La eliminación del auténtico legado de Martin Luther King

Cada año ocurre lo mismo en EEUU: el intento de despolitizar a Martin Luther King para que se olvide su mensaje político y por qué hoy sigue siendo actual. Un ejemplo entre muchos es este artículo de opinión publicado en la web de Fox News con el argumento de que este lunes (el Día de Martin Luther King en EEUU) era «un día para la unión nacional, no para la división política».

Muchos congresistas republicanos tuitearon mensajes en honor del día de King, incluidos aquellos que nunca han mostrado mucha preocupación por las proclamaciones racistas de Donald Trump. Eso afecta también a la última polémica sobre los «países de mierda», en referencia a países africanos. El propio Trump grabó el mensaje de rigor recordando al líder de los derechos civiles en los años 60. El presidente utilizó el día festivo para jugar al golf, como es su costumbre.

King es una especie de santo laico en EEUU por ser el símbolo de la lucha contra el racismo. Por eso mismo, su figura es desnaturalizada, encerrada en la época histórica en que vivió para que no contamine los acontecimientos actuales. Si hay algún hecho del presente que se puede relacionar con el legado de King (el racismo que existe ahora, Black Lives Matter, la guerra, la desigualdad económica…), de inmediato los políticos y medios conservadores se apresuran a afirmar que no se debe «politizar» su mensaje. Como si fuera George Washington o Abraham Lincoln, lo convierten en un protagonista del pasado que poco tiene que ver con el presente.

De ahí que muchos destaquen sus palabras en favor del amor y en contra del odio. ¿Quién no está a favor del amor?

Es lo mismo que ocurrió tras la muerte de Nelson Mandela. Conviertes a alguien en un símbolo patrimonio de todos para que a nadie se le ocurra recordar sus ideas. La figura es sagrada, intocable. Y para ello, sus ideas sobre cómo defender los derechos ante una injusticia son apartadas.

Algunos datos sobre lo que decían las encuestas a cuenta de la opinión de los norteamericanos sobre King son muy reveladores. Su posición de partida sobre los derechos de los negros recibía a principios de los años 60 un apoyo amplio, pero no mayoritario. Según Gallup, un 41% tenía una opinión favorable sobre él en mayo de 1963, y un 37% la tenía desfavorable. En julio de 1964, el presidente, Lyndon Johnson, firmó la Ley de Derechos Civiles, un momento de la máxima importancia histórica, pero que tuvo menos repercusiones sobre el terreno en el sur de EEUU de lo que nos podemos imaginar.

Un mes después, los datos de Gallup no habían cambiado mucho. Un 44% se mostraba favorable a King y un 38% en contra (los datos aquí, vistos gracias a Matthew Yglesias). En octubre de 1964, King recibió el Premio Nobel de la Paz.

Muchos pensaron que la Ley de Derechos Civiles era el final de un camino. La ley había consagrado el fin de la segregación racial. Seguía existiendo en la realidad, pero no en los textos legales. Problema solucionado para los políticos de Washington y probablemente para la mayor parte de los ciudadanos.

No para King y los suyos. Como sabrán los que hayan visto la película ‘Selma’ que se emitió hace unos días en La 2, el reverendo sabía que era sólo el principio de una nueva lucha. No servía de nada que la ley hubiera acabado con la segregación racial si en el mundo real los negros del Sur tenían prohibido el derecho al voto a través de todo tipo de subterfugios legales, algunos muy poco disimulados, aplicados por las autoridades locales. Sin poder votar, los negros, individualmente y como colectivo, continuaban siendo ciudadanos de segunda clase.

Las movilizaciones continuaron, mientras Johnson rogaba a King que lo dejará estar, que esperara más tiempo, porque en ese momento él tenía otras prioridades políticas.

Las encuestas de Gallup recogieron el cambio de opinión de la gente, que se puede resumir en la idea ‘los negros ya tienen lo que quieren, ¿por qué piden más?, ¿qué pedirán más adelante?’. La película ‘Selma’ pone esas palabras en la voz del gobernador racista de Alabama, George Wallace. Seguro que muchos blancos del Norte pensaban algo parecido.

En otro sondeo de 1966, los que tenían una opinión favorable sobre King habían bajado al 33%. Los contrarios eran el 63%. Y todo por reclamar los derechos en la calle en lo que era una violación de las normas impuestas por las autoridades locales sobre cómo y de qué manera se podía hacer una manifestación. En definitiva, por continuar luchando por algo que la mayoría de la sociedad no percibía como una injusticia intolerable.

