Macron se hunde en las encuestas casi al nivel de Hollande

El índice de popularidad de Emmanuel Macron continúa en caída libre en una tendencia muy clara desde principios de este año. Una encuesta de Ifop para el periódico Journal du Dimanche indica que un 73% de los franceses está muy o bastante descontento con su presidente. Los que están muy o bastante contentos son el 25%. Otras encuestas dan porcentajes similares en los últimos dos meses.

Ese 25% es el punto más bajo de su presidencia y se acerca peligrosamente a la situación en que estaba François Hollande (20%) en el mismo momento de su mandato. Su primer ministro, Edouard Philippe, se encuentra algo mejor con un 34% de partidarios. Uno de los responsables del sondeo califica la gráfica de Macron como de «auténtico tobogán», siempre hacia abajo en 2018.

El periódico compara los índices de apoyo de los últimos tres presidentes. Si bien es cierto que Sarkozy no descendía a tanta velocidad y que disfrutó de un ascenso en los meses finales de su segundo año en El Elíseo, los tres tienen un elemento en común. Comenzaron con un apoyo superior al 60% –cuando prometían profundas reformas económicas y sociales– y luego cayeron con estrépito en el momento en que esas promesas se traducían en leyes y decretos concretos.

El debate europeo en torno a la crisis de la democracia liberal y del proyecto europeísta está preñado de esperanzas puestas en la figura de Macron obviando que, sin las acusaciones de corrupción contra el candidato conservador Fillon por la contratación de familiares como asesores, el resultado podría haber sido muy diferente en la primera vuelta. Aun así, un muy debilitado Fillon sacó un 20% en esa votación.

Macron se benefició del hundimiento de los socialistas y de la inesperada pérdida de credibilidad de Fillon, además del hecho de enfrentarse a Le Pen en segunda vuelta. Los cuatro puntos que separaron a Macron y Fillon (1,4 millones de votos) fueron los que dieron al primero la presidencia.

La idea de que Francia había elegido un rumbo diferente al rechazar a los candidatos de los dos partidos tradicionales era cuando menos discutible.

Las expectativas sobre Macron siempre estuvieron por encima de la realidad. En una entrevista de junio con el ministro francés de Hacienda, el periodista de Der Spiegel se atrevió a decir que «Macron fue elegido para cambiar Europa». Con el veredicto actual de los sondeos, es probable que ahora se conforme con metas más realistas.

La subida del impuesto de carburantes ha provocado una movilización de rechazo por todo el país este pasado fin de semana. Hubo 2.000 concentraciones con unas 287.000 personas (según cifras del Ministerio de Interior), enfrentamientos con la policía y cortes de carreteras y rotondas especialmente en zonas rurales y suburbios urbanos.

«El precio del combustible es tan sensible política y sociológicamente como lo fue el precio del trigo en el Antiguo Régimen», ha comentado uno de los responsables de Ifop.

Consciente de la oposición creciente, el Gobierno ofreció un paquete de ayudas por un montante total de 500 millones para ayudar a las personas de rentas más bajas a sustituir sus viejos vehículos por otros menos dependientes de los combustibles fósiles o para renovar los sistemas de calefacción por otros más eficientes. Pero estas ayudas suponen que los beneficiados tengan que hacer un desembolso que en general no pueden permitirse.

Es una apuesta clara pero arriesgada por fuentes de energía menos contaminantes a través de los impuestos. Es difícil que tenga éxito cuando procede de un Gobierno cuya credibilidad tiene el depósito casi vacío.

Foto: Macron recibe en El Elíseo al secretario general de la ONU, António Guterres, el 12 de noviembre. EFE.

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Pablo Ferro, maestro de los títulos de crédito

Ha muerto Pablo Ferro, nacido en la provincia cubana de Oriente en 1935, al que podemos recordar con admiración por los títulos de crédito que hizo para varias buenas películas, aunque también hizo otras cosas en el cine. Los de ‘Teléfono rojo’ (Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb) fueron los primeros títulos que realizó. En una entrevista, contó cómo empezó a trabajar con Stanley Kubrick. Primero, le encargaron el tráiler, que también se alejaba bastante de lo habitual. A Kubrick le gustó mucho el resultado y volvieron a verse:

«Los títulos de Strangelove fueron algo hecho en el último momento. No tuve mucho tiempo para producirlos. Surgió de una conversación con Stanley. Hablamos dos semanas después de que yo acabara con todo. Me preguntó qué pensaba de los seres humanos. Dije que hay algo en los seres humanos que hace que todo lo que es mecánico, inventado, es muy sexual. Nos quedamos mirándonos y nos dimos cuenta, esos B-52 abasteciéndose en vuelo, claro. ¿Qué hay más sexual que eso? La idea le encantó. Quería que lo hiciéramos con unas maquetas que teníamos, pero le dije, déjame que busque en imágenes de archivo, seguro que (los fabricantes de aviones) están orgullosos de lo que han hecho y que hay imágenes tomadas desde todos los ángulos».

Volvió a trabajar con Kubrick con el tráiler de ‘La naranja mecánica’. Ahí llevó el límite el estilo similar al de una campaña publicitaria que había ejecutado en ‘Teléfono rojo’, pero llevándolo al extremo con un montaje rápido, casi maníaco, muy propio de la película.

Son suyos los títulos de ‘El secreto de Thomas Crown’, donde también se ocupó del diseño de las escenas con pantalla partida en varias imágenes.

