«Socialismo para los ricos, capitalismo duro para el resto»

El hundimiento económico provocado por la pandemia del coronavirus ha provocado algunas reacciones inesperadas. La del multimillonario norteamericano Leo Cooperman es una de ellas. «Creo que todo por lo que vamos a pasar tendrá unas consecuencias muy claras a largo plazo. La número uno: el capitalismo tal y como lo conocemos cambiará probablemente para siempre», dijo el máximo responsable de un fondo de inversiones que trabaja exclusivamente para personas y compañías muy ricas. El patrimonio personal de Cooperman supera los 3.000 millones de dólares.

Cooperman ve claro que el efecto inmediato de la crisis pasará por un aumento de las regulaciones ordenadas por el Estado y por el incremento de impuestos. «Cuando se reclama al Gobierno que te proteja cuando las cosas van muy mal, tienen todo el derecho a regularte si las cosas van bien», explicó al referirse a las ayudas que sólo en EEUU terminarán alcanzando billones de dólares.

Su razonamiento no carece de lógica, pero también se decía lo mismo después de 2008. Lo que acaba de ocurrir en Estados Unidos con el primer paquete importante de ayudas a la pequeña empresa indica hasta qué punto el sistema político es capaz de conseguir que salgan ganando los mismos de siempre, es decir, las corporaciones que cuentan con más fondos y especialmente con más influencia en las instituciones.

El programa Paycheck Protection Program (PPP) aprobado por el Congreso pretendía ayudar a pequeñas y medianas empresas a que sobrevivieran al primer impacto de la crisis. Como se puede apreciar por su primera palabra (nómina), debía servir para que los trabajadores no fueran despedidos y mantuvieran sus salarios. Se trata de un programa de préstamos que se convierten en subvenciones si la empresa no puede devolverlos y demuestra que el dinero recibido se ha utilizado en ocuparse de los costes laborales o de alquiler. La dotación total era de 349.000 millones de dólares. Era, porque ya se consumió entero.

La rapidez con que se esfumó dice mucho de la catástrofe económica que se está viviendo. Eso sólo es una parte de la historia. A diferencia de lo que opina Cooperman, el capitalismo tal y como se conoce en EEUU sabe reaccionar con mucha rapidez pulsando las teclas que siempre han funcionado.

La sorpresa –si se le puede llamar así– se extendió al saberse los nombres de algunas empresas beneficiadas. Shake Shack, una cadena de restaurantes con 200 locales por todo el mundo y 595 millones de ingresos en 2019, recibió diez millones gracias al PPP (los devolvió después tras las críticas recibidas). No tenía problemas de liquidez. Obtuvo 150 millones unos días después con la emisión de sus acciones en Bolsa.

Otras compañías de características similares, y que también cotizan en bolsa, recibieron también el máximo permitido, como Potbelly, Quantum y Hallador Energy, o a veces más si una de sus filiales había hecho la misma petición de fondos. El sector más beneficiado fue el de la construcción, con un 13,1%. Resultó favorecido por su estrecha relación con los bancos, que son quienes gestionan la solicitud de ayudas y que les dieron prioridad, según un análisis de KBW.

¿Dónde estaba el truco? Las empresas debían tener una plantilla máxima de 500 trabajadores, un límite de entrada muy alto para las pymes. Gracias a una enmienda en el Senado promovida por las empresas de lobby que trabajan para el sector de la restauración, ese límite se aplicaba al personal que trabajara en cada una de sus instalaciones. Hay pocos restaurantes que cuenten cada uno de ellos con más de 500 empleados. Uno de los senadores que promovió esa enmienda fue el republicano de Florida, Marco Rubio.

Entre los beneficiados estaba un amigo del partido. Empresas propiedad del millonario Monty Bennett recibieron en total 59 millones. Una de ellas tiene 100 hoteles por todo el país y ninguno de ellos tiene en solitario medio millar de trabajadores. La enmienda le encajaba como un guante. ¿Cómo no ayudar a Bennett que había donado 150.000 dólares al comité de reelección de Donald Trump y otros candidatos republicanos en los últimos seis meses?

El programa se adjudicaba por estricto orden de llegada. Las corporaciones que tienen en nómina a un nutrido grupo de abogados y contables expertos en sacar subvenciones a la Administración y con mejores relaciones con los bancos salieron beneficiadas. Las auténticas pequeñas empresas descubrieron que los fondos asignados al programa se habían agotado cuando les llegó el turno.

Las protestas posteriores causaron indignación a algunos políticos, en algunos casos bastante impostada. Como era de esperar, Marco Rubio, uno de los responsables de los cambios introducidos para beneficiar a las corporaciones, ha sido de los que más ha protestado. Esta semana, las dos cámaras de Congreso han aprobado otra dotación de 320.000 millones para el PPP. Se ha reservado 60.000 millones para las empresas más pequeñas que no tienen un historial crediticio con bancos y que habían quedado relegadas en la primera ronda. ¿La enmienda con el máximo de 500 trabajadores por localización? Esa se queda.

Como el organismo federal que canaliza los fondos no tiene la infraestructura necesaria, los bancos han sido los encargados de hacer de intermediarios. Prestan el dinero y si las empresas no pueden devolverlos, el Estado lo hace por ellas. El PPP les permite cobrar al Gobierno una tasa del 5% por préstamos de menos de 350.000 dólares, un 3% por los de menos de dos millones y un 1% por los de más de dos millones. Se calcula que ganarán miles de millones por su intervención. Ellos son los primeros beneficiados en este paquete de rescate.

