Recordando a los presidentes de EEUU

El tercer lunes de febrero, se celebra en EEUU el Día de los Presidentes. Es por el aniversario del nacimiento de George Washington. Shane Bauer, periodista de Mother Jones, lo ha conmemorado a su manera. La historia de todos los países tiene zonas brillantes, otras deplorables, y algunos rincones oscuros. No quiere decir que todos los presidentes sean iguales ni mucho menos que Donald Trump no sea más que otro nombre de esa lista. El presente suele preocuparnos más que el pasado. Pero si nos olvidamos del pasado, vamos a tener problemas en el presente y en el futuro.

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Casa Real, Sociedad Anónima

Muchas grandes corporaciones están íntimamente ligadas a la personalidad de su gran patrón a lo largo de años o décadas. En caso de crisis, el máximo responsable puede recurrir a cortar cabezas de los supuestos culpables del escándalo para salvar la propia o, si la cosa no es tan grave, a un cambio de imagen corporativa. Sólo cuando la crisis alcanza niveles de catástrofe, hay que tirar a lo más alto y pensar en lo impensable. Para salvar a la empresa, es necesario que el presidente acepte la alternativa de la retirada. Hay que crear un cortafuegos en lo más alto de la cúspide de la compañía para que esta siga existiendo.

Eso fue lo que ocurrió en junio de 2014 con el anuncio de la abdicación del rey Juan Carlos. La idea de su dimisión era considerada antes absurda, demencial, para los periódicos de Madrid. Los escribanos de la Corte sostenían que los reyes no dimiten. Unos meses antes, en el discurso de Nochebuena de 2013, el monarca había dejado clara su «determinación de continuar estimulando la convivencia cívica, en el desempeño fiel del mandato y las competencias que me atribuye el orden constitucional».

Los ecos de su accidente de Botsuana no se habían apagado a pesar de su humillante disculpa al salir del hospital. El cortafuegos trazado inmediatamente para salvarle se había aplicado a fondo en el mundo político y periodístico, porque «resultaría estrambótica la suposición de que el rey no tiene derecho a unos días de asueto y ocio, cualquiera que sea la dureza de la crisis económica», en palabras de un editorial de El País.

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Trump Unplugged

Trump llegó en la mañana del jueves al despacho oval, según un periodista de CNN, y comunicó a su gente: «Hagamos hoy una rueda de prensa». Ya lo creo que la hizo. Una hora y 15 minutos de espectáculo gratuito –en ambos sentidos– para dejar aún más claro a sus compatriotas qué tipo de presidente tienen. No es que no estuvieran avisados.

Al principio, anunció el nombramiento de su futuro secretario de Trabajo, Alex Costa, el primer latino que forma parte de su Gabinete. Pero eso no era lo importante. De inmediato, se lanzó contra los periodistas, a los que su consejero considera «el partido de la oposición». Uno de sus argumentos: denunciar las filtraciones que se suceden todos los días y que alimentan la información de los medios. Como no hacía más que decir que las filtraciones son reales –y peligrosas–, pero que las noticias que dan los medios son falsas («fake news»), le llamaron la atención sobre la contradicción intrínseca de la afirmación.

No es que haya respondido a la pregunta, pero ya sabemos que el presidente de EEUU, un tipo que debería estar ligeramente ocupado, se pasa el día viendo programas informativos de televisión. Y luego hace análisis de contenido y de audiencias en las ruedas de prensa. Por si es necesario, la respuesta completa:

Fake news. Le encanta decirlo. Una y otra vez.

Fake news. Por ejemplo, cuando dijo que sus 306 votos electorales fueron la mayor victoria desde Ronald Reagan. No es la primera vez que alardea de un dato que es falso. Un periodista le recuerda que Barack Obama consiguió 365 en 2008. Trump le responde que se refiere a los republicanos (no lo había dicho antes) y el periodista cita la victoria de Bush padre en 1989 (426). «No lo sé. A mí me dieron esa información», responde.

¿Más noticias falsas? Trump comunica a los periodistas que se pueden hacer «muchas cosas con el uranio, incluidas cosas malas». Bien, ese es un hecho conocido. Las armas nucleares tienen algo que ver con el uranio. Y luego dice que Hillary Clinton entregó a Rusia el 20% del uranio norteamericano. ¿Así, sin más?