Su relación con Steve McQueen le permitió repetir con otra película protagonizada por el actor, ‘Bullitt’, que integra los títulos con la primera escena. En ‘The Russians Are Coming’, hizo un alarde de simplicidad jugando con las banderas estadounidense y soviética, además de música patriótica de ambos países, muy apropiado con el tono satírico del filme.

Un trabajo realmente interesante fue el que hizo para ‘Todo por un sueño’, un thriller de Gus Van Sant con Nicole Kidman al frente del reparto. Los títulos empiezan de forma convencional con planos generales de la ciudad donde se producen los hechos y cambian de estilo de improviso para adentrarnos en lo que es un escándalo pasto de la prensa tabloide.

Fue una decisión artística forzada por las circunstancias. En los preestrenos en los que se pide al público que opine sobre la película, parecía haber cierta confusión sobre el personaje de Kidman. Los títulos se cambiaron para presentarla mejor a la audiencia.

 

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Pablo Casado contra la Historia

Pablo Casado continúa en su cruzada para ensalzar la nación española sin importarle demasiado la historia de España. El hecho de que denomine al 12 de octubre como Día de la Hispanidad –el término empleado en el franquismo y eliminado por completo desde 1987– es casi un detalle menor comparado con su última reinvención de la historia al negar que la conquista y colonización de América fuera precisamente eso. Si acaso, una ampliación de fronteras a miles de kilómetros de distancia.

En un mitin en Córdoba, el presidente del PP afirmó que España nunca colonizó América:

«Fuimos la primera nación que venía de un imperio que llamábamos españoles a aquellos que formaron parte de las colonias. Nosotros no colonizábamos, nosotros lo que hacíamos era tener una España más grande. Y después de las independencias hemos seguido teniendo una relación excelente con las repúblicas latinoamericanas».

«Nosotros no colonizábamos». Da un poco de rubor tener que explicarlo, pero un elemento básico de la colonización de un territorio es la explotación de sus recursos naturales en beneficio propio. Todo empieza obviamente con la conquista, que es lo que hizo España al derrotar a dos imperios, el azteca y el inca –con la inestimable ayuda de los virus que destruyeron las poblaciones nativas– para así formar su propio imperio al otro lado del Atlántico.

Después, se hizo con la recompensa, sobre todo en forma de plata extraída de las minas de los virreinatos de Perú y México. Los españoles buscaban oro en las nuevas colonias, y fue la plata los que les hizo ricos, fundamentalmente lo que hizo rica a la monarquía española. Sólo en el virreinato de Perú se calcula que en 129 años se extrajeron 36.000 toneladas de plata.

La plata de las minas de Potosí ofreció un premio gigantesco:

Sin Potosí, la historia de la Europa del siglo XVI habría sido muy diferente. Fue la plata americana la que hizo que los reyes españoles fueran los más poderosos de Europa, porque con ella se pagaron ejércitos y armadas. Fue la plata americana la que permitió a la monarquía española luchar contra franceses y holandeses, contra ingleses y turcos, estableciendo un sistema de gasto que terminó siendo ruinoso. Sin embargo, durante décadas la llegada de la plata concedió un crédito permanente a España. Siempre se asumía que al año siguiente llegaría otra Flota del Tesoro (los barcos que trasladaban la plata a España). Y siempre llegaban. «Sobre la plata descansa la seguridad y la fuerza de mi monarquía», dijo el rey Felipe IV.

El rey de España concedía el derecho a realizar la explotación minera y se reservaba una quinta parte de los resultados, el conocido como ‘quinto del rey’. Con esa plata se acuñaban los reales de a ocho, una moneda que fue un primer ejemplo de globalización financiera. El comercio español con China desde Filipinas hizo que llegara a utilizarse hasta en el sur de Asia. En EEUU se aceptó como moneda de curso legal hasta 1857.

El virrey de Perú, Francisco de Toledo, extendió en Potosí en 1572 el sistema de la mita para dotar a las minas de mano de obra. Si bien los trabajadores recibían un sueldo desde mediados del siglo XVI –también se calcula que se llegaron a utilizar a lo largo de décadas unos 30.000 esclavos africanos que no sobrevivían mucho tiempo–, las poblaciones locales estaban obligadas a aportar la mano de obra por un sistema de turnos, que supusieron durante mucho tiempo cerca de la mitad de la fuerza de trabajo. No menos de 12.000 trabajaban en cada turno en esas minas.

Ese sistema que propiciaba un trabajo en condiciones durísimas perduró hasta el final de los tiempos coloniales convirtiéndose en el mayor símbolo de la opresión ejercida por España.

Pero, como dice Pablo Casado, todo esto no fue una colonización. La plata robada a América y que fue el sustento financiero del imperio español nunca existió.

Foto: real de a ocho de Carlos III acuñado en Potosí en 1768. Classical Numismatic Group.

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Cosas que hacer en sábado cuando no estás muerto

Quizá no sea muy inteligente analizar en exceso las películas o preguntar a los directores qué querían contar con su película, como bien decían David Lynch y Stanley Kubrick.

–Una entrevista con Stan Lee en 2015.
Y esta otra más divertida con Conan O’Brien en 1995.
–La mansión victoriana como icono del terror.
–El pánico por el programa de radio de Orson Welles nunca existió.
Los 21 minutos de Queen en el concierto de Live Aid de 1985.
–Escucha a Freddie Mercury y David Bowie en ‘Under Pressure’ sin la música.
–Tom y Jerry al ritmo de la Rapsodia Húngara nº2 de Liszt.
–Un documental de naturaleza con la voz de Angela Bassett es otro nivel.
–Ascendiendo El Capitán, en Yosemite.
Las ratas no tienen miedo a los gatos en Nueva York.
–Una versión muy loca de la historia de EEUU.
Edgar Allan Poe se alistó en el Ejército muy joven y no acabó muy bien en West Point.

