EEUU confía en que empresas petroleras norteamericanas entren en Venezuela tras la caída del Gobierno de Maduro

La imposición de sanciones por EEUU a la industria petrolífera de Venezuela puede suponer un golpe decisivo para la economía del país y la supervivencia del Gobierno de Nicolás Maduro al privarle de una de las pocas fuentes seguras de divisas. EEUU era un cliente fundamental. Compró una media de 500.000 barriles diarios de crudo a Venezuela en los primeros diez meses del año pasado. El dato convirtió al país latinoamericano en el cuarto suministrador de petróleo para EEUU por detrás de Canadá, Arabia Saudí y México.

La producción destinada a EEUU supuso más del 40% del total extraído por Venezuela. Su producción de petróleo cayó en diciembre de 2018 hasta 1,1 millones diarios de barriles, según datos de la OPEP, es decir, una tercera parte del nivel alcanzado en 1998 cuando Hugo Chávez se convirtió en presidente. Analistas del mercado del petróleo han calculado que el descenso continuará este año y que podría caer al menos otro 20%.

«Han intentado pasar parte de la producción que va a EEUU hacia sus aliados, como Rusia, Turquía, China e incluso India, pero les está resultando difícil», dijo hace una semana al FT Anthony Simond, del fondo de inversiones Aberdeen Standard, comprador habitual de deuda venezolana. «La mayor parte sigue yendo hacia EEUU, y si EEUU decide que los pagos vayan a cuentas controladas por la Asamblea Nacional (como ha ocurrido ahora), Maduro no durará mucho».

Además del impacto económico, el valor político de las sanciones es indudable por el apoyo que supone para la oposición y la confirmación de que Washington está decidido a propiciar un cambio de régimen en Caracas. También ha suscitado críticas del Gobierno de Maduro, que acusa a la Administración de Donald Trump de buscar un cambio político que permita a las empresas norteamericanas del sector participar en una industria petrolífera como la de Venezuela, nacionalizada en 1976 con la presidencia de Carlos Andrés Pérez.

Al anunciar las sanciones, el consejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, John Bolton, y el secretario del Tesoro, Steve Mnuchin, las presentaron como una forma de «preservar esos activos (el petróleo) para el pueblo de Venezuela al que pertenecen» y arrebatar el control a PdVSA, la empresa estatal definida por ellos como «un instrumento de malversación y corrupción».

Sin embargo, en una entrevista posterior con Fox Business, John Bolton no tuvo inconveniente en destacar que EEUU también pretende beneficiarse económicamente por la caída del Gobierno de Maduro. «Estamos en conversaciones con grandes empresas americanas» del sector para estar preparados de cara al futuro, dijo Bolton. «Sería una gran diferencia económicamente para EEUU si conseguimos que empresas petroleras americanas participen en la inversión y producción de petróleo de Venezuela. Sería bueno para el pueblo de Venezuela. Sería bueno para el pueblo de EEUU. Hay mucho en juego».

Es un argumento que seguro habrá agradado a Trump, que se ha quejado en varias ocasiones de que la intervención militar norteamericana en Irak y Afganistán no ha arrojado mayores beneficios económicos para las empresas de EEUU.

La pérdida del mercado de EEUU supondrá un serio revés para Caracas. Exporta también crudo a Rusia y China, pero en esos casos buena parte de los ingresos obtenidos se utilizan para pagar los créditos recibidos de esos gobiernos.

Maduro recibió el martes una noticia casi tan mala como la de las sanciones de EEUU. La empresa rusa Lukoil, que es uno de los principales suministradores de productos petrolíferos a la compañía PdVSA, anunció que pone fin a sus relaciones comerciales con Venezuela. Lukoil se adelanta a la probable decisión de EEUU de penalizar a todas aquellas empresas que hagan tratos con PdVSA.

No es la única compañía que ha tomado la decisión de suspender los contratos de colaboración por miedo a las represalias norteamericanas. Eso pone en peligro el suministro de los productos necesarios para el refino del crudo venezolano y la producción de gasolina. Si el Gobierno no consigue socios alternativos, puede haber problemas de suministro de combustible en el país.

Varias refinerías norteamericanas  del Golfo de México están adaptadas para el tratamiento del crudo importado de Venezuela, más denso y viscoso que el existente en otras zonas del mundo. El impacto en el suministro de combustible de EEUU había hecho que hasta ahora Washington no hubiera tomado ninguna decisión sobre la importación de ese petróleo, a pesar de las malas relaciones entre ambos países. Ahora esas refinerías tendrán que buscar nuevas fuentes de suministro en Canadá y México para recibir el mismo tipo de crudo.