Trump ya había hablado de esto en campaña añadiendo un detalle siniestro. Clinton entregó ese uranio a cambio de una donación de 145 millones a la Fundación Clinton. Tal y como lo cuenta Trump, es falso o, como mínimo, no hay pruebas de que sea cierto. La agencia nuclear rusa compró una participación de control en la empresa Uranium One, con sede en Toronto. Las instalaciones de Uranium One en suelo estadounidense suponen un 20% de la capacidad de producción de uranio en EEUU. La Administración de Obama dio el visto bueno a la compra de acciones, es decir, fue Obama quien lo autorizó. Clinton no podía aprobar o vetar esa venta.

En cualquier caso, es cierto que con el uranio se pueden hacer cosas muy malas. Punto ahí para Trump. Esto también es cierto:

Para reforzar su descripción apocalíptica de la situación de seguridad de EEUU, Trump presentó un dato estremecedor.

Si fuera cierto, tendría unos efectos inmensos sobre los beneficios de los narcotraficantes. Afortunadamente para ellos, gramo por gramo, la cocaína continúa siendo más cara que una barra de chocolate. Eso que salen ganando los niños.

Una vez más, Trump cuenta que en los periódicos e informativos de TV descubre noticias falsas sobre el «caos» de su Administración. «Es lo contrario. Esta Administración funciona como una máquina perfectamente engrasada».

Veamos. Un veto inmigratorio a ciudadanos de países musulmanes causa el caos en los aeropuertos y es anulado por un juez federal, cuya decisión es confirmada por un tribunal de apelación. Dos ministros de su Gobierno renuncian a su nombramiento antes de que el Senado discuta su ratificación. Otro miembro del Gabinete es confirmado sólo gracias al voto de calidad del vicepresidente. Trump ofende a sus aliados europeos y australianos en llamadas telefónicas y con sus tuits. Esos mismos tuits vuelven locos al personal que debe diseñar la nueva política exterior de su Gobierno. Su consejero de Seguridad Nacional tiene que dimitir porque ha mentido al vicepresidente y al FBI (y esto último le puede llevar a prisión porque se trata de un delito federal). «¿Quién toma las decisiones en la Casa Blanca?», se preguntó el senador John McCain. Buena pregunta.

No importa. Lo que Trump quiere dejar claro es que la culpa es de los periodistas. «La opinión pública ya no os cree. Quizá yo tenga algo que ver con eso, no lo sé».

Lo mismo, pero en forma de viñeta.

Y para que quedara claro, después de la rueda de prensa, envió este email a las direcciones que se suscribieron a los correos de su campaña. Ya sabemos quién es el enemigo.

Sí hubo algunas noticias en la rueda de prensa, al menos lo que se considera que es una noticia. Trump anunció que firmará un nuevo decreto la próxima semana para restringir los viajes a EEUU en lo que será una nueva edición corregida de la orden ejecutiva tumbada por los tribunales. Y en marzo lanzará un plan para anular la reforma sanitaria de Obama y después otro para llevar a cabo una reforma fiscal. Estas dos últimas noticias supondrán un gran alivio para los congresistas republicanos que se preguntaban nerviosos por qué Trump no estaba haciendo nada al respecto ni comunicándoles cuáles son sus planes.

Ah, y sobre las informaciones que indican que hubo contactos entre gente de su campaña y el Gobierno ruso, nada de nada, «fake news»: «Noticias falsas producidas por los medios».

Y ahora a ver cómo haces una sátira de todo esto que supere al original.

Showtime.

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Rusia pierde a un buen amigo en la Casa Blanca

Michael Flynn fue jefe de la DIA –una de los muchos servicios de inteligencia estadounidenses– y tuvo funciones clave de inteligencia en las guerras de Irak y Afganistán. A pesar de toda esa experiencia, aparentemente no sabía que una de las funciones del FBI y la CIA es escuchar las comunicaciones de los diplomáticos rusos en Washington. Al final, se ha enterado demasiado tarde. Una llamada telefónica al embajador ruso le ha dejado sin el puesto de consejero de Seguridad Nacional, uno de los puestos más importantes de la política exterior norteamericana.

