Corbyn adelanta a May en los sondeos y la deja en evidencia tras el incendio de Kensington

El incendio de la torre Grenfell ha ofrecido otro momento que ha distinguido a Theresa May de Jeremy Corbyn, una imagen que se suma al desenlace de las recientes elecciones generales. Ambos visitaron el jueves el lugar donde se produjo el incendio que acabó con la vida de 17 personas. La impresión que han dejado sus apariciones no ha podido ser más diferente. May se reunió con los responsables de los servicios de emergencia, incluidos los bomberos. Corbyn estuvo con las víctimas y les escuchó cuando contaron su situación.

Cada uno tiene responsabilidades diferentes, pero la impresión que dejaron no pasó desapercibida. May prefirió no verse con los damnificados. Sus asesores ya sabían que años atrás los vecinos habían exigido mejoras en los sistemas de seguridad del edificio que fueron ignoradas por la empresa encargada de su gestión y por el consejo local de Kensington y Chelsea, dominado por los conservadores por sus victorias en las elecciones locales. Reclamaron una revisión independiente de las condiciones de seguridad, pero su petición fue rechazada.

May optó por una visita segura y lo que consiguió fue la confirmación del descalabro de su imagen que había quedado patente con el resultado de las elecciones. Además de reunirse con las familias, Corbyn exigió que se instalen rociadores de agua en todos los edificios que lo necesiten, una medida que el Gobierno conservador de Cameron se negó a convertir en obligatoria. Su argumento era que podía perjudicar la construcción de casas, se supone que al hacerlas menos rentables para el promotor.

Esa no es la única lectura política que se puede hacer y que puede perjudicar a los tories. No fue una catástrofe natural imposible de prever, sino un desastre que podía ocurrir, como había sucedido en años anteriores, a causa de la falta de medidas de seguridad en muchas de estas torres de viviendas sociales en las que viven gente pobre o de clase media baja. El distrito de Kensington y Chelsea es uno de los más ricos de Gran Bretaña, pero en su zonas oeste y norte, donde se produjo el incendio, viven personas con los índices de renta más bajos de Inglaterra. La desigualdad de las condiciones sociales y económicas en este distrito donde viven unas 157.000 personas son extremas.

Tampoco se puede obviar el efecto de los años de austeridad en los presupuestos de las autoridades locales y de los servicios de emergencia. Hay 7.000 bomberos menos en Inglaterra desde hace cinco años, según cifras oficiales. «Míralo así, se supone que tienes que trabajar en un fuego un máximo de cuatro horas. Nosotros hemos estado aquí doce horas», dijo un bombero que estuvo trabajando en la torre.

El gasto extra que hubiera supuesto utilizar material no combustible en el revestimiento de ese edificio habría sido de 5.000 libras, según cuenta el viernes The Times. Un precio muy escaso para impedir la muerte de 17 personas y la destrucción de todo el patrimonio de centenares de vecinos.

La crisis provocada por la tragedia se une a la situación política creada tras las elecciones. Las tornas se han cambiado de una forma que pocas veces se ve en política. Según la última encuesta de YouGov, May se encuentra en los mismos niveles de popularidad –en este caso, habría que decir impopularidad– que tenía Corbyn en noviembre de 2016. En abril, May estaba en un +10, en la diferencia entre los que tenían una opinión favorable de ella y los que la tenían desfavorable. Ahora está en un -34. Corbyn ha pasado de estar hundido con un -42 a pasar a cero, es decir, están empatados los que tienen una opinión favorable o desfavorable de él.

En abril, los votantes tories apoyaban a May en un 85%. Ahora en un 57%. Corbyn ha pasado entre los votantes laboristas de un 40% a un 75%. La victoria en las urnas suele obrar milagros en la reputación de los políticos, pero en este caso no hay que olvidar que May ganó las elecciones, aunque sin mayoría absoluta. Corbyn perdió, pero subió en diez puntos el porcentaje de votos de su partido.

Al comenzar la campaña, May superaba a Corbyn en 39 puntos en la pregunta sobre quién sería el mejor primer ministro. Esa diferencia se ha reducido a cero.

Los números, aun siendo tan llamativos, no son tan importantes como la impresión general, inevitablemente subjetiva, extendida entre políticos y periodistas británicos. El programa electoral tory fue un desastre que los propios diputados conservadores criticaron con dureza tras el 8 de junio, algunos con el argumento de que había sido demasiado «honesto».

El programa electoral laborista se centraba en reivindicaciones muy apoyadas por la opinión pública y no era en absoluto el programa de la campaña de 1984 caracterizado entonces por su izquierdismo como una larga nota de suicidio. La mayoría de los medios de comunicación lo despreciaron el día antes de su presentación como símbolo de la ruina electoral que se avecinaba para los laboristas. Sus capacidades de análisis y pronóstico no resultaron muy buenas.

Se dijo antes de las elecciones que la única opción de los laboristas eran un gran aumento de la participación entre los votantes más jóvenes, hasta 24 años. Era una perspectiva no muy alentadora para ellos, porque en las elecciones de 2015 su presencia en las urnas no había llegado al 50%. La realidad desmintió esa impresión, no porque los más jóvenes no votaran a Corbyn, sino porque el apoyo que recibió dio un gran salto también entre la gente de más edad.

Un sondeo de YouGov con una muestra de 52.000 encuestados, el mayor hecho nunca después de unas elecciones, reveló que Corbyn ganó en todos los tramos de edad hasta los 49 años. La participación aumenta según el votante es mayor, lo que favoreció a los tories. Aun así, los laboristas mejoraron de forma sustancial entre la gente de edad mediana. En los 20 distritos en los que los laboristas ampliaron sus votos de forma más clara, el grupo de edad dominante era el que va de 30 a 44 años, no los más jóvenes. Es decir, aquellos más vulnerables en los temas sociales destacados por el programa de Corbyn: votantes con hijos en colegios o a punto de entrar en la universidad, que han sufrido un descenso en los salarios reales, con grandes pagos en hipotecas o alquileres, o parientes ancianos a los que cuidar. Aparentemente, gente que creyó que el programa laborista se centraba en sus problemas.

Otro factor relevante fue el nivel de educación. Cuanta más formación tenga el votante, más probable es que vote a laboristas. Eso se corresponde con la edad media de sus partidarios. Hay más licenciados entre la gente de menos de 50 años que entre los jubilados, que se han convertido en la única cantera segura de voto de los conservadores. Un 63% de ellos votó a los tories (un 24% a los laboristas). Entre los que trabajan a tiempo completo ganaron los laboristas, 45%-39%. Entre los parados, también, 54%-28%.

El ambiente de euforia que reina ahora entre los laboristas ha tenido consecuencias en su número de militantes. En los cuatro días posteriores a las elecciones, recibieron a 35.000 militantes más, lo que lleva su cifra total a 552.000. Antes de que Corbyn fuera elegido líder del partido, eran 200.000.

