Los kurdos pagan un alto precio en Kirkuk por el error del referéndum

No pasó mucho tiempo desde la invasión de Irak en 2003 cuando se empezó a hablar de la cuestión de Kirkuk. La mayoría de los artículos destacaba tres cosas: los kurdos nunca renunciarían a ella, el Gobierno iraquí nunca renunciaría a ella, y la ciudad era considerada el Jerusalén de los kurdos. Las dos primeras revelaban un conflicto sin solución. La tercera, que más tarde o más temprano habría sangre.

Como otras muchas zonas de Oriente Medio, la zona tenía más historia de la que podía absorber. Kurdos, turcomenos, árabes y asirios creían tener credenciales de sobra para defender su control de Kirkuk. Todas ellas se remontaban a varios siglos atrás. Cuando el reparto de los despojos del imperio turco por británicos y franceses asignó la antigua provincia de Kirkuk al nuevo Estado iraquí, se inició una disputa que no iba a tener fin.

A pesar de todo ese pasado histórico y de la inestabilidad permanente en que vivió Irak desde 2003, incluida una guerra civil entre suníes y chiíes en 2006 y 2007 de consecuencias atroces, nadie movió ficha en relación a Kirkuk a lo largo de esos años, más allá de amenazas y declaraciones públicas que dejaban claro que el conflicto no estaba cerrado.

El Gobierno central dominaba Kirkuk en teoría, pero nadie sabía por cuánto tiempo. Mientras los norteamericanos ocuparon Irak, mantuvieron controlados a los kurdos iraquíes, que por lo demás vivían el mejor momento de su historia reciente, una situación que los medios definían como de semiindependencia (con un semi muy pequeño). Mientras el resto de Irak estaba bañado en sangre, los kurdos vivían una relativa calma sin más perturbación que los periódicos enfrentamientos con Bagdad a cuenta de los ingresos del petróleo.

Una de las razones de esa prosperidad kurda, también en el plano económico, eran las buenas relaciones del Gobierno kurdo, dirigido por el clan de Masud Barzani, con el turco. Contra lo que pueda pensar mucha gente, la solidaridad entre kurdos iraquíes y turcos era escasa, por no decir inexistente. Para Barzani, era mucho más importante que Turquía garantizara una frontera suave para los intercambios económicos entre ambos lados. Desde el punto de vista de los intereses de los kurdos iraquíes, eso tenía todo el sentido del mundo.

La solidaridad entre kurdos es un concepto relativo, también dentro de Irak. Frente al movimiento de Barzani, que no era realmente un partido político al uso, estaba el partido de Yalal Talabani (fallecido el 3 de octubre). Talabani, marxista y maoísta en sus orígenes -tradujo al kurdo varias obras del líder chino–, tenía su base de apoyo en la provincia de Suleimanía, mientras que Barzani controlaba Erbil y Dohuk.

En 1994, las milicias de ambos caudillos se enfrentaron en una guerra civil en la que hubo miles de muertos durante tres años. La derrota de Sadam Hussein en la guerra del Golfo y la zona de exclusión aérea impuesta por EEUU en el norte habían liberado a los kurdos del poder de Bagdad. Utilizaron ese regalo para enfrentarse entre ellos por el dominio de todo el Kurdistán iraquí, que empezaba por el control del lucrativo contrabando de petróleo con destino a Turquía.

Los de Barzani jugaban con la ventaja de dominar las zonas fronterizas con ese país, por lo que Talabani formalizó entonces una alianza con el Gobierno iraní. Ante la posibilidad de verse rodeado por ambos rivales, Barzani llegó a un pacto con Sadam Hussein que permitió la llegada al norte de las tropas iraquíes para acabar con las fuerzas de Talabani. La matanza de kurdos ejecutada por Sadam unos años antes, incluido el ataque con armas químicas sobre Halabya, no suponía ningún obstáculo moral o político para Barzani. En el juego de alianzas, los kurdos iraquíes son capaces de aliarse con sus enemigos si eso les sirve para sus intereses inmediatos.

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Un soldado iraquí retira una bandera kurda en una plaza de Kirkuk.

Una década después de la invasión de Irak por EEUU, se abrió una oportunidad inesperada para los kurdos, y esta vez parecía que las viejas rivalidades no tenían que ser un obstáculo. Todo cambió con un hecho que nadie esperaba ni en Bagdad ni en el norte. Los yihadistas del ISIS se hicieron con el control de Mosul gracias a la desbandada del Ejército iraquí.

