Los quince países con mayor gasto militar en el último siglo

En mitad de la crisis del coronavirus, el inmenso poderío militar de algunos países parece bastante inútil. El mayor símbolo fue el portaaviones francés ‘De Gaulle’. Tras recalar brevemente en el puerto de Brest, donde se sospecha que se originó el problema, partió a una misión de entrenamiento que tuvo que interrumpirse antes de tiempo. 1.081 de sus marineros habían dado positivo por coronavirus.

Se desconoce hasta ahora si algunos países decidirán reducir de forma significativa sus presupuestos de Defensa. No es muy probable en principio a menos que se produzca un descenso generalizado del gasto público. Como se puede ver en el vídeo, que muestra los quince países con mayor presupuesto de Defensa en cada año, el aumento del gasto militar ha sido una constante desde 1914.

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La distancia social, según Wes Anderson

La idea de utilizar imágenes de películas de Wes Anderson para dar ejemplos de distancia física no puede ser más acertada. Aquí es cuando se nota que un director compone cada plano con un cuidado exquisito.

Y de postre: un ensayo sobre ‘El Gran Hotel Budapest’.

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Un poco de trampa con los números para alcanzar la cifra de tests prometidos

El Gobierno británico prometió hace semanas que estaría haciendo 100.000 tests diarios de coronavirus a finales de abril. Eso después de que la promesa anterior de realizar 25.000 tests diarios no se hubiera cumplido. Como otros países, Reino Unido ha conseguido aumentar su capacidad de realizar esas pruebas, aunque continúa con problemas para contar con el número de laboratorios suficiente y, sobre todo, los productos químicos necesarios.

En la última semana, ese esfuerzo se había notado en las cifras. No parecía que fueran a llegar a la cota deseada. El 29 de abril, se comunicó la cifra de 52.429 pruebas con el añadido de que el país contaba con la capacidad de hacer 73.000 diarios. Lo que cuenta en estos casos no es tanto lo segundo como lo primero, pero era un indicio de que estaban acelerando la maquinaria. Al día siguiente, otro impulso hacia arriba: 81.611.

Casi todos los gobiernos han hecho trampas en algún momento con los números en el esfuerzo de aparentar que estaban haciendo todo lo posible para afrontar la pandemia. Ahora el Gobierno de Boris Johnson ha dado un paso más. Con su primer ministro ya recuperado y en su despacho, no se podía permitir suspender en el examen que se había autoimpuesto.

Llegó el último día del mes y al día siguiente se dio la cifra. De forma milagrosa, se había superado la meta. Superado en el más amplio sentido de la expresión. Número de tests realizados el 30 de abril, según se ha conocido el 1 de mayo: 122.347.

Después, se ha conocido el truco. Se hizo el test a 73.191 personas. La cifra real de pruebas hechas fue de 81.978. ¿Dónde hay que buscar los 40.369 restantes? Son tests enviados el jueves a domicilios y centros que podrán realizarlos en los próximos días.

Había que superar la cifra mágica de 100.000 como fuera.

Al menos, sí se puede decir que Reino Unido ha aumentado en la última semana de forma muy significativa su capacidad de hacer tests.

Según los datos conocidos este viernes, se ha comunicado la muerte de 739 personas en las últimas 24 horas en el país. La cifra total de fallecidos es 27.510.

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El PP quiere que volvamos a abrir el Parque Jurásico: esta vez será diferente

Una broma recurrente sobre la serie de películas de ‘Jurassic Park’ es quedarse perplejo ante la manifiesta incapacidad de los personajes de darse cuenta en cada entrega de que la idea de crear un parque temático con las criaturas más terribles que han pisado la Tierra –sólo por aspecto, el ser humano es mucho más letal– sólo puede ocasionar una gran pérdida de vidas y un desastre económico gigantesco, además de escenas emocionantes con muchas carreras. A pesar de eso, la apuesta se sigue doblando. Sólo les queda cruzar un Tiranosaurio Rex con restos genéticos de Adolf Hitler para producir otra criatura aterradora que será inherentemente destructiva.

Básicamente, la franquicia consiste en mostrar todas las formas en que el personaje de Jeff Goldblum tenía razón, pero nadie le hacía caso.

En economía, eso no es insólito. En la crisis financiera de 2008 se descubrió con horror que muchos bancos eran «too big to fail» en algunos países. Demasiado grandes como para permitir que se hundieran si estaban en quiebra, no importa cuánto dinero de los contribuyentes hubiera que quemar en su rescate.

