Las sanciones económicas nunca han parado a un Ejército en una invasión

En las veinticuatro horas posteriores al anuncio de que Vladímir Putin reconocía la independencia de dos provincias ucranianas, EEUU, Reino Unido y los países de la UE compraron 3,5 millones de barriles de petróleo y productos refinados a Rusia por valor de 350 millones de dólares, según Javier Blas, de Bloomberg. El periodista añadió el cálculo de otros 250 millones por el gas ruso exportado ese día, además de decenas de millones en otras materias primas, como aluminio, carbón, níquel o titanio. Por tanto, después de que Putin tomara una medida que violaba el Derecho internacional y las fronteras de Europa, además de ser un aviso sobre la guerra inminente, la factura de las relaciones comerciales de Rusia con Occidente superaba con mucho los 700 millones de dólares diarios. Es una relación económica casi imposible de romper.

Resulta difícil imponer sanciones económicas a un país que es uno de los principales suministradores de materias primas a Europa, en especial gas y petróleo. Los fondos obtenidos por su exportación han permitido a Rusia aumentar las reservas del país hasta superar los 600.000 millones de dólares, además de modernizar las Fuerzas Armadas, las mismas que ahora avanzan sobre territorio ucraniano. Putin está empleando esos fondos facilitados por EEUU y Europa para crear la mayor crisis internacional en territorio europeo desde 1945. Son las reglas del mercado.

En la última década, se ha repetido en varias ciudades europeas que uno de los factores que podía contener al Gobierno de Putin es que la economía rusa estaba totalmente conectada con las del resto del mundo. No puedes atacar a los países que son tus mejores clientes. En 2014, Putin demostró con la anexión de Crimea que esa dependencia mutua no le impediría tomar las medidas que creyera oportunas para defender la posición de Rusia. En 2022 ha vuelto a ocurrir.

«Son sanciones duras», dijo Joe Biden el jueves al anunciar nuevas medidas contra Moscú. «Tengamos esta conversación dentro de un mes para ver si están funcionando». Para entonces, puede que ya no quede mucho del Ejército ucraniano.

Lo más llamativo de la rueda de prensa del presidente de EEUU fue que admitió que las sanciones no afectaban directamente a la principal fuente de ingresos de la economía rusa. «En nuestro paquete de sanciones, hemos decidido específicamente permitir los pagos de exportaciones de energía. Estamos vigilando de cerca los suministros de energía para comprobar si se producen alteraciones».

Traducción: queremos sancionar a Rusia, pero también necesitamos que los precios de los combustibles y del gas de uso doméstico e industrial no alcancen cotas prohibitivas. Son dos objetivos que no son fáciles de compatibilizar.

«El objetivo es ir a por los grandes bancos (rusos) sin castigar por completo a los mercados globales de energía», ha dicho un alto cargo del Departamento de Estado norteamericano, que afirma que mantener bajo el precio del petróleo, una de las mayores exportaciones rusas, servirá para que Putin no se beneficie del aumento de precios. Putin «podría vender la mitad de su producto, pero al doble de precio», dijo Amos Hochstein. «No sufriría las consecuencias, mientras que EEUU y nuestros aliados sí. Eso no es una victoria. Es un fracaso».

Se trata de una forma de ocultar que por encima de todo la prioridad es defender el interés propio. Evidentemente, impedir una escalada del precio del petróleo y gas beneficia a los gobiernos de EEUU y Europa por su previsible impacto en una inflación que ya alcanza dígitos no vistos en las últimas décadas. El riesgo no es menor: una segunda recesión en los últimos tres años.

El jueves, día del inicio de la invasión, el precio del barril de crudo Brent llegó a superar los 100 dólares, pero luego descendió y el viernes cerró en 94 dólares, una cifra similar a los días anteriores al conflicto. Los presupuestos del Estado en España para 2022 parten de la premisa de un precio medio del barril de 60 dólares.

EEUU y la UE han centrado las sanciones más fuertes en los dos mayores bancos rusos, Sberbank y VTB Bank. El Departamento del Tesoro de EEUU afirmó que el 80% de las transacciones financieras globales en divisas de las entidades financieras rusas se hacen en dólares, con lo que las restricciones les supondrán serias consecuencias. Como las sanciones están concebidas para que no dañen el suministro energético a Europa, se autoriza a que los pagos por las importaciones de gas ruso se hagan a través de instituciones financieras que no sean norteamericanas y que no estén afectadas por las sanciones, por ejemplo, bancos europeos. Putin seguirá cobrando por su gas y petróleo, aunque no a través de sus bancos.

En el plano simbólico, los gobiernos europeos están muy cerca de imponer sanciones personales contra Putin y su ministro de Exteriores Lavrov con las que congelar sus activos en el exterior. Ambos cuentan con bienes suficientes en Rusia para que esa decisión no les afecte demasiado. La fortuna personal del presidente ruso es imposible de cuantificar. Si cuenta con propiedades en el extranjero, están registradas a nombre de familiares, amigos o sociedades pantalla.

Una medida más radical sería expulsar a Rusia del registro internacional de pagos Swift. Eso impediría cualquier pago de importaciones de productos rusos. El ministro francés de Economía dijo el viernes que esa sería la última medida de castigo que se tomaría. Alemania e Italia no la han aceptado hasta ahora. El ministro de Exteriores, José Manuel Albares, afirmó que es una decisión que aún no se ha discutido a fondo y que España estaría a favor de adoptarla.

Ucrania exige el veto a Rusia en Swift. «Todos los que duden ahora sobre si Rusia debería ser expulsada de Swift tienen que comprender que la sangre inocente de hombres, mujeres y niños en Ucrania manchará también sus manos», ha escrito el ministro ucraniano de Exteriores.

La expulsión de Swift tuvo graves consecuencias para la capacidad de Irán de exportar petróleo y recibir el pago correspondiente. No está claro su impacto en una economía de las dimensiones de la rusa, que además podría contar con la colaboración de China para organizar sus transacciones financieras. Pero en la práctica haría imposible que los países europeos pudieran pagar las importaciones de gas ruso. Su exportación tendría que interrumpirse y eso tendría efectos dramáticos en el suministro de gas a los hogares europeos. Europa recibe de Rusia el 40% de su consumo total de gas. Qatar, uno de los grandes productores, ya ha avisado que no está en condiciones de ocupar el hueco que dejaría el fin de esas importaciones.