Las sanciones se extienden a la empresa Citgo, filial de PdVSA en EEUU, que se ocupa de comercializar con una red de gasolineras en ese país los productos petrolíferos venezolanos. Washington ya había impedido a Citgo que enviara a Caracas los beneficios de su actividad comercial, pero hasta ahora la empresa pagaba a PdVSA por el crudo que recibía. Ahora esos ingresos quedan bloqueados y el Gobierno de EEUU los pondrá a disposición de una cuenta controlada por la oposición a Maduro.

Por tanto, a Venezuela no le interesa ya suministrar crudo a Citgo, que tiene tres refinerías en EEUU, lo que plantea un problema a Rusia. El 49,9% de sus acciones fueron entregadas como aval a la empresa estatal petrolera rusa Rosnetf a cambio de un crédito de 1.500 millones de dólares en 2016.

Steve Mnuchin no cree que las medidas contra Venezuela provoquen un aumento del precio del combustible en EEUU. «Muchos de nuestros amigos en Oriente Medio estarán encantados de aportar el suministro necesario», dijo al presentar las sanciones.

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Venezuela, la 51ª provincia de España

Venezuela tiene dos de cada en cuanto a las principales instituciones del país. Ahora cuenta con dos presidentes y dos parlamentos. Lo que no tiene es un legislativo en que Gobierno y oposición debatan sobre la situación del país. La Asamblea Nacional está controlada por la oposición, pero fue despojada de sus competencias por el Tribunal Supremo, controlado por los chavistas. La Asamblea Constituyente –que es prácticamente monocolor porque la oposición boicoteó su elección en las urnas– fue convocada por Maduro en una decisión que se produjo al año siguiente de la victoria opositora en las elecciones legislativas de 2016.

Ahí es donde entra el Parlamento español que debate sobre Venezuela con una dedicación que poco tiene que ver con el interés esporádico que diputados y senadores suelen prestar a la política exterior. Pero con Venezuela se desata una mutación y todos tienen opiniones sólidas al respecto, todos reprochan al rival su impresentable conducta y todos se presentan como defensores del pueblo venezolano.

A todo ello hay que unir dos expresidentes españoles alineados con la oposición y un tercero que protagonizó un intento de mediación sin resultado entre chavistas y antichavistas. Una parte de la izquierda defiende al chavismo a muerte y la derecha lo considera un ejemplo de dictadura parecido al de Cuba. Un observador extranjero diría que los españoles se dividen en dos tipos: los que tienen una opinión sobre Venezuela y la cuentan, y los que la tienen, pero aún no la han revelado.

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La última guerra interna de Podemos no se cura con ibuprofenos

Íñigo Errejón ya lo había contado en un tuit de 2015 que fue parodiado con gran cachondeo en la red social. Muchos lo recordarán. «La hegemonía se mueve en la tensión entre el núcleo irradiador y la seducción de los sectores aliados laterales. Afirmación – Apertura». En los últimos meses, Podemos se ha olvidado de la seducción y ha multiplicado la tensión dentro del núcleo irradiador. De hecho, si acercas un contador Geiger a ese núcleo, es probable que la aguja se lance sobre la zona roja y hasta salga disparada.

La dimisión de Ramón Espinar como líder del partido en Madrid ha provocado esta semana otra convulsión interna, quizá no tan fuerte como la espantada de Errejón, pero de consecuencias peores en la medida que implica a alguien de la confianza de Pablo Iglesias. Cuando los errejonistas desafiaron con su propia candidatura a la dirección del partido en Madrid en septiembre de 2016, Iglesias encajó el golpe como pudo y anunció que habría «propuestas mucho mejores». La alternativa que buscó, y que al final ganó las votaciones, fue la encabezada por Espinar.

«Esto no son guerras, no son desafíos, no son crisis. Son procesos democráticos», dijo entonces Errejón. El observador acostumbrado a ver cómo se las gastan los partidos cuando se cuestiona la autoridad del líder tiene derecho a preguntarse: ¿cuál es la diferencia?