Los trabajadores de a pie no están en esa posición. Los de abajo no tienen bancos que les ayuden y quien debe hacerlo no da la talla. Son los estados los que deben tramitar sus solicitudes para recibir el subsidio de desempleo incluido en el paquete de rescate de la economía que llega a dos billones de dólares. El caso más lamentable es el de Florida, donde sólo 33.000 trabajadores lo han recibido hasta fechas muy recientes, cuando la cifra total de solicitantes es de 650.000, ya que los funcionarios del Estado están sobrepasados. En California y Texas, dos tercios de los peticionarios están en lista de espera, según datos recopilados por la agencia AP. El porcentaje en Nueva York es del 30%.

¿A qué se debe el retraso especialmente claro en Florida? «El sistema está diseñado para que sea un completo fracaso. ¿Por qué? Porque hace que los políticos salven la cara al pretender que menos gente se apunta al desempleo, cuando la realidad es que, incluso antes de la pandemia, la gente lo tenía muy difícil no solo para hacer la solicitud sino para recibir el subsidio», dice a AP una senadora estatal de Florida.

Sólo se podría solucionar ahora este atasco si los gobiernos de los estados y las ciudades recibieran ayuda federal para dar salida a estas peticiones. Los republicanos se niegan.

No hay tal problema con las líneas aéreas, que están entre las corporaciones con más capacidad de presión en Washington. Robert Reich, secretario de Trabajo en los 90, hizo las cuentas: «Se ha gastado 50.000 millones de los contribuyentes para rescatar a la industria de las líneas aéreas que es casi lo mismo que los 48.000 millones que ellas se han gastado desde 2010 para comprar en bolsa sus propias acciones» (y que no caiga la cotización).

Reich terminaba el tuit escribiendo: «Socialismo para los ricos, capitalismo duro para el resto».

De momento, parece que el pronóstico del millonario Leo Cooperman está lejos de cumplirse.

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¿A quién confiarías tu vida? ¿A un científico o a un político?

Un Gobierno central que tiene que bregar duro en sus relaciones con los gobiernos regionales en la crisis del coronavirus. Con puntos de vista que no coinciden en cuanto a cómo llevar a cabo el levantamiento progresivo de las restricciones en el mes de mayo. Políticos que se vigilan mutuamente porque cada uno aspira a aumentar su cuota de poder en el partido.

¿España? No (o no sólo España). Alemania.

Angela Merkel, acostumbrada a labrar consensos, ha tenido que emplearse a fondo para mantener la cohesión entre lo que pretende llevar a cabo el Gobierno federal y lo que buscan algunos länder. Sin aspavientos ni gritos, como es habitual en ella. Los estados federados no han perdido sus competencias y cuentan con distintas prioridades. Todos aceptan que es Berlín quien debe llevar la iniciativa.

El problema de Merkel no es tanto el socio de coalición, los socialdemócratas, sino los dirigentes de su partido que presiden gobiernos regionales. Algunos ya están pensando en la futura elección del sucesor de la canciller al frente del partido. Hace una semana, se celebró una videoconferencia de cuatro horas con un intenso debate con los 16 presidentes de los estados. El resultado fue bueno: «Hemos alcanzado un alto nivel de unidad, lo que es casi un milagro para una república federal», dijo Merkel.

Sin embargo, las tensiones permanecen. Hasta cierto punto es inevitable. En mayo, se permitirá la apertura de las tiendas de al menos 800 metros cuadrados de superficie. Merkel hubiera preferido que esa extensión fuera la mitad, pero aceptó esa cifra como solución de compromiso. Armin Laschet, presidente de Renania del Norte, quería más comercios abiertos, incluidas las tiendas de muebles, pero salió perdiendo en la discusión. Se impuso el presidente de Baviera, Markus Söder, partidario de medidas drásticas, lo que fue útil a Merkel.

Los científicos alemanes no están por la labor de flexibilizar demasiado las prohibiciones. Lo mismo ocurre en Francia. Emmanuel Macron ha hecho promesas sobre una relativa vuelta a la normalidad desde el 11 de mayo. El principal consejero científico del Gobierno no lo tiene tan claro. Ha afirmado que el país necesita llegar a 500.000 pruebas semanales de coronavirus para saber hasta dónde llega el nivel de contagios. Ahora realiza 150.000 a la semana. No son suficientes.

En España, las tensiones entre gobiernos, entre Gobierno y oposición, entre lo que decide el Gobierno y lo que le gustaría ver a una población cansada y preocupada por el futuro, son más altas y revelan un agudo desconocimiento sobre lo que la ciencia sabe y puede hacer ante el coronavirus. El PP quiere saber ya qué zonas de España y de qué manera saldrán del confinamiento, dos semanas antes de que concluya. «Francia, Italia y Alemania tienen un calendario claro. Nosotros no», dijo Cuca Gamarra, diputada del PP. Es falso, porque las dudas están por encima de las certidumbres (en Alemania, está más claro, pero en Italia y Francia aún hay dudas muy razonables). Sirve para inculcar a la gente la idea de que está encerrada en su casa por culpa del Gobierno, no de cierta enfermedad de la que se ha hablado mucho en las últimas semanas.

«Si usted quiere que le diga la verdad, no le voy a responder a preguntas que en estos momentos no tienen respuesta», respondió el ministro Salvador Illa a otro diputado.

Esa cautela tiene ya pocas salidas en el sistema político español, como se pudo apreciar en el debate de la prórroga del estado de alarma en el Congreso. Una parte de la oposición ha decidido que esto se tiene que acabar cuanto antes con independencia de lo que digan los científicos. Hay otra, como la que representa Pablo Casado, obsesionada con hacer responsable a Sánchez de todas y cada una de las muertes.

