Por qué EEUU y Turquía están evitando una confrontación directa con Arabia Saudí

Las filtraciones turcas sobre lo que ocurrió en el consulado saudí de Estambul al poco de entrar Jamal Khashoggi en él han alcanzado niveles tan detallados como brutales. A partir de la grabación de audio obtenida por la vigilancia de la delegación diplomática, se ha sabido que el periodista fue asesinado a los pocos minutos.

El forense que acompañaba al equipo de verdugos, el doctor Salah al-Tubaigy, se ocupó después del cadáver con el tipo de sierra que se utiliza en una amputación en una operación quirúrgica o en una autopsia. Al-Tubaigy es el máximo responsable del Consejo de Forenses Científicos Saudíes y da clases en la principal facultad de Medicina del país. Su presencia en el equipo indica que el objetivo nunca fue el secuestro de Khashoggi para sacarlo de Turquía, sino su eliminación. Siempre iba a ser más fácil abandonar el país con varias bolsas que el consulado podía consignar como parte de la valija diplomática en los dos aviones que abandonaron Estambul ese mismo día.

La versión que han dado varios medios norteamericanos, probablemente a partir de fuentes de su país, es que los saudíes están dispuestos a admitir que Khashoggi murió en un interrogatorio no autorizado «que acabó mal», porque el objetivo era secuestrarlo para llevarlo contra su voluntad a Arabia Saudí. Es la forma de salvar la reputación del príncipe heredero Mohamed bin Salmán. La impresión que ha dado Donald Trump en sus declaraciones es que desea aceptar esa historia para salvaguardar su relación comercial con Riad.

El NYT ha identificado a varios de los miembros de la macabra delegación. Sus nombres ya aparecieron hace varios días en redes sociales –The Washington Post publicó además copias de sus pasaportes facilitadas por las autoridades turcas– basándose en su parecido con fotos ya publicadas, pero ahora el periódico los ha señalado sin ningún género de dudas. Uno de ellos acompañó a Bin Salmán en su visita a Madrid y París, así como a la realizada a EEUU. Varios formaban parte de la Guardia Real, el cuerpo policial que protege a los miembros más importantes de la familia real. Parece claro que MbS envió a sus guardaespaldas personales para que se hicieran cargo de la misión. NYT:

«Después de que fuera llevado al despacho del cónsul saudí, Mohamed al-Otaibi, los agentes capturaron casi de inmediato a Khashoggi y comenzaron a golpearle y torturarle, y finalmente le cortaron los dedos, según un alto cargo turco».

«Háganlo fuera. Me meterán en problemas», dijo el cónsul, según la grabación. «Si quieres seguir vivo cuando vuelvas a Arabia, cállate», le respondió uno de los agentes.

El mismo día en que el secretario de Estado, Mike Pompeo, visitó el país para reunirse sonriente con el príncipe heredero, los saudíes entregaron los 100 millones de dólares prometidos a Washington para financiar su despliegue militar en el norte de Siria y el gasto en infraestructura civil en la zona. A estas alturas, los saudíes no necesitan disimular. Saben que el dinero es el lenguaje que mejor entiende Trump.

En una entrevista con AP el martes, Trump dejó claro que había olvidado su idea de «un duro castigo» si se probaba el asesinato de Khashoggi. Comparó toda esta crisis con las acusaciones recibidas por el juez Kavanaugh durante su proceso de confirmación del nombramiento para el Tribunal Supremo: «Ya estamos con lo mismo. Eres culpable hasta que se pruebe que eres inocente. Ya pasamos por eso con el juez Kavanaugh, y él era inocente por lo que yo sé».

Ofreció el mismo mensaje en otra entrevista con Fox: «Así no les estamos haciendo daño (con sanciones). Nos hacemos daños a nosotros. Hay que ser inteligentes. No quiero perder unos contratos de 110.000 millones de dólares o de lo que sean. Hablamos de empleos. Lo que estoy haciendo es… tenemos una situación económica fantástica. Quiero que Boeing, Lockheed y Raytheon reciban esos contratos y contraten mucha gente para fabricar ese increíble material».

Una cuestión pendiente de resolver tiene que ver con las intenciones del Gobierno turco. Todas las filtraciones a medios del país o extranjeros, extremadamente detalladas, no se habrían producido sin el permiso de las autoridades. Los periódicos turcos que las han difundido están controlados por partidarios de Erdogan que nunca darían un paso así sin permiso del presidente.

Erdogan no ha querido lanzar una acusación pública contra Arabia Saudí por razones económicas. Los gobiernos de ambos países están en bandos opuestos desde hace tiempo. Erdogan ha apoyado a Qatar en su enfrentamiento con la familia real saudí. Turquía no puede permitir que otros países envíen de forma impune a escuadrones de la muerte a su territorio para eliminar a disidentes que han huido de países del Golfo Pérsico por su cercanía con los Hermanos Musulmanes o por ser críticos con la política de Bin Salmán.

Por otro lado, pretende evitar un choque directo con Riad. A pesar de las diferencias políticas, empresas públicas saudíes han hecho importantes inversiones en Turquía. Cada año, miles de adinerados turistas saudíes visitan el país para conocer los edificios y el legado artístico y religioso del imperio otomano. La difícil situación económica de Turquía no le permite despreciar esa fuente de ingresos. La mayor esperanza de Erdogan es que EEUU le ayude a solucionar el entuerto. La filtración de lo que ocurrió dentro del consulado es una forma de presionar a la Casa Blanca.

Inevitablemente, el petróleo también forma parte de la ecuación. Ya es exagerado afirmar que EEUU depende del crudo saudí. El hundimiento del precio del petróleo en 2014 se produjo precisamente porque Arabia Saudí quería impedir que las explotaciones de fracking en EEUU siguieran siendo tan rentables con el barril de Brent por encima de 100 dólares.

Pero una reacción airada saudí con el recorte de su producción tendría un efecto de consecuencias difíciles de predecir, ahora que EEUU quiere imponer sanciones a Irán que impidan a otros países comprar su petróleo. La segunda parte de esa estrategia pasa por que los saudíes aumenten su producción para compensar la salida del crudo iraní del mercado. Hoy el barril de Brent está a 80 dólares.

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John Oliver explica a los norteamericanos quién es Mohamed bin Salmán

Sé que es difícil tomarse el asesinato de Jamal Khashoggi desde una perspectiva sarcástica, pero John Oliver lo intenta, como es lo habitual en su programa, para demostrar lo absurdo de la versión saudí y la responsabilidad de EEUU en la deriva brutal de la monarquía saudí en los últimos dos años.

