Cosas que hacer en sábado cuando no estás muerto

Durante años ha estado perdida la versión íntegra del documental sobre el rodaje de ‘El imperio contraataca» dirigido por Michel Parbot, aunque sí estaban disponibles algunos fragmentos. Ahora ha reaparecido. Comienza con el director Irvin Kershner explicando que no estaba interesado en hacer una película de ciencia-ficción, sino un «cuento de hadas». Quizá por eso es la mejor película de la serie.

–Una historia oral de los especiales de Halloween de Los Simpson.
–El comienzo del episodio de Halloween de 2013 dirigido por Guillermo del Toro.
‘Jennifer’s Body’, una improbable película de culto.
–Desgraciadamente ‘American History X’ continúa siendo actual 20 años después.
–Los monstruos de Guillermo del Toro.
–Fotos del rodaje de ‘El exorcista’.
–Los tráilers de las películas de terror de los 80.
‘London Fields’, basada en la novela de Martin Amis, lleva camino de ser un desastre total.
–En el mundo hay más billetes de 100 dólares que de uno.
–Los Rolling Stones y los Ángeles del Infierno, una tragedia en Altamont.

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«La mayor parte de los nacionalistas no se reconocen como tales, y eso es usual en nacionalismos con Estado»

La construcción de la identidad nacional, un asunto inmutable desde hace siglos para los nacionalistas, es un proceso histórico que se llevó a cabo en el siglo XIX en una época en que las personas pasaron de ser súbditos a ser ciudadanos, explica Xosé M. Núñez Seixas, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Santiago.

En su ensayo ‘Suspiros de España. El nacionalismo español 1808-2018’ (Editorial Crítica), explica ese proceso en el que España no es tan diferente a lo que ocurre en Francia y otros países europeos. Aquí también ha funcionado el ‘método Ikea’ de recoger los mitos y hechos del pasado más apropiados para la nación que se quiere construir.

Es bastante frecuente ver a políticos que dicen que son patriotas, no nacionalistas. ¿Los nacionalistas son siempre los otros? ¿Desde el punto de vista histórico hay alguna diferencia?

En mi opinión, no. Para mí, la diferencia entre patriotismo y nacionalismo es de matiz, de intensidad, pero no de naturaleza. El patriotismo entendido como virtud cívica, de lealtad a una institución política o nación supone que previamente se acepta la legitimidad y existencia de esa nación. Lo que pasa es que la intensidad de su manifestación no siempre es igual a la de un nacionalista, porque un nacionalista considera que su nación está en peligro de desaparición o está siendo amenazada por no tener un reconocimiento suficiente. Dicho esto, la mayor parte de los nacionalistas no se reconocen como tales. Eso es especialmente usual entre nacionalismos con Estado, en España y otros lugares.

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Ha muerto Amal, la niña que se convirtió en un símbolo de la destrucción de Yemen

Su imagen apareció el domingo en la portada de The New York Times: Amal Hussain, una niña yemení de siete años, con un caso agudo de desnutrición, tan delgada que sólo tenía ya piel y huesos. El artículo tenía un titular genérico en la web, «La tragedia de la guerra de Arabia Saudí», pero el texto y las fotos eran excepcionalmente gráficos. Contaba la historia de la hambruna que sufre Yemen después de varios años de guerra.

Pero la guerra no era la razón directa del penoso estado de niños como Amal, sino el bloqueo del país por las fuerzas navales saudíes, la destrucción de la infraestructura civil, incluida la sanitaria, y el colapso económico del país. Por eso, el titular la llamaba «la guerra de Arabia Saudí». En una decisión consciente, el periódico prefería no llamarla la guerra de Yemen, sino apuntar al principal responsable de la devastación, que está matando de hambre a los yemeníes.

Amal Hussain murió el 26 de octubre, dos días antes de que se publicara el reportaje. Su familia contó que había fallecido en un campo de refugiados a unos kilómetros del hospital donde había sido atendida sin éxito. «Tengo roto el corazón», dijo su madre llorando por teléfono al periodista del NYT. «Amal siempre estaba sonriendo. Ahora estoy preocupado por los otros niños».

Esa es la situación que viven en estos momentos un número inmenso de familias en Yemen. Unicef calcula que hay 400.000 niños en una situación similar a la de Amal, es decir, sufren casos graves de desnutrición, provocada por la falta de alimentos y agua potable a lo que se une enfermedades como la diarrea o el cólera.

La cifra real de niños amenazados por la hambruna es mucho mayor. Entre 1,8 y 2,8 millones de niños sufren «inseguridad alimentaria», lo que significa que sus familias no pueden alimentarles en condiciones o malviven con una ayuda humanitaria que es insuficiente por las dificultades para hacerla llegar a Yemen. Cualquier mínimo percance, como una diarrea, puede suponer la muerte.