Un hecho que todo el mundo definió como una catástrofe era para Barzani un regalo inesperado del que había que sacar beneficio. Envió a los peshmergas para que entraran en Kirkuk. La razón que se dio es que era la única manera de impedir que Estado Islámico avanzara hacia allí aprovechando la desaparición del poder iraquí en el norte. No fue un argumento muy creíble a ojos de Bagdad.

Hasta entonces, se consideraba que el más mínimo avance kurdo hacia Kirkuk provocaría una guerra con Bagdad. Ningún gobernante iraquí sobreviviría mucho tiempo si permitía a los kurdos dominar esa ciudad. Pero la irrupción del ISIS hizo que lo que parecía imposible, o altamente improbable, se convirtiera en realidad en cuestión de días.

La decisión de iniciar una guerra saltaba al otro lado. Era Bagdad quien debía arriesgarse a desencadenar un conflicto que tampoco convenía a EEUU y que no era una prioridad para Irán. Antes había que acabar con ISIS en Ramadi, Tigrit y Mosul. Era una campaña de dimensiones gigantescas que garantizaba a los kurdos varios años de control de Kirkuk.

Esa ofensiva culminó con éxito y por tanto la cuestión de Kirkuk volvía a estar sobre la mesa. Barzani, ya con 71 años, pretendía zanjar el debate y convertirse en una leyenda para sus compatriotas con la convocatoria de un referéndum de independencia que tenía garantizada la victoria del ‘sí’. Fue una apuesta a todo o nada y muy pronto se vio que el desenlace era la nada. Un gran error por no haber sido consciente de que la alianza militar entre los gobiernos iraquí e iraní daba esta vez a Bagdad una ventaja definitiva. EEUU había rechazado el referéndum, lo que daba a entender que no intervendría en caso de una reacción militar de los iraquíes. Y hace tiempo que la influencia norteamericana en Irak es muy limitada.

La capacidad militar de los peshmergas kurdos en Irak siempre ha estado sobrevalorada en los medios occidentales. Incluso así, se esperaba que pudieran oponer algún tipo de resistencia. La ofensiva del Ejército duró unas horas y fue suficiente. En sólo un día, ocuparon los centros neurálgicos de Kirkuk.

Para que eso fuera posible, tuvo que producirse un hecho muy similar a los conflictos internos del pasado. Los milicianos del partido de Talabani dejaron pasar sin luchar a los soldados iraquíes, entre los que estaban combatientes de las milicias chiíes entrenadas y dirigidas por Irán. Miles de kurdos huyeron por la carretera camino de Erbil. En menos de un día, Kirkuk volvió a pasar a manos del Gobierno central. Y también, desde luego, los campos petrolíferos de la provincia, así como varias localidades de las cercanas provincias de Diyala y Nínive, también controladas por el Gobierno kurdo.

Los peshmergas tuvieron que empezar a cavar trincheras y levantar protecciones a 40 kilómetros al norte de la ciudad que acababan de perder. Por un momento, parecía que las tropas iraquíes podían llegar a continuar hasta ocupar todo el Kurdistán iraquí, pero era una falsa alarma. El símbolo de Kirkuk y el petróleo eran ya un botín suficiente.

Los cinco campos petrolíferos de la provincia que Barzani obtuvo en 2014 aprovechando el caos ocasionado por el avance del ISIS volvieron a manos de Bagdad. Ahora su Gobierno tiene serios problemas para financiar su Administración. Esos campos producían 400.000 de los 650.000 barriles diarios de crudo que los kurdos exportaban hasta ahora. Ni siquiera eso impidió que en los dos últimos años los funcionarios kurdos recibieran a tiempo sus salarios.

La pérdida de Kirkuk para los kurdos ha sido recibida con el silencio en casi todo el mundo. Barzani consideraba el referéndum una forma de conseguir una baza negociadora imbatible frente a Bagdad. Una forma de cargarse de razones democráticas que otros países no podrían refutar. Hay que suponer que estaba pensando en EEUU y los países europeos, lo que es un error difícil de creer. Para Washington, cualquier cuestión sobre el futuro de Irak pasa por impedir a toda costa una división entre iraquíes que pueda beneficiar a ISIS. Para conseguir eso, incluso se ha visto forzada a permitir el creciente protagonismo militar iraní en Irak.