Además en 1966 King también llevó la movilización a ciudades del Norte como Chicago para denunciar la falta de viviendas para negros en zonas donde donde no eran admitidos.

La presión ejercida por King, una acción definida como radical por las encuestas, había sido efectiva en Washington. En agosto de 1965, Johnson firmó la Ley de Derecho al Voto, aprobada antes por el Congreso. Esa ley sí tuvo un efecto real en los años posteriores. Centenares de miles de afroamericanos obtuvieron el derecho al voto que formalmente les reconocía la Constitución, pero que se les negaba en la realidad.

Antes de ese cambio, las encuestas revelaban algo que no nos debería sorprender. Los norteamericanos, incluso antes de la aprobación de la Ley de Derechos Civiles, creían que las manifestaciones perjudicaban a la causa de la igualdad racial: un 61% lo pensaba en 1961, en relación a la movilización de los Freedom Riders; aun más, un 74%, en 1963.

Los que opinaban así podían llegar a creer que la situación era injusta, pero también opinaban que salir a la calle era contraproducente para esa misma causa. Había que esperar, confiar en las instituciones, aunque los que las dirigieran estuvieran ocupados en otras prioridades. Cualquier presencia no autorizada en la calle, o sencillamente prohibida, sería una perturbación del orden público que sólo serviría para provocar la división y hacer más difícil la solución del problema. Como ocurre en muchas situaciones cuando alguien reivindica sus derechos, la respuesta que recibían era: ahora no es el momento.

Actualmente todo el mundo recuerda la apuesta completa de King por la no violencia, pero él mismo reconocía que sin violencia en la calle, no la de los manifestantes, sino la procedente de la respuesta policial en algunas zonas del Sur, nadie en el poder iba a sentir la urgencia de encontrar una solución. No iba a haber portadas de periódicos ni minutos en la televisión. Sin ese impacto, sólo recibiría promesas.

Cuando varios reverendos blancos de ideas progresistas para la época escribieron que sus acciones eran contraproducentes por provocar situaciones de violencia, King respondió en abril de 1963 con la Carta desde la cárcel de Birmingham. El objetivo de la movilización era «dramatizar el problema para que no pudiera ser ignorado». En ese sentido, era imposible escapar de la violencia como forma de afrontar esa lucha, aunque esa violencia previsiblemente iba a ser ejercida por los otros, por las autoridades racistas del Sur.

King llevó su mensaje contra la violencia hasta el final y comprendió que la denuncia de las injusticias raciales no podía limitarse a las fronteras de su país. La lucha contra el racismo no era una causa que pudiera aislarse de otras injusticias. La guerra, la pobreza y el racismo estaban íntimamente conectadas. Por eso, pronunció en abril de 1967 su famoso discurso contra la guerra de Vietnam en la iglesia de Riverside en Nueva York: «Yo sabía que no podría seguir alzando mi voz contra la violencia que sufren los oprimidos en el gueto sin haber hablado antes claramente sobre el mayor promotor de violencia hoy en el mundo: mi propio Gobierno».

King, en lo que representaba ya una parte esencial de su mensaje en ese momento, un año antes de ser asesinado, dijo: «Una nación que continúa año tras año gastando más dinero en defensa militar que en programas de bienestar social se está acercando a la muerte espiritual».

Gallup no hizo encuestas sobre la imagen de King en 1967 y 1968. Para entonces, esa popularidad anterior ya se había desplomado y sus relaciones con la Administración de Johnson se habían roto por su posición contra la guerra de Vietnam y su lucha contra la pobreza de blancos y negros, no sólo en el Sur, sino en todo el país.

En 1983, Ronald Reagan firmó la ley que declaraba el 15 de enero como Día de Martin Luther King, un festivo nacional en EEUU. Desde entonces, su mensaje queda restringido a la lucha contra el racismo y de ahí que muchos quieran despolitizarlo, es decir, ignorar todo su activismo con el que cuestionaba el sistema político de Estados Unidos.