¿Cuál fue la consecuencia de la crisis en ese sector? Los grandes bancos se hicieron más grandes. Los Jeff Goldblum de las finanzas se quedaron en casa mirando al techo y preguntándose: no me puedo creer que vaya a ocurrir lo mismo.

En la crisis del coronavirus, el Partido Popular ha decidido adoptar el rol de los promotores del parque de los dinosaurios. Sí, la última vez murió un montón de gente y además de forma terrible, pero si sale bien, vamos a ganar millones. Esta vez será diferente. En el caso del PP, se hace el cálculo en términos de millones de votos. Los partidos siempre piensan a lo grande.

En la comparecencia del ministro de Sanidad en el Congreso, la portavoz del PP puso el listón tan alto que es imposible que el Gobierno pueda llegar a él ni aunque empiece a pegar saltos. Y si lo intentara, sería de una irresponsabilidad homicida. «Debemos volver a la normalidad que ya teníamos. Queremos la misma», dijo Cuca Gamarra. Poco después, insistió: «Queremos que nos devuelva la vida que ya teníamos el 14 de marzo».

¿Coronavirus? ¿La mayor epidemia en un siglo? ¿La enfermedad que ha arrollado a los sistemas sanitarios de los grandes países de Europa occidental? Me da igual. Quiero que me devuelva la vida que disfrutaba el 13 de marzo. ¿No hay vacuna para este virus? A mí que me cuentas.

No hay que ser epidemiólogo para saber que eso es imposible. Un científico diría que es el equivalente a jugar a la ruleta rusa con cinco balas en el tambor. ¿Qué puede salir mal?

El Gobierno ha anunciado un plan de desescalada con dos características: es muy cauto y será controlado por el Ministerio de Sanidad, que es lo mismo que decir que será controlado por Moncloa. No hay fechas concretas, sino una separación por fases que será dictada desde Madrid. El viejo paradigma de la política española, que no ha cambiado tanto como cree la gente desde la llegada de las autonomías.

Habrá comunidades que pasen la selectividad muy pronto y otras que quedarán para septiembre. Y no será porque no han estudiado lo suficiente, sino por aspectos que están fuera de su control. El virus es aún quien marca los ritmos, no el Gobierno central ni los autonómicos.

Para saber hasta qué punto eso es correcto o no, veamos el caso de Alemania. Como Estado federal, los Länder tienen más competencias que las autonomías españolas. Esto es lo que dijo Christian Drosten, el virólogo que es el principal experto de Angela Merkel: «Hay presión política y económica para regresar a la normalidad. El plan federal es levantar el confinamiento de manera gradual, lentamente, pero como cada Land [Estado de la república federal] puede decidir y aplicar sus propias reglas, temo que seamos testigos de una gran creatividad en la aplicación de ese plan. Me temo que la tasa de reproducción aumentará de nuevo y seremos testigos de una segunda ola de contagios».

La política española no tiene nada que envidiar a la alemana en términos de creatividad. Eso se traduce en mayores riesgos y en el peligro de que la enfermedad vuelva con toda su fuerza.

Ese es el riesgo que hay que asumir, que también existe en Estados Unidos. Es otro Estado federal, pero en el que los gobernadores pueden elegir sus salidas sin esperar a lo que diga Washington. No quiere decir que lo tengan fácil. Dicho de una forma un poco brutal, cada uno de ellos debe decidir cuántos muertos está dispuesto a aceptar en la decisión de levantar las restricciones y poner en marcha otra vez la economía.

Son muy conscientes de eso y no construyen castillos mágicos en el aire en los que se pueda regresar a la normalidad del 13 de marzo, a una idea mágica y falsa donde no existe ya el coronavirus, como parecía exigir Cuca Gamarra.

Hasta que no haya vacuna o un tratamiento médico eficaz y comprobado contra la enfermedad, estaremos obligados a convivir con la Covid-19 y con los riesgos inherentes. De eso, no hablan tanto los políticos de la oposición en España. Quedas mejor cuando vendes el concepto ficticio de riesgo cero.

En un debate típico de la política española, la decisión del Gobierno de considerar la provincia como unidad de medida ha resultado muy polémica. Al ser la provincia un elemento fundamental del proceso de centralización del Estado en el siglo XIX, a los nacionalistas les ha dado un ataque. Pero en las comunidades con gobiernos sin partidos nacionalistas, también ha causado un gran rechazo.