Siendo un programa de televisión, ofrece imágenes que ahora deben parecer a sus espectadores especialmente delirantes. La portada de Time con una foto del príncipe heredero Mohamed bin Salmán y el titular «Charm offensive» o el programa ’60 Minutes’ de CBS, un clásico del periodismo televisivo de EEUU en el que se afirmaba que Bin Salmán había «emancipado a las mujeres saudíes» (por si es necesario decirlo, es falso).

Oliver pasa después a explicar la relación de Trump con MbS, incluida su disposición de los últimos días a aceptar cualquier versión saudí sobre el asesinato del periodista a cambio de que Riad siga comprando armas a EEUU.

Hay mucho humor (negro) en este programa de Oliver. Todo lo que cuenta es cierto.

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La derecha de Baviera tiene un mensaje preocupante para Pablo Casado

En cada cita con las urnas que se celebra en Europa en estos tiempos, se plantean incógnitas similares: si resisten los partidos tradicionales, si avanzan los partidos ultraderechistas o euroescépticos o si la fragmentación del voto hace muy difícil la formación de un nuevo Gobierno.

Las elecciones del Estado alemán de Baviera han sido otro ejemplo de este debate permanente y tienen una lectura española desde el momento en que Pablo Casado imprimió un sello más intransigente a la política del Partido Popular sobre inmigración al poco de ser elegido. El mensaje que le llega de Baviera es que se arriesga a acabar peor de lo que estaba.

La CSU ha dominado la política bávara desde la Segunda Guerra Mundial. Este domingo, tuvo su segundo peor resultado electoral desde entonces con un 37,2%, 10,5 puntos menos que en 2013. Los socialdemócratas se hundieron al perder la mitad de sus votantes y caer al 9,6%. Los Verdes doblaron los suyos y llegaron al 17,5%. La ultraderecha de AfD entró por primera vez en el Parlamento bávaro con el 10,2%. Un partido regional bávaro –Votantes Libres– que está en el grupo liberal en el Parlamento Europeo tuvo un leve ascenso al llegar al 11,6%.

En el campo de la derecha, los resultados no son muy diferentes a los producidos en Baviera en las elecciones generales de 2017. Entonces, la CSU alcanzó el 38,8% y AfD, el 12,4%. Precisamente para corregir esa tendencia, Horst Seehofer –ministro de Interior y líder de la CSU– endureció su discurso contra la inmigración y amenazó a la canciller Merkel con tomar medidas unilaterales en la frontera sur alemana. Merkel consiguió parar el golpe con un acuerdo que sólo era una tregua a la espera de las elecciones de Baviera.

El objetivo de Seehofer era claro: para frenar el ascenso de AfD y sus ideas xenófobas era necesario comprar una parte de su discurso, imponer mayores restricciones a la llegada de extranjeros y reconocer en la práctica que la decisión de Merkel de recibir a centenares de miles de refugiados en 2015 había sido un error.

El desafío fue de tal magnitud que los medios de comunicación alemanes empezaron a plantear si no estábamos ante los días finales de Angela Merkel, en el poder desde 2005. Una portada de Der Spiegel convertía su gesto habitual de juntar las manos en un reloj de arena en el que caían los últimos granos.

El veredicto de los muy conservadores votantes bávaros ha demostrado hasta qué punto la estrategia de Seehofer ha resultado un fracaso. En cierto modo, Merkel puede cantar victoria, pero no del todo. Sus dos socios en el Gobierno federal, CSU y SPD, han salido mortalmente heridos de esta cita. Los socialdemócratas deben volver a reflexionar sobre si su presencia en el Gobierno de coalición es un factor que acelera su decadencia. Las elecciones en el Estado de Hesse el 28 de octubre, donde gobierna la CDU, pueden desencadenar una crisis política nacional.

Tampoco se puede decir que el presidente del Gobierno bávaro, Markus Söder, tuviera una idea muy efectiva con otro intento para encandilar a los votantes más conservadores al decidir en mayo ordenar que se colgara un crucifijo en cada edificio público del Estado federado. La CSU es un partido socialcristiano, pero reafirmar el cristianismo como un elemento básico de la cultura alemana, como quería Söder, sólo pretendía excluir a los residentes en Baviera de otras religiones.

En la encuesta de ARD difundida al cierre de los colegios hay una explicación sobre por qué los votantes tenían otras prioridades. Les preguntaron en ese sondeo cuáles eran los temas que más les preocupaban. Fueron educación (52%), vivienda (51%), medio ambiente (49%) y migración (33%). Y eso a pesar de que han sufrido desde 2015 un diluvio de opiniones y noticias a cuenta del debate sobre la inmigración, con frecuencia en tonos muy sombríos.

Como es lógico, una gran mayoría de los votantes de AfD (78%) daba prioridad a la inmigración como asunto decisivo en su sentido de voto. Sólo el 33% de los votantes de la CSU en estas elecciones estaba en esa línea. Seehofer, líder de la CSU desde hace diez años, no conocía a sus votantes.

Este gráfico sobre trasvases de votos entre partidos revela con el caso bávaro hasta qué punto un partido conservador puede perder votos por ambos lados del espectro ideológico si convierte la inmigración en uno de los rasgos definitorios de su estrategia. La CSU sí perdió un número importante de votantes hacia AfD, lo que era probablemente inevitable: 160.000 con respecto a los comicios de 2013, cuando Alternativa por Alemania aún no existía.

Pero fueron muchos más los que se fueron hacia los Verdes (190.000) o los Votantes Libres (220.000).

Hay otro dato más que no suele aparecer en los análisis electorales, pero que es imposible evitar: la muerte. O siendo más sofisticado, el hecho de que algunos partidos cuentan con votantes mayores que otros. Esa fue la principal vía de agua para la CSU por la que se fueron 240.000 votantes.

Los partidos tradicionales suelen tener en muchos países votantes de más edad. En principio, eso es una garantía en la medida de que los mayores de 65 años van a las urnas en mayor porcentaje que los menores de 30 años. Hay un inconveniente, como bien acaba de comprobar la CSU.

El problema también afectó al SPD en Baviera, con 100.000 votantes menos que en 2013 a causa de su fallecimiento. Por el contrario, los Verdes sólo perdieron 20.000 por esa razón.

Los disturbios provocados por los neonazis en la ciudad oriental de Chemnitz en los últimos días de agosto después del asesinato de una persona y los rumores y teorías de conspiración propagados desde entonces para relacionar delincuencia e inmigración alentaron un clima de miedo del que muchos decían que beneficiaría a AfD y obligaría a conservadores y socialdemócratas a endurecer su discurso si querían contener a los ultras en las urnas.

