Pedro Sánchez apuesta por las cosas que no te dan la victoria en tiempos de crispación

Pedro Sánchez dio el viernes una rueda de prensa para hacer balance de lo ocurrido este año, una costumbre apropiada que ya practicaron Zapatero y Rajoy. Al igual que en los debates en el Parlamento en las últimas semanas, el presidente del Gobierno ha adoptado la misma estrategia: cuando la temperatura del sistema político está a punto de llegar a la zona roja y el vapor sale por todos las junturas, Sánchez se esfuerza por enfriar el ambiente confiando en que la caldera no salte por los aires. La inyección de aire caliente procede de la crisis de Catalunya y es difícil saber si el plan servirá para bajar la aguja hacia la zona estable.

Sánchez también ha hecho gala de una máxima de la política que se olvida con facilidad. Un Gobierno con 85 diputados que le respaldan en el Parlamento no puede decir que tiene la situación controlada, pero cuenta con el BOE, una pieza de artillería pesada con la que se puede disparar muy lejos.

Un ejemplo de ello es el acuerdo para mejorar la situación de los trabajadores autónomos, que ha sido bien recibido por las asociaciones que les representan. Ese es el tipo de medida que los titulares de los medios sólo destacan como mucho un día, pero tiene una repercusión clara y duradera sobre la vida cotidiana de los ciudadanos durante muchísimo tiempo. Otros temas se quedan a vivir en los titulares durante no ya meses, sino años, y no cambian la situación económica de la gente.

Como era de esperar, Sánchez no resistió la tentación de endosar a los periodistas una larga ristra de datos macroeconómicos. Seguro que todos hemos escuchado antes la frase «España lidera el crecimiento de las principales economías europeas». También lo dijo Mariano Rajoy, incluso cuando se dejaba llevar por la pasión y llegaba a decir que España lideraba el crecimiento de toda la UE, lo que no era cierto. En cualquier caso, con la macroeconomía no se ganan las elecciones.

Todos los presidentes del Gobierno dicen que «España necesita estabilidad» (eso incluye que ellos sigan estando al frente del Gobierno). Sánchez también lo hizo. Más allá de la situación económica presa de la incertidumbre en todo el mundo, donde el Dow Jones puede subir un día mil puntos y perder 500 al siguiente y nadie está en condiciones de negar que se produzca una recesión en algún momento de 2019, hay temas políticos que hacen que a la gente le hierva la sangre y al Gobierno le corresponde tener claro qué hacer para evitar una hemorragia.

Por eso, sólo unos pocos periodistas preguntaron por la economía y la mayoría lo hizo por Catalunya y los efectos de esa crisis en la supervivencia política del Gobierno.

A causa de su debilidad parlamentaria, Sánchez optó por enfriar la caldera. «Ninguno de los problemas de esta sociedad se ha solucionado con la crispación», dijo. Tampoco con la pasividad, le diría la oposición, como también le decían a Rajoy.

Su prioridad para lo que resta de legislatura en relación a Catalunya es «crear espacios de diálogo y distensión». Lo malo es que, como descubrió muy pronto Rajoy, luego llega la realidad y te revienta los planes. Negociar es complicado cuando algunos no quieren hablar y otros ponen condiciones inasumibles para el diálogo.

Sánchez solventó bastante bien para sus intereses el viaje a Barcelona, a pesar del discurso del PP y Ciudadanos, que vendieron una foto con Quim Torra como la partición de España y el fin de la civilización tal y como la conocemos.

El presidente tiene claro que tendrán que ser los nacionalistas catalanes los que afronten el precio de poner fin a la legislatura si rechazan su proyecto de presupuestos. No les va a dar motivos para que hagan algo que no va a solucionar de forma automática los problemas del país. De ahí que haya adoptado una política de dejar pasar los desafíos verbales, un privilegio que sólo tiene el que cuenta con el poder, lo que no quiere decir que sea infalible.

El Govern y el Parlament se han cuidado mucho de no tomar decisiones manifiestamente ilegales que le coloquen a las puertas del Tribunal Supremo. Por tanto, se ocupa de hacer proclamaciones políticas que no tienen consecuencias jurídicas, pero que ayudan a su base a sobrellevar los meses anteriores al juicio del anterior Govern. Es ahí donde entran los famosos «21 puntos de Torra», que tanto da que sean 20 o 210 si Sánchez los da como no escuchados. No será él quien ponga en peligro el posible voto favorable de ERC y PDeCAT a los presupuestos –que a día de hoy no existe– por calentarse la boca para hacer de opinador de los documentos que Torra tenga a bien escribir. «Lo demás son monólogos», dijo refiriéndose a los 21 puntos de Torra. Los da por no escuchados.

Sin embargo, la política tiene que ver también con las vísceras, con plasmar tus principios con independencia de las consecuencias, con defender unos valores en los momentos más difíciles. Sánchez prefiere no echar gasolina al incendio, pero su extintor quizá no sea suficiente para apagar el fuego. La política española lleva varios años incendiada por la crisis catalana y todos los días los dirigentes del PP y Ciudadanos en Madrid y los de ERC y PDeCAT desde Barcelona se ocupan de que la llama siga alta.