Todo el mundo quiere que cada Gobierno pueda elegir qué zonas liberar del yugo del confinamiento cuanto antes al tener menor riesgo. Escuchemos a Miguel Hernán, catedrático de Epidemiología en la Universidad de Harvard (del Harvard de verdad, no del de Aravaca) y miembro del comité de expertos que asesora al Gobierno: «La decisión sobre la unidad de territorio es bastante compleja. Se deben tener en cuenta dos cosas: deben existir datos diarios para esa unidad y tiene que existir posibilidad de implementación práctica. Existe un consenso en que la comunidad autónoma es demasiado grande y que el área de salud es demasiado pequeña, porque mucha gente se mueve diariamente a través de varias áreas».

Ha habido problemas para conocer los datos sobre la incidencia de la pandemia en algunas autonomías. Es difícil creer que será factible conocer esa información día a día en unidades más pequeñas. Se puede llegar al nivel de la provincia, pero no mucho más abajo. Eso generará malestar en el plano local. Es posible que la gente haya aprendido desde marzo sobre la imposibilidad de pensar que el coronavirus es un problema de los demás.

El Gobierno insiste en que está dispuesto a escuchar a los gobiernos autonómicos sobre la aplicación de la desescalada. Ya lo dijo el primer día Pedro Sánchez, aunque habrá que esperar a lo que suceda para comprobar si va en serio. De entrada, Sánchez se escaqueó en la sesión de la Comisión de las Comunidades Autónomas en el Senado, lo que es un mal augurio, además de un error político evidente.

Desde Moncloa, se dice que estamos todos juntos en esto. No ha sido así en las relaciones entre instituciones. El Gobierno anuncia medidas en ruedas de prensa y luego las comunica a las comunidades autónomas. Lo mismo a algún genio de la comunicación política se le ocurre dar la vuelta a ese método. Aunque no lo parezca a primera vista, el primer beneficiado será el Gobierno central.

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Érase una vez una tierna y pura presidenta de Madrid que vivía en una casa hecha de dulce y mazapán

Érase una vez una presidenta de la Comunidad de Madrid que confiaba tanto, tanto, tanto en la izquierda que hasta se olvidó de que formaba parte del ala más conservadora del PP. Después de años de trabajar duro cerca de Esperanza Aguirre y de intentar copiar su estilo abrasivo, un día sufrió un acceso de locura y pasó a ser abducida por la pérfida izquierda y sus acreditados métodos de control mental. Tan poderosos que debieron de ser diseñados por el KGB en algún laboratorio secreto. Sólo así podían haber doblegado la voluntad de Isabel Díaz Ayuso.

Allá por febrero la presidenta iba feliz por la vida sin saber que ya no era libre. En televisión, llegó a decir el día 26 que no había de qué preocuparse. Sólo era una gripe y el sistema sanitario de Madrid estaba perfectamente preparado para cualquier contingencia. No era ella quien hablaba, sino algún comisario prosoviético que era el que elegía sus palabras. Es raro que la presentadora del programa no se diera cuenta y no le avisara. ¿Eres tú realmente, Isabel? ¿No es el Maligno el que habla por tu boca?

El experimento de manipulación de la voluntad no se limitaba a Ayuso. Su directora general de Salud Pública envió el 5 de marzo una carta con las principales medidas sanitarias recomendadas. Una frase destacaba en el texto: «La población general puede continuar con su actividad con toda normalidad». ¿Acaso era como en la película ‘La invasión de ladrones de cuerpos’ y la izquierda había colocado vainas en los domicilios de los dirigentes del PP madrileño para que los sustitutos ejecutaran sus planes?

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Un plan de desescalada o cómo empezar a correr mientras te atas las zapatillas

En política, es frecuente que si a los políticos les resulta difícil encontrar la solución a un problema, decidan cambiar el nombre al problema. Abrir el campo para referirse a otras situaciones en las que pisas terreno más sólido o seleccionar un mensaje más ilusionante. Lo segundo es especialmente valioso si a la gente se le está acabando la paciencia.

Moncloa informó el martes de que el «comité técnico de gestión del coronavirus» tendrá ahora un nuevo nombre: «comité técnico para la desescalada». Adiós, coronavirus (un enemigo correoso). Hola, desescalada (un instrumento para alcanzar la victoria). La palabra de la que todos hablan sin estar muy claro hasta dónde puede llegar al depender de lo que sucederá en las próximas semanas. Por cierto, lo llaman comité técnico y no lo es. Presidido por Pedro Sánchez, está compuesto por cuatro vicepresidentes, seis ministros y cuatro altos cargos, además del único técnico, Fernando Simón. Otro ejemplo de retorcer un poco el lenguaje para que signifique otra cosa.