Ese análisis tan extendido no ha resultado muy acertado en Baviera. Los Verdes presentaron un mensaje abierto y no vengativo hacia la inmigración, y obtuvieron su mejor resultado histórico recibiendo votos de la CSU, el SPD y Votantes Libres. El domingo, 240.000 personas se manifestaron en Berlín contra el racismo y la xenofobia.

Acercarse a la extrema derecha para imitar su rechazo a la inmigración es algo que un partido conservador puede pagar caro. En votos.

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Por qué la desaparición de un periodista ha revelado el rostro de la monarquía saudí (pero no la guerra de Yemen)

16.000 muertos, bombardeos sobre la infraestructura civiles del país, incluidos hospitales, centrales eléctricas y de agua, ataques a funerales y entierros, una epidemia de cólera, el bloqueo naval que impide la llegada de alimentos, millones de personas sin comida y casos de desnutrición infantil por todo el país… Una catástrofe humanitaria en Yemen.

El asesinato de un periodista en el consulado saudí de Estambul.

Son dos casos muy diferentes de responsabilidad de la monarquía saudí, en especial de su príncipe heredero Mohamed bin Salmán. El mundo ha respondido con el silencio ante la guerra civil de Yemen y la campaña de bombardeos saudíes, con la excepción del trabajo de las agencias humanitarias de la ONU.

La desaparición y probable asesinato del periodista exiliado Jamal Khashoggi ha suscitado una reacción muy diferente, sobre todo en EEUU. Donald Trump se ha visto obligado a hacer declaraciones sobre esta crisis en varias ocasiones y reconocer su gravedad. Senadores republicanos y demócratas han reclamado a la Casa Blanca una respuesta enérgica en forma de sanciones si se confirma que Khashoggi fue asesinado. Varios medios de comunicación y algunos empresarios se han retirado de una conferencia de negocios que se celebrará en Riad el 23 de octubre. El Gobierno turco intenta que la Casa Blanca obligue a los saudíes a reconocer lo que han hecho. Un exembajador estadounidense en Arabia Saudí ha dicho que está «seguro al 95%» de que Khashoggi ha sido asesinado.

De repente, el mundo ha descubierto que Bin Salmán, futuro monarca saudí, es capaz de cualquier cosa para silenciar una voz crítica en el extranjero, incluso hasta el punto de ordenar un crimen ejecutado en condiciones espeluznantes.

Aparentemente, la guerra de Yemen, la detención sin recurrir a los tribunales de decenas de políticos y empresarios en una investigación anticorrupción y la ofensiva contra Qatar no habían sido suficientes para desvelar el carácter autoritario y errático de MbS.

La existencia de un doble rasero a la hora de analizar la conducta de los gobiernos de Oriente Medio es tan evidente que no merece la pena insistir mucho en ella. El juego de alianzas siempre ha contado con mucha más importancia que los derechos humanos a ojos de los gobiernos. No es la única zona del mundo en que ocurre.

Hay varios factores que ayudan a entender, no a justificar, esta diferencia entre las muertes de Yemen y la del periodista exiliado. La más obvia es el peso económico de Arabia Saudí, como productor y exportador de petróleo y cliente de los países occidentales en la venta de armamento y la ejecución de obras públicas (en el caso de España, los ejemplos más recientes son las obras del AVE de La Meca y la venta de las corbetas).

Ni en los gobiernos de Obama o de Trump, la guerra de Yemen y el sufrimiento de la población civil supusieron un obstáculo para que EEUU y el Reino Unido vendieran a los saudíes los misiles guiados por láser utilizados en los bombardeos. España también lo ha hecho en menor medida, aunque el cargamento que tantos problemas ha supuesto al Gobierno de Pedro Sánchez aún no ha sido entregado.

Por muchos comunicados en favor de una solución pacífica a la guerra, lo cierto es que los países occidentales han hecho posible esta guerra, porque los saudíes no se atreven a utilizar tropas de tierra y necesitan la munición que vende Occidente para continuar con los bombardeos.

La Casa Blanca ha adoptado además la lógica con la que Riad justifica su campaña militar, su enfrentamiento con Irán, cuyo Gobierno presta ayuda a las milicias hutíes, aunque esa intervención iraní no está en el origen del conflicto.

El asesinato de Khashoggi es desde luego una demostración dramática de hasta qué punto Bin Salmán está dispuesto a utilizar los mismos métodos que las peores dictaduras de Oriente Medio del pasado. Por eso, ha sorprendido la osadía de MbS al enviar a Turquía a un equipo de verdugos para ocuparse del periodista. Varios de ellos han sido identificados como mandos militares de la Guardia Real y de los servicios de inteligencia. Ninguno hubiera viajado a Turquía sin la aprobación de los responsables de esas organizaciones, y por tanto de Bin Salmán.

Con las acciones de Rusia y China, los medios y los think tanks de EEUU podían alegar que se trataba de operaciones secretas llevadas a cabo por gobiernos preparados para desafiar a EEUU, en definitiva, sus enemigos. Con Arabia Saudí, no tienen esa excusa. Como dice Robert Kagan, alguien que nunca ha hecho ascos a las intervenciones militares norteamericanas en el exterior, ningún líder saudí habría ordenado algo así sin la seguridad de que Trump se ocuparía de impedir una condena internacional.

Esa pretensión de impunidad es la que más ha llamado la atención en muchos artículos en EEUU. Cualquier idea de que Washington y sus aliados son un factor de estabilidad en Oriente Medio ha quedado hecha pedazos en el consulado de Estambul. MbS ha hecho todo esto porque da por hecho que saldrá indemne, algo que ahora no está tan claro.

En una entrevista en CBS que se emite este domingo, Trump ha dicho que estaría muy «molesto y furioso» si se confirmara el asesinato de Khashoggi. Cuando le preguntan si habrá sanciones en ese caso, como han pedido senadores de ambos partidos, se echa atrás y saca el asunto de la venta de armamento. Viene a decir que otros países como Rusia y China estarían encantados de vender armas a Riad y que ese mercado está ahora a disposición de EEUU: «Boeing, Lockheed, Raytheon, todas esas compañías. No quiero perjudicar el empleo. No quiero perder esas ventas. Hay otras formas de castigar». No concreta cuáles.

Queda bastante claro que la presunción de MbS de que puede salirse con la suya no está tan desencaminada.

Trump y su yerno, Jared Kushner, han invertido mucho tiempo en fomentar su relación con MbS. El apoyo norteamericano fue decisivo para que su nombramiento como príncipe heredero fuera bien recibido en EEUU, a pesar de la destitución del anterior príncipe, Bin Nayef, que tenía una excelente relación con el Pentágono y la CIA por su papel en la guerra contra Al Qaeda. Ahora Trump y Kuhner aparecen como cómplices de un caso de terrorismo de Estado.