A Casado le encanta hacer comparaciones con el número de fallecidos por el coronavirus. «Ya han muerto más españoles que en el desembarco de Normandía». «Ha habido días con más víctimas que cinco atentados del 11M». No sería extraño que en futuras sesiones parlamentarias compare a Sánchez con Hitler o Bin Laden. Juega con los números y al mismo tiempo exige minutos de silencio, corbatas negras o banderas con crespón negro, elementos de probado valor terapéutico en una epidemia.

En la sesión, hubo una diputada del PP –Ana Beltrán– que superó a su líder en términos de curanderismo y otras habilidades mágicas. «Como sé que usted lee mis whatsapps, sabrá que yo le llamo el ministro de la censura», dijo al ministro de Interior. Eso sí que sería una noticia como para desafiar el confinamiento y salir disparado hacia un juzgado de guardia. Lástima para Beltrán que un mensaje en WhatsApp esté cifrado de extremo a extremo. Ella no sabe lo que significa cifrado y no está claro que sepa lo que es WhatsApp.

Era un día muy loco. Hasta el siempre mesurado Aitor Esteban se lanzó a pronunciar unas palabras difíciles de entender. «Hay intransigencia de los expertos médicos, que no quieren pillarse ni un meñique», dijo. Después de 21.000 muertos, parece lógico que los científicos anden con cuidado. Nadie quiere ser responsable de otras 21.000 víctimas si el confinamiento se levanta demasiado rápido.

Todo eso puede cambiar. Es muy posible que los que exigían al Gobierno las salidas de los niños a la calle o saber ya cómo se volverá a la normalidad sean los mismos que criticarán al Gobierno por dejar salir a los niños o por decretar la vuelta a la vida cotidiana si las cosas vienen mal dadas.

Es cierto que a un Gobierno sin mayoría absoluta en el Parlamento, a corto plazo le hace más daño la presión política que la de los expertos. Como ejemplo, podemos tomar lo ocurrido con el tema de salida de los niños a la calle. Pedro Sánchez se equivocó al anunciar el sábado una noticia que no estaba cerrada y que no entusiasmaba mucho al comité de asesores técnicos. Las discusiones internas propiciaron una confusa rueda de prensa de la portavoz del Gobierno. Finalmente, la presión fue demasiado fuerte y se decidió hacer un anuncio que estaba reservado para el fin de semana. No iba a entrar en vigor antes, pero dio la imagen de un Gobierno que parece haber llegado al límite de su resistencia. Como los ciudadanos.

¡Test masivos!, claman todos los políticos para abrir cuanto antes las puertas. Ojalá. No van a ser posibles porque se pidan más veces y en voz más alta, como si el que habla tuviera en sus manos una solución mágica e inmediata que los demás se niegan a ver. La realidad científica es que la mayoría de los test rápidos de antígenos y anticuerpos comprados por unos gobiernos desesperados no ofrece la fiabilidad necesaria. Si el futuro depende de ellos, habrá que echarle mucha paciencia, esa que ya se va acabando.

El virólogo Andrea Crisanti es uno de los científicos más conocidos en Italia, sobre todo porque su estrategia en el Véneto impidió que esta región sufriera las mismas consecuencias que Lombardía. En una entrevista en El Confidencial, le preguntan qué le parece la idea, tan extendida en España, de que esto se soluciona haciendo millones de test serológicos y pasaportes de inmunidad: «Eso es una estupidez sin precedentes. No lo aconsejamos. Ni siquiera sabemos si la respuesta inmunitaria protege contra el virus. Es absurdo hacer planes sobre algo así».

Crisanti sabe mucho sobre el coronavirus, pero también es consciente de lo que la ciencia no sabe aún: «El virus no ha desaparecido. Si no se mantienen medidas de contención para sostener la caída de los contagios, es como si no hubiésemos hecho nada. Volver a abrir el país es una auténtica locura».

Al final, son los políticos los que tienen que tomar esa decisión, porque son los legitimados para hacerlo. Pero si la presión popular o de otros partidos es más efectiva que la de los científicos, las consecuencias pueden ser terribles. El director general de la OMS dice que es comprensible que las personas quieran seguir con sus vidas, pero «el mundo no puede volver a ser como era». Al menos, mientras no exista una vacuna, que no aparecerá de forma milagrosa este año.

Una encuesta de Metroscopia dice que los españoles están empatados ante la pregunta de si confían en los expertos que asesoran al Gobierno de Sánchez (46%-45%). La igualdad se produce porque el 71% de los votantes de partidos de derecha suspende su labor. Hay que deducir que se fían más de sus dirigentes políticos que de esos científicos.

Si alguien cree que se podrá salir de la pandemia sin la ciencia –incluidas sus dudas, su lento proceso de investigación y a veces también sus errores– debería ponerse ya mismo tres mascarillas en la cara y empezar a redactar su testamento.

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Una frase hirió a un general de la Guardia Civil y un email lo remató

He visto cosas que no creeríais. Todas las naves de ataque de la derecha lanzándose contra un general de la Guardia Civil. Después, afirmaron que el jefe del Estado Mayor de la fuerza policial estaba leyendo un papel que seguro que alguien le había escrito, como dijo Pablo Casado, con lo cual pasaba a ser un tonto útil en manos del Gobierno. Finalmente, un periodista del ABC se refirió al síndrome de Estocolmo para explicar su conducta. El general José Manuel Santiago había sido secuestrado por Pedro Sánchez o el ministro Marlaska y ahora, en su nuevo papel de Patty Hearst con tricornio, deambulaba por Moncloa dispuesto a matar la democracia para complacer a sus captores.