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Trump rescata a un veterano de las guerras sucias de los 80 para que se ocupe de Venezuela

La ofensiva de Donald Trump contra el Gobierno de Venezuela ha permitido que salga a la luz un personaje de otra época, en concreto, de los años de la Administración de Ronald Reagan, cuando EEUU llevó a cabo una agresiva política contra los gobiernos de izquierda de Centroamérica. Elliott Abrams, de 71 años, ha sido elegido para dirigir la respuesta del Gobierno de Trump a la crisis de Venezuela en un nombramiento anunciado por el secretario de Estado, Mike Pompeo.

Al presentar su nombramiento, Pompeo dijo que Abrams será «un activo real en nuestra misión para ayudar al pueblo de Venezuela a recuperar la democracia y la prosperidad».

Abrams es un neoconservador de primera hora, de los que trabajaron para el senador demócrata Scoop Jackson, un halcón de la guerra fría contra la URSS. Al igual que otros como Paul Wolfowitz, se pasó a los republicanos y tuvo su primer puesto político relevante tras la llegada de Reagan al poder. En ese Gobierno, fue secretario de Estado adjunto para Derechos Humanos y Asuntos Humanitarios (sic), y más tarde de Latinoamérica. Su función principal fue la de llevar la guerra fría a Centroamérica sosteniendo a los gobiernos derechistas de Honduras, Guatemala y El Salvador, y apoyando a los contras que combatían contra el Gobierno de Nicaragua.

Lo primero le llevó a encubrir las matanzas cometidas por los militares y los escuadrones de la muerte, especialmente en El Salvador. Lo segundo, a participar en la operación ilegal Irancontra para armar a los contras después de que el Congreso prohibiera la continuación de esa ayuda.

La matanza de El Mozote fue uno de los episodios más dramáticos de la guerra civil salvadoreña. Un batallón del Ejército, que había sido entrenado por militares norteamericanos, asesinó a 800 civiles en diciembre de 1981. Semanas después, aparecieron las primeras noticias sobre la masacre en la prensa norteamericana. Abrams afirmó a una comisión del Senado que se trataba de propaganda comunista y de incidentes manipulados por la guerrilla. Era su respuesta más habitual ante cualquier información sobre violaciones de derechos humanos en Centroamérica.

Abrams presionó a los gobiernos de la zona para que apoyaran o permitieran la presencia de los contras en su territorio o les prestaran ayuda política o militar. En 1986 viajó a Costa Rica para amenazar a su presidente, Óscar Arias, con cortarle la ayuda económica si impedía que los contras utilizaran una pista de aterrizaje en la localidad costarricense de Santa Helena.

Salió bastante bien parado de la investigación del Irancontra. Sólo fue condenado por ocultar información al Congreso sobre la ayuda a los contras y recibió una pena suspendida. George Bush, sucesor de Reagan, lo indultó al igual que hizo con los demás condenados.

Años después, fue recuperado por George Bush, hijo, para un puesto de asesor en el Consejo de Seguridad Nacional en la época en que Abrams gozaba de una presencia privilegiada en los ‘think tanks’ conservadoras. «La decisión de la Administración de Bush supone apoyar el vergonzoso legado de sufrimiento y muerte causados por la política exterior de EEUU en Latinoamérica en los años 80», dijo el director de la ONG School of the Americas Watch.

Su enfrentamiento con el almirante William Crowe, jefe de las FFAA con Reagan y Bush, a cuenta de Panamá deparó años después una frase reveladora sobre Abrams del militar: «Esta serpiente es difícil de matar».

Foto: Gage Skidmore, CC.

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Davos cumple su misión de costumbre: debatir sobre cambios pero para mantener el ‘statu quo’ económico

Davos siempre ha presumido de ser motor del cambio en el sistema económico internacional por su capacidad para servir de vehículo de nuevas ideas. También de ser capaz de debatir sobre las razones por las que ese sistema es cuestionado, como la desigualdad y la precariedad salarial. En la cita de este año, su gran apuesta para inaugurar la conferencia ha sido el presidente ultraderechista brasileño Jair Bolsonaro, que ha reconocido en alguna ocasión que sus conocimientos sobre economía son rudimentarios.

Lo que es aún más significativo no es que Davos acoja con aplausos a un xenófobo como él –otro estandarte más de la oleada de gobernantes autoritarios–, sino que se haya mostrado decepcionado después con su discurso por demasiado genérico y escaso de concreción. Si hubiera aportado detalles de la prometida reforma de las pensiones, se dijo, los asistentes habrían quedado mucho más contentos.