Ni siquiera cuando MbS se lanzó contra Qatar por no secundar a Arabia Saudí en su enfrentamiento con Irán, Trump dudó lo más mínimo en apoyarle. En Qatar se encuentra una base aérea fundamental para el despliegue militar de EEUU en Oriente Medio. Cuando el entonces secretario de Estado, Rex Tillerson, intentó llevar a cabo una labor de mediación entre ambas partes, Trump lo desautorizó.

La desaparición de Khashoggi ha coincidido en el tiempo con el ataque al exespía ruso Sergéi Skripal en Reino Unido, que provocó la muerte de una mujer, cuya autoría se atribuye a una venganza de los servicios de inteligencia rusos y que ha provocado la adopción de sanciones contra Moscú. A ello hay que unir la reciente operación frustrada de varios espías rusos en Holanda. Resulta difícil aprobar sanciones contra Rusia y no hacerlo contra otro Estado dispuesto a ejecutar la eliminación física de un opositor en suelo extranjero, en un país que es miembro de la OTAN.

En Europa y EEUU, hay muchos exiliados que huyeron de dictaduras de Oriente Medio. Khashoggi era uno de ellos. Además, vivía en Washington y colaboraba en la sección de opinión de The Washington Post. Conocía a muchos periodistas norteamericanos y era considerada una voz moderada que en ningún caso pretendía provocar el derrocamiento de la monarquía saudí.

Los mismos periodistas que elogiaron hasta la exageración a MbS por sus proyectos de reformas económicas, que además ofrecen inmensas oportunidades de negocio a empresas occidentales, ahora se ven obligados a reconocer su error, o al menos a exigir que haya una respuesta firme. Obviamente, el hecho de que Khashoggi colaborara con un medio como The Washington Post refuerza su perfil. Por los ejemplos que daré luego, está claro que no todas las víctimas cuentan con la misma repercusión pública.

El dueño del Post, Jeff Bezos, fue uno de los empresarios que recibieron a MbS con los brazos abiertos en su gira por EEUU de hace unos meses. Ahora el periódico está haciendo una cobertura muy intensa sobre la suerte de su colaborador.

El columnista del NYT, Nicholas Kristof, es uno de los periodistas que han reaccionado escandalizados por lo ocurrido. En un artículo, no sólo reclama sanciones contra Arabia Saudí, sino que va más lejos: «América puede también dejar claro a la familia real saudí que debería buscarse otro príncipe heredero. Un príncipe loco que asesina a un periodista, secuestra a un primer ministro (por el libanés Hariri) y mata de hambre a millones de niños (en Yemen) no debería ser homenajeado en cenas de Estado, sino acabar en la celda de una prisión».

Existe entre los comentaristas de política exterior un sentimiento de haber sido traicionados por un príncipe al que concedieron con facilidad la etiqueta de reformista obviando la realidad del país en los últimos años. Lo definían como la mejor esperanza de su país para abandonar el fundamentalismo wahabí que ha inspirado a tantos yihadistas violentos por todo el mundo.

Algunos como David Ignatius, de The Washington Post, que acaba de escribir un emotivo perfil de Khashoggi destacando su valentía, han estado más de una década escribiendo artículos positivos sobre la monarquía saudí e ignorando la concepción teocrática que vulnera los derechos de las mujeres, la minoría chií y cualquier atisbo de oposición. En sus artículos, el país siempre estaba a punto de emprender un camino de reformas.

Había en EEUU pocos portavoces periodísticos más entusiasmados con MbS que Thomas Friedman, columnista del NYT, convencido de que con él la Primavera Árabe había llegado al país, un razonamiento absurdo porque las autoridades saudíes siempre consideraron que ese fenómeno era una amenaza para su existencia. Lo demostraron muy pronto.

Hace unos días, Friedman escribió un artículo para justificarse e intentar recordar que él también había criticado a MbS por los pasos dados «en los últimos meses».

Todos huyen del barco saudí en EEUU, precisamente con la responsabilidad de haber soplado sus velas durante tanto tiempo.

El carácter dictatorial de MbS había quedado claro mucho antes de que Khashoggi entrara en el consulado de Estambul. Loujain al-Hathloul, activista de 28 años en favor de los derechos de la mujer, fue detenida junto a otras mujeres unas semanas antes del fin de la prohibición de conducir un coche para las mujeres. Las arrestadas fueron señaladas en redes sociales como cómplices de Qatar.

Essam al-Zamil, economista, lleva un año en prisión por haber criticado el proyecto de salida a Bolsa de la empresa pública petrolífera Aramco. Ha sido acusado de pertenencia a una organización terrorista –por los Hermanos Musulmanes– y por estar en contacto con gobiernos extranjeros.

Salman al-Awdah, un conocido académico religioso, fue también encarcelado por negarse a escribir un tuit en apoyo de la política saudí contra Qatar. Por el contrario, decidió escribir en favor de la paz entre ambos países. Tras un año en confinamiento solitario, según su familia, la fiscalía ha pedido la pena de muerte contra él en un juicio que se celebrará en secreto.

No son los únicos casos. Sólo las organizaciones de derechos humanos y algunos medios de comunicación denunciaron estas detenciones. Como en el caso de Yemen, recibieron una atención escasa que quedaba oculta por la imagen que se había creado de un príncipe joven que se reunía con los responsables de Google, Amazon y otras empresas de Silicon Valley como parte de su estrategia de abrir Arabia Saudí a la economía mundial. Un tecnócrata que quería que su país abandonara el fundamentalismo teocrático para entrar en el siglo XXI.

La desaparición de Jamal Khashoggi ha puesto fin a esa ficción.

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No se está tan mal en Australia

En Australia hay muchas especies de animales que pueden ser letales para los seres humanos. Pero, como cantan en este vídeo, no tienen AR-15 y otras armas ni la NRA ni matanzas en colegios o centros comerciales.

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Washington sospecha que los saudíes secuestraron o asesinaron a Khashoggi

El senador republicano Bob Corker es una de las personas que han podido ver información de los servicios de inteligencia de EEUU sobre la desaparición del periodista Jamal Khashoggi en el consulado saudí de Estambul el 2 de octubre. No ha dado detalles, pero su veredicto permite llegar a la conclusión de que en Washington están realmente preocupados por lo que creen saber. Es decir, que es difícil que puedan mirar para otro lado, la alternativa más probable cuando se supo que Khashoggi no había abandonado el consulado.

Coker ha dicho que, por lo que ha visto, la versión que han dado las autoridades turcas es creíble y que habrá consecuencias significativas en relación a la venta de armas si se confirma que Khashoggi fue asesinado. Corker es presidente de la Comisión de Exteriores del Senado y no se presenta a la reelección en las elecciones de noviembre.

