Bloomberg, la piñata que todos los demócratas quieren atizar

Todo el mundo dice en EEUU que los anuncios de la campaña de Michael Bloomberg son los mejores que el dinero puede comprar. Y el empresario multimillonario tiene mucho dinero para gastar. Por eso, no es una sorpresa que el candidato no estuviera en el debate de Las Vegas a la altura de su propaganda. Tampoco es demasiado llamativo que un hombre acostumbrado a que las personas que trabajan para él le digan siempre que tiene razón se maneje mal en una situación en la que todos los demás se unen para llamarle de todo.

Aun así, todos los comentaristas coinciden que el estreno de Bloomberg en los debates de las primarias fue un desastre al convertirse en una especie de piñata en la que él hacía el papel de figura llena de caramelos que los demás se turnaban en atizar a la búsqueda del premio.

No podía ser de otra manera. Los candidatos que están compitiendo por debajo de lo esperado (Joe Biden, Elizabeth Warren) sabían que era una oportunidad que no podían desaprovechar. Quizá no tengan muchos más. Aquel cuyo mensaje consiste entre otras cosas en denunciar la influencia de los millonarios en la política (Sanders) tenía delante una ocasión de oro. ¿Quieren saber por qué el sistema político privilegia a unos plutócratas a los que hay que frenar? Lo tienen aquí al lado.

Un dato indicativo de que has tenido un mal debate es si algún adversario utiliza una declaración tuya especialmente desacertada para uno de sus anuncios. No tardas mucho tiempo en enterarte. En menos de 24 horas lo tienes en las pantallas. En este caso, Bloomberg ni siquiera tuvo que abrir la boca. En el fragmento elegido por la campaña de Warren para el anuncio, sólo sale ella hablando, pero se ve a Bloomberg haciendo el gesto de mirar hacia arriba en plan condescendiente. Justamente lo que haría un millonario que se pregunta por qué demonios se está relacionando con esta gentuza.

Warren le castiga con dureza en el anuncio por el hecho de que varias trabajadoras en sus empresas firmaron acuerdos de confidencialidad en casos de denuncias de acoso sexual o discriminación por género, por los que aceptaban no hacer públicas las razones de su salida.

La misma presencia de Bloomberg en los puestos altos de las encuestas es todo un misterio. La media nacional de RealClearPolitics le concede un 16,1%, la tercera posición por detrás de Sanders (27,8%) y Biden (17,8%). No es sólo por su fortuna y las acusaciones de mujeres que fueron convenientemente silenciadas con dinero. Ha sido republicano la mayor parte de su vida. Como alcalde de Nueva York, amparó una política de acoso policial a las minorías étnicas –ahora dice estar arrepentido de esa decisión– con argumentos que pueden definirse como racistas. Defendió de forma encarnizada a Wall Street contra las reformas profundas que Sanders y Warren han promovido, aunque ahora acepta algunos cambios en la industria financiera.

Bloomberg sólo parece un candidato atractivo para los votantes demócratas cuando rectifica.

La presencia de Bloomberg en el debate permitió intervenciones enérgicas de Warren en una resurrección que no ha pasado desapercibida. Si la senadora hubiera demostrado antes esa determinación, quizá no estaría ahora en un segundo plano en las encuestas. Básicamente, no ha encontrado su hueco en las primarias, porque el bloque progresista parece firmemente en manos de Bernie Sanders y hay demasiados candidatos centristas como para que por ahí Warren pueda hacerse hueco. Pero algunas frases («me gustaría hablar de la persona contra la que nos presentamos, un multimillonario que llama a las mujeres tías gordas y lesbianas cara de caballo. Y no, no estoy hablando de Donald Trump, estoy hablando del alcalde Bloomberg») le colocan otra vez en primera línea, como ha quedado demostrado al recaudar casi tres millones de dólares en las 24 horas posteriores al debate.

Bernie Sanders también salió bien parado confirmando la tendencia observada con el comienzo de la carrera. Si bien parecía prematuro considerarlo favorito después del inicio de Iowa y NH, lo ocurrido desde entonces le refuerza en esa posición. Parece ser el candidato que mejor ha rentabilizado en los sondeos sus números de esos dos estados, mientras Pete Buttigieg no lo ha hecho así.

Para Sanders, la asistencia de Bloomberg al debate fue un regalo. Con tanta atención puesta en el millonario, los ataques que recibió fueron de poca entidad, casi lo menos que puedes esperar de un debate. Si se da el caso de que el dinero de Bloomberg es suficiente para convertirlo en el gran representante del sector moderado frente a Sanders, el proceso de demolición de su candidatura comenzó ya con brío en este duelo.

El senador de Vermont puso algo de su parte. Cuando Bloomberg dijo que no iba a pedir disculpas por su fortuna porque había trabajado duro para conseguirla, Sanders respondió: «Quizá tus trabajadores jugaron algún papel también».

El alto número de delegados que se reparten en el supermartes de marzo pueden dar la primera gran ventaja al senador y convertir su camino a la victoria final en el único resultado previsible, a menos que el asunto no esté resuelto antes de la celebración de la convención y el establishment demócrata se arriesgue a montar una operación ‘Todos contra Sanders’ que tenga éxito y que al mismo tiempo provoque tal conmoción que asegure la victoria de Trump mucho antes del día de las elecciones.

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Cosas que hacer en sábado cuando no estás muerto

Cómo debería haber acabado ‘The Rise of Skywalker’.

–Un análisis del desenlace de ‘Parásitos’.
‘Wild Wild West’ era una película muy mala, pero es divertido leer por qué fracasó. Y sí, es la película que Will Smith prefirió hacer en vez de ‘Matrix’.
–La escena que hizo que ‘Misión imposible’ fuera algo especial.
–Tarantino explica por qué Laurence Fishburne rechazó el papel de Samuel L. Jackson en ‘Pulp Fiction’. Gran error, pero tenía su lógica.
–La responsable de la claqueta en ‘Malditos bastardos’ era muy creativa cada vez que tenía que hacer clac.
–Qué habría pasado si Michael Bay hubiera dirigido ‘Up’.
–Lo que nos dice el tráiler de la última película de Wes Anderson.
–Cómo se construyó el puente de Brooklyn cuando puentes similares no parecían muy sólidos en Europa.
La espada y la esvástica: un señor de la guerra medieval y su abducción por los fascistas.
–¿Y si el universo fuera una secuela?

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El Rasputín de Boris Johnson demuestra quién manda en el Gobierno británico

Dominic Cummings no escondía su poco aprecio por los diputados tories euroescépticos más conocidos cuando dirigía la campaña del Leave antes del referéndum del Brexit. «Sólo necesitamos meter a patadas a los monos voladores en la jaula y sacarlos en el momento adecuado», dijo a otro de los responsables de la campaña. Monos voladores. Así les llamaba en más de una ocasión.

El que es ahora el principal consejero de Boris Johnson tampoco sentía mucho respeto por los mandarines de la Administración, los altos funcionarios del Civil Service que asesoran a todos los ministerios. Ha dejado claro en más de una ocasión en privado que no habrá posibilidades de aplicar las reformas necesarias a la política británica mientras ellos mantengan su influencia.

En Downing Street, Cummings ha subido el nivel de sus movimientos. Este jueves, se ha cargado al ministro de Hacienda, Sajid Javid, obligado a dimitir porque le exigían que se deshiciera de todos sus asesores. O lo que es lo mismo, tenía que permitir que su cartera fuera controlada por el primer ministro Johnson y por tanto por Cummings hasta el más mínimo detalle. «No creo que ningún ministro que se respete a sí mismo aceptaría esas condiciones», dijo para justificar su renuncia.