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El Reino Unido se acerca al precipicio del Brexit con una primera ministra sin apoyos y un partido traumatizado

En su libro ‘Fall Out’, el periodista Tim Shipman cita los comentarios de algunos dirigentes del Partido Conservador tras las elecciones en las que perdieron la mayoría absoluta que son muy apropiados en el glorioso caos que vive ahora el Gobierno británico. «El Brexit será como la Revolución Francesa. Irá acabando con la gente hasta que todos estén muertos. Y al final volveremos a elegir al rey», dijo uno de ellos.

Para simbolizar la división internada causada por el Brexit, un diputado se refirió a las ‘Leyes del Maíz’ (los aranceles impuestos para mantener alto el precio de los cereales fueron anulados por un Gobierno tory en la primera mitad del siglo XIX en una decisión impopular que inició la apuesta británica por el libre comercio): «El escenario del Armagedón (catastrófico) será parecido a las ‘Las Leyes del Maíz’. Salvaremos al país, pero destruiremos al Partido Conservador», dijo un diputado.

Sobre esto último, lo primero no está muy claro, pero lo segundo sí. La sucesión de dimisiones y la sesión parlamentaria del jueves, que revelan un profundo rechazo al acuerdo provisional al que ha llegado Theresa May con la Comisión Europea, han vuelto a dejar patente que los tories no saben cómo sacar al país de la Unión Europea sin destruirse a sí mismos. Pero puede ocurrir, como decía el símil de la Revolución Francesa, que May sobreviva porque el escenario donde se encuentran sus rivales internos ha quedado regado de cadáveres.

Las alternativas más probables en estos momentos hacen pensar en un desenlace que prolongará la incertidumbre y la parálisis. En estos momentos, no hay en la Cámara de los Comunes votos suficientes para aprobar el pacto de May con Bruselas. Al mismo tiempo, los tories rebeldes no parecen contar con el apoyo necesario para descabalgar a la primera ministra de la dirección del partido.

May avisó en su discurso de la noche del miércoles que las opciones se reducen a tres: su acuerdo con la Comisión, salir de la UE sin ningún acuerdo con Bruselas o que sencillamente no haya Brexit. La segunda alternativa es la más probable. Los unionistas del Ulster, que dan a los tories la mayoría absoluta en la Cámara, rechazan la propuesta de May. Jeremy Corbyn ha dicho que no colma las exigencias de los laboristas. El número no muy alto de diputados laboristas partidarios del Brexit que podrían votar a favor no es suficiente para compensar las fugas que se producirán en el grupo parlamentario conservador.

La primera ministra dio una imagen de seguridad en el pleno de jueves que no ha sido muy frecuente en esta legislatura. Aguantó lo indecible. En los primeros 57 minutos de una sesión que duró tres horas, no recibió el apoyo claro de ningún diputado conservador. Por la mañana, tuvo que encajar la dimisión de cuatro miembros del Gobierno, dos ministros y dos viceministros. Por la noche, se reunió con una ministra de la que se decía que era una dimisión segura, pero aparentemente logró convencerla de que no la abandonara.

El día anterior, había conseguido el apoyo de su Gobierno. Fue un paso adelante que quedó un tanto deslucido al saberse que al menos diez de los 29 ministros reunidos habían expresado serias críticas al pacto.

Lo único que puede salvar a May es que los partidarios de cortar amarras con la UE de forma radical admitan que lo que les ofrecen ahora es el único tipo de Brexit al que pueden aspirar. Para ellos, supone tragar lo indecible. Para mantener el acceso a los mercados europeos durante un periodo de transición que podría prolongarse muchos años, deben aceptar la jurisdicción del Tribunal Europeo de Justicia, algo que May había rechazado siempre. La primera ministra ha tenido que rendirse a la evidencia. Ellos, aún no.

Recuperar el control del país fue uno de los eslóganes más efectivos de la campaña del referéndum del Brexit. El acuerdo –por muy preliminar que le llaman, tiene todo el aspecto de que durará mucho tiempo– pone fin a esa ficción. El Reino Unido quedaría fuera de la UE, pero condicionado por las leyes comunitarias y sin poder para influir en ellas.

Las relaciones con la UE han dividido y torturado al Partido Conservador desde finales de los años 80. Treinta años después, el partido no ha sabido encontrar una posición común sobre el tema y sólo le salvaba el hecho de que la mayoría no se atrevía a tomar la decisión dramática de convocar el referéndum.

Todo eso cambió cuando los tories consiguieron de forma sorprendente la victoria por mayoría absoluta en las elecciones de 2015. David Cameron se quedó sin la posibilidad de repetir el Gobierno de coalición con los liberales demócratas y sin excusas para incumplir su promesa de permitir el referéndum.

Además, los euroescépticos de UKIP ya rozaban los cuatro millones de votos (12,6% en 2015, un 26% antes en las europeas de 2014) y eran ya una amenaza real por la derecha.