El referéndum era un intento arriesgado de convertir en irreversibles las ganancias territoriales de los últimos años. Lo único que ha provocado es que los kurdos hayan vuelto a la situación anterior a 2014, hayan perdido Kirkuk quizá para siempre y estén en una situación económica mucho peor que la anterior.

Foto superior: policías iraquíes pisan la bandera kurda en un antiguo cuartel de los peshmergas en Kirkuk.

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Cosas que hacer en sábado cuando no estás muerto

Ridley Scott explica cuál es su escena favorita de ‘Blade Runner’.

–Harrison Ford y Ridley Scott aún discuten si Deckard era un replicante en la primera película (obviamente, spoilers).
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–‘Blade Runner’, la construcción del ‘noir’ futurista.
–La novela era muy diferente.
–En Honest Trailers le hacen el tratamiento salvaje a ‘Blade Runner’.

‘Stranger Things’ ordeñó bien el terror de los 80.
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–La Masterclass de stand-up comedy de Jabba the Hutt.
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Cómo la CIA recluta a científicos.

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La destrucción de Raqqa en la guerra contra ISIS

Imágenes terribles y emocionantes del momento en que decenas de habitantes de la ciudad de Raqqa salen de los refugios –los sótanos o lo que queda de sus casas– para llegar hasta donde se encuentran las milicias del YPF, en su mayoría, kurdas, que luchan contra ISIS en esa localidad siria. Mujeres, niños, ancianos, algunos heridos, una persona en silla de ruedas, otra que se sostiene con muletas, todos ellos han permanecido escondidos durante semanas desde que se inició la ofensiva contra la mayor ciudad siria ocupada por los yihadistas.

El vídeo permite apreciar el estado de los edificios cercanos de varias plantas. Completamente destrozados por ataques aéreos. No cabe ninguna duda de por qué esas personas estaban escondidas y por qué no se habían atrevido a salir hasta ahora.

Los ataques de las milicias kurdas y árabes y los bombardeos norteamericanos han hecho que ISIS haya sido expulsada del 90% de la ciudad, pero un grupo aún numeroso de yihadistas sigue combatiendo en algunas zonas. Después de varios días de calma, los bombardeos se reanudaron en la noche del miércoles.

Según un portavoz militar norteamericano en Bagdad, unos 4.000 civiles y entre 300 y 400 combatientes del ISIS permanecen en la zona de los combates.

Calle Al Mansur, en el centro de Raqqa. Esa zona ha sufrido decenas de ataques áereos en los últimos tres meses, según Raqqa Post.

Cuando acabe la toma de Raqqa, será difícil considerarlo una victoria. Al igual que en Mosul, los habitantes de la ciudad han sumado a los años en que estuvieron sometidos a la dictadura del ISIS el sufrimiento por la campaña de bombardeos ejecutada para derrotar a los yihadistas.

Según cálculos de Airwars, que hace un seguimiento de las víctimas civiles en Siria e Irak, 5.775 bombas, misiles o proyectiles de artillería se dispararon sobre Raqqa en agosto, ocho cada hora de media. En ese mes, la cifra en todo Afganistán fue de 503.

Airwars estima que en agosto murieron 433 civiles como resultado de los ataques de EEUU y sus aliados. El número total de civiles muertos en Raqqa desde el inicio de la ofensiva en junio supera el millar. Los militares norteamericanos sólo admiten la muerte de cuatro civiles como resultado de sus operaciones.

El teniente general Stephen Townsend respondió a un estudio de Airwars sobre las bajas civiles ocurridas en los bombardeos con estas palabras:

«No hay duda de que los civiles sufren riesgos días a causa del ISIS, las operaciones de nuestros aliados y los ataques (aéreos) de la Coalición en su apoyo. Ahora que la batalla se intensifica en el corazón de Raqqa, más civiles se encontrarán en una situación de riesgo, ya que ISIS los mantiene como rehenes y no les deja huir. Sin embargo, si no son liberados, seguramente morirán, sea a manos del ISIS o de hambre».

Airwars destaca que otros expertos militares cuestionan la estrategia para recuperar el control de estas ciudades, como este análisis publicado en un think tank de West Point:

«Como no entendemos las ciudades tan bien como deberíamos y como hemos demostrado que incluso sabemos menos sobre cómo optimizar las acciones militares en ellas, somos como doctores medievales. Lobotomizamos pacientes y les dejamos que se desangren sin mejorar su salud y a menudo causándoles la muerte o tales daños que el paciente sobrevive, pero como una sombra de sí mismos».