La medida confirmaría además que Swift, que es ejecutado desde Bélgica, se puede convertir con facilidad en un arma de la política exterior de EEUU, como ya se comprobó con las sanciones a Irán. Eso aceleraría la consolidación de otros sistemas de pagos que no se harían en dólares, algo que no conviene a Washington.

Mientras en la superficie las tropas rusas intentan acabar con la resistencia ucraniana, por debajo los oleoductos siguen haciendo su trabajo. Por dura que sea la retórica europea contra Putin, el negocio no se detiene. Después del fuerte incremento del precio del gas en el primer día de la guerra, el viernes tuvo un claro descenso, superior al 30%, hasta caer a 90 euros el megavatio hora. La previsión para el sábado es que se alcance el más alto nivel de suministro ruso a Europa de los últimos dos meses.

Como dice Javier Blas, «capitalismo en tiempos de guerra». Europa dice que plantará cara a Putin, y lo dice en los términos más rotundos, pero al final necesita su gas.

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Siete mil palabras para entender la visión imperial de Putin

No es habitual que el presidente de un país publique un artículo de 7.000 palabras para explicar su visión sobre un conflicto internacional y que dedique una buena parte de él a sus orígenes históricos varios siglos atrás. Es lo que hizo Vladímir Putin en julio de 2021 con el título «Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos». El texto se envió a todos los miembros de las Fuerzas Armadas rusas en un claro aviso de que algún día tendrían que asumir la misión de defender esa interpretación de la historia. Putin reiteró sus ideas el pasado lunes en el discurso televisado con el que anunció el reconocimiento de la independencia de dos provincias del Este ucraniano.

Para sustentar su firme convicción de que el Gobierno ucraniano no tiene derecho a tomar decisiones políticas que contradigan las ideas en las que se apoyó el imperio ruso a lo largo de siglos, Putin afirma que «rusos y ucranianos forman un solo pueblo». La soberanía ucraniana y sus fronteras reconocidas internacionalmente desde la desaparición de la Unión Soviética son elementos secundarios. «En primer lugar, quiero destacar que el muro que se ha levantado entre Rusia y Ucrania en los últimos años, entre las partes de lo que es esencialmente el mismo espacio histórico y espiritual, son en mi opinión una gran desgracia y tragedia», escribe Putin.

El presidente ruso ha acusado a los países occidentales en numerosas ocasiones de debilitar y aislar a Rusia a través de la ampliación de la OTAN a Europa del Este desde los años noventa. Pero el mayor responsable en tiempos contemporáneos de lo que él llama una tragedia es la revolución bolchevique de 1917, junto a las decisiones tomadas en la formación de la URSS. El lunes, lo reiteró en los términos más claros: «Comenzaré con el hecho de que la Ucrania moderna fue totalmente creada por Rusia o, por ser más precisos, por la Rusia bolchevique y comunista». Lenin es descrito como el responsable de la creación de una federación de repúblicas a las que se reconocía el derecho teórico a la secesión.

El comunismo creó una estructura estatal falsa «que aseguraba la existencia de tres pueblos eslavos separados, rusos, ucranianos y bielorrusos, en vez de una gran nación rusa», escribe en el artículo de 2021. Califica ese hecho como de «robo a Rusia».

Putin no acepta que la voluntad democrática de los ciudadanos de esos tres países pueda vulnerar esa realidad preexistente. Por eso, no menciona el referéndum celebrado en Ucrania en 1991. Con una participación del 84% de los votantes, más del 90% votó a favor de la independencia del país.

La visión imperial de Putin se remonta a los tiempos en que aún no existía Moscú. Viaja mil años atrás para recordar la Rus de Kiev, la federación de tribus eslavas iniciada a finales del siglo IX, cuya mayor extensión alcanzó desde el Mar Báltico hasta el Mar Negro, y que fue finalmente aniquilada por la invasión mongol en el siglo XIII. La religión cristiana ortodoxa cobra un papel esencial en esa comunión cultural y «aún determina hoy en gran parte nuestra afinidad» entre rusos, ucranianos y bielorrusos.

Putin se refiere a hechos históricos probados a los que suma una interpretación mítica de los orígenes de Rusia, un mecanismo de interpretación y manipulación de la historia que ha existido en la mayoría de las naciones europeas. La diferencia es que Putin cree firmemente en ello y fundamenta su política en esa visión del pasado. Por encima de los votos de los ciudadanos en el presente, está la historia y la religión. Ni siquiera las fronteras actuales tienen más valor que el mito sobre el que se ha construido la nación.

La identidad ucraniana no es ya un factor secundario para él, sino que ni siquiera existe o sólo existe para socavar los intereses de Rusia, entendida no como un Estado moderno, sino como una herencia cultural irrenunciable. Putin se muestra despectivo con la idea de Ucrania y llega a decir que el nombre del país procede de la vieja palabra rusa ‘okraina’, que significa periferia, que dice que «aparecía en textos del siglo XII para referirse a territorios fronterizos».

Para justificar la agresión militar iniciada este jueves, Moscú alega que los ciudadanos rusohablantes de Ucrania son atacados en su país y merecen ser defendidos. «No sería una exageración decir que el camino de la asimilación forzada, la formación de un Estado ucraniano étnicamente puro y agresivo hacia Rusia, es comparable a las consecuencias del uso de armas de destrucción masiva contra nosotros», escribe en julio.

Como ha ocurrido en otros conflictos en los países surgidos de la antigua URSS, como Georgia y Moldavia, Putin se arroga el papel de defensor de esas minorías e impone la soberanía limitada de sus gobiernos a la hora de tomar decisiones sobre política exterior y de defensa.