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EEUU fabrica un nuevo aliado para mantener su intervención en Siria

Estados Unidos no ha dado por terminada su intervención en la guerra de Siria, a pesar de la práctica desaparición del ISIS en el norte del país. Todo lo contrario, el Pentágono pretende ocupar las zonas fronterizas con la vecina Turquía en lo que supone de hecho una partición de Siria con independencia de los acontecimientos futuros de la guerra civil.

El objetivo es formar una nueva fuerza de unos 30.000 hombres, según ha confirmado un portavoz militar a AFP. La mitad de ellos pertenecería a la SDF, la milicia kurdo-árabe que dominan los kurdos de la YPG y que fue básica, con el apoyo aéreo norteamericano, en la derrota del ISIS en el norte del país y en la provincia de Raqqa. El entrenamiento ya ha empezado con 320 miembros de esa milicia.

Conscientes de que una fuerza exclusivamente kurda tendría problemas en zonas del norte de Siria habitadas por árabes, donde las consideran extranjeros, los militares norteamericanos sugirieron en su momento al YPG que formara una coalición más amplia a la que se llamó Fuerzas Democráticas de Siria (SDF en sus siglas en inglés).

Los nombres son importantes. A esta nueva fuerza pagada por EEUU se le llamará en inglés Syrian Border Security Force para darle una apariencia oficial.

El plan prevé que sean fuerzas kurdas las que controlen las zonas fronterizas con Turquía y que sean otras árabes las que se ocupen del valle del Éufrates. Según esos cálculos, faltan 15.000 combatientes por reclutar, que bien podrían salir de los grupos insurgentes sirios financiados por EEUU, o lo que quede de ellos.

Oficialmente, la razón aducida es impedir el regreso de ISIS a esas zonas, pero no se puede ocultar que se busca también que el Gobierno sirio no pueda extender su autoridad hasta el norte en el caso de que consiga acabar con los insurgentes sirios que resisten en la provincia de Idlib.

El secretario de Defensa, James Mattis, ya dijo que EEUU, que cuenta con más de 2.000 soldados en Siria, se quedará en el país «tanto tiempo como sea necesario», lo que bien podría traducirse en unos cuantos años.

Si hay un país que considera este paso una declaración hostil es Turquía, que ya ha comenzado a tomar medidas para dificultarlo. Ankara afirma que nunca permitirá una presencia permanente del YPG al otro lado de su frontera. Considera a ese grupo una extensión del PKK, el grupo armado kurdo de Turquía, catalogado como grupo terrorista por EEUU, la Unión Europea y Turquía.

El miércoles, el Ministerio turco de Exteriores convocó al encargado de negocios de la embajada de EEUU en Ankara al conocer las primeras noticias de estos planes. Tras hacerse públicos, el portavoz de Erdogan emitió un comunicado con el que acusaba a Washington de «intentar legitimar y reforzar al grupo terrorista YPD mientras debería poner fin al apoyo que le presta».

Pero no es en el campo de las declaraciones o de los movimientos diplomáticos donde Turquía tiene la oportunidad de contraatacar. En realidad, ya lo ha hecho.

El sábado, el Ejército turco atacó con artillería desde el sur de Turquía varios objetivos relacionados con el YPD en la provincia de Afrin, en el noroeste de Siria, después de que Erdogan anunciara que habrá una operación militar en el norte de Siria «a menos que los terroristas abandonen las provincias de Afrin y Manbyi en una semana».

Entre agosto de 2016 y marzo de 2017, Turquía realizó una incursión terrestre en el norte de Siria dentro de las operaciones contra ISIS para ocupar dos poblaciones. Pero el objetivo real era impedir que las fuerzas del YPG desplegadas en distintos puntos pudieran unirse y extender su control de la zona norte. Según la versión militar, los turcos perdieron 70 soldados, un precio alto que el Gobierno estaba dispuesto a pagar para alcanzar su objetivo.

Sin presencia del ISIS sobre el terreno, la rivalidad entre EEUU y Turquía, aliados en la OTAN, ya no tiene ninguna pantalla en la que ocultarse. La Administración de Trump ha decidido convertir en permanente su presencia en Siria y el apoyo a los kurdos del YPG iniciado en la época de Obama. Para Ankara, sólo son terroristas. Washington los ve como el aliado a sueldo de conveniencia para que ISIS no vuelva a aparecer y para que Asad nunca pueda volver a controlar toda Siria, incluso aunque gane la guerra. Porque la guerra continuará de otras formas, en algunos casos con protagonistas idénticos.