Eso no es lo que querían oír en la Casa Blanca, que mantuvo un silencio revelador durante los primeros días. Ha habido varias conversaciones telefónicas entre la Casa Blanca, incluido Trump, y el príncipe saudí Bin Salmán, sin cuya aprobación nunca se hubiera realizado una operación de estas características. Las explicaciones no han debido de ser muy convincentes, porque Trump parecía preocupado cuando los periodistas le preguntaron sobre este asunto el miércoles: «Es una mala situación. No podemos permitir que pasen estas cosas a los periodistas, a nadie. Nos enteraremos de quién lo hizo».

Una de las primeras cosas que reclamaron los senadores que se pusieron en contacto con el embajador saudí en EEUU fueron las imágenes de las cámaras de vídeo existentes dentro del consulado. Les dijeron que no existen, porque las cámaras sólo emiten imágenes en directo, pero no graban. Esa versión tan poco creíble sólo sirvió para aumentar sus sospechas.

Una decena de senadores de ambos partidos, entre los que está Corker han enviado una carta a Trump planteando que se impongan sanciones a las personas de Arabia Saudí responsables de la suerte de Khashoggi si ha sido torturado o asesinado. Se basan en la Ley Magnitsky, aprobada precisamente para casos como este.

Según The Washington Post, los servicios de inteligencia norteamericanos interceptaron comunicaciones de altos cargos saudíes que discutían un plan para capturar a Khashoggi. El periodista, exiliado en EEUU, se había presentado unos días antes en el consulado para recibir los documentos que certificaran el divorcio con su esposa saudí. Tenía pendiente volver allí para recibir los papeles que le faltaban.

Esas comunicaciones revelan que los saudíes querían secuestrar a Khashoggi para llevarlo por la fuerza a su país. No está claro si pretendían detenerlo e interrogarlo o si su idea era asesinarlo allí mismo.

Se sabe que dos aviones de una compañía privada de chárters que opera habitualmente para el Gobierno de Riad llegaron a Estambul el 2 de octubre. Uno de ellos, de madrugada y horas antes de que Khashoggi entrara en el consulado a la 1.14pm, como atestiguan imágenes de vídeo. El otro, mucho más tarde. Llevaban a 15 personas, de los que hay imágenes captadas en el aeropuerto y el hotel que utilizaron, cercano al consulado.

Unas dos horas después de la entrada de Khashoggi en el edificio, dos vehículos abandonaron el consulado y se dirigieron a la residencia del cónsul general saudí, situada a unos 500 metros, según revelan las cámaras de videovigilancia situadas en la calle.

Según medios turcos con fuentes en el Gobierno y los servicios de inteligencia, los empleados turcos de la residencia habían recibido la orden de abandonarla antes de la llegada de un coche y una furgoneta.

Los vehículos pasaron cuatro horas en la residencia diplomática. El segundo avión llegó a Estambul por la tarde, a las 5.15pm. Sólo pasó allí una hora y cuarto. Luego, volvió a despegar y abandonó Turquía. Voló a El Cairo y después a Riad. El primer avión partió por la noche, hizo una parada en otra localidad turca y luego aterrizó en Dubai, antes de regresar a la capital saudí.

El avión que pasó menos tiempo en Estambul es el sospechoso de haber trasladado al periodista, vivo o muerto.

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Un mensaje terrorífico de Bin Salmán a la oposición saudí

The Washington Post publicó el viernes un espacio en blanco en su sección de opinión bajo la firma de Jamal Khashoggi, colaborador habitual del periódico. El periodista saudí exiliado llevaba desaparecido desde su entrada en el consulado saudí de Estambul.

La investigación de la policía turca ha llegado a la conclusión de que Khashoggi fue asesinado por un grupo de personas que había llegado antes a Turquía para matarlo o secuestrarlo. Su cuerpo fue cortado en trozos y oculto en bolsas que fueron sacadas del país como parte de la valija diplomática.

El Gobierno saudí ha demostrado con este crimen hasta qué punto está dispuesto a eliminar cualquier voz crítica que cuestione al príncipe heredero Mohamed bin Salmán. Ni siquiera alguien refugiado en el extranjero y que perteneciera antes a la élite política, como era el caso de Khashoggi, podrá estar seguro.

Khashoggi entró en el consulado saudí para conseguir la documentación que le permitiera volver a casarse. Al abandonar su país, su esposa decidió divorciarse o fue obligada a hacerlo. El periodista pretendía contraer matrimonio con una mujer turca y necesitaba una copia de los papeles del divorcio. Su novia le esperaba frente al edificio. Nunca le vio salir.

La versión inicial saudí es que Khashoggi había dejado el consulado el mismo día en que entró. Es la misma explicación que dio MbS en una entrevista con Bloomberg: «Por lo que sé, entró y salió después de unos pocos minutos dentro o una hora. No estoy seguro. Estamos investigando a través del Ministerio de Exteriores para saber exactamente qué ocurrió».

Un periodista de Reuters fue invitado por el cónsul saudí para que comprobara que Khashoggi no estaba ya en el edificio.

La primera hipótesis es que el periodista había sido secuestrado y sacado del país en secreto. El desenlace fue mucho peor. Medios turcos y extranjeros citan fuentes anónimas que conocen la investigación y que revelaron sus conclusiones. Khashoggi fue probablemente torturado y después asesinado. Sus restos fueron cortados en pedazos para ser extraídos del país.

Las autoridades no tiene pruebas exactas de lo que ocurrió en el interior del consulado. Por las cámaras que rodean el edificio, saben que Khashoggi nunca llegó a abandonarlo. Las imágenes muestran a un coche negro que sale del consulado y en el que podrían haber trasladado su cadáver.

Según la agencia turca Anadolu, quince saudíes, entre los que había diplomáticos, habían llegado a Turquía en dos aviones. Se encontraban en el consulado cuando se produjeron los hechos y abandonaron el país tras el asesinato.

El asesinato de Khashoggi es un mensaje de Bin Salmán a todas aquellas personas cercanas a los círculos de poder saudíes y la familia real para advertirles lo que hará con aquellos que se atrevan a cuestionar su poder, incluso si se refugian en el extranjero. El periodista había sido durante muchos años una persona cercana al Gobierno para el que había servido como director de dos periódicos y asesor de un embajador saudí en Estados Unidos. También había sido destituido en dos ocasiones como responsable del periódico Al Watan, la última en 2010, por publicar artículos críticos con el poder o las autoridades religiosas.