En un país en que la mayoría de los funcionarios llevan un par de años sin cobrar sus salarios, la situación se ha agravado en los últimos meses por el hundimiento de la cotización de la moneda yemení. El precio de los alimentos y del combustible ha alcanzado niveles que pocos se pueden permitir.

El doctor que atendió a Amal en el hospital recomendó a la familia que la trasladara a una clínica de Médicos sin Fronteras situada a unos 20 kilómetros. En el hospital tenían que atender a otros niños que seguían llegando. La familia no tenía dinero para llegar tan lejos y volvió al campo de refugiados, donde Amal murió tres días más tarde.

En cierto modo, y por la gran repercusión que tiene una portada del NYT, Amal se convirtió en un símbolo de la destrucción sufrida por Yemen a causa de la guerra saudí. La palabra símbolo puede resultar inapropiada en este contexto, pero es inevitable. Al verla, hay que pensar en todos aquellos niños que han muerto allí sin recibir ayuda.

La imagen de Amal unos días antes de morir, como la de otros niños que aparecían en el reportaje, es insoportable, pero no es muy diferente de las que se han visto en los últimos años, sobre todo desde que se desencadenó el primer brote de cólera. La guerra de Yemen no es un conflicto completamente silenciado. Artículos como el de NYT han aparecido en muchos medios de comunicación. Pero los gobiernos de EEUU y Europa han dado vía libre a Arabia Saudí para que continuara su campaña de bombardeos contra las milicias hutíes.

Ni siquiera en este caso se han limitado a emitir comunicados que mostraran su gran preocupación. Los gobiernos occidentales han continuado vendiendo el armamento a Riad que los saudíes necesitan para seguir con los bombardeos, porque no se atreven a utilizar fuerzas de tierra e intentar ocupar Yemen para acabar con sus enemigos. Su estrategia consiste en seguir destruyendo el país desde el aire e impedir que reciba ayuda del exterior.

Recientemente, el Gobierno español confirmó que daría vía libre a 400 bombas guiadas por láser cuya venta había sido gestionada por el Gobierno anterior. Pedro Sánchez defendió la decisión por ser la más «responsable» a la hora de proteger los intereses económicos de España.

Todas las imágenes aparecidas en los medios de comunicación y en los comunicados de Unicef, algunas tan terribles como la fotografía de Amal, han tenido un efecto nulo entre aquellos que podían tomar decisiones sobre lo que estaba ocurriendo en Yemen.

Un médico citado en el reportaje del NYT mostraba al periodista su perplejidad por el gran impacto que ha tenido en todo el mundo la noticia del asesinato del periodista Jamal Khashoggi en el consulado saudí de Estambul. «Estamos sorprendidos que el caso de Khashoggi haya recibido tanta atención mientras millones de niños yemeníes están sufriendo. A nadie le importa nada lo que pase con ellos».

Este jueves, el Pentágono y el Departamento de Estado de EEUU reclamaron un cese de las hostilidades en los próximos 30 días para que se inicien negociaciones entre los bandos implicados en la guerra. Es la primera vez que EEUU da un paso real para hacer posible el fin de la guerra, pero no hay ninguna garantía de que sea efectivo. No se ha anunciado ningún compromiso de sancionar al Gobierno saudí si se niega a interrumpir los bombardeos.

Incluso si este aviso permite poner fin al conflicto, será demasiado tarde para Amal y las 16.000 personas que han muerto desde el inicio de esta guerra.

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La última generación

«Somos la primera generación que sabe que estamos destruyendo el mundo. Y somos la última que puede hacer algo al respecto», dice este vídeo de WWF. «¿Estás a favor del mundo o en contra? Es hora de decidir».

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Por qué los medios de comunicación son los mejores socios de Trump

«Van a ser las elecciones de la caravana», dijo Donald Trump hace una semana en uno de sus frecuentes mítines. La caravana de migrantes que partió del norte de Honduras y que cruzó Guatemala ya estaba entonces en el sur de México a unos 1.700 kilómetros del punto más cercano de la frontera de Estados Unidos. La marcha que se inició con unos pocos centenares de integrantes llegó a contar con 7.000 personas a principios de esa semana, según una agencia de la ONU, y al pasar a México se había quedado en unos 3.600 integrantes. El Gobierno mexicano dijo que había recibido 1.700 peticiones de asilo.

Su situación era fácilmente localizable, pero Trump la presentó como una amenaza real e inminente para la que estaba tomando medidas. Era una oportunidad excelente para intervenir en las elecciones legislativas del 6 de noviembre y no la desaprovechó. Para ello, contó con la inestimable colaboración de los que considera sus principales enemigos: los medios de comunicación.