El referéndum concedió el Brexit, pero no había un plan B sobre cómo llevarlo a cabo. Nadie lo había preparado, porque Cameron daba por hecho que el ‘no’ a la UE no iba a ganar y los partidarios del Brexit no habían dedicado ni cinco minutos a pensar en ello. De hecho, su mensaje indicaba que no era necesario. Se basaba en una fantasía: la UE se vería obligada a conceder todo lo que pidiera Londres y después el Reino Unido conseguiría en un tiempo récord firmar acuerdos comerciales con todos los países del mundo. Las dos premisas eran completamente falsas.

En la famosa cena de Downing Street de Theresa May con el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, la primera ministra planteó que debían comprometerse a conseguir que el Brexit fuera «un éxito». Un perplejo Juncker le recordó que eso era imposible, porque las dos partes saldrían perdiendo. No había forma de evitar eso. Cuando May dijo que estaba segura de que podrían concluir con rapidez un acuerdo de libre comercio con la UE, Juncker sacó una copia del acuerdo firmado con Canadá. Eran 2.000 páginas que habían necesitado una negociación a lo largo de casi diez años.

A lo largo de esta legislatura, May pareció más muerta que viva en varias ocasiones. En primer lugar, cuando convocó elecciones para blindarse con una mayoría más amplia en el Parlamento y sólo consiguió perderla. «Nada ha cambiado», dijo después. Una viñeta de The Times puso a May dentro de un ataúd con esas mismas palabra saliendo de su interior.

Después, con el incendio de la torre Grenfell. Luego en el congreso anual, donde dio un discurso penoso al perder la voz. Más tarde, cuando reunió a los ministros en la residencia de Chequers y ofreció un Brexit pragmático que decepcionó al sector del partido más euroescéptico. Fue perdiendo ministros por el camino a una velocidad nunca vista. Este jueves, dimitió su segundo ministro del Brexit, el miembro del Gabinete que en teoría debía dirigir las negociaciones.

La ha salvado que no ha habido al otro lado un diputado tory de peso que se haya atrevido a apostar su carrera política con un desafío cuya victoria no estaba garantizada. Los dirigentes que habían prometido un Brexit tan profundo como indoloro no contaban con la credibilidad suficiente en el grupo parlamentario para asegurar la victoria.

Ahora, los diputados más enfurecidos necesitan 48 firmas de diputados, un 15% del total, para promover una moción de censura interna. Pero en esa votación sólo pueden derrotarla con 159 votos, y muchos de ellos saben que esa cifra puede estar lejos de sus posibilidades.

Cambiar de primer ministro en estos momentos sería una opción suicida que pagarían en las próximas elecciones. Otro líder tory con un programa más radical no tendría ninguna posibilidad de alcanzar un acuerdo con Bruselas y el país se vería abocado a salir de la UE sin ningún tipo de acuerdo o periodo de transición, una opción que muchos consideran desastrosa para la economía, al menos a corto plazo. Otra forma de asegurarse la derrota en las urnas.

Desde el primer minuto posterior al referéndum del Brexit, el Reino Unido ha ido caminando lentamente y con paso seguro hacia el borde de los acantilados de Dover. Pocos pensaban que se atrevería a dar el salto final y precipitarse al vacío. Ahora está más cerca que nunca.

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La amenaza de la «media tontería» vuelve a perseguir a Podemos en Madrid

«La gente no va a consentir ni media tontería», dijo enfadado Pablo Iglesias cuando su hombre de confianza en Madrid, Ramón Espinar, e Íñigo Errejón, que será el candidato en las autonómicas de Madrid, se enredaron con las listas electorales. «Los inscritos no van a permitir que nadie se dedique a marear la perdiz ni a tonterías cuando de lo que estamos hablando es de ganar al PP».

Comparado con lo que ocurrió en ese momento, lo que está pasando en el Ayuntamiento de Madrid da para llenar de tonterías toda su sede central. A seis meses de las elecciones municipales, Podemos se ha cargado a todo su grupo municipal –a través de la suspensión temporal de militancia– y ha abierto un frente de conflicto con la alcaldesa, Manuela Carmena, que apoya a los concejales de Podemos ahora castigados.

La perdiz ha quedado bastante mareada y la prioridad de derrotar al PP, en un segundo plano.

Iglesias recibió encantado en septiembre la noticia de que Carmena se iba a presentar la reelección. Lógicamente, no fue una sorpresa, porque el partido lo deseaba y no tenía una alternativa clara si la jueza decidía poner fin a su carrera política. Sabía perfectamente que la alcaldesa había puesto como condición que le acompañaran su número dos, Marta Higueras, y los concejales de Podemos que se han mantenido con ella. Ese Gobierno de coalición que ha sido Ahora Madrid ha tenido múltiples crisis y Carmena no iba a prescindir de los concejales que nunca le habían dado problemas graves.

Las crisis internas se pagan

Un hecho asumido en política es que los votantes tienden a castigar a los partidos que sufren crisis internas. Una de las razones es que los ciudadanos aspiran a que el programa con que se presentan a las elecciones termine cumpliéndose. Eso es más fácil cuando el partido o candidatura funciona con un alto nivel de cohesión interna y un mínimo de lealtad entre sus dirigentes. Nadie presume con orgullo de haber votado a un partido si este termina convirtiéndose en un campo de batalla. Su inteligencia como votante quedaría cuestionada.

En España, esta apelación a la estabilidad interna se ha utilizado en exceso para imponer la disciplina interna en los partidos y borrar cualquier rastro de disidencia. Se dijo que Podemos y Ciudadanos iban a cambiar ese modelo de conducta. El modelo de primarias serviría para restar poder a las cúpulas.