Antes de sacar la maza de pegar a los políticos, conviene tener en cuenta que el Gobierno asume que la cuerda no se puede estirar mucho más. Con un impacto económico terrible, el primer partido de la oposición disparando cada día con todas sus armas y el lógico cansancio de la opinión pública, las opciones se reducen. Los gobiernos ya no controlan el calendario, pero están obligados a fingir que sí lo hacen.

Por eso, al final Sánchez ofreció el martes el calendario sin fechas, otra innovación de la era del coronavirus. El objetivo es alcanzar la «nueva normalidad», que es como la normalidad de antes pero con mascarilla y con un semáforo en intermitente en cada esquina, porque nos arriesgamos a volver al punto de partida.

En una rueda de prensa mal concebida y con algunas explicaciones confusas, Sánchez presentó el plan general de la desescalada: gradual, asimétrica y coordinada. Lo último resultó ser falso. Una vez más, los presidentes autonómicos se enteraron por los medios de comunicación. El presidente optó por asumir todo el protagonismo –y no cederlo por ejemplo al ministro de Sanidad o a la ministra portavoz– y ser él quien detallara las cuatro fases con las que se pondrá fin al confinamiento en un periodo de tiempo que irá del 11 de mayo a finales de junio.

A la hora de bajar a ejemplos concretos, se echó de menos más claridad y una mayor diferenciación entre lo que podrán hacer los ciudadanos y los establecimientos comerciales.

Como uno de los países más castigados por la pandemia, España tendrá una recuperación lenta y muy controlada por el Gobierno central. Varios gobiernos autonómicos habían pedido que les dejaran introducir excepciones o ritmos diferentes dentro de cada provincia.

Estaba claro que eso no iba a pasar. Supondría que el Gobierno central perdería el control de la situación. Muy influidos en la mayoría de los casos por los empresarios de cada región y también angustiados por las consecuencias económicas de la crisis, no habrían tardado mucho tiempo en abrir la mano. Y no hay que olvidar una cosa. Si las cosas no salen bien y hay que volver al confinamiento en dos o cinco meses, a quien van a culpar es al Gobierno central, no a los autonómicos. Ya se ocuparán de eso los presidentes de estos últimos.

Frente a la presión del PP para poner fin a todo cuanto antes, Sánchez optó por frenar las expectativas. «El virus no se ha ido», dijo haciendo pausas entre las palabras. «Si tenemos que elegir entre prudencia y riesgo, el Gobierno siempre elegirá la prudencia».

Prudencia es una palabra que nadie debería desdeñar en un país que ha sufrido al menos 23.822 muertes. No al precio de dar a entender que es posible asumir una vuelta a la normalidad –perdón, nueva normalidad– sin riesgos. Eso es pura ficción cuando cada día leemos opiniones de científicos y médicos que nos recuerdan todo lo que no sabemos, que es muchísimo («aún no sabemos cómo nos está matando el coronavirus», decía el titular de un artículo que explica muy bien el alcance de la incertidumbre médica).

Pablo Casado no hace más que repetir que exige un plan para salir «sin riesgos». No lo ha puesto sobre la mesa porque no existe en ningún lugar de Europa. Nadie está tan loco como para creer que la pandemia ya ha finalizado. El líder del PP también reclama nuevos derechos para los ciudadanos. «Los españoles tenemos derecho a saber si estamos sanos y el Gobierno tiene el deber de hacer test a todos». Es otra reclamación imposible de cumplir (Alemania ha realizado dos millones de tests en un país de 83 millones de habitantes; Corea del Sur, 600.000 con 51 millones de personas).

Algunos datos de la evolución de la pandemia son indudablemente positivos en España. Seis comunidades autónomas, más las ciudades de Ceuta y Melilla, no tuvieron el martes ningún ingreso nuevo en las UCI. Otras ocho ofrecieron cifras de cinco o menos (Galicia no aportó datos ese día). Las únicas con números más altos son Madrid y Catalunya. Esas dos comunidades sumaron 593 de las 878 nuevas hospitalizaciones. En otras palabras, 33 millones de españoles viven en lugares en los que se puede decir que el sistema sanitario no está trabajando ya cerca del límite de sus posibilidades. Ese es uno de los factores con que se justificó las medidas de confinamiento, pero no puede ser el único para salir de él.