Los militantes son importantes, pero se llega al Gobierno con los votantes. Lógicamente, los tories no quieren saber nada de elecciones, pero la debilidad de su líder hace que muchos piensen que será difícil impedir una repetición electoral antes de que acabe el año. Hay 28 escaños tories en los que la diferencia de los conservadores sobre los laboristas es de menos de 2.000 votos. Ese dato permite llegar a la conclusión de que Corbyn puede ganar las próximas elecciones.

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Guinea Ecuatorial

Human Rights Watch publica un informe sobre Guinea Ecuatorial: ‘Manna From Heaven’?: How Health and Education Pay the Price for Self-Dealing in Equatorial Guinea. Los últimos datos disponibles (los presupuestos de 2008 y 2011) indican que el Gobierno gastó sólo el 3% de su presupuesto en sanidad y educación. La mayor parte de los fondos obtenidos con la exportación de petróleo se gastó en grandes proyectos de infraestructuras, muchos de escasa utilidad social, y en llenar los bolsillos de la élite política del país, en especial la familia del presidente Obiang.

Guinea Ecuatorial tiene la mayor renta per cápita de África, pero la mitad de la población no tiene acceso a agua potable.

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Theresa May obtiene una prórroga de duración incierta

El cadáver de Downing Street ha recuperado algo de color en la cara y de movimiento en sus extremidades. Ha tardado cuatro días en mostrar signos de recuperación, pero nadie se hace ilusiones. Theresa May continuará siendo primera ministra. No por tiempo indefinido. La mayoría de los tories ha perdido la confianza en ella, pero hay algo a lo que le tienen pavor: unas nuevas elecciones o una pelea interna para elegir a un nuevo líder que haría pedazos su credibilidad. En los últimos dos años, los británicos han tenido dos elecciones generales y un referéndum. Repetir la jugada a lo largo de este año concedería opciones claras a los laboristas, esta vez sí, de convertirse en el primer partido del país.

Para conseguir la prórroga, May ha tenido que pasar por el trago de reconocer sus errores en una reunión del Comité 1922, que agrupa a los ‘backbenchers’, diputados conservadores sin cargos en la Administración, aunque en esta ocasión también a muchos de los que sí lo tienen. «Se mostró muy preocupada por la gente que ha perdido sus escaños. El partido va a ayudarles. Algunos están en una situación económica muy difícil. Dijo que lo sentía, varias veces. Pidió disculpas a los compañeros que perdieron sus escaños y por tomar la decisión de adelantar las elecciones», dijo un diputado presente en la reunión a The Guardian.

Varios periodistas coinciden en destacar una frase pronunciada por May. «Os serviré tanto tiempo como queráis», dijo, se supone que refiriéndose a su posición como líder del partido, y por tanto primera ministra. Prometió también un estilo de gobernar más colegiado en el que se tengan en cuenta otras opiniones, marcando distancias con el estilo arrogante que le ha caracterizado hasta ahora, a ella y a sus dos asesores más directos que este fin de semana se vieron forzados a presentar la dimisión.

May sabía que tenía que ser humilde para salvar la cabeza y no se puede negar que se aplicó en la tarea: «Yo os he metido a todos en este lío y yo os voy a sacar de él».

Los diputados del Comité 1922 no se suelen cortar mucho en sus intervenciones, en especial cuando las cosas van mal para el partido (en su funcionamiento interno, los tories no son como el Partido Popular). En esta ocasión, le reprocharon las medidas del programa electoral más impopulares que contribuyeron de forma decisiva a la pérdida de la mayoría absoluta. Se puede sospechar que esas medidas nunca llegarán a ver la luz.

Antes de que le preguntaran por ello, May prometió que el pacto con los unionistas del DUP no afectará a las leyes sobre igualdad, en referencia por ejemplo a la ley que legalizó el matrimonio gay (que por lo demás no se aplica en Irlanda del Norte, y sí en Inglaterra, Escocia y Gales).

¿Cuánto tiempo durará la prórroga? Nadie lo sabe con seguridad, y de entrada depende de las negociaciones del Brexit. Más tarde o más temprano, el Gobierno –esta vez no sólo May– tendrá que olvidarse de fantasías y elegir qué tipo de Brexit quiere y hasta dónde está dispuesto a hacer concesiones a Bruselas. En el Partido Conservador, no hay un consenso claro sobre esas conversaciones y cualquier línea roja traspasada, real o ficticia, puede provocar fuertes divisiones en el grupo parlamentario.

La líder de los tories escoceses, Ruth Davidson, ha dicho que un acuerdo de libre comercio con la UE debe estar en el centro de cualquier negociación. Eso supondría a buen seguro pagar algún tipo de precio en relación a la libertad de movimiento de trabajadores, algo de lo que muchos diputados conservadores no quieren ni oír hablar.

Los tories perdonan –cuando temen nuevas elecciones–, pero no olvidan. En política, unos pocos meses es un plazo de tiempo considerable. En un año, con el tema del Brexit de por medio, es casi una era geológica. Los diputados que consiguieron la reelección, algunos por diferencias inesperadamente escasas, no quieren imaginarse a sí mismos en la situación en que han quedado los que perdieron el escaño. No olvidan que la presencia de May en las circunscripciones que visitó en la campaña fue irrelevante, cuando no negativa.

La primera ministra pasó por 43 distritos de los llamados «marginal», aquellos con distancias reducidas entre el primer y segundo partido, no más de 2.000 votos en general. De esas 43 circunscripciones visitadas por May, los conservadores sólo ganaron en cinco.

Los tories quieren líderes que les ayuden a ganar las elecciones. Es poco probable que consideren a May dentro de esa categoría.

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Un cadáver en Downing Street

Cuando todo ha salido mal, algunos líderes tienen la extraña capacidad de empeorar las cosas hasta el punto de colocarse a sí mismos en una posición insostenible. Es lo que hizo Theresa May en su discurso ante Downing Street después de recibir de la reina el encargo de formar Gobierno. Con la misma arrogancia y frialdad con la que convocó elecciones, la primera ministra habló de estabilidad y certidumbre como atributos de su futuro Gabinete. Ninguna autocrítica ni reconocimiento del fracaso por la decisión de convocar elecciones. Si una mayoría de 17 escaños no era suficiente para afrontar con seguridad las negociaciones del Brexit, ¿cómo puede garantizar el éxito habiéndose quedado a ocho escaños de la mayoría absoluta?

May no sólo no ha quedado blindada por las urnas frente a su partido y la oposición, sino que ahora está expuesta a la ira tory. Pocos partidos hay más implacables que los conservadores británicos a la hora de hacer pagar a sus máximos dirigentes no estar a la altura de sus supuestas virtudes de liderazgo. En especial, cuando esos líderes se han rodeado de un círculo de aduladores y han menospreciado a los ministros.

Downing Street maniobró para que la victoria fuera sólo de May –y de ahí que en los primeros carteles el nombre del partido apareciera muy pequeño–, y ahora los dirigentes tories le están recordando que la derrota es sólo suya. Los más enfurecidos afirman además que pagará por ella.