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Un exgeneral israelí presenta la destrucción de Gaza como su gran aval al presentarse a las elecciones

Benny Gantz se ha unido a la larga lista de jefes militares israelíes que entran en política tras retirarse del servicio activo. Fue jefe de las Fuerzas Armadas entre 2011 y 2015, y por tanto máximo responsable militar de dos ofensivas contra Gaza, las producidas en noviembre de 2012 y julio de 2014. En la segunda campaña de bombardeos, denominada Operación Margen Protector por el Ejército, murieron 2.310 palestinos.

Gantz, de 59 años, ha fundado un nuevo partido –Hosen L’Yisrael, Resistencia por Israel– que se presentará a las elecciones del 9 de abril. El general retirado ha hablado muy poco en público sobre las ideas de su partido, prácticamente nada, pero ahora ha dejado que unas imágenes hablen por él con cuatro breves anuncios de propaganda.

El mensaje es una auténtica celebración de la guerra, en concreto de la guerra que él dirigió. El general presume de la inmensa destrucción que sufrió Gaza en 2014 y de que algunas de sus zonas fueron «transportadas de vuelta a la Edad de Piedra», además de la muerte de «1.364 terroristas». Se ven planos aéreos de una zona de Gaza con edificios completamente destrozados por los bombardeos. Es la glorificación política de la muerte y la destrucción causadas por un poderoso Ejército.

Su currículum electoral se compone de momento sólo de cadáveres. Incluso para lo habitual en la política israelí, la estrategia supera lo conocido hasta ahora. No se trata de unas declaraciones más o menos belicistas, sino de un político que presenta a la opinión pública su principal activo: he destruido Gaza hasta un nivel inimaginable y por tanto estoy dispuesto a volver a hacerlo.

La frase final: «Sólo sobreviven los fuertes». El eslogan recuerda a unas palabras de Netanyahu pronunciadas en agosto de 2018: «En Oriente Medio y en muchas partes del mundo, hay una verdad simple: no hay lugar para los débiles. Los débiles quedan hechos pedazos y son masacrados y borrados de la historia, mientras los fuertes, para bien o para mal, sobreviven».

En otros vídeos, las imágenes proceden de vídeos del Ejército que muestran ataques a objetivos de Hamás. Hay un vídeo con un mensaje algo diferente en el que dice que es necesario buscar la paz.

Benny Gantz en 2013 en su época de jefe de las FFAA. Foto: Flickr Ejército de Israel.

Los medios israelíes lo consideran un serio rival para Netanyahu y afirman que Gantz se definirá como centrista, es decir, centrista dentro de un panorama político como el israelí muy sesgado hacia posiciones derechistas y ultranacionalistas. A pesar de su silencio hasta ahora, o quizá precisamente por eso, una encuesta de Canal 12 del pasado fin de semana coloca a su nueva formación como tercera más votada con 13 escaños, por detrás de la coalición de los partidos de Yair Lapid y Tzipi Livni (14) y del Likud (32). Con varios nuevos partidos y la formación de nuevas coaliciones, es probable que los sondeos ofrezcan resultados un tanto volátiles en las próximas semanas.

Dos mil muertos para volver al punto de partida. 26 agosto 2014.
«No me volváis a hablar de paz». 5 agosto 2014.
La directiva Aníbal aplicada en Gaza al servicio del Gobierno. 4 agosto 2014.

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No huyáis a ese partido del que hablan todos pero que no me atrevo a mencionar

Pablo Casado tenía 23 años cuando el PP sufrió el trauma, inesperado para ellos, de perder las elecciones de 2004. Se había afiliado al Partido Popular un año antes. Y tenía 30 cuando el PP volvió al poder y gobernó condicionado por la recesión y la vigilancia de la Unión Europea. Ya metido en política hasta el fondo, vio cómo una moción de censura –también inesperada– se llevaba por delante al Gobierno de Rajoy. Así que es posible que Casado lleve toda su vida adulta resentido porque la vida es injusta con la derecha, cuando la izquierda representa el mal con todas sus letras.

En la intervención con la que clausuró la convención del PP, Casado soltó todo ese resentimiento y lanzó un discurso duro y violento mostrando todo su desprecio por la izquierda y los valores que defiende. A gritos, aunque antes había dicho que «la política no consiste en gritar muy fuerte». No crispado, porque la posición de ataque le sale a Casado de forma natural. Sólo suena algo artificial cuando habla de pactar, como si tuviera que decirlo por compromiso.