No es extraño que los vendedores de hachís y marihuana estén utilizando los servicios de mensajería o de entrega de comida a domicilio para repartir su material. No dan abasto. La demanda se ha disparado.

Todo parecía otro capítulo de esta guerra de todos contra todos. En la noche del lunes, y esto no lo sabía antes el PP, se conoció que el general sí tenía algo que esconder. Hasta el punto de que quizá tenga que ser destituido. Que tenga que acompañarle el ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, es un asunto que se verá en los próximos días. Las cosas no pintan muy bien para él.

Nada mejor para la oposición que empezar la semana con una polémica nueva. Hay que renovar el repertorio para que el público quede satisfecho. Santiago se la puso en bandeja. «La otra línea de trabajo (de la Guardia Civil contra los bulos) es minimizar ese clima contrario a la gestión de crisis por parte del Gobierno», dijo el domingo. ¿En serio, general? ¿Tantos años de servicio para acabar de ‘community manager’ del partido en el poder?

Parecía al principio un fenomenal traspiés mental. De lo contrario, debería haber sido cesado –o llevado ante un juez– por cualquiera de las dos opciones posibles. Por utilizar recursos policiales en favor del Gobierno o por ser tan incompetente en esa supuesta tarea. Cualquiera que se dé una vuelta por la mayoría de los medios de comunicación, sobre todo de Madrid, o las redes sociales comprobará que el Gobierno está siendo troceado, fileteado y horneado por su gestión de la crisis del coronavirus.

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Arabia Saudí supera su récord histórico de ejecuciones

Arabia Saudí ejecutó a 189 personas en 2019, la cifra más alta de las registradas en el país por Amnistía Internacional. Se confirma una tendencia constante en el reinado de Salmán, que ha aumentado de forma significativa la aplicación de la pena de muerte. Desde su inicio, 879 personas han sido ajusticiadas con el uso de la decapitación por espada. Su hijo, el príncipe heredero Mohamed bin Salmán, prometió en 2018 un descenso de las ejecuciones, lo que nunca ha cumplido.

En realidad, lo que ha caracterizado su Gobierno, del que el príncipe controla las principales áreas, ha sido un reforzamiento de la represión, dirigida contra disidentes políticos, defensores de los derechos humanos y miembros destacados de la comunidad chií. El asesinato del periodista Jamal Khashoggi demostró que ni siquiera estaban protegidos aquellos que se habían refugiado en el extranjero.

La mayoría de los ejecutados son presos condenados por delincuencia común, como el tráfico de drogas, en juicios en el que los acusados no gozan de los mínimos derechos. En abril de 2019, 37 de ellos fueron decapitados, de los que 32 eran chiíes de la Provincia Oriental.

El informe de Amnistía Internacional estima que en 2019 se produjo un descenso en la aplicación de la pena de muerte por cuarto año consecutivo. Veinte países suponen la inmensa mayoría de los casos. Irak dobló su número, Irán fue el segundo país y China siguió encabezando esta macabra lista. Su cifra real de ejecuciones se desconoce al ser secreto de Estado.

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Cómo la crisis del ébola y la cobertura mediática favorecieron en EEUU a los republicanos en 2014

Las grandes tragedias nacionales hacen que la primera reacción del electorado sea con frecuencia unirse en torno al Gobierno y su máximo dirigente. Eso da lugar a un aumento de su popularidad en las encuestas que tiene el efecto del subidón causado por el consumo de ciertas drogas. Pasado ese impacto, no es extraño que se vuelva a la realidad o incluso a una versión más deprimente de la situación anterior. Para entonces, empieza a ser muy difícil revertir esa tendencia.

«No puede haber una movilización perpetua en una sociedad. Inevitablemente, se produce una fatiga y la gente empieza a hacer preguntas difíciles» a sus líderes, comentó Mark Leonard, director del ‘think tank’ Consejo Europeo de Relaciones Exteriores a The New York Times.

La crisis del coronavirus ha provocado un incremento notable y en algunos casos espectacular en el apoyo a muchos presidentes en todo el mundo. Eso es menos evidente en sociedades muy polarizadas en las que la mayor parte de la opinión pública está firmemente parapetada en una trinchera, como por ejemplo España o EEUU. Por eso, Donald Trump disfrutó de un pequeño impulso en las encuestas de finales de marzo, de sólo cinco puntos en el sondeo de Gallup. Desde entonces, ha regresado a sus números anteriores, en torno al 43%, aunque por otro lado su media de apoyo en esa encuesta es incluso más baja (el 40%).

A menos de siete meses de las elecciones presidenciales en EEUU, es evidente que la pandemia y la respuesta del Gobierno norteamericano serán un factor esencial en la campaña que enfrentará a Trump con Joe Biden. Los electorados republicanos y demócrata han reaccionado de forma diferente ante el coronavirus. Mucho más alarmados los segundos que los primeros, mientras que los republicanos dan más importancia a las consecuencias económicas, aunque las diferencias se han ido estrechando. Un 68% de los votantes republicanos apoya la idea de quedarse en casa, frente a un 95% de demócratas.

Lo más preocupante para Trump es que el aumento del desempleo causado por las medidas de confinamiento y el cierre de muchas empresas están siendo más acusados en estados que serán decisivos en la campaña. El paro registrado ya está en el 25% en Michigan, en el 18% en Pennsylvania y en el 15% en Ohio.

«El presidente tiene un gran problema», ha dicho un consultor que trabaja para los republicanos en Michigan. «Cuanto más se pueda responsabilizarle de todo esto, que él sabía que (la pandemia) iba a llegar, que reaccionó lentamente… él va a perder votos en este Estado y no le sobran aquí para poder permitírselo».