En la noche del viernes, las portadas de los periódicos del día siguiente dejaron claro que la guerra ha comenzado. Los mismos diarios que habían apoyado a muerte a May y se habían lanzado contra Jeremy Corbyn como si fuera la reencarnación de Satanás, informaron del sombrío futuro de May.

Eran los periódicos que habían fabricado la imagen de Theresa May como una roca inamovible y que luego quedaron perplejos ante los giros y rectificaciones ocurridos en una caótica campaña. Una mezcla de Margaret Thatcher e Isabel I de Inglaterra adecuada para estos tiempos turbulentos se había convertido en lo que en realidad siempre: una persona tímida y reservada que confía en muy poca gente, que siente aversión a las entrevistas en los medios, y que mantiene a distancia a los demás dirigentes del partido.

«Los tories se vuelven contra May», titulaba en portada el Daily Mail. Las opiniones recogidas entre diputados tories indicaban que su reelección es un trámite obligado por las circunstancias. En seis meses o menos, esperan su dimisión. Los nombres de varios candidatos al relevo –Boris Johnson, David Davis, Amber Rudd, Michael Gove…– ya están en las portadas.

«May contempla el abismo», tituló The Times, cuyo editorial era especialmente duro con ella por su discurso de la mañana del viernes: «En su determinación de controlar el mensaje, ha desarrollado la desgraciada costumbre de insultar la inteligencia de los votantes».

A corto y medio plazo, es más grave para May que los diputados conservadores se sientan insultados. O los que han perdido el escaño. Uno de estos últimos hizo un balance bastante atinado del estilo de May en una sola frase: «No se puede dirigir el Gobierno desde una torre de marfil».

Iain Martin, otro de los periodistas que siempre la apoyaron, ha hablado con miembros del Gobierno y dirigentes del partido, y algunos están tan furiosos con ese discurso como para intentar que May no sobreviva a la próxima semana. Eso sólo sería posible si los pesos pesados del Gobierno pactaran un nombre para relevar el lunes a la primera ministra.

Para ello, los ‘backbenchers’ (diputados sin cargo en la Administración) deberían aceptar que nadie más se presentara como candidato. En ese caso, debería llevarse a cabo un proceso de votaciones en el grupo parlamentario, y nadie cree que el país aceptaría de buen grado un espectáculo de divisiones internas como el que se vio en las anteriores primarias.

Puede parecer exagerado, pero May es muy consciente de ese peligro. Por eso, en la tarde del viernes anunció que los cinco principales miembros de su Gabinete continuarán en sus puestos. También Philip Hammond, ministro de Hacienda, al que se negó a confirmar en la cartera en una entrevista durante la campaña. De repente, a May le entró prisa. Al prescindir de alguno de ellos, corría el riesgo de convertirlo de forma automática en candidato a la sucesión.

Theresa May tiene ahora el cargo, pero no el poder. Los diez votos del DUP –partido unionista del Ulster– tendrán un precio muy alto, aún por definir. Las instituciones del Ulster se encuentran en estado de animación suspendida. El Sinn Féin se retiró del Gobierno por las acusaciones de corrupción contra la líder del DUP. Se celebraron unas elecciones que no solucionaron nada. El acuerdo anterior entre DUP y Sinn Féin para gobernar juntos ahora parece imposible y la alternativa –regresar al Gobierno directo desde Londres– sería una opción que no cuenta con muchos partidarios en la capital británica.

La estabilidad del Ulster no es el único problema para los tories. El DUP está poblado de reaccionarios de extrema derecha, contrarios al matrimonio gay y al aborto. Su extremismo religioso les lleva a negar la teoría de la evolución.

La líder de los conservadores escoceses, Ruth Davidson, ya ha advertido de que los derechos LGTB no deben ser cuestionados en la negociación con el DUP. «En privado, la gente ha mostrado su preocupación al partido y a Downing Street. Los diputados están siendo inundados con emails de grupos de activistas», ha dicho la exministra de Educación Nikki Morgan.

El sector tory más decidido a imponer un Brexit radical sin acuerdo con la UE está encantado con el apoyo del DUP. No es el único con capacidad de presión. La nueva Camara de los Comunes cuenta con un récord de diputados gays: 45, de los que 19 son tories. No permitirán que los derechos en vigor desde 2014 queden ahora limitados por los extremistas de Irlanda del Norte.

Las víctimas más inmediatas parecen ser los dos asesores más directos de May, ambos procedentes de su época de ministra de Interior. Nick Timothy y Fiona Hill son los dos jefes de gabinete de la primera ministra y han sido los mayores responsables de la campaña y del programa electoral, dos de los factores con los que la mayoría de los tories explican su fracaso. Ellos centralizaron todo el proceso de toma de decisiones sin que el partido y sus principales dirigentes pudieran intervenir. Montaron una campaña personalista y centrada en May, y sólo al final, cuando las encuestas anunciaban una remontada laborista, aceptaron una mayor presencia de otros candidatos tories en primera línea de la campaña.

Timothy y Hill son ahora la piñata a la que están golpeando muchos analistas y medios protories, empezando por los tabloides, en lo que también es una forma de atacar a la líder, pero sin hacerlo directamente.H abían dirigido, según The Sun, «la peor campaña de la historia política moderna».

La presión fue tan rápida que ambos anunciaron el sábado su dimisión para intentar salvar a su jefa. Los asesores de los políticos entran y salen de los centros de poder. Pero Hill y Timothy eran algo más que eso. Se habían convertido en indispensables para May, alguien que no cuenta con muchos dirigentes tories fieles a ella.

Una primera ministra vulnerable a las presiones internas y sin mayoría para su partido en el Parlamento debe dirigir unas negociaciones como las del Brexit en las que las cesiones son parte inevitable de cualquier discusión. El DUP no tolerará un estatus especial de difícil encaje jurídico que impida el regreso de la frontera entre el Ulster e Irlanda. Una gran parte del grupo parlamentario conservador no quiere ni oír hablar de un acuerdo que coloque al Reino Unido en una situación similar a la de Noruega o Suiza: fuera de la UE, pero con limitaciones a su soberanía a cambio del acceso al mercado europeo, por ejemplo aceptando la jurisdicción en asuntos económicos del Tribunal de Justicia Europeo.

Theresa May está más sola que nunca, se ha visto despojada de sus escuderos y ahora depende de unos ministros tories a los que hasta ahora había tratado con arrogancia. Joey Jones, que fue portavoz suyo en el Ministerio de Interior, resumió en qué estado queda en un artículo poco después de las dimisiones de los consejeros: «Ya no tiene ningún poder. Ninguna autoridad. Humillada y sola, se enfrenta a la perspectiva de convertirse en prisionera de sus compañeros conservadores, una rehén en Downing Street hasta que le digan que le ha llegado la hora de irse».