«Putin no puede imaginar que Ucrania no sea parte de la esfera rusa de intereses. Cree que algún día habrá un cambio en la élite política de Ucrania y que Ucrania volverá a Rusia», ha dicho Vigaudas Usackas, un exministro lituano de Exteriores que se reunió con Putin en varias ocasiones cuando era representante de la Unión Europea en Moscú. Por eso, resulta esencial impedir que Occidente aumente su influencia en Kiev a través del ingreso del país en la UE o en la OTAN. Eso supondría alcanzar un punto de no retorno que alejaría a Ucrania para siempre de la órbita rusa.

La gran paradoja es que el ataque militar a Ucrania reforzará aun más los sentimientos nacionalistas ucranianos, como ya ocurrió en 2014, además de convencer a la inmensa mayoría de sus ciudadanos de que Rusia es la mayor amenaza a la supervivencia política y cultural de su país. Al igual que ha ocurrido con otros imperios, el intento de emplear la fuerza militar para sofocar los desafíos a los intereses de la metrópoli sólo servirá para impulsar a sus adversarios.

Sin embargo, en el plano interno Putin mantendrá su posición como gran salvador de Rusia, el único capaz de hacer frente a la humillación sufrida por el país cuando dejó de ser una superpotencia imperial y pasó en los años noventa a convertirse en un mendigo del que Occidente se aprovechó sin recato. Todo desafío a su autoridad será considerado como un desafío a la nación, un elemento esencial en cualquier sistema político autoritario.

Toda la carrera política de Putin ha tenido como gran objetivo revertir las consecuencias de la ruptura de la URSS y la creación de nuevos países independientes liberados del control de Moscú. Con países como Kazajistán, al que envió tropas rusas hace unas semanas para asegurar la supervivencia del Gobierno, le vale con mantener intensas relaciones políticas y económicas. Con Ucrania y Bielorrusia, es diferente. Forman parte del imaginario histórico del imperio ruso. No puede tolerar que abandonen la tutela de Moscú.

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La muerte lenta de Afganistán

Lo que está ocurriendo en Afganistán es un ejemplo de castigo colectivo a la población del país, escribe Larry Elliott. La ruptura de las relaciones económicas con Occidente después de la victoria de los talibanes y la interrupción de la ayuda procedente de instituciones internacionales han condenado a los afganos a una muerte lenta en el que es uno de los países más pobres de Asia:

«En su momento, era obvio que esta retirada de ayuda exterior económica, que suponía casi la mitad del PIB afgano en 2020, tendría un impacto desastroso, y así ha ocurrido.

Mientras el comercio ilegal de opio continúa siendo importante, el resto de la economía prácticamente ha sufrido un colapso. Las empresas han despedido a una media del 60% de sus trabajadores. El precio de los alimentos básicos ha subido un 40%. Más de la mitad de la población necesita ayuda humanitaria y el nivel de pobreza es del 90%. Con mucha diferencia, son los mayores niveles de angustia que se viven en cualquier lugar del mundo. Unicef calcula que más de un millón de niños afganos están en riesgo de morir por malnutrición o enfermedades relacionadas con el hambre».

Elliott cuenta que sí está ayudando alguna ayuda humanitaria de agencias de la ONU y algunas organizaciones benéficas, pero en cantidades absolutamente insuficientes. Calcula que ese montante está en torno al 10% de los 8.500 millones de dólares que el país recibía cada año antes de la llegada de los talibanes al poder.

El desastre económico ha hecho que los que puedan abandonen Afganistán cuanto antes. Desde octubre hasta enero, un millón de afganos han salido del país con destino a Irán a través de dos pasos fronterizos. Otros parten hacia Pakistán. La UE prometió hace unos meses mil millones de dólares, pero el intento de no fortalecer al Gobierno talibán ha hecho que la entrega de la ayuda no haya empezado realmente.

Foto: reparto de ayuda humanitaria por una organización benéfica afgana en Kandahar el 6 de febrero.

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La guerra inminente que anuncia EEUU y que Ucrania aún no ve tan cercana

Boris Johnson tenía ganas de visitar Kiev. Una vez publicado el informe sobre las fiestas de Downing Street durante la pandemia, no tardó mucho tiempo en coger el avión para reunirse con el presidente ucraniano. En la rueda de prensa del martes, el primer ministro británico insistió en defender una idea que es cuestionada por algunos países de la OTAN, el aviso de que las tropas rusas pueden invadir Ucrania en cualquier momento.

«Algunos dicen que estamos exagerando la amenaza. Eso no es lo que dicen los datos de inteligencia. Hay un peligro claro e inminente», dijo Johnson, que añadió después que los preparativos rusos indican «una campaña militar inminente».

Hace una semana, fuentes del Elíseo no ocultaban que no compartían el análisis de Washington y Londres: «Hay una especie de alarmismo en Washington y Londres que no podemos comprender. No creemos que una actuación militar inmediata de Rusia sea probable».

Lo que resulta sorprendente es que el Gobierno ucraniano, obviamente sin interés en ofender a sus principales apoyos exteriores en Occidente, no comparte esas previsiones tan alarmistas. Y lo hace con datos.

Más de 100.000 soldados rusos se encuentran desplegados no exactamente en las cercanías de la frontera con Ucrania, pero sí a una distancia que podrían solventar en no mucho tiempo. Además, otro número importante de ellos ha llegado a Bielorrusia para realizar maniobras con el Ejército local.

Los datos con los que cuenta el Ministerio ucraniano de Defensa plantean al menos que no es cierto que el despliegue ruso carezca de precedentes. Ocurrió lo mismo en la primavera de 2021. «En términos matemáticos, los números son los mismos», ha dicho esta semana el ministro de Defensa, Oleksii Reznikov. «Vemos que hay unos 110.000 integrantes de las fuerzas de tierra si hablamos de los soldados de las FFAA de la Federación Rusa. Si les sumamos la Fuerza Aérea y la Armada, no habrá más de 120.000-125.000 tropas a lo largo de toda la frontera de Ucrania, incluida la frontera administrativa y la república autónoma de Crimea, que está temporalmente bajo ocupación. Lo repito. Son las mismas cifras que observamos en la primavera de 2021».

La semana pasada, el presidente ucraniano Zelensky se quejó de que las previsiones norteamericanas eran exageradas. La diferencia se hizo aun más acusada el jueves cuando el Pentágono elevó aún más la alerta al anunciar que Rusia contaba ya con tropas suficientes como para invadir toda Ucrania, no sólo las regiones orientales del país.