Los cálculos de Airwars –siempre aproximados y muy difíciles de verificar sobre el terreno– indican que en los siete primeros meses del Gobierno de Trump han muerto más civiles en ataques relacionados con la guerra contra ISIS que en todos los años de Obama.

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La adicción compulsiva a las armas en EEUU

En un programa de humor de un canal holandés, enfocan el tema de las armas en EEUU de una forma fácil de entender: como si fuera una enfermedad.

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Huir de Myanmar

Sin botes en los que trasladarse, muchos rohingya que huyen de Myanmar se ven obligados a cruzar de esta manera el peligroso río que les separa de Bangladesh.

Las pruebas de la limpieza étnica de Myanmar contra los rohingya. Guerra Eterna, 17 septiembre.

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España no es el Tíbet (pero Rajoy aún no lo sabe)

The Economist no necesita muchas frases de su editorial para dejar claro a Rajoy y la prensa de Madrid por qué las imágenes ocurridas el día de la consulta catalana no tienen pase en un país de Europa occidental:

«Rajoy no ha sido capaz de captar la naturaleza de su decisión. En primer lugar, bloqueó a los nacionalistas en los tribunales, y el pasado fin de semana, recurrió a la fuerza. Su despliegue de policías para impedir la votación catalana no fue sólo un regalo propagandístico para ellos (los nacionalistas), sino que cruzó una línea, lo que es más importante. La agresión contra una multitud de ciudadanos pacíficos puede funcionar en el Tíbet, pero no puede mantenerse en una democracia occidental. En la disputa entre justicia formal y justicia natural, la justicia natural siempre termina por prevalecer. Las constituciones existen para servir a los ciudadanos, no al revés. En vez de imponer el Estado de derecho como pretendía, Rajoy acabó deteriorando la legitimidad del Estado español».

En una entrevista con EFE, Rajoy ha dicho que la actuación de las fuerzas policiales fue «ejemplar», lo que es una forma de elogiarse a sí mismo. Él fue el que envío a las fuerzas policiales a una misión casi imposible desde el momento en que no pudieron localizar las urnas. A partir de ahí, sólo quedaba cargar con las porras y los escudos contra civiles, obviamente desarmados, ofreciendo una imagen que, como dice The Economist, es inaudita en Europa occidental.

Se pueden encontrar imágenes de violencia policial ocurrida en esos países en la última década tan duras o más como las vistas en Barcelona. También en España. En ninguna de ellas, los que recibieron los golpes pretendían insertar un trozo de papel en una urna. Un acto –hay que recordarlo– que no tenía ningún efecto jurídico ni político, según el Gobierno.

En una consulta popular no autorizada por los tribunales, el Estado tiene la obligación de intentar impedirla o al menos dificultarla. Pero si no lo consigue, y el Gobierno de Rajoy fracasó en esa misión, no se puede compensar ese error con la represión. La letra de la ley faculta al Estado a tomar todo tipo de medidas políticas y legales, pero no a considerar delincuentes a centenares de miles de personas y a lanzar a los policías sobre ellos.

Políticamente, dar vía libre a policías para que respondan con violencia ha sido un regalo para los independentistas. Si fueran inteligentes, sabrían que su lucha no se acaba el próximo lunes con una declaración que certifica un referéndum unilateral concebido para que ganara el ‘sí’. Su éxito no reside ahí, sino en la última frase del artículo de The Economist. Rajoy ha conseguido poner en peligro la legitimidad del Estado en Cataluña.

Es una forma muy extraña de defender la unidad de España.

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Theresa May pierde la voz cuando más la necesitaba

Quizá sea un poco exagerado decir que Theresa May se jugaba su futuro político en el discurso del miércoles en el congreso anual del Partido Conservador. Sólo un poco. Sigue siendo primera ministra británica, pero no hay muchos en su partido y en los medios de comunicación que crean que vaya a ser la candidata de los tories en las próximas elecciones.

Pero los congresos de los partidos británicos son escenarios en que el líder, por mal que esté, juega en casa. Un buen discurso, unido al deseo de todos los dirigentes y afiliados de que todo vaya como la seda, obra milagros y permite recuperar la iniciativa durante un tiempo que nunca es ilimitado.

May subió al escenario, comenzó a hablar y muy pronto sufrió eso que temen todas las personas que tienen que pronunciar unas palabras en público. Se quedó sin voz. Fuera por los nervios o por tener gripe o alguna dolencia respiratoria, no podía seguir por mucha agua que bebiera. Los periodistas que seguían el discurso empezaron a sentirse mal, incluidos algunos que realmente no sientan mucho respeto por ella. Los asistentes al acto se sentían peor. Estaban  viendo un desastre ante el que nada podían hacer.

Era todo tan obvio que parecía una broma de mal gusto. La líder sin carisma e incapaz de marcar un rumbo coherente en las negociaciones del Brexit se derrumbaba en el escenario por un problema de voz. Era también un tanto penoso que los mismos periodistas que han escrito que May no da la talla escribieran ahora que sentían pena.

Eso no iba a durar mucho tiempo. Como decía Kuenssberg, los columnistas ya estaban pensando en las metáforas de costumbre. Un discurso fracasado como símbolo de un Gobierno sin rumbo. Una política sin voz que no puede trasladar un mensaje que además carece de credibilidad. Las crónicas se iban a escribir solas.

Como así ocurrió. Un viceministro explicó a Kuenssberg que lo ocurrido acelerará el final de May. Comparó su discurso con «el momento en que el veterinario te dice que es más cruel mantener vivo al labrador».

Para dar una imagen aun más penosa, apareció antes un cómico que se acercó al estrado para entregar a May una copia de un formulario P45, el que reciben las personas que abandonan una empresa en el Reino Unido bien por despido o de forma voluntaria. Fue una demostración inaudita de incompetencia de los servicios de seguridad, incluidos los guardaespaldas personales de May. ¿Y si hubiera llevado un cuchillo en vez de un trozo de papel?

El tipo le decía: «Boris me dijo que le diera esto». Por Boris Johnson, el ministro de Exteriores, que ha decidido cortar por lo sano y presentarse como adalid del Brexit duro, a diferencia del Brexit blando que supuestamente –no está claro– puede ser la opción del Gobierno de May: prolongar la etapa de transición de la salida del Reino Unido de la UE, incluso más allá de la fecha límite establecida por los tratados una vez que May invocó el artículo 50.

Johnson ha colocado a la primera ministra en una situación nada envidiable. May debería haberle destituido, pero en ese caso el ministro se situaría como el sustituto inevitable en el momento en que los tories tengan que elegir a su próximo candidato para las generales. Mantenerlo en el Gobierno es más seguro a largo plazo, pero supone un montón de dolores de cabeza en los meses venideros.

Ya en un plano más anecdótico, dos letras del mensaje situado detrás de May acabaron en el suelo («Building a country that works for everyone»). La primera fue la ‘f’ de for y después la última ‘e’ de everyone. El mensaje del partido del Gobierno que se va cayendo a trozos. Nunca fue tan fácil escribir una crónica despiadada para un periodista (y ya después del congreso fueron desprendiéndose una tras otra hasta diez letras).

El único detalle emotivo para compensar tanto desastre fue la decisión del esposo de May de subir rápidamente al escenario para abrazar a su mujer. Eso no servirá mucho para arreglar la falta de liderazgo de May, pero seguro que los asistentes lo agradecieron.

 

Más allá de los detalles personales y de que todo el mundo respiró aliviado cuando May pudo terminar su discurso, el país continúa estando en la misma situación penosa de antes: un Gobierno ante una tarea imposible, una primera ministra sin autoridad en el partido y con fecha de caducidad y un probable candidato a sucederla sin más convicciones personales que una ambición descarnada para llegar al poder.

Brexit Nation.

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Un discurso para la guerra

La Zarzuela se ha unido a La Moncloa y Génova en la apuesta total y sin ambages por la mano dura contra la Generalitat en su aventura por la independencia. En una intervención sin precedentes en una monarquía parlamentaria en la que el rey no tiene poderes políticos –ni puede tenerlos en Europa en el siglo XXI–, Felipe VI ha pronunciado un discurso durísimo sin espacio para dar ninguna opción al diálogo con los nacionalistas catalanes en lo que es en la práctica una declaración de guerra a la Generalitat que preside Carles Puigdemont.

Los que confiaban en un llamamiento al diálogo, por genérico que fuera, como forma de solucionar esta crisis tardaron sólo unos segundos en darse cuenta de que no habría tal cosa. El tercer párrafo del texto del discurso cortaba de raíz esa posibilidad: «Con sus decisiones, han vulnerado de manera sistemática las normas aprobadas legal y legítimamente, demostrando una deslealtad inadmisible hacia los poderes del Estado».

Lo que vino después iba en la misma línea. «Quebrantado los principios democráticos», «socavado la armonía y la convivencia», «menospreciado los afectos y los sentimientos de solidaridad», «poner en riesgo la estabilidad económica y social de toda España».

El rey es el jefe del Estado y miembro de una dinastía que comenzó a gobernar en España a principios del siglo XVIII tras una guerra que tuvo su epílogo precisamente en Cataluña. Era obvio que Felipe VI estaba obligado a defender con pasión la unidad de España, y por ahí no hay ninguna sorpresa ni decepción. Pero el discurso fue también una apuesta política por una forma concreta de solucionar esta crisis que pasa de forma literal por las posiciones que han expresado el Partido Popular y Ciudadanos.

El rey toma partido y lo hace por la derecha. Sus palabras suponen una enmienda a la totalidad de las posiciones mantenidas por Podemos en esta crisis. En lo que se refiere a una posible negociación, son también un rechazo completo a la petición que hizo Pedro Sánchez a Mariano Rajoy para que dialogue de forma inmediata con Puigdemont.

Lo único que le faltó al monarca fue ordenar la aplicación del artículo 155, la detención de los dirigentes de la Generalitat y la convocatoria de nuevas elecciones en Cataluña. Quizá Rajoy se haya comprometido ya a hacer eso. Si no es así, el presidente del Gobierno ya sabe por dónde respira la monarquía.

Los independentistas caminan hacia la independencia a través de una insurrección política y en la calle. Tenían que contar con esta respuesta y pensarán que les favorece. Habrá que suponer que redoblarán su apuesta en la calle.

Aquellos que creen que policías, fiscales y jueces no pueden solucionar por sí solos problemas políticos graves, o los que estiman que repetir que la ley hay que cumplirla no sirve de mucho si la legitimidad del sistema político está cuestionada, deben saber que hoy el rey les ha repudiado. Su apoyo a la monarquía, o su tolerancia a la presencia de un rey en la jefatura del Estado, se ve sometido desde hoy a una prueba difícil de aceptar.

La confrontación en el conflicto catalán está asegurada y sería estúpido pretender que vaya a limitarse al campo institucional o a los tribunales. Estamos dando pasos hacia un horizonte que nunca pensamos que llegaría. Las escenas violentas que se vieron el domingo no serán las últimas. Cuando se utiliza un lenguaje de guerra, nadie debe sorprenderse de que tenga consecuencias.

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‘Ríndanse’ es el único mensaje del Gobierno de Rajoy

Con su estilo de aristócrata que no se preocupa demasiado por las cosas mundanas, el portavoz del Gobierno comentó recientemente que España es el país más descentralizado desde el imperio austro-húngaro. Lucía Méndez escribía que esa sorprendente comparación histórica era la forma en que Íñigo Méndez de Vigo pretendía contrarrestar las tesis del independentismo.

Con estos argumentos, no es extraño que desde medios de posiciones muy diferentes se haya cuestionado la política informativa del Gobierno de Rajoy ante el referéndum. El presidente ha trasladado a ese campo el mensaje que repite como un robot en todas sus comparecencias, incluidas las «declaraciones institucionales» (sin preguntas, aunque si se las hicieran, respondería con lo de siempre) cuya única función es alimentar los informativos de televisión afines, es decir, para convencer a los ya convencidos.

Todo consiste en limitarse a insistir en que hay que cumplir la ley, lo que no es un detalle menor, pero que pierde todo valor cuando se repite como si fuera una fórmula mágica. ¿Dónde queda la política? En dar instrucciones a los fiscales para que metan en vereda a los insurrectos. Y en dar carrete a Albiol para que siga haciendo de agente doble, porque cada vez que abre la boca el presidente del PP catalán, las urnas se llenan de votos. No en el sentido en que él cree.

Sólo hace unos meses el Gobierno central bloqueó la decisión del Gobierno vasco de contratar a 250 ertzainas al vulnerarse las reglas impuestas desde Madrid sobre la tasa de reposición de funcionarios. Imagina a Washington diciendo a Texas cuántos policías puede contratar. Así que los chistes malos sobre las autonomías en España tienen pocas posibilidades de llamar la atención de alguien que no sea un editor de informativos de TVE.

Cuando se ha acercado el referéndum, políticos y periodistas de Madrid se han quedado sorprendidos al ver los artículos que aparecían en medios extranjeros. La única estrategia oficial consistía en tener atados a los gobiernos europeos. Eso no era muy complicado. Nadie en la UE quiere que los estados comiencen a sufrir grietas que deban solucionarse con referendos. Los comentarios que aparecían en redes indepes sobre cómo la UE no podía dejar sola a Cataluña tenían el mismo valor que las risas de Méndez de Vigo:  fast food para los que les da igual lo que le sirvan en el plato.

Pero con independencia de las razones históricas, políticas y económicas, en periodismo una historia es una historia que merece la pena publicar si se sale de lo habitual. Eso la convierte en una noticia. Y un referéndum o consulta organizado por un Gobierno en Europa occidental para provocar la secesión, sustentado por movilizaciones masivas, es una historia que interesa en Londres, París o Berlín. No todo van a ser suníes y chiíes, kurdos e iraquíes, ucranianos y rusos.

En algunos artículos escritos sobre  la ausencia de un discurso coherente y atractivo que ofrecer a los medios extranjeros, se repite la irritación o perplejidad del Gobierno al descubrir que lo que llaman el «relato épico» de los independentistas se abre camino en esas páginas o informativos de radio y televisión. Es difícil elegir entre la ignorancia y la estupidez a la hora de valorar esa reacción. Aparentemente, se sorprenden de que los los corresponsales extranjeros den espacio a declaraciones emotivas o dramáticas de los partidarios de la independencia frente a las opiniones siempre idénticas de políticos acostumbrados a repetir lo mismo todos los días. Es lo que pasa cuando los ministros están cortados por el patrón de Rajoy.

Cuando ha habido contactos entre esos periodistas extranjeros y ministros, celebrados bajo las normas del off the record, los primeros ha llegado a la conclusión de que les han hecho perder el tiempo, porque sólo les repetían lo que ya estaba saliendo en todos los sitios. Si fueras periodista, ¿en qué pensarías que deberías utilizar tu tiempo? ¿En escuchar a Dastis o en viajar a Barcelona para hablar con esa gente tan ilusionada o enfurecida de ambos bandos?

La Generalitat ha fracasado en sus intentos de hacer llegar a los gobiernos europeos la idea de que la independencia es viable y de que no tiene por qué suponer un terremoto en la UE. En el terreno de los imágenes, montaron una sesión en el Parlament para aprobar una ley del referéndum que fue un desastre al confirmar las peores sospechas sobre sus intenciones. Lo bueno para ellos es que por entonces la prensa extranjera no estaba tan metida en la historia o sus corresponsales no tenían tanto espacio para profundizar.

Cuando comenzó el sprint hacia el referéndum, todo eso cambió. La disputa estaba en la calle y fue entonces cuando los Dastis y los Méndez de Vigo ya eran prescindibles. ¿Quiénes les sustituyeron? Quedaban los fiscales y policías deteniendo a cargos políticos, y el barco de Piolín, una imagen ridícula que ningún periodista en su sano juicio podría eliminar de una crónica. Quedaban los totales en televisión  de jóvenes movilizados por una causa en la que no había violencia de por medio. Quedaban las imágenes de los policías y guardias civiles siendo despedidos en otras partes de España como si fueran a la guerra convirtiéndose en un símbolo de división y crispación que parecía diseñado para ser el arranque de una crónica de esas que los corresponsales ya tienen memorizadas.

Esa incapacidad del Gobierno para transmitir un mensaje que no aburra a la segunda vez que se escucha simboliza lo que ha sido la respuesta de Rajoy desde las elecciones catalanas de 2015. El problema no es tanto lo que aparezca publicado en medios extranjeros, sino lo que se puede leer en España, lo que se lleva diciendo desde hace años. Nadie va a apoyar la independencia de Cataluña porque Le Monde diga una cosa o la contraria o porque BBC entreviste a un político u otro.

Cuando el mensaje de un político a una situación en que casi la mitad del electorado catalán quiere salirse de España es ‘ríndanse o les envío a la policía’, dejas tu destino en manos de tus adversarios. Si de verdad son inteligentes o le echan valor –los políticos de la Generalitat no han demostrado mucho de lo primero y sobre si los ciudadanos de ideas independentistas dejarán claro lo segundo lo veremos a partir del día 2–, les has entregado la iniciativa.

Jueces, fiscales y policías sirven para muchas cosas, pero no son especialmente buenos para solucionar problemas políticos, reparar la quiebra del consenso social y salvar la legitimidad del sistema político. No es su trabajo. Eso queda para los que a lo largo de esta crisis siempre dieron por hecho que todo estaba controlado. Gracias a ellos, el problema que tenemos entre manos no acabará el día 1, con independencia de si lo que se produce este día tenga que ver poco o mucho con un referéndum.

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El trumpismo sin Trump tiene futuro en EEUU

El trumpismo gana incluso sin la ayuda de Trump. Esta idea circulaba estos días en los medios norteamericanos al analizar la contienda de Alabama de la que tenía que salir el candidato del partido al Senado por el escaño que hasta principios de año ocupaba el fiscal general Jeff Sessions. La sospecha se ha confirmado con la victoria del exjuez Roy Moore sobre el senador Luther Strange (Strange fue elegido a dedo por el gobernador para sustituir a Sessions, pero sólo hasta la cita con las urnas a finales de año).

Moore es un personaje muy conocido en Alabama. Se hizo famoso como presidente del Tribunal Supremo del Estado cuando instaló en la sede del edificio un monumento a los diez mandamientos (y no pequeño, pesaba 2.400 kilos). Fue destituido por el pleno del tribunal por negarse a retirarlo, como ordenaba un juez federal. Volvió al cargo en 2013 y tres años después tuvo que dimitir por ordenar a los jueces que continuaran aplicando la prohibición del matrimonio gay contra la ley. Llegó a decir que los atentados del 11S pudieron ser un castigo a EEUU por alejarse de Dios o que Obama no había nacido en EEUU.

Moore fracasó en esos años en sus intentos de convertirse en candidato en primarias republicanas. Toda la notoriedad que había conseguido con sus ideas ultraconservadoras no fue suficiente para facilitar su entrada en política, incluso en un sitio tan conservador como Alabama.

La radicalización hacia la derecha de las bases republicanas terminó por llegar hasta el punto en que se encontraba Moore. Era el favorito en las primarias en las que finalmente ha derrotado a su rival, a pesar de que todo el establishment del Partido Republicano en Alabama apoyaba a Strange. Este contaba con un apoyo extra algo inesperado: el de Donald Trump al que el partido había convencido para que hiciera campaña por el senador saliente. Por una vez, Trump no se dejó llevar por sus instintos naturales y pensó que, después de llegar a un muy comentado acuerdo con congresistas demócratas, necesitaba hacer algo en favor de sus presuntos aliados republicanos.

Trump estará lamentando ahora haberse dejado convencer por los republicanos y sus asesores de la Casa Blanca. Tras conocerse el resultado, procedió a borrar tuits de los últimos días en los que recomendaba votar a Strange. Trump no tolera que lo relacionen con una derrota.

La decisión de desdeñar a Roy Moore era además muy poco trumpiana. Stephen Bannon había apoyado al exjuez porque representa muchas de las ideas que llevaron al actual presidente a la Casa Blanca. Eso fue precisamente lo que dijo Bannon en mítines en Alabama, donde dirigió las puyas a los principales dirigentes republicanos y en especial al líder de la mayoría en el Senado, Mitch McConnell. En cierto modo, el resultado es una victoria de Bannon, al que evidentemente no hay que dar por muerto sólo por haber tenido que abandonar la Casa Blanca.

Esa es una de las cosas que más teme el establishment republicano. Que no les sirva de mucho su capacidad financiera (facilitaron al derrotado Strange todos los millones que necesitaba) y que surjan por todos los lados candidatos cortados por el perfil de Trump (xenófobos, nacionalistas, antilibre comercio…), exactamente el prototipo de derechista furioso que los republicanos han promovido entre sus votantes, pero a los que no quiere como candidatos.

Incluso puede ocurrir lo que ha sucedido en Alabama, que gane el candidato insurgente sin el apoyo directo del presidente. Basta con Bannon y la banda armada de Breitbart.

Un pequeño vídeo para demostrar el estilo de Roy Moore. La NRA apoyaba a su rival en las primarias. A Moore se le ocurrió que la mejor forma de contrarrestarlo era sacar su arma, un pequeño revólver, en un mitin. Al menos, no disparó a nadie.

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