mientras Casado hablaba en Moncloa de lo mal que tratan los envidiosos a Díaz Ayuso, los medios de comunicación ofrecían las imágenes que dejaban en evidencia a ambos. La noche anterior, el Gobierno madrileño avisó de improviso a miles de profesores para convocarles a partir del miércoles a unas pruebas serológicas. En uno de los centros elegidos, centenares de docentes hacían cola sin que fuera posible guardar la distancia de seguridad al haberse reclamado la presencia de demasiadas personas al mismo tiempo. La Consejería de Educación optó por echarles la culpa a ellos.

Nadie supo por qué no se les había avisado con más antelación. Si fue por pura improvisación o porque el inicio del curso escolar se echa encima. Las pruebas terminaron siendo suspendidas para que no continuaran las aglomeraciones, que no estaban dando muy buena imagen. El consejero de Educación lo negó y decidió jugar con las palabras: «No se han suspendido las pruebas en ningún momento. Se han reorganizado las citaciones de algunas personas que estaban citadas a última hora de la mañana porque han ido más de las previstas».

Los consejeros piensan que en caso de problemas pueden salir bien librados si son imaginativos en sus declaraciones, como ocurre con su presidenta. Pero para todo hay que saber. Cómo no admirar el desparpajo de Ayuso en una entrevista: «A lo largo del curso es probable que prácticamente todos los niños de una u otra manera lo tengan (el coronavirus). Pero porque a lo mejor se han contagiado durante el fin de semana en una reunión familiar, o por la tarde en el parque o por un compañero. No se sabe, porque el virus está en cualquier sitio». En todos los sitios, menos en aquellos que son responsabilidad del Gobierno de Madrid.

Más pronto o más tarde, vais a morir todos. Algunos antes que otros. Para qué tantas preocupaciones por la vuelta a los colegios.

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España es un país admirable, pero es difícil saber si soportará otro mes como agosto

Moncloa no había escogido mal la fecha de la conferencia de Pedro Sánchez el lunes en la Casa de América ante una nutrida representación del Ibex. Los que habían visto el fin de semana anterior la película ‘Tenet’ y habían entendido pongamos la mitad de la trama no iban a tener problemas para comprender el mensaje del presidente. Al final resultó que tampoco habrían sufrido mayores problemas si hubieran pagado la entrada para ver ‘Mary Poppins’.

Estamos aún en verano, así que es pronto para lanzar un nuevo disco. Sánchez se limitó a tocar sus temas más conocidos de la pandemia. Hay que estar unidos, no dejaremos a nadie atrás o España saldrá adelante fueron algunos de los que sonaron. Con el último, Sánchez estuvo a punto de entrar en el escabroso terreno del plagio. «Somos un país admirable», dijo en lo que sonaba sospechosamente parecido al «España es un gran país» que Mariano Rajoy interpretó en incontables ocasiones en sus giras por la periferia. Como no es la primera vez que pasa, es posible que sea un homenaje, como los que hace Tarantino con las mejores escenas de los cineastas que admira. Everything is a remix y en la política española lo es más que en ningún sitio.

Los invitados al acto con mayor cuenta corriente eran los máximos directivos de las grandes corporaciones –BBVA, Santander, Telefónica, Inditex, Repsol, Endesa…–, la España que menos interés tiene en una reforma fiscal por la que paguen más los que más tienen, pero también la que necesita que el Gobierno tenga éxito en sus negociaciones en Bruselas. Además, los directivos multimillonarios no van a irse a dormir más tranquilos si sus clientes no pueden pagar su hipoteca o reducen sus gastos de telefonía o luz. En cualquier caso, estaban allí como muestra de cortesía institucional y algunos porque sus contratos con la Administración son un bocado que no conviene despreciar, y menos en estos tiempos.

Sánchez pretendía enviarles un mensaje que pueda llegar de alguna manera a los oídos de Pablo Casado, por mucho que el empeño esté condenado al fracaso. «Necesitamos un nuevo clima político», les dijo el presidente, que volvió a insistir en la importancia de la unidad de la clase política para afrontar una crisis gravísima. «Podemos optar por la unidad o podemos optar por las viejas divisiones y las antiguas querellas».

Repitió 18 veces la palabra ‘unidad’. No era el día para ser sutil.

«España puede» era el eslogan principal de la cita. ¿Cómo no va a poder si es un país admirable? «Ningún traspiés va a impedir levantarnos. Tras cada revés, avanzaremos de nuevo. Ningún retroceso parcial nos va a privar de esa ansiada victoria final». Es posible que el aumento de los contagios producidos en verano, que el Gobierno no esperaba que se produjera tan pronto, deba ser incluido en el apartado de retrocesos parciales, pero Sánchez no incidió en ello. No tocaba comentar las malas noticias, ni siquiera las que monopolizan ahora la atención de todos por el peligro de que sea el punto de partida hacia algo peor cuando llegue el otoño.

En esa pendiente hacia el triunfo ineludible, hubo margen para ignorar ciertas partes de la realidad. «Nadie se queda atrás», dijo, cuando hay muchos que se han quedado muy atrás, como por ejemplo los que agotaron hace meses la prestación de desempleo, los que necesitan «la ayuda para sobrevivir, ya no digo para vivir». «El problema afecta a todas las clases». La pandemia –y ahora ya no es como en marzo, esto lo debería tener muy claro ahora todo el mundo– perjudica mucho más a los que menos tienen, tanto desde el punto de vista sanitario como económico. La idea de que el coronavirus no hace distinciones es un recurso argumental que se podía emplear para convencer a la gente en la época del confinamiento, pero no en estos momentos. «Somos el país más descentralizado del mundo», dijo Sánchez en una afirmación que sólo puede ser cierta si se desconoce la existencia de los estados federales.

Si el Gobierno –o quizá sólo los ministros socialistas– confía en que las grandes empresas presionen al PP para que apoye los presupuestos o se abstenga en las votaciones, está soñando despierto. Casado no ha podido ser más claro. El nuevo portavoz nacional del partido se mantuvo en esa línea, como era de esperar. «Con los socios de Pedro Sánchez, nosotros no podemos pactar los presupuestos», avisó José Luis Martínez Almeida. A Sánchez, sólo le dejan la opción de renunciar al Gobierno de coalición y quedar aislado en medio de la nada y en manos del PP.

Quizá Sánchez sólo aspira a que el PP no sea muy duro con Ciudadanos en el caso de que el partido de Inés Arrimadas acepte llegar a algún tipo de acuerdo presupuestario con el PSOE. Sobre eso, Casado no parece con ganas de declarar la guerra a Ciudadanos. En una entrevista en La Razón, comentó que el apoyo del PP no sería necesario si los socialistas negocian con éxito con Ciudadanos, el PNV y los partidos que cuentan con un escaño. Casado ha hecho las cuentas para que los empresarios más fuertes del Ibex no le calienten la cabeza.

Unas horas después del discurso de Sánchez, tocó el momento deprimente del día con el anuncio de los nuevos contagios de coronavirus conocidos desde el viernes: 23.572 más, de los que 7.457 son en Madrid. «En cuanto al mes de agosto, tenemos un sabor agridulce. Estamos detectando un volumen enorme de casos», dijo Fernando Simón. Así que lo mejor de agosto es que ya ha terminado. Confiemos en que septiembre esté a la altura de un país tan admirable como España.

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