Los ciudadanos no siguen esa crisis con la misma intensidad que los políticos y los periodistas, pero no viven por completo de espaldas a ella ni carecen de una opinión sólida al respecto. El Gobierno creerá que reacciona con serenidad y los demás pueden pensar que sólo es una muestra de impotencia.

Sánchez sí fue más firme al hablar de Andalucía y del pacto de PP, Ciudadanos y Vox para gobernar esa comunidad autónoma. En una pregunta específica sobre Cataluña, respondió refiriéndose a la ley de violencia de género que la ultraderecha quiere anular. «Si creen que van a moderar a la extrema derecha, se equivocan», dijo sobre las supuestas intenciones de Ciudadanos, no tan claras en el PP, de marcar distancias en su incómodo apareamiento con Vox. La extrema derecha tiene demasiadas espinas como para no salir dañado al compartir cama.

Una de las claves de la política española para los próximos meses será esa. Cuanto más se hable de Andalucía, mejor para Sánchez. Si el discurso se centra en Cataluña, serán malas noticias para el Gobierno. Ahí, su problema es que sólo controla el BOE, no los demás medios de comunicación.

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Las diez mayores economías del mundo desde 1960

La evolución del PIB de las diez mayores economías del mundo desde 1960. La comparativa permite comprobar la irrupción de algunos países entre los diez primeros, en especial Japón y China. China entra y sale varias veces del ranking en los años 80, pero aparece a principios de los 90 ya no lo abandona. El caso de Alemania es diferente. Los datos proceden del Banco Mundial y aparentemente Alemania no envió sus datos a esa institución hasta 1970.

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Trump sorprende al Pentágono con el anuncio de la retirada de Siria y abandona a los kurdos

Donald Trump ha dado por terminada la presencia militar norteamericana en el norte de Siria. Inevitablemente en un tuit. La portavoz de la Casa Blanca ha confirmado que los planes de retirada están en marcha. En tan solo 16 palabras, Trump dijo que «hemos derrotado a ISIS en Siria», la única razón que justifica en su opinión esa presencia de tropas norteamericanas, en torno a unos 2.000 soldados.

Un portavoz del Pentágono informó después a los periodistas que la campaña contra ISIS no ha terminado. Parece ser otra decisión que Trump ha tomado sin tener en cuenta a su secretario de Defensa. No es la primera.

El secretario de Estado, Mike Pompeo, no es de los que contradice al presidente. Por eso, en unas horas ha comunicado que su personal se retirará en las próximas 24 horas, según Reuters. Los militares no pueden salir corriendo, pero esa fuente ya ha anunciado que esas fuerzas abandonarán la zona en un periodo de tiempo que va de 60 a 100 días.

Erdogan es el tipo de dirigente autoritario que Trump siempre elogia, pero las relaciones entre EEUU y Turquía se habían enfriado en los últimos tiempos. Ya no fueron muy buenas en el último año de la presidencia de Obama y no habían mejorado desde entonces. Pero una conversación telefónica el pasado viernes entre ambos presidentes parece haberlo solucionado todo.

Los turcos han conseguido lo que llevaban reclamando desde hace tiempo. Las tropas norteamericanas que apoyaban a la milicia kurda siria del YPG eran el último obstáculo que impedía a Turquía controlar el norte de Siria. En enero, el Ejército turco, con la ayuda de la milicia siria del FSA que se ha convertido en la práctica en una fuerza mercenaria a su servicio, ocupó la provincia siria de Afrin, pero no continuó su avance hacia el este con destino a la localidad de Manbji porque allí estaban los norteamericanos. El Pentágono reforzó esa presencia militar para dejar claro a los turcos que su ofensiva tenía un límite.

Los kurdos del YPG fueron la fuerza terrestre utilizada por Washington para acabar con el control del norte de Siria por ISIS. Los bombardeos masivos ejecutados por aviones norteamericanos y británicos no podían ser definitivos sin soldados o milicianos que lucharán contra los yihadistas en cada localidad arrebatada al ISIS. Han continuado haciéndolo hasta hace sólo unos días.

Es una historia que se ha repetido tantas veces que los kurdos de Irak o Siria la conocen muy bien. Ocurrió con Nixon y Kissinger en los 70, y veinte años después con George H.W. Bush. Se utiliza a los kurdos para satisfacer a algunos aliados o minar a los enemigos. Cuando ya no son necesarios, se olvidan de ellos.

No es extraño que haya informaciones que apuntan que los kurdos de Siria han entrado en negociaciones con el Gobierno de Asad. Es su única carta si no quieren ser arrollados por los turcos.