Margaret Sullivan describió el 22 de octubre en The Washington Post el nivel de histeria informativa en los medios en la cobertura de la noticia:

«Incluso aquellos medios de comunicación y periodistas que aportaron hechos y escepticismo en su cobertura estaban sin querer colaborando con Trump, simplemente prestando tanta atención (a la noticia). En el fin de semana, todos los informativos de las cadenas se estaban ocupando de la caravana como si fuera una noticia muy importante, a pesar de que los migrantes se encontraban a centenares de millas de la frontera de EEUU».

AP llegó a denominarla un «ejército». El alarmismo en televisión era notorio. Las fotos encabezaban las portadas de los periódicos. Incluso cuando la información era correcta, el impacto visual era máximo. El titular de una de las fotos: «Siguen adelante, desafiantes».

En el caso de estas dos portadas del NYT, hay que puntualizar que son de días consecutivos, pero de ediciones diferentes.

Trump se adelantó a los medios y dejó claras sus intenciones. En un tuit del 16 de octubre, avisó al presidente de Honduras de que si la caravana no daba la vuelta, cortaría toda ayuda económica «inmediatamente». Dos días después, acusó al Partido Demócrata de ser responsable de la situación, no se sabe cómo, y escribió en mayúsculas que la caravana contenía «muchos criminales». Días después, denunció que había en ella «criminales y gente desconocida de Oriente Medio». Al día siguiente, dijo que no tenía pruebas. Su principal fuente de información, como ha ocurrido en otras ocasiones, era el programa ‘Fox & Friends’ de Fox News.

La desinformación tuvo su etapa inicial en Honduras cuando la caravana en realidad ya estaba en Guatemala. El Gobierno del presidente Juan Orlando Hernández –reelegido en unas elecciones caracterizadas por el fraude– entró en pánico al ver el tuit de Trump. Su embajador en Washington envío un vídeo a un congresista republicano en el que se veía a unos jóvenes recibir dinero y sugería que eran miembros de la caravana financiados por George Soros o por las ONG de EEUU. La denuncia era falsa y el vídeo ni siquiera era de Honduras. Como también la presencia de hipotéticos terroristas. Como que estuviera financiada por Venezuela, según dijo Hernández al vicepresidente Pence.

Todo esto quedó claro en extensos artículos publicados por The New York Times y The Washington Post en un ejemplo de ‘factchecking’ efectivo. Sus lectores quedaron bien informados, pero seguro que no tuvo mucho impacto para anular la atención «histérica», como había escrito Margaret Sullivan, que había recibido la caravana. Periódicos y televisiones dieron la máxima cobertura a una noticia que ocurría muy lejos de EEUU, y algunos medios la vendieron como una amenaza en la línea de los apuntado por Trump. El ‘factchecking’ posterior llegaba demasiado tarde.

Muchos estudios científicos demuestran que la capacidad de por ejemplo los medios de comunicación de desmentir con datos las impresiones o prejuicios que tienen las personas es francamente reducida. Sólo funcionan con quienes no hace falta.

A lo largo de la semana, la atención decayó por la aparición de otras noticias, en especial, el envío de paquetes bomba a dirigentes demócratas y la matanza de la sinagoga de Pittsburgh. Sin esos hechos, es muy posible que la cobertura de la caravana hubiera continuado siendo exagerada.

No es la primera vez que ocurre. Trump siempre tendrá como herramientas de combate su cuenta de Twitter y medios como Fox News, Breitbart o los programas de radio ultraconservadores. Pero la cobertura de los grandes medios tiene una influencia política nada desdeñable en el Congreso y otras instituciones, y lo que aparece en ellos cuenta en el debate público.

Los medios creen que están realizando su labor al difundir los mensajes manipuladores de Trump. Quizá sea cierto y que no puedan obviar lo que dice el presidente del país, pero al final lo que ocurre es que están colaborando con su estrategia y haciendo posible que pueda tener éxito. Los errores se retroalimentan. Los informativos de TV se guían por los criterios periodísticos que encuentran en los periódicos, mientras que estos últimos creen que no pueden ignorar las imágenes que ven en sus pantallas o que circulan en internet.

El resultado es que Trump cuela su mensaje y sus mentiras, incluso cuando los medios, después de caer en la trampa, hacen lo posible por desmentir las falsedades.

Cómo no titular una noticia sobre unas declaraciones de Trump. Guerra Eterna, junio 2018.