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La historia de un linchamiento de 1930

Inevitablemente, la persona que nos cuenta esta historia está pensando en lo que está ocurriendo ahora en EEUU, en Donald Trump y en lo que piensan algunos de sus compatriotas.

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Cómo identificar las noticias falsas

Dámaso Reyes explica a sus alumnos cómo distinguir las noticias falsas de las verdaderas. Todos los consejos son apropiados. El único problema es que se necesita algún tiempo para hacer las comprobaciones pertinentes. De ahí la recomendación de ser «detectives digitales». Eso es complicado teniendo en cuenta la voracidad y rapidez con la que ahora se consume la información.

También hay que reconocer que medios de comunicación tradicionales y de una larga trayectoria se han embarcado en prácticas periodísticas que no son muy diferentes de las de esas oscuras páginas web que suministran una dieta diaria de información manipulada. Y para eso los consejos de Reyes no sirven de mucho.

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Presidenta Oprah Winfrey, el último salto al vacío de la política norteamericana

Oprah Winfrey es la estrella del momento en EEUU. Oprah –uno de esos personajes públicos en ese país a la que todo el mundo conoce por el nombre de pila– tuvo la mejor intervención en la entrega de los Globos de Oro; primero, porque recibía un premio a toda su trayectoria, y en segundo lugar, por su discurso vibrante en una gala en la que todo el mundo quería dejar su sello.

A diferencia de los Oscar, en los Globos de Oro los hombres y mujeres se sientan en mesas redondas con comida y bebida, sobre todo, bebida, y todo tiene un aire más informal. Los presentadores tienen licencia para ir más lejos con sus chistes, y algunos han sido especialmente salvajes. Hay un montón de premios, y los hay hasta para los parientes pobres del mundo del espectáculo –ahora ya menos–, los actores y actrices de televisión.

Esta vez era diferente. La ola de denuncias de acoso sexual iniciada por el caso Weinstein debía tener una respuesta firme y nada frívola, un alegato colectivo con el mensaje ‘nunca más’. Oprah fue más lejos y se convirtió con sus palabras en el símbolo que todos estaban esperando. «A new day is in the horizon!», y todos se rompieron las manos aplaudiendo.

¿Símbolo de qué? No sólo de la desigualdad sistemática en que viven las mujeres que trabajan en Hollywood o Nueva York. También de todos los que creen que el país se está yendo por el sumidero a causa del presidente. Y si necesitaban más ejemplos, la publicación del libro de Michael Wolff había despejado las pocas dudas que quedaban en una comunidad en la que la inmensa mayoría de sus protagonistas votan al Partido Demócrata y financian generosamente sus campañas.

¿Y de ahí a presidenta Winfrey? El impulso de apoyar a la presentadora de TV como candidata a las elecciones de 2020 provino de las redes sociales, donde las opiniones son casi como la escritura automática de los surrealistas. O sencillamente una forma de expresar con el corazón lo que aún no se ha madurado en la cabeza, tanto por su calidad intrínseca como por sus posibilidades de éxito. Fuera de Twitter o Facebook, un ejemplo de alguien del gremio: «Quiero que se presente a la presidencia. No creo que tenga ninguna intención de hacerlo. Pero ahora no tiene elección», dijo Meryl Streep.

Hubo otras personas fuera del mundo cinematográfico que no tardaron en sumarse a la ola. Aún más cuando CNN, citando a dos personas anónimas que son amigas de Oprah, dijo que ella está «pensando seriamente» en presentarse a las elecciones de 2020, y que de hecho lleva unos meses reflexionando sobre ese paso.

Si alguien sin experiencia política como Donald Trump no sólo dio el paso, sino que ganó las elecciones, ¿por qué no ella, nacida hace 63 años en Kosciusko, Mississippi, o alguien como ella? A eso se reduce todo el razonamiento. EEUU como el gran plató televisivo donde se enfrentarán dos estrellas de la pequeña pantalla (no hay que olvidar que Trump, empresario inmobiliario de éxito en Nueva York, se convirtió en una figura nacional gracias a un programa de televisión, The Apprentice).

¿Cuáles son las ideas políticas de Oprah? ¿Qué bagaje ideológico arrastra? Sí se sabe que apoyó con todas sus fuerzas a Barack Obama y Hillary Clinton, con lo que hay que situarla en el campo de los demócratas. Más allá de eso, queda el hecho de que su fama procede del programa de televisión que presentó durante 25 años, a lo que hay que sumar algunas incursiones en el cine; la más celebrada, su papel en ‘El color púrpura’, de Spielberg.

