Se busca un promotor efectivo de la democracia en el mundo (abstenerse EEUU)

En la inauguración de la Cumbre por la Democracia organizada esta semana por Estados Unidos, Joe Biden afirmó que «ante los alarmantes desafíos contra la democracia y los derechos humanos universales que se producen en todo el mundo, la democracia necesita campeones», países que prediquen con el ejemplo y que ayuden a sus aliados en esa causa. Fueron invitados un centenar de países. La lista fue elaborada por el Gobierno norteamericano. Era una cumbre que tenía reservado el derecho de admisión en la que algunos aliados tradicionales de EEUU se quedaron fuera y otros cuyas credenciales no son mucho mejores recibieron luz verde para que sus líderes enviaran un mensaje.

Cada uno de ellos tenía en torno a tres minutos para su breve discurso. El objetivo de la cita era presentar un frente común contra el creciente aumento del autoritarismo, redoblar esfuerzos en la lucha contra la corrupción y comprometerse a dar pasos para fortalecer la democracia. En última instancia, Biden pretendía recuperar el prestigio internacional de EEUU después de que este se hubiera hundido por los cuatro años de presidencia de Donald Trump. Es difícil que dos días de encuentros virtuales sean suficientes para tal empeño. En especial, porque Trump continúa siendo el político más influyente del Partido Republicano y tiene casi asegurada a día de hoy la candidatura por su partido para las elecciones de 2024.

«No puedes intentar proteger y defender la democracia globalmente cuando no puedes protegerla en tu propio país», dijo Cliff Albright, director de la ONG Black Voters Matter Fund a The New York Times. «No puedes ser el bombero global cuando tu casa está en llamas».

Tampoco es posible hacerlo con credibilidad si no quieres prescindir por razones económicas de tus relaciones con dictaduras. Emmanuel Macron y Pedro Sánchez participaron en la cumbre de Biden sólo unos días después de realizar sendas visitas a países que ni siquiera fueron invitados a la cita, porque su historial de derechos humanos es deplorable. Macron había viajado a Arabia Saudí para reunirse con el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salmán, señalado por el asesinato del periodista Jamal Khashoggi hasta por los servicios de inteligencia norteamericanos.

Sánchez había ido a Egipto al frente de una delegación de empresarios con la intención de aumentar las exportaciones e inversiones españolas. Han aumentado en los últimos años, pero sin alcanzar cifras relevantes. El país árabe no está entre los veinte principales destinos de las exportaciones españolas. En un discurso ante el primer ministro egipcio, Sánchez afirmó que «el Gobierno de Egipto desde el año 2014 está trabajando con decisión, con valentía, en reformas que posibilitan una apertura económica que hoy todos podemos celebrar».

La elección de la fecha no es casual. 2014 es el año de la elección del general Sisi como presidente, once meses después del golpe de Estado con el que el Ejército derrocó al Gobierno elegido en las urnas. En ese momento, se inició una violenta represión contra los seguidores de los Hermanos Musulmanes que luego se extendió a cualquier grupo crítico con el régimen. Decenas de miles de presos políticos acabaron el primer año en prisión.

A finales de octubre, Sisi anunció el fin del estado de emergencia en vigor en Egipto con diferentes formas legales desde el asesinato de Sadat en 1981, con la excepción de unos pocos meses en 2011. Pocos días después, el Parlamento aprobó una ley que refuerza los poderes del presidente y del Ejército ante cualquier amenaza a la seguridad. Sisi fue reelegido en las elecciones de 2018 con un 97% de los votos, según el resultado oficial.

Reunirse con Sisi, como hizo Sánchez, y elogiar una supuesta apertura económica que no puede ocultar el aumento del control de la economía del país por el Ejército es una forma peculiar de defender la democracia en el mundo.

Egipto y Arabia Saudí no estuvieron representados en la cumbre de Biden. Tampoco Turquía y Hungría, ambos miembros de la OTAN. Las relaciones de Erdogan con los gobiernos occidentales son pésimas desde hace tiempo. El húngaro Orbán se ha convertido en el político europeo favorito de la extrema derecha y del ala más conservadora de los republicanos en EEUU. Otros gobiernos que sí recibieron la invitación han alardeado de un discurso reaccionario, como el filipino Duterte o el brasileño Bolsonaro, líderes que disfrutan amenazando a sus rivales políticos.

En su intervención, Bolsonaro presumió de que su Gobierno está «trabajando con determinación para forjar una cultura de diálogo e inclusión social». Fue difícil encontrar un frase en la que no mintiera en un discurso que duró dos minutos y 33 segundos.

La invocación a los derechos humanos ha sido siempre una herramienta propagandística de la política exterior de EEUU. Cada año, el Departamento de Estado difunde un informe en el que examina a todos los países del mundo. Ahora se ha extendido la idea de que la democracia liberal vive su peor momento desde 1945, ignorando por ejemplo lo que ocurrió en los años 70 y 80 en Latinoamérica y Asia. La revista The Atlantic colocó en la portada de su edición de diciembre a Maduro, Lukashenko, Putin, Xi y Erdogan con el titular «Los malos están ganando». En realidad, con la excepción de Erdogan, los que deberían aparecer en la imagen son otros, y no porque los señalados hayan hecho muchos méritos democráticos.

