Tan tranquilo que parecía y al final se le acabó la paciencia a Fernando Simón. En ruedas de prensa anteriores, había escuchado algunas preguntas que eran, digamos, no muy perspicaces. No se había inmutado e incluso había utilizado el viejo truco de ‘me alegro de que me haga esa pregunta porque me permite hablar de un tema importante’. El sábado, no. Escuchó una que le hizo pensar: hasta aquí.
El comandante Simón mandó parar.
Un periodista valenciano planteó por qué no se había aceptado la posición del Gobierno de esa comunidad, por qué les habían suspendido. El portavoz del comité de seguimiento del coronavirus no aceptaba la premisa ni el lenguaje. Esto no es una competición de comunidades autónomas en las que unas triunfan y otras salen derrotadas. No es un ranking de listos y tontos. No es el festival de Eurovisión (aunque han salido algunos memes muy buenos a cuenta de eso). «Me gustaría que no plantearan esto como una carrera», dijo. «Mucho cuidado con las expresiones, porque nadie ha suspendido».
Ningún hombre es una isla, como sabemos desde el siglo XVII. En la situación actual, las comunidades autónomas, tampoco. Expresado en términos simonianos: «En este proceso, vamos todos juntos. Si suspende uno, suspendemos todos». Nadie va a salir de esta con bares abiertos, empresas en funcionamiento, fiestas en la calle y alegría popular, si en el mismo país otras autonomías están encerradas y bloqueadas sufriendo un nuevo aumento de casos.
«Si es una carrera, vamos a llegar a donde ninguno quiere llegar, porque se producirá un rebrote y porque se tomarán decisiones por la razón equivocada», explicó Simón. El problema de una carrera es que cada competidor quiere ganar al precio que sea.
Hasta cierto punto, no es descabellada la idea de un examen para definir todo este proceso por el que las autonomías van pasando a una fase posterior. Unos lo sacan al principio, otros deben esperar más tiempo. Los gobiernos autonómicos presentan su balance y el Ministerio de Sanidad decide. Pero cuando apuras el símil y hablas de aprobados y suspendidos, ya sabes lo que va a pasar. Nadie quiere volver a casa y enseñar el boletín de notas con un suspenso. Porque más adelante hay otro examen –las elecciones– y ya sabemos lo que se juega cada uno.
Varios titulares periodísticos incidieron el sábado en ese error. Por razones políticas en algunos casos. En otros, por cuestiones de lenguaje periodístico. «El Gobierno castiga a Andalucía», tituló en portada el ABC de Sevilla con una foto de Simón. La decisión definitiva no era suya, sino del ministro de Sanidad, pero en la derecha hace tiempo que se ha asentado la idea de que para tumbar al Gobierno es necesario triturar antes la credibilidad del doctor.
El caso es que seis de las ocho provincias andaluzas han pasado a la Fase 1, lo que en cierto modo es un gran éxito, pero se han quedado fuera Málaga y Granada, y entonces todo esto se convierte en un castigo intolerable. Hay algo aún mejor. La Junta andaluza exigía que todas las provincias pasaran pantalla, excepto las ciudades de Málaga y Granada, lo que hubiera obligado a aislar dos grandes ciudades, como se hizo en su momento con Igualada, y esa es una situación difícil de gestionar que parece que el Gobierno está intentando evitar. Cuanto mayor sea la unidad que cambie de fase, más factible será controlar su movilidad interna.
La Junta optó por la guerra entre comunidades y se quejó de lo que llamó agravio comparativo. «¿Qué criterios tiene Navarra mejores que los nuestros?», afirmó su consejero de Salud. El Sur contra el Norte. El Norte contra el Sur. Esa historia ya la hemos visto antes y no suele acabar bien.
En los juegos del hambre autonómicos, ganas si dejas a alguien detrás y puedes presumir de ello.
«Valencia suspende y la mayoría de la población se queda en la fase cero», colocó Las Provincias en portada. Nadie quiere ser suspendido y eso genera resentimientos. La Generalitat valenciana reclama explicaciones y que se revise el veredicto. Su consejera de Sanidad alega que el Ministerio les dio «una matrícula de honor», lo que es dudoso si pensamos en la decisión final. He aprobado, me han suspendido. Esa es una interesante distinción lingüística, habitual entre estudiantes.
Cada Gobierno autonómico tiene derecho a sostener que su situación es buena, pero está claro que si dependiera de su decisión, casi toda España estaría como mínimo en Fase 1 y algunas directamente en Fase 2 y a punto de alcanzar la Fase 3. De hecho, la Xunta de Galicia ya ha dicho que pedirá pasar a la Fase 2 en dos semanas. Es lógico que aspiren a estar en esa posición, pero no pueden estar seguros de que lo vayan a conseguir a menos que hayan desarrollado facultades adivinatorias.
En el plano más humorístico, La Razón tituló: «El Gobierno niega la Fase 1 a Madrid sin criterio técnico». Sólo tenían que haber echado un vistazo al informe de la directora de Salud Pública que dimitió en desacuerdo por la decisión política de pedir el cambio de fase sin razones sanitarias y epidemiológicas que lo justificaran.
Madrid ha sido esta semana el escenario de un gran espectáculo de luz y sonido por cortesía de su presidenta, Isabel Díaz Ayuso, y su vicepresidente, Ignacio Aguado. Contra el criterio de su consejero de Sanidad y de la directora dimitida, por no hablar de la terrible realidad de la pandemia, los responsables del Gobierno reclamaron el paso a Fase 1. Al conocer la decisión final, Aguado tardó sólo minutos en intentar lanzar contra el Gobierno a autónomos y pequeños empresarios. Dijo que la decisión del Gobierno «supone que miles de autónomos, bares y pequeños comercios no podréis abrir este lunes». Ya sabéis a quién tenéis que culpar, no al Gobierno madrileño que ha dado los mejores titulares de la semana.
Fernando Simón no ha querido meterse en líos políticos. Como en ruedas de prensa anteriores, elogió a los gobiernos por lo conseguido.»Todas las comunidades autónomas han hecho un trabajo excepcional», dijo y luego también fue generoso en concreto con Madrid y la Comunidad Valenciana.
«Esto no se ha terminado todavía y hay un altísimo riesgo de que demos un paso atrás». Y si eso ocurre, no habrá comunidades vencedoras y perdedoras. Perderemos todos.