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Una historia de jeques y hackers en Qatar y Arabia Saudí (con Trump de estrella invitada)

El poder económico, los recursos naturales y la tecnología no están sobrevalorados, pero en las relaciones internacionales hay un factor más que muchos piensan que ha quedado superado por los elementos anteriores: la geografía. Y no es cierto.

Considerado el país con mayor renta per cápita del mundo, sus reservas de gas y petróleo convierten a Qatar en un poder económico impresionante. Pero continúa siendo lo que era cuando su única actividad era la pesca: un país encerrado en el golfo Pérsico cuya única frontera terrestre es con Arabia Saudí, su gran enemigo de las últimas décadas.

Qatar importa el 90% de sus alimentos y al menos la mitad de ellos le llega por tierra desde su vecino saudí (aunque las autoridades qataríes dicen que no hay motivos para la alarma: afirman tener reservas de alimentos para doce meses). Sus conexiones aéreas con Dubai son fundamentales, porque esa ciudad de los Emiratos es el centro financiero del Golfo para el mundo de los negocios.

La ofensiva de Arabia Saudí y sus aliados contra Qatar tiene el carácter de una declaración de guerra, como mínimo desde el punto de vista económico. A diferencia de anteriores escaramuzas, la de ahora tiene aspecto de estar diseñada para llegar hasta el final. El objetivo de la monarquía saudí es someter a su vecino qatarí e impedir que tenga su propia política exterior y que cuestione la gran prioridad de Riad que no es otra que la de hacer frente a Irán hasta sus últimas consecuencias.

La última crisis tuvo un arranque que es poco plausible incluso para Oriente Medio. La agencia qatarí de prensa difundió el 23 de mayo la noticia de un discurso del jeque Tamim bin Hamad al-Thani, la máxima autoridad del país, en el que criticaba a Arabia Saudí por mostrarse tan favorable a Donald Trump y –esto es más importante– afirmaba que los países del Golfo debían mejorar sus relaciones con Irán, no aislarla. Esto último es una herejía política para los gobernantes saudíes, que han decidido desde la llegada al trono del rey Salmán elevar al máximo nivel su confrontación con Teherán.

Qatar alegó que la agencia había sido hackeada para propagar información falsa, pero sin pruebas irrefutables. Los acontecimientos posteriores parecen confirmar esa denuncia, pero hay otros hechos que hacen dudar sobre la veracidad de la noticia del discurso. Supuestamente, Al Thani pronunció esas palabras en una ceremonia militar de graduación. Después, se dijo que el jeque no había hecho ninguna intervención, pero el detalle más importante es que los monarcas del Golfo no suelen dar ese tipo de discursos. No suelen ser tan sinceros en actos institucionales de poco valor. Y mucho menos unos días después de la visita de Trump a Arabia Saudí en la que se reunió con los líderes del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), incluido el qatarí. No cuando Trump había dejado claro que estaba encantado con su relación con los saudíes, que le habían premiado con un inmenso contrato de compra de armas. No cuando Trump había reiterado su enemistad hacia Irán.

Las autoridades de Qatar están acostumbradas a jugar a varias bandas al mismo tiempo. Son aliados de Riad en el CCG e incluso aceptaron a regañadientes enviar algunas tropas a la guerra de Yemen, promovida por los saudíes. Al mismo tiempo, intentan contar con una relación menos hostil con Irán, a pesar de que también han financiado con inmensas cantidades de dinero a varios grupos insurgentes sirios que combaten contra el Gobierno sirio y su aliado iraní. No desmontas toda esa política de engaños y medias verdades con un discurso en público y luego lo difundes en tu agencia oficial de noticias.

La prensa saudí, junto a otros medios del extranjero financiados con dinero saudí, despreciaron el desmentido de Qatar sobre el discurso y lo dieron por cierto. Además, acusó el 25 de mayo al ministro qatarí de Exteriores de haberse reunido en secreto en Irak con el general iraní Qasem Suleimani, el gran responsable de todas las fuerzas militares iraníes que combaten en Irak y Siria. El objetivo de la cita, decían, era conspirar contra los intereses norteamericanos y saudíes en la zona (a pesar de que Irán y Qatar pelean en bandos diferentes en la guerra siria).

El 28 de mayo, los 200 miembros masculinos de la familia Al-Shaykh, descendientes de Muhamad Ibn Abd al-Wahab –el padre fundador de la corriente whahabí que es, por así decirlo, la religión oficial del país–, difundieron un comunicado para negar que la familia real qatarí sea descendiente de su antepasado. En un intento de negarles la única legitimidad religiosa que importa en Arabia Saudí, exigieron que Qatar quite el nombre de Al-Whahab de una de las principales mezquitas de la capital.

Demasiadas coincidencias. Cualquiera diría que alguien estaba preparando el camino.

Aún quedaba un hackeo más por anotar que de una forma u otra es parte de esta historia. Se trata del hackeo de la cuenta de email del embajador de los Emiratos en EEUU –conocido el 3 de junio– y su correspondencia con un think tank proisraelí financiado por Sheldon Adelson. Las comunicaciones versaban sobre Irán, en concreto sobre empresas que hacen negocios con los países del Golfo y que ahora pretenden entablarlos también con Irán. El think tank aportaba esos nombres para que saudíes y emiratíes se ocuparan de presionar a las compañías para quitarles esa idea de la cabeza. También se planteaban futuras reuniones para «detener y derrotar la agresión iraní». Israel y los Emiratos no tienen relaciones diplomáticas, pero sí cuentan con un enemigo común, Irán.

Para terminar de confundirlo todo, el hackeo parecía proceder de un grupo relacionado con los responsables de los DCLeaks. Los medios norteamericanos relacionan a este grupo con las autoridades rusas. Eso puede ser una pista o lo contrario, un intento de sembrar pistas falsas para confundir sobre el origen del hackeo.

A partir de ahí, se produjo el 5 de junio el inicio de la ofensiva saudí contra Qatar. Los medios de la zona anunciaron unas medidas que en la práctica se acercaban peligrosamente a la idea de un bloqueo naval a un país condicionado por su geografía. La acusación era por promover el terrorismo, apoyar a las milicias huzíes en Yemen e intentar subvertir la seguridad saudí por su supuesto apoyo a «grupos terroristas apoyados por Irán» en la provincia saudí de Qatif, habitada por chiíes, y en Bahréin.

Muy oportunamente, apareció en el Financial Times un artículo datado en Beirut, que informaba del pago por Qatar de mil millones de dólares para liberar de un secuestro a un grupo de miembros de la familia real qatarí que habían tenido la peregrina idea de montar un viaje de caza con halcones a Irak. Que se había pagado un rescate millonario era conocido. Que el acuerdo se había conseguido con la intervención iraní, también. Lo que el artículo contaba además es que también se pagó a grupos yihadistas sirios vinculados a Al Qaeda y que los iraníes se habían llevado unos 400 millones.

Yihadistas, Al Qaeda e Irán, todos ellos en la misma noticia, que cuenta con una base muy real–el pago de un rescate– en el mejor momento posible para los saudíes.