Su sustituto, Rishi Sunak, de 39 años, no parece ser tan exigente. Hace sólo siete meses, era simplemente viceministro de Vivienda. Será fácil de controlar.

El canciller del Exchequer es en la práctica el número dos del Gobierno británico, un poco como un vicepresidente económico de un Gobierno español. Las relaciones de Gordon Brown o George Osborne con Blair y Cameron eran los factores más importantes del funcionamiento de sus respectivos gobiernos. En algunos aspectos, eran el contrapeso del poder del primer ministro. No es una situación que Johnson y Cummings quieren que se repita.

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El paranoico estilo de trabajo de Dominic Cummings está en la base de este conflicto. Como muchos otros en su posición, pretende acabar con las filtraciones a los medios de comunicación, un empeño habitualmente imposible. Pero él iba en serio. Hace unas semanas, forzó el cese de la jefa de prensa del ministro de Hacienda, lo que ya suponía una clara humillación para Javid. Ahora concluyó la jugada.

A Cummings le gusta burlarse de los periodistas alimentando su fama de consigliere implacable que no respeta ni a la mayoría de la clase política ni a los medios. Frente a esa costumbre un tanto intrusiva de los periodistas británicos de esperar a la puerta de su casa a los políticos por la mañana para hacerles unas cuantas preguntas rápidas, Cummings reacciona a veces con comentarios extravagantes, sólo con la intención de dejarles pensando qué habrá querido decir.

En ocasiones, está bastante claro. «Los PJ Masks (personajes de una serie de dibujos animados) harían mejor trabajo que todos ellos juntos», dijo hace unos días a un periodista de BBC aparentemente refiriéndose a los miembros del Gabinete.

Un primer ministro que acaba de ganar las elecciones por una amplia mayoría absoluta cuenta con pocos frenos para imponer su poder en los primeros meses. Por ahí no es nada sorprendente que no haya ningún miembro del Gabinete que pueda cuestionar sus decisiones. Lo que no es tan habitual es que un consejero no electo parezca tener más influencia que cualquier ministro. Si el titular de Hacienda ni siquiera puede nombrar a sus asesores, los demás ya tienen claro con quién no deben enemistarse.

La subida inmediata de la cotización de la libra frente al dólar tras conocerse la dimisión de Javid ha sido interpretada como la confirmación de que Downing Street se prepara para aprobar un estímulo fiscal de características aún desconocidas, pero que incluirá un notable aumento del gasto público. Eso servirá para despejar la incertidumbre a corto plazo sobre el crecimiento de la economía durante este año del Brexit ya culminado, pero aún pendiente de las negociaciones con Bruselas para la firma de un acuerdo comercial.

En el proyecto de Cummings está la idea de que los conservadores deben ampliar las inversiones públicas en el centro y norte de Inglaterra, donde consiguieron un importante aumento de votos en lo que eran hasta este año baluartes laboristas. Según el FT, Javid había frenado estos planes en las últimas semanas, con lo que se había convertido en un obstáculo que Cummings estaba dispuesto a superar. Una vez que los tories ganaron las elecciones, ya no era necesario disimular ni presentarse como el partido de la disciplina fiscal frente a los laboristas.

Javid, nombrado para el puesto en julio de 2019, descubrió muy pronto quién lleva las riendas en el Gobierno de Boris Johnson. Los ministros que continúan en el Gabinete ya están avisados. Será mejor que tengan listo el traje de los PJ Masks para complacer los deseos de Cummings.

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Por qué Sanders arranca con ventaja, pero aún no es el favorito

En las primarias que enfrentaron a Clinton y Sanders, se habló durante un tiempo de la posibilidad de que ningún candidato obtuviera el número mínimo de delegados para asegurarse la candidatura y de que estuviéramos ante una ‘convención abierta’, donde entrarían en acción los superdelegados.

Es demasiado pronto para llegar a ese punto ahora tras el combo Iowa-NH. Eso desde luego no va a impedir las especulaciones en estos tiempos de opiniones rápidas. Lo que parece claro es que hay seis candidatos –y aquí hay que incluir a Michael Bloomberg– que seguirán en la carrera hasta el supermartes. El 3 de marzo habrá primarias en 14 estados (más los demócratas inscritos en el extranjero). Se repartirán 1.357 de los 3.979 delegados en liza.

El problema de los demócratas es que sus primarias asignarán los delegados de forma proporcional a los votos recibidos a partir de un mínimo. Las diferencias entre candidatos pueden resultar muy pequeñas con un plantel tan nutrido. Eso ha sido habitual en la última década entre los republicanos, pero estos conceden todos sus delegados al ganador en muchos estados, con lo que es más fácil destacarse sobre los rivales.

Así que sí, esta vez volverá a hablarse de los superdelegados (cargos electos y del partido que tienen garantizado su voto en la convención). Este año son 775. Los cambios aprobados en 2018 les impiden votar en la primera votación, si la hay, no en las posteriores. Si hay que fiarse de los precedentes, todo esto será irrelevante. En las últimas décadas se ha llegado a la convención con el nombre del vencedor asegurado, pero siempre hay una primera vez para todo.

Bernie Sanders ganó en votos a Pete Buttigieg en NH por una distancia muy reducida (25,8%-24,5%, una diferencia de 3.940 votos). En número de delegados conseguidos, reciben los mismos, nueve. Los votos son muchos menos que los que obtuvo en 2016, pero la comparación no tiene mucho sentido, porque el número de contrincantes es mayor.

Realmente, es prematuro considerar favorito a Sanders. Varios medios lo han hecho ya. Es cierto que en una competición larga y sin muchas deserciones entre los seis antes citados (Sanders, Buttigieg, Biden, Warren, Klobuchar y Bloomberg), los votantes centristas tienen varias opciones, mientras que el senador de Vermont goza de un claro predominio entre los más progresistas. Eso le puede dar de entrada una ventaja. Sin embargo, aquí hay que volver al tema de una competición abarrotada. Cuantos más candidatos aguanten, más difícil es que uno de ellos llegue al número necesario de delegados para asegurarse la victoria.

Sanders cuenta con dos activos que suelen ser cruciales en una campaña. Más dinero que sus adversarios y una infraestructura de voluntarios más amplia en un país de dimensiones continentales.

Los datos de la ‘exit poll’ de CNN revelan que la edad y la clase social son factores decisivos en el voto a Sanders y Buttigieg. El primero arrasa entre los votantes de 18 a 29 años (47%) y entre 30 y 44 (39%). El segundo reparte sus apoyos de forma similar con independencia de la edad de sus partidarios.

Por ingresos, entre los que cobran entre 30.000 y 50.000 dólares, Sanders se destaca con un 34%. Buttigieg gana, también con un 34%, entre los que están entre los 100.000 y 200.000. Los votantes del segundo están más preocupados por el cambio climático y la política exterior. Los de Sanders por la sanidad y la desigualdad. Los que quieren políticas más progresistas que las de Obama votan a Sanders en un 43%. Los que quieren volver a los principios de Obama votan a Buttigieg en un 28%.

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Buttigieg es la sorpresa de las primarias, básicamente porque no es lo que son los otros. Es joven, 38 años, y es blanco. Los demás no suman las dos características. Su activo no es la experiencia política. El mayor cargo que ha tenido es el de alcalde de la cuarta ciudad de Indiana (población: 104.000 habitantes). El mayor problema para Buttigieg es que su apoyo entre la comunidad negra y latina es cercano a cero. «Ya admiraba al senador Sanders cuando era estudiante de instituto», dijo en New Hampshire en una forma elegante de llamarle viejo.

Buttigieg no es Obama. No es alguien que cautive a las masas, aunque ha cometido pocos errores no forzados. En la precampaña, la primera ‘gran esperanza blanca’ era Beto O’Rourke, que recibió una atención desproporcionada en los medios. Duró menos que un charco en una carretera de Texas en verano. Buttigieg ha demostrado ser más resistente.

La senadora Amy Klobuchar ha resucitado cuando importa con un 19,8% en NH. Necesita traducir ese apoyo y la atención despertada en los medios en dinero cuanto antes. De otra manera, no podrá competir en condiciones en el supermartes. En el último trimestre de 2019, recaudó 11,4 millones de dólares. Era su mejor cifra y también una tercera parte que Sanders y la mitad que Biden, Warren y Buttigieg. Ha gastado una parte considerable de sus fondos en New Hampshire.

Lo peor para Elizabeth Warren no es el 9,3% de NH y quedarse a 48.000 votos de Sanders, sino que confirma una tendencia a la baja iniciada hace más de un mes. Su enfrentamiento con el senador por unos supuestos comentarios de este a cuenta de las pocas posibilidades de que una mujer llegue a presidenta no le dejó en buen lugar. Parecía un gesto desesperado por desgastar a Sanders. Su campaña es sólida y muy disciplinada a la hora de explicar su mensaje. Es sólo que no ha encontrado el número suficiente de seguidores como para destacarse sobre los demás.

Por último, queda el favorito que en realidad no lo era tanto. Siempre que se ha presentado a unas elecciones presidenciales, Joe Biden ha sido un mal candidato. Ni cuenta con un mensaje claro de por qué quiere ser presidente ni tiene carisma de líder. Su idea de que será capaz de recibir el apoyo de republicanos moderados choca con la realidad. Los votantes de ese partido están muy satisfechos con Trump o se conforman con que sea reelegido, según las encuestas. En New Hampshire, tiró la toalla antes de tiempo. Para Biden, aunque obtenga buenos resultados en las citas de Nevada y Carolina del Sur, lo que es probable, el supermartes es una pelota de partido. No sería el primer supuesto favorito que muere al poco de empezar (recuerden a Rudy Giuliani y Jeb Bush en los republicanos).

Hay que reservar una bola extra para Donald Trump que debería preocupar a los demócratas. También hubo primarias para los republicanos. Sólo para demostrar el nivel de apoyo al presidente. Ahí Trump obtuvo 118.774 votos, muchos más que Obama, Bush, Clinton y Reagan en NH en los años en que se presentaban a la reelección. A día de hoy, Trump es favorito para conseguir la victoria en noviembre, que es algo que no pueden decir ninguno de los candidatos demócratas.

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‘Senderos de gloria’, una película contra todas las guerras

Muchos años después del estreno de ‘Senderos de gloria’, Kirk Douglas contó en 1969 al crítico de cine Roger Ebert que estaba convencido de que la película seguiría siendo un clásico para siempre, además de su mejor actuación. «Esa es una película que siempre será buena, también dentro de muchos años. No tengo que esperar 50 años para saberlo. Lo sé ahora». Douglas era consciente de que la película se había hecho gracias a él en primer lugar. El proyecto de Stanley Kubrick no había recibido ningún apoyo en los grandes estudios de cine. El interés de Douglas por el guión y por interpretarla lo cambió todo y United Artists aceptó financiarla con 935.000 dólares.

La muerte de Kirk Douglas con 103 años el pasado 5 de febrero ha recordado ahora algunas de sus mejores actuaciones. ‘Senderos de gloria’ (1957) es una de ellas, a lo que se une el hecho de que está considerada una de las grandes películas de guerra y una con el mensaje antibelicista más claro y nítido de entre todas ellas. Desde el primer momento, su fuerza resultó evidente, aunque no fuera un éxito de taquilla. El Gobierno francés dejó claro que no permitiría su estreno en el país, con lo que la distribuidora prefirió no intentarlo. No llegó a Francia hasta 18 años más tarde, en marzo de 1975.

Kubrick, con sólo 29 años, demostró una habilidad casi impropia de su edad. Ya entonces tenía un temperamento autoritario en el rodaje al ser un hombre con las ideas muy claras sobre lo que debía hacer. Tuvo choques con Douglas, una gran estrella, lo que no impidió que dos años después el actor le ofreciera la dirección de ‘Espartaco’ después de que Anthony Mann sólo durara una semana.

Si saber engañar o cautivar a los actores es una tarea imprescindible en algún momento para un director, no cabe duda de que Kubrick demostró un gran talento al convencer a Adolphe Menjou de que interpretara el papel del general Broulard. Nacido en EEUU de padre francés, Menjou era un republicano radical que pensaba que Roosevelt era un socialista que sólo quería arrebatar a los ricos el dinero que habían ganado (incluido el suyo). Cooperó sin problemas con la caza de brujas, porque sostenía que Hollywood estaba lleno de comunistas. Había participado en la IGM como capitán en una unidad de ambulancias. Era improbable que quisiera participar en una película de mensaje antibélico.

Kubrick lo consiguió jugando la carta del ego. Le dijo que su papel era básico en la película –lo que era cierto, pero no el sentido en que pensaba Menjou– y que Broulard era un buen general que intentaba asumir la responsabilidad del mando en circunstancias difíciles. Para completar la jugada, el director sólo le entregó las páginas del guión en las que aparecía su personaje.

En el rodaje, Menjou tuvo que soportar una de las características por las que es conocido Kubrick. La repetición de las escenas hasta que quedaran exactamente como él quería. En una de esas ocasiones, el actor montó en cólera, dijo a gritos que no podía hacerlo mejor y se quejó de la inexperiencia del director en la dirección de actores. Kubrick no perdió la calma. Dejó que Menjou explotara y le dijo sin levantar la voz: «No ha quedado bien y vamos a seguir haciéndola hasta que quede bien. Y lo conseguiremos, porque vosotros sois muy buenos». La dosis justa de elogios tranquilizó al actor, que aceptó hacer una toma más.

Años después, Kubrick explicó a Gene Philips la razón de su perfeccionismo en los rodajes: «El cineasta debe recordar que tendrá que vivir con esa película el resto de su vida, una vez que la haya terminado». Si el director hace demasiadas concesiones en el rodaje con los actores o cualquier otra persona para evitar conflictos, esos errores quedarán fijos para siempre.

Al igual que en otras de sus películas como ‘La chaqueta metálica’ o ‘Barry Lyndon’, Kubrick plantea al espectador el elemento deshumanizador que caracteriza a cualquier guerra, donde los soldados sólo son carne de cañón con la que satisfacer los deseos de los gobiernos o los generales. Ambientada en la Primera Guerra Mundial, el escenario del segundo acto es un ataque imposible contra las defensas alemanas para el que el general Mireau (George Macready) no tiene en cuenta ni la fortaleza de las posiciones enemigas ni el estado de sus tropas. El coronel Dax (Kubrick) se convierte en una pieza fundamental de la maquinaria de guerra, pero al mismo tiempo es consciente del destino que espera a sus hombres. Sólo puede cumplir órdenes, aunque intuye que todo acabará en una matanza.

Será en el tercer acto –los generales ordenan la celebración de un consejo de guerra a tres soldados elegidos de forma arbitraria para castigar el fracaso del ataque– cuando Dax da un paso al frente. Defiende en el juicio a los acusados y después reprocha al general Broulard (Adolphe Menjou) su falta de humanidad. Broulard ha sabido que Mireau llegó a ordenar un ataque de artillería contra sus propias tropas para que no se retiraran. De forma astuta, le comunica que habrá una investigación, a la que resta toda importancia, y le releva del mando. De inmediato, ofrece el puesto a Dax, que no puede creer lo que oye. Convencido de que todos son como él, el general se burla de su perplejidad: «No exagere la sorpresa», le dice sonriendo. «Ha buscado ese puesto desde el principio. Todos lo sabemos, chico».  Obviamente, Broulard piensa que todos son como él. Dax ya no puede disimular: «Señor, ¿puedo sugerirle lo que puede hacer con ese ascenso?». Broulard le exige que se disculpe y Dax estalla: «Pido disculpas por no haberle dicho antes que es un viejo degenerado y sádico».

La película está basada en la novela del mismo nombre de Humphrey Cobb publicada en 1935 que a su vez estaba inspirada en un hecho real ocurrido en la IGM. El 17 de marzo de 1915, el general francés Delétoile ordenó fusilar a seis soldados elegidos al azar para castigar a una unidad por cobardía en el frente. La práctica de ejecutar a un número de soldados en representación de un grupo numeroso procede de las legiones romanas. La ‘decimatio’ consistía en dividir a una cohorte señalada por un motín o cobardía en grupos de diez soldados y ordenar que uno de ellos fuera asesinado por el resto.

Las condenas a muerte por deserción fueron frecuentes en la IGM, aunque la mayoría eran conmutadas por una pena de prisión. En el caso del Ejército británico, hubo por este motivo cuatro ejecuciones en 1914, 55 en 1915 y 95 en 1916, según cuenta Adam Hochschild en su libro ‘Para acabar con todas las guerras. Una historia de lealtad y rebelión (1914-1918). Hochschild precisa que la cifra real puede ser mayor, porque desaparecieron los registros de las ejecuciones realizadas en los destacamentos de los 100.000 soldados indios que combatieron en Europa.

Los enfermeros se llevan a un soldado herido de una trinchera alemana conquistada en la batalla del Somme en 1916. Imperial War Museum

Los mandos militares de esa guerra, como de muchas posteriores, nunca entendieron que pudiera existir algo como la neurosis de guerra. El síndrome de estrés postraumático no se empezó a considerar como una dolencia hasta los años 70. La experiencia de soportar durante largos periodos de tiempo el bombardeo de la artillería o morteros terminaba destrozando los nervios de muchos soldados y provocaba crisis nerviosas, pánico a morir o a quedar enterrado en la trinchera, o deseos irrefrenables de huir. «Aparte de la cantidad de personas que volaban en pedazos, las explosiones eran tan aterradoras que cualquiera que se encontrara en un radio de cien metros podía perder la razón después de varias horas, y el séptimo batallón tuvo que enviar lejos del frente a varios hombres en un estado de balbuceante indefensión», escribió un teniente británico después de pasar por esa experiencia en Ypres (citado por Hochschild en su libro).

Una escena de ‘Senderos de gloria’ muestra esa realidad. El general Mireau está inspeccionando las trincheras y entablando breves conversaciones con los soldados. Uno de ellos tiene la mirada pérdida y no termina de responder a las preguntas. «Tiene neurosis» (shell-shocked), dice un sargento. «Perdone, sargento. No existe tal cosa», dice Mirabeu. El soldado termina viniéndose abajo. «Compórtese. Está actuando como un cobarde», grita el general. «Yo soy un cobarde, señor», responde el soldado y Mireau le da una bofetada.

En la película, el consejo de guerra a los tres soldados se celebra en el cuartel general de las tropas francesas para el que Kubrick eligió un palacio alemán situado cerca de Múnich. El contraste entre el lujo del edificio con sus muros altos y relieves en las paredes no puede ser más llamativo con las trincheras abarrotadas de soldados que hemos visto antes. El juicio es una farsa. Está claro desde el principio que serán condenados, a pesar de todos los esfuerzos de Dax. Los soldados pagarán con su vida, porque los generales no aceptarán que el fracaso de la operación se debía a sus planes irreales.

Kubrick filma la ejecución con toda su crudeza sin hurtar al espectador el plano en el que figuran tanto el pelotón disparando como los soldados muriendo bajo las balas. No hay una elipsis ni se resume el fusilamiento en los rostros de las personas que lo presencian. Una de las víctimas está atada a una camilla al estar inconsciente a causa de un golpe en la cabeza producido por una caída en la celda la noche anterior. En una película no demasiado larga, 87 minutos, Kubrick se toma su tiempo para no obviar ningún detalle de la ejecución.

Lions led by donkeys (leones dirigidos por burros). En los años posteriores a la IGM, la devastadora carnicería extendió la idea de que los bravos soldados británicos o franceses habían sido comandados en el campo de batalla por generales imbéciles que los habían enviado a la muerte con una estrategia que no podía tener éxito. Con el paso del tiempo, ese punto de vista ha sido discutido o matizado por los historiadores. El empate estratégico producido a finales de 1914 provocó una guerra de trincheras y sucesivas ofensivas de las que ningún bando obtuvo una ventaja significativa durante mucho tiempo. El segundo acto de ‘Senderos de gloria’ refleja con verosimilitud ese escenario sin entrar en un análisis histórico preciso de las condiciones en que produjo la guerra.

Pocos acontecimientos reflejan tan bien ese drama como la batalla del Somme en 1916. El primer día de esa batalla (1 de julio) tuvo un balance estremecedor para los británicos: 57.470 bajas, incluidos 19.240 muertos. El peor día en la historia de su Ejército. Al final de los combates en noviembre, los aliados habían avanzado diez kilómetros. El precio en vidas humanas fue increíble en ambos bandos. 146.000 muertos y desaparecidos entre los aliados, 164.000 entre los alemanes. Batallas como esa fueron lo que hizo que el general Douglas Haig, jefe máximo de las fuerzas británicas, fuera denominado ‘el carnicero del Somme’. Al igual que otros militares de la época, también entre los alemanes, Haig pensaba en 1914 que la guerra duraría meses, no años.

El historiador británico Max Hastings me contó en una entrevista que esos generales se subieron superados por unas circunstancias que no podían controlar: «En los años treinta se pensaba que, si los generales (de la IGM) hubieran sido más inteligentes, habrían podido ganar la guerra sin que muriera tanta gente. Pero los académicos actuales creen que la tecnología de la defensa era mucho más fuerte que la tecnología del ataque».

Es evidente que cuando la aviación jugó en la IIGM un papel mucho más importante la posibilidad de establecer una defensa infranqueable en campo abierto era mucho más reducida (un caso distinto es el de los combates en ciudades, como Stalingrado). Entre 1914 y 1918, cuenta Hastings, los generales pensaban que esas ofensivas masivas contra posiciones bien defendidas por un alto número de soldados eran la única forma de ganar la guerra, de provocar tal desgaste en el enemigo que más tarde o más temprano tendría que ceder. Eso sólo ocurrió en 1918 en el momento en que Alemania llegó al límite de su resistencia después de sucesivas y constantes matanzas.

La realidad es que «por pura inocencia, hay gente que piensa que hay una forma humana de luchar en una guerra, pero eso no es así», decía Hastings.

La única forma de hacerlo es no empezar esa guerra.

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Triumph The Insult Comic Dog en el impeachment

La sesión final del impeachment de Trump necesitaba a un reportero como Triumph The Insult Comic Dog, esta vez con un vestuario muy variado. Es increíble que no le dejaran entrar. Triumph es el mejor perro en el mundo del periodismo, y eso que la competencia es muy intensa.

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Le daban por amortizado, pero Bernie Sanders llega a tiempo para dar la batalla

La subida de Bernie Sanders en las encuestas ya ha tenido un efecto en la guerra de propaganda habitual en unas primarias. Una SuperPAC llamada Democratic Majority for Israel ha empezado a emitir en Iowa un anuncio con opiniones de votantes demócratas. No votarán a Sanders porque no creen que pueda derrotar a Donald Trump. «Michigan, Pennsylvania, Iowa. No van a votar a un socialista», dice uno de ellos.

La respuesta de Sanders fue un vídeo en el que comentaba el anuncio («La clase de multimillonarios se está poniendo nerviosa, y debería estarlo»), pero lo más relevante fue la reacción de sus partidarios, alertados por un email de la campaña. Donaron 1,3 millones de dólares en un solo día. El dinero procedía de 70.000 donaciones, lo que da una media de 18,5 dólares por persona.

Hacían bien en tomarse en serio la amenaza. El ataque no era pequeño en términos de número de anuncios y capacidad para inundar los medios locales de Iowa, donde el lunes se celebra el caucus que da inicio a las primarias demócratas. El grupo demócrata proisraelí se gastará 680.000 dólares.

Sanders es la noticia que no esperaban los medios de comunicación norteamericanos cuando los precandidatos demócratas se lanzaron a la carretera. La mayoría creía que el senador de Vermont no tendría muchas posibilidades cuatro años después de que disputara hasta el final la candidatura demócrata a Hillary Clinton. Pensaban que su edad, 78 años, era un factor decisivo en su contra. Que ya no era el único político que podía aspirar a representar el voto contrario al establishment del partido, como ocurrió cuando se enfrentó a Clinton. Que  Elizabeth Warren podía restarle muchos apoyos entre esos sectores. Que al final los votantes demócratas no creerían que pudiera derrotar a Trump.

Ya en abril de 2019, cuando era demasiado pronto para establecer cualquier pronóstico fiable, The New York Times publicó un artículo (Stop Sanders’ Democrats Are Agonizing Over His Momentum) en el que informaba sobre el miedo de políticos y empresarios donantes habituales del Partido Demócrata ante la posibilidad de que Sanders ganara las primarias o aguantara en la carrera hasta el final. Ya estaban celebrando reuniones para discutir esa cuestión. ¿Cómo podían los poderes tradicionales del partido frenar a un candidato demasiado a la izquierda y al que no consideran uno de los suyos sin que esa estrategia se volviera en su contra? Trump lo había resuelto con facilidad cuando se vio en esa tesitura.

El artículo del NYT les ofrecía un consuelo: «Las buenas noticias para los rivales de Sanders es que sus números en las encuestas han caído de forma significativa comparados con 2016 en los estados que votan los primeros, cuenta con opiniones más negativas que muchos de sus principales rivales, y ya ha prometido en público apoyar al candidato del partido si él no vence».

Curiosamente, el artículo acababa con la opinión de unos de esos críticos de Sanders que se ha visto confirmada varios meses después. Cualquier operación para frenarlo sería utilizada por el senador en su beneficio, como en el judo. «Ya le imagino viendo los titulares, dice Brock. ‘Los ricos no me quieren'».

Eso es lo que ha pasado con el anuncio de Iowa. La gente de Sanders se ha aprovechado de esa campaña para recaudar aun más dinero del gastado por sus enemigos. Aunque esa frase de Brock está empleada en tono sarcástico, la realidad es esa: los ricos del Partido Demócrata no quieren a Sanders. Bien porque les parece un radical o porque no creen que pueda ganar a Trump. Probablemente, por las dos cosas. Para ellos, y también para muchos votantes demócratas, la opción de Joe Biden es la más segura. Claro que también decían lo mismo de Hillary Clinton.

Cuando la batalla está a punto de comenzar, Sanders ha desmentido esos pronósticos, a pesar de que Warren tuvo su momento hace unos meses y parecía que podía convertirse en una candidata sólida para los demócratas más progresistas. La coherencia de Sanders en su mensaje –no ha cambiado su programa para conseguir más votos que en 2016– y la fidelidad de sus partidarios le han puesto en primera línea.

Ya ha habido una encuesta nacional que sitúa a Sanders por delante de Joe Biden (27%-26%), la de NBC/Wall Street Journal (la media de sondeos de RealClearPolitics aún coloca a Biden en primera posición con 3,7 puntos de ventaja), pero en estos momentos hay que fiarse más de las que se han hecho en los estados en los que dan comienzo las primarias. La media de Iowa da ahora un 23,8% a Sanders y un 20,2% a Biden. Buttigieg y Warren están en torno al 15%. En New Hampshire, la ventaja de Sanders sobre Biden es mayor, 26,3%-16,8%.

Los números no cuentan toda la historia sobre Iowa. Las peculiares características del caucus podrían hacer que Sanders sacara más votos que nadie, pero que fueran Biden o Buttigieg quienes obtuvieran el mayor número de delegados. Pero en Iowa, un Estado pequeño, lo que tiene mayor impacto en los medios es ganar, no el puñado de delegados en juego. Ese efecto se mide también en votos en el resto del país. Las primarias de California no se celebran hasta el 3 de marzo, pero desde esta semana millones de votantes demócratas enviarán sus votos por correo.

La condición de presunto favorito de Biden pasaba por creer que tendría financiación de sobra. La realidad es que nadie ha recaudado tanto dinero como Sanders. Desde que lanzó su campaña, ha recibido 96 millones de dólares. Según las estimaciones de los medios, él es el que tiene más dinero en el banco para gastar en estos momentos. Biden es el cuarto por detrás también de Buttigieg y Warren.

Según una estimación del NYT, Sanders es también quien ha recibido dinero de más gente, cerca de 1,4 millones de personas. Le siguen Warren con casi 800.000 y Buttigieg con 741.000. Biden vuelve a ser el cuarto con 451.000.

Al definirse como socialista democrático, Sanders es el único aspirante demócrata que puede asemejarse a la izquierda europea. Ese es el factor que le hace atractivo entre muchos jóvenes. No es un orador vibrante de esos que sazona el mitin con bromas, historias personales y detalles con la audiencia local. El suyo es un discurso duro y sin contemplaciones que apela a la gravedad de la situación del país, tal y como él la ve. EEUU tiene un índice de desempleo que no llega al 4%, pero ese dato es engañoso para Sanders. Denuncia que el país cuenta con una economía que privilegia a los ricos, las infraestructuras se encuentran en un estado ruinoso y la desigualdad no hace más que aumentar en un sistema que «no sólo es inmoral, no sólo es un error, sino que es insostenible».

Su programa Medicare for All es lo más parecido a la sanidad universal existente en Europa occidental que puede encontrarse en la política norteamericana. Para los economistas liberales que han sido los arquitectos en la sombra de los demócratas en los gobiernos de Bill Clinton y Barack Obama, como el exsecretario del Tesoro Larry Summers, eso es anatema, porque supondrá un gigantesco aumento del gasto público.

Sanders ni se inmuta. Quiere sanidad para todos que no dependa del poder adquisitivo de cada ciudadano, matrículas universitarias gratuitas y un Green New Deal con el que afrontar la lucha contra el cambio climático. Sus partidarios escuchan a otros decir que eso es soñar despierto y ellos responden que esa es la razón por la que apoyan al senador. Si no sueñas durante las campañas electorales, no lo harás nunca y te conformarás siempre con lo que hay. Y Sanders no se conforma con poco: «Os estamos pidiendo que os unáis a nosotros para transformar el país».

Trump le llama Crazy Bernie (el loco Bernie) en sus tuits habitualmente insultantes con los rivales y sugiere que los demócratas «nunca le dejarán ganar». Para abrir boca, en una entrevista en Fox News el domingo, dijo que cree que Sanders «es un comunista». Los republicanos parecen tener muy claro qué tipo de campaña harían contra Sanders si este ganara las primarias. Están seguros de que un socialista nunca podrá vencer en unas elecciones en EEUU.

No sería la primera ni la segunda vez que la política norteamericana subestima a Sanders. De momento, ya puede decir que está en la mejor posición posible para arrancar el que será su último intento de llegar a la presidencia. Ganará o perderá, pero no hará concesiones.

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La Carga de la Brigada Ligera del Brexit y sus locos seguidores

Muchos países celebran de forma apasionada sus grandes gestas nacionales. Algunos, los menos, prefieren elegir derrotas catastróficas que se convirtieron en un elemento clave para forjar su identidad nacional. Los británicos están en una categoría especial. Reservan una atención singular a desastres y tragedias, pero porque ayudan a reforzar sus victorias y, en definitiva, la idea de que son un pueblo elegido para dominar el mundo. «Rule, Britannia! Britannia, rule the waves! Britons never, never, never shall be slaves».

Un capítulo especialmente conocido de ese despliegue patriótico de fiascos es la Carga de la Brigada Ligera en la guerra de Crimea. En octubre de 1854, la caballería británica se lanzó al galope, con sables en la mano y sus estandartes ondeando al viento, sobre una posición rusa protegida por artillería. Un espectacular ejemplo de incompetencia militar que inevitablemente acabó en una masacre producida en sólo veinte minutos. «De los 700 hombres que entraron en acción, sólo 190 pudieron salir de allí y todo eso para nada», escribió el teniente Fiennes Wykeham Martin en una carta a su hermano (las cifras reales de bajas fueron 110 muertos y 130 heridos, así como 375 caballos muertos o sacrificados).

El primer ministro, Lord Palmerston, definió la batalla como «gloriosa». El poema de Tennyson sobre esa batalla publicado muy poco después de los hechos se convirtió en lectura obligada para los escolares durante más de un siglo. ¿Qué mejor forma de fomentar el patriotismo que venerar una muerte inútil al servicio de la patria?

El fracaso como arsenal del carácter nacional, por más que sólo pueda explicarse por el infortunio o la estupidez, es el escenario al que nos traslada Fintan O’Toole para explicarnos el Brexit, no como una aberración o hecho singular que ocurrió de forma inesperada en 2016, sino como la culminación de una historia que es tan vieja como el propio país. En su libro ‘Un fracaso heroico. El Brexit y la política del dolor’, que acaba de publicar Capitán Swing en España, O’Toole llega al extremo de encontrar puntos en común con la trama del libro y película ‘Cincuenta sombras de Grey’. Es una forma provocadora de contar que el sadomasoquismo ayuda a entender ciertos aspectos de la historia británica cuando el sufrimiento es un factor esencial para alcanzar la gloria o un precio muy alto que estás dispuesto a pagar. Esto último es el espíritu que anima a los ‘Brexiters’.

El lector habrá encontrado en los medios de comunicación innumerables explicaciones del Brexit que lo ciñen todo a la relación convulsa de los tories con Europa desde finales de los 80, el error dramático de David Cameron al convocar el referéndum o la defensa escuálida de la UE hecha por la dirección del Partido Laborista. Todo eso tiene su parte de verdad, en especial el primer factor.

Pero no se puede entender el Brexit sin saber cómo entró el Reino Unido en la UE y cuál fue su relación con Bruselas mucho antes de que el espíritu euroescéptico se extendiera por el país. En última instancia, hay que arriesgarse a examinar el carácter nacional inglés –no el británico– y el peso de la historia, sobre todo la reciente en el siglo XX: cómo Gran Bretaña salió de la Segunda Guerra Mundial y cómo influyó esa guerra en el imaginario colectivo. Y por último, cómo el nacionalismo inglés, un fenómeno camuflado bajo capas formadas por otros ideales, ha resurgido en los últimos veinte años.

O’Toole es un periodista irlandés que ha escrito en tono crítico en varias ocasiones sobre el Brexit (también sobre lo que funciona mal en una sociedad complaciente y derrotista como la de su país). Como periodista, al introducirse en cuestiones históricas y antropológicas corre el riesgo de ir demasiado lejos. La ocasión lo merece con el fin de alejarse de prioridades periodísticas ya muy gastadas.

«Let’s take back control» (recuperemos el control) fue el eslogan que de forma brillante y muy efectiva resumió el sentir de los ciudadanos partidarios de la salida de la UE y marcó el camino para los indecisos en la campaña del referéndum. Permitía obviar el mensaje xenófobo y contra la inmigración que animaba a muchos de ellos, en especial a los movilizados por Nigel Farage y el UKIP, y establecer un espíritu más positivo en favor del sí. Arraigó porque la cuestión iba más allá del debate a cuenta de las competencias en manos de Bruselas.

Todo tenía que ver con el inexorable descenso del país hacia una posición marginal en la historia desde la Segunda Guerra Mundial. La pérdida del imperio se plasmó en la independencia de India en 1947, pero tuvo otras citas más dolorosas. Sobre ellas destaca el desastre de Suez en 1956, donde británicos y franceses, ayudados por israelíes, efectuaron el último intento de imponer sus designios imperiales sobre el Egipto de Nasser y se vieron frenados y ridiculizados por la tenaza formada por EEUU y la URSS.

En el ciudadano medio, fue calando una idea insoportable. Los británicos habían ganado la guerra –además, pensaban que eran ellos quienes habían derrotado a Hitler con una pequeña aportación de norteamericanos y rusos– y su país vivió años muy duros después de 1945 y posteriormente nunca llegó a despegar de verdad.

«No es en absoluto ridículo pensar que Gran Bretaña, en las palabras de Spencer, había merecido mucho y recibido poco», escribe O’Toole. «Había perdido su imperio, caído prácticamente en la bancarrota, sufrido el estancamiento económico y en la crisis de Suez de 1956 (sólo una década después del gran triunfo), visto brutalmente anuladas sus pretensiones de gran potencia».

Mientras tanto, los alemanes derrotados y los franceses, con un país mucho más destruido que Gran Bretaña, encararon con decisión la reconstrucción e impulsaron su economía. En la segunda mitad de los años setenta, los peores presagios se cumplieron y el país acabó convertido en el enfermo de Europa occidental.

No es posible subestimar esta idea de fracaso o consignarla sólo a la política. «Este sentimiento de pérdida –del imperio, de las zonas industriales, de los lazos comunes– alcanza a la cultura inglesa de postguerra: desde el punk hasta el romanticismo de cantantes como Morrissey y la nostalgia por una edad de oro anterior que está presente en los titulares de los diarios sensacionalistas y en la izquierda y derecha radicales de la política inglesa de hoy», escribía hace poco Jeremy Cliffe en el New Statesman. En los tabloides de tiradas millonarias, aparece esa idea de forma reiterada: ¿cómo hemos podido caer tan bajo? Y especialmente, ¿quién es el culpable? La UE acabó siendo el perfecto chivo expiatorio.

Por parte de las élites y los intelectuales, la entrada en la UE en 1973 se vio como un accidente o un paso obligado por inercia, quizá para borrar la humillación del veto anterior de De Gaulle. La campaña oficial sí ofreció uno de los grandes eslóganes de todos los tiempos que en Francia y Alemania hubieran entendido muy bien: «Cuarenta millones de personas murieron este siglo en dos guerras europeas. Es mejor perder algo de soberanía que perder a un hijo o una hija».

Lo que sí hubo fue un verdadero interés popular por saber en qué consistía. El ‘Libro blanco’ publicado por el Gobierno con el objetivo de explicar la entrada vendió más un millón de copias, un auténtico ‘best seller’ de la literatura gubernamental.

Con el tiempo, se estableció una dicotomía que llega hasta nuestros días y que sirvió de combustible para el Brexit. «Si Inglaterra no era una potencia imperial, entonces debía ser otra cosa, una colonia», dice O’Toole. Un vasallo de Bruselas. Que esa idea chocara con la realidad de un mundo globalizado donde la soberanía no es lo que era ni debería serlo, es algo secundario, siempre que el número necesario de personas, entre las élites y el pueblo, se convenzan de ello. Y si es imprescindible apelar a la brocha gorda, nunca faltará un personaje como Boris Johnson.

«Napoleón, Hitler y otras personas intentaron eso (unificar Europa) y acabaron de forma trágica. La UE es un intento de hacerlo con métodos diferentes», dijo el actual primer ministro un mes antes del referéndum. Hitler y la UE en el mismo plano, al menos en cuanto al objetivo general. Todo ello en un país que no ha sido invadido desde su formación moderna como Estado en 1707 con la unión de Inglaterra y Escocia. El mapa de la batalla final ya estaba trazado.

Ese «fracaso heroico» asfaltó muchas opiniones favorables al Brexit y animó a los que dudaban. El futuro fuera de la UE era incierto, pero merecía la pena. Abandonar la Unión es un salto a lo desconocido. Es poner en riesgo la prosperidad actual. Una completa locura. No importa y no porque exista un temperamento suicida. Los británicos del pasado celebraban fracasos gloriosos como el de la Carga de la Brigada Ligera, el naufragio de los barcos HMS Terror y HMS Erebus en el Paso del Noroeste en 1845 o la huida sangrienta de Kabul en la primera guerra afgana en 1842, porque sabían que al final la victoria sería suya. Eso volvería a ocurrir en el siglo XXI sólo con desearlo.

Esos fracasos hacían aun más notable el sacrificio, algo asumible cuando tu posición dominante no está en peligro. El colonizador llegaba a expropiar el dolor del colonizado, explica O’Toole, para reforzar el heroísmo propio. Ahora esa tendencia cobra un cariz más negativo, ya que es un victimismo general que no puede consolarse con la existencia del poder imperial.

Sometidos al diktat de Bruselas. Obligados a entregar la soberanía de sus aguas a pescadores extranjeros. Intimidados por el lenguaje «políticamente correcto» que hace que los hombres blancos sean las auténticas víctimas en un mundo que prima a mujeres, homosexuales y minorías étnicas. Ese tipo de cosas de las que no te atrevías a hablar con tus amigos para que no te tildaran de fanático y que ahora cobraban sentido con el Brexit. El menú diario de los lectores del Daily Mail, el periódico más influyente de Gran Bretaña desde hace muchos años.

Todos ellos son rasgos que identifican a muchos votantes del Brexit, que se consideran únicamente ingleses, no británicos. Con el referéndum, Cameron ofreció una plataforma excelente al nacionalismo inglés, un fenómeno relativamente reciente que sólo empezó a plasmarse en encuestas cuando se aprobó la devolución de poderes a Escocia. Y aquellos que se identifican sólo como ingleses fueron los que se mostraron más hostiles a la inmigración y a la UE.

Se dice que los mandos militares rusos que contemplaron perplejos la carga suicida de Balaclava en la guerra de Crimea pensaban que los soldados británicos estaban borrachos. Ante tal desperdicio de vidas humanas, un militar francés dijo: «Es una locura».

Son reacciones similares a las de muchos ciudadanos europeos al presenciar lo ocurrido en Gran Bretaña desde 2016. Mientras tanto, los ingleses, o al menos la mayoría de ellos, entonan patrióticos uno de sus grandes himnos: «Britons never, never, never shall be slaves» (los británicos nunca, nunca, nunca serán esclavos).

La libra ha perdido en torno a un 15% de su valor frente al euro desde el referéndum. Si se acentúa esa tendencia, los británicos serán esclavos de otras cosas al descubrir que comprar alimentos y bienes esenciales y viajar al extranjero será mucho más caro. Pero ya será demasiado tarde. Una cosa es segura. Habrá tiempo de buscar otros responsables. La historia da pocas segundas oportunidades, aunque siempre te permite sostener que los culpables de tu fracaso son los otros.

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El largo camino hacia el apartheid en Palestina

El «plan de paz» anunciado por la Casa Blanca es un digno colofón al llamado proceso de paz o proceso de Oslo que ha ocupado los titulares de los medios de comunicación desde los años 90. Podemos discutir sobre cuál fue el auténtico final de esas negociaciones, si el asesinato de Yitzhak Rabin o las conversaciones de Camp David en el final de la Administración de Clinton. Lo que es indudable es que lo ocurrido después nunca fue un proceso de paz, como insistíamos en llamarlo los periodistas.

Pero sí se le podía llamar proceso, porque contenía una serie de hechos, que no siempre iban en la misma dirección, cuyo desenlace sólo podía ser uno: la anexión de las zonas de territorio palestino que interesaban al Estado israelí y el establecimiento permanente de dos jurisdicciones en función del origen étnico de sus habitantes. Una para los judíos –con independencia de que vivan en Tel Aviv, Jerusalén o en un asentamiento situado a pocos kilómetros de Nablus o Ramala– con toda la protección militar o jurídica que puede ofrecer el Estado de Israel. Otra para los árabes, sin derecho a contar con sus propias fronteras, recursos naturales o activos económicos y sólo con la posibilidad de gobernar los asuntos municipales de sus ciudades. Si en un momento dado, alguien proponía llamarlo un ‘Estado’, estaba claro que no iba a tener las atribuciones que acompañan a ese término.

En la práctica, un único Estado desde el Mediterráneo hasta la frontera con Jordania, al que se puede denominar binacional, pero en el que sólo los israelíes –a los que hay que sumar los palestinos que viven desde 1948 dentro de las fronteras de Israel– cuentan con los derechos que los convierten en ciudadanos. Los palestinos carecen de esos derechos y pasan a ser unos vasallos o súbditos de un poder que no responde ante ellos.  Pueden ser definidos como extranjeros en su propia tierra y quedan sometidos a unas leyes destinadas a mantenerlos en esa situación.

A su vuelta a Israel, Netanyahu anunció que este domingo hará que su Gobierno dicte la anexión unilateral del valle del Jordán y de todos los asentamientos judíos en Cisjordania (es posible que la complejidad a la hora de identificar con exactitud la extensión de esos asentamientos haga que se retrase la medida). El mismo paso que se dio en 1980 y 1981 con Jerusalén Este y el Golán.

El plan es muy concreto a la hora de imponer la superioridad de los israelíes sobre los palestinos en la actual Cisjordania. En relación a las localidades palestinas «situadas dentro del continuo Estado israelí» (es decir, rodeadas por esos asentamientos que serán anexionados por Israel) y que supuestamente formarán parte del Estado palestino: «Tales enclaves y las rutas de acceso estarán sujetas a la responsabilidad de la seguridad israelí». Al igual que ahora, el Ejército intervendrá en esas zonas siempre que sea necesario. Lo mismo en el caso de asentamientos rodeados por localidades palestinas. En ese caso, se utiliza la misma frase.

Se llega al extremo de plantear como «posibilidad» de que diez localidades árabes que se encuentran dentro de las fronteras del Estado de Israel pasen a formar parte de un Estado palestino. Es lo que podríamos llamar el sueño húmedo de la ultraderecha israelí desde hace décadas: deshacerse de las comunidades donde viven los que allí se denominan «árabes israelíes». La idea contaba con un término eufemístico («transferencia») para intentar desmentir las acusaciones de promover la limpieza étnica que recibían sus promotores, también dentro de Israel. Esa «transferencia» forzada de la población, que no hay que olvidar que se produjo en la guerra de 1948, es considerada ilegal por la Cuarta Convención de Ginebra. «No habrá otra Nakba», ha dicho el alcalde de Taibé, una de esas localidades.