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Golpe de Estado, el nuevo producto nacional que abunda en el mercado político español

El portavoz del PNV en el Congreso no suele levantar mucho la voz en en el hemiciclo. En el pleno sobre la última cumbre de la UE, Aitor Esteban sí que lo hizo con un punto airado para negar las constantes alusiones en la política española para describir como «golpe de Estado» lo sucedido en Catalunya.

«Vale ya de hablar de golpe de Estado cuando aquí no ha habido ningún golpe de Estado», dijo Esteban. «El mismo concepto de golpe de Estado implica la fuerza, la coacción creíble de la fuerza, y todo el proceso catalán ha sido pacífico, a pesar de algunos que hubieran preferido otra cosa».

El golpe de Estado se ha convertido en la estaca recurrente en el debate sobre el proceso independentista catalán para atizar a los adversarios. Ahora todo es un golpe. Para unos, lo ha sido el procés, las leyes aprobadas por el Parlament y el referéndum del 1-O. Para los otros, lo fue la aplicación temporal del artículo 155 en Catalunya.

La acusación se extiende como una mancha de aceite. Ahora también se puede ser golpista por omisión desde que Pablo Casado acusó a Pedro Sánchez de ser «partícipe y responsable del golpe de Estado que se está perpetrando en España». Se refiere a uno que supuestamente se está produciendo ahora. El presidente dijo después que, como no se retiraba la acusación, decidía romper relaciones con el líder de la oposición. Casado le miró con gesto de cierta sorpresa, como si la cosa no fuera para tanto.

En un país que recuerda el intento de golpe del 23-F y la imagen de los tanques de Milans del Bosch circulando por Valencia, la profusión de imputaciones de golpismo tiene que llamar la atención. Así que Javier Maroto, vicesecretario del PP, hizo de experto en el tema: «Los golpes de Estado, desgraciadamente hoy en día, no se dan con tanques o sables como en el siglo pasado sino que se pueden dar en los parlamentos». Se supone que por desgraciadamente se refiere a la segunda parte de la frase, no a la primera.

Maroto no dio ningún ejemplo de golpes llevados a cabo por un Parlamento. Habitualmente, los parlamentarios suelen estar entre las víctimas de los golpes. Un legislativo puede aprobar leyes promovidas por un Gobierno de corte autoritario, pero siempre a instancias de ese poder ejecutivo. El concepto de dictadura parlamentaria no ha tenido mucho recorrido en la historia.

La polémica hizo que Casado volviera este viernes al tema, esta vez en calidad de historiador sin titulación:  «Yo me pregunto si el PSOE lo que está diciendo es que el golpe de Estado de Brumario en la época de Napoleón en Francia, o el de Pavía, o el golpe de Estado de Primo de Rivera no fueron golpes de Estado por no mediar conflicto armado de por medio».

Es cierto que el golpe de Primo de Rivera, capitán general de Cataluña en 1923, cobró forma inicial de pronunciamiento, al estilo de los ocurridos en el siglo XIX. Pero tuvo el carácter de golpe de Estado al proclamar el estado de guerra en Barcelona y sacar las tropas a la calle para que ocuparan zonas y edificios clave de la ciudad, incluido el Gobierno civil, un acto inequívocamente violento, que se repitió en otras ciudades catalanas. Lo mismo ocurrió en Zaragoza y Huesca, donde se ocuparon bancos y centrales de telégrafos.

Según el historiador Shlomo Ben-Ami, autor de El cirujano de hierro. La dictadura de Primo de Rivera, el manifiesto del general desvelaba que no era un pronunciamiento como los del pasado, ya que pretendía crear «un nuevo régimen» y gobernar sin los partidos. La violencia ejercida en Barcelona y la disolución del Congreso sin convocatoria de nuevas elecciones reunían las características de un golpe de Estado.

Golpes de estado, instrucciones de uso

¿Qué es un golpe de Estado y cómo se puede comparar a los acontecimientos ocurridos en Cataluña en el último año? ¿Qué requisitos deben cumplirse para que pueda hablarse de golpe?

En el libro ya clásico de Edward Luttwak Golpe de Estado. Un manual práctico, se contaba al lector que los golpes podían llevarse a cabo con éxito por grupos relativamente pequeños en el caso de que controlaran «algunas lecciones elementales de la política moderna», una descripción –es cierto que irónica– que no termina de encajar con los responsables de un proceso en Catalunya que desencadenó una independencia que sólo duró ocho segundos, con total ausencia de reconocimiento internacional relevante y que acabó con sus principales dirigentes huidos o encarcelados.

En su mecánica, un golpe es sencillo de describir. Su objetivo es hacerse por la fuerza con el control de las instituciones del país y de todo el poder político.