El último factor que apareció en escena es el más imprevisible, Donald Trump, evidentemente, y es posible que estuviera en la historia desde el inicio. Si hay que creer sus tuits, en realidad todo empezó gracias a él.

Trump nunca quiere que deduzcamos sus intenciones. Le gusta dejar las cosas claras. Con un tuit no vale.

Su visita había sido un éxito, el mérito era suyo, las pruebas contra Qatar eran sólidas y quizá estemos ante el «principio del fin del horror del terrorismo». Y todo ello con un solo viaje. Supera eso, Kissinger.

Ese fue el momento en que en el Pentágono empezaron a sudar, porque en Qatar hay una base aérea norteamericana con 10.000 uniformados que es un punto fundamental en el despliegue militar y logístico de EEUU en Irak, Siria y Afganistán. Es la base avanzada del Mando Central, con sede en Florida, y tiene bajo su responsabilidad Oriente Medio y Asia Central.

El portavoz del Pentágono se apresuró a elogiar en público la ayuda que presta Qatar, pero se quedó sin palabras cuando le preguntaron por los tuits de Trump: «No puedo ayudarle en eso». En definitiva, el presidente suscribe en público las acusaciones a Qatar de que es un centro promotor del terrorismo y el Pentágono agradece a Qatar su ayuda en la lucha contra el terrorismo.

A pesar de su vulnerabilidad económica, Qatar no puede simplemente rendirse o presentar vagas promesas de no interferir en los asuntos internos de otros países del Golfo, que es la forma en que se solucionaron anteriores crisis. Ya se dice que una de las principales condiciones que pone Riad es el cierre o completa neutralización de Al Jazeera. La cadena fue en los 90 la gran alternativa a los monopolios informativos gubernamentales de Oriente Medio. Ahora es sobre todo el brazo mediático del Gobierno de Qatar y sus coberturas están condicionadas por los intereses de la política exterior del país.

Es un recurso propagandístico al que Qatar no querrá renunciar. No le exigen sólo eso. También cortar todas las relaciones con los Hermanos Musulmanes y Hamás, ya que los saudíes han decidido que los primeros son su gran rival religioso en la región entre los suníes. En definitiva, renunciar a una política exterior propia y someterse a los designios de Riad.

El problema de Qatar es que estamos ante otro ejemplo de la decisión del rey saudí y de su hijo, Mohamed bin Salmán –ministro de Defensa y responsable de toda la política económica– de llevar la guerra contra Irán a todos los frentes. Ahí, Riad no tolera neutrales ni posiciones equidistantes, y cree tener todo el apoyo de Trump.

«Si los saudíes quieren tomar una iniciativa militar, nos han dicho que los norteamericanos no interferirán. Para ellos, es un asunto interno del Golfo», dice un empresario qataría citado por el FT. Si eso es así, los saudíes no podrían haber recibido mejor regalo a cambio de su promesa de comprar armamento de EEUU por valor de miles de millones de dólares. Para Trump, lo importante son los negocios.

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Para Theresa May, el problema son los derechos humanos

La primera ministra británica ha apostado claramente por las consecuencias del atentado de Londres para ganar las elecciones del jueves y aumentar la mayoría conservadora en el Parlamento. Su discurso del día después del atentado fue el prólogo de su reacción ante una campaña que se les está haciendo muy larga a los tories. En un mitin del martes, Theresa May ha ido aún más lejos y ha colocado en el punto de mira a la legislación de derechos civiles.

«Me refiero a penas de prisión más largas para los condenados por delitos terroristas. Me refiero a facilitar que las autoridades puedan deportar a extranjeros sospechosos de terrorismo a sus países. Y me refiero a hacer más cosas para restringir la libertad de movimientos de sospechosos de terrorismo cuando tenemos pruebas de que son una amenaza, pero no pruebas suficientes para procesarlos en los tribunales. Y si nuestras leyes de derechos humanos se interponen en la forma de hacer esto, cambiaremos la ley para que se pueda hacer».

Por dramático que pueda parecer –los líderes no suelen alardear de que están dispuestos a restringir los derechos humanos–, las palabras de May no son del todo sorprendentes. Durante su mandato como ministra de Interior, dejó claro que apostaba por medidas radicales que rechazaban la mayor parte de sus compañeros de Gabinete.

En un discurso en abril de 2016, May reclamó que el Reino Unido abandonara la Convención Europea de Derechos Humanos, una idea que tenía desde años atrás: «La CEDH ata las manos del Parlamento, no añade nada a nuestra prosperidad, nos hace menos seguros al impedir la deportación de extranjeros peligrosos y no sirve de nada para cambiar la actitud de gobiernos como el ruso en relación a los derechos humanos».

La intervención de May dio lugar a este fantástico sketch con Patrick Stewart (¿qué ha hecho por nosotros la CEDH?), inspirado en esa escena tan conocida de ‘La vida de Brian’.

Además de derecho a un juicio justo, a la privacidad, a la libertad de expresión, a no ser sometido a tortura o discriminación, por no hablar del pequeño detalle de que el acuerdo de paz del Ulster se basaba en esa convención, sólo quedaba pendiente una cosa que anotar: el hecho de que la CEDH, firmada por el Reino Unido en 1950, es la base jurídica sobre la que se construyó el orden político liberal tras la Segunda Guerra Mundial en Europa Occidental. Sus autores fueron precisamente los vencedores de esa guerra. En ese sentido, la convención es más británica, o anglosajona, que alemana. Muchos de sus principales arquitectos eran británicos.

May fue lo bastante hábil en su discurso de 2016 como para confundir la convención con la UE, un error bastante frecuente en los alegatos contra la UE que se podían encontrar en la prensa tabloide o en algunas declaraciones de tories euroescépticos. La ministra se mostraba entonces a favor de permanecer en la UE, ignorando que la CEDH suponía el consenso político básico sobre el que se pudo construir la Comunidad Económica Europea. El tory euroescéptico David Davis destacó lo inconsistente del argumento de May, porque continuar en la UE haría que el Tribunal Europeo de Justicia de la UE impondría esos mismos valores jurídicos, aunque abandonaras la convención.

Lo cierto es que, a pesar de estas ideas de May, el programa electoral con el que los conservadores se presentan a estas elecciones descarta la salida de la CEDH en la próxima legislatura. Fuentes tories han informado a los medios que su idea es conseguir algunas dispensas concretas para que el Gobierno no se vea constreñido por ciertos principios legales (lo que en la jerga de la UE se llama «opt-out»). Eso, que en las negociaciones políticas de la UE ha ocurrido en varias ocasiones para obtener la firma de un tratado por varios gobiernos, sería mucho más difícil, en el caso de que fuera posible, con la convención, que es un texto cerrado que defiende principios básicos y la forma en que se respetan. Sería una conducta similar a la de las dictaduras cuando violan principios sellados en acuerdos internacionales, pero dicen haberlos respetado, según su particular interpretación.

