Nacido tras el éxito de una revolución contra un imperio, Estados Unidos siempre ha sido un país que ha presumido de su rechazo a la tiranía y de la defensa de la libertad. Aun contando con un sistema presidencialista, el funcionamiento de sus instituciones se basa en un equilibrio de poderes por el que ni siquiera el jefe de Estado tiene las manos libres para hacer lo que quiera. Eso es algo que los presidentes descubren muy pronto después de ser elegidos.
Ese sistema ha creado también todo tipo de personajes de corte autoritario hasta alcanzar con Donald Trump el punto más alto de desprecio a los derechos civiles y al mismo tiempo de cómica incompetencia. Alguien a quien leer un informe escrito de una página le supone un esfuerzo intolerable. Es además un presidente elegido en las urnas que admira sinceramente a los dictadores.
«¿Por qué le atraen tanto los autócratas al presidente? Tras una beligerante reunión sobre la relación del presidente con un dictador extranjero, un alto asesor en seguridad nacional me dio su visión. ‘El presidente ve en esos tipos lo que le gustaría tener: poder total, sin límites marcados por el Parlamento, una popularidad impuesta por la fuerza y la capacidad de silenciar a los críticos’. Dio en el blanco. Era la explicación más sencilla».
La frase procede de alguien que ha visto muy de cerca a Trump: uno de los altos cargos de la Casa Blanca de ideas conservadoras que obtuvo el nombramiento por razones de confianza política. Un tipo de derechas horrorizado por la conducta del presidente que publicó un artículo sin desvelar su nombre en la sección de opinión de The New York Times en 2018 y que convirtió su testimonio en un libro aparecido en EEUU a finales de 2019. ‘Una advertencia’, con el autor identificado como Anónimo, sale ahora en España publicado por Roca Editorial.
El libro tiene un problema. Sabemos ya tanto sobre el carácter de Trump, casi parecido al de un niño que no tolera que le digan qué no puede hacer, o de sus ideas reaccionarias que es difícil que nos sorprendamos con nuevas revelaciones. Esta semana, la lista ha aumentado. Se ha conocido buena parte del contenido del libro escrito por John Bolton, que fue durante 17 meses su consejero de Seguridad Nacional. El libro nos cuenta que Trump pidió al presidente chino, Xi Jinping, que le ayudara a ganar las elecciones de 2020 con la importación de productos agrícolas y le elogió por su decisión de levantar campos de concentración para internar a disidentes en la provincia de Xinjiang.
En julio, saldrá en EEUU un libro escrito por Mary Trump, sobrina del presidente y psicóloga de profesión, cuyo subtítulo da una pista sobre sus intenciones: «Cómo mi familia creó al hombre más peligroso del mundo». Es indudable que la industria editorial se ha beneficiado de su presidencia.
Anónimo ofrece el punto de vista de un conservador atormentado por la gestión de Trump, y al mismo tiempo con una memoria selectiva. No es un auténtico conservador, sino un oportunista, dice de él. No le falta razón, pero olvida que no se puede entender al actual presidente sin apreciar la evolución del Partido Republicano desde los años noventa hacia una fuerza política que considera ilegítimas o ‘antiamericanas’ las posiciones del Partido Demócrata, esencialmente moderadas, sobre todo en política económica. En cuanto al desprecio a otras instituciones o a los medios de comunicación, Trump es el heredero, si bien en una versión delirante, de las guerras culturales y estilo de hacer política perfeccionados por Richard Nixon desde 1968 y que han dejado una huella indeleble en los republicanos.
En estos días de convulsiones en la calle en EEUU y de lucha contra el racismo institucional, Trump tuitea de forma obsesiva sobre la «mayoría silenciosa», el concepto que Nixon utilizó en su época de forma muy rentable para sus intereses.
Es cierto que no es lo mismo una tormenta que provoca algunos daños en una ciudad que unas inundaciones que arrasan con todo. Trump ha tenido el efecto de una catástrofe natural. Anónimo sostiene que ha convertido el Gobierno del país en una versión a gran escala de sus empresas: «Un organismo mal gestionado definido por una personalidad sociópata en la dirección, lleno de luchas internas, enredado en pleitos, cada vez más endeudado, alérgico a las críticas internas y externas, abierto a acuerdos turbios, que funciona con una mínima supervisión y que está al servicio de su propietario, que solo se mira el ombligo, a costa de sus clientes».
El libro incluye numerosos comentarios anónimos de altos cargos de la Administración que comparten entre ellos su horror por lo que están viendo. Casi todos están embarcados en una misión imposible: intentar que Trump no haga cosas propias de Trump. «Va a morir gente por esto, joder», dice uno tras la decisión, luego rectificada, de retirar las tropas del norte de Siria. «Aproximadamente una tercera parte de las cosas que el presidente quiere que hagamos es una solemne estupidez», explica otro. «Otro tercio sería imposible de implementar y ni siquiera solucionaría el problema. Y una tercera parte supondría una ilegalidad flagrante».
«Es peor de lo que imaginas –escribe citando un email de Gary Cohn, jefe del consejo de asesores económicos–. Trump no lee nada: ni memorándums de una página, ni los breves documentos normativos, nada. Se levanta en plena reunión con autoridades extranjeras porque se aburre».
El libro ayuda a despejar un error en el que el propio autor incurrió cuando escribió el artículo en The New York Times. Ni los miembros del Gabinete de Trump ni sus asesores de menor nivel tenían ninguna posibilidad de reducir los daños que podía provocar el presidente. Al principio, nombró para su Gobierno a figuras respetadas por los conservadores como el general James Mattis en el Pentágono, Gary Cohn –expresidente de Goldman Sachs– para asesorarle sobre economía, o Rex Tillerson, que pasó de dirigir la petrolera Exxon a ocuparse de la Secretaría de Estado. Esos eran los adultos que iban a controlar a Trump. Todos terminaron tirando la toalla o fueron cesados.
Ya no queda casi nadie en la Casa Blanca que pueda atenuar el desastre. Los adultos se fueron y queda una corte de aduladores. Son los que acompañaron a Trump en el paseo que dio desde la Casa Blanca hasta una iglesia de Washington que había sufrido daños menores en las manifestaciones por el asesinato de George Floyd. Un truco con el que quería parecer como un tipo duro que no se asustaba ante la supuesta violencia de las calles. Una excusa para que le hicieran la foto que encabeza este artículo, y en blanco y negro para que tuviera un efecto más dramático.
El error de Anónimo, admitido en el libro, no es muy diferente al de los medios de comunicación de EEUU, que pensaban que los daños provocados por Trump no serían tan grandes, porque las instituciones norteamericanas funcionarían. El libro está escrito antes de la pandemia del coronavirus. Ahora sabemos que su estilo autocrático y soberbio ha tenido un alto precio en vidas.
Anónimo dice que Trump no es un dictador, sino una persona con «tendencias autoritarias». Sin embargo, la descripción que hace de la Corte de Trump no es tan diferente a esas dictaduras del Tercer Mundo donde los asesores compiten en complacer los deseos del presidente, ríen sus gracias, aceptan sus mentiras como hechos irrefutables y persiguen a los enemigos del hombre fuerte con saña.
Anónimo recuerda uno de los comentarios vejatorios de Trump que trascendió a los medios cuando llamó «shitholes» (lugares de mierda) a algunos países de los que procedían personas que querían emigrar al país. No es un concepto muy académico ni sofisticado para describir a un país, pero puede servir para explicar lo que hoy es el sistema político de EEUU gracias a su presidente.