La amenaza interna es un factor clave para Luttwak: el golpe es realizado habitualmente por personas o grupos que operan dentro de las estructuras del Estado, dentro de la maquinaria burocrática, militar o civil.

En España, los gobiernos autonómicos, incluida la Generalitat, sí forman parte del Estado, pero en una posición subordinada al Gobierno central y otros poderes. Y desde luego no están en condiciones tomar el control de todo el Estado ni de obligar a los jueces a que certifiquen sus decisiones.

La aprobación de dos leyes por el Parlament para convocar el referéndum y hacer posible después la independencia puede considerarse una forma de subvertir el orden legal marcado por la Constitución. Pero, como se descubrió después, la Generalitat no tuvo fuerza suficiente para que esas leyes tuvieran efectos jurídicos ni por la vía de los hechos. El referéndum no tuvo consecuencias legales reales, así que como posible forma de apoderarse de todas las instituciones resultó evidentemente inútil. Su impacto político fue innegable, pero los golpes no se hacen con ese fin, sino para hacerse con todo el poder.

En la descripción por Luttwak, la intervención del alto mando militar para derrocar al Gobierno no es la única forma posible de golpe, aunque sea muy frecuente. Los ejércitos y fuerzas de seguridad suelen ser los protagonistas de estas asonadas, porque son los que están en disposición de ejercer el uso de la fuerza y encarcelar a los que se oponen.

Como escribió el historiador E.J. Hobsbawm, los militares monopolizan la autoría de los golpes: «El número de los que pueden en cualquier país montar un plan para dar un golpe con alguna esperanza de éxito es casi tan limitado como el de los que se convierten en banqueros».

La violencia como requisito

El carácter violento de un golpe es prácticamente un ingrediente imprescindible. Eso no es sinónimo obligado de tiros en la calle y fusilamientos junto a una zanja. La amenaza del uso de la fuerza puede ser suficiente. El golpe perfecto es aquel que consigue con rapidez su objetivo sin disparar un solo tiro, lo que no lo convierte en pacífico.

En Cataluña, los dirigentes del procés insistieron en numerosas ocasiones en su carácter pacífico. El juez Llarena y la Fiscalía utilizaron la manifestación del 20 de septiembre ante la Conselleria de Economía cuando estaba siendo registrada por agentes de la Guardia Civil como una de las razones para acusar de rebelión a los acusados. Los únicos daños fueron materiales sobre tres vehículos policiales. El registro judicial se completó sin que los manifestantes pudieran impedirlo. La aprobación del artículo 155 y la destitución del Govern no produjeron incidentes violentos en las calles.

El secretismo en la preparación del golpe es un requisito obvio. Un golpe siempre va precedido por una conspiración. No se anuncia en ruedas de prensa. «En primer lugar, el secretismo en la preparación del complot y la necesaria rapidez de su ejecución dan al golpe una característica impronta de acto repentino, inesperado y, en ocasiones, impredecible», escribe Eduardo González Calleja, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad Carlos III de Madrid.

El secreto permite aprovechar el factor sorpresa y garantiza la seguridad de los protagonistas, aun más si alguno de ellos está considerado un fiel servidor del Estado o del Gobierno que va a ser derrocado.

Pocas cosas ha habido menos secretas que el procés catalán, precedido de manifestaciones masivas en la calle cada 11 de septiembre, aprobación de leyes en el Parlament para hacer posible la secesión y constantes declaraciones públicas. Como conspiración, resultó especialmente ruidosa.

Una opción singular es la del llamado autogolpe. Habitualmente, consiste en cambiar el equilibrio del poder en el Estado para reforzar al poder ejecutivo y anular las competencias de los poderes legislativo o judicial. Su objetivo final es perpetuar el poder del ejecutivo sin ninguna cortapisa legal. También resulta complicado compararlo con el caso catalán, cuando los tribunales que decidirán sobre los dirigentes independentistas encarcelados no han sufrido ninguna merma de poder por el procés.

Cualquier consideración sobre la técnica de los golpes de Estado no oculta que se trata en definitiva de una de las acusaciones más graves en una democracia. En el pasado, han sido prólogo de guerras civiles o de represiones a una escala masiva. Por tanto, es el insulto más hiriente. Es una tentación irresistible para el fuego cruzado propiciado por el ambiente crispado de la política en España y Catalunya.

La violencia es ese factor necesario en un golpe, que aparece como delito en el Código Penal en la forma de rebelión, precisamente el que la Fiscalía, el PP y Ciudadanos quieren imponer a los acusados por las largas penas de prisión que exige. Probar esa violencia, la misma que un tribunal alemán no pudo descubrir y por eso denegó la entrega de Puigdemont a España, será uno de los retos jurídicos que tendrá la Fiscalía en el juicio.