Zelensky afirmó que el alarmismo podía ser contraproducente, porque ya lo estaba siendo para la economía ucraniana. «El pánico es la hermana del fracaso», apuntó el secretario general de su Consejo de Seguridad Nacional.

El Gobierno ucraniano tiene claro que el principal factor disuasorio sería recibir más armas defensivas con las que reforzar la capacidad de respuesta de su Ejército. Washington ha apostado también por una ofensiva de propaganda en todo el mundo, que da por hecho que la invasión es cuestión de semanas, quizá después de los Juegos de Invierno de Pekín, y por la amenaza de ampliar las sanciones económicas contra Rusia hasta niveles nunca vistos.

En esa línea de actitudes muy diferentes, el Gobierno de Kiev consideró exagerada la decisión de EEUU, Reino Unido y Canadá de retirar al personal diplomático no esencial de sus embajadas. Zelensky dijo que los diplomáticos deberían ser los últimos en abandonar un barco «y no creo que tengamos aquí un Titanic».

No importa lo alta que sea su moral de triunfo, una invasión rusa sería una catástrofe para los ucranianos. Llevan arrastrando un conflicto desde 2014 en el que su Gobierno no ha sido capaz de impedir la partición de hecho del país y la pérdida de Crimea. Kiev necesita que los ciudadanos no den por hecho que están condenados a otra tragedia nacional y que sigan confiando en su Gobierno, un sentimiento que no ha estado muy extendido en la última década.

En el plano político, Zelensky teme que se extienda fuera del país la idea de que la guerra es inevitable en estos momentos, por lo que recibiría la presión para aceptar las condiciones rusas que se planteen en una hipotética negociación.

Sea por la discrepancia con Kiev o por cualquier otra razón, la portavoz de la Casa Blanca sorprendió el miércoles a los periodistas con el anuncio de que el Gobierno no va a calificar más de inminente la posibilidad de una invasión rusa. Jean Psaki dijo que el uso de esa palabra estaba enviando un mensaje que no era el que se deseaba transmitir. Si eso es así, han tardado mucho en darse cuenta de esta disonancia.

Más allá de esta tardía declaración, EEUU se mueve en una dinámica distinta a la de Ucrania. Una guerra inminente traslada la presión a países como Francia y Alemania, que desconfían de las intenciones de los países anglosajones. Algunos conservadores británicos han enarbolado el recuerdo del apaciguamiento de Neville Chamberlain con la intención de denunciar cualquier intento de complacer a Putin para alejar el peligro de un conflicto bélico. Hay políticos en Reino Unido que siempre están combatiendo en la misma guerra.

Cuanto más se habla de una guerra, más fácil es que se produzca, sobre todo si se da por hecho que el enfrentamiento ha llegado demasiado lejos como para que la diplomacia pueda ya surtir efecto.

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Rusia, la OTAN y un viejo motivo de división en la izquierda española

Hubo un tiempo hace décadas en que la falta de canales diplomáticos operativos entre EEUU y la URSS puso al mundo en situaciones de máxima tensión. La crisis de los misiles de Cuba es un ejemplo conocido. En una época anterior, la Primera Guerra Mundial demostró lo que podía pasar cuando los países enfrentados desconocían el potencial militar real de sus adversarios y, en el caso del imperio austriaco, incluso el propio. El mundo de hoy es diferente. Todo se retransmite en directo, cada declaración pública recorre el planeta en cuestión de segundos a lomos de internet, pero persiste el riesgo de que la apuesta por las soluciones militares en algunos conflictos termine por neutralizar los intentos bien publicitados por resolverlos por la vía de la diplomacia. Eso vale para la confrontación actual entre Rusia y la OTAN, y también para comprobar su impacto en la política española.

Lo ocurrido en los últimos días ha resucitado uno de los factores de división que han existido desde los años ochenta entre el PSOE e Izquierda Unida y que se han trasladado al interior del actual Gobierno de coalición. Los socialistas siempre han sido atlantistas desde que Felipe González convocó el referéndum para que España continuara dentro de la OTAN. A su izquierda, en la posición que ahora ocupa Unidas Podemos, siempre se ha rechazado la participación en las estructuras de la Alianza Atlántica y la colaboración militar con EEUU a través de sus bases en España. Hasta ahí, todo normal y hasta rutinario.

Lo llamativo de la crisis que se produce en estos momentos es que todos los partidos españoles apuestan por reclamar que se resuelva con argumentos diplomáticos, es decir, hacer todo lo posible para que no termine solventándose con el uso de la fuerza. Pero eso no quiere decir que todos piensen igual, ni siquiera dentro del propio Gobierno.

«Este conflicto sólo puede resolverse a través del diálogo, la distensión y el convencimiento de que la paz es el único camino», decía el comunicado que firmaron el viernes varios partidos de izquierda, incluido Unidas Podemos, con el que rechazaban «el envío de tropas españolas al Mar Negro y Bulgaria». Pedro Sánchez habló este fin de semana con el secretario general de la OTAN. Según Moncloa, le transmitió «su apuesta por el diálogo y su confianza en que la diplomacia es el camino para la desescalada».

Moncloa difundió cuatro fotografías del presidente hablando por teléfono para ilustrar sus llamadas a Jens Stoltenberg y Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea. Este es un truco de imagen que usan mucho los líderes mundiales. Foto con el teléfono en la mano (¿estaba posando o le hicieron la foto durante la llamada?). Mirada de preocupación. Ropa informal si es en fin de semana. Muy poca información. He llamado a (inserte nombre de jefe de Estado o de Gobierno) para hablar del conflicto de (inserte nombre de país en problemas). Lo hizo por ejemplo David Cameron por una llamada de Obama y eso dio lugar a una broma genial en la que participó el actor Sir Patrick Stewart. Ya se sabe que la gente le saca punta a todo.