Las medidas tomadas por Bin Salmán al llegar al poder como príncipe heredero y futuro rey lo convirtieron en un crítico al régimen. Sus opiniones no eran muy radicales ni cuestionaban a la familia real, pero hicieron que el Gobierno le prohibiera escribir en medios saudíes o en Twitter. El desencadenante fue una columna en la que advertía de que el Gobierno no debía mostrar un apoyo completo a Donald Trump tras su victoria electoral.

Finalmente, decidió abandonar el país y refugiarse en el extranjero. Su influencia aumentó al empezar a publicar artículos de opinión en The Washington Post, en el que era un colaborador habitual.

En septiembre de 2017, publicó en ese periódico un artículo para explicar las razones de su huida con el título: «Arabia Saudí nunca ha sido tan represiva. Ahora es insoportable».

Marc Lynch no está muy equivocado. La estrecha relación de MbS con Donald Trump y su yerno, Jared Kushner, ha sido utilizada por el príncipe saudí como un aval tanto en el plano interno como en la cruel campaña de bombardeos sobre Yemen y la ofensiva contra Qatar. Al mismo tiempo que MbS se presentó ante los medios de comunicación y los empresarios norteamericanos más importantes como propulsor de las reformas económicas que necesita su país, aumentó la represión contra cualquier persona que pudiera representar una amenaza para su ascenso futuro al trono.

«Si esto es cierto, que los saudíes atrajeron a una persona residente en EEUU a su consulado para asesinarlo, debería representar un cambio fundamental en nuestra relación con Arabia Saudí», ha escrito un senador demócrata, Chris Murphy, en un pronunciamiento poco habitual entre políticos norteamericanos.

Es poco probable que Trump dé ese paso cuando ha secundado todas las iniciativas de MbS, incluidas las más temerarias, y a veces contra el criterio del Pentágono y del Departamento de Estado. Ha llegado a alardear de que el rey saudí no seguiría mucho tiempo en el poder sin la ayuda de EEUU.

Khashoggi sabía que el apoyo de Trump concedía vía libre a MbS para cualquier medida represiva. No pensó que hasta el punto de que él mismo fuera la víctima de un asesinato cometido en una delegación diplomática en el extranjero.

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El Gobierno se embarca en una batalla mediática que no puede ganar

Septiembre fue un mes muy duro para el Gobierno de Pedro Sánchez. Más tarde o más temprano, siempre empieza a llover sobre el Gabinete y el partido en el poder, y a quien le toca sacar el paraguas es al portavoz del Gobierno. Lo que también ocurre con frecuencia es que esa persona siente la tentación de criticar a los que le critican desde los medios de comunicación. Isabel Celaá ha decidido comenzar octubre con una estrategia que rara vez funciona.

En una entrevista en la Cadena SER este lunes, Celaá tuvo la oportunidad de matizar unas declaraciones anteriores de la vicepresidenta Carmen Calvo sobre la posibilidad de «regular» el trabajo de los medios de comunicación. Si bien es cierto que lo definió como una «reflexión», también se despachó a gusto contra las preguntas que recibe en las ruedas de prensa e inevitablemente sacó a relucir las «fake news».

«Estamos en un momento en que el término supuesto o supuestamente ha desaparecido», se quejó Celaá. «Me encuentro cada semana con preguntas que son de entrada condenatorias, cual si fueran sentencias de tribunales. Esto arrolla obviamente la libertad de expresión y toda presunción de inocencia. No podemos consentirlo».

Los políticos son muy exigentes con las preguntas que reciben. No tanto con sus respuestas si no quieren hablar de un tema. «¿En qué beneficia a los españoles que el rey tenga inviolabilidad?», preguntó en una rueda de prensa este diario a la portavoz del Gobierno. Celaá optó por no responder. Cuando otro periodista se lo recordó después, se limitó a decir: «Porque es el jefe de Estado». Y no había nada más que hablar. Seis palabras. Siguiente pregunta.

El inicio de la tempestad

El Gobierno tuvo dos meses relativamente tranquilos en verano. El PP estaba centrado en la sucesión de Mariano Rajoy. Albert Rivera se limitaba a reclamar elecciones anticipadas, una exigencia que pierde impacto cuando se repite cada día.

El 10 de septiembre se desató el diluvio con la información de eldiario.es que desvelaba que la ministra de Sanidad, Carmen Montón, había cursado un máster plagado de irregularidades. Al día siguiente se supo que sus notas habían sido manipuladas en un caso similar al de Cristina Cifuentes. Montón no sobrevivió como ministra a ese día.

A partir de ahí, no dejó de llover: venta de armas a Arabia Saudí (originada por la decisión de la ministra de Defensa, Margarita Robles, de suspender la entrega acordada por el anterior Gobierno), la tesis de Pedro Sánchez (que el presidente podía haber difundido hace mucho tiempo), las grabaciones de una antigua comida del comisario Villarejo –hoy encarcelado– en la que aparecía la ministra de Justicia y las dos casas de Pedro Duque puestas a nombre de una sociedad patrimonial. Esas dos últimas semanas de septiembre se hicieron larguísimas para el Gobierno.

Carmen Calvo con la administradora de RTVE, Rosa María Mateo, en la toma de posesión de esta última.

 

La vicepresidenta Calvo intentó la vía de la huida hacia adelante en los últimos días del mes. Planteó la necesidad de establecer una regulación: «Europa lidera el rumbo. Algunos países en nuestro contexto europeo están empezando a tomar decisiones de regulación, de intervenir. Se lo están planteando Francia, Alemania, Reino Unido o Italia. Están abandonando el famoso pretexto de que la mejor ley para regular la libertad de expresión y el derecho a la información es la que no existe. Debemos tomar decisiones que nos protejan», comentó Calvo.

Lo que pasa en Francia y Alemania

Fue una explicación confusa e interesada. Calvo no tiene muy buena información sobre Europa. Esos gobiernos no se están planteando nuevas leyes. Algunos ya las han puesto en marcha. Alemania aprobó una ley en febrero cuyo objetivo es perseguir delitos de odio y la propagación de noticias falsas en las redes sociales. El Parlamento francés votó en julio a favor de una ley pensada para la información «potencialmente manipuladora» en periodo electoral.

En ambos casos, las leyes francesa y alemana –no diseñadas de forma específica para los medios de comunicación y sí por ejemplo para las noticias que se propagan por internet, sobre todo si el origen está en el exterior– recibieron fuertes críticas por el riesgo de atentar contra la libertad de expresiónLe Monde dijo que el mayor problema reside en que ahora la gente está más dispuesta a creerse informaciones falsas o manipuladas. Ese tipo de leyes siempre tiene un coste político.