Esa radicalización de republicanos y demócratas provoca reacciones que serían insólitas en otros países occidentales. Dos grupos ultraconservadores realizaron el 15 de abril una manifestación ante el Capitolio de Michigan para protestar por la decisión de la gobernadora Gretchen Whitmer de declarar el estado de emergencia, cerrar comercios y reclamar a la gente se quede en sus casas para impedir la propagación de la enfermedad. Whitmer es una de las gobernadoras demócratas que han sido atacadas por Trump en sus ruedas de prensa hasta el punto de que dijo en público al vicepresidente Mike Pence que no telefoneara a «esa mujer de Michigan».

Trump recibió el viernes las noticias de las concentraciones en varios estados con el mensaje en mayúsculas: «¡LIBERAD MICHIGAN!» (también en el caso de Minnesota y Virginia). El sábado se repitieron las manifestaciones en otros estados.

Los republicanos tienen experiencia en utilizar en su favor una emergencia sanitaria en una campaña con una diferencia importante: en la ocasión anterior estaban en la oposición. La crisis originada por el brote de ébola en 2014 no tiene comparación con la causada por el coronavirus, pero la cobertura mediática que recibió fue inmensa en EEUU y Europa y abrió vías para su rentabilización política.

Un estudio reciente ha medido el impacto que tuvo esa crisis en las elecciones legislativas de 2014, celebradas en la mitad del segundo mandato de Barack Obama. Los republicanos consiguieron la victoria ampliando su mayoría en la Cámara de Representantes y recuperándola en el Senado. Los republicanos explotaron el miedo que causó el ébola, a pesar de que sólo hubo cuatro casos en Estados Unidos, siendo el primero el de un hombre que viajó desde Liberia.

Los autores de ‘The virus of fear: The political impact of ebola in the U.S.’ –Filipe Campante, Emilio Depetris-Chauvin y Rubén Durante– llegan a la conclusión de que el temor a la enfermedad redujo el porcentaje de voto a candidatos demócratas y también el nivel de participación. Los republicanos mencionaron el ébola en su propaganda electoral, incluidos anuncios televisivos, «relacionándolo con la inmigración y el terrorismo». En especial, lo hicieron aquellos candidatos que participaban en contiendas muy competidas, es decir, aquellos que más necesitaban una ayuda extra para vencer.

El factor temporal fue esencial. La crisis se produjo en septiembre y octubre, muy poco tiempo antes de los comicios en noviembre. En su estimación, los expertos calculan que los demócratas perdieron cuatro puntos en algunos distritos en las elecciones a la Cámara Baja y tres en las del Senado y elecciones a gobernador. También se redujo la participación en 1,4 puntos. Las elecciones al Congreso que no coinciden con las presidenciales suelen tener una alta abstención. En las de 2014, la participación fue del 36,7%, la más baja desde 1942. El descenso influido por el ébola supone una tercera parte de la caída que se produjo en comparación con las elecciones de 2010.

El impacto no hubiera sido tanto sin la cobertura masiva que recibió la crisis en los medios de comunicación. Por primera vez, existía la posibilidad, no muy alta, de que el ébola se extendiera en EEUU y Europa, y además la epidemia en África había ocasionado un alto número de víctimas y había afectado a varios países. El CDC norteamericano estimó que en el peor de los casos la enfermedad podía infectar en África a 1,4 millones de personas en cuatro meses. El estudio detalla que en cinco semanas las cinco grandes cadenas de televisión de EEUU realizaron 3.000 informaciones en las que se mencionaba el ébola.

Los republicanos presionaron a Obama para que prohibiera los vuelos a EEUU desde África Occidental, una medida a la que el Gobierno se resistía, porque los responsables sanitarios no la consideraban efectiva. Eso permitió a los conservadores acusar a la Administración de pasividad y lentitud. Hubo sólo cuatro casos de personas contagiadas y una muerte, la del hombre que había viajado desde Liberia.

«El ébola se ha hecho viral en la campaña de 2014», escribió Howard Kurtz en la web de Fox News a finales de octubre. «Es difícil imaginar un asunto más impactante para un partido (el republicano) que ha intentado presentar a la Administración como superada por las crisis. Y ha puesto claramente a los demócratas a la defensiva». Candidatos demócratas que se habían opuesto a la prohibición de vuelos acabaron cambiando de posición. Los republicanos habían encontrado la palanca perfecta para movilizar a sus partidarios y desmoralizar a los votantes demócratas.

El estudio afirma que en las zonas que mostraban una mayor preocupación por el ébola los demócratas obtuvieron peores resultados. Es muy probable que eso ocurriera en distritos en los que antes el partido de Obama había sacado peores resultados. Aun así, demuestra que la propaganda republicana fue efectiva en su electorado potencial. Les dio una razón más para acudir a las urnas.

En los condados que recibieron al menos un envío de propaganda que mencionaba el ébola, los demócratas tuvieron de media 4,4 puntos menos que en aquellos donde no se repartieron. Los mensajes contra la inmigración y las amenazas del exterior que se emplearon en 2014 fueron intensificados dos años después y fueron decisivos en la victoria de Trump.

Esa estrategia no es infalible, como quedó demostrado en las elecciones legislativas de 2018. Trump centró la campaña en la caravana de migrantes centroamericanos que pretendía llegar a EEUU atravesando México. «Van a ser las elecciones de la caravana», dijo en un mitin. Lo hizo con su habitual mezcla de amenazas, falsedades y teorías de la conspiración. Le ayudó una cobertura masiva de la noticia en los medios de comunicación. A pesar de todo eso, los republicanos perdieron las elecciones.