En su último libro, José María Aznar decía que echaba de menos en Europa las guerras culturales tan habituales en EEUU, por aquello de refutar cada día eso que llama la «superioridad moral» con que se maneja la izquierda. Casado irá a esa guerra encantado, con una sonrisa en la cara, porque esa es una cruzada que cree que la derecha está perdiendo desde que él llegó a la edad adulta. Hay que sacar los dientes y morder.

Ese nivel de violencia verbal contra la izquierda llegó al límite cuando defendió la prisión permanente revisable con esta frase: «El PSOE y sus aliados quieren que los condenados por delitos monstruosos salgan a la calle». Como en el anuncio de Willie Horton de la campaña de George H.W. Bush contra Dukakis, la izquierda es esa gente a la que encanta que los asesinos y violadores deambulen por la calle ocupándose de sus asuntos. Pasó después a referirse en este asunto al «síndrome de Estocolmo de la progresía española». No se sabe por quién ha sido secuestrada. ¿Por los violadores?

Cada punto de su programa que Casado explicó incluía un ataque a la izquierda que cuestionaba su respeto a la libertad y los derechos. Fueron recibidas por la audiencia con una gran ovación de los asistentes en pie sus palabras sobre la educación. Pidió que los padres puedan elegir el colegio que quieran para sus hijos, no importa dónde esté, y también si es concertado. Con furia, Casado gritó: «¡Saquen las manos de la educación! ¡No adoctrinen a nuestros hijos!».

No se refería a la asignatura de religión.

El miedo al partido que no debe ser nombrado

En el tramo inicial del discurso, Casado incidió en el asunto que más preocupa a los dirigentes del PP, como se vio el sábado en la intervención de Aznar. El atractivo que parece despertar Vox entre muchos votantes del PP es lo que de verdad les quita el sueño, no la izquierda diabólica. Casado mencionó la «fragmentación electoral» como nuevo eufemismo en relación a la primera vez en que el partido tiene una seria competencia electoral a su derecha.

El presidente del PP imploró a los votantes que han abandonado el partido o que se lo están pensando que no miren a otras formaciones. No criticó en ningún momento a Vox o sus ideas, ni las nombró. Se trataba sólo de una especie de cálculo político. «A España no le va mejor con menos PP. Menos PP está resultando en menos España, más populismo, más nacionalismo», dijo.

Al decir que «aquellos que se fueron a buscar al PP fuera del PP no lo han encontrado ni lo van a encontrar», estaba admitiendo que la irrupción de la extrema derecha se debe más a errores propios que a virtudes de otros. «Tenemos que volver a hacer popular este partido», era también un reconocimiento de que ya no lo es y de que las encuestas con las que cuenta Génova lo confirman.

Ante una audiencia entregada, Casado se podía permitir soñar con unicornios y princesas encantadas: «Tenemos que volver a los diez millones de votos». Es una meta fuera del alcance en estos momentos para el PP y para cualquier otro partido.

Primer aviso de Feijóo

El mensaje duro y descarnado de Casado, no muy centrista, contrastó con unas declaraciones de Núñez Feijóo en El Mundo. El presidente de la Xunta no había sido muy explícito en su discurso en la convención. El mensaje más claro lo reservó para la entrevista: «Ahora más que nunca, el PP debe abarcar desde la derecha hasta el centro más amplio». Y un aviso claro contra las veleidades recentralizadores: «Nunca gobernaríamos España» si envían el mensaje de que «vamos en contra del Estado de las autonomías».

Sea por las declaraciones de Feijóo o de otros, Casado no mencionó su propuesta anunciada en el Congreso de recuperar para el Gobierno central competencias autonómicas en educación, sanidad y justicia. Los barones del PP no entienden muy bien que haya que suscribir el desprecio de la extrema derecha por las autonomías.

De lo que no quedó ninguna duda es de que el Estado es el enemigo, para Casado. Habló del «intervencionismo orwelliano» de la izquierda y de que quiere hacer en el Gobierno «la mayor devolución de libertad» que se haya hecho nunca. Hay que reducir el papel del Estado en todos los órdenes, pero no en todos. Pretende reformar el Código Penal para «penalizar la convocatoria de referéndum ilegal», e impedir los indultos para los delitos de rebelión y utilizar a discreción la Ley de Partidos contra los independentistas catalanes.

«Pondremos orden en Cataluña», dijo en una frase que sonó un poco orwelliana o que podría haber dicho el general Primo de Rivera.

Los asistentes a la convención no salieron decepcionados porque este tipo de actos se montan para que los militantes se lleven un chute de adrenalina. A algunos no les terminará de sentar bien, pero eso quedará más claro cuando haya que ir a las urnas. Feijóo lo dejó claro en la entrevista en una pregunta sobre sus futuras intenciones en el partido.