«No hablamos de ‘fake news’, porque es un término inventado y popularizado por el presidente norteamericano Donald Trump, en especial con la intención de desacreditar la información publicada por periodistas», dijo Bruno Studer, el diputado del partido de Macron que elaboró el proyecto de ley luego aprobado.

Fuentes de Moncloa ponen la intervención de Calvo en el contexto del acto que se produjo, unas jornadas periodísticas cuyo título era ¿Quién paga la mentira? ¿Es de pago la verdad? «Eran sólo reflexiones y en ningún caso se está trabajando en nada que tenga que ver con limitar la libertad de expresión», dicen esas fuentes.

Las palabras de Carmen Calvo tuvieron consecuencias. La prensa conservadora las recibió con alborozo, es decir, indignación. El ABC y El Mundo les dedicaron sus portadas del día después. Aunque la explicación de la vicepresidenta no era muy clara, los titulares eran categóricos sobre sus intenciones: «Calvo quiere limitar la libertad de expresión de los medios», tituló ABC en portada. «El Gobierno, acorralado, amenaza ahora con amordazar a la prensa», destacó El Mundo como principal noticia del día.

«No deja de darnos caña todo el mundo día sí y día también», dicen las fuentes de Moncloa.

La prensa ha perdido un millón de ejemplares diarios de difusión en la última década, en torno al 60%. Los políticos continúan comportándose como si sus portadas tuvieran el mismo impacto que hace diez años.

Los errores propios

En los casos que más daño han hecho a Sánchez y sus ministros, la responsabilidad sobre su impacto también alcanza al Gobierno. No fueron los medios quienes obligaron a Montón a hacer ese máster, ni los que suspendieron la venta de armas a Arabia Saudí y luego decidieron rectificar.

No fueron los periodistas, sino el ministro Borrell y la ministra Celaá los que ofrecieron la teoría falsa de que las bombas vendidas por España no iban a causar muertes civiles en Yemen porque se trata de «armamento de precisión». Arabia Saudí utiliza precisamente bombas guiadas por láser en sus ataques a la infraestructura civil de ese país y a otros objetivos en los que han muerto un alto número de civiles.

El origen de las grabaciones de Villarejo es un medio digital desconocido con una url cuyo dominio sólo se ha podido comprar con mucho dinero. Hay muchas cosas siniestras en esa historia, pero lo cierto es que la ministra Delgado no ha querido dar explicaciones –tiene pendiente una comparecencia en el Congreso el 10 de octubre–, excepto para decir que se trata de un intento de «chantaje al Estado» y para presumir de todo lo que ha hecho en el Ministerio de Justicia. Llegó a comentar que Villarejo fue condecorado «en varias ocasiones» por anteriores ministerios de Interior. Prefirió no decir que uno de ellos fue el socialista Alfredo Pérez Rubalcaba en cuya época se concedió la condecoración que se celebró en la comida ahora conocida.

En cualquier país europeo, los contactos en el pasado de una ministra con un personaje ahora encarcelado serían considerados como un asunto de interés público. No sólo la existencia de esos contactos, sino su contenido. Sobre todo, si el Ministerio da varias versiones diferentes en cuestión de horas al surgir la noticia.

La tesis de Pedro Sánchez es un tema del que se había hablado con rumores durante años, porque su acceso estaba limitado a un ejemplar guardado en la universidad. Pero no era un secreto, porque un redactor de El Mundo ya la había leído y escrito sobre ella en 2015. ABC denunció que era un plagio, una grave acusación que es muy dudoso que pueda sostenerse.

La pertinencia de sacar a la luz pública la propiedad de dos casas de Pedro Duque y su esposa venía por unas declaraciones anteriores de Sánchez sobre la utilización de sociedades para pagar menos impuestos. La rueda de prensa que dio Duque para explicarse fue un prodigio de improvisación y contradicciones, que dejó sin responder la pregunta de cómo es posible que la sociedad propietaria de los inmuebles no haya contado con ingresos en sus tres últimos ejercicios cuando el ministro dijo que abonaba una cantidad mensual en concepto de autoalquiler.

En la SER, la portavoz del Gobierno hizo su propio resumen de la cobertura de estas noticias: «El periodismo es el principal interesado en utilizar noticias contrastadas. Esto ha desaparecido. Hay una especie de investigación de la vida personal de cada uno de los miembros del Gabinete». Revisar las cuentas de la sociedad patrimonial de Duque es una forma de contrastar una noticia que Celaá parece desconocer.

El acoso y sus precedentes

Isabel Celaá fue consejera de Educación en el Gobierno vasco que presidía Patxi López. Labró una fama de política que llegaba preparada al Parlamento y que se defendía ante la oposición con solvencia. En ruedas de prensa, no pasó por muchos problemas, aunque hay que apuntar que no hay ningún sitio en España en que los periodistas sean tan agresivos como en la capital, lo que por otro lado ocurre en la mayoría de países.

Ahora se encuentra en una situación muy diferente como portavoz de un Gobierno sin mayoría parlamentaria al que la oposición quiere debilitar para que se vea obligado a convocar elecciones en una situación desfavorable. En la última rueda de prensa de septiembre llegó a decir, por el asunto de las grabaciones de Villarejo, que estamos ante «una campaña de acoso al Gobierno incomparable en democracia».

En términos comparativos, los ministros de los gobiernos de Zapatero podrían recordar la teoría de la conspiración del 11M que negaba la autoría yihadista en los atentados –alentada por el PP en función de las circunstancias–, la campaña del PP contra la negociación con ETA, que incluyó la acusación de Rajoy al entonces presidente de que había traicionado a los muertos, y la célebre referencia de «romper España» a cuenta del Estatut de Catalunya, que se repetía como si fuera la banda sonora de una película.

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Donald Trump y la furia del hombre blanco

En los primeros días tras saberse que una mujer había acusado al juez Brett Kavanaugh –elegido por Trump para un puesto vitalicio en el Tribunal Supremo– de un intento de violación ocurrido en los años 80, el presidente de EEUU se mostró inusualmente reservado. Incluso aceptó que Christine Blasey Ford presentara su testimonio ante la Comisión de Justicia del Senado que se ocupaba del proceso de confirmación del nombramiento del juez.

Más pronto que tarde, Trump iba a dejar de contenerse. Tuvo después que permitir que el FBI llevara a cabo una investigación sobre los hechos, sólo durante una semana. Lo hizo obligado por tres senadores republicanos sin cuyos votos Kavanaugh no iba a ser confirmado por el pleno del Senado.