ISIS ha sido derrotada en varias ocasiones desde que comenzó una segunda vida sobre las cenizas de Al Qaeda en Irak. Ha perdido todo el territorio que la convirtió en una fuerza determinante en las guerras de Irak y Siria. No ha desaparecido por completo. El último informe militar del Pentágono calcula que cuenta con entre 20.000 y 30.000 combatientes en ambos países. En ocasiones, los militares han exagerado el número de fuerzas con que cuentan los yihadistas, y quizá sea el caso ahora, pero la cifra al menos indica que ISIS no ha desaparecido.

Aunque esa amenaza persista, la presencia continuada de tropas de EEUU en el norte de Siria no responde a una estrategia clara sobre cuánto tiempo pueden estar allí y cuál sería el momento en que podrían retirarse. En el caso de Afganistán, Trump ha tenido que ceder ante los generales, pero estaba esperando el momento para cortar de raíz con la intervención en Siria. Lo ha certificado con un vídeo, lo que indica que el Pentágono no tendrá la oportunidad de convencer a la Casa Blanca de que se eche atrás.

El acuerdo con Turquía incluye la venta de misiles Patriot por valor de 3.500 millones de dólares, el tipo de desenlace que gusta a Trump. Turquía rentabiliza su ofensiva contra Arabia Saudí por el asesinato del periodista Jamal Khashoggi en el consulado de Estambul. El Gobierno sirio tiene la oportunidad de extender su dominio al norte del país si juega bien sus cartas. Trump puede declarar victoria y dar por finalizada la guerra contra ISIS, sea cierto o no.

Las guerras en Oriente Medio tienen la tendencia de acabar durante un tiempo para reanudarse cuando todo el mundo las ha olvidado.

Foto: soldados turcos en la provincia siria de Afrin.

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¿Los mismos derechos políticos para todos los ciudadanos de Israel? No tan rápido, dice el Parlamento

El Parlamento israelí tuvo la oportunidad la pasada semana de rechazar las alegaciones de que el sistema político y legal supone una discriminación para los ciudadanos que no son judíos a través de un breve texto presentado por el partido Meretz, en la oposición. Se trataba de una enmienda a la Ley Básica (un texto similar a una Constitución) con una sola frase: «El Estado de Israel mantendrá derechos políticos idénticos para todos sus ciudadanos con independencia de su religión, raza o sexo».

Fue rechazada por 71 votos en contra y 38 votos a favor.

La enmienda tenía algo de truco político. La frase estaba sacada de la Declaración de Independencia del Estado con la intención de hacer casi imposible el voto el contra. Pero los partidos del Gobierno y algunos en la oposición eran conscientes de su repercusión. Una declaración así puede salir de la boca de muchos políticos, pero tanto la derecha como los partidos religiosos no podían permitir que tuviera rango constitucional por mucho que pudiera servir para desmentir las acusaciones que dicen que Israel tiene el apartheid impreso en sus textos legales.

En algunas ocasiones, el Tribunal Supremo israelí ha utilizado el principio expresado en la Declaración de Independencia para fallar en contra de ataques a la igualdad política, pero no hay una ley que la certifique por completo. En el pasado, los jueces suponían un freno efectivo ante ciertas medidas, ganándose el rechazo de la derecha. Eso ya ocurre con menos frecuencia. El Tribunal Supremo es un órgano judicial muy político en el sentido de que calibra muchas de sus sentencias en función de la situación política.

El Gobierno de Netanyahu tiene en estos momentos una mayoría absoluta de un solo escaño, inferior a la que consiguió tras las últimas elecciones. Sobre la enmienda presentada por Meretz, podía estar tranquilo. La decisión del Parlamento confirma que en Israel hay un amplio consenso para mantener a drusos, beduinos y palestinos –refiriéndonos en este caso a los que tienen nacionalidad israelí– como ciudadanos de segunda clase.

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El zombi de Downing Street prolonga su agonía

Theresa May ha sobrevivido. El estado agónico que le ha caracterizado desde las elecciones que convocó sin necesidad y que dejaron a los tories sin mayoría absoluta obtiene otra prórroga cuya duración no depende ya del clima de opinión interno entre los dirigentes conservadores, sino del desenlace de una historia de la que nadie conoce el final.

La votación en el grupo parlamentario conservador arrojó 200 votos a favor de May y 117 en contra. El número de votos negativos es muy alto y está dentro de la franja que se consideraba que produciría una merma sustancial en su credibilidad.

117 es un número muy superior a las 48 firmas de diputados que eran necesarias para convocar una moción de censura interna. Llegar a esos 48 apoyos costó mucho al sector tory más partidario de un Brexit duro y radical, por impracticable que sea. Los apoyos que han recibido en la votación dejan clara la debilidad de May.

El cálculo más importante es el que tiene que ver con la votación pendiente en el Parlamento sobre el acuerdo del Brexit al que el Gobierno llegó con la Comisión Europea. Si esos 117 diputados rebeldes no creen que May deba seguir siendo líder del partido, y por tanto primera ministra, ¿cómo pueden estar dispuestos a apoyar un acuerdo con la UE que era el principal activo político con el que May se presentaba a esta consulta interna?