El PP y la Generalitat catalana tardaron solo minutos en descalificar la planificación ordenada por Moncloa, cuando los periodistas aún estaban digiriendo toda la información facilitada (inevitablemente los pdf resultaban más claros que los comentarios de Sánchez). «Ni GPS, ni timón, ni nadie a los mandos», dijo el número dos del PP, lo que contradice la evidencia que nadie puede ocultar y es que el presidente pretende asumir un control absoluto de los ritmos de desescalada.

«Catalunya vuelve a 1833», protestaba Quim Torra, airado por el uso de la provincia como unidad de medida en la desescalada. Spoiler: las provincias siguieron existiendo en el siglo XX y XXI. Él hubiera deseado que el Gobierno dejara a las autonomías el control (soñar está bien, pero es mejor que los políticos sean realistas sobre el ejercicio del poder) o que el Govern pudiera hacer un tratamiento personalizado de cada región sanitaria catalana, aunque no se puede decir que el experimento de aislar Igualada sirviera de mucho. Por no hablar de que los catalanes saben en qué provincia viven y no está claro que sepan cuál es su región sanitaria.

Políticamente, la desescalada no se diferenciará mucho de todas las etapas anteriores. Controlada por el Gobierno central, asediada por la derecha y contemplada con una mezcla de temor y esperanza por la población. En todos los países, se dice que es imposible descartar una segunda oleada del coronavirus desde el otoño. La política española es más de jugárselo todo a una carta.

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La cifra real de muertos por el coronavirus en todo el mundo puede ser un 60% más alta que la conocida

El PP y Vox acusan al Gobierno español de estar ocultando la cifra real de muertos por el coronavirus. La realidad es que pocos gobiernos conocen ese dato, entre otras razones porque la pandemia entró en sus países mucho antes de que se diera la voz de alarma o se tomaran las primeras medidas. El exceso de mortalidad en muchos países da una idea más real sobre el coste social de la enfermedad. Financial Times:

La cifra de muertos por el coronavirus podría ser casi un 60% más alta que la difundida por los recuentos oficiales, según un análisis del total de fallecimientos durante la pandemia en 14 países. Las estadísticas de mortalidad muestran 122.000 muertes por encima de los niveles normales en estos lugares, un número considerablemente mayor que la cifra oficial de 77.000 muertes de la que se informa en relación al mismo periodo de tiempo.

Si ese mismo nivel de información inferior a la realidad se estuviera produciendo en todo el mundo, la cifra total pasaría de los 201.000 fallecimientos conocidos a 318.000.

La estimación del FT indica que el número real de muertes es un 61% superior al conocido en Bélgica, un 51% en España, un 42% en Holanda y un 34% en Francia. Ese porcentaje extra puede deberse a varias razones, como los fallecimientos producidos por enfermedades no tratadas durante este periodo de tiempo o por personas que decidieron no ir al médico por miedo al contagio en centros sanitarios. En muchos países, tampoco se ha contabilizado con precisión el número de personas fallecidas en residencias de ancianos y su relación con el coronavirus.

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La ciencia no entiende que el coronavirus bien vale una misa

La ciencia siempre termina desenmascarando a los políticos. Desgraciadamente, a veces lo hace demasiado tarde porque necesita su tiempo y porque los políticos hacen mucho más ruido. Sin embargo, en estos tiempos en los que pasan décadas en una semana, hasta se consigue adelantar a algunos de ellos. Tampoco es que a los políticos ventajistas les importe mucho.

Este fin de semana, la OMS desbarató los planes de los que creían tener la solución mágica e indolora. Los llamados ‘pasaportes inmunológicos’ se habían convertido en la ‘bala de plata’ contra el hundimiento económico causado por la pandemia de coronavirus. Descubrimos quiénes están inmunizados al haber estado contagiados, con o sin síntomas, y les damos vía libre para que vuelvan al trabajo, mientras los demás sólo deben esperar un poco porque vamos a hacer tests masivos a centenares de millones de personas en todo el mundo en cuestión de semanas. Eso originaría la existencia de ciudadanos de primera y segunda clase durante un tiempo. Un asunto éticamente dudoso. Pero si funciona, no lo dudes. Prueba superada. Vuelta a la normalidad. ¿Ven cómo no era tan difícil?

«No hay pruebas actualmente de que la gente que se haya recuperado del COVID-19 y tenga anticuerpos esté protegida de una segunda infección» (y por tanto de que no pueda contagiar a otras personas), dijo la OMS.