Es sencillo hablar en favor de la paz. De hecho, es imprescindible. Sin embargo, todo cambia cuando se explica cómo conseguirla. En ese punto, los gobiernos no suelen ser tan precisos y al ciudadano le falta información sobre cuál es la posición esencial que justifica adoptar un despliegue militar. El Gobierno afirma que España debe cumplir sus obligaciones como miembro de la OTAN y colaborar con sus aliados. Eso es lo que justificaría la salida esta semana de la fragata Blas de Lezo con destino al Mar Negro para participar durante dos meses en una misión de la OTAN cuyo objetivo es mantener la presión sobre Rusia.

Centrado en la crisis económica de hace una década, el Gobierno de Mariano Rajoy no ocultó su falta de interés por implicarse en las crisis de Europa del Este. Sánchez quiso hacer ver que pretendía tener un papel en esa zona a la altura de sus aspiraciones de contar con influencia en los temas europeos. En julio de 2021, se desplazó a Letonia y Lituania en el viaje en que una rueda de prensa con el presidente lituano tuvo que ser finalizada de forma abrupta por el despegue de emergencia de una patrulla aérea.

Lo que no ha hecho Sánchez es explicar qué opina su Gobierno sobre el asunto que está en la base de esta crisis. ¿Está a favor de un futuro ingreso de Ucrania en la OTAN? ¿Cree que la UE debe plantar cara a Rusia y negarse a su veto a futuras ampliaciones de la organización militar? Quizá el ministro de Exteriores arroje algo de luz al respecto en su comparecencia de este martes en la Comisión de Exteriores del Congreso. También es posible que se mueva en una zona ambigua para no ofender a EEUU o a Rusia, una de las opciones a las que recurre la diplomacia española para no tener que definirse.

El comunicado de Unidas Podemos y otros partidos como ERC, EH Bildu y Más País sí se refiere a esos asuntos polémicos. Se opone a una futura integración de Ucrania en la OTAN por ser «una ruptura de los compromisos de la propia organización». Esto es algo que siempre ha sostenido Rusia sobre el acuerdo con que Washington y Moscú pactaron la reunificación alemana.

Nunca se firmó ningún tratado en el que la OTAN renunciara a su ampliación hacia el Este. Pero lo que sí ocurrió fue que los dirigentes de EEUU, Francia y Reino Unido prometieron a Mijaíl Gorbachov que no se produciría.

«Antes de pronunciar unas pocas palabras sobre el asunto alemán, quiero destacar que nuestras políticas no pretenden separar a Europa del Este de la Unión Soviética. Ya tuvimos esa política antes. Pero hoy estamos interesados en construir una Europa estable y hacerlo junto a ustedes», dijo el secretario de Estado norteamericano, James Baker, a Gorbachov en mayo de 1990. Baker había dicho en febrero de ese año que la OTAN no se iba a mover «ni una pulgada hacia el Este».

EEUU y los países europeos estaban concentrados en poner en marcha una nueva relación con la URSS –y después con Rusia– que permitiera la reunificación de Alemania. Años después, se olvidaron de esos compromisos verbales. La imagen de Rusia en los países occidentales cambió además por completo cuando Vladímir Putin tomó decisiones en países como Georgia, Moldavia o Ucrania que dejaban claro que no permitiría que esos países abandonaran la esfera de influencia rusa.

Podemos también pide medidas «que satisfagan a ambas partes en la frontera entre Rusia y Ucrania». Eso a día de hoy es imposible, porque Ucrania exige poder extender su soberanía a las regiones orientales que perdió en 2014 por la intervención militar rusa, así como la península de Crimea anexionada por Rusia, mientras que Moscú no renunciará a ese control si la OTAN no se compromete a impedir la entrada de Ucrania en la alianza.

Las próximas semanas pondrán a prueba la apuesta del Gobierno y el PSOE por las vías diplomáticas. El camino irreversible hacia una guerra aún no se ha iniciado por muy alarmantes que sean las informaciones de los medios de comunicación. Aun así, puede ocurrir que Washington o Moscú, o ambos, decidan que una intervención militar, por limitada que sea, es una opción inevitable para obtener sus objetivos. Es seguro que Sánchez se sentirá obligado entonces a mantenerse junto a sus aliados. Sólo entonces empezará a tener claro el precio político que tendrá que pagar en España.

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¿Existe el riesgo de un ataque ruso inminente a Ucrania o alguien quiere fomentar el pánico?

Primero, llegó el anuncio norteamericano que sostenía que el Gobierno ruso estaba preparando una provocación en territorio ucraniano que justificara su invasión. Eso que se suele llamar «un ataque de falsa bandera». No se aportaron pruebas concretas sobre la operaci´ón. Unos días después, fue el Gobierno británico el que denunció otro supuesto plan secreto. En esa trama, Moscú estaría intentando colocar en el poder en Kiev, obviamente por la fuerza, a un dirigente ucraniano cercano a las tesis de Moscú. Incluso daban su nombre, Yevhen Murayev. Tampoco se han presentado pruebas, más allá del nombre del exdiputado.

En Ucrania, esta última información se ha recibido con escepticismo o simple incredulidad. Murayev es un exdiputado que militó en el partido del expresidente Yanukovich. Después fundó otra formación sin mucho éxito en las urnas. A día de hoy, parece un personaje de escaso nivel político que no tendría ninguna capacidad de recabar apoyos por sí solo.

La utilización de informaciones de los servicios de inteligencia norteamericano y británico no puede ser una garantía después de lo que ocurrió antes de la invasión de Irak. Eso no ha impedido que aparezca en múltiples titulares. La Administración de Joe Biden las ha utilizado para justificar el despliegue militar con el que contrarrestar la presencia de decenas de miles de soldados rusos a lo largo de la frontera con Ucrania. También ha aumentado el temor a que no falte mucho tiempo para que se desencadene un conflicto bélico.

En Francia no piensan igual, según fuentes del Elíseo citadas aquí: «Hay una especie de alarmismo en Washington y Londres que no podemos comprender. No creemos que una actuación militar inmediata de Rusia sea probable. Sólo queremos que se tenga en cuenta nuestra interpretación antes de que se acuerde una posición común occidental».

Es significativo que varios expertos militares ucranianos, incluido un exministro de Defensa, comparten la visión francesa. Sin intentar reducir la gravedad de la amenaza rusa, tampoco creen que una operación militar rusa a gran escala sea probable «en las próximas dos o tres semanas».