May se vio obligada a suspender la votación en el Parlamento sobre el tipo de Brexit que ella propone porque sabía que se enfrentaba a una derrota segura que sería humillante por la diferencia de votos en su contra. Fue un gesto desesperado que le aseguró otra derrota –menor dadas las circunstancias– cuando el Parlamento declaró que suponía un gesto de desacato o desprecio al órgano legislativo.

La primera ministra anunció que pediría a Bruselas una revisión de los términos acordados. La Comisión dejó claro que una renegociación está completamente descartada, aunque siempre se podrían hacer algunas aclaraciones de tipo técnico para asegurar ciertos términos sobre el acuerdo. Nada que cambiara las líneas generales de un pacto que casi nadie cree que saldrá adelante.

Las normas internas del Partido Conservador establecen que May no podrá sufrir otra moción de censura interna durante los próximos doce meses. Su problema no es lo que ocurrirá dentro de un año, sino dentro de unas semanas. Se supone que el acuerdo debe ser votado antes del 21 de enero –ni siquiera eso está del todo claro– y la estrategia de May consiste en esperar todo el tiempo posible para aumentar las posibilidades de éxito.

Da la impresión de que su única esperanza es aguantar hasta el último momento para colocar a los diputados rebeldes al borde de los acantilados de Dover. Anunciarles que ese acuerdo que tantos rechazan es la única posibilidad de que se produzca un Brexit, sin más alternativa que un ‘No Deal’ –la salida sin ningún tipo de acuerdo con la UE–, cuyas consecuencias económicas pueden ser catastróficas. Pero el Parlamento, gracias a una de las tres votaciones que el Gobierno perdió hace unos días, cree tener los mecanismos legales necesarios para impedir un ‘No Deal’. Puede ser otra ilusión tan alejada de la realidad como los propios planes de May.

La primera ministra continuará residiendo en Downing Street, pero vuelve a confirmar esa frase tan citada en la política británica desde que la utilizara Norman Lamont que se reserva para los gobernantes que han perdido la capacidad de control. In office, but not in power. En el cargo, pero no en el poder.

Justo cuando el país necesita un Gobierno con autoridad en un momento dramático de su historia reciente.

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Vienen tiempos oscuros y no todos quedarán decepcionados

La política española es una montaña rusa, dijo Aitor Esteban. Ahí, el portavoz del PNV en el Congreso sonó demasiado optimista. Su discurso pragmático y posibilista –rasgos que suelen ser habituales en la política institucional– tiene poca tracción en la situación actual. Más parece una pendiente que se prolonga hacia abajo. Al fondo, está el precipicio de profundidad desconocida. Hacia allí se dirige la política española al galope y ya no parece que haya nadie que tenga poder suficiente para frenar la caída.

Pedro Sánchez utilizó el debate sobre la situación de Catalunya y el Brexit para decir adiós a los nacionalistas catalanes. De alguna manera, la legislatura ha tocado a su fin y parece difícil que se pueda prolongar más allá de unos pocos meses. Por aquello de que es conveniente votar con buen tiempo –en especial, si tienes dudas sobre la fidelidad de tus votantes–, la primavera será la fecha más propicia para volver a las urnas.

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Duelo en el OK Corral de la Casa Blanca

Gran espectáculo televisado desde el Despacho Oval de la Casa Blanca. A un lado del ring, el presidente de EEUU, Donald Trump, y su vicepresidente, Mike Pence. Al otro, Nancy Pelosi, líder de los demócratas en la Cámara de los Representantes, y Chuck Schumer, con el mismo puesto en el Senado.

Schumer dice que no se debería cerrar la Administración Federal por una disputa presupuestaria entre ambos partidos por el deseo de Trump de destinar miles de millones a la construcción de un muro fronterizo con México. Ahí es donde salta Trump.

«Estoy orgulloso de cerrar el Gobierno a causa de la seguridad fronteriza, Chuck, porque la gente de este país no quiere a criminales y a gente que tiene muchos problemas y por las drogas que inundan nuestro país. Así que yo me ocuparé de ello. Yo seré el que cierre (el Gobierno) y no te culparé por ello».

Tiene todo el aspecto de que Trump se pica como si estuvieran hablando en un bar, y no ante un numeroso grupo de cámaras de televisión. Han discutido sobre quién fue el responsable del anterior cierre del Gobierno hasta que Trump salta con un «You wanna know something?» y suelta las frases destacadas.

Mientras tanto, Pence mira de frente sin decir nada, se mira las manos, y parece alguien que desearía estar en cualquier otro sitio menos ese. Pelosi comenta que quizá no deberían estar hablando de este tema en ese preciso instante. En la refriega, Trump afirma que el muro ya se está construyendo, lo que no es cierto.

Ls demócratas tenían previsto ofrecer 1.300 millones en esta reunión para seguridad fronteriza en la negociación presupuestaria, pero Trump exige 5.000 millones. La fecha límite para llegar a un acuerdo es el 21 de diciembre.