Pero la OMS sabe mucho menos de ciencia que Pablo Casado. El sábado, el líder del PP reiteró su lista habitual de exigencias al Gobierno: «Exigimos test masivos para que los españoles salgan cuanto antes sin riesgos y la economía se reactive». Voilà. Saber que sin tests y sin conocer el alcance real de la pandemia en cada país no se puede planificar la respuesta no te convierte en candidato al Premio Nobel. La OMS lo dijo hace tiempo marcando el camino que cada Gobierno está obligado a recorrer. Pero además Casado introdujo la condición imposible que ningún país puede cumplir, «que los españoles salgan cuanto antes sin riesgos». Es el recurso con el que podrá acusar al Gobierno de haber sacado tarde al país del confinamiento y en su caso de haber decretado muy pronto su fin si las cosas vienen mal dadas.

En el mundo de las palomitas y las gominolas de Casado, es posible escapar de la sombra del coronavirus sin riesgos. Es sólo el Gobierno el que no quiere que eso se produzca a causa de su pura maldad. En su argumentario distribuido a los dirigentes del partido, el PP sostiene que el Gobierno ya sabía en febrero todo lo que iba a pasar: «También los propios datos que tenía el Gobierno, porque sabía ya en febrero que el virus había entrado por nuestro país por 15 vías diferentes».

Es falso. El texto se refiere a un artículo que no decía eso. Hablaba de un estudio genético que ha llegado en abril a la conclusión de que el coronavirus ya circulaba en España en febrero, no que el Gobierno lo supiera entonces. Es un análisis que se puede hacer extensible a otros países europeos y a EEUU.

Confiar en los consejeros de los científicos que trabajan en la Administración debería ser mejor que manejar interpretaciones manipuladas de un estudio, pero se ha convertido en un test político a partir de la decisión de la extrema derecha, que ha arrastrado a otros fuera del mundo de Vox, de hacer a Fernando Simón el responsable de todos los percances. Un columnista de ABC le ha llamado «el Tío de la Rebequita» (es más sencillo reírse de alguien por su forma de vestir que disputar sus conocimientos). Otro se ha quejado de su «lenguaje melifluo, aproximativo, especulativo» (ignorando que cuando la ciencia no conoce la razón exacta de algo está obligada a reconocerlo). Hay gente en la derecha que está convencida de que toda la OMS debería dimitir. Para los asesores científicos en España, no descarta que tengan que pasar por la Audiencia Nacional.

Es conveniente sospechar de las intenciones de los políticos que exigen soluciones sin riesgo para permitir la salida de la gente a la calle o la vuelta generalizada a los centros de trabajo. No hay ninguna alternativa en estos momentos que carezca de efectos secundarios o situaciones muy difíciles de controlar. No es exactamente un salto en el vacío, pero cuanto mayor es, más dudas surgen sobre si habrá debajo una red lo bastante grande.

Este domingo, se volvió a comprobar ese dilema. Era el primer día en que los padres podían dar un paseo de una hora con sus hijos. Una medida que no carece de riesgos, pero que el Gobierno no podía retrasar por más tiempo. Millones de niños por la calle con uno o dos progenitores no suponen una situación fácil de controlar –los paseos marítimos fueron un imán– o valorar. Hubo escenas preocupantes por la acumulación de gente en algunas zonas y otras mucho más tranquilizadoras. Como todo lo que ha ocurrido en esta crisis, la gente va aprendiendo cada día. Si no lo hace, vamos a tener problemas y ya saben cuáles.

El domingo fue también el día en que se celebró otra de las conferencias de presidentes autonómicos en las que Pedro Sánchez les informa de lo que ha decidido y promete escucharles antes de que vuelva a tomar otra decisión por su cuenta. El decreto de estado de alarma le avala legalmente, pero le deja vulnerable a las críticas de los gobiernos autonómicos. Algunos de ellos desearían un modelo parecido al Estado federal alemán, olvidando que en España no hay un Estado federal y que en Alemania la última palabra también la tiene Angela Merkel. La diferencia, no menor, es que Merkel ha decidido después de escuchar a los gobiernos de los länder cuando había que dar un paso más sobre la retirada progresiva de las prohibiciones.