Es obvio que no se puede decir que las primarias hayan sido irrelevantes –que se lo pregunten a Pedro Sánchez–, pero hay que preguntarse cuántas veces el plus de democracia interna ha obligado al líder de un partido a hacer algo que no quería. La respuesta es que muy pocas veces.

Lo que sí han traído las votaciones entre los inscritos de Podemos es la victoria de candidaturas en algunas comunidades autónomas que no tenían el respaldo directo de su secretario general, Pablo Iglesias. Aunque no haya necesariamente una relación causa-efecto, lo cierto es que las crisis internas en Podemos han sido frecuentes. Las últimas han sido en CantabriaAragón y Extremadura. La lista es muy larga, y eso que Pablo Echenique ha adoptado el rol habitual del secretario de Organización en los partidos españoles: el dirigente que se apresta a apagar los incendios con mucho palo y poca zanahoria.

El aviso del general

En esa misma línea, el líder de Podemos en Madrid, Julio Rodríguez, dejó claro este miércoles cuáles son sus prioridades en el funcionamiento del partido, «la lealtad, la perseverancia, el camino recto y el juego limpio». Se supone que lo dice así porque no encuentra esas cualidades en los seis concejales de Madrid a los que se ha suspendido su militancia. Viniendo de un general (retirado), la apelación a la lealtad puede sonar demasiado castrense en un político que nunca ha tenido un cargo electo concedido por los votantes de Madrid.

La dirección madrileña de Podemos dice defender el derecho de los inscritos a votar sus candidatos preferidos en primarias. Sin embargo, siempre han destacado que apoyan sin dudar a Carmena como cabeza de lista, a pesar de que la alcaldesa ha mostrado en varias ocasiones su falta de interés por dejar que una votación, que suele estar muy condicionada por los deseos de la dirección de Podemos, establezca los nombres y el orden de la candidatura que ella encabece. Todos sabían que Carmena no iba a dejar que Podemos, con o sin primarias, le marcara el orden de la lista. En otras palabras, no aceptaría menos que Ada Colau en Barcelona.

Iglesias quiso después recordar a Carmena que sin Podemos e IU no habría llegado a la alcaldía. Ese comentario sobre 2015, que es cierto, no vale tanto para los comicios de 2019. Incluso una encuesta de este año que daba a Ciudadanos el primer puesto en la capital –junto a otras que coincidían en anunciar el hundimiento del voto del PP– destacaba que la alcaldesa de Madrid gozaba de buena imagen y que era mucho mejor que la de Ahora Madrid.

Lógicamente, esta crisis interna de Podemos será utilizada por los demás partidos en la campaña electoral. Nadie desaprovecha estas oportunidades concedidas en fechas tan cercanas a la llamada a las urnas. El desgaste que ocasione no tiene por qué ser inmenso para entregar la alcaldía a Begoña Villacís, de Ciudadanos, o al candidato que elija el PP. En las elecciones de 2015, Esperanza Aguirre se quedó a menos de 8.000 votos de obtener un concejal más que quizá le hubiera colocado al frente del Ayuntamiento.

Manuela Carmena no tiene garantizada la reelección en las elecciones de 2019, pero no es aventurado considerarla la favorita. Eso sí, puede perder buena parte de sus posibilidades mucho antes de que empiece la campaña si esta última crisis surgida dentro de Podemos se prolonga más allá de unos días.

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Una de las grandes tradiciones norteamericanas: caos electoral en Florida

Las elecciones en EEUU siguen empeñadas en demostrar la vieja idea de que cada voto cuenta. Muchos de los duelos en el Congreso y en los comicios a gobernador se han dilucidado por diferencias mínimas. Incluso en un Estado tan conservador como Texas el demócrata Beto O’Rourke fue derrotado por menos de tres puntos.

Dos escaños del Senado y dos puestos de gobernador están aún por adjudicar, porque las diferencias son tan pequeñas que podrían obligar por ley a realizar un nuevo recuento. El Estado más polémico, cómo no, es Florida, donde se han hecho públicos los resultados provisionales definitivos, que no han servido para poner fin al proceso electoral.

El republicano Rick Scott ha terminado con 4.098.107 votos, sólo 12.562 más que el senador demócrata Bill Nelson. Las autoridades del Estado han anunciado el sábado que se realizará un nuevo recuento automático, al estar obligadas por ley. Incluso si se mantuviera la diferencia actual de 0,15 puntos, podría ser necesario, también porque lo marca la ley, que se realice un nuevo recuento, esta vez manual.

Lo mismo ocurre en la disputa por ser el nuevo gobernador de Florida. El republicano Ron DeSantis saca 33.684 votos al demócrata Andrew Gillum. Eso son 0,41 puntos de diferencia. También se realizará un nuevo recuento.

Es curioso que en la noche electoral Gillum pensó que había perdido y por eso telefoneó a DeSantis para felicitarle por la victoria. 24 horas después, descubrió que la diferencia se había estrechado de forma significativa.

Todas las papeletas son escaneadas de forma automática para confirmar el resultado. Ahí hay un problema técnico para algunos condados. No está claro que sus máquinas puedan hacer todo el trabajo en cinco días, porque la fecha límite es el 15 de noviembre. Para todo el Estado, eso supone revisar 8.302.983 papeletas.