Hay que insistir en el detalle de que esta conversación se produce en los escasos minutos en que las cámaras pueden acceder al Despacho Oval antes de la reunión. No hay reporteros para hacer preguntas, sino sólo reporteros gráficos, en este caso con micros en pértigas que permiten captar bien el sonido. Lo propio es tener un poco de charla intrascendente y dejar la discusión seria para cuando se vayan las cámaras.

En el ambiente poco profesional de la Casa Blanca, donde el presidente hace lo que le da la gana, nadie está ahí para advertir a Trump de que no debería entrar en la pelea. El presidente es el más poderoso de los tres políticos. No resulta conveniente que se vea a sus principales adversarios políticos respondiéndole a la cara en su casa (blanca).

En la sala está presente el jefe de gabinete, John Kelly, que es probable que pase un poco de todo, porque ya sabe que lo van a relevar cuando encuentren a alguien dispuesto a asumir el puesto (lo que no está siendo fácil). Estas imágenes no son precisamente un incentivo para aquellos con el valor suficiente para aceptar el reto.

Trump, autor del libro ‘The Art of the Deal’, siempre presume de ser un negociador excelso capaz de conseguir el mejor trato, pero estas imágenes demuestran que es un patán irascible que termina por asumir toda la responsabilidad por un posible bloqueo político que dejará sin salario por un tiempo desconocido a centenares de miles de funcionarios. Su base de votantes más radical estará encantada con su intransigencia en el tema de la inmigración. Otros muchos votantes se preguntarán una vez más en manos de quién están.

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Cómo llegó Eslovenia a la independencia y por qué contó con el apoyo de sus enemigos a diferencia del procés catalán

La invocación de la llamada vía eslovena para alcanzar la independencia realizada por el presidente de la Generalitat, Quim Torra, ha sido criticada por relacionar el procés independentista con la primera de las guerras de los Balcanes de los años 90 después de varios años en que los dirigentes nacionalistas han insistido en que su reivindicación sería siempre pacífica.

Esa es la razón por la que el presidente del Parlament e incluso dirigentes de JxC han marcado distancias con las palabras de Torra y los acontecimientos que condujeron a la independencia de Eslovenia. Lo que no han dicho es que los eslovenos consiguieron su objetivo con gran facilidad gracias a la complicidad en los momentos decisivos del entonces presidente de Serbia, Slobodan Milosevic, que no tuvo inconveniente en permitir la independencia de Eslovenia. Su prioridad era utilizar el Ejército yugoslavo en Croacia, que también se había declarado independiente. Cuando llegó el apoyo europeo a Eslovenia, los eslovenos ya habían conseguido su propósito.

La Generalitat no ha tenido ninguna complicidad de peso fuera de Catalunya en su empeño de formar un Estado propio. Además, el Estado español no está en una situación de completa descomposición de sus instituciones, como le ocurría a Yugoslavia en un proceso que se había iniciado a finales de los años 80.

Eslovenia celebró un referéndum de autodeterminación en diciembre de 1990 con un resultado abrumador. La participación fue del 90%. A la pregunta planteada –»¿Debería la República de Eslovenia convertirse en un Estado independiente y soberano?»–, un 95% votó a favor. Los resultados dejaban claro la excepción eslovena dentro de la República yugoslava: no contaba con una minoría serbia que pudiera oponerse a la independencia ni que pudiera ser utilizada por Milosevic para sus planes.

Los eslovenos no declararon de forma inmediata su independencia. No porque pensaran que era factible una negociación con los serbios, sino porque pensaban que tendrían más posibilidades de éxito si hacían causa común con los croatas, que tardaron varios meses más en celebrar su referéndum.

La destrucción de Yugoslavia

El proceso de fragmentación de Yugoslavia había empezado antes. En junio de 1989 Milosevic reunió a un millón de serbios en Kosovo en una concentración que simbolizó su conversión en el gran líder nacionalista de los serbios con un discurso exclusivista que daba pocas esperanzas a las demás repúblicas.

Los eslovenos quisieron reformar su Constitución en septiembre de 1989 con la intención de reforzar su autogobierno y contener el poder creciente que estaba asumiendo la República Serbia. Se quejaban de que eran el 8% de la población total, mientras que generaban una tercera parte de las divisas obtenidas por las exportaciones. Eso ocultaba que tenían acceso a la mano de obra y materias primas que procedían de las otras repúblicas a precios artificialmente bajos.

La clave de esas enmiendas era reservar para el Gobierno esloveno el derecho de autorizar la entrada de tropas del Ejército en la República. Los serbios se oponían y afirmaron que no tolerarían «una República asimétrica», es decir, una que no pudiera ser controlada desde Belgrado.

La complicada estructura del poder yugoslavo –a lo que hay que sumar en esos años la escasa influencia del Gobierno Federal– hizo que sólo el Ejército pudiera interponerse por la fuerza en el camino de las aspiraciones eslovenas. El ministro de Defensa Kadijevic lo descartó en ese momento por no estar seguro de que fuera constitucional.

Un último recurso –una reunión de la dirección del partido comunista– sólo sirvió para que los croatas apoyaran a los eslovenos. Los dirigentes eslovenos fueron derrotados en las votaciones, pero volvieron a casa como héroes.