May quiere conceder más poderes a la policía y los servicios de inteligencia para luchar contra el terrorismo. Esa es la bandera, además de su mensaje de que en el país hay «tolerancia» hacia el terrorismo, con la que aspira a ganar las elecciones y aumentar su mayoría en el Parlamento. Se ha subido al carro del atentado de Londres y ha abandonado cualquier intención de representar a todos los británicos en estos momentos tan difíciles. Es su forma de conseguir que no se hable de los cerca de 20.000 policías menos que hay en el país a causa de los recortes de gasto público. O de las últimas informaciones que indican que uno de los terroristas fue denunciado por sus ideas por miembros de la mezquita a la que asistía, sin que la policía lo considerara por ello una amenaza. O la última información aparecida en Italia, según la cual Youssef Zaghba, el tercer miembro del grupo responsable del asesinato de siete personas, fue interceptado en ese país cuando viajaba hacia Siria con la aspiración de unirse a las filas del ISIS. Según La Repubblica, los datos de Zaghba fueron enviados a las fuerzas de seguridad británicas y de otros países.

Pero, para May, el problema es la legislación de derechos humanos y el control de las decisiones de los gobiernos por los tribunales. Noticias excelentes para ISIS y sus fanáticos partidarios.

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Theresa May denuncia la política antiterrorista de la que ella ha sido responsable

Veintidós adultos y niños fueron asesinados en el atentado de Manchester a la salida de un concierto el 22 de mayo. Theresa May compareció al día siguiente sin perder la calma, a pesar de la horrible pérdida de vidas humanas y del hecho de que el país estaba en una campaña electoral.

El espíritu de su intervención fue indudablemente positivo. Buscaba insuflar ánimos a la opinión pública en esos momentos tan difíciles y por eso hizo hincapié en la labor de los equipos de emergencia que se volcaron en los instantes posteriores a la matanza:

«Las imágenes que debemos recordar no deberían ser las de esa matanza absurda, sino la de hombres y mujeres que dejaron a un lado la preocupación por su propia seguridad y corrieron a ayudar, de hombres y mujeres que trabajaron sin descanso para ayudar y salvar vidas, de los mensajes de solidaridad y esperanza de todos los que abrieron sus casas a las víctimas».

Tras el atentado de London Bridge de este sábado (siete personas asesinadas y 48 heridos), la primera ministra hizo una comparecencia muy diferente. A sólo cuatro días de las elecciones, May pronunció un discurso totalmente político. Quizá pensó que lo que había dicho en mayo ya no era suficiente. La opinión pública debía saber qué es lo que iba a hacer el Gobierno.

Como es lógico, la campaña electoral quedaba suspendida. Se reanudará este lunes. Pero, por la razón que sea, en esa intervención, May dijo no lo que su Gobierno va a hacer, sino lo que querría hacer si ganara las elecciones del jueves. Fue el mensaje de la líder del Partido Conservador que aspira a la reelección y que aprovechó la oportunidad para destacar todo aquello que no funciona en su país en relación a la amenaza antiterrorista. Y eso llama la atención, porque los conservadores gobiernan el Reino Unido desde 2010 y May fue ministra de Interior desde 2010 hasta 2016. Se supone que nadie sabe más de lucha antiterrorista que la persona que ocupa esa cartera ni nadie ha sido más responsable de ella que Theresa May en esta década.

Ella fue quien dirigió una comisión de varios ministerios en octubre de 2014 para aprobar nuevas medidas sobre política antiterrorista. Las discrepancias entre departamentos y la propia dificultad de definir extremismo no violento de forma que los tribunales no decidan en el futuro que supone una interferencia en el derecho a la libertad de expresión retrasaron las conclusiones y su traducción a un proyecto de ley. Al final, hubo acuerdo y una nueva ley antiterrorista entró en el Parlamento.

Fue la decisión de May de convocar elecciones anticipadas la que hizo que ese proyecto decayera y quede pendiente para la siguiente legislatura. Las necesidades políticas de la primera ministra se impusieron en ese momento sobre la urgencia en la lucha contra el terrorismo.

May dijo el domingo que «hay demasiada tolerancia hacia el extremismo en nuestro país». ¿Es una crítica a esa sociedad que ha sido golpeada tres veces por el terrorismo yihadista desde marzo? ¿A su propio partido? ¿A los tribunales? ¿A los defensores de los derechos civiles? ¿Al Partido Laborista cuyo líder, Jeremy Corbyn, es descrito por los tories y la prensa conservadora como alguien en quien no se puede confiar en temas de seguridad y defensa?

En su discurso, May recuperó un debate interno que ha tenido lugar dentro del Gobierno conservador desde 2010. Cree que atentados como el del sábado se pueden evitar si se pone en marcha una estrategia más agresiva contra el extremismo que impida que se infiltre en «el sector público y la sociedad civil», si se llega a un acuerdo internacional para «acabar con ese espacio seguro (online) que el extremismo necesita para crecer», y si hace comprender a los terroristas que «nuestros valores, los valores pluralistas británicos, son superiores a cualquier cosa que ofrezcan los predicadores del odio».

May quiere hacernos creer que gente que hace estallar una bomba a la salida de un concierto al que asistieron miles de niños y adolescentes se rendirá ante la constatación de que el pluralismo es más valioso que su ideología de odio. Pretende que pensemos que la sociedad civil está indefensa ante la amenaza, porque sus enemigos se han infiltrado en ella. Contra toda evidencia, sugiere que el Gobierno conservador de los últimos seis años o la misma sociedad han sido blandos o ciegos. Y ella dice tener la solución.

En una campaña electoral en la que May ha demostrado un notorio nivel de incompetencia que ni siquiera la prensa conservadora ha querido ocultar, ahora ha encontrado al final la bandera con la que aspira a asegurarse su reelección. Lo ha hecho utilizando la posición de jefa de Gobierno, un puesto que obliga a representar a toda la nación, no sólo a tus votantes, en momentos tan trágicos como estos.

Jeremy Corbyn pronunció horas después otro discurso, también claramente político. Varios candidatos laboristas habían denunciado que May se había saltado la suspensión de la campaña con su discurso presuntamente institucional, pero que no lo era.

Corbyn criticó a los tories por los recortes de gasto de los últimos años que han hecho que haya 20.000 policías menos y prometió que un Gobierno de su partido contratara a otros 10.000. Se opuso a suspender la campaña por más tiempo: «El objetivo de los terroristas es evidentemente acabar con nuestra democracia y destruir o incluso impedir estas elecciones».

En un intento de cuestionar la política exterior de los anteriores gobiernos británicos, Corbyn recordó que el Gobierno ha impedido la difusión de las conclusiones de una investigación, decidida por David Cameron en 2015, sobre la financiación extranjera de los grupos yihadistas en el Reino Unido, de la que se cree que apuntaba de forma directa al dinero que reciben desde Arabia Saudí.