También hay diferencias muy pequeñas en Arizona (la demócrata Kyrsten Sinema aventaja en 1,01 puntos a su rival) para el Senado. Allí el escrutinio está al 99% porque los condados tienen hasta el 3 de diciembre para enviar sus datos y algunos se lo están tomando con calma. En la elección a gobernador de Georgia, el republicano Brian Kemp supera a su adversario en 1,6 puntos. Su problema es que, si hay un nuevo recuento automático, debe mantenerse por encima del 50% de votos para que no haya una segunda vuelta. Ahora está en el 50,33%.

Con Florida, estamos viendo una repetición, de momento a escala reducida, de la movilización de manifestantes y abogados que se produjo en las elecciones del año 2000, cuando un puñado de votos dio la victoria a George Bush. Los republicanos han denunciado una supuesta conspiración para arrebatar la victoria a Rick Scott. Él mismo alega que se está produciendo un «fraude» con la intención de que gane su rival.

Inevitablemente, Trump ha hecho la misma acusación desde Twitter. El sábado, ha insistido de forma más directa. Como es habitual, sin pruebas. Las autoridades de Florida, que son republicanas, han dicho que no hay pruebas de que se haya cometido hasta ahora ningún delito.

Rudy Guliani, exalcalde de Nueva York y ahora abogado de Trump, afirma que «los abogados de Hillary están intentando robar las elecciones de Florida».

En estos casos, la experiencia cuenta. Tres abogados expertos en elecciones que estuvieron litigando en Florida hace 18 años han sido contratados por republicanos o demócratas para ocuparse de las demandas ya presentadas y las que están por llegar.

También es importante hacer ruido. Grupos de manifestantes de ambos partidos se congregan ante los centros oficiales responsables del escrutinio y se ven discusiones tan animadas como esta de un congresista republicano con un partidario de Andrew Gillum.

Uno de los dos condados más sospechosos es el de Broward, el segundo mayor de Florida, que ya se hizo famoso en 2000 y que ha continuado con su larga trayectoria de caos y errores administrativos. No hay votación en ese condado, de mayoría demócrata, que no acabe con un alto número de demandas en los tribunales.

The Washington Post ha recuperado un comentario de un votante en 2004 que resume la situación de ese condado: «Me siento como si viviera en un país del Tercer Mundo».

Debe de ser un sentimiento muy extendido en Florida cuando hay elecciones.

Este gif se ha convertido en una forma mucho más rápida y efectiva de explicar por qué todo esto ocurre siempre en Florida.

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Los demócratas descubren cómo derrotar a Donald Trump

Los demócratas tuvieron la noche de la victoria que estaban esperando desde que Donald Trump les dejó perplejos y hundidos hace dos años. En la única votación nacional que se realizaba el martes, la de la Cámara de Representantes, obtuvieron el premio deseado haciendo valer una ventaja de varios millones de votos.

No pudieron extender su victoria al Senado, donde nunca tuvieron muchas posibilidades, porque la mayoría de los escaños en liza estaban en manos de demócratas. Perdieron los senadores que tenían en Indiana, Missouri y Dakota del Norte, lugares en los que Trump había ganado con gran facilidad en 2016 y donde el presidente cuenta con un apoyo superior a la media nacional.

De cara a las elecciones de 2020, pueden ser más significativas las victorias en las elecciones a gobernador, que suelen generar menos titulares fuera de EEUU. Sus triunfos más dulces fueron en los tres estados que les propinaron la humillación definitiva al entregar la Casa Blanca a Trump. Habrá gobernadores demócratas en Pennsylvania, Michigan y Wisconsin. Todas las teorías sobre la capacidad de Trump para imponerse en los baluartes demócratas del Medio Oeste valiéndose del apoyo de los trabajadores de raza blanca sin estudios universitarios han quedado ahora algo cuestionadas.

En otro lugar importante, Colorado, los demócratas consiguieron un pleno poco frecuente: el gobernador, la mayoría en las dos cámaras y los principales cargos electos del Estado. Es en las legislaturas de los estados donde se toman las decisiones sobre el tamaño y diseño de las circunscripciones electorales y los republicanos han hecho muchos cambios en ellas por todo el país para que les favorezcan en las urnas.

Lo más relevante y que alimentará decenas de artículos en los próximos días es que los demócratas han mantenido su apuesta por una coalición de intereses que represente todos los grupos sociales, políticos y étnicos. Frente a los que les pedían que se hicieran más blancos y más de clase media alta, los candidatos triunfadores representan mejor la pluralidad del país, con más mujeres, más candidatos de minorías y un abanico ideológico más amplio. Cuentan con representantes del ala izquierda en algunas zonas de EEUU y también del grupo más moderado.

Al otro lado, los republicanos continúan en el camino de hacerse más ‘trumpianos’. Sólo sobreviven los políticos dispuestos a suscribir por completo el mensaje nacionalista y xenófobo del presidente.

Los republicanos mantuvieron los puestos de gobernador en Florida y Georgia, dos batallas en las que candidatos demócratas de raza negra, Andrew Gillum y Stacey Abrams, se quedaron muy cerca de sus adversarios.

Además, Florida aprobó en una consulta con el 65% devolver de forma automática el derecho a votar a 1,2 millones de personas que habían pasado por prisión. Hasta ahora, tenían que pasar cinco años tras cumplir la pena hasta que pudieran solicitar recuperar ese derecho, y era frecuente que se les negara. Los republicanos siempre han rechazado la recuperación del derecho a sufragio a los presos por creer que les perjudicaría en las urnas.