Soldados eslovenos observan a tropas yugoslavas que se preparan para su salida tras la guerra.

Soldados eslovenos observan a tropas yugoslavas que se preparan para su salida tras la guerra.

En octubre de 1989, la tensión aumentó cuando el Gobierno esloveno prohibió una manifestación de nacionalistas serbios en Liubliana por considerarla una provocación. «Decimos claramente que ningún ciudadano de Serbia rogará a Eslovenia que permanezca en Yugoslavia o se rebajará a ofrecer pan y sal (un gesto de hospitalidad) a aquellos que están preparados para dispararles», anunció el Gobierno serbio el 1 de diciembre.

El congreso anual del partido comunista fue la última batalla política en enero de 1990. Las sesiones retransmitidas en directo por televisión dejaron claro que ya no había un solo partido ni un solo país. Eslovenos y croatas abandonaron el congreso que no llegó a reanudarse sin ellos. El partido que gobernaba sobre todos los pueblos de Yugoslavia ya era historia.

Marzo de 1991 fue el momento decisivo. Después del éxito del referéndum esloveno, Serbia había intentado que la Presidencia Federal frenara a croatas y eslovenos. Al no conseguirlo, decidió dinamitarla desde dentro al abandonar el único organismo con poder político real que hablaba por toda Yugoslavia.

«Yugoslavia está acabada», dijo Milosevic. Anunció que Serbia no respetaría las decisiones que tomara en adelante la Presidencia Federal. Como si Serbia se hubiera separado de Yugoslavia. Pero al mismo tiempo dijo que confiaba en que el Ejército yugoslavo defendiera la Constitución.

Tras el referéndum, Liubliana se dedicó durante seis meses a preparar la legislación de un nuevo Estado. Los croatas –que ya habían tenido su propio referéndum, pero en el que se habían abstenido de forma masiva los serbios de la provincia de Krajina– les pidieron cautela y más tiempo, porque ellos no estaban tan preparados. Los croatas sabían que Belgrado no podría al final inconvenientes a la independencia eslovena si era irreversible, pero no tendría la misma opinión sobre Croacia a causa de la presencia de la minoría serbia en su territorio.

Slobodan Milosevic y Bill Clinton en la residencia del embajador de EEUU en París en 1995.

Slobodan Milosevic y Bill Clinton en la residencia del embajador de EEUU en París en 1995.

En una visita a Belgrado y Liubliana en junio, el secretario de Estado norteamericano, James Baker, dio a entender que su país no apoyaba a nadie al mantener la confianza en una poco probable ruptura pacífica. EEUU no reconocería declaraciones unilaterales de independencia, pero tampoco el uso de la fuerza militar para impedirlas.

El Gobierno esloveno declaró la independencia el 25 de junio de 1991. En pocas horas se hizo con el control de las fronteras. Comenzó una guerra de escasa duración –diez días– y con algunos rasgos singulares.

El ministro yugoslavo de Defensa pretendía llevar a cabo una intervención militar limitada que se mantuviera dentro de los cauces de la Constitución, que ya era prácticamente una ficción. Las tropas debían escoltar a fuerzas policiales que recuperarían el control de 35 puestos fronterizos, el aeropuerto de Liubliana y un puerto. Eran sólo 2.000 soldados, junto a 400 policías y 280 agentes de aduanas, sin el armamento necesario para convertirse en fuerza invasora.

El Ejército pensaba que sería una misión que quedaría resuelta en horas. Un episodio más de la permanente escalada de la tensión. Para el Gobierno esloveno, era una declaración de guerra.

Los cuarteles militares fueron rodeados por las fuerzas de Liubliana, que cortaron el suministro de luz y agua. Se advirtió a los militares de que no intentaran aprovisionarlos desde el aire. El 27 de junio, los eslovenos derribaron un helicóptero militar que volaba sobre el centro de la capital, un hecho que demostró a los eslovenos que la guerra, aunque no les había afectado hasta ese momento, iba en serio.

El coronel Aksentijevic, que estaba en uno de esos cuarteles sitiados, admitió después su perplejidad: «Me di cuenta de que no era una revuelta o una manifestación política. Era una guerra. Fui consciente de que querían matarnos, dispararnos, y que ya no había Yugoslavia ni nada que nos uniera». Se había iniciado un camino sin retorno.

Serbia ordena parar

El Ejército era ya consciente de que tenía que aplicar otra estrategia para ejecutar una operación a gran escala. Fue en ese momento cuando Serbia ordenó parar. En el tercer día de guerra, el 30 de junio, Borislav Jovic, en nombre de Milosevic, vetó los nuevos planes militares.

«Recuerdo muy bien ese día», dijo Jovic tiempo después, «porque fue en el que anuncié nuestra nueva política. Estaba muy claro para mí que Eslovenia se había separado y que era inútil hacer la guerra allí. Lo único en que pensaba era en lo que teníamos que hacer para defender los territorios habitados por serbios en Croacia, porque ellos querían quedarse en Yugoslavia».