El ‘think tank’ sueco V-Dem Institute elabora rankings y estudios sobre la salud de la democracia en el mundo. Cuenta con varias clasificaciones que tienen en cuenta diversos factores. En la de «democracia liberal», Dinamarca, Suecia y Noruega encabezan la clasificación en la que España aparece en el puesto 13º –por detrás de Irlanda y por delante de Reino Unido– y EEUU en el 31º. Su último estudio indica que casi todos los aliados de EEUU han sufrido una significativa «erosión democrática» en la década que comenzó en 2010. Los ejemplos más claros son los de Turquía, Hungría, Israel y Filipinas. La causa no reside tanto en la influencia de potencias extranjeras, pongamos Rusia o China, sino en los procesos internos de descomposición de los valores democráticos dentro de cada país.

Lo mismo dice el estudio sobre EEUU, que se encuentra en una posición mediocre en todos los baremos comparada con los países de Europa occidental. El periodo de tiempo analizado coincide en buena parte con la presidencia de Trump, pero sería una ilusión pensar que el problema se reduce al expresidente. La realidad es que los propios medios de comunicación e instituciones académicas norteamericanas que presumían de que su país era un propulsor de la democracia liberal ahora no esconden su pesimismo sobre su futuro en el país.

Los estados que en 2010 ya contaban con un sistema autocrático no cambiaron su posición. Por el contrario, EEUU y sus los aliados –aquellos con los que tiene un tratado o compromiso de defensa mutua– protagonizaron los recortes antidemocráticos. El análisis de V-Dem les adjudica el 36% del descenso registrado en calidad democrática y sólo el 5% de las mejoras.

La apuesta de Washington por la democracia liberal en Europa occidental fue un hecho a partir de 1945. Sólo la propaganda podía decir lo mismo en relación al resto del mundo. La lógica de la Guerra Fría condujo a EEUU a apoyar el establecimiento de dictaduras en el Tercer Mundo, responsables de espantosas matanzas como las ocurridas en Indonesia en 1965-66 o Argentina desde 1976, y un constante intervencionismo militar como manual esencial para enfrentarse a la URSS. En tiempos contemporáneos, las campañas militares e invasiones realizadas por EEUU desde los atentados del 11S y la polarización extrema en su política interior han hecho que en pocos países del mundo se considere al país como un modelo que merezca la pena imitar.

Los intentos de los republicanos de alterar las normas electorales en los estados que controlan en EEUU terminarán hundiendo aun más el prestigio exterior del país. En Michigan, han propuesto una reforma para hacerse con el control total de la organización de las elecciones, ya que afirman sin pruebas que en las últimas el fraude impidió la victoria de Trump. «Si eso ocurriera en alguno de los países a los que EEUU entrega ayuda económica, inmediatamente se consideraría como una amenaza a la democracia. Los diplomáticos de EEUU escribirían telegramas enfurecidos y los políticos amenazarían con cortar la ayuda», escribió Laura Thornton, del ‘think tank’ German Marshall Fund.

La paradoja es que EEUU no puede aprobar sanciones contra sí misma. De momento, Biden se conforma con organizar otra cumbre similar dentro de un año. Lo que le resultará más complicado será arreglar sus problemas en casa antes de pensar en promover la causa de la democracia liberal en el resto del planeta.

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Próxima parada de la nueva izquierda de Yolanda Díaz: el Vaticano

La unidad de la izquierda bien vale una misa. O quizá no una misa, pero sí una visita al Vaticano. Yolanda Díaz viajará a Roma el próximo sábado para reunirse con el Papa Francisco, que ha dado sobradas muestras de estar muy preocupado por la dimensión social de la economía en el mundo actual, es decir, por su ausencia en las decisiones de la mayoría de los gobiernos. La iniciativa se aleja de lo que el electorado de Unidas Podemos espera de las prioridades de sus dirigentes en relación a la Iglesia católica –por ejemplo, denunciar el concordato– y se corresponde con la intención que se le supone a la vicepresidenta. Si está dispuesta a reunirse hasta con el diablo para sacar adelante las negociaciones que dirige su Ministerio, cómo no lo va a hacer con el Papa.

La noticia tuvo de inmediato una reacción a la altura de lo que se espera del PP madrileño. «Cumbre comunista», la llamó en Twitter la secretaria de Comunicación del partido, Maca Puentes. Cuando vas por la política con un martillo en la mano, todo lo que ves te parecen clavos. Clavos comunistas. Te enteras de que Francisco se verá con una vicepresidenta de un Gobierno embarcado en una conspiración comunista, atea y separatista y ya das por hecho que el Anticristo se ha apoderado del Vaticano y que toca prepararse para la batalla de Armagedón. Calificar a Francisco de comunista te coloca en las huestes más reaccionarias de la Iglesia, pero eso nunca ha molestado al PP de Madrid.