En un Estado como Florida donde no hay contienda electoral que no se dilucide por un puñado de votos, este paso podría tener consecuencias políticas relevantes.

Guerra de guerrillas desde el Congreso

Con el control de la Cámara de Representantes, los demócratas multiplican sus armas institucionales para desgastar y enfurecer a Trump. El legislativo tiene la capacidad legal de poner en marcha comisiones de investigación, citar a altos cargos de la Administración, reclamar documentos oficiales que no se hacen públicos habitualmente y en general hacer la vida imposible al Gobierno.

El arma nuclear es desde luego el ‘impeachment’, el proceso de destitución del presidente que puede iniciar la Cámara de Representantes y cuyo veredicto corresponde al Senado. Por eso, es un instrumento peligroso para ambos bandos, como bien descubrieron los republicanos cuando intentaron echar a Bill Clinton de la Casa Blanca.

Pero como mínimo los demócratas están en condiciones de proteger con más fuerza institucional la investigación del fiscal especial Robert Mueller, una amenaza que exaspera a Trump y que le puede llevar a cometer más errores, como la destitución del número dos del Departamento de Justicia, que es el jefe directo de Mueller.

Como dice el analista conservador David French, la guerra de Trump contra los medios de comunicación no va a ser nada comparada con la inminente guerra de Trump contra la Cámara de Representantes.

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Trump se arriesga a una derrota, pero no ha perdido la capacidad de dictar la agenda política

Las elecciones legislativas de mitad de mandato presidencial suelen dar malos resultados al partido que controla la Casa Blanca. Eso lo sabemos todos. Incluso presidentes con un nivel de apoyo superior al 50% (Carter en 1978, Bush en 1990 o Reagan en 1986) vieron cómo su partido perdía escaños. Los presidentes lo saben y se exponen lo justo en esa campaña para no tener que asumir la responsabilidad del fracaso.

No es el caso de Trump. El presidente, que cuenta con algo más del 40% de apoyo en la mayoría de los sondeos, ha dado mítines en varios estados donde su presencia puede marcar la diferencia. Es cierto que ha ignorado distritos que serán importantes para la Cámara de Representantes, como si la diera por perdida, y se ha centrado en intentar que los republicanos mantengan o amplíen su mínima mayoría en el Senado. Las encuestas indican que tendrá éxito en esto último.

«Al hacer campaña con mensajes claramente de contenido racial, el Partido Republicano ha puesto en la urna un estilo explosivo de hacer política», escribe Matt Viser en The Washington Post. «Si mantiene el control de la Cámara de Representantes, la idea de una campaña construida sobre ataques duros de corte racial sobre los inmigrantes y las minorías quedará validada. Por otro lado, una derrota podría hacer que algunos republicanos reclamaran que el partido revise su dirección, pero eso chocaría con un presidente al que le encanta la retórica más extrema».

Trump no habría llegado a la Casa Blanca sin su apuesta por el resentimiento racial, claramente racista en muchas ocasiones. Resulta improbable que vaya a cambiar de estrategia incluso si su partido pierde la Cámara de Representantes.

Los excelentes datos de creación de empleo hubieran permitido a los republicanos hacer una campaña basada en la economía con la seguridad de que muchos de sus votantes están dispuestos a votar contra sus bolsillos. Puede que no se hayan visto muy beneficiados por el recorte de impuestos, como sí lo han sido las rentas más altas o las empresas, pero es un voto cautivo por razones políticas o culturales desde hace décadas.

Eso no ha importado a Trump, que ha continuado con su obsesión por la inmigración, convirtiéndola en el tema central de su campaña, ofreciendo sus acostumbrados comentarios xenófobos y referencias firmemente ancladas en la paranoia sobre la caravana de migrantes que partió de Honduras y que ahora está en México a más de mil millas de la frontera con EEUU. Ha ordenado el envío de 5.000 militares, vestidos con sus cascos y sus chalecos de kevlar como si estuvieran en una zona de guerra, para conseguir una imagen que ha estado en todos los medios de comunicación.

Al igual que en la campaña que le dio la victoria en 2016, ahora anuncia que el país está a punto de ser invadido por una turba de delincuentes e inexistentes terroristas de Oriente Medio. El miedo le dio el derecho a usar el Despacho Oval, y ese es un recurso que no va a soltar.

Josh Hawley, candidato republicano a senador por Missouri, da una imagen algo más matizada sobre cómo ven los votantes republicanos a Trump. Explica al Post que el presidente consiguió en ese Estado mejores resultados que los anteriores candidatos republicanos por su capacidad para ocuparse del miedo de los votantes a perder su estilo de vida: «Eso está en peligro por los tipos que se llevan los empleos de aquí al extranjero. Está en peligro por unos salarios más bajos. Está en peligro por un sistema de inmigración que no funciona para los trabajadores de este país. El presidente dijo muchas cosas (en 2016) que los tipos de aquí pensaban desde hace mucho tiempo pero que nadie estaba dispuesto a decir».

El miedo al que se refiere es el miedo del hombre blanco, sobre todo si tiene más de 40 años, no vive en grandes ciudades y no tiene formación universitaria.

Hawley y la actual senadora, Claire McCaskill, están igualados en los sondeos. En Missouri, Trump ganó en 2016 por 19 puntos de diferencia y su índice de apoyo actual supera el 50%. Por eso, McCaskill ha destacado en su campaña que sus ideas no son tan diferentes a las de Trump y que no es una de «esos locos demócratas», refiriéndose a los que denuncian al presidente con más agresividad.