El secretario general del Consejo de Seguridad Nacional de Ucrania es de la misma opinión. Oleksi Danilov afirma que algunos aliados de Kiev están fomentando «el pánico» con informaciones sobre un ataque inminente que en el fondo sirve a los intereses de Moscú.

Por el contrario, resulta obvio que EEUU está moviéndose con la máxima urgencia. En la noche del lunes, Biden celebra una reunión por videoconferencia con los líderes de Francia, Alemania, Reino Unido, Italia, Polonia y la Unión Europea, además del secretario general de la OTAN.

En la mañana del lunes, el NYT informó de que Biden está estudiando el envío de miles de tropas norteamericanas (entre 5.000 a 10.000) a países miembros de la OTAN en Europa del Este. Es decir, no a Ucrania. El secretario de Defensa, Lloyd Austin, contó horas después que se ha situado a 8.500 soldados en estado de alerta, aunque no hay aún nada decidido sobre su traslado a Europa.

La lógica de ese despliegue es más política que militar. Nadie se imagina que Rusia vaya a invadir a un país que forma parte de la OTAN. Es útil para extender la idea de que ha llegado la hora de tomar decisiones en el campo militar para ponerse a la altura del despliegue ruso. Ofrece una imagen de contundencia en el Gobierno de Biden que contrastaría con el caos y la sensación de derrota que acompañó a la retirada de sus tropas de Afganistán.

Y deja un espacio muy escaso para que la diplomacia pueda encontrar un desenlace político a un conflicto entre Rusia y Ucrania que lleva enquistado siete años desde la intervención militar rusa en el este del país vecino.

Foto superior: camiones rusos se dirigen a Bielorrusia el 24 de enero para participar en unas maniobras conjuntas.

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Se estrecha el cerco de los diputados tories rebeldes sobre Boris Johnson

Nada motiva más a un diputado tory a la hora de pensarse si debe decapitar a su líder que saber que es la única manera de conservar su escaño. Los más de veinte diputados que ganaron en las elecciones 2019 en circunscripciones anteriormente dominadas por los laboristas, en lo que se suele llamar el ‘muro rojo’ (red wall) se han conjurado para provocar el cese de Boris Johnson. Uno de ellos no ha esperado más. Christian Wakeford ha anunciado en la mañana del miércoles que se pasa a las filas laboristas.

La movilización de estos diputados novatos, que se reunieron el martes, hace más probable que se supere el umbral de 54 diputados que se exige para convocar una votación con el objetivo de forzar la dimisión de Johnson como líder del partido y por tanto como jefe de Gobierno.

La encuesta de Channel 4 centrada en los escaños del ‘muro rojo’ confirma los temores de esos diputados.

La impresión hasta hace unos días es que la mayoría de los diputados conservadores prefería esperar al resultado de la investigación que lleva a cabo Sue Gray, la segunda secretaria permanente del Gabinete. Gray es funcionaria del Civil Service y por tanto se la considera una figura independiente. Las últimas palabras de Johnson en una entrevista en Sky News, negando que alguien le dijera que se iba a celebrar el 20 de mayo de 2020 una fiesta que contravenía las reglas Covid impuestas por el Gobierno, han contribuido a enfurecer aún más a los diputados que creen que el primer ministro les ha mentido, a ellos y al Parlamento.

The Sunday Times informó el domingo de que al menos dos personas en Downing Street dijeron a Johnson que la fiesta de mayo contravenía las normas y no debía celebrarse. El primer ministro les respondió que no era para tanto y que estaban sobreactuando.

Este fin de semana, Downing Street se ocupó de filtrar a los periódicos su intención de lanzar unos cuantos huesos a los diputados para tranquilizarlos. Es decir, contarles lo que quieren escuchar sobre sus futuros proyectos. En primer lugar, congelar durante dos años el presupuesto de BBC e incluso amenazar con eliminar en el futuro la tasa que paga cada ciudadano. El ala derecha de los tories siempre ha considerado a BBC como uno de sus más cordiales enemigos. Hay otros como Rupert Murdoch que llevan tiempo presionando a Johnson para que haga algo al respecto.

Fue la viceministra de Cultura, Nadie Dorries, fiel aliada de Johnson, la que hizo públicos los cambios sobre la radiotelevisión pública sin que hayan sido discutidos antes dentro del Gobierno. Lo hizo con el estilo despectivo con que los conservadores más radicales se refieren a la BBC.

Además, se anunció que se utilizarán unidades navales militares para impedir la llegada de pateras con inmigrantes al Reino Unido, una medida de dudoso encaje legal, porque cualquier barco, militar o civil, está obligado por el Derecho internacional a socorrer a las embarcaciones que estén en peligro.

Por lo visto en los últimos dos días, estos regalos no han tenido el efecto deseado. Johnson ha vuelto a intentarlo este miércoles con el anuncio del fin de la mayoría de restricciones de la pandemia. Una vez que la ola de contagios por Ómicron ha pasado en Reino Unido su punto más alto de contagios y lleva un tiempo descendiendo, la nueva situación permite cerrar la mayoría de los centros de test y poner fin a medidas como la recomendación del teletrabajo y el uso de pasaportes Covid en los locales de ocio a partir de 26 de enero.

Será la última oportunidad de Boris para calmar la tormenta interna o para ganar la votación si las firmas de 54 diputados obligan a celebrarla.

20.00

La sesión matutina del Question Time de esta mañana ha ofrecido un momento singular. El diputado conservador y exministro David Davis ha reclamado con vehemencia la dimisión de Boris Johnson con un llamamiento final: «En el nombre de Dios, vete». Si suena demasiado melodramático o procedente de otra era, es porque es así. El mensaje completo utilizado no es suyo, sino que forma parte de otro conocido y exitoso intento de deshacerse de un primer ministro tory. Fue lo que Leo Amery dijo a Neville Chamberlain en 1940.

Y en realidad su auténtico origen es anterior, nada menos que de Oliver Cromwell en 1653.

La deserción de un diputado tory ha supuesto un cierto alivio para Johnson. Por un lado, suponía una humillación, pero al serlo también para todo el partido ha hecho que la bancada conservadora haya estado especialmente agresiva contra la oposición. Un breve cierre de filas con el que pasar la vergüenza.