Su programa tenía las características habituales en los espacios matinales de las televisiones de EEUU dirigidos fundamentalmente al público femenino. Muchos famosos como invitados, sobre todo del mundo del cine, calidad de vida, dietas, consejos de salud, algunos muy cuestionables, moda, pero también un empeño especial por fomentar la lectura. Las novelas recomendadas por ella en un segmento especial dedicado a los libros se convertían de forma automática en superventas. Y no tardó mucho en dedicar programas a examinar por qué la invasión de Irak en 2003 no estaba resultando lo que la Casa Blanca y el Pentágono habían prometido.

Nada era más espectacular como cuando regalaba cosas, hasta coches a veces, a todas las personas que presenciaban en directo el programa. Gracias, claro está, a los patrocinios de grandes marcas. Una forma de caridad patrocinada por obra y gracia de la reina de la televisión.

Viniendo del mundo del espectáculo, no es extraño encontrar el amplio repertorio de fotos de ella con un tal Harvey Weinstein.

La mera consideración de la idea de Oprah como presidenta tiene mucho que ver con el escaso plantel con que los demócratas se enfrentan a cada elección presidencial. No por nada Hillary Clinton se presentó como favorita a dos primarias diferentes separadas por ocho años. De entrada su hipotética candidatura complace al neocon Bill Kristol: «Es más sensata ante la economía que Bernie Sanders, comprende mejor la América media que Elizabeth Warren, menos sensiblera que Joe Biden, más agradable que Andrew Cuomo, más carismática que John Hickenlooper».

Desde luego, para alguien como Kristol, un candidata como Oprah debilitaría al que sea el candidato con más opciones de representar al ala izquierda del partido, como Sanders o Warren. Otros, como Jim Messina, director de la campaña de Obama en 2012, sólo ven ventajas en ella: «Ella cuenta con una marca que representa la inclusión, juntar a la gente y sumar todas sus aspiraciones. Para derrotar a Trump en 2020, los demócratas necesitarán a un candidato que pueda unir al partido, enfrentarse a los ataques de Trump e ir más allá de la política de los bajos instintos. Sin duda, Oprah puede ser uno de esos candidatos».

Un duelo en las urnas Donald-Oprah alcanzaría el nivel máximo en el proceso por el que la política norteamericana se ha convertido en un inmenso reality. No importa ya la política, y sí los sentimientos. Los conocimientos profesionales de política y economía, por no hablar de asuntos internacionales (un argumento habitual de los demócratas en la campaña contra Trump) son secundarios; siempre se puede contratar a los mejores expertos, que luego nunca aparecen o que no saben que dirigir una Administración no es como presidir una empresa o mandar una división del Ejército. Hay que inspirar a los votantes con una historia personal edificante y no vale la pena perder el tiempo con propuestas políticas complejas. Y si el candidato es millonario, mejor, porque por algún milagro conseguirá que la economía funcione tan bien como lo hizo su patrimonio personal.

El trumpismo como cultura política se haría también con el poder en el principal partido de la oposición. Porque todo empieza y acaba con la capacidad de generar ilusión, y ahí la experiencia puede ser hasta contraproducente en una época en la que los políticos profesionales son sospechosos por definición.

En otras palabras, adiós a Karl Marx y Adam Smith. Bienvenido, Paulo Coelho, a la primera línea de la política.

Sábado:
Hay algo que había olvidado sobre la trayectoria de Oprah Winfrey en su programa: su apoyo a seudociencias, dietas milagro y teorías falsas sobre las vacunas.

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2017 no fue sólo el año en que Trump nos divirtió/horrorizó

Un resumen en imágenes de 2017 por cortesía de Vox.

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Cosas que hacer en sábado cuando no estás muerto

‘Fargo’ nos presenta un mundo en el que las vidas de los personajes están marcadas por la regularidad y la monotonía hasta que se produce la tragedia. Con un movimiento mínimo de la cámara, el encuadre –la composición de cada plano– resultaba básico.