En esa reunión por videoconferencia, Isabel Díaz Ayuso volvió a dar la nota. En las anteriores, había sido la única en tener problemas por razones técnicas o la única en aparecer tarde porque antes tenía que presenciar cómo aterrizaba un avión en Barajas con material de ayuda (ella no lo descargó). Este domingo, también contaba con otro compromiso ineludible, por el que tuvo que intervenir al principio para largarse acto seguido. Debía asistir a una misa en la catedral de la Almudena por las víctimas del coronavirus en la que estuvieron un puñado de autoridades. La misa fue retransmitida en directo por Telemadrid, lo que seguro que no tuvo nada que ver con la presencia de Ayuso.

Mientras, en la reunión se quedaron a seguir trabajando presidentes de comunidades autónomas en los que hay un número muy pequeño de casos de coronavirus comparado con el de Madrid. Los mismos que hace unos días tuvieron que escuchar a la responsable de la sanidad madrileña y sus residencias de ancianos decir que las demás autonomías habían «espabilado» gracias a Madrid. La comunidad donde han fallecido 7.922 personas.

Pero no entendían que la misa televisada empezaba a las 12.00. Hay gente que no tiene claras las prioridades.

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Brad Pitt en el papel del doctor Fauci

El doctor Anthony Fauci ha terminado apareciendo en el programa de televisión que más detesta Donald Trump, Saturday Night Live. No en persona, claro, sino a través de una parodia interpretada por Brad Pitt. El sketch recupera algunas de las declaraciones más absurdas del presidente en relación al coronavirus, lo que incluye sus últimas sugerencias sobre el poder curativo del desinfectante en el cuerpo humano.

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«Socialismo para los ricos, capitalismo duro para el resto»

El hundimiento económico provocado por la pandemia del coronavirus ha provocado algunas reacciones inesperadas. La del multimillonario norteamericano Leo Cooperman es una de ellas. «Creo que todo por lo que vamos a pasar tendrá unas consecuencias muy claras a largo plazo. La número uno: el capitalismo tal y como lo conocemos cambiará probablemente para siempre», dijo el máximo responsable de un fondo de inversiones que trabaja exclusivamente para personas y compañías muy ricas. El patrimonio personal de Cooperman supera los 3.000 millones de dólares.

Cooperman ve claro que el efecto inmediato de la crisis pasará por un aumento de las regulaciones ordenadas por el Estado y por el incremento de impuestos. «Cuando se reclama al Gobierno que te proteja cuando las cosas van muy mal, tienen todo el derecho a regularte si las cosas van bien», explicó al referirse a las ayudas que sólo en EEUU terminarán alcanzando billones de dólares.

Su razonamiento no carece de lógica, pero también se decía lo mismo después de 2008. Lo que acaba de ocurrir en Estados Unidos con el primer paquete importante de ayudas a la pequeña empresa indica hasta qué punto el sistema político es capaz de conseguir que salgan ganando los mismos de siempre, es decir, las corporaciones que cuentan con más fondos y especialmente con más influencia en las instituciones.

El programa Paycheck Protection Program (PPP) aprobado por el Congreso pretendía ayudar a pequeñas y medianas empresas a que sobrevivieran al primer impacto de la crisis. Como se puede apreciar por su primera palabra (nómina), debía servir para que los trabajadores no fueran despedidos y mantuvieran sus salarios. Se trata de un programa de préstamos que se convierten en subvenciones si la empresa no puede devolverlos y demuestra que el dinero recibido se ha utilizado en ocuparse de los costes laborales o de alquiler. La dotación total era de 349.000 millones de dólares. Era, porque ya se consumió entero.

La rapidez con que se esfumó dice mucho de la catástrofe económica que se está viviendo. Eso sólo es una parte de la historia. A diferencia de lo que opina Cooperman, el capitalismo tal y como se conoce en EEUU sabe reaccionar con mucha rapidez pulsando las teclas que siempre han funcionado.

La sorpresa –si se le puede llamar así– se extendió al saberse los nombres de algunas empresas beneficiadas. Shake Shack, una cadena de restaurantes con 200 locales por todo el mundo y 595 millones de ingresos en 2019, recibió diez millones gracias al PPP (los devolvió después tras las críticas recibidas). No tenía problemas de liquidez. Obtuvo 150 millones unos días después con la emisión de sus acciones en Bolsa.

Otras compañías de características similares, y que también cotizan en bolsa, recibieron también el máximo permitido, como Potbelly, Quantum y Hallador Energy, o a veces más si una de sus filiales había hecho la misma petición de fondos. El sector más beneficiado fue el de la construcción, con un 13,1%. Resultó favorecido por su estrecha relación con los bancos, que son quienes gestionan la solicitud de ayudas y que les dieron prioridad, según un análisis de KBW.