«No es un secreto que Arabia Saudí entrega fondos a centenares de mezquitas en el Reino Unido, apoyando una interpretación del islam basada en el radicalismo whahabí. A menudo es en estas instituciones donde el extremismo británico echa raíces», dijo el portavoz liberal demócrata sobre política exterior, Tom Brake, en una carta dirigida a May.

Ese no es el extremismo que parece preocupar a May, a pesar de la influencia nefasta del wahabismo saudí en el debate religioso que se produce dentro del islam. Está pensando en otro tipo de extremismo, también igualmente peligroso, que se inspira en organizaciones yihadistas como ISIS o Al Qaeda. Pero para combatir este último, no necesita cambiar la política exterior, y sí las leyes británicas y su protección de los derechos civiles.

Para ello, May intenta que los británicos olviden que ella ha sido la principal responsable de una política antiterrorista que, en su opinión, ha fracasado, y que le den carta blanca para decidir qué es extremismo. Es una extraña forma de entender el concepto de rendición de cuentas, pero a fin de cuentas serán los votantes los que tomen la última decisión el 8 de junio.

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May desdeña la pérdida de poder adquisitivo de las enfermeras británicas

El salario de los funcionarios es uno de los temas importantes de la campaña electoral británica. El Gobierno impuso un aumento máximo del 1% a todos ellos –la inflación interanual estaba en el 2,6% en abril–, lo que hace mas evidente la pérdida de poder adquisitivo que se arrastra desde el inicio de los años de austeridad en el sector público. Ese es un problema más acusado en la sanidad pública, donde además existe un déficit estructural de médicos y enfermeros.

En el caso de enfermeras y enfermeros (sueldo medio: 23.319 libras), se preparan movilizaciones de protesta para este verano, apoyadas por un consulta celebrada en abril. El incremento del 1% les supondrá a muchos de sus profesionales un aumento de salario de cinco libras a la semana. Su sindicato denuncia que han sufrido un descenso del 14% de su salario en términos reales desde 2010. Durante siete años consecutivos, el personal sanitario ha tenido que conformarse con la congelación salarial o un aumento del 1%, cuando en varios de esos años la inflación ha estado muy por encima de ese nivel.

El tema salió en el especial de ‘Question Time’ de BBC dedicado a la campaña con sendas apariciones de Theresa May y Jeremy Corbyn en las que ambos respondían a las preguntas de votantes. Una enfermera planteó el tema en el programa dedicado a May y esta fue su respuesta.

Tras un comentario genérico de May sobre lo mucho que se gasta en sanidad pública, lo que no es una novedad para nadie, el presentador le recuerda que «las enfermeras cobran cada vez menos». Un miembro de la audiencia, también enfermero, recuerda la pérdida del 14% en salario real a lo largo de los últimos años: «No nos diga que nos han subido el sueldo».

¿Qué dice a eso May? Además de la necesidad de «controlar» el gasto público y una mención a la herencia recibida (los tories están en el poder desde 2010), comenta: «Pondremos más dinero en el NHS (sanidad pública) pero no hay un árbol mágico del dinero que podemos agitar y que nos dé todo lo que la gente quiere».

Parece un tanto condescendiente decir a gente que lleva perdiendo poder adquisitivo toda esta década que no hay más dinero, cuando esas mismas personas tienen que multiplicarse porque el personal es insuficiente. Faltan 40.000 puestos de enfermería por cubrir, un 12% del total. En resumidas cuentas, ese personal tiene que cobrar menos por trabajar más.

Eso desde luego no impide que los conservadores se denominen a sí mismos como los mejores defensores de la sanidad pública.

El tope del 1% del sector público no cuenta para los políticos. Este año, los diputados tendrán una subida del 1,4% para un total de 76.011 libras anuales (unos 86.000 euros). Para contar la historia completa del salario de los parlamentarios, hay que remontarse al año pasado (subida del 1%) y sobre todo al anterior, cuando disfrutaron de una subida especial del 10% pasando entonces de 67.000 libras a 74.000.

El «árbol mágico del dinero» sí que funcionó ese año en la Cámara de los Comunes.

 

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Por qué Theresa May y los tories se han hundido en los sondeos

Jacques Chirac es quizá el símbolo del gigantesco error que puede suponer convocar elecciones anticipadas confiado en que las encuestas se conviertan en realidad y las urnas te concedan otra mayoría en el legislativo, incluso superior a la anterior. En 1997, el presidente cogió a la oposición por sorpresa y disolvió la Asamblea Nacional un año antes del final de la legislatura. Los franceses dieron la mayoría a los socialistas y sus aliados de izquierda. El partido de Chirac y sus socios de la UDF perdieron entre ambos 198 escaños. Lionel Jospin se convirtió en primer ministro. La cohabitación fue el premio que recibió Chirac por su falta de olfato político, algo llamativo en alguien cuya carrera había comenzado 35 años antes.

Theresa May no puede presumir de una trayectoria tan dilatada. Ya le recuerdan que no ha sido nunca ni líder de la oposición ni ministra de Hacienda, los dos puestos previos con los que se suele llegar a Downing Street.

Todo eso no importaba nada hace unas semanas cuando tomó la decisión que dijo que nunca tomaría: adelantar las elecciones al 8 de junio. Los sondeos ponían a los laboristas 20 puntos por detrás en camino de su peor derrota electoral desde la Primera Guerra Mundial y con un líder hundido en las preferencias de los votantes al enfrentarlo directamente a May. El voto a Ukip casi desaparecía, absorbido por completo por los tories.

Parecía el típico gesto implacable que tanto gusta a los periodistas británicos. De repente, ya no importaban las dudas sobre cómo el Gobierno pretendía afrontar las negociaciones del Brexit ni la complacencia fuera de la realidad de la que presumían sus ministros en ese asunto. Con su decisión, May eliminaba de la ecuación a los laboristas y, sobre todo, a los tories que pudieran apostar por un Brexit distinto al que terminara eligiendo la primera ministra. Todo el poder para ella en unas elecciones en las que aumentaría con claridad la mayoría absoluta de 18 escaños de la que gozaba su partido.

Por todo ello, esta nueva cita electoral pasó a ser considerada la más aburrida desde siempre por previsible.

Cómo han cambiado las cosas en poco más de un mes. Las encuestas marcan ahora la tendencia opuesta. Los laboristas escalan posiciones sin que la muy discreta valoración personal de Jeremy Corbyn les afecte. Los tories empiezan a pensar que el objetivo debe ser simplemente mantener la mayoría absoluta sin grandes alardes, aunque es cierto que en ninguna encuesta bajan del 40%.

No es posible sacar una sola conclusión de los sondeos, que arrojan resultados muy diferentes. Quien más se destaca es YouGov, cuyos trabajos aparecen en The Times y The Sunday Times. En el sondeo de este jueves la diferencia entre los dos principales partidos es ya mínima: 42% para los conservadores y 38% para los laboristas (YouGov daba 25 puntos de ventaja a los tories cuando se anunciaron los nuevos comicios). A partir de sus estimaciones, YouGov ha sacado un modelo que pronostica que en estos momentos May no tendría mayoría absoluta, ni siquiera con el apoyo de los unionistas del Ulster.