No se ha cumplido una semana, pero ya es suficiente para Trump. En un mitin, procedió a burlarse de Blasey, que es justo lo que los senadores republicanos habían intentado no hacer, o al menos no hacer de forma evidente. Mezcló la dificultad de recordar detalles de hace décadas con algunas mentiras de cosecha propia para describir a esa mujer como alguien de quien no te puedes fiar:

«¿Cómo llegó a la casa? No lo recuerdo. ¿Cómo llegó allí? No lo recuerdo. ¿Dónde está ese lugar? No lo recuerdo. ¿Hace cuántos años ocurrió? No lo sé. No lo sé. No lo sé. No lo sé. ¿Dónde está la casa? En el piso de arriba, en el de abajo. ¿Dónde estaba? No lo sé, pero me tomé una cerveza, es lo único que recuerdo. Y la vida de un hombre ha quedado hecha pedazos. La vida de un hombre está destrozada».

La mayoría de los republicanos había intentado un complicado equilibrio entre la defensa de Kavanaugh y no menospreciar a Blasey. Todo eso empezaba a cansar a Trump. Primero, aconsejó, o quizá ordenó, al juez una actitud más beligerante para su segunda comparecencia ante la Comisión de Justicia. Kavanaugh cumplió con las instrucciones.

No era suficiente para Trump, y en el mitin dejó claro lo que había pensado desde el primer día. Él, un abstemio desde siempre, no sólo obvió los numerosos testimonios que indican que Kavanaugh era en su época de estudiante un tipo de conducta agresiva acostumbrado a emborracharse, sino que sugirió que quien había bebido era la mujer que le acusa.

Las mentiras y la manipulación de la realidad han sido una constante en numerosas declaraciones públicas de Trump. Son también un elemento nuclear de su estrategia política. Acusa a los medios de comunicación de mentir, incluso en temas en los que hay pruebas concluyentes de lo contrario, porque de esa manera inculca entre sus seguidores la idea de que todas las críticas que recibe forman parte de una campaña de sus enemigos políticos promovida por periodistas.

En el caso de una presunta violación, era cuestión de tiempo que pasara a culpar a la víctima y que convirtiera al agresor en víctima.

Con independencia del impacto que tenga esta polémica en futuros resultados electorales, todo es muy previsible en este caso. Una vez más, Trump dedica sus mensajes a los republicanos de raza blanca que están convencidos de que el sistema político les discrimina y favorece a las minorías contra toda evidencia existente. La inmigración, los programas de asistencia social a pobres y ahora los abusos que sufren las mujeres son simplemente el campo de batalla en el que los auténticos norteamericanos están siendo atacados de forma injusta.

Décadas, o siglos, de privilegios (privilegios también de clase) son desdeñados como imputaciones partidistas nada creíbles. Un hombre se comporta como un hombre –eso no impide reconocer algunos pequeños defectos a los que no se debe dar importancia– y es marginado por eso. O peor, su vida ha quedado «destrozada» porque alguien se atreve a denunciar abusos.

Y de ahí proviene esa furia incontenible contra esas presuntas élites progresistas que favorecen a mujeres, negros o latinos. Cuando hay pocos ejemplos de productos salidos de la élite tan evidentes como el juez Kavanaugh o el propio Trump, del que el NYT ha sacado nuevas pruebas que confirman lo que ya se sabía por libros y artículos, que su carrera empresarial no hubiera sido posible sin el patrimonio millonario de su padre (además de una ingeniería fiscal indistinguible del delito de fraude).

Quizá haya ido demasiado lejos. Los senadores republicanos, entre los que hay dos mujeres, de los que depende la confirmación de Kavanaugh han calificado esos comentarios de Trump como inaceptables e inauditos.

No hay que tomarlo como un indicio del sentido de su voto. No sería la primera vez en que los republicanos incómodos con las manifestaciones públicas de su presidente terminan cumpliendo sus deseos por miedo a la reacción de sus votantes.

21.00
El FBI tenía hasta el viernes para entregar su informe sobre la denuncia contra Kavanaugh. No necesitó tanto tiempo, porque el número de testigos a los que ha entrevistado ha sido inferior al esperado. Por ejemplo, no se ha reunido con Christine Blasey Ford ni con Kavanaugh por razones que se desconocen. Según el NYT, los agentes del FBI se pusieron en contacto con diez personas y finalmente entrevistaron a nueve. Tres de ellas estuvieron esa noche en la fiesta en la que se produjo el intento de violación denunciado. No recuerdan lo que ocurrió entonces, hace más de 30 años, o no vieron nada extraño en la conducta de Kavanaugh.

Fue la Casa Blanca la que estableció las condiciones de la investigación al ordenarla al FBI. El texto íntegro de la orden no ha sido hecho público.

Dos senadores republicanos que no habían decidido aún el sentido de su voto parecieron darse por satisfechos con el informe recibido, pero no confirmaron cuál será su decisión definitiva. La interpretación más extendida es que terminarán votando a favor de la confirmación de Kavanaugh para el Tribunal Supremo, lo que puede garantizar la victoria de los republicanos si los demás votan en bloque.

«No hay nada (en el informe) que no supiéramos ya», ha dicho el senador republicano Charles Grassley en la línea en que se han expresado varios de sus compañeros de partido. Los demócratas se sienten estafados. «He leído el informe del FBI. Todo esto es una estafa. Esta investigación mínima y condicionada se ha diseñado para encubrir (el caso), no para descubrir la verdad», ha sido el comentario del senador demócrata Jeff Merkley.

Los republicanos confían en que este sábado el pleno del Senado pueda realizar la votación definitiva.

Sobre esa furia, el programa de humor Saturday Night Live emitió un sketch especialmente certero. Matt Damon interpreta a un Kavanaugh convulsionado por la ira. Resulta divertido, pero no hay que olvidar que es una sátira basada en hechos muy reales.

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Entrevista a Antony Beevor

Demasiada arrogancia. Demasiado difícil. Demasiado lejos. La batalla por los puentes de Holanda en septiembre de 1944 con unidades de paracaidistas lanzadas a un centenar de kilómetros por detrás de las líneas enemigas hasta la localidad de Arnhem (mapa) fue el último gran fracaso de los aliados en la Segunda Guerra Mundial. Antony Beevor, que ya nos ofreció Stalingrado, el Día D, y las batallas de Berlín y de las Ardenas, nos muestra ahora la operación Market Garden, condenada al fracaso por la mala planificación, el exceso de ambición y el ego de Montgomery.

Beevor, nacido en Londres en 1946, habla en esta entrevista sobre La batalla por los puentes, publicada por Crítica, el cine bélico, del que no es un gran entusiasta por las libertades que se toma con los hechos reales, y el Valle de los Caídos. Como historiador, Beevor está a favor de retirar el cuerpo de Franco, pero cree que hay que conservar el lugar de forma que sirva para educar a otras generaciones sobre lo que es una dictadura.

Continúa en eldiario.es

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