Ahora los republicanos tienen claro que la única manera de liberar a Trump de cualquier responsabilidad consiste en culpar a China. Su problema es que el presidente alterna las críticas a Pekín con los elogios a Xi Jinping, lo que puede confundir a su electorado. Lo que es indudable es que la campaña estará centrada en las amenazas que vienen del exterior y ese es un campo en el que Trump siempre se ha mostrado muy cómodo.

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El Gobierno británico tuvo la opción de reaccionar en febrero ante el coronavirus, pero Johnson estaba de vacaciones

A mediados de febrero, varios gobiernos europeos, pero no todos, eran conscientes de que la pandemia del coronavirus podía llegar a sus países. Asesores científicos del Gobierno británico ya habían recibido los primeros modelos epidemiológicos que alertaban de la posibilidad de un alto número de contagios y muertes. El primer ministro, Boris Johnson, inició en esos momentos unas vacaciones de dos semanas fuera de Londres con su novia.

«No puedes ir a la guerra si el primer ministro no está allí. Y lo que aprendes con Boris es que no preside muchas reuniones. Le gustaban los descansos en el campo. No trabajaba los fines de semana. Era como trabajar para un responsable de la vieja escuela en un Ayuntamiento de hace 20 años. Existía la idea de que no se ocupaba de la planificación de crisis. Era exactamente como la gente temía que fuera».

Es la frase de un asesor de Downing Street que aparece en un amplio reportaje del equipo de investigación de The Sunday Times que pasa revista a la reacción del Gobierno conservador ante esta crisis.

Las reuniones del comité Cobra –el gabinete de crisis del Gobierno para todas las situaciones de emergencia, sea un atentado terrorista o una catástrofe natural– dedicadas a la pandemia se iniciaron el 24 de enero. Suelen ser presididas por el primer ministro si el asunto es realmente grave. En este caso, quien las encabezaba era el ministro de Sanidad, porque Johnson no asistió a ellas hasta el 2 de marzo. Hubo hasta cinco reuniones en las que no estuvo presente. El día en que se celebró la primera, estaba asistiendo a una celebración por el Año Nuevo chino.

Las semanas perdidas en febrero fueron decisivas para entender la falta de reacción del Gobierno, en especial en dos puntos: la realización de pruebas suficientes de coronavirus y la compra de material de protección para el personal sanitario.

En enero, varios científicos eran conscientes de la amenaza. «A principios de enero, discutía con muchos de mis colegas en todo el mundo. ¿Qué está pasando? China aún no había confirmado que el virus se contagiaba entre personas. Muchos sospechábamos que sí, porque era un patógeno respiratorio, y no verías el número de casos que estábamos viendo fuera de China si no hubiera contagios entre seres humanos. Eso era preocupante», dice al periódico la profesora Devi Sridhar.

El 17 de enero, el equipo de epidemiólogos del Imperial College dirigido por Neil Ferguson, cuyos modelos fueron decisivos semanas más tarde para provocar un cambio en la respuesta del Gobierno, ya mostró su preocupación. Ferguson informó de sus primeras conclusiones en una reunión del comité científico para emergencias del 22 de enero y dos días después los miembros del comité Cobra recibieron el informe. Calculaba una tasa de infecciones de entre 2,6 y el 3,5 (por el número de individuos contagiados por cada infectado). En la gripe de 1918, que causó al menos 50 millones de muertes en todo el mundo, ese número estuvo entre 2 y 3.

El informe recomendaba reducir esa tasa en un 60%, lo que inevitablemente conducía a medidas de confinamiento y por tanto a la parálisis económica.

El comité Cobra no pareció muy impresionado por esas conclusiones. Tampoco sus dos principales consejeros científicos. Persistía la esperanza de que el coronavirus no llegaría a Europa. Un estudio posterior de la Universidad de Southampton reveló que 190.000 personas volaron a Reino Unido desde Wuhan y otras ciudades chinas afectadas por la pandemia. Si el 1% de ellos estaba contagiado, era imposible evitar que la enfermedad llegara al país.

Los planes para proteger a Reino Unido de una pandemia existían desde hace muchos años. Habían recibido los fondos correspondientes en la década posterior a los atentados del 11S. «Éramos la envidia del mundo, pero la planificación ante una pandemia fue víctima de los años de austeridad, cuando había otras necesidades más urgentes», dice una fuente de Downing Street que conocía esos planes.

Un científico británico que asesoró al Gobierno de Singapur en 2003 y 2009 explicó al periódico que las autoridades de la ciudad asiática básicamente copiaron esos planes diseñados en Londres. La diferencia es que ellos aplicaron los programas desde muy pronto, a principios de febrero.

Un estudio interno del Gobierno concluyó en 2016 que los servicios sanitarios podían sufrir un colapso a causa de una pandemia, precisamente por la falta de suministro de material de protección y ventiladores para las UCI que ahora se ha hecho evidente. No se hizo nada para solventar esa carencias. En esos años, la Administración estaba centrada en las negociaciones del Brexit.

En cualquier caso, ninguno de estos planes se activaron en febrero para corregir esas deficiencias.

Una frase anónima de un político en el artículo ayuda a explicar esa complacencia: «Tuve conversaciones con Chris Whitty (principal consejero médico del Gobierno) a finales de enero. Ellos estaban completamente centrados en la idea de inmunidad de grupo. La inmunidad de grupo es la respuesta correcta si no tienes una vacuna». Todos los preparativos estaban diseñados para responder a una epidemia de gripe, mucho menos letal que el coronavirus.