29 estados han sobrepasado el número de votantes que ejercieron su derecho antes del día de las elecciones en anteriores comicios. En tres han votado más personas antes que todas las que votaron allí en 2014. Son Arizona, Nevada y Texas.

Sería un error pensar que todo ese extra de participación beneficiará a los demócratas. Tenemos el precedente de 2004. En Ohio la campaña de John Kerry consiguió cifras récord de participación  de votantes demócratas que en otras circunstancias le hubieran garantizado la victoria. Pero resulta que George Bush hizo lo mismo en el que fue el Estado clave de esos comicios.

Los republicanos tienen un núcleo duro de votantes más fieles que van a las urnas cada dos años como un reloj. El electorado demócrata se moviliza en las presidenciales, pero mucho menos en las legislativas de mitad de mandato, en especial en el caso de las minorías y los jóvenes. Ahora han hecho un esfuerzo especial por todo el país para cambiar esa tendencia y propinar a Trump la primera derrota en las urnas desde que fue elegido.

En uno de sus últimos artículos antes de que se abran los colegios, Nate Cohn, del NYT, admite de entrada la condición de favoritos de los demócratas en la Cámara de Representantes, pero no oculta que los sondeos dan diferencias muy escasas en los 30 distritos que ahora están demasiado igualados para conocer el desenlace. En 20 de esos distritos, la diferencia es de sólo dos puntos, lo que quiere decir que cualquiera puede ganar. Eso sí, los demócratas no tienen que ganar en todos ellos para obtener la mayoría absoluta.

Es en este momento cuando conviene ofrecer algún ejemplo del diseño delirante pero políticamente muy calculado de tantos distritos electorales en EEUU. Con ustedes, el distrito 35 de Texas.

El control republicano del legislativo de Texas les permitió ‘dibujar’ este distrito que agrupa las ciudades de San Antonio y Austin a lo largo de unos 150 kilómetros en una forma que recuerda a una salamandra o cualquier otro bicho con la cola muy larga. ¿Quién gana ese distrito? Los demócratas, claro. En las tres últimas elecciones, Lloyd Dogget ante la misma candidata republicana, Susan Narvaiz. Sus porcentajes de voto desde 2012: 63,9%, 62,4% y 63%.

Pero así todos esos votantes urbanos demócratas se agrupan en un solo distrito y no ‘contaminan’ otros donde los republicanos mantienen sus escaños. Diabólico y efectivo.

Más allá del resultado electoral definitivo, es indudable que Trump ha marcado los mensajes que más peso han tenido en la campaña en la cobertura hecha por los medios nacionales. Esos medios han cuestionado con datos algunas de las mentiras de Trump sobre la caravana de migrantes centroamericanos. Lo han hecho, pero picando el anzuelo que tendía Trump al dedicar un espacio exagerado a este tema, como expliqué hace unos días. El balance general no puede ser más satisfactorio para Trump.

The New York Times y The Washington Post han dedicado 115 artículos a la caravana y su impacto político en sus ediciones en papel. Hasta el 2 de noviembre, ambos diarios tuvieron una noticia sobre una crisis inventada por Trump durante nueve de los diez días anteriores.

Muchos otros medios o las televisiones, que se guían para sus decisiones sobre lo que aparece en estos periódicos, han replicado esas prioridades. No para suscribir todo lo que decía Trump, pero sí prestando atención a un asunto que, con independencia del impacto electoral que pueda tener, interesa especialmente al presidente.

El partido de Trump puede sufrir una derrota clara en la Cámara de Representantes, lo que le supondría a él enormes dolores de cabeza en el resto de su mandato. Aún mantiene su capacidad de imponer la agenda nacional sobre la que giran políticos y medios de comunicación.

En política quien marca los términos del debate tiene cubierta la mitad del terreno de juego.

Y ahora el humor. En Saturday Night Live, parodian las informaciones de Fox News sobre la caravana de migrantes. En este caso, la diferencia entre parodia y realidad no es tan grande como podemos creer.

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El Watergate Australiano

El ministro australiano de Exteriores, Alexander Downer, ordenó en 2004 que los servicios de inteligencia del país pincharan las comunicaciones del Gobierno de Timor Oriental durante las negociaciones con ese país sobre los derechos marítimos y su influencia en un yacimiento de gas en el mar. En juego estaban los intereses de la compañía australiana Woodside y la posibilidad de que pudiera seguir con su explotación en detrimento de los intereses de Timor.

Cuando Downer abandonó la política, Woodside lo contrató como consultor. En 2014, pasó a ser embajador australiano en Londres.

La acusación sobre la conducta del entonces ministro se conoce gracias a un miembro de los servicios de inteligencia. El caso provocó una investigación judicial y la celebración de un juicio que va a comenzar ahora. ¿Quiénes son los acusados? El antiguo espía, cuyo nombre es secreto por lo que se le conoce como Testigo K, y su abogado. Se les acusa de revelación de secretos.

No importa que las acciones del Gobierno australiano de la época sean ilegales, según las leyes del país. Los culpables son quienes se atrevieron a denunciar los hechos.

A este caso se le ha llamado el ‘Watergate australiano’. Durante años, Australia se aprovechó de que Timor Oriental estuviera ocupada por Indonesia. Cuando el pequeño país consiguió la independencia, fue necesario utilizar el poder de los servicios de inteligencia para seguir explotando los recursos naturales de uno de los países más pobres de Asia.

Aquí una forma diferente (más divertida) de explicarlo.

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