‘Bonnie and Clyde’ sigue impactando tanto como hace 50 años.
–El thriller erótico de los 90 pasó a mejor vida.
–En tiempos de crisis, los westerns vuelven a las pantallas de EEUU.
–51 grandes películas de superhéroes.
–El mito de Frankenstein nunca pierde valor.
–La vida y el legado de Jackson Pollock.
–Arriba ese ánimo. 99 cosas buenas que pasaron en 2017.
Leñadores en Suiza.
–Hay un patrón en los libros que se roban en las librerías de EEUU.
–Jugarse la vida para recuperar los cuerpos de los montañeros muertos en el Everest.

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Nunca se es demasiado viejo para luchar por tus derechos

Amnistía Internacional destaca la lucha de Boguslaw Zalewski, de 82 años, contra el Gobierno autoritario de Polonia.

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Retrato de un presidente «semianalfabeto»

Todo Washington habla esta semana de un libro, ‘Fire and Fury. Inside the Trump White House’, de Michael Wolff. Durante un año, el periodista con una larga trayectoria dedicada a escribir sobre medios de comunicación, incluida una biografía de Rupert Murdoch, tuvo un amplio acceso a la Casa Blanca con el permiso de Donald Trump al que le había gustado  una entrevista que le hizo Wolff antes de las elecciones. Fue un artículo amable. Al entonces candidato, al que muchos medios no tomaban en serio, le gustó especialmente la portada.

El libro ya ha tenido una consecuencia política seria: la ruptura total entre Trump y Stephen Bannon, que fue su director de campaña y consejero de estrategia en la Casa Blanca. El miércoles, se supo que Trump había dicho que su antes amado Bannon «había perdido la cabeza» tras abandonar su puesto.

Bannon salió de la Casa Blanca y volvió a ocupar su antiguo puesto de presidente de Breitbart News, la página web ultraconservadora con unos diez millones de usuarios únicos al mes que es uno de los principales puntos de apoyo mediático para Trump. La portavoz de la Casa Blanca dijo el jueves que Breitbart debería deshacerse de Bannon. Una de las accionistas de la empresa, la millonaria Rebekah Mercer, ya ha cortado relaciones con él y reafirmado su apoyo a Trump.

La fortuna de la familia Mercer era uno de los soportes con que contaba Bannon para desafiar con candidatos ultranacionalistas al establishment del Partido Republicano. Quizá los republicanos hayan conseguido acabar con una amenaza que les rondaba para las elecciones de 2018 gracias al libro de Wolff.

El libro no tiene desperdicio, sobre todo las partes en que se plantean serias dudas sobre la estabilidad mental de Trump, que tiene 71 años, y su capacidad de concentración para tomar las decisiones más simples.

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Un inesperado culpable de las manifestaciones de Irán y otras maniobras internas que explican las protestas

El jefe de la Guardia Revolucionaria Islámica ya tiene un presunto responsable de las manifestaciones que se han producido en Irán desde el pasado jueves. El general Yafari no ha revelado su identidad, pero la descripción que hace de él da algunas pistas. Se trata de «un exalto cargo que actualmente está utilizando un lenguaje que se opone a los principios y los valores de la república islámica», según la descripción que hace el general de la persona que ya está siendo investigada.

El sujeto podría ser nada menos que el expresidente Mahmud Ahmadineyad. ¿Por qué?

Ahmadineyad se ha embarcado en una arriesgada guerra contra el sistema judicial de su país y en realidad contra todo el sistema político en el que prosperó durante años y que le permitió ser alcalde de Teherán y presidente del país. En julio publicó dos cartas abiertas en las que acusaba a sus rivales políticos de atacar a los que fueron sus principales altos cargos o asesores en sus dos mandatos presidenciales, y hacía responsable a los jueces del estado de salud de uno de ellos, el exvicepresidente Hamid Baghaei, que ha estado en huelga de hambre tras pasar dos veces por prisión en los dos últimos años sin que se haya presentado una acusación contra él.

Los ataques de Ahmadineyad contra el sistema de justicia carecen de precedentes por su dureza viniendo de una persona que ocupó el mayor cargo ejecutivo del sistema y que ganó dos elecciones presidenciales. Pero su relación con los conservadores en el Parlamento fue pésima en el último mandato y se dice que el líder supremo no acabó muy contento con su estilo político. El expresidente intentó registrarse como candidato para las últimas elecciones, pero los organismos electorales, que estudian antes los antecedentes de cada aspirante a cargo electo, vetaron su participación. No por su propia iniciativa.