No hay que dar por sentado que los rebeldes terminarán reuniendo las firmas necesarias para que se convoque una moción de censura. Muchos diputados que dan a Johnson por imposible prefieren esperar a ver qué sucede en las elecciones municipales de mayo. Una amplia derrota sería entonces el momento perfecto para el regicidio.

Otro factor que tienen en consideración es que si Johnson supera la moción, no podrá presentarse otra en los próximos doce meses. Se trata de una norma interna del grupo parlamentario. ¿Cuál es la última noticia del día? Se está estudiando cambiarla para reducir a seis meses el periodo de tiempo mínimo a la espera de otra moción de destitución. Sólo necesitan una votación para cambiarlo, que podría celebrarse la próxima semana.

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El discurso de Martin Luther King

The Nerdwriter hace excelentes análisis sobre cine. Aquí examina el famoso discurso de Martin Luther King en la Marcha de Washington de 1963, el que es conocido por las palabras «I have a dream». Son 1.667 palabras de un discurso pronunciado en 17 minutos. Es un texto de gran contenido poético en especial por su ritmo, pero en el que también es capaz de utilizar frases y expresiones que sabe que su público entenderá.

Desde la primera frase, el texto está emparentado con Abraham Lincoln y su discurso de Gettysburg, y después se refiere a todas las promesas que los negros recibieron en Estados Unidos y que nunca se habían llegado a cumplir por entero, a las que relaciona con los «bad checks», los talones sin fondos que muchas de esas personas habrían recibido alguna vez.

La aliteración y la anáfora son herramientas que emplea con frecuencia, que pueden ser muy efectivas en un discurso, aunque en un texto escrito no tengan el mismo valor, explica Nerdwriter. Hay hasta una referencia a la famosa frase del «invierno del descontento», de Shakespeare en ‘Ricardo III’, aunque utilizada de forma que la audiencia sepa a qué se está refiriendo.

Si la clave de un discurso es que tu audiencia lo entienda todo, el de MLK lo consigue, y esa es una de las principales razones formales por la que su efecto aún perdura.

Texto íntegro del discurso traducido al español.

Texto del discurso en inglés.

Vídeo del discurso subtitulado en español.

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De Guantánamo a Xinjiang

Spencer Ackerman escribe sobre los veinte años en que ha estado en funcionamiento la prisión de Guantánamo, uno de los símbolos más poderosos de la Guerra contra el Terror promovida por EEUU desde los atentados del 11S. 780 presos han pasado por sus instalaciones en la base situada en territorio cubano desde que entrara en funcionamiento el 11 de enero de 2002. Desde entonces, 731 han sido transferidos a otros lugares. Nueve murieron mientras estaban en la prisión. 39 permanecen allí.

El periodista traza una línea continua entre la cárcel de Guantánamo y las prisiones secretas de la CIA enclavadas en varios países del mundo durante varios años:

«El Pentágono en los últimos veinte años ha insistido con frecuencia en las diferencias entre Guantánamo y las prisiones secretas de la CIA. Las fuentes oficiales sostienen que nadie ha sufrido ‘waterboarding’ en Guantánamo y que ahora –aunque no en septiembre de 2003– los detenidos en Guantánamo cuentan con asesoramiento legal, por todo lo que pueda servir para los 39 hombres que aún están allí. (…)

Pero, a pesar de todas las objeciones del Pentágono, la herencia de la CIA llega hasta Guantánamo. La lógica de la CIA en las prisiones secretas era la lógica militar de Guantánamo: un lugar fuera del alcance de la ley. Los procedimientos de interrogatorio en Guantánamo –el uso de perros, el asalto sexual, la privación del sueño, etc.– eran copias en casete de las brutales técnicas de tortura en estéreo de la CIA. El personal médico de la CIA mantenía vivos a los detenidos para que soportaran otra sesión de tortura. El personal médico militar de Guantánamo administraba alimentos por la fuerza a los detenidos (en huelga de hambre) de una forma que ha sido descrita como tortura, todo para que los detenidos no pusieran en evidencia a EEUU al morir encarcelados.

Aun más importante es el hecho de que Guantánamo y las prisiones secretas (de la CIA) encerraron a muchas de las mismas personas, hombres como Majid Khan y Abu Zubaydah, para los que el cautiverio en manos de la CIA fue relativamente breve y el cautiverio militar, relativamente extenso. Al principio de la Guerra contra el Terror, la CIA, al temer las revelaciones, se preguntó qué pasaría con varias de las personas a las que había torturado demasiado como para ser liberadas. Para muchos de ellos, la respuesta fue Guantánamo».

Ackerman cita las palabras de Omar Deghayes, uno de los antiguos presos de Guantánamo puestos en libertad que se reunieron hace unos días para compartir su experiencia. Deghayes, hijo de un abogado que fue ejecutado por el Gobierno de Gadafi, es un libio con residencia legal en Reino Unido que fue detenido en Pakistán en 2002 y enviado a Guantánamo, donde pasó cinco años antes de ser puesto en libertad.

«A causa de Guantánamo», dice Deghayes, «China pudo hacer lo que hace ahora contra los musulmanes. Utilizan el mismo argumento, la misma analogía: ‘Estos musulmanes son malos, son extremistas, hay que internarlos en campos'».

Al igual que en EEUU, el Gobierno chino utilizó un atentado masivo –31 personas fueron asesinadas y 141 resultaron heridas por terroristas uigures en una estación de tren en 2014– para lanzar una campaña «contra el terrorismo, la infiltración y el separatismo» que no se limitó a los grupos armados de Xinjiang, sino que se extendió a toda la población musulmana de la región.

´Los documentos oficiales chinos conocidos demuestran que Xi se inspiró en algunos elementos de la respuesta norteamericana al 11S.

«Debemos ser tan duros como ellos», dijo Xi en una reunión con dirigentes del partido refiriéndose a los enemigos del Estado, «y no demostrar ninguna misericordia».

Foto superior: manifestantes frente a la Casa Blanca piden el cierre de la prisión de Guantánamo el 11 de enero. Foto: EFE.