Aprovechando el fin del periodo de sesiones en el Parlamento, Boris Johnson inició unas vacaciones el 13 de febrero y desapareció durante doce días. Le acompañaba su novia Carrie Symonds, 23 años más joven que él. Ambos preparaban el anuncio de que ella estaba embarazada y que se habían comprometido para casarse, una vez que se formalizara el divorcio de Johnson con su anterior esposa, que se produjo durante esas vacaciones. La azarosa vida sentimental del primer ministro iniciaba un nuevo capítulo.

El 21 de febrero, el virus ya había infectado a 76.000 personas en el mundo, causado 2.300 muertes en China y llegado a Italia con 51 casos. El Gobierno británico mantuvo el nivel de riesgo en moderado. Algunos de sus consejeros científicos no eran tan optimistas. Peter Openshaw, profesor del Imperial College, calculaba que si no se tomaban medidas, 400.000 personas podían morir en Reino Unido. Pocos días después, sólo había 13 casos conocidos de coronavirus en el país.

Acostumbrados a tomar decisiones difíciles y de alto coste político o económico cuando es imprescindible, los políticos aún no veían motivos de alarma.

A su vuelta a Londres y con los datos de varios estudios, Boris Johnson asumió el 28 de febrero que el asunto requería la máxima atención del Gobierno. Dos días después, una reunión del comité científico hizo saltar las alarmas de forma definitiva. Basándose en los datos de Italia, llegó a la conclusión de que el 8% de los contagiados podría necesitar tratamiento hospitalario (la cifra anterior era el 4%-5%). «El riesgo para la sanidad pública se había doblado en un instante», dijo una fuente de la Administración.

La reunión del comité Cobra del 2 de marzo, ya con Johnson, sirvió para poner en marcha medidas de emergencia. Pero era ya era demasiado tarde, sobre todo para comprar material de protección para los hospitales en un momento en que todos los gobiernos del mundo intentaban solucionar sus carencias en un mercado global presa del pánico.

50 trabajadores del personal de la sanidad pública británica han fallecido en esta crisis. El total de muertos en Reino Unido es de 15.464, según las cifras conocidas este sábado. El número de infectados supera los 100.000.

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Es bueno que los niños aprendan a ponerse la mascarilla y que Casado sepa que no debe tocar todo lo que ve

A mediados de marzo, la primera ministra noruega dio una rueda de prensa reservada a niños para responder a sus preguntas sobre los coronavirus. Algunas de ellas no eran muy distintas de las que haría un periodista y otras tenían que ver con las cuestiones que más les interesan: colegios, vacaciones y mascotas. Erna Solberg las respondió con la idea de dar la mejor información posible y tranquilizar a sus pequeños interlocutores: «Está bien tener un poco de miedo a ser contagiado con el coronavirus, pero sabiendo que es inofensivo para la mayoría de nosotros. Los niños solo se ponen un poco enfermos, pero quedarse en casa ayuda a otras personas a no contagiarse».

Este sábado, Fernando Simón y el ministro de Ciencia realizaron un encuentro similar en el que las preguntas las hacían adolescentes. No es que intentaran dar una versión edulcorada sobre la amenaza a la salud: «Es muy difícil pensar que vamos a poder eliminarlo y erradicarlo completamente del mundo. Por lo tanto, es muy probable que el invierno que viene vuelva», explicó Simón.

La iniciativa de Solberg fue bien recibida en Noruega. No tuvo tanta suerte en España la de Simón y Pedro Duque. Se sucedieron en redes los comentarios despectivos. ¿De gente que dedica cada día a esparcir insultos? También, pero no sólo. Un catedrático de Economía de la Universidad de Barcelona tenía preparada la respuesta: «Simón y Duque comparecen para los niños: después de dos meses tratándonos como a niños han visto que se pueden especializar en eso. Es su nicho de mercado». Ja, ja, ja. Qué gracioso el catedrático. Una plataforma de periodistas de derechas de TVE atacó a la cadena por emitir la rueda de prensa en su Canal 24 Horas. Nunca se ha visto a un grupo de periodistas denunciar que se facilite información concreta sobre una emergencia sanitaria, pero esta es una crisis muy singular.

Otros se burlaban de que Simón y Duque explicarán cómo hay que ponerse una mascarilla. Cualquier que haya salido de casa últimamente habrá apreciado que hay un amplio margen de mejora en eso y otras cosas. Sólo había que ver el viernes a Pablo Casado de visita en un economato de Cáritas para verle tocando latas y paquetes con sus guantes cumpliendo una necesidad irrefrenable que no sabemos de dónde le venía.

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¿Escapó el coronavirus de un laboratorio chino o este es otro caso en que los bulos corren más rápido que la ciencia?

En la batalla de propaganda entre EEUU y China, todo parece transcurrir en función del estado de ánimo y los intereses personales de Donald Trump. Sería un error pensar que es el único dispuesto a extender rumores o hipótesis para desprestigiar al rival en relación a la crisis del coronavirus. El portavoz del Ministerio chino de Exteriores, Lijian Zhao, es experto en lanzar ataques de respuesta al Gobierno norteamericano, en especial en redes sociales. El 12 de marzo, escribió en Twitter que «podría haber sido el Ejército de EEUU el que trajo la epidemia a Wuhan». No aportó ninguna prueba, pero sí un par de preguntas con las que se justifican todas las conspiraciones: «¡Sean transparentes! ¡Hagan públicos sus datos!».