«Los líderes se consolidan cuando ganan las elecciones», dijo. Hasta entonces, caminan en una suerte de provisionalidad.

Es una frase que no se le ha debido de escapar a Casado.

Aznar le ve las orejas a Vox. 19 enero.

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La caída en el fanatismo a través de las recomendaciones de vídeos extremistas en YouTube

Un joven de 26 años llamó a la policía de Seattle el 6 de enero para comunicar que acababa de matar a su hermano. Dijo que pensaba que se había convertido en un reptil. «Dios me dijo que él era un reptil», dijo, según el atestado policial. Buckey Wolfe fue acusado de asesinato. La Fiscalía afirmó que es un enfermo mental.

Una persona que examina las teorías de la conspiración, y en especial las llamadas QAnon, ha seguido el rastro que dejó el asesino en YouTube a través de sus ‘me gusta’. No son los únicos vídeos que vio en esa plataforma, pero está claro que sí vio esos vídeos señalados. En lo que se ha fijado es en la evolución de su interés.

Al principio, no había nada político en sus aficiones, que se limitaban a vídeos musicales y sobre estar en forma. Se inició en montajes conspiranoicos, primero de los autores más conocidos (Alex Jones y otros como él) y luego con producciones mucho más delirantes, incluidos vídeos sobre reptilianos.

YouTube abarca todo, desde lo más convencional hasta lo minoritario y extremista. Eso es lo que se ha entendido siempre, además de la dificultad de cribar esa inmensa cantidad de material audiovisual. Sin embargo, en el último año, han aparecido artículos que van más allá, que afirman que YouTube está primando los contenidos más extremistas y cuestionables, y entre ellos obviamente están teorías de la conspiración que cuentan con esa plataforma con una de sus principales herramientas de difusión.

Como ejemplo, este artículo del NYT, según el cual, después de los incidentes racistas de Chemnitz, YouTube recomendaba vídeos extremistas que difundían noticias falsas y mensajes racistas contra los inmigrantes. También este reportaje de The Guardian, que también confirma que el algoritmo de la empresa tiende a recomendar contenidos extremistas y conspiranoicos, y hasta violentos en el caso de YouTube Kids.

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Íñigo no es Manuela y a ti te encontré en la calle

No importa cuántos artículos escriban los politólogos sobre la muerte de los partidos ni de lo convincentes que suenen algunas de sus razones. Una de las grandes paradojas de nuestro tiempo es que cuanto más se habla de la crisis de los partidos como estructuras políticas tradicionales, más aparecen nuevas formaciones con un discurso diferente pero con una conducta muy similar a la de sus parientes de más edad.

¿Hiperliderazgo? ¿Escasa tolerancia con la disidencia interior? ¿Comportamiento endogámico? ¿Control total de las listas electorales? ¿Intrigas internas?

De todo eso hay de sobra en las nuevas formaciones surgidas en los últimos años en España, como Podemos y Ciudadanos. Lo mismo se puede decir del partido creado de la nada con el que Emmanuel Macron llegó a El Elíseo. Es muy fácil hablar de «superar la lógica de partidos» y dejar boquiabiertos a muchos periodistas, y es muy difícil inventar algo nuevo en el mundo real.

Íñigo Errejón negó tres veces a Pablo Iglesias, y a la tercera se produjo el divorcio. Primero, fue el desafío de los errejonistas a la dirección del partido en Madrid con una candidatura de la que Iglesias se enteró el día anterior. Luego, la ruptura se completó hasta llegar a lo personal en Vistalegre2 y quedó a la vista de todos sus votantes (no se incluye aquí las maniobras internas, las peleas a golpe de Telegram y las escaramuzas por persona interpuesta).

Finalmente, se ha producido el último desafío con el anuncio por Errejón de una candidatura a la Comunidad de Madrid hecha a través de una alianza con Manuela Carmena, y por tanto librándose del control de las listas por Podemos. «Hoy todo el mundo sabe que necesitamos un revulsivo», dice la carta firmada por Carmena y Errejón, que destaca que «una buena parte de esa mayoría necesita un proyecto que renueve su ilusión y confianza en que las cosas se pueden hacer todavía mejor».