La duda es si será tan creativa como aparece en algunas opiniones publicadas. Según este artículo de una catedrática de Derecho Internacional, lo más grave fue la «violencia institucional» ejercida por el Govern y el Parlament entre 2015 y 2017. Cuando se decide que la violencia no tiene por qué tener un carácter físico, es muy fácil encontrarla en multitud de acciones políticas. Y uno puede ver golpes de Estado en todos los sitios, también en decisiones de dudosa o evidente ilegalidad. En esos casos, los ejemplos de la historia son prescindibles y no es necesario saber qué es un golpe.

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El selfie del dictador

El Davos del Desierto estaba pensado para ser otro gran éxito de imagen para Mohamed bin Salmán, al igual que lo fue el año pasado. La conferencia de negocios con la élite de las grandes corporaciones multinacionales tenía que ser otro gran ejemplo de la apertura económica de Arabia Saudí a los mercados internacionales de inversores. La salida a Bolsa de Aramco, la gran empresa estatal petrolífera saudí, había quedado congelada, pero las oportunidades de negocio eran inmensas. Todo el mundo iba a querer estar cerca del príncipe heredero saudí.

Hace poco más de veinte días, un periodista exiliado fue asesinado en el consulado saudí de Estambul. Durante 18 días, el Gobierno de Riad sostuvo que Jamal Khashoggi había abandonado el edificio por su propio pie. Finalmente, admitió que había sido eliminado con una versión de los hechos imposible de creer. Un hombre a punto de cumplir 60 años se había resistido ante el ataque de un equipo de 15 personas entre los que había miembros de la seguridad personal de Bin Salmán y había acabado estrangulado por accidente.

Todo cambió. No lo suficiente como para MbS renunciara a un pequeño momento de triunfo. No asistió a la sesión inaugural de la conferencia, pero sí se presentó unas horas más tarde para recibir una ovación de los asistentes al acto y hacerse unos selfies con algunos de ellos.

Fueron sólo 20 minutos los que pasó en la conferencia. Lo suficiente para tener su momento de triunfo ante un público que no está interesado en conocer lo que ocurrió dentro del consulado ni en el destino de todos aquellos que han sido detenidos por defender los derechos humanos en el país.

«Dentro de un año, alguien va a preguntar dónde están los ingresos. No vamos a poner nuestra relación en peligro por esto», dijo al NYT Henry Biner, directivo de la empresa de Boston P/E Investments. Al menos, tuvo el buen gusto de decir que la muerte de Khashoggi era «horrorosa».

El problema más inmediato para Bin Salmán es que la audiencia de los Henry Biner la tiene ganada por muchos disidentes que mueran a manos de sus guardaespaldas. El público que cuenta se reduce a corto plazo a una sola persona, el presidente de EEUU.

Es cierto que Trump presenta un asesinato a sangre fría como si fuera una operación fallida de marketing. «Un mal concepto original», por la eliminación de un molesto disidente refugiado en Washington. «Mal ejecutada», por haber matado a alguien sin garantizar el secreto. «El encubrimiento fue uno de los peores en la historia de los encubrimientos», por la sucesión de mentiras difundidas por orden de Bin Salmán hasta que su padre, el rey, asumió el control de la situación.

El Departamento de Estado ha anunciado sanciones algo menos que simbólicas contra las personas detenidas en Arabia Saudí por su relación con el crimen: anular sus visados para entrar en EEUU. Es un castigo ínfimo comparado con la magnitud de los hechos o quizá un intento de impedir que el Congreso adopte castigos más severos.

En cualquier caso, es probable que dentro de algún tiempo veremos a Trump haciéndose una foto con Bin Salmán. Pero esa vez no será un selfie.

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Israel comprueba alarmado la pérdida de prestigio saudí en Estados Unidos

Los estados del Golfo Pérsico, menos Qatar, y otros como Egipto y Jordania se apresuraron a dar su apoyo a Arabia Saudí al poco de conocerse la desaparición de Jamal Khashoggi en el consulado saudí de Estambul. Lo hicieron porque son aliados tradicionales de Riad o porque necesitan su dinero. Hay otro Estado en Oriente Medio que no depende económicamente de los saudíes ni tiene relaciones diplomáticas con ellos, e incluso así está muy preocupado por la caída del prestigio de ese país en EEUU a causa del asesinato del periodista exiliado. Se trata de Israel.

El Gobierno de coalición israelí se ha mostrado discreto en esta crisis, casi silencioso, lo que llama la atención teniendo en cuenta que algunos de sus ministros son muy proclives a dar a conocer sus posiciones. Es muy probable que hayan recibido instrucciones al respecto y que lo hayan aceptado al resultar obvio para ellos: Israel necesita a Arabia Saudí, pero este no es el mejor momento para plasmar su solidaridad.