Antes de examinar otras empresas, no hay que olvidar que YouGov fracasó en las anteriores elecciones de 2015. Sin paliativos. Anunció que los tories se quedarían lejos de la mayoría absoluta y ocurrió lo contrario. En el referéndum de independencia de Escocia, una de sus encuestas, seis días antes de la cita con las urnas, pronosticaba una victoria del ‘no’ de sólo cuatro puntos, lo que desató el pánico general en Londres. La diferencia final fue de diez puntos.

YouGov no fue la única empresa que se estrelló en 2015. Casi todas lo hicieron. En esta campaña, otras encuestas ofrecen ventajas mayores para los tories. Por ejemplo, ICM, doce puntos. TNS, diez. Survation, seis. La media de todos los sondeos está entre ocho y nueve puntos. Pero en la mayoría de ellas la tendencia es la reseñada. Los laboristas suben y los tories permanecen parados con el 42% o el 43%.

Antes del Brexit, May era considerada por la prensa una de las candidatas favoritas para sustituir a Cameron a lo largo de la legislatura. George Osborne tenía el poder que le daba ser el número dos del primer ministro. Boris Johnson podía presumir de su popularidad entre las bases. May, que repetía como ministra de Interior, solía estar acompañada en las descripciones de sus méritos con las palabras «safe pair of hands». Quizá alguien no muy carismático ni brillante, pero sí sólido y fiable. Alguien que no comete errores.

Esta campaña ha ofrecido un error que cuenta con pocos precedentes incluso en partidos poblados de incompetentes: cambiar el programa electoral después de haberlo presentado (cosa que por cierto también ocurrió cuando el ministro de Hacienda presentó en el Parlamento el proyecto de presupuesto). La propuesta inicial consistía en que los ancianos –todos salvo los muy pobres– deberían utilizar la propiedad de su casa para financiar su ingreso en residencias.

Los medios lo llamaron «dementia tax», un concepto un poco salvaje pero con gran capacidad para quedar fijo en la mente de los votantes. Luego los tories empezaron a recular y dijeron que habría algún tope en la aportación económica de esas personas. En teoría, no se trataba de exprimirlos hasta la última libra. Obviamente, los periodistas preguntaron cuál sería esa cantidad máxima. No recibieron ninguna respuesta concreta.

No hay error peor que aquel que confirma los prejuicios que la oposición intenta inculcar en la mente del votante sobre la maldad intrínseca del partido del Gobierno.

Aunque los medios, siempre dispuestos a burlarse de Corbyn, anunciaron entre risas que el programa laborista se parecía mucho al de 1983 y su condición de «la más larga nota de suicidio de la historia», lo cierto es que muchas de sus reclamaciones son bastante populares en la opinión pública. Si bien no está claro de dónde saldrá el dinero para financiar el aumento de gasto público (un pecado tradicional en los programas electorales), algunos análisis indican que lo que sería una fantasía absurda es continuar con la situación actual: caída de ingresos netos en los hogares, más desigualdad, sanidad pública sin fondos suficientes o un crecimiento escaso después de años de constantes estímulos financieros procedentes del Banco de Inglaterra.

Esta semana, ha habido dos citas televisivas relevantes. Un programa en el que Jeremy Paxman entrevistó sucesivamente a Corbyn y May, y un debate en BBC con los líderes de los partidos en el que la primera ministra decidió enviar en su lugar a la ministra de Interior, Amber Rudd. El padre de Rudd había muerto dos días antes, pero aun así participó. May no quiso dignarse a aparecer. Cuando Rudd elogiaba las dotes de liderazgo de su jefa, las risas en el público (elegido por una empresa de encuestas para que fuera representativo) eran claramente audibles.

Y no es que en otros momentos de la campaña May esté teniendo una brillante actuación. Esta entrevista con la prensa local de Plymouth no destaca precisamente por la profundidad de sus argumentos.

Desde que convocó las elecciones, May se comporta como si ya las hubiera ganado y sólo quedara un molesto trámite. Pudo librarse del debate, pero no de la entrevista que hizo Paxman a Corbyn y a ella. El laborista se manejó mejor de lo que esperaban los medios –él tampoco derrocha carisma–, pero ella se vio desarbolada en algunos momentos.

Una frase del periodista resultó especialmente dañina por referirse a todas esas rectificaciones y cambios de opinión. Si estuviera en Bruselas y tuviera que negociar el Brexit con May, dijo, pensaría que usted es «una arrogante que se viene abajo ante los primeros disparos» (a Paxman le gustan las metáforas bélicas). Eso desmiente la imagen que May y sus asesores han labrado de ella, su condición de mujer difícil y dura que conseguirá el mejor acuerdo posible para Gran Bretaña, dispuesta a aguantar impertérrita las presiones y a levantarse de la mesa si no consigue lo que quiere. De ahí que diga que «no tener un acuerdo (con la UE) sería mejor que un mal acuerdo».

La falta de consistencia de May ha hundido una reputación cuidadosamente construida desde que se convirtió en líder tory. Llegó a la cúspide gracias al terremoto interno provocado en los tories por la victoria del Brexit y la capacidad de sus rivales de autodestruirse en un corto espacio de tiempo. Parece que el instinto suicida le ha llegado ahora a ella. El FT ha contado hasta nueve ocasiones en las que May giró el volante político en dirección contraria a la anterior. Es posible que a la décima acierte, como también que los votantes decidan que bajo su aspecto serio no hay nada que les impresione.

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Uber es un peligro para las ciudades españolas, aunque la carrera salga más barata

La movilización de los taxistas en España contra Uber que se ha celebrado este miércoles puede hacer pensar a la gente que este es un conflicto entre dos tipos diferentes de transporte privado. Sí, lo es, pero hay algo mucho más importante detrás, incluso para la gente que casi nunca coge un taxi y que nunca ha contratado un servicio en Uber u otra empresa de esas características.

Es un conflicto por el modelo de ciudad. La apuesta debería ser el transporte público y una ciudad menos agresiva con el peatón, es decir, con el ciudadano. Uber supone ir en la dirección contraria, precarizar aún más las relaciones laborales y condicionar el desarrollo futuro de las ciudades. 

En el blog Alphaville del FT, recuerdan unas palabras de Robert Caro, el célebre historiador norteamericano, autor de una obra fundamental sobre el presidente Lyndon Johnson, y otra que es la que nos interesa ahora: The Power Broker, la historia de Robert Moses, el funcionario que nunca tuvo un cargo electo y que fue el gran creador y ejecutor del desarrollo urbanístico de Nueva York a lo largo de varias décadas. Moses es una figura admirada en la historia de la ciudad –fue mucho más influyente que la mayoría de los alcaldes tras la Segunda Guerra Mundial–, pero tuvo también una influencia terrible, como destacaba Caro.

Continúa en Zona Crítica.

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