La dimisión de Flynn es la primera que sufre el Gabinete de Donald Trump cuando aún no se ha cumplido un mes de la toma de posesión. La noticia y los hechos que la han provocado confirman los peores augurios que se hicieron cuando Flynn fue nombrado, tanto por sus contactos previos con el Gobierno ruso como por su capacidad para crear problemas a sus superiores. En la Administración de Obama, Flynn fue director de la DIA y también acabó siendo destituido. Con Trump sólo ha durado algo más de tres semanas.

La posición de Flynn era insostenible desde que se supo que había mentido al vicepresidente, Mike Pence, sobre una conversación telefónica con el embajador ruso en Washington a finales de diciembre, es decir, antes de la toma de posesión de Trump. En su versión inicial, Flynn sostuvo que no había tratado temas políticos importantes –versión que Pence repitió a los medios–, y que por tanto no había hablado de la posibilidad de que Trump levantara las sanciones a Rusia.

El problema para Flynn es que esa conversación había sido grabada por el FBI y una transcripción llegó a manos del Departamento de Justicia. A finales de enero, se entregó a la Casa Blanca con la advertencia de que Flynn podía ser objeto de un chantaje por el Gobierno ruso si este amenazaba al consejero de Seguridad Nacional con hacer público su contenido. Pence no fue informado de esa transcripción hasta hace unos días.

En las últimas dos semanas, la Casa Blanca había deliberado qué hacer con esa información hasta que en la noche del lunes The Washington Post informó de la existencia de la comunicación del Departamento de Justicia. Flynn dimitió poco después.

Esa espera de dos semanas indica que Trump intentó no tener que deshacerse de una pieza esencial de su política exterior, alguien que le había apoyado desde muy pronto en la campaña electoral cuando la mayoría de generales con anteriores cargos en la Administración y expertos en defensa apoyaban a Clinton o preferían no significarse en público. Al final, se impuso el hecho de que había mentido al vicepresidente Pence.

Los problemas no han acabado para Flynn. Cabe la posibilidad de que haya mentido también al FBI, lo que sería un delito. Las promesas que Flynn pudo hacer al embajador ruso también podrían crearle problemas, ya que una ley federal prohíbe a los ciudadanos tomar iniciativas sobre política exterior, una situación poco habitual. La llamada telefónica se produjo entre la victoria de Trump en las elecciones y la toma de posesión de la nueva Administración, y no fue la única que Flynn tuvo con el diplomático, al que conocía desde hace varios años.

El consejero de Seguridad Nacional es el alto cargo que ejecuta la política exterior del presidente. En algunas administraciones, ha tenido tanto poder o más que el secretario de Estado. Henry Kissinger ocupó esa función en el Gobierno de Nixon antes de ser secretario de Estado. Lo mismo en el caso de Condoleezza Rice en la época de George Bush.

Frente a nombramientos más profesionales como los secretarios de Defensa o Estado, el de Flynn había alarmado, incluso a dirigentes republicanos, por sus contactos con Rusia y sus ideas ultraconservadoras y sectarias sobre el Islam. En la misma línea que Trump, había alertado sobre el peligro que supone la religión musulmana, lo que podía poner en peligro las relaciones de EEUU con varios países de Oriente Medio. También mantenía posiciones belicistas en relación a Irán, pero en este caso coincidía plenamente, no ya con Trump, sino con otros gobiernos de la zona, como el israelí o el saudí.

Flynn fue quien compareció ante los medios tras una prueba de misiles realizada por Irán para avisar al Gobierno de Teherán de que «recibía un aviso», no concretado, por si se le ocurría repetir una acción militar de ese tipo. Era una advertencia que podía haber hecho el portavoz de la Casa Blanca, pero Flynn quiso ser él mismo quien profiriera la amenaza.

Rusia ha perdido un buen aliado en la Casa Blanca, y de ahí que su dimisión, que en realidad es un cese, no haya caído muy bien en Moscú. El Gobierno ruso confirmó los contactos del embajador con Flynn, pero negó que hablaran sobre el levantamiento de sanciones.

Konstantin Kosachev, presidente de la Comisión de Exteriores de la Cámara Alta, afirma que el cese «no es sólo paranoia, sino algo mucho peor» y muestras las primeras dudas rusas sobre lo que se puede conseguir con la nueva Administración: «Trump no tiene la independencia necesaria y se ha visto arrinconado o la rusofobia ha alcanzado al nuevo Gobierno de arriba a abajo».