Para controlar al Ejército e imponer su retirada, Milosevic debía resucitar a la principal institución civil, la Presidencia Federal. Lo hizo permitiendo la presidencia rotatoria del croata Stipe Mesic, vetada hasta entonces, y engañando a la troika de la UE –tres ministros europeos de Exteriores– para que pareciera una concesión.

Sin embargo, aún se produjeron más hostilidades, pero las fuerzas eslovenas frenaron con facilidad las nuevas incursiones del Ejército. Una columna de 180 tanques y otros blindados partió desde Belgrado con destino al norte. Nunca llegó a Eslovenia porque no era su destino. Se quedó cerca de la frontera serbia con Croacia preparada para la guerra que de verdad interesaba a Milosevic.

Las últimas tropas del Ejército yugoslavo abandonan Eslovenia por el puerto de Koper el 25 de octubre de 1991.

Las últimas tropas del Ejército yugoslavo abandonan Eslovenia por el puerto de Koper el 25 de octubre de 1991. Archivos militares de Eslovenia

En ese momento, los gobiernos europeos querían que la intervención militar acabara cuanto antes. El ministro alemán de Exteriores, Hans Dietrich Genscher, viajó en tren hasta Liubliana desde Austria y denunció la intención del Ejército yugoslavo de continuar los combates. Lo mismo hizo el ministro británico de Exteriores, Douglas Hurd. Cuando llegó el apoyo europeo, la suerte estaba echada y los eslovenos contaban con todas las cartas en su favor.

El 4 de julio, se inició un alto el fuego. Los acuerdos de la isla de Brioni pusieron fin al conflicto el día 7. La escasa duración de la guerra hizo que el número de bajas fuera reducido. Según el Gobierno de Liubliana, murieron 44 soldados del Ejército yugoslavo en los combates y 146 resultaron heridos. Los eslovenos sufrieron 19 muertos y 182 heridos. Hubo además 12 extranjeros muertos, la mayoría camioneros búlgaros que habían entrado en el país.

«Eslovenia había apostado por el uso de la fuerza y había conseguido un gran premio», escribieron los periodistas Laura Silber y Allan Little en el libro ‘The Death of Yugoslavia’. «Había enseñado a Europa una lección que los mediadores nunca entendieron bien. Que la guerra a veces no sólo es un camino racional, especialmente cuando sabes que puedes ganar, sino que es también a veces la única forma de conseguir lo que quieres».

La vía eslovena era una apuesta final por una violencia ejercida en condiciones favorables al no ser la situación de esa República una prioridad para el gran arquitecto de la confrontación, Slobodan Milosevic. El presidente de Serbia sabía muy bien quiénes eran sus mayores enemigos, como demostró después en las guerras de Croacia y Bosnia.

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Quiénes son los ‘chalecos amarillos’ de Francia

Angelique Chrisafis, corresponsal de The Guardian en París, ha hablado con muchos de los ‘chalecos amarillos’ que se manifiestan en Francia contra la política económica de Macron. La subida de impuestos en carburantes fue el tema que desencadenó al principio la movilización, pero la protesta se ha extendido tanto porque el malestar tiene su origen también en otros muchos asuntos. Es cierto que muchas de sus reivindicaciones son un tanto contradictorias en la medida de que no están cribadas por una jerarquía o una estructura organizada. No quieren pagar tantos impuestos porque ese es uno de sus gastos importantes y también pretenden que el Estado aumente su gasto en algunas partidas.

Evidentemente, intentar explicar sus reivindicaciones obliga a centrarse en aquello que rechazan. Es más difícil hacerlo con sus propuestas al ser un movimiento muy diverso desde el punto de vista ideológico y sociológico. Chrisafis ha hablado con ellos en dos zonas del país, el suroeste y el noreste.

En un hilo de Twitter, la periodista ha descrito a grandes rasgos quiénes son los ‘chalecos amarillos’, un movimiento sin líderes ni un programa definido, pero que tiene muy claro por qué ya no soporta a Macron, según Chrisafis:

«Algunos en París han sugerido que todos los chalecos amarillos se basan en noticias falsas y teorías de la conspiración en Facebook y que no tienen muchos estudios. Eso no es lo que yo he visto y sería un error pensar eso.

Me he reunido con gente que antes dirigió sus propios pequeños negocios (en construcción o mantenimiento de edificios), algunos que trabajaron en el sector público (profesores ayudantes, enfermeras), o que eran autónomos. Conocen el sistema fiscal de arriba a abajo, han contribuido a él como (pequeños) empresarios o trabajadores. Hay un nivel muy preparado en su debate político y su indignación. Unos pocos votaron a Macron y están ahora decepcionados.

Hay un amplio espectro político representado en cada barricada, desde izquierdistas y ecologistas opuestos al nacionalismo, hasta gente que votó a ese nacionalismo a través de Marine Le Pen.