¿Dónde estaba el truco? Las empresas debían tener una plantilla máxima de 500 trabajadores, un límite de entrada muy alto para las pymes. Gracias a una enmienda en el Senado promovida por las empresas de lobby que trabajan para el sector de la restauración, ese límite se aplicaba al personal que trabajara en cada una de sus instalaciones. Hay pocos restaurantes que cuenten cada uno de ellos con más de 500 empleados. Uno de los senadores que promovió esa enmienda fue el republicano de Florida, Marco Rubio.

Entre los beneficiados estaba un amigo del partido. Empresas propiedad del millonario Monty Bennett recibieron en total 59 millones. Una de ellas tiene 100 hoteles por todo el país y ninguno de ellos tiene en solitario medio millar de trabajadores. La enmienda le encajaba como un guante. ¿Cómo no ayudar a Bennett que había donado 150.000 dólares al comité de reelección de Donald Trump y otros candidatos republicanos en los últimos seis meses?

El programa se adjudicaba por estricto orden de llegada. Las corporaciones que tienen en nómina a un nutrido grupo de abogados y contables expertos en sacar subvenciones a la Administración y con mejores relaciones con los bancos salieron beneficiadas. Las auténticas pequeñas empresas descubrieron que los fondos asignados al programa se habían agotado cuando les llegó el turno.

Las protestas posteriores causaron indignación a algunos políticos, en algunos casos bastante impostada. Como era de esperar, Marco Rubio, uno de los responsables de los cambios introducidos para beneficiar a las corporaciones, ha sido de los que más ha protestado. Esta semana, las dos cámaras de Congreso han aprobado otra dotación de 320.000 millones para el PPP. Se ha reservado 60.000 millones para las empresas más pequeñas que no tienen un historial crediticio con bancos y que habían quedado relegadas en la primera ronda. ¿La enmienda con el máximo de 500 trabajadores por localización? Esa se queda.

Como el organismo federal que canaliza los fondos no tiene la infraestructura necesaria, los bancos han sido los encargados de hacer de intermediarios. Prestan el dinero y si las empresas no pueden devolverlos, el Estado lo hace por ellas. El PPP les permite cobrar al Gobierno una tasa del 5% por préstamos de menos de 350.000 dólares, un 3% por los de menos de dos millones y un 1% por los de más de dos millones. Se calcula que ganarán miles de millones por su intervención. Ellos son los primeros beneficiados en este paquete de rescate.

Los trabajadores de a pie no están en esa posición. Los de abajo no tienen bancos que les ayuden y quien debe hacerlo no da la talla. Son los estados los que deben tramitar sus solicitudes para recibir el subsidio de desempleo incluido en el paquete de rescate de la economía que llega a dos billones de dólares. El caso más lamentable es el de Florida, donde sólo 33.000 trabajadores lo han recibido hasta fechas muy recientes, cuando la cifra total de solicitantes es de 650.000, ya que los funcionarios del Estado están sobrepasados. En California y Texas, dos tercios de los peticionarios están en lista de espera, según datos recopilados por la agencia AP. El porcentaje en Nueva York es del 30%.

¿A qué se debe el retraso especialmente claro en Florida? «El sistema está diseñado para que sea un completo fracaso. ¿Por qué? Porque hace que los políticos salven la cara al pretender que menos gente se apunta al desempleo, cuando la realidad es que, incluso antes de la pandemia, la gente lo tenía muy difícil no solo para hacer la solicitud sino para recibir el subsidio», dice a AP una senadora estatal de Florida.

Sólo se podría solucionar ahora este atasco si los gobiernos de los estados y las ciudades recibieran ayuda federal para dar salida a estas peticiones. Los republicanos se niegan.

No hay tal problema con las líneas aéreas, que están entre las corporaciones con más capacidad de presión en Washington. Robert Reich, secretario de Trabajo en los 90, hizo las cuentas: «Se ha gastado 50.000 millones de los contribuyentes para rescatar a la industria de las líneas aéreas que es casi lo mismo que los 48.000 millones que ellas se han gastado desde 2010 para comprar en bolsa sus propias acciones» (y que no caiga la cotización).

Reich terminaba el tuit escribiendo: «Socialismo para los ricos, capitalismo duro para el resto».

De momento, parece que el pronóstico del millonario Leo Cooperman está lejos de cumplirse.

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