Las palabras de Lijian contradicen incluso la información científica facilitada por su Gobierno. Eso no importa demasiado. Es suficiente con generar dudas o promover versiones alternativas si estás siendo atacado por esa razón. Ya un mes antes, el senador republicano Tom Cotton, bien conectado con la Casa Blanca, había planteado otra hipótesis, también en Twitter: «Buena ciencia, mala seguridad (es decir, estaban investigando cosas como pruebas de diagnóstico y vacunas, pero ocurrió una fuga accidental)». De nuevo, sin pruebas.

Siempre se dice que los bulos producto de fuentes anónimas o interesadas son un peligro en las redes sociales, pero muchos políticos no tienen escrúpulos en utilizar las mismas tácticas en público para atacar a sus enemigos o defender a sus jefes. En el momento en que Cotton hizo esa afirmación, los demócratas estaban acusando a Trump de desdeñar la posibilidad de que el coronavirus pudiera convertirse en un grave problema de salud en EEUU, básicamente porque el presidente estaba haciendo precisamente eso. Buscar un enemigo exterior es un tipo de defensa que suele ser efectiva.

Ni siquiera en una situación dramática la ciencia puede avanzar tan rápido como los rumores o las informaciones no confirmadas. Tampoco está en disposición de saltar por encima de las restricciones impuestas por los gobiernos a la hora de compartir información sensible. Cuando no se sabe todo sobre un hecho, por las grietas que se encuentran puede colarse una versión mucho más misteriosa.

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El valor del modelo chino después del coronavirus

Murtaza Hussain explica en The Intercept algunos de los retos políticos que se producirán a causa de la crisis del coronavirus en el orden político global. Uno de los frentes decisivos se dilucidará en la capacidad de los países democráticos de responder al ascenso de los modelos autoritarios como respuesta ante las grandes crisis. La pelea por escribir el relato definitivo de la emergencia sanitaria será el primer capítulo del conflicto y el ejemplo chino (supuesta máxima eficacia al precio de limitar o anular los derechos individuales), uno de los que estará en primera línea.

«Me parece insólito cuando veo a la gente en Occidente observar la respuesta china a esta pandemia y pensar que ellos han hecho un buen trabajo», dice Martin Gurri, exanalista de la CIA y autor del libro ‘The Revolt of the Public’. «Esta crisis global podría no haber ocurrido si dirigentes locales de China no hubieran mentido sobre su gravedad. La única duda ahora mismo es si sus líderes nacionales fueron engañados por sus propias estadísticas o fueron cómplices en el encubrimiento».

«Las democracias han estado muy confundidas y no han respondido (a la crisis) como debieran», añade Gurri. «Pero no debemos confundir eso con la terrible politización que se ha producido en los países autoritarios, donde la primera pregunta que se hace el Gobierno frente a una crisis no es cómo detenerla, sino cómo presentarla de la forma en que ellos salgan favorecidos».

Europa no puede decir que el modelo chino es un elemento exógeno a su sistema político, con lo que tendría pocas posibilidades de echar raíces. Esa semilla del autoritarismo ya está muy presente en países como Polonia y Hungría. El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, ha sido muy consciente de eso desde el primer minuto y de ahí su decisión de forzar la neutralización del Parlamento, donde ya tenía mayoría absoluta, y la concesión de plenos poderes al Gobierno, que podrá aprobar leyes por decreto. Su intención es que sólo su voz se oiga en el país.

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Diagnóstico del PP sobre el coronavirus: las feministas tiraron una «bomba biológica» y somos los mejores del mundo

Un mes después del inicio del estado de alarma, la Asamblea de Madrid tuvo su primer acto parlamentario en el que el Gobierno autonómico dio cuentas por vía telemática a la oposición sobre su política sanitaria en la crisis del coronavirus. En el Congreso, el Partido Popular se ha mostrado indignado por su escasa actividad y por ello ha acusado al Gobierno de silenciar al legislativo, a pesar de que el ministro de Sanidad ha comparecido en varias ocasiones. En la Comunidad de Madrid no habían tenido esa suerte. Su presidenta, Isabel Díaz Ayuso, dio positivo, lo que no le impidió multiplicarse en apariciones en los medios de comunicación. Su consejero de Sanidad decidió solidarizarse con ella y se aisló en su despacho. Es decir, se aisló de los parlamentarios.

España es el país con más número de muertes por coronavirus del mundo en relación a su población. Es cierto y es algo que recuerda el PP con frecuencia. Madrid, gobernada por el PP, es la autonomía española en que la emergencia sanitaria ha tenido consecuencias más terribles, tanto en los hospitales como en las residencias de ancianos. Ha sido «una de las mayores catástrofes sanitarias del siglo», dijo el consejero de Sanidad, Enrique Ruiz Escudero, y no exageraba. «Nunca nos habíamos enfrentado a nada igual».

Por alguna razón, en cuanto a responsabilidades políticas, la institución que tiene en Madrid las competencias de sanidad no puede hacer otra cosa más que felicitarse por su actuación en mitad de esta tragedia. La culpa es de los otros. «El sistema sanitario de Madrid ha actuado de forma ágil y responsable», presumió el consejero. Ruiz Escudero siguió el manual de las ruedas de prensa de Donald Trump –donde los demás participantes empiezan sus intervenciones elogiando el «liderazgo del presidente Trump»– para continuar diciendo que todo se había hecho «bajo el liderazgo de la presidenta Díaz Ayuso».

Pero no se paró ahí. El amor desenfrenado a la gestión propia nunca es un defecto en política. El salto mortal le llevó muy lejos. «La Comunidad de Madrid ha liderado la gestión internacional de esta crisis», destacó. Apártense, alemanes y surcoreanos, exageradamente alabados por los medios internacionales. Son ellos los que han tomado ejemplo de Madrid y de su presidenta.

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