Todos decían estar unidos en su furia contra la forma de Macron de gobernar Francia, lo que llamaban su estilo de arriba a abajo totalmente aislado de las experiencias personales de la gente corriente. Todos contaban ejemplos de la «arrogancia» de Macron.

En las barricadas, la gente pensaba que Macron se presenta en el extranjero como el «salvador» progresista de Francia y Europa frente al nacionalismo y populismo, pero dicen que en su país está alienando a tanta gente que la está empujando al populismo.

La gente cree que sus impuestos no se están gastando bien, que hay despilfarro y que el Estado está usando el dinero de los contribuyentes para financiar el estilo de vida de la élite política. La gente quiere más y mejores servicios públicos.

Muchos dicen que están furiosos con la Unión Europea, que cuesta demasiado dinero, que promueve el capitalismo, la desigualdad y una élite política acomodada (en sus privilegios), que no protege a los trabajadores».

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La rebelión contra Macron es también una reacción contra los favores concedidos a los más ricos

Macron y su primer ministro han decidido suspender durante seis meses el aumento en el impuesto de los combustibles después de la revuelta contra el Gobierno, especialmente intensa en zonas rurales y pequeñas ciudades. La rectificación acerca un poco más a la actual Administración al modelo político tan habitual en las últimas décadas en Francia con la llegada de un nuevo presidente al poder: promesas de reformas estructurales, adopción de medidas concretas, fuerte reacción en la calle, caída de la popularidad del presidente, rectificación. A esta última ha sucedido en algunas ocasiones la destitución del primer ministro con la intención de salvar la reputación del jefe de Estado.

Se ha escrito mucho sobre la dificultad de aplicar impuestos medioambientales a unos ciudadanos a los que resulta difícil prescindir del vehículo particular. También de la crisis de credibilidad de muchos gobiernos de Europa occidental ante una opinión pública cada vez más impaciente ante un futuro de precariedad económica.

Luego, está el factor diferencial de cada país. En Francia, eso se traduce en una política fiscal de Emmanuel Macron que pretendía atraer a grandes fortunas con una política fiscal favorable hasta que los sectores sociales abandonados han decidido que ya han tenido suficiente. Financial Times:

Los manifestantes afirman que el aumento fiscal en los combustibles era la gota que colmaba el vaso con un presidente que llegó al poder con la promesa de ayudar a aquellos que habían quedado abandonados económicamente, pero que ahora dicen que ha favorecido a los ricos.

Incluso economistas que apoyan las reformas laborales de Macron y otras reformas estructurales critican la forma en que se han aplicado sus políticas fiscales, cuyo impacto inicial castigará a los hogares más pobres mientras hace más ricos a los ricos.

Aprobar una subida de impuestos indirectos no mucho tiempo después de reducir los impuestos directos al 1% no parece una medida que favorezca la cohesión social. No es extraño que sea entendida como una provocación que termine originando una coalición de enfurecidos por distintas causas dispuestos a salir a la calle y enfrentarse a miles de policías.

Ese porcentaje del 1% no es aproximado. Este gráfico del FT indica que son precisamente esos contribuyentes los más beneficiados por las medidas fiscales, que incluyen reducir el impuesto a las fortunas (ISF en sus iniciales en francés). El 20% de los hogares más pobres se verán además perjudicados por el recorte de las ayudas sociales, todo dentro de las decisiones tomadas para reducir el déficit presupuestario en línea con las órdenes de la Comisión Europea. Hay muchos de los manifestantes que reciben el nombre de ‘chalecos amarillos’ que están por encima de ese nivel bajo de ingresos, pero eso no quiere decir que no se vean afectados por una época de estancamiento de salarios de trabajadores o ingresos de los autónomos.

No es extraño que esta situación refuerce la imagen ya conocida de Macron como ‘el presidente de los ricos’.

Los disturbios de la pasada semana han hecho que Macron baje algún escalón de la posición arrogante que mantiene como monarca republicano. Nada está descartado ahora, ni siquiera la idea de reintroducir el ISF. «Si la medida que hemos tomado no funciona, no somos idiotas, la cambiaremos. Pero primero debemos estudiarlo», ha dicho el portavoz del Gobierno, Benjamin Griveaux.

La última encuesta de Ifop reduce a un 23% el nivel de apoyo a Macron en la opinión pública francesa. Los que rechazan su política son ya el 76%. El presidente pierde seis puntos con respecto al anterior sondeo y se coloca al nivel de François Hollande en el mismo momento de su presidencia. Del hundimiento tampoco se libra el primer ministro Édouard Philippe, que cae diez puntos hasta el 26%.

La oposición no escapa de este nivel de descrédito de la clase política, según este sondeo. Los partidos que tienen mejores números son La Francia Insumisa (34%) y Agrupación Nacional, el partido de Marine Le Pen (33%) que es el que más sube desde la encuesta anterior. Mucho más abajo están los dos grandes partidos del pasado, Los Republicanos (20%) y el Partido Socialista (10%).

La Francia airada ha perdido la confianza en los partidos, pero sobre todo en su presidente.

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