Daniel Shapiro, embajador de EEUU en Israel entre 2011 y 2017, explicó esta dependencia hace unos días en un artículo titulado: «Por qué el asesinato de Khashoggi es un desastre para Israel». La razón está obviamente en el conflicto con Irán. Israel corre el riesgo de perder un elemento de influencia en Occidente en esa confrontación, y en especial en Washington, si la pérdida de reputación saudí en EEUU y Europa resta valor a los ataques a Irán. El Congreso estadounidense no se va a convertir en proiraní de repente, pero desconfiará de la información que le llegue de Riad y –en el peor de los casos para saudíes e israelíes– podría aprobar sanciones, incluso a pesar de lo que diga la Casa Blanca, como se ha visto en el caso de Rusia.

«Para los israelíes, ese puede ser el mayor revés tras el asesinato de Khashoggi. MBS (el príncipe heredero Mohamed bin Salmán), en su obsesión por silenciar a sus críticos, ha socavado el intento de construir un consenso internacional para presionar a Irán», escribe Shapiro, que actualmente trabaja en un think tank de Tel Aviv. «El daño es serio. Trump puede ser alguien que va por su cuenta. ¿Pero qué congresista (de EEUU), qué líder europeo estaría dispuesto a sentarse a negociar con MBS sobre Irán?».

Dos expertos israelíes en defensa (Dore Gold, que fue asesor de Netanyahu, y Eran Lerman) coinciden con ese análisis. Conocen los muchos contactos secretos o no revelados que representantes de ambos países han mantenido en los últimos años, el último a mediados de octubre cuando el jefe de las FFAA israelíes se vio en una conferencia internacional con su homólogo saudí. Comparten un enemigo, Irán, y el conflicto palestino no les afecta demasiado, porque el Gobierno israelí sabe que no es probable que Riad haga una declaración pública que pueda ser perjudicial para los intereses palestinos. La ausencia de cualquier avance es por definición favorable a los intereses del Gobierno de Netanyahu.

Leman considera que la hostilidad saudí hacia Teherán ha sido incluso más importante que la posición israelí a la hora de hacer más profundo el rechazo norteamericano a Irán desde el fin de la Administración de Obama. Eso sirvió para que el mayor éxito diplomático de Obama –el acuerdo nuclear con Irán que impedía cualquier programa de fabricación de armas nucleares– quedara neutralizado por la propaganda combinada de israelíes y saudíes y terminara siendo abandonado por Donald Trump.

Ese experto ve muy probable que algunas organizaciones del lobby judío presionen a los congresistas para que no haya sanciones contra Arabia Saudí. Ahí es donde la ayuda israelí puede ser importante. A pesar del gran gasto en lobbies llevado a cabo en los últimos dos años por el Gobierno saudí, su influencia en el Congreso es muy inferior a la de grupos como AIPAC y American Jewish Committee.

De la misma forma que el establishment político y militar israelí no ocultó que Obama debería haber defendido a toda costa al régimen de Mubarak, ahora se empeñará en salvar la posición de la monarquía saudí. Desde Israel, el asesinato de un periodista se verá sólo como el tipo de cosas que ocurren en algunos países de Oriente Medio, pero que en ningún caso son más importantes que la guerra encubierta contra Irán.

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Cosas que hacer en sábado cuando no estás muerto

Rompiendo la cuarta pared.

–Bridges, Goodman y Buscemi charlan sobre ‘The Big Lebowski’.
–Una historia oral de ‘Halloween’ 40 años después.
–Si hubiera un Oscar a la mejor película de terror.
Peter Bogdanovich habla sobre Orson Welles y Buster Keaton.
–La suite de Blade Runner, por la Orquesta Sinfónica Danesa.
‘La ronda de noche’, obra maestra de Rembrandt.
–Cómo robar un cuadro de Dalí en una prisión de Nueva York.
¿Jackson Pollock sobrevalorado? Bah, pero hubo un hombre que le hizo famoso.
–La historia de Ctrl+Alt+Del.
–Cómo se luchaba con armadura en el siglo XIV (no como en las películas).

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Los saudíes ofrecen una versión increíble de la muerte de Khashoggi para exculpar al príncipe heredero

El rey saudí ha tomado las riendas de la operación de control de daños para salvar la reputación de su hijo, el príncipe heredero Bin Salmán, considerado como el principal responsable del asesinato del periodista Jamal Khashoggi. Lo ha hecho a través de una serie de decretos y anuncios ofrecidos por la televisión saudí en la medianoche del viernes, que serán recibidos en todo el mundo con incredulidad.