Ergo, Podemos como instrumento político ha fracasado, porque no genera la ilusión y confianza necesarias. Es un poco duro escuchar eso del cofundador de Podemos, actual diputado en el Congreso y candidato designado a la Comunidad de Madrid y luego ratificado en primarias. Si él dice eso, ¿qué no dirán los adversarios de Podemos?

En la Navidad de 2016, la protesta pública de los errejonistas por el cese del portavoz del partido en la Asamblea de Madrid provocó una lluvia concertada de tuits de los dirigentes más cercanos a Iglesias contra Errejón. En esta ocasión, el sector oficial se mantuvo el jueves en silencio en Twitter. El desafío era tan grave que no se podía resolver con 280 caracteres. El líder máximo era el que tenía que responder.

Pablo Iglesias formalizó el divorcio horas más tarde con un mensaje grabado de cuatro minutos en el que colocaba a Errejón fuera del partido y le deseaba en plan sarcástico lo mejor en este «nuevo proyecto político personal». Estaba claro que se sentía traicionado: «No doy crédito», «tocado y triste», «vuelvo a sentir vergüenza», «este tipo de maniobras»…

Casi era como escuchar a Alaska y Dinarama cantar: «¿Cómo pudiste hacerte esto a mí. Yo, que te hubiese querido hasta el fin. Sé que te arrepentirás».

Iglesias también tuvo munición contra la alcaldesa de Madrid. Dijo que «el nuevo proyecto de Manuela se parece muy poco al anterior». Dio a entender que Podemos apoyará su reelección, aunque de una forma que no sólo no es muy apasionada, sino que certifica las críticas a Carmena desde la izquierda.

El líder de Podemos tuvo después la oportunidad de clavar aún más el cuchillo al explicar por qué el partido se presentará a las elecciones autonómicas, por tanto contra Errejón, pero no a las municipales contra Carmena: «Íñigo no es Manuela».

Lo cierto es que las diferencias existen. Errejón no es alcalde de Madrid ni aspira a una reelección amenazada por la triple alianza de la derecha. No tiene 74 años como Carmena, que ha estado toda su vida fuera de la política de partidos, de los que desconfía, y no va a cambiar de opinión a estas alturas. Errejón sí está en Podemos desde el primer día y ha participado ya en las primarias del partido para estas elecciones. Los inscritos de Podemos confiaron en él para encabezar la lista del partido. Ahora les dice que no, gracias. Su proyecto es otro.

La gran diferencia es que Más Madrid –el proyecto de Carmena al que se suma Errejón– era un intento para no dejar que la dirección de Podemos le hiciera la nueva candidatura electoral con el general retirado Julio Rodríguez de número dos y los actuales concejales que cuentan con la confianza de Carmena relegados a puestos secundarios. La realidad es que Más Madrid se creó para marcar distancias con Podemos. Iglesias podía tolerar eso a Carmena, porque no le quedaba más remedio, pero no a Errejón, después del enfrentamiento personal que puso fin a una gran amistad.

Podemos siempre ha sido el partido de las medidas audaces, no siempre con buenos resultados, el que buscaba sorprender a sus rivales y a los medios de comunicación, el que no quería ser previsible, porque si no saben por dónde vas a aparecer, lo tienen más difícil para controlarte. Ha terminado siendo el partido en que los dirigentes se sorprenden entre ellos con iniciativas inesperadas que pillan a los demás de improviso y terminan minando las relaciones entre ellos.

Y en los nuevos partidos que superan los esquemas tradicionales, las relaciones personales importan. Siempre importan. No es un gran descubrimiento.

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Caos, confusión y descrédito: el regalo de los tories a los británicos con el Brexit

Una broma recurrente en Twitter cuando se habla del Brexit consiste en recuperar cada cierto tiempo el célebre tuit de David Cameron del 4 de mayo de 2015. En la campaña de las elecciones de ese año, que Cameron y los tories ganaron por mayoría absoluta, el primer ministro se infló de arrogancia y escribió: «Gran Bretaña se enfrenta a una elección simple e ineludible: estabilidad y un Gobierno fuerte conmigo o el caos con Ed Miliband».

Tres años y medio después, caos es una palabra que define sin hipérbole la situación política del Reino Unido 73 días antes de la fecha en que el país iba a abandonar la Unión Europea para siempre. Cameron convocó el referéndum que su partido necesitaba, lo perdió y ahora Theresa May se ha visto enterrada por sus consecuencias tras ser incapaz de frenar un coche que se dirigía al precipicio con la dirección bloqueada por la división del Partido Conservador.