En diciembre, Ahmadineyad subió la apuesta y lanzó graves acusaciones contra dos políticos conservadores muy cercanos al ayatolá Jamenei: el ayatolá Amoli Lariyani, máximo responsable de los tribunales de justicia, y su hermano Ali Lariyani, presidente del Parlamento. A ambos les acusó de haber intentado derrocarle en su segundo mandato. Ahmadineyad dijo que Ali Lariyani pretende presentarse a las elecciones presidenciales de 2021, que es una forma de decir que hará lo posible por impedirlo.

Con pruebas o sin ellas, el establishment judicial ha puesto en marcha varias investigaciones por corrupción contra personas cercanas al expresidente. La respuesta de este indica que no se va a quedar quieto, que está dispuesto a ir contra algunas de las familias políticas más poderosas del régimen, y que el poder no se atreverá a ir directamente contra él.

El actual Gobierno nombrado por el presidente Rohaní también ha estado en la diana de Ahmadineyad con ocasión de la presentación del proyecto de presupuestos el 10 de diciembre. Criticó las cuentas públicas en una reunión reciente con estudiantes por eliminar una serie de subsidios de los que se benefician unos 40 millones de iraníes (que son la mitad de la población).

Si es cierto, como parece, que la mayoría de los manifestantes de estos días procede de las clases populares que dependen de ayudas públicas y de precios subvencionados por el Estado, no sería un error interpretar que entre ellos hay muchos que votaron a Ahmadineyad en 2005 y 2009.

Pero si queremos más paradojas sobre los acontecimientos de Irán (y aquí no me refiero a políticos e intelectuales reformistas que apoyaron la movilización de 2009 y que ahora piden contención y no dejarse arrastrar por las protestas), hay algo más que se sale de lo convencional. Ha circulado en Irán un completo reportaje televisivo con testimonios de gente de la calle a los que se pregunta sobre sus condiciones de vida (una forma de preguntar sobre las razones de la protesta). Resultan muy convincentes al explicar que sus hijos no tienen empleo, que los precios les están matando y que los de arriba les han abandonado a su suerte. No hay ataques directos al sistema político y religioso, y sí a la política económica del Gobierno, que es responsabilidad de Rohaní.

El reportaje ha sido emitido por un nuevo medio digital llamado Avant TV que se presenta como independiente. No lo es, según este artículo de Al-Monitor, que informa de que se trata de un medio promovido o apoyado por la Guardia Revolucionaria, la institución más importante del establishment militar y que sólo responde ante el líder supremo Jamenei.

En su presentación del proyecto de presupuestos, Rohaní tomó la medida insólita en Irán de detallar las grandes subvenciones que reciben las instituciones religiosas y culturales que están fuera del control directo del Gobierno. Están dominadas por los conservadores y entre esos centros de poder se encuentran los clérigos que forman la élite religiosa del país y también la Guardia Revolucionaria.

Esta interpretación debe ir acompañada del hecho ya conocido de que las primeras manifestaciones tuvieron lugar en la ciudad de Mashad, la segunda del país, cuyas instituciones están en manos de los conservadores. La protesta inicial recibió el apoyo del clérigo que dio el sermón del viernes en la principal mezquita de Mashad. Medios controlados por conservadores informaron de esas palabras, obviamente con permiso de las autoridades que los controlan.

Por eso, hay que entender lo que está sucediendo en Irán también como una lucha de poder interna entre familias del régimen. Los conservadores están utilizando la situación económica de las clases populares como arma contra Rohaní. La Guardia Revolucionaria juega a varias bazas al mismo tiempo. Por un lado, no está dispuesta a renunciar a su poder económico ni a permitir que Rohaní ponga en marcha reformas que pongan en peligro sus privilegios. Por otro, es el último garante de la seguridad y estabilidad del régimen y el ejecutor de la represión contra todo movimiento político y social que cuestione la autoridad de Jamenei y de los clérigos conservadores. Y luego está Ahmadineyad y su batalla personal contra sus antiguos aliados.

Hay muchos intereses cruzados en juego más allá de la furia popular por su precariedad económica. Evidentemente, todos creen que podrán controlar los acontecimientos en su favor. Algunos descubrirán que no es tan fácil apagar el fuego con el que pensaban que sólo se quemarían sus rivales políticos.

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