A través del fiscal general, las autoridades saudíes admiten que Khashoggi murió al poco de entrar al consulado saudí de Estambul, pero ofrecen en el resumen de los hechos una versión imposible de creer. Afirman que se produjo una «pelea a puñetazos» que concluyó con la muerte del periodista. Cómo puede un hombre de 60 años, no excesivamente en buena forma física, pelearse contra 15 personas –entre las que había agentes de la seguridad personal del príncipe heredero– y acabar muerto sin poder ser reducido antes es un misterio que desafía el sentido común. Y es la versión para la que las autoridades del país han necesitado más de dos semanas.

Se ha comunicado que 18 ciudadanos saudíes están detenidos por su relación con los hechos. Nada se ha dicho de momento oficialmente sobre el paradero de los restos de Khashoggi. Si fueron enterrados en Turquía o trasladados a Arabia Saudí en alguno de los dos aviones que partieron horas después.

Una fuente anónima de la Administración saudí citada por el NYT da algunos datos más de la explicación con la que el Gobierno intentará cerrar el caso. Esa fuente indica que hay una orden para obligar o convencer a los disidentes que viven en el extranjero para que vuelvan al país. Por eso, el general Assiri envió a un equipo a Estambul para que se ocupara de Khashoggi. Añade que la orden fue malinterpretada, que el periodista intentó escapar y que fue estrangulado por uno de los agentes.

Sobre el destino del cuerpo, afirma que fue entregado a un «colaborador local» para que se deshiciera de él. Es la forma en que los saudíes creen que pueden negar que el cadáver fuera hecho pedazos en el interior del consulado para su traslado posterior en secreto.

Los decretos del Gobierno conocidos incluyen el cese de dos personas cercanas a Bin Salmán: el general Assiri, número dos de los servicios de inteligencia, y Saud al-Qahtani, consejero de MbS y arquitecto de la actual propaganda saudí. Este se presentaba en Twitter hace unos días como un simple «ejecutor de las órdenes» del rey y del príncipe.

El nombre de Assiri circuló en los últimos días como probable cabeza de turco elegido para exculpar al príncipe heredero. También se dijo que se intentaría aparentar que se había tratado de una operación que acabó mal, hecha sin el conocimiento de MbS para secuestrar a Khashoggi y llevarlo por la fuerza de vuelta a su país.

La presencia en el equipo de uno de los forenses más conocidos de Arabia Saudí –con la sierra empleada en el descuartizamiento del cadáver– impedía creer cualquier versión de una muerte accidental, pero ese es precisamente el resultado de la investigación, desarrollada en total secreto y con la única intervención de las autoridades saudíes.

Por último, el rey Salmán, de 82 años, deja patente que no puede prescindir de su hijo, al que algunos congresistas estadounidenses no han dudado en tildar de asesino. Ha ordenado que se forme una comisión para reformar los servicios de inteligencia después de todo lo ocurrido en Estambul. ¿Quién la dirigirá? La misma persona que está en el origen del escándalo: el príncipe heredero Mohamed Bin Salmán.

El destinatario de esta versión sólo es uno: Donald Trump. Los saudíes confían en que el presidente de EEUU dé el caso por cerrado, dado su nulo interés por aprobar sanciones contra Riad, como la interrupción de la venta de armamento, que es lo más probable. La opinión del Congreso de EEUU y de los gobiernos que se atrevan a desafiar a la monarquía saudí será muy diferente.

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La incógnita no ha durado mucho. Como era previsible, Trump se ha dado por satisfecho con las informaciones llegadas desde Arabia Saudí. A la pregunta de si considera creíble la versión saudí de los hechos, ha dicho que sí y que cree que es «un primer paso muy importante».

Sobre la respuesta que dará EEUU, ha insistido en que «si hay algún tipo de sanción», no suponga cancelar la venta de armamento a la que se ha comprometido Riad, lo que denomina «cancelar trabajo por valor de 110.000 millones de dólares, lo que supone 600.000 empleos». Este es un dato falso que Trump se inventa porque los saudíes ni siquiera han concretado qué armamento van a comprar para poder llegar a esa cifra.

Los congresistas norteamericanos, incluidos los republicanos, no han quedado muy convencidos. «Decir que soy escéptico sobre la nueva versión saudí, sería quedarse corto», ha dicho el senador republicano Lindsay Graham.

En la misma línea está el también republicano Bob Corker: «La historia que los saudíes han contado sobre la desaparición de Jamal Khashoggi continúa cambiando cada día, por lo que no debemos dar por hecho que esta última sea la auténtica».

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