Algo similar dijo Alexei Pushkov, presidente de la Comisión de Exteriores de la Duma. Puhkov opinó que «el objetivo (de esta crisis) no era Flynn, sino las relaciones con Rusia».

Frente a la consistencia de la política exterior rusa, donde nadie se atreve a dar un paso que no haya sido trazado previamente por Putin, Washington asiste ahora a una situación de desconcierto donde varios altos cargos compiten por atraer la atención de Trump. Los secretarios de Estado y Defensa no echarán de menos el estilo errático de Flynn ni sus ideas ultras y tienen ahora ventaja para marcar un camino diferente al presidente.

Eso no es tan sencillo cuando cada mañana Trump se ocupa de alimentar su cuenta de Twitter con comentarios y amenazas, algunos de ellos relacionados con la política exterior. Según el NYT, alguien tenía la solución entre los funcionarios del Consejo de Seguridad Nacional, que no saben cuál es la política exterior que tienen que ejecutar. Por eso, en una reunión, «se llegó a discutir la posibilidad de sugerir mensajes de Twitter al presidente para aumentar la influencia del personal del Consejo».

Y a esto se han visto reducidos los expertos en política exterior del Gobierno más poderoso del planeta. A sugerir tuits.

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Trump encaja la primera derrota en su tercera semana en la Casa Blanca

Donald Trump sólo ha necesitado tres semanas para descubrir que ser presidente de EEUU no es tan fácil como ser Donald Trump. Prometió una ofensiva en todos los frentes para aplicar su programa («you won’t believe it», anunció) y se ha encontrado con una sonora derrota en el asunto más polémico, el paso que algunos decían que no se iba a atrever a dar) y con el que quería dejar su sello nada más llegar al despacho oval.

El veto inmigratorio a los nacionales de siete países musulmanes ha sufrido dos derrotas judiciales tan claras que varios medios dan por hecho que ya es historia, al menos en su redacción actual. La Casa Blanca aún no ha decidido si recurrirá al Tribunal Supremo, pero se considera poco probable porque sólo serviría para ralentizar el proceso, que supuestamente es urgente para Trump, sin muchas garantías de éxito. Por eso, el presidente de EEUU anunció el viernes que a principios de la próxima semana aprobará nuevos decretos para impedir la llegada de gente peligrosa al país.

Las decisiones judiciales y las informaciones de los medios han confirmado que el caos que se vivió en los aeropuertos también se produjo puertas adentro en la Casa Blanca. Fue el consejero Stephen Bannon, el más ultraconservador de los asesores de Trump, el que llevó la iniciativa sin que los especialistas legales de los departamentos de Justicia y Seguridad Interior pudieran plantear cambios. Esa improvisación también molestó a varios congresistas republicanos que se vieron obligados a defender unas medidas mal diseñadas y a encajar las protestas de muchos votantes de su circunscripción. En EEUU, los congresistas prestan atención a los emails y llamadas telefónicas que reciben en su oficina, y la respuesta que comprobaron no fue nada positiva.

Cada día, muy poco después de levantarse, Trump utiliza su arma más preciada y que tan útil le fue en campaña: su cuenta de Twitter con 24 millones de seguidores (la cuenta oficial de @Potus la emplea en general para fines menos exóticos o para retuitear a su cuenta personal). Con esos mensajes, genera noticias y también ruido, porque a la hora de la verdad hay decisiones que no se pueden poner en marcha a golpe de tuit.

Como dice el WSJ: «La tercera semana ha mostrado los límites de la forma de gobernar de Trump, y ha estado llena de ejemplos de que el estilo desinhibido que le dio numerosas victorias en campaña puede verse neutralizado por los obstáculos habituales en el sistema político estadounidense».

El artículo cita a un alto cargo del Gobierno que dice que se pondrán en marcha controles internos para que los decretos del presidente pasen por los filtros necesarios: «La gente se lo pensará dos veces antes de actuar por su cuenta».

El Gobierno a golpe de tuit de Trump se ha topado con las instituciones y no ha salido bien parado. Los tribunales, los fiscales generales de estados demócratas, el Congreso y el aparato administrativo del Gobierno son obstáculos muy correosos, incluso para un presidente de EEUU. No lo tienen más fácil los que tienen la obligación de poner en práctica la política del presidente, incluidos los que se ocupan de asuntos delicados de política exterior. En otro artículo del WSJ, un miembro del Consejo de Seguridