Una venganza norteamericana contra Irán y una guerra inminente en Oriente Medio

En marzo de 2008, una ofensiva militar del Gobierno de Maliki para imponer el orden en Basora, en el sur de Irak, y acabar con el poder de la milicia del Ejército del Mahdí y varias organizaciones criminales se inició de forma desastrosa. Ni siquiera la ayuda norteamericana con ataques aéreos permitió controlar la situación. En menos de una semana, murieron cerca de 500 personas. Hasta que llegó el momento del general Qasem Suleimani.

Varios diputados iraquíes de partidos chiíes se trasladaron a la ciudad iraní de Qom para reunirse con el jefe desde finales de los años 90 de la Fuerza Quds, una unidad de élite de la Guardia Revolucionaria iraní, y pedirle que gestionara una tregua. El primer ministro Maliki había prometido no negociar con el Ejército del Mahdí. Suleimani tenía otras ideas al respecto y asumió los contactos hasta obtener un alto el fuego que fue el primer paso para llegar después a la pacificación de la ciudad, siempre inestable como era habitual en Irak.

Fue una de las primeras ocasiones en que los medios de comunicación norteamericanos prestaron atención a Suleimani, destacando el aire misterioso de su influencia en Irak y otros lugares. Era el hombre indispensable de la maquinaria militar y de espionaje de su país en el exterior y después fue un protagonista clave de la guerra de Siria en apoyo del Gobierno de Asad y de otros conflictos.

Suleimani fue asesinado con un ataque con misiles lanzados por un dron estadounidense a la una de la madrugada del viernes cerca del aeropuerto de Bagdad. Supone una declaración de guerra a todos los efectos. Donald Trump ha colocado así a Oriente Medio al borde de otro conflicto bélico de consecuencias imprevisibles, por mucho que su secretario de Estado, Mike Pompeo, la denominara una «acción defensiva».

Lo que era indudable en 2008 era que Suleimani representaba el símbolo de que Irán había sido el gran beneficiado por la invasión de Irak por EEUU en 2003. «Un Irán expansionista y fortalecido parece ser el único vencedor» de la guerra de Irak, concluyó una historia oficial de la guerra encargada por el Ejército de EEUU.

Los norteamericanos habían eliminado a Sadam Hussein, el gran enemigo de Teherán, así como antes a otro régimen que odiaba a los chiíes, el de Afganistán. Habían puesto en el poder en Bagdad a una coalición de partidos chiíes, muchos de cuyos dirigentes pasaron el exilio en Irán, mientras sus partidos recibían ayudas económicas del Gobierno iraní para subsistir.

Las autoridades iraquíes no eran todas unas marionetas en manos de Suleimani, pero este contaba con la mayor influencia externa sobre los acontecimientos iraquíes. Todos los primeros ministros iraquíes han tenido lo que se ha dado en llamar una «relación especial» con Irán.

Esto se acentuó cuando los yihadistas del ISIS se hicieron con el control de las ciudades de Faluya y, sobre todo, Mosul y Tikrit. Las milicias chiíes apoyadas por Irán fueron la principal fuerza de choque para ayudar al desorganizado y corrupto Ejército iraquí poco después de la caída de Mosul. Esos grupos armados fueron el embrión de un partido político que fue el segundo más votado en las elecciones iraquíes. Era otra pieza de presión con la que contaba el general iraní.

Documentos secretos iraníes de 2014 y 2015 a los que tuvieron acceso en noviembre The Intercept y The New York Times confirmaron esa influencia. En caso de duda, los iraquíes no podían resistirse. En 2014, Suleimani en persona fue a ver al ministro iraquí de Transportes para pedirle que concediera acceso al espacio aéreo y poder enviar a Siria los aviones con los suministros de armas y material de guerra que necesitaba el Gobierno de Damasco. El ministro dio de inmediato el visto bueno y Suleimani le besó en la frente como muestra de agradecimiento.

Las guerras contra el ISIS y en Siria elevaron al máximo su perfil público. Ya no era nada misterioso, entre otras cosas porque permitía que le fotografiaran en sus visitas a los dos frentes para reunirse con mandos militares y confraternizar con los soldados. Su ayuda al régimen sirio supuso un apoyo fundamental para su supervivencia y Suleimani quería que eso se supiera en Teherán.

Si bien la Fuerza Quds se ocupa también del espionaje, no es el único organismo iraní que se dedica a ello. El Ministerio iraní de inteligencia se quejaba en un documento, reseñado por The Intercept, por la exposición pública de Suleimani «al publicar fotos suyas en distintas redes sociales». Temía que muchos suníes y no pocos chiíes iraquíes terminaran acusando a Irán por la deplorable situación económica y de corrupción del país, como así ha ocurrido.

En las manifestaciones de los últimos meses contra el Gobierno iraquí, hubo muchos gritos contra los iraníes. En el incidente más grave, prendieron fuego al consulado iraní de Nayaf a finales de noviembre. Centenares de manifestantes murieron tiroteados en las concentraciones, en muchos casos a manos de las milicias chiíes.

Tras la invasión de Irak en 2003 y eufóricos por el rápido fin del régimen de Sadam, los neoconservadores continuaron la presión para llevar también la guerra a Irán. «Cualquiera puede ir a Bagdad. Los hombres de verdad van a Teherán», fue una frase que se popularizó en ciertos ambientes belicistas de Washington. Muchos mandos militares lo consideraban una locura. Eran conscientes de que un país como Irán (actualmente 81 millones de habitantes en 1,6 millones de kilómetros cuadrados) suponía un desafío casi irrealizable comparado con Irak (hoy 38 millones en 437.000 kilómetros cuadrados).

Eso no ha impedido que el deseo de acabar con el régimen de Irán haya sobrevivido a la Administración de Donald Trump. «Vi la pasada noche que había gente bailando en las calles en partes de Irak», dijo a CNN Mike Pompeo. «Tenemos la esperanza de que la gente, no solo en Irak, sino en Irán, vea la actuación americana de la noche pasada como algo que les concede libertad». Es la vieja esperanza de los neocon de provocar un «cambio de régimen» en Teherán.

Recuerda a la frase del entonces vicepresidente Dick Cheney cuando dijo antes de la invasión de Irak que los norteamericanos iban a ser «recibidos como libertadores».

La propaganda se ha puesto rápidamente en marcha. El vicepresidente, Mike Pence, lanzó varios mensajes en Twitter con algunas afirmaciones que son falsas. Dijo que el general iraní «colaboró en el viaje clandestino a Afganistán de 10 de los 12 terroristas que llevaron a cabo los atentados terroristas del 11 de septiembre en Estados Unidos». Es falso. Los terroristas fueron 19, 15 de ellos saudíes, y ninguno de ellos tuvo la ayuda de Suleimani o del Gobierno iraní.

Suleimani era indudablemente un enemigo declarado de la presencia militar norteamericana en Oriente Medio y un protagonista básico en la extensión de la influencia iraní en la región en países como Irak, Líbano y Siria. Aportó armas y fondos a grupos chiíes que atacaron a militares norteamericanos en Irak, pero no a los suníes. Pocos militares como él han tenido tanta responsabilidad en la guerra siria, donde han muerto centenares de miles de personas.

Pompeo dijo que la decisión de matar a Suleimani había «salvado vidas», pero no ofreció ninguna prueba. Horas después, Trump compareció ante los periodistas sin aceptar preguntas para decir que «hemos tomado esta acción para detener una guerra».

Guerra es la respuesta más probable a un asesinato selectivo contra el militar iraní más conocido. El líder espiritual iraní, Alí Jamenei, ya ha prometido venganza y todo el mundo da por hecho que se producirá. Nadie sabe exactamente qué puede ocurrir. Es probable que Irán elija el terreno y objetivos contra EEUU más propicios para sus intereses. De entrada, aprovechará la oportunidad para que el Gobierno iraquí expulse a las tropas norteamericanas presentes en el país. En el Parlamento de Bagdad, ya se ha presentado una iniciativa para que se dé ese paso.

Lo que es indudable es que habrá una respuesta militar iraní, suya o de sus aliados en la región. «La puerta de la diplomacia entre Teherán y Washington está cerrada durante un futuro previsible. Los iraníes se vengarán de forma que hará que sea imposible que ambos países eviten el conflicto», contó Alí Vaez, del ‘think tank’ International Crisis Group a Al-Monitor.

Oriente Medio está ahora en manos de dos hombres de 73 y 80 años –Trump y Jamenéi– que no pueden permitir que se cuestione su reputación.

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Netanyahu, al asalto del Estado israelí

Quienes esperaban que el resultado de las primarias del Likud pudiera suponer el prólogo de la retirada política de Binyamín Netanyahu vieron rápidamente disipadas sus esperanzas. No es que el resultado estuviera en duda. El primer ministro en funciones obtuvo el 72,5% de los votos, frente al 27,5% de su rival, Gideón Sa’ar, en una votación en la que participó el 49% de los militantes en un día marcado por la lluvia y las tormentas. Quizá pensaban que un resultado más ajustado plantearía dudas sobre el futuro de Netanyahu, cuya petición de procesamiento por corrupción por la Fiscalía y su fracaso en formar Gobierno, que obliga a unas terceras elecciones en menos de un año, le habían dejado en una posición vulnerable.

No fue así, porque el Likud no sólo es el mayor partido de la derecha nacionalista israelí desde su formación en los años 70, sino el feudo político personal de Netanyahu. El grupo parlamentario, los dirigentes locales y los militantes unieron su destino al suyo desde hace tiempo de la misma que en una organización criminal nadie discute el poder del capo a menos que alguien surja desde dentro con poder y convicción suficientes como para eliminarlo. Los que lo han intentado han fracasado, también cuando decidieron abandonar el partido y fundar su propia formación política.

El segundo paso para Netanyahu es decidir en los próximos días si solicita al Parlamento que apruebe un proyecto de ley que le conceda inmunidad legal mientras se mantenga al frente del Gobierno. Está por ver si el Tribunal Supremo aceptará la medida, ya que no hay precedentes de este tipo en la historia del país.

Políticamente, el resultado no está asegurado. Puede contar de entrada con el apoyo de 55 diputados, sobre un Parlamento de 120, con los votos del Likud y de sus aliados de partidos de extrema derecha y ultraortodoxos. Si no consiguió el ‘sí’ de 61 diputados para formar Gobierno, es difícil pensar en cómo logrará llegar a ese umbral ahora. Pero el principal partido de la oposición –la coalición Azul y Blanco– ya ha sugerido que prefiere que sean las urnas y no los jueces los que derroten al líder del Likud. A lo largo de su carrera, la incompetencia y las rencillas internas de los partidos de la oposición han sido colaboradores necesarios en los triunfos de Netanyahu. Ese es un ingrediente habitual cuando logras dominar el sistema político de un país durante más de una década.

Yossi Verter se pregunta en Haaretz cómo va a recuperar Netanyahu de esta manera en la cita electoral del 2 de marzo el apoyo de los miles de votantes que le abandonaron en las anteriores elecciones y le hicieron perder varios escaños: «Esos votantes no volverán a casa cuando la casa se parece a una mafia en la que el jefe –personalmente o a través de su familia, lacayos y consiglieri– orienta a los hooligans digitales y les incita contra cualquiera que cuestione su poder. Sean Gideón Sa’ar y sus partidarios o el fiscal general Avichai Mendeblit y el fiscal del caso y su equipo».

Netanyahu ha utilizado una estrategia típicamente trumpiana para acosar o atacar directamente a las instituciones del Estado que le han creado problemas con investigaciones de corrupción, como policías, fiscales o jueces. Israel no es el único país en que el presidente o primer ministro anuncia que los ataques contra él lo son en realidad contra todo el país o que las investigaciones judiciales se basan en maniobras de sus enemigos que buscan conseguir lo que no obtienen en las urnas.

Pero Netanyahu ha ido mucho más lejos. Hace sólo unos días, puso en circulación una imagen suya con una frase calcada de otra difundida por Trump con la misma intención. «No me persiguen a mí, sino a ti. Yo sólo me he interpuesto en su camino», dice el texto. Policías y fiscales se convierten así en enemigos de los propios ciudadanos. Se diría que no le vale con mantener el poder que le da el Gobierno, sino que quiere asaltar todo el Estado.

Antes de conocerse el resultado de las primarias, algunos asesores de Netanyahu afirmaban que no puede ganar las elecciones de marzo si continúa con ese discurso ‘antisistema’ contra algunas de las principales instituciones del Estado, según contaba Ben Caspit en Al-Monitor. Esa imagen con la frase «no me persiguen a mí» indica que su líder no está de acuerdo. «Los partidarios del Likud que se fueron no volverán a votarle si Netanyahu se lanza contra el Tribunal Supremo con una horca en la mano. Muy al contrario. Más miembros del Likud abandonarán el partido, que podría caer por debajo de 30 escaños», dijo uno de ellos a Caspit (ahora tiene 31).

Como todos los líderes en una situación apurada, Netanyahu terminará jugando todas las cartas que tenga en la mano. Insistirá en denunciar esa gran conspiración contra él, como suele hacer Trump, y al mismo tiempo ofrecerá un horizonte de éxito si los votantes de la derecha nacionalista apuestan por el Likud. En su discurso de victoria, prometió que su relación privilegiada con el presidente de EEUU le permitirá convencerle de que reconozca la soberanía israelí (este año él la denomina «soberanía judía») sobre el Valle del Jordán y «sobre todas las comunidades de Judea y Samaria, todas ellas sin excepción», es decir sobre toda Cisjordania.

Netanyahu pretende sobrevivir convenciendo a los israelíes de que su supervivencia política permitirá a Israel completar el sueño histórico de la derecha y ultraderecha de su país de convertir la colonización de los territorios palestinos en una anexión completa. No es la primera vez que pone en práctica esa estrategia y hasta ahora le ha ido muy bien.

Eso haría imposible cualquier posibilidad de paz, pero esa no es una de sus prioridades.

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En defensa de Julian Assange

Un millar de periodistas de 91 países ha firmado un manifiesto en defensa de Julian Assange para el que Estados Unidos ha pedido al Reino Unido la extradición por la presunta vulneración de la Ley de Espionaje de 1917. El Gobierno ecuatoriano permitió que policías británicos entraran en su embajada en Londres para que detuvieran al fundador de WikiLeaks y respondiera por dos acusaciones por delitos sexuales existentes en Suecia. Al final, la Justicia sueca renunció a su procesamiento, pero, como temía Assange, EEUU aprovechó la oportunidad para reclamar su entrega.

El texto plantea que Assange se arriesga a ser condenado a una pena de prisión equivalente a una cadena perpetua por publicar los documentos que probaban la existencia de crímenes de guerra en Irak y Afganistán y que el Gobierno norteamericano había engañado a la opinión pública sobre esos hechos denunciados.

Desde el inicio de la presidencia de Donald Trump, periodistas y medios de comunicación de EEUU han denunciado con energía los ataques a la libertad de expresión procedentes de la Casa Blanca. Por ciertos que sean, tienen una importancia mucho menor que las acusaciones presentadas contra Assange, que sientan un peligroso precedente contra la publicación por esos medios de todos aquellos hechos reales que los gobiernos prefieren mantener en secreto para ocultar por ejemplo los crímenes que se llevan a cabo en las guerras o la corrupción tolerada por los gobiernos.

Este es el texto del manifiesto promovido que se puede firmar aquí:

Julian Assange, el fundador y editor de WikiLeaks, se encuentra detenido en la prisión de alta seguridad de Belmarsh, en el Reino Unido, y se enfrenta a la extradición a los Estados Unidos y a un proceso penal en virtud de la Ley de Espionaje. Assange corre el riesgo de ser condenado a 175 años de prisión por su papel en la publicación de las filtraciones de documentos militares estadounidenses de Afganistán e Irak y cables diplomáticos del Departamento de Estado de EEUU. Los Diarios de la guerra demostraron que el Gobierno de Estados Unidos había engañado a la opinión pública sobre sus actividades en Afganistán e Irak y había cometido crímenes de guerra. WikiLeaks se asoció con un gran número de medios de comunicación de todo el mundo que reeditaron los Diarios de la guerra y los cables diplomáticos. Las acciones legales en marcha contra Assange sientan un precedente extremadamente peligroso para periodistas y medios de comunicación y para la libertad de prensa.

Nosotros, periodistas y organizaciones periodísticas de todo el mundo, expresamos nuestra profunda preocupación por el bienestar de Assange, por su detención continuada y por las draconianas acusaciones de espionaje contra él.

Este caso se sitúa en el núcleo del principio de la libertad de expresión. Si el Gobierno de Estados Unidos puede procesar a Julian Assange por publicar documentos clasificados, despejará el camino para que los gobiernos enjuicien a periodistas en cualquier parte del mundo, lo cual sentaría un peligroso precedente para la libertad de prensa a nivel mundial. Acusar de espionaje a quienes publican materiales proporcionados por filtradores es también una novedad que debería encender las alarmas de todos los periodistas y medios de comunicación.

En una democracia, deben poder revelar crímenes de guerra y casos de tortura y abuso sin tener que ir a la cárcel. Ése es, precisamente, el papel de la prensa en una democracia. A partir del momento en que los gobiernos tienen la capacidad de utilizar las leyes de espionaje contra periodistas y medios de comunicación, estos se ven privados de su forma tradicional y más importante de defenderse –de actuar en interés público– que la Ley de Espionaje no permite ejercer.

Antes de ser trasladado a la prisión de Belmarsh, Assange pasó más de un año en arresto domiciliario y siete en la embajada de Ecuador en Londres, donde se le había concedido asilo político. En todo ese tiempo sufrió graves violaciones de sus derechos humanos, incluyendo el espionaje de sus conversaciones, protegidas por el secreto profesional, por parte de organizaciones a las órdenes directas de agencias estadounidenses. Los periodistas que le visitaban fueron sometidos a vigilancia constante. Se le restringió el acceso a la defensa legal y a atención médica, y se le privó de recibir la luz del sol y hacer ejercicio físico. En abril de 2019, el Gobierno de Lenín Moreno permitió a agentes de policía del Reino Unido entrar en la embajada y detener a Assange. Desde entonces se encuentra en aislamiento durante 23 horas al día y, según quienes lo han podido visitar, está “fuertemente medicado”. Su salud mental y física se ha deteriorado gravemente.

Ya en 2015 el Grupo de Trabajo sobre la Detención Arbitraria de la ONU (ACNUDH) dictaminó que Assange había sido detenido de forma arbitraria y privado de su libertad, y exigió su liberación e indemnización. En mayo de 2019, el ACNUDH reiteró su preocupación y pidió que se le devolviera su libertad personal.

Hacemos responsables a los gobiernos de Estados Unidos, Reino Unido, Ecuador y Suecia de la violación de derechos humanos que ha sufrido el señor Assange.

Julian Assange ha hecho una destacada contribución al periodismo de interés público, la transparencia y la responsabilidad gubernamental en todo el mundo. Ha sido señalado y procesado por publicar información que nunca debería haberse ocultado a la opinión pública. Su trabajo fue reconocido en 2011 por el Premio Walkley por Contribución Destacada al Periodismo, el Premio Martha Gellhorn de Periodismo, el Premio Índice de Censura, el New Media Award de The Economist, el New Media Award de Amnistía Internacional y el Premio Gavin MacFayden de 2019, entre muchos otros. WikiLeaks también fue nominado en 2015 para el Premio Mandela de la ONU y siete veces para el Premio Nobel de la Paz (de 2010 a 2015 y en 2019).

La información sobre abusos y delitos proporcionada por Assange tiene una importancia histórica, como también la han tenido las contribuciones de informantes como Edward Snowden, Chelsea Manning y Reality Winner, que en la actualidad se encuentran en el exilio o en la cárcel. Todos ellos han sufrido implacables campañas de difamación emprendidas por sus adversarios, las cuales a menudo han conducido a la publicación de informaciones periodísticas erróneas y a la ausencia de atención y cobertura mediática sobre su difícil situación. La vulneración sistemática de los derechos de Julian Assange durante los últimos nueve años ha llamado la atención y activado las protestas del Comité para la Protección de los Periodistas, la Federación Internacional de Periodistas y las principales organizaciones de derechos humanos. Sin embargo, en el debate público se ha producido una normalización maliciosa de cómo ha sido tratado.

El relator especial de la ONU para la tortura, Nils Melzer, investigó el caso y escribió en junio de 2019:

Al final, caí en la cuenta de que me había cegado la propaganda y de que Assange había sido difamado sistemáticamente para desviar la atención de los delitos que había denunciado. Una vez deshumanizado mediante el aislamiento, las burlas y la humillación, como las brujas a las que quemamos en la hoguera, era fácil despojarle de sus derechos más fundamentales sin provocar la cólera de la opinión pública mundial. Es así como, por la puerta trasera de nuestra complacencia, se sienta un precedente legal que, en el futuro, podría aplicarse, y será aplicado, también a las revelaciones que publiquen The Guardian, The New York Times y ABC News”.

Mostrando una actitud de complacencia, en el mejor de los casos, y de complicidad, en el peor, los gobiernos de Suecia, Ecuador, Reino Unido y Estados Unidos han creado una atmósfera de impunidad, alentando la denigración y el abuso ilimitados de Julian Assange. En 20 años de trabajo con víctimas de guerra, violencia y persecución política, no he visto nunca a un grupo de Estados democráticos confabulándose para aislar, demonizar y abusar deliberadamente de un solo individuo durante tanto tiempo y con tan poca consideración por la dignidad humana y el estado de derecho”.

En noviembre de 2019, Melzer recomendó que se frenara la extradición de Assange a Estados Unidos y se le pusiera en libertad de forma inmediata. “Sigue arrestado en condiciones opresivas de aislamiento y vigilancia, no justificadas por su estatus de detenido (…) La constante exposición de Assange a la arbitrariedad y el abuso puede terminar costándole la vida en poco tiempo”, señaló entonces.

En 1898 el escritor francés Émile Zola escribió la carta abierta J’accuse…! (Yo acuso) para llamar la atención sobre la injusta sentencia a cadena perpetua por espionaje de un oficial llamado Alfred Dreyfus. La postura de Zola está en los libros de historia y, aún hoy, es nuestro deber combatir los errores judiciales y pedir responsabilidades a los poderosos. Este deber es más necesario que nunca, cuando Julian Assange está siendo tratado injustamente por los gobiernos y se enfrenta a 17 acusaciones (hay una acusación más en relación a otra ley) conforme a la Ley de Espionaje de Estados Unidos, una legislación que también se remonta a más de 100 años atrás.

Como periodistas y organizaciones de periodistas que creen en los derechos humanos, la libertad de información y el derecho del público a saber, exigimos la liberación inmediata de Julian Assange.

Instamos a nuestros gobiernos, a todos los organismos nacionales e internacionales y a nuestros colegas periodistas a poner fin a la campaña legal emprendida contra él por el delito de revelar crímenes de guerra.

Instamos a nuestros colegas periodistas a informar fielmente a la opinión pública sobre esta violación de los derechos fundamentales.

Instamos a todos los periodistas a alzar la voz en defensa de Julian Assange en este momento crítico.

Los tiempos peligrosos exigen un periodismo valiente.

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Cosas que hacer en sábado cuando no estás muerto

‘Fantastic Mr. Fox’, diez años después.

–Qué ocurre cuando Scorsese adapta tu novela al cine.
–El impacto de ‘Akira’.
–Breve historia de las películas de un solo (presunto) plano.
–Cinco ensayos sobre ‘El club de la lucha’.
–La evolución del diseño del Stormtrooper.
–Es hora de revisar la figura de Gauguin y quizá de su arte.
–Cómo el ser humano domesticó a los gatos.
Las rayas de las cebras están para algo.

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Un año de política británica en forma de orquesta

Morten Morland, artista de la viñeta en The Times, resume un año de la caótica política británica en este sketch animado.

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Una entrevista a Evo Morales

En una entrevista con Glenn Greenwald, de The Intercept, Evo Morales explica las circunstancias del golpe de Estado que le expulsó del poder en Bolivia. Morales afirma que el día después de las elecciones del 20 de octubre el partido del candidato opositor Roberto Mesa llama a la movilización nacional contra los resultados. Se queman varias sedes de los tribunales electorales, mientras la policía no hace nada para impedir esa violencia. El 8 de noviembre, la policía se une al golpe y se levanta contra el Gobierno. Morales acusa a la OEA de unirse al movimiento el día 10. Ese mismo día, el Ejército le pide que renuncie: «Sin Policía, sin Fuerzas Armadas, la derecha movilizada, no hay ninguna seguridad, por tanto, para evitar más derramamiento de sangre, renunciamos», dice.

Sobre su seguridad personal, Morales dice que el día 9 llegó a Cochabamba, procedente de La Paz. El responsable de su seguridad le dijo que le habían ofrecido 50.000 dólares si lo entregaba detenido a quien le hizo la oferta. El jefe de la Fuerza Aérea intentó impedir su salida del país con destino a México, que le había ofrecido asilo, pero tuvo que aceptarla por la presión de los manifestantes.

La entrevista se hizo en México el 3 de diciembre.

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Por qué el Brexit y Corbyn regalaron una victoria histórica a los tories

Jeremy Corbyn afirma en un artículo que los laboristas han ganado el debate en las elecciones que les han endosado su peor resultado desde los años 30. Es una forma extraña de ganar. Si acaso, la culpa es de los votantes. Sobre los grandes cambios sufridos por el Reino Unido en los últimos años, dice: «Pero también ha aumentado el cinismo entre muchas personas que saben que las cosas no funcionan para ellos, pero no creen que eso pueda cambiar».

Si el mensaje era el correcto –al menos, esa es la premisa de Corbyn–, hay que suponer que la culpa es del mensajero, de su falta de credibilidad o de la mala recepción que han tenido sus propuestas. Será por eso que Corbyn ha anunciado que dimitirá en los primeros meses de 2020, una dimisión en diferido que no indica que el líder laborista haya entendido muy bien el veredicto de las urnas.

El Brexit es el asunto que ha monopolizado con razón la atención de los británicos desde hace tres años y ha traumatizado a un sistema político que se ha mostrado incapaz de encontrar un camino que diera respuesta a la decisión de los votantes en el referéndum de 2016. Ante ese asunto a vida o muerte, Corbyn se declaró neutral en esta última campaña electoral. El electorado decidió que no podía confiar en un líder que no tenía una posición al respecto, aunque la versión real es que la tenía, pero no coincidía con la mayoritaria en su partido. A veces, los votantes tienen la capacidad de descubrir la impostura.

Los laboristas han perdido dos millones y medios de votos desde las elecciones de 2017. Lo peor para ellos es que ese descenso ha sido especialmente claro en circunscripciones del centro y norte de Inglaterra que llevaban décadas votando a ese partido, baluartes de la clase trabajadora para las que votar a los laboristas eran algo más que una tradición familiar. El Brexit y su falta de confianza en Corbyn parecen ser las razones que explican ese cambio.

Ahora está claro que los laboristas no entendieron bien el mensaje ofrecido por los votantes en 2017. Frente a unos conservadores que parecían lanzados a una victoria arrolladora y unos medios de comunicación hostiles, obtuvieron entonces un buen resultado con un programa electoral nada radical y muy conectado a las aspiraciones de la opinión pública. El análisis periodístico se centró en el descalabro de los tories de Theresa May, que perdieron la mayoría absoluta a causa de una calamitosa campaña, pero casi todos perdieron de vista el hecho de que los laboristas habían perdido y confirmado que se habían quedado sin su granero de votos de siempre, Escocia. A pesar de todo eso, Corbyn salió muy satisfecho del resultado.

A veces, una derrota precede en política a un resultado mejor. También puede ser la antesala a un fracaso mayor.

Toda nuestra atención se ha centrado en estos tres años en el espectáculo terrorífico ofrecido por los tories. Era lógico. Eran el partido que había promovido el referéndum y el principal responsable de hacer efectiva la salida de la UE. Los laboristas contaban con otro tipo de problema. Mientras los votantes tories, liberales demócratas y nacionalistas escoceses estaban firmemente asentados en una posición definida en relación al Brexit, uno de cada tres votantes laboristas había votado por abandonar la UE, en especial en esas circunscripciones de Inglaterra. Una parte de la clase media baja y trabajadora coincidía con los deseos de los votantes tories de toda la vida.

Era una situación complicada de gestionar. Exigía un esfuerzo centrado en esas zonas para explicar mejor la posición del partido a unos votantes que habían aceptado el discurso identitario propio de los conservadores. Exigía defender que las políticas propias de los tories y la evolución del sistema económico, con la consiguiente pérdida de puestos de trabajo en el sector industrial, no tenían que ver directamente con la pertenencia a la UE, y sí con las características de la economía británica.

El mensajero no podía ser Corbyn, que había hecho una defensa del sí a la UE tan reticente que no sonaba muy sincera. Eso agravó la guerra civil interna que han padecido los laboristas desde entonces.

A diferencia del muy medido programa electoral de 2017, los laboristas intentaron esta vez compensar su vulnerabilidad en relación al Brexit con un auténtico diluvio de ofertas al electorado. Un ejemplo de ello fue el compromiso de facilitar para 2030 el acceso gratuito a la banda ancha en internet a toda la población. La extensión del acceso de internet a las capas más desfavorecidas de la población debería ser una prioridad para cualquier Gobierno, pero no hacerlo gratis a la clase media y media alta que sí puede permitirse ese pago.

El diseño de campaña fue absurdamente ambicioso. Se gastaron recursos cuantiosos en derrotar a candidatos tories en sus circunscripciones con el convencimiento irreal de que podían ser derrotados. Por el contrario, y excepto en los últimos días cuando ya era demasiado tarde, no se gastó lo suficiente en aquellos escaños laboristas que podían estar en riesgo al contar con muchos anteriores votantes del partido que habían apostado por el Leave en 2016.

¿A los conservadores sólo les quedaba esperar a ver pasar el cadáver con su rival confiando en que se olvidaran estos tres años de psicodrama colectivo? No exactamente. La pintoresca carrera política de Boris Johnson era motivo suficiente para subestimarle.

Una trayectoria periodística basada en la manipulación ejecutada con la displicencia de un sujeto de clase alta para el que la diversión es la gran prioridad. Una vida personal convulsa que incluyó un adulterio retransmitido en tiempo real por los medios de comunicación. La desconfianza que causaba en los líderes del partido cuando regresó al poder en 2010. Unas primarias tras la retirada de David Cameron que terminaron de forma patética con su retirada a causa de la traición su jefe de campaña y hasta entonces amigo, Michael Gove. Un paso mediocre por el Foreign Office que dejó perplejos a unos cuantos ministros europeos de Exteriores.

Tanta extravagancia ocultaba el hecho de que Johnson siempre fue muy popular entre la militancia tory y que su apoyo al Brexit en la campaña de 2016 fue un factor decisivo en la victoria del Leave en un momento en que la mayoría de los miembros del Gobierno de Cameron acataron la disciplina del partido e hicieron campaña, con mayor o menor entusiasmo, por el Remain.

Pero llegado el momento de la verdad Johnson eligió la estrategia más adecuada. Obtuvo un pequeño cambio en las condiciones del acuerdo con la Comisión Europea. No para que fuera aprobada por el Parlamento, lo que era imposible al ignorar las exigencias de los unionistas del Ulster. El objetivo era convocar elecciones cuanto antes para presentar la voluntad popular expresada en el referéndum frente a la incapacidad del Parlamento para hacer efectivo el Brexit. Es cierto que era una opción demagógica, lo que ahora se llama populista, porque nadie podía olvidar que eran los tories el partido más numeroso en la Cámara de los Comunes. En democracia, la demagogia ha sido muchas veces un combustible electoral muy efectivo.

En la campaña electoral, Johnson procedió a un giro llamativo del mensaje conservador y dio por finiquitada la época de la austeridad. Donde antes se prometía el control de las finanzas públicas, ahora se ofrecía un gran aumento del gasto público sin subir los impuestos. Contratar 20.000 policías más (la misma cifra de agentes que se había reducido desde 2010), decenas de miles de enfermeras (que no existen a menos que vengan desde el extranjero), construir 40 hospitales más (sin que se sepa de dónde saldrán los fondos). Era la forma de intentar ganarse la confianza de los votantes laboristas que habían apoyado el Brexit.

La jugada funcionó, incluso muy por encima de las expectativas de los arquitectos de la campaña tory.

Todo ello permitió que los conservadores pudieran traspasar lo que se ha llamado el ‘muro rojo’ y entrar en esas circunscripciones laboristas del norte de Inglaterra, las Midlands y Gales. Tomemos el caso del distrito de Bishop Auckland (a 37 kilómetros al sur de Sunderland) que nunca había elegido a un tory. En 2017, los laboristas retuvieron el escaño con una mayoría de sólo 502 votos sobre sus rivales (20.808-20.306). Ahora, los conservadores les superaron con facilidad por 7.962 votos (24.067-16.105). El condado de Durham había votado en un 57% a favor de la salida de la UE.

Los periodistas que acudieron a lugares como Bishop Auckland encontraron reacciones similares. Su objetivo era que el Brexit se llevara a cabo de una vez, desconfiaban de Corbyn y no sentían especial apego por la figura de Johnson. Tampoco habían prestado mucha atención al programa tory. Su prioridad era el Brexit y poner fin a estos tres años de suplicio.

Veamos el distrito de Stockton South, también en el noreste de Inglaterra. La desastrosa campaña tory de 2017 dio el escaño a los laboristas, pero por escasa diferencia, 888 votos. Ahora todo cambió. Los conservadores lo recuperaron con una ventaja de 5.260 votos. Stockton South había votado en el pasado a los tories sin ser un distrito totalmente desequilibrado en favor de uno u otro partido. El dato fundamental es que votó a favor del Leave con un 57% de los votos.

Sedgefield es un distrito conocido porque es el que representó Tony Blair como diputado durante décadas. Había votado laborista desde 1935. En estas elecciones, eligió a un conservador con el 47% de los votos. Los laboristas perdieron 17 puntos.

En distritos con un alto porcentaje de trabajadores no cualificados, los tories aumentaron de media su porcentaje de voto en seis puntos. Los laboristas cayeron 14 puntos. Es una muestra de que muchos antiguos votantes laboristas decidieron quedarse en casa.

En resumidas cuentas, los conservadores monopolizaron el voto a favor del Brexit, en buena medida por la decisión del partido de Nigel Farage de no competir en los distritos con diputados tories (allí donde se presentó el Partido del Brexit restó más votos a los laboristas que a los conservadores). El partido de Corbyn no recuperó a sus votantes proBrexit, perdió los suficientes entre los que habían votado Remain y desapareció en Escocia para acabar con un resultado desastroso.

El cambio en el escenario político británico es tan brusco que hay razones para pensar que será difícil que se repita. Boris Johnson lo sabe y por eso en su primer discurso prometió que tendría muy en cuenta las aspiraciones de aquellos que votaron tory por primera vez.

Este lunes, Johnson anunciará a los parlamentarios de su partido que destinará decenas de miles de millones de libras en los próximos cinco años a proyectos de infraestructura en las regiones arrebatadas a la izquierda. Para toda la legislatura, el Ministerio de Hacienda planea gastar 100.000 millones en obras públicas a financiar a través de deuda.

Es la clase de grandes proyectos de gasto que cuando son propuestos por los laboristas son desdeñados por los tories y los medios de comunicación como ejemplo del despilfarro con el que se arruina a todo un país.

Lo que ocurre es que esta vez el Brexit y Corbyn competían en favor de los conservadores. Fue una alianza imbatible.

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La historia secreta de la guerra de Afganistán

Casi 50 años después de la difusión de los Papeles del Pentágono sobre la guerra de Vietnam, The Washington Post ofrece ahora una serie de documentos que dejan patente el fracaso de la ocupación militar de Afganistán y la dramática diferencia entre la realidad y las declaraciones públicas de los responsables políticos y militares de las Administraciones de George Bush y Barack Obama.

Lo que se ha escrito en muchos artículos periodísticos desde hace 18 años aparece ahora confirmado por quienes tenían como misión ganar esa guerra, aunque ni siquiera tenían claro qué significaba la idea de ganar ni contaban con una estrategia viable.

Mientras políticos y generales afirmaban que se estaban haciendo «progresos constantes» en la guerra, en ocasiones con la intención de justificar el envío de más tropas, los que sabían qué estaba sucediendo en ese país sabían que sólo estaban ocultando fracaso tras fracaso.

Se trata de 2.000 páginas con transcripciones y notas de las entrevistas con más de 600 personas con conocimiento de lo ocurrido. Revelan que «se ha mentido de forma constante al pueblo norteamericano», en palabras de John Sopko, la persona que dirigió el proyecto de revisión de la guerra a través de un organismo llamado Oficina del Inspector General para la Reconstrucción de Afganistán, conocido por las siglas SIGAR. El proyecto se llamó ‘Lecciones aprendidas’ y su principal objetivo era descubrir qué había fracasado. Esa oficina ha publicado varios informes, pero sin incluir los comentarios más críticos ni la mayoría de los nombres de los entrevistados. El periódico ha conseguido tener acceso a esos documentos, no a todos, gracias a la Ley de Libertad de Información.

Algunas frases son tan gráficas como sarcásticas, el tipo de comentarios que no aparecen en los informes oficiales. «Después de la muerte de Osama bin Laden, dije que Osama estaba probablemente riéndose en su tumba submarina al ver cuánto dinero nos estábamos gastando en Afganistán», dijo Jeffrey Eggers, exmilitar con experiencia en los SEAL y asesor en la Casa Blanca con Bush y Obama.

Más grave es la confirmación de las mentiras ofrecidas a la opinión pública para dar una imagen falsa y benévola de la ocupación. En definitiva, para sostener que se estaba ganando la guerra y que los actos violentos de los talibanes sólo reflejaban su nivel de «desesperación». En un reflejo casi idéntico a lo que ocurrió en Vietnam, las estadísticas se distorsionaban por razones políticas. «Cada dato era alterado para presentar la mejor imagen posible», dijo Bob Crowley, teniente coronel del Ejército y asesor de operaciones de contrainsurgencia.

«Era imposible crear buenas métricas. Intentamos usar el número de tropas (afganas) entrenadas, niveles de violencia, control del territorio, y ninguna ofrecía una imagen precisa», dijo en 2016 un alto cargo del Consejo de Seguridad Nacional no identificado. «Los datos fueron siempre manipulados durante toda la duración de la guerra».

La prioridad era justificar la presencia –a veces, aumento– de las tropas en Afganistán y que ese despliegue estaba dando los resultados deseados. Eso era especialmente acuciante en los años de Obama cuando el presidente fue convencido de aumentar el número de soldados a pesar de que se mostraba al principio reticente sobre la utilidad de la medida y había prometido sacar a todas las tropas antes del final de su presidencia. Una vez adoptada esa política, la Administración no podía reconocer en público que los resultados eran ínfimos o contraproducentes.

Un helicóptero toma tierra para evacuar a unos soldados norteamericanos en la provincia afgana de Paktika en 2009. Andrya Hill CC

Ni siquiera con una total superioridad de medios, es posible ganar una guerra que se prolonga con la ocupación posterior sin una estrategia definida. Los testimonios recogidos en el estudio inciden en la falta de un conocimiento real de la realidad política de Afganistán, por no hablar de su historia, así como del objetivo general de la misión y de las consecuencias de las acciones propias.

«Carecíamos de una comprensión básica sobre lo que es Afganistán. No sabíamos lo que estábamos haciendo», dijo en 2015 el general Douglas Lute, que dirigió el programa antidrogas en ese país en las dos administraciones. «¿Qué estamos intentando hacer aquí? No teníamos ni la más ligera idea de lo que nos estábamos proponiendo hacer».

«Los extranjeros leen en el avión ‘Cometas en el cielo’ (la novela de Khaled Hosseini que ha vendido millones de ejemplares en todo el mundo) y creen que son expertos en Afganistán. Nunca escuchan. Lo único en que son expertos es en burocracia», dijo el exministro Mohamed Essan Zia, uno de los pocos afganos interrogados para este estudio.

«Estamos intentando hacer lo imposible en vez de conseguir lo posible», opinó Richard Boucher, responsable del Sur de Asia en el Departamento de Estado entre 2006 y 2009.

Ni siquiera había una idea clara sobre quién era el enemigo –cómo había surgido y cuáles eran sus puntos vulnerables– sin la cual era imposible derrotarle. «¿Por qué convertimos a los talibanes en el enemigo cuando habíamos sido atacados por Al Qaeda?», se preguntaba Eggers.

Después de que Al Qaeda fuera eliminada en ese país, EEUU, con el apoyo de la OTAN, tuvo como prioridad la formación de un Gobierno estable, la celebración de elecciones y la protección de los derechos de las minorías, entre otros asuntos. Se vendió la ocupación como un intento de impedir que en el futuro otro grupo yihadista volviera a utilizar el país como base para lanzar atentados terroristas contra EEUU y Europa. El primer ministro británico, Gordon Brown, llegó a decir que se estaba combatiendo contra los terroristas en Afganistán para no tener que hacerlo en las calles de las ciudades europeas.

Sin embargo, los talibanes afganos nunca tuvieron una idea de yihad global, a diferencia por ejemplo de algunos grupos talibanes paquistaníes, y enfocaron su lucha de la misma forma que lo habían hecho las tribus afganas contra los británicos en el siglo XIX y los muyahidines contra los soviéticos en el siglo XX: expulsar a las tropas extranjeras que querían imponer ideas ajenas a las tradiciones locales.

Si bien su Gobierno había sido dictatorial, cruel y caótico, los talibanes se habían convertido en la principal fuerza política y militar de los pastunes afganos, el grupo étnico más numeroso del país. Representaban a una parte de la sociedad afgana de la que no se podría prescindir si se pretendía diseñar desde fuera su futuro.

«Un gran error que cometimos fue tratar a los talibanes igual que a Al Qaeda», dijo Barnett Rubin, quizá el único auténtico experto en Afganistán que trabajó en el Departamento de Estado. «Los principales líderes talibanes estaban interesados en dar una oportunidad al nuevo sistema, pero nosotros no les dimos esa oportunidad».

El periódico recuerda que Zalmay Khalilzad, que fue embajador de EEUU en Afganistán, está dirigiendo las negociaciones con los talibanes, hasta ahora sin éxito. En el estudio, aparece su opinión en 2016 sobre el error en no reconocer a sus dirigentes como interlocutores. «Quizá no fuimos lo bastante ágiles o inteligentes en contactar con los talibanes al principio, al pensar que estaban derrotados y que debían ser llevados ante la justicia, en vez de alcanzar algún acuerdo o reconciliación con ellos».

Entre 2002 y 2004, la actividad militar de los talibanes fue relativamente escasa por haber sido arrollados por el poder del Ejército norteamericano y la mayoría de sus líderes, obligados a huir a Pakistán o a zonas aisladas del país. Después, todo cambió, Washington pasó a centrarse en la ocupación de Irak y los talibanes recuperaron su fuerza. Su objetivo era hacer imposible la reconstrucción del país y lo consiguieron. Los norteamericanos comprobaron demasiado tarde que sus enemigos no podían ser derrotados militarmente.

Como ejemplo de la falta de interés de Bush en Afganistán, el Post ofrece un breve texto no conocido de su secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, sobre el día en que propuso al presidente que se reuniera con el jefe de las Fuerzas Armadas y con el general Dan McNeill, jefe de las tropas en Afganistán. «Él (Bush) dijo: ‘¿Quién es el general McNeill?’. Le dije que era el general al mando en Afganistán. Dijo: ‘Bueno, no necesito reunirme con él'», escribió Rumsfeld.

El periódico recuerda que el mismo día del discurso de Bush en un barco de guerra con la gran pancarta «Misión cumplida» en Irak –1 de mayo de 2003–, Rumsfeld anunció en Kabul «el fin de las principales operaciones de combate» en Afganistán.

Cuando en 2009 Al Qaeda ya no era una amenaza en el país, los responsables de la Casa Blanca obligaron a incluir el nombre del grupo terrorista en los planes estratégicos, porque era la única forma de vender a los norteamericanos la necesidad de mantener allí a miles de soldados. En uno de esos documentos, se dijo que «no se trataba de una guerra en el sentido convencional» con el fin de obviar las dudas legales sobre la ocupación que existían dentro del propio Gobierno estadounidense.

Todos los soldados del mundo no iban a conseguir levantar un Estado sobre las cenizas de una guerra que había acabado con un régimen que en realidad tampoco estaba al frente de un Estado moderno. Los norteamericanos optaron por inundarlo de dinero con proyectos muy alejados de la realidad económica del país y que sólo contribuyeron a extender la corrupción a todos los niveles.

«Afganistán no es un país volcado en la agricultura», explicó Rubin. «La mayor industria es la guerra. Luego, la droga. Luego, los servicios. La agricultura está abajo, en el cuarto o quinto puesto».

El cultivo de opio era la principal fuente de ingresos de amplias zonas del país. Pagar a los agricultores para que quemaran esas cosechas sólo servía para que al año siguiente aumentaran su producción. Destruirlas sin darles los recursos para cultivar otros productos que tuvieran una salida comercial hacía que los habitantes de esas zonas se entregaran a los talibanes, que permitían esos cultivos a cambio de un impuesto.

EEUU se ha gastado 9.000 millones de dólares en solucionar ese problema desde 2001. Afganistán fue el origen en 2018 del 82% de la producción global de opio, según datos de la ONU. La extensión cultivada es cuatro veces superior a la de 2002.

Washington puso en el poder a Hamid Karzai, un dirigente pastún que había tenido un cargo menor durante un tiempo en el gobierno de los talibanes y al que trajeron del exilio. Vendido como un moderado, sus modales suaves y declaraciones pragmáticas hicieron que la mayoría de los medios de comunicación occidentales lo considerara la gran esperanza.

«Nuestra política consistía en crear un fuerte Gobierno central, lo que era idiota porque Afganistán no se caracteriza por tener una historia de gobiernos centrales fuertes», dijo en 2015 una fuente no identificada del Departamento de Estado.

El resultado terminó siendo la creación de una estructura central corrupta, cuyo poder se basaba fuera de la capital en el apoyo a señores de la guerra, algunos elegidos en elecciones amañadas, que también reclamaban para ellos y sus partidarios una parte del botín.

Según el testimonio del coronel Christopher Kolenda, destinado en Afganistán en varias ocasiones, Karzai acabó formando una cleptocracia pocos años después de llegar al poder. «Me gusta usar una analogía con el cáncer. La pequeña corrupción es como el cáncer de piel. Hay formas de tratarlo y puedes acabar bien. La corrupción dentro de los ministerios, al más alto nivel, es como el cáncer de colon. Es peor, pero si lo pillas a tiempo, quizá salgas bien. La cleptocracia, sin embargo, es como un tumor cerebral. Es fatal».

Al permitir ese escandaloso nivel de corrupción, los norteamericanos destruyeron la legitimidad que pudiera tener el Gobierno. Todos los puestos importantes en la Administración –incluidos el Ejército y la Policía– podían comprarse con dinero. Y más tarde, los beneficiados necesitaban compensar con los sobornos los fondos invertidos.

Una de las consecuencias fue la existencia de miles de «soldados fantasma», un hecho conocido, y que también se produjo en Irak. Los mandos militares recibían fondos para mantener un regimiento o una división. Una buena parte de sus soldados sólo existían sobre el papel. Eran números por los que recibían dinero que coroneles y generales se embolsaban para pagar a tropas imaginarias.

La lectura de los testimonios sorprende a veces por lo mucho que recuerdan a experiencias históricas anteriores en las que otros imperios pensaron que un país tan atrasado como Afganistán sería fácil de someter.

En 2009, el periodista Steve Coll trazó las similitudes entre la invasión soviética de Afganistán en 1979 y la norteamericana en 2001. Los soviéticos fueron incapaces de convertir sus logros tácticos gracias a su inmensa superioridad militar en una estrategia exitosa a largo plazo porque no pudieron detener la ayuda que los muyahidines recibían desde Pakistán, y a través de ese país de Estados Unidos. Nunca pudieron imponer su ideología en un país marcado por el peso de la religión y las instituciones tribales. No lograron establecer la unidad política del país. Les fue imposible poner en práctica una estrategia de reconciliación nacional que terminara provocando la división entre las fuerzas de sus enemigos.

Es un resumen que se ajusta bastante bien a los problemas de EEUU en ese país décadas después.

775.000 soldados norteamericanos han pasado por Afganistán desde 2001. Actualmente, 13.000 permanecen en el país.

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Quiénes son los mercenarios pagados por Turquía para ocupar el norte de Siria

El Ejército turco ha conseguido la mayor parte de sus objetivos en el norte de Siria gracias a tres operaciones militares, la última hace unos meses con la ayuda de Donald Trump. Sobre el terreno, la herramienta más efectiva ha sido la formación de un numeroso grupo de mercenarios, en su mayoría miembros del antiguo grupo insurgente conocido como Ejército Libre de Siria. Compuestos ahora por unos 35.000 hombres, son financiados y armados por Ankara para hacer de fuerza terrestre limitando la exposición de las tropas turcas. Reciben sus órdenes de militares y de la inteligencia turca y su objetivo ha consistido en expulsar a la milicia del YPG, dirigida por kurdos, de las zonas que controlaba en el norte de Siria y otras zonas del este del país. Su segunda ‘ocupación’ ha sido la de saquear esas provincias y extorsionar a los habitantes que no huyeron antes de su llegada.

Elizabeth Tsurkov lleva años entrevistando a algunos de los integrantes de esta fuerza mercenaria y ahora muestra sus conclusiones en un artículo en The New York Review of Books.

«Los combatientes ahora son asnos que siguen las órdenes de sus amos», dice uno de ellos. «Y sus jefes son también asnos que siguen las órdenes de los turcos, y si eso perjudica los intereses de la revolución (contra Asad), no les importa».

Tsurkov cuenta que Turquía utilizó en sus primeras operaciones a miembros de grupos que habían recibido apoyo de la CIA en el programa que concluyó a finales de 2017 o del Departamento de Defensa (este plan fue cerrado en 2015). Los reclutados pronto ascendieron a varios miles hasta que Turquía procedió a utilizar los servicios de otros grupos no apoyados por la CIA, sino por países del Golfo, como Ahrar al-Sharqiya y Jaysh al-Islam.

«La mayoría de los combatientes parecen ser hoy nuevos reclutas sin ninguna experiencia anterior en los combates contra el régimen de Asad», escribe. Entre los contratados para las operaciones de 2016 y 2018, se puede estimar que estos últimos suponen el 60% de la fuerza actual.

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Una vez que Turquía renunció hace a su objetivo de provocar el fin de Asad, pasó a ocuparse de sus propios intereses aprovechando las limitaciones del Ejército sirio para extender su autoridad hasta la frontera norte. La misión era acabar con el semiestado levantado por las fuerzas kurdas del YPG que habían conseguido expulsar al ISIS de toda esa zona con el apoyo aéreo de los norteamericanos. Al igual que Israel hizo en el sur de Líbano durante décadas, sus planes incluían formar una fuerza local que hiciera de protector de su frontera y punta de lanza de las operaciones militares contra sus enemigos kurdos. Para ello se aprovechó de la pobreza de los desplazados sirios que se habían refugiado en la zona norte y no tenían ninguna posibilidad de encontrar trabajo.

Al principio, los sueldos eran altos para gente de tan pocos medios. Hasta 300 dólares al mes pagados en liras turcas. Con el paso del tiempo, estas cantidades han disminuido, dice el artículo, porque sobran los candidatos. A principios de 2019, ya pagaban sólo unos 100 dólares cada dos meses. Sus jefes cobran al menos unos 300 mensuales.

Los turcos contienen así el gasto, sabiendo muy bien que sus mercenarios necesitan ingresos extra, lo que hace que se dediquen a todo tipo de actividades criminales en las zonas que ocupan. «Aunque todos los protagonistas armados en Siria han estado implicados en violaciones (de derechos humanos) contra civiles, los niveles de criminalidad en las zonas controladas por el ELS son particularmente altos, según los civiles con los que he hablado, muchos de ellos desplazados de zonas ocupadas antes por los rebeldes y luego reconquistadas por el régimen», dice Tsurkov. Montan controles para exigir un soborno con el que permitir el paso. Extorsionan a los comercios que quedan en la zona. Confiscan viviendas y las alquilan a personas desplazadas que llegan de otras provincias sirias. En algunos casos, secuestran a personas que tienen familiares en el extranjero y pueden pagar un rescate.

«Algunos de los combatientes son simplemente ‘drogadictos y criminales’, dice uno de ellos. Otros están motivados por el poder. Los jóvenes disfrutan al mostrarse en redes sociales en imágenes conduciendo coches, enseñando sus armas y entrando en zonas habitadas por la noche, donde disparan al aire y alardean de su impunidad. Y otros están motivados por su odio al YPG, entre los que están los insurgentes de la ciudad de Alepo, que en 2016 se quedó sin comida por la decisión del YPG de cortar la única vía de suministro a la ciudad».

La opinión de uno de ellos cierra el artículo con la conclusión obvia. «Los turcos nos usan como carne de cañón. Nos hemos convertido en mercenarios».

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El capitalismo no pudo hacer el iPhone sin una cierta ayuda del Estado

Rob Larson profesor de Economía y autor del libro ‘Bit Tyrants: The Political Economy of Silicon Valley’, pasa revista a todas las aportaciones del sector público sin las cuales ni internet ni muchos ejemplos de innovación tecnológica hubieran existido, y eso incluye el iPhone. Hay que recordar que una parte de ese gasto público procede del Pentágono y el gasto militar, pero sigue siendo una contribución del Estado.

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