El proyecto al que en un exceso de humor macabro se le llamó en la Casa Blanca el «acuerdo del siglo» es la última medida impuesta por Donald Trump para acelerar esa situación dando cobertura política desde Washington al proyecto que décadas atrás defendían en público y sin ambigüedad la ultraderecha israelí y el movimiento de los colonos y que acabó siendo el plan no tan secreto del Likud y sus aliados bajo el mandato de Binyamín Netanyahu.

Hay una ironía no buscada. Los mapas que los políticos palestinos y los pacifistas israelíes mostraron durante años para denunciar el proceso de usurpación de sus derechos terminaron siendo los mismos que la Casa Blanca mostró en la presentación del plan con la intención de defender sus virtudes.

La posible implantación de una serie de enclaves palestinos aislados y sin continuidad geográfica a causa de la presencia de los asentamientos fue comparada hace tiempo con los bantustanes que el régimen racista de Suráfrica ofrecía a la población negra para que ejerciera en ellos su ‘autogobierno’. La comparación resultaba molesta para mucha gente, al igual que el uso del término apartheid, pero ahora resulta casi obligada, porque los efectos son los mismos.

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Represalias en The Washington Post por recordar el caso de violación contra Kobe Bryant

El uso de redes sociales por los empleados de The Washington Post afecta directamente a «la reputación y credibilidad» del medio, dicen las normas de obligado cumplimiento que existen en su redacción. Este tipo de normas, más o menos estrictas, son habituales en las empresas periodísticas norteamericanas. Los conceptos que explican suelen ser claros. Su aplicación a casos concretos es inevitablemente más discutible.

El Post ha sancionado a Felicia Sonmez, periodista de su sección de Política, con una suspensión de empleo sólo por haber publicado en Twitter el enlace de una noticia copiando su titular. Lo hizo no mucho tiempo después de que se conociera la muerte de Kobe Bryant en un accidente de helicóptero cerca de Los Angeles. El artículo enlazado era de Daily Beast y fue publicado en 2016: ‘Kobe Bryant’s Disturbing Rape Case: The DNA Evidence, the Accuser’s Story, and the Half-Confession’. Es la historia de la acusación de violación contra Bryant por una trabajadora de hotel que finalmente decidió no declarar en el juicio contra el jugador de baloncesto, pero que le demandó por la vía civil. Bryant acepto pagarle una indemnización millonaria y pedirle perdón en un comunicado a cambio de la retirada de esa demanda.

Sonmez no hizo ningún comentario más allá de poner el enlace. No lo relacionó con la noticia de la muerte, aunque la intención era clara: dejar constancia de un hecho de la vida de Bryant que creía que no se debía olvidar. Ella sufrió hace años abusos sexuales a manos de otro periodista. Recibió miles de tuits de respuesta con críticas, insultos y amenazas. Alguien publicó su dirección personal (ella decidió después pasar la noche en un hotel por miedo a las consecuencias). En otro tuit, se refirió a estos ataques personales con una captura de su buzón de email en la que se veían algunas direcciones.

Luego, llegaron las consecuencias laborales. Recibió un mensaje de una subdirectora del diario ordenándole que borrara los tuits, cosa que hizo. Daba igual, porque ya circulaban en la red capturas del mensaje. También recibió un email del director del periódico, que no leyó hasta el día siguiente. Martin Baron, que estaba en España o camino de España, escribió un mensaje tajante: «Felicia. Ha sido un claro error haber tuiteado esto (por el enlace al artículo de Daily Beast). Por favor, para. Estás dañando a la institución (es decir, la empresa) al hacerlo».

La subdirectora le había dado un aviso similar en otro email: «Tu conducta en las redes sociales hace que el trabajo de otros como periodistas del Washington Post sea más difícil».

La periodista recibió una suspensión de empleo temporal a la espera de que la dirección tome una decisión disciplinaria definitiva.

La noticia de la muerte de Kobe Bryant provocó una conmoción no sólo en el mundo del deporte y no sólo en EEUU. Hasta su retirada, era una de las grandes figuras del deporte en EEUU y uno de los mejores jugadores de baloncesto de la historia. Como siempre que muere alguien muy conocido, y en especial si es de forma prematura por un accidente, el dolor de sus admiradores es sincero y masivo.

La convención social de que no se debe hablar mal de las personas que acaban de fallecer no tiene sentido en periodismo. Al hacer un balance de su trayectoria en un perfil, resulta imprescindible que el artículo incluya sus virtudes y defectos, sus éxitos y sus antecedentes más oscuros. Por eso, la mayoría de los largos perfiles dedicados a Kobe tras su muerte dedicaron un espacio a esa acusación de violación, de la que en su momento se publicaron un número ingente de artículos en EEUU y fuera del país.

Las horas inmediatamente posteriores a una muerte como la de Kobe son especialmente sensibles. Mucha gente no acepta que se arroje la más mínima sombra sobre la reputación de su ídolo. Se puede discutir si es o no inteligente recordar las historias sobre la violación tan poco tiempo después de la muerte del deportista en una red social en la que priman las reacciones más viscerales. Pero el periodismo tiene una obligación con los hechos.

La decisión de la empresa ha causado un fuerte rechazo en la redacción. Erik Kemple, periodista del Post que cubre noticias sobre comunicación, publicó un artículo crítico como opinión. Comentó entre otras cosas que la alegación de que los tuits de Sonmez perjudicaban el trabajo de sus compañeros era algo que debía ser justificado con pruebas, cosas que no se había hecho.

Fuentes del Post explicaron a algunos medios que la periodista no fue castigada por el tuit con el artículo sobre la investigación de la violación, sino por mostrar en otro tuit una captura con direcciones de email de las personas que le escribieron. Sin embargo, el email que le envió el director contenía una captura del primer tuit.

El comité de empresa del Post publicó un comunicado especialmente duro con la dirección. Acusa a la empresa de arbitrariedad en la aplicación del código de uso de redes sociales. La publicación de opiniones controvertidas por algunos miembros de la redacción, incluidos directivos, no han sido castigadas, mientras que ahora se sancione a Sonmez sólo por dejar constancia de un hecho conocido.

Más grave es la acusación de que «esta no es la primera vez que el Post ha intentado controlar cómo Felicia habla sobre violencia sexual», refiriéndose al asalto que sufrió y a la falta de apoyo que recibió.

Este texto, promovido por los representantes sindicales de los trabajadores, ha sido firmado por 200 integrantes de la plantilla del medio.

The Washington Post ha popularizado un eslogan para estos tiempos en que campa la desinformación a sus anchas y en EEUU los periodistas reciben constantes ataques del presidente del país: «La democracia muere en la oscuridad» (Democracy dies in darkness). Ha sido también un gancho efectivo para reclamar el apoyo económico de los lectores en forma de suscripciones.

Oscuridad también es coartar la libertad de expresión de sus periodistas en redes sociales –en especial cuando se limitan a reflejar hechos–, impedir que dejen patente en todo momento la importancia de luchar contra la violencia sexual, y obviar la obligación periodística de contarlo todo sobre las figuras más conocidas de la sociedad, incluso en las peores circunstancias.

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En la noche del martes, hora española, la subdirectora Tracy Grant anunció que el Post ha levantado la suspensión de empleo a la periodista Felicia Sonmez: «Después de llevar a cabo una revisión interna (del caso), hemos decidido, a pesar de considerar que los tuits de Felicia se hicieron en el momento equivocado, que ella no cometió una violación clara y directa de nuestra política de redes sociales». Dice que lamentan haber hablado en público de una cuestión de personal del periódico, pero en ningún momento pide disculpas a Sonmez ni muestra apoyo hacia ella por los ataques recibidos.

Es muy posible que la reacción habría sido distinta si no hubiera sido tan rápida la reacción del comité de empresa y de una parte importante de la redacción del periódico.

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