Díaz, que sí es militante comunista a diferencia del Papa, tendrá la oportunidad de coincidir con su anfitrión en unos cuantos asuntos de política económica. En octubre, Francisco abogó por «un salario universal para que cada persona en este mundo pueda acceder a los más elementales bienes de la vida», una iniciativa que se asemeja al ingreso mínimo vital aprobado en España. Su análisis está bastante alejado de los sectores conservadores que lo fían todo al PIB y a la reducción de impuestos: «Este sistema, con su lógica implacable de la ganancia, está escapando a todo dominio humano. Es hora de frenar la locomotora, una locomotora descontrolada que nos está llevando al abismo».

Francisco ha mostrado en varias ocasiones su preocupación por los accidentes laborales. «Es atentado a la vida la muerte en el trabajo porque no se respeten las mínimas condiciones de seguridad», escribió en 2013. La ministra de Trabajo tendrá la oportunidad de hablarle del plan contra la siniestralidad en el trabajo que el Gobierno pondrá en marcha en enero y que se centrará en los sectores más peligrosos. Este año en España murieron hasta septiembre 527 personas en esos accidentes.

Nadie que conociera a Jorge Bergoglio en Argentina puede sorprenderse de un mensaje que sería definido como radical si partiera de un político. En una conferencia de obispos latinoamericanos en 2007, denunció que América Latina era la región del mundo con una mayor desigualdad sin que los gobiernos tomaran medidas para revertir ese drama. «Persiste la distribución injusta de los bienes y crea una situación de pecado social que clama al cielo y que limita las posibilidades de tener una vida plena para muchos de nuestros hermanos», dijo.

Con estas palabras, no es raro que los políticos españoles que no creen que exista la desigualdad se persignen y echen mano del rosario cuando escuchan a Francisco.

La visita a Roma es otro ejemplo de que Yolanda Díaz no está dispuesta a seguir el camino trazado por otros en el caso de que acepte ser candidata a presidenta del Gobierno. Habrá dirigentes de Unidas Podemos que coincidan con ciertos discursos del Papa, pero pocos que estén interesados en viajar al Vaticano para hablar de economía. Díaz tiene otras metas. Los resultados de su proyecto de crear una nueva plataforma política que supere a los partidos están todavía por verse. Tampoco es que lleve mucho tiempo en ello ni es una aventura que tenga visos de éxito si necesita concretarse en cuestión de unos pocos meses.

Lo que sí está claro es que su búsqueda de aliados no está condicionada por la evolución de Podemos de los últimos cinco años. Este mes ya ha dejado claro lo que no quiere: «Yo no trabajo desde la izquierda de la izquierda, en absoluto». No se conforma con montar su residencia a la izquierda del PSOE, lo que ella llama una «esquinita». Ahí solo van a caer los restos de los votos, según su interpretación. «Eso es algo muy pequeño y muy marginal». Renunciar a políticas y votos para mantener la cohesión interna –lo que antes se llamaba la ortodoxia– no entra en sus planes.

Es llamativo que Díaz haya recuperado ideas que se acercan a la banda sonora original de Podemos, en especial cuando define sus políticas como «muy transversales». Es una música que Íñigo Errejón interpretaba con mucha intensidad en esos años antes de que el cisma interno y la alianza con Izquierda Unida hicieran que esa melodía dejara de sonar. Da la impresión de que la vicepresidenta está anunciando a Más País que no tendrá razones ideológicas para oponerse a entrar en la gran carpa común en la que las fuerzas de izquierda se pueden cobijar en las futuras elecciones.

Como la vicepresidenta no oculta que su prioridad no es sumar partidos a lo loco, es posible que su iniciativa tenga éxito, aunque inicialmente fracase. Quizá no pueda sumar muchas más estructuras políticas y sociales que las que ahora apoyan a Unidas Podemos y que Errejón prefiera que su partido se presente en solitario a nada que algunas encuestas le den vidilla, como ocurrió antes de las elecciones de noviembre de 2019 con resultados nada brillantes. Pero al menos Díaz estará ofreciendo un mensaje diferente al que se escuchó en 2019 y podrá respaldarlo con su gestión en el Ministerio de Trabajo.

La última encuesta del CIS es la primera que indica de forma clara que su apuesta puede ofrecer resultados. Continúa siendo la líder política con mejor valoración. No le perjudica mucho estar asociada a Unidas Podemos a ojos de los votantes del PSOE y al mismo tiempo no genera tanta hostilidad como los demás dirigentes de la organización. Los beneficios no son solo para ella. Podemos y sus aliados aumentan su intención de voto al 13,6% y –esto es más importante– su porcentaje de fidelidad de voto se incrementa en nueve puntos.

La visita a Roma sirve además para saber que el Vaticano está informado de la trayectoria de Yolanda Díaz y que la considera una política con un futuro interesante, alguien a quien merece la pena observar de cerca para hablar de algunos temas que interesan a Francisco. No parece que verse con el Papa vaya a perjudicar a Díaz, antes al contrario, y es posible que sirva para enfurecer a Isabel Díaz Ayuso. No está mal para un viaje de fin de semana.