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Kazajistán: una revuelta popular y una purga en la cúpula del poder

Policías antidisturbios en una calle de Almatí el 5 de enero. Foto: EFE

Vladímir Putin no ha querido que se extienda la idea de que la intervención militar para sostener al Gobierno de Kazajistán se ha producido simplemente por la aplicación automática de los tratados de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva que integran Rusia, Armenia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán.

En una videoconferencia con los líderes de los seis países, Putin ha descartado que se trate de una crisis interna causada por los problemas económicos de Kazajistán. Los acontecimientos «no han sido los primeros ni serán los últimos intentos en interferir en los asuntos internos de nuestros estados». El contexto en que el presidente ruso ha puesto la crisis está claro: «No dejaremos que nadie desestabilice la situación en nuestra casa y no permitiremos que se produzca el escenario de la llamada revolución de color». dijo Putin en alusión a lo que ocurrió en Ucrania.

El análisis no coincide con los hechos que desencadenaron las primeras protestas en la zona occidental de Kazajistán, la región en la que se encuentran las principales explotaciones petrolíferas del país. El aumento del precio del gas licuado, que se emplea como combustible en vehículos y la calefacción de los hogares, desencadenó manifestaciones y ataques a edificios gubernamentales, así como huelgas en el sector de energía.

En un artículo de Zanovo Media publicado por Jacobin, entrevistaron el 6 de enero a Aynur Kurmanov, uno de los dirigentes del Movimiento Socialista de Kazajistán:

«No hay prácticamente inversión en el desarrollo de la región: es una zona de gran pobreza. Sus empresas empezaron el año pasado a afrontar una optimización a gran escala. Los empleos se recortaron, los trabajadores empezaron a perder sus salarios y bonus, y muchas compañías pasaron a ser empresas de servicios. Cuando la empresa Tengiz Oil en la región de Atyrau despidió de golpe a 40.000 empleados, se produjo un auténtico shock en el oeste de Kazajistán. El Estado no hizo nada para impedir los despidos masivos.

Debemos tener en cuenta que la zona oeste del país cuenta con altos porcentajes de desempleo. A causa de las reformas neoliberales y las privatizaciones, la mayoría de las empresa ha cerrado. El único sector que aún funciona es el petrolífero. Pero está en manos del capital extranjero en su mayor parte. Hasta el 70% del petróleo de Kazajistán se destina a los mercados occidentales y la mayoría de los beneficios van a los propietarios extranjeros.

Hay que entender que un trabajador del sector petrolífero alimenta a de cinco a diez familiares. El despido de un trabajador condena automáticamente al hambre a su familia. No hay otros empleos, excepto en el sector petrolífero y en los sectores que les prestan servicios».

Kazajistán está considerado el país más rico de Asia Central con un PIB per cápita de 27.000 dólares. El Estado cuenta con unas reservas cercanas a los 35.000 millones de dólares. Las multinacionales petrolíferas no tienen ningún interés en que la inestabilidad política afecte a sus cuantiosas inversiones. ExxonMobil y Chevron han invertido decenas de miles de millones de dólares en las explotaciones petrolíferas situadas en el oeste del país. Un consorcio internacional dirigido por Chevron tiene en marcha un proyecto para ampliar el campo petrolero de Tengiz con un coste total de 37.000 millones, una de las mayores inversiones actuales en el sector en el mundo.

En la entrevista, Aynur Kurmanov no cree las historias sobre divisiones en la élite política ni que Nursultán Nazarbáyev, de 81 años, haya abandonado las riendas del poder. Es posible que eso fuera cierto antes de esta crisis, pero algunos hechos desmienten ahora esa interpretaci´ón. Nazarbáyev fue el presidente de Kazajistán desde 1990 a 2019. Antes había sido el primer secretario del Partido Comunista en Kazajistán desde 1980.

El presidente, Kasim-Yomart Tokáyev, destituyó en los primeros días de la crisis a Nazarbáyev de su puesto al frente del Consejo de Seguridad Nacional. Fue un parricidio político, ya que Tokayév había sido elegido personalmente para el cargo por el único presidente que había conocido el país desde el fin de la URSS. Después hizo lo mismo con el jefe de los servicios de inteligencia, Karim Masimov, que había sido dos veces primer ministro y que formaba parte del clan que defendía los intereses de la familia del expresidente. Un día después, Masimov fue detenido y acusado de «traición» por las autoridades.

Las manifestaciones comenzaron en la región oeste del país, pero se extendieron con gran violencia a Almatí, la mayor ciudad kazaja y capital del Estado hasta 1997, hasta que fueron eliminadas por la policía y el Ejército. Algunos de sus protagonistas no tienen ninguna relación con el movimiento de trabajadores que impulsó la revuelta, sino con grupos criminales. Fue el caso de Arman Dzhumageldiev, alias Arman El Salvaje, un líder mafioso muy conocido en el país, que fue identificado por un activista kazajo de derechos humanos citado por el NYT como uno de los promotores en la calle de los asaltos a instalaciones oficiales.

Es difícil que un delincuente con la amplia carrera delictiva de Dzhumageldiev hubiera sobrevivido durante años sin la connivencia de los servicios de inteligencia que dirigía el destituido Masimov.

El Gobierno de Tokáyev ha denunciado una conspiración exterior con fuerzas entrenadas en el extranjero, así como «un intento de golpe de Estado». Se ha referido a «grupos terroristas». En un intento muy rápido de demostrar que los promotores de la violencia venían de fuera, presentó en la televisión pública a un detenido originario de Kirguistán. En realidad, se trata de un pianista de jazz conocido en su país y que ha actuado en ocasiones anteriores en Kazajistán. Su rostro mostraba señales evidentes de haber sido golpeado.

Tokáyev, de 68 años, es sin duda una carta mucho más sólida que el anciano Nazarbáyev y su círculo familiar para que Kazajistán siga enclavada en la alianza de seguridad que dirige Moscú. El presidente ya dejó claro el sábado a Putin que controla perfectamente la situación y eso es lo único que el Gobierno ruso necesita saber, por mucho que hable de intentos de resucitar una «revolución de color».

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