La derrota de Theresa May al votarse el acuerdo al que llegó con Bruselas –432 votos en contra, 202 a favor– fue tan brutal que casi borró varias de las alternativas, no muy sólidas, que pudieran existir. Se decía que si un centenar de diputados conservadores votaba contra su líder, la situación sería insostenible. Una diferencia menor quizá permitiera volver a votar en unas semanas un plan B que fuera como el plan A con unas ligeras modificaciones, o volver a suplicar a la UE unas condiciones diferentes.

Fue aun peor para May. 118 tories repudiaron el texto. Además, May se arriesgaba a que hubiera que remontarse a los años 20 para ver una derrota tan clara de un partido en el Gobierno (Ramsay McDonald, 1924, con una diferencia en contra de 166 votos). Fueron 230 votos los que separaron a May de la victoria. No hay precedentes en la historia moderna del país de una derrota de tales proporciones. Y se produce ahora en un asunto que marcará a Reino Unido durante varias generaciones.

El Brexit, una página en blanco

El referéndum arrojó una diferencia de votos no muy grande, pero significativa en favor de la salida de la UE. Obviamente, al plantear sólo un  o un no, no podía servir para tener claro cómo abandonaría el país la Unión Europea, ni qué precio debería pagar Reino Unido ni qué podía ofrecer Bruselas.

Era una página en blanco que los políticos británicos debían rellenar, y no han sido capaces de hacerlo.

Sabemos lo que los parlamentarios británicos no quieren en distinta medida. Rechazan el acuerdo ofrecido por May. Rechazan salir de la UE sin ningún acuerdo, por las bravas (el No Deal Brexit) por su impacto económico quizá catastrófico. Rechazan un escenario en que el país continúe formando parte de alguna manera de la unión aduanera. Rechazan mantener la libertad de movimientos, porque el Brexit consistía también en cerrar la puerta a la presencia libre de extranjeros que resultaban ser ciudadanos de países de la UE.

Lo que nadie sabe es qué tipo de Brexit quiere el Parlamento británico. No se sabe porque no existe una mayoría de votos en favor de un modelo de decir adiós a la UE que sea viable, es decir, aceptable para la Comisión y los gobiernos europeos y para el propio legislativo. Tampoco existe una mayoría en favor de dar el portazo y al diablo con las consecuencias. Nunca ha existido y por eso Theresa May ha sufrido una hemorragia de ministros en su mandato y ha acabado lanzando una propuesta de acuerdo que ha sido derrotada con estrépito.

Después de la votación, Jeremy Corbyn anunció la presentación de una moción de censura que se votará este mismo miércoles. Tiene muy pocas posibilidades de éxito o ninguna, porque ni los tories ni los unionistas del Ulster la apoyarán. Por sus propias razones, que no tienen que ver con las de los conservadores, Corbyn no está en contra de abandonar la UE. Eso es un problema en un partido en el que más del 60% de sus votantes votó en contra del Brexit en 2016, así como la inmensa mayoría de sus diputados.

Pedir una prórroga antes del fin del partido

Hay un cierto consenso de que el día después obliga a Londres a solicitar a Bruselas una prórroga del periodo que debía culminar en marzo con la salida de la UE tras la aplicación del artículo 50. Es una forma humillante de reconocer el fracaso, que por lo demás está en la línea de la forma de hacer política en Bruselas: lanzar el problema hacia delante a ver si se nos ocurre algo.

La Comisión será comprensiva, pero el tiempo extra deberá ser aprobado por todos los gobiernos europeos. Por ello, se debería exigir a Londres saber por cuánto tiempo y para qué. Es cierto que Bruselas también teme el No Deal y no quiere resignarse a ese desenlace.

La actitud receptiva de la UE no solucionará el problema de partida. Para entonces, es probable que cobre fuerza la idea de un segundo referéndum, esta vez no como una especulación o una reacción despechada de los partidarios del Remain, sino como la última solución factible tras descartarse todas las anteriores.

Sería la segunda admisión del fracaso por parte de toda la clase política y la constatación de que nunca hubo una idea clara y realista sobre la forma de salir de la UE. Un trago ciertamente duro de aceptar.

«Winter is coming», dijo el ministro tory Michael Gove unas pocas horas antes de la votación. Él fue uno de los pesos pesados del partido con más influencia en la campaña del referéndum a favor del Brexit. Gove y otros como él trajeron el invierno a la política británica y ahora descubren horrorizados que hace mucho frío. Demasiado tarde para sus compatriotas.

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