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La matanza de El Mozote

Fue el mayor crimen ocurrido en la guerra civil de El Salvador. El 10 de diciembre de 1981, tropas de élite del Ejército llegaron a un pueblo aislado de todo que se llamaba El Mozote, situado cerca de la frontera con Honduras. Los soldados formaban parte de una unidad entrenada por militares norteamericanos de las Fuerzas Especiales. En los días siguientes, mataron a un millar de habitantes del pueblo, entre los que eran mayoría las mujeres y los niños, es decir, no combatientes.

Este reportaje de Frontline recuerda la historia de la matanza de El Mozote a través de los recuerdos de dos periodistas –Raymond Bonner y la fotógrafa Susan Meiselas– que cubrieron la noticia entonces. Su trabajo apareció en la primera página de The New York Times. Alma Guillermoprieto escribió la historia para The Washington Post.

Después de la firma de la paz que puso fin a la guerra en 1992, una investigación forense dirigida por la ONU pudo encontrar en su visita a la zona algunas de las fosas en que se encontraron a las víctimas. Hallaron los restos de unas 150 personas que tenían una edad media de seis años. Los huesos, las ropas y el calzado encontrados confirmaban que la mayoría de los asesinados eran niños. «Murieron sin saber por qué los asesinaron», dice un hombre de ese pueblo que entonces tenía ocho años.

En el reportaje intervienen dos periodistas de El Faro, el medio digital independiente que ha realizado una amplia cobertura de los hechos ocurridos hace cuarenta años.

La investigación futura de los hechos de El Mozote se ha visto afectada por la ofensiva del presidente, Nayib Bukele, contra los jueces del país. La jubilación obligatoria de los que tienen más de 60 años ha permitido nombrar a nuevos titulares de los juzgados por el Tribunal Supremo, que está controlado por partidarios de Bukele. Ahora es imposible saber si la investigación proseguirá para acusar a los responsables, dice Nelson Rauda, reportero de El Faro. El rechazo radical del derechista Bukele a recordar las violaciones de los derechos humanos en la guerra de los años ochenta hace pensar que las posibilidades no son muy grandes.

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Diez años después del fin de ETA, hay partidos que nunca renunciarán a su existencia

En el Congreso de los Diputados, se habló este martes de ETA. No fue como todos los demás días del año en que sale el tema de ETA con frecuencia en relación a cualquier otro asunto, sean los presupuestos, la reforma laboral o el desempleo. El terrorismo no era la guarnición del plato principal ni la especia que le da picante. Esta vez se habló de la organización terrorista, que desapareció hace diez años, porque la proposición de ley a debate tenía que ver con ETA. Por tanto, era casi un acontecimiento. No una cuestión de simple filibusterismo político.

Ciudadanos había presentado una proposición de ley de «Memoria, Dignidad y Reparación de todas las Víctimas del Terrorismo». Su diputado Guillermo Díaz afirmó que «esta ley impide que se pueda borrar el pasado». Eso es algo que ocurre en las dictaduras. Cualquiera diría que España no lo es ahora y, en segundo lugar, que es muy posible que ya exista legislación en España sobre el apoyo que merecen esas víctimas. Efectivamente, esa ley existe. Lo que había ocurrido es que Cs quería promover una ley que convierta en imposibles los homenajes a los presos etarras cuando salen de prisión tras cumplir su pena. Hasta ahora, eran la ley y ciertos derechos que aparecen en la Constitución los que impedían una propuesta como la de Ciudadanos. Entre otras cosas, porque no se puede perseguir un delito antes de que se produzca. A partir de este lunes, también la realidad, aunque no siempre esto último impide a los partidos presentar iniciativas en el Parlamento.

El colectivo de presos de ETA anunció el lunes que se pondrá fin al recibimiento en público de los que salgan de prisión. Esos homenajes personales que, para partidos como el PP, Vox y Cs, suponían delitos de enaltecimiento del terrorismo, pero no para la justicia, se harán «de modo privado y discreto». El motivo reside en las críticas realizadas por las víctimas: «Hay personas que han expresado honestamente que sienten dolor con los ‘ongi etorri’ públicos».

Un motivo añadido pero no expuesto es la presión ejercida por EH Bildu y Sortu para que esos homenajes no se convirtieran en actos públicos. Se habían resignado a ellos durante un tiempo como válvula de escape para aquellos sectores de la izquierda abertzale –minoritarios pero influyentes– descontentos con el hecho de que el fin de ETA no había supuesto mejoras inmediatas para los presos. El debate interno avanzó hasta el punto en que se produjo la desconvocatoria de la manifestación organizada en apoyo a Henri Parot en septiembre, además de la declaración de Aiete leída por Arnaldo Otegi y Arkaitz Rodríguez.

Los partidos de derecha exigían que no se celebraran más de estos homenajes. Su reacción ante el comunicado del lunes fue restar toda importancia al anuncio de lo que estaban pidiendo. Incluso indignarse. Deberían haberse sentido satisfechos, pero esta es una situación que no es la primera vez que se produce. Antes se exigía a ETA o a la izquierda abertzale que diera determinado paso. Cuando se producía, se olvidaba de inmediato y se planteaba otra reclamación. Y así sucesivamente.

Según dijo Guillermo Díaz en el Congreso, es «el colmo de la miseria» que alguien «haya llamado a los asesinos» para que no haya homenajes. Dio a entender que fueron los socialistas, aunque no facilitó ninguna prueba. En teoría, debería estar contento por que se haya puesto fin a unos actos que considera deplorables. Pues no, está aún más enfurecido. «Ese comunicado es una engañifa», dijo Jaime Miguel Mateu, hijo y hermano de víctimas por ETA. «No nos lo creemos». Será fácil comprobar si se cumple en el futuro.

Su jefe había puesto el listón mucho más alto, que es una forma de cubrirse las espaldas. Pablo Casado dijo que «los ‘ongi etorri’ no pueden ser ni en público ni en privado». Y ahora dile a un juez que se puede prohibir a un preso que sale de la cárcel que reciba a sus amigos en su casa o que cene con ellos en un restaurante. En nombre de la libertad, desde luego.

La cuestión legal quedó bastante clara con la decisión del juzgado número cuatro de la Audiencia Nacional, que recibió la petición de prohibir la manifestación en honor a Parot. La rechazó porque «a la jurisdicción penal compete sólo la persecución y castigo de los hechos ilícitos penales una vez que estos se han producido; actúa ex post, no ex ante, pues carece de competencias preventivas».

En su momento, quedaba la posibilidad de que la prohibición partiera de la Delegación del Gobierno, pero a su vez esta podría haber sido recurrida ante los tribunales donde hubiera recibido la misma respuesta. Patxi López lo comentó en el pleno al recordar que en la época del PP el delegado «se hartó de ir a los tribunales» con ese objetivo y tuvo «un éxito cero». Si bien dijo que los recibimientos a presos etarras eran «una humillación a las víctimas y la sociedad», el exlehendakari también apuntó que el comunicado de los presos era una buena noticia y que suponía «una victoria para las víctimas».

Mertxe Aizpurua, portavoz de Bildu, leyó varios párrafos de ese comunicado y de la declaración de Aiete. Hizo hincapié en la frase de esta última que decía a las víctimas de ETA: «Queremos transmitirles nuestro pesar y dolor por el sufrimiento padecido». Después se levantó del escaño Edmundo Bal, de Cs, para exigir que se borraran del diario de sesiones «las palabras de ETA». Bal pretendía que se censuraran frases que han aparecido en todos los medios de comunicación. La presidenta de la Cámara no le hizo ni caso.

La proposición de Ciudadanos fue rechazada con los votos de los partidos que sustentan al Gobierno. Los partidos que la apoyaron contaban con eso. Su objetivo es denunciar cada día que los cinco votos de los diputados de Bildu apoyan las leyes promovidas por el Gobierno. Para ellos, la misma presencia de los diputados de EH Bildu en la Cámara es un acto de enaltecimiento del terrorismo. Han extendido tanto este último concepto que ya lo abarca todo. Ni siquiera la Audiencia Nacional o el Tribunal Supremo coincidían con sus puntos de vista sobre los homenajes a los presos. No importa. Todos son ETA, menos ellos, porque no pueden vivir sin ETA.

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A por ellos, pero esta vez es contra el Gobierno y el Congreso de España

Los sindicatos policiales que realizaron la manifestación del sábado contra la reforma de la ley mordaza en Madrid afirmaron después que la protesta «no tenía precedentes». Tenían toda la razón. No hay precedentes de que policías y guardias civiles se hayan manifestado por motivos políticos en España contra el Gobierno y el Congreso o en contra del resultado de las elecciones.

Las rebeliones policiales se producen a veces en países latinoamericanos con funestas consecuencias –la última fue en Bolivia–, pero no en Europa. Ahora los sindicatos que cuentan con el mayor apoyo de los agentes han decidido convertirse en una suerte de lobby policial para insertarse en las filas de la derecha en la pelea contra el Gobierno de coalición. Son las fuerzas de seguridad del Estado, pero la última palabra ha quedado colgando del nombre con un asterisco.

Para dar a la marcha un aire aún más de antisistema, personas con símbolos del sindicato Jusapol encendieron bengalas de humo verde en la cabecera de la manifestación cuando pasaban frente al Congreso de los Diputados. «Aquí es donde se nos tiene que escuchar más fuerte», decía la megafonía del vehículo que abría camino. Se daba la paradoja de que la policía actúa con frecuencia contra los que las encienden en la calle –suele ser indicativo de que algo chungo va a ocurrir–, pero esta vez eran policías los que las prendían. Sigue leyendo

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La matanza de París de 1961

París, 17 de octubre de 1961. De Gaulle está a un año de conceder la independencia a Argelia y de poner fin a más de un siglo de colonialismo francés en ese país. La tensión domina la capital francesa por la amenaza de atentados de la OAS –formada por militares y civiles que se oponen a renunciar a Argelia– y del FLN argelino. Ese día, la ciudad vivirá escenas inauditas en una capital europea en los años sesenta. La represión policial se ceba en una manifestación y desencadena una caza al hombre en la que los agentes asesinan a decenas de personas. Nunca se sabrá cuántos murieron, pero la cifra más probable es de entre cien y doscientas.

La matanza queda cubierta por el silencio y la censura. Los principales medios de comunicación se limitan a dar la versión oficial, que reduce los incidentes a hechos violentos aislados que causan la muerte de cinco personas. Durante semanas, los cuerpos van apareciendo en el río Sena. Había sido la forma más fácil de deshacerse de los cadáveres.

Unos meses antes, los ultras se lo han jugado todo a la carta de un golpe de Estado contra De Gaulle en el país norteafricano que incluía la toma de bases militares en suelo francés. La intentona fracasa. Después del referéndum de enero en que se ha aprobado conceder la «autodeterminación» a la colonia, el Gobierno ha entrado en negociaciones con el brazo político del FLN argelino.

El FLN había puesto fin a los ataques contra policías franceses en París al iniciarse las conversaciones, pero en realidad han aumentado ese año, sin que esté claro si han sido ordenados por miembros de la cúpula del grupo o por las células del FLN parisino fuera del control del movimiento. Veintidós policías han sido asesinados ese año (nueve habían muerto el año anterior).

El ambiente entre los policías es de máxima tensión. Reclaman a sus jefes una política de mano dura contra los independentistas. El prefecto de Policía, Maurice Papon, promete en un funeral de un agente que «por cada golpe que reciban, devolverán diez». Cada vez se producen más palizas a detenidos en las comisarías. Después del verano de 1961, aumenta el número de cadáveres de argelinos que aparecen en el Sena.

Papon y el Gobierno decretan un toque de queda nocturno en París a partir de las 20.30 para todos los argelinos, una medida claramente discriminatoria al tratarse de ciudadanos franceses. La medida se centra fundamentalmente en los que conducen un vehículo desde esa hora. Los ocupantes son detenidos y los coches, confiscados.

El decreto es contestado por partidos de izquierda y organizaciones de argelinos. Estas últimas organizan una manifestación de protesta para el 17 de octubre, con el apoyo del FLN. La cita es un éxito de asistencia. Se calcula que 25.000 personas recorren las calles de París. Es una manifestación pacífica a la que asisten hombres, mujeres y niños hasta que se desencadena la represión.

Miles de ellos fueron detenidos. Las cargas policiales obligaron a los manifestantes a huir a la carrera para salvar la vida. La actuación de los agentes fue de una violencia indiscriminada. Algunas víctimas fueron tiroteados. Otros sufrieron palizas mortales. La mayoría de los cadáveres fueron lanzados al río. En las comisarías y centros de detención improvisados, continuaron las palizas.

Placa en el puente de Saint-Michel colocada por el alcalde de París en 2001.

Los ataques se produjeron en lugares tan céntricos como Saint Germain-des-Prés, la Opéra, la Plaza de la Concordia o los Campos Elíseos. Un periodista contó treinta cadáveres amontonados cerca de su oficina en el centro de la ciudad. Sus jefes en la agencia de prensa le dijeron que se atuviera a la versión oficial. Las únicas imágenes que ofreció la televisión pública fue la de grupos de argelinos que fueron deportados en barco. Fue una forma rápida de deshacerse de los testigos presenciales.

Diarios como L’Humanité o Libération empiezan a ofrecer algunas informaciones que contradicen la información de las autoridades. Pasaron años antes de que se ofrecieran investigaciones que contaran realmente lo que sucedió. A finales de octubre, diputados de izquierda cuestionan la información oficial y las mentiras que salieron del Ministerio de Interior. Una solicitud de poner en marcha una comisión de investigación es rechazada en la Asamblea Nacional. Papon afirma que la policía «hizo lo que tenía que hacer». El ministro de Interior denuncia una campaña de difamación contra la policía.

De Gaulle tuvo que ser informado de los hechos. No mencionó la matanza en sus memorias.

Papon inició una carrera política que le llevó a la Asamblea como diputado durante más de una década y ministro en una ocasión. En 1981, Le Canard Enchaîné publicó documentos que revelaban su colaboración en el Holocausto. Había sido responsable de la deportación de 1.645 judíos a Alemania desde su puesto de la prefectura de Gironda dentro del régimen de Vichy. No fue condenado hasta 1998 por crímenes contra la humanidad a diez años de cárcel.

En 2001, el alcalde de París, el socialista Bertrand Delanoë, asiste a la colocación
de un placa en el puente de Saint-Michel dedicada «a la memoria de los numerosos argelinos asesinados durante la sangrienta represión de la manifestación pacífica del 17 de octubre de 1961». Hay que esperar a 2012 para que un presidente de la República, François Hollande, reconozca los hechos y los defina como «una sangrienta represión»: «La República reconoce claramente estos hechos. Cincuenta y un años después de esta tragedia, rindo homenaje a la memoria de las víctimas». Lo hace a través de un simple comunicado.

Al cumplirse hace unas semanas el 60º aniversario de la matanza, Emmanuel Macron deposita una corona de flores en el puente de Bezons, en Nanterre. Acompañado de familiares de los fallecidos, guarda un minuto de silencio en el lugar en que aparecieron algunos de los cadáveres.

«Los crímenes cometidos esa noche bajo la autoridad de Maurice Papon son inexcusables para la República. Francia mira toda su historia con lucidez y reconoce las responsabilidades claramente establecidas», afirmó un comunicado del Elíseo. El texto asume la responsabilidad de la masacre en nombre del Estado francés, aunque restringe la autoría a Papon.

Foto superior: una pintada en un puente de París después de la matanza: «Aquí ahogamos a los argelinos».

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Marlaska se sube a la tanqueta

La alcaldesa de la localidad gaditana de Puerto Real, Elena Amaya, del PSOE, no puede salir de casa estos días por estar contagiada de Covid. No tiene dudas sobre lo que debe hacer el resto de la gente en esta ciudad de 41.000 habitantes: «Tenemos que salir a la calle porque somos el culo de este país». La crisis permanente en la provincia que suele tener el mayor índice de desempleo de España aparece ahora en los titulares a causa de la movilización que se produce durante las negociaciones del futuro convenio del sector del metal. Mientras tanto, algunos disturbios ocurridos, menos graves de lo que se ha visto en la última década en otros conflictos, han provocado la aparición en las calles de una tanqueta policial. La imagen por sí sola eleva la importancia del conflicto a un nivel más preocupante.

Alguien en el Ministerio de Interior o en la cúpula policial no tiene muy claro el concepto de coste/beneficio. El precio político de la decisión parece mucho mayor que los beneficios que pueda tener el uso de un vehículo de origen militar. Se trata de un BMR, un blindado de seis ruedas que se emplea habitualmente para el transporte de tropas y cuya función de orden público en este caso se limita a su blindaje y a su peso de quince toneladas. Es decir, puede llevarse por delante cualquier barricada que encuentre por la calle, aunque esté compuesta por varios contenedores.

El coste político no se mide en toneladas, pero su peso no es menor. «El Gobierno se está equivocando», dijo el martes Iñigo Errejón en el pleno del Congreso. «Yo me temo que la imagen de la tanqueta en los barrios obreros de Cádiz les va a acompañar durante lo que queda de la legislatura». Yolanda Díaz tomó la poco habitual decisión en su caso de comunicar a otro miembro del Gobierno su malestar por una decisión de su competencia y confirmarlo después en público a los periodistas. «Los trabajadores del sector del metal no son delincuentes», dijo la vicepresidenta, y están «legítimamente defendiendo sus derechos». Lo mismo han hecho otros dirigentes de Unidas Podemos. Para el diputado Jaume Asens, la medida es «una provocación». Sigue leyendo

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El ‘talent show’ del PP tiene poco talent y mucho show

Pablo Casado comenzó el día este lunes con una idea en la cabeza: otra semana como la pasada y me muero. Excepto en las elecciones de abril y noviembre de 2019, en pocas ocasiones su liderazgo del Partido Popular ha sido tan cuestionado o caricaturizado desde dentro de su propia formación. Esta vez, le tocó sufrir el ataque combinado de Isabel Díaz Ayuso y Cayetana Álvarez de Toledo, que es un poco como si fueras Polonia en 1939. Cada vez que Génova pensaba que había dado por cerrado el debate, alguna de ellas volvía a atormentarlo con su aguijón. Para el lunes, optó por una solución segura. Viajó a Vitoria para visitar el Memorial de Víctimas del Terrorismo. Cuando los periodistas le preguntaron por la crisis interna del PP, tenía la respuesta preparada. No quería hablar del tema «por respeto a los 850 asesinados por ETA». El comodín de ETA es una navaja multiusos que funciona tanto como arma ofensiva como defensiva.

También este lunes Díaz Ayuso volvió a aplicar el método que tanto exaspera en Génova. Aparece con un extintor para fingir que quiere apagar el incendio y al mismo tiempo lo atiza añadiendo un par de troncos al fuego. «El electorado de centroderecha no entiende nada», dijo en una entrevista en TVE, como si la cosa no fuera con ella y esto fuera un lío que han montado otros. Eso no le impidió reiterar que el congreso del PP madrileño debería celebrarse cuanto antes porque «prolongarlo otros ocho meses tendría mucho desgaste». Para Casado, podría haber dicho. Ella no va a desechar ninguna oportunidad de insistir en sus exigencias. Lo quiere todo (el poder en el PP en Madrid) y lo quiere ya (en marzo como muy tarde). Casado se niega a aceptar lo segundo porque en el fondo no le conviene permitir lo primero. Sigue leyendo

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El colapso económico de Afganistán

La actividad económica de Afganistán era totalmente dependiente de la ayuda extranjera, en especial de Estados Unidos. La victoria de los talibanes cortó de raíz ese pilar, a lo que hay que unir el bloqueo de las reservas del país, 9.000 millones de dólares que se encontraban depositados en EEUU. El país sufre en la práctica un colapso en el que el nuevo Gobierno ni siquiera puede pagar el suministro eléctrico que le llega de los países vecinos.

En octubre, Der Spiegel publicó un largo reportaje sobre una situación que no ha cambiado mucho desde entonces:

El Estado, ahora el Emirato Islámico de los talibanes, ha terminado siendo incapaz de pagar los salarios, excepto de algunos profesores o trabajadores sanitarios. Los bancos sólo tienen permiso para distribuir cantidades minúsculas de efectivo en la moneda local, el afgani. Como consecuencia, millones de personas se están quedando sin dinero en efectivo, en un momento en que los precios de alimentos, gasolina y gas para cocinar están subiendo rápidamente. Aún hay electricidad. El 80% de ella se importa de los países vecinos Uzbekistán, Turkmenistán, Irán y Tayikistán, pero Kabul no ha podido pagarles desde el 15 de agosto.

El número de mendigos, en especial mujeres, ha estallado, y las calles de Kabul están llenas de lavadoras, muebles y material de cocina puestos a la venta, y que nadie está comprando. El otoño es la época de la cosecha de las granadas, pero los vendedores del producto también esperan durante horas a que aparezcan los clientes. «Si alguien viene sólo está interesado en la fruta en mal estado», dice un vendedor desesperado.

Como en el resto del Gobierno, las nuevas autoridades económicas están dirigidas por cargos políticos y religiosos sin ninguna experiencia en asuntos financieros. Las exportaciones legales suponían hasta hace unos meses unos mil millones de dólares anuales, mientras la exportación de droga podía alcanzar otros 600 millones. Al mismo tiempo, el país importaba bienes por valor de 7.000 millones. «El valor del afgani (75 afganis por dólar) se mantenía por el hecho de que cada semana llegaban entre 20 y 30 millones desde EEUU», dice el directivo de un banco. «Eso se ha acabado. Pero los talibanes no parecen entender la gravedad de la situación».

Kabul ya ha sufrido varios apagones temporales al aumentar el consumo eléctrico con la caída de las temperaturas en noviembre. Los países limítrofes de Afganistán que le venden cerca del 80% de la energía que utiliza dieron tres meses para que el Gobierno pagara lo que debe, que ya supera los 60 millones de dólares. Ese plazo ha finalizado sin que se haya cumplido la amenaza de corte de suministro. En la práctica, esa es la mayor ayuda exterior que ha recibido el país en estos meses.

La empresa pública de electricidad ha pedido a la misión de la ONU una ayuda de 90 millones con la que pagar esas deudas y asegurar el suministro. De momento, no ha recibido respuesta.

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Pablo Iglesias se ha vuelto pesimista nivel República de Weimar

«Lo bueno de no tener responsabilidades políticas es que uno puede decir estas cosas libremente», dijo Pablo Iglesias en uno de los momentos de su conversación del martes con José María Lassalle en la Delegación de la Generalitat en Madrid. Ya no es vicepresidente, ya no tiene la obligación de ser optimista –los gobernantes siempre son optimistas–, ya puede ocuparse de trazar un panorama sombrío si no se adoptan determinadas políticas con las que solventar problemas graves. Cuando Iglesias quiere mostrarse preocupado, tiene la habilidad para aparecer extremadamente preocupado.

El motivo del encuentro era el inicio de una serie de conferencias organizadas por la Delegación de la Generalitat centradas en el diálogo entre las instituciones españolas y catalanas. También por la presentación, en la misma sala, de un libro colectivo que ha publicado la editorial Catarata –’Cataluña-España: ¿del conflicto al diálogo político?’– en el que 60 autores han reflexionado sobre el futuro de ese conflicto y las vías de solución. La amplia nómina de colaboradores incluye pocos representantes de la derecha que marca el paso en su mundo. En esos ambientes, la apelación al diálogo se contempla con desdén o un rechazo total. Solo esperan de los vencedores de las elecciones catalanas la rendición y que se presenten en una comisaría con el DNI en la boca.

Es curioso que en la derecha nieguen que se trata de un auténtico conflicto político, sino de que algunos políticos violan la ley y por tanto deben recibir el castigo correspondiente. Los conflictos son consustanciales a la democracia. La diferencia con las dictaduras es que se puede convivir con ellos sin necesidad de abrir la cabeza al prójimo. «Una democracia debe albergar siempre dentro de sí misma la opción del diálogo», explicó Lassalle, que fue secretario de Estado de Cultura en el Gobierno de Rajoy. Uno de los grandes objetivos de la democracia consiste en «neutralizar los conflictos». Quizá no se consiga alcanzar la solución que satisface a todos, entre otras cosas, porque quizá no pueda existir tal nivel de perfección, pero el diálogo es una herramienta de convivencia que, como mínimo, debe servir para entender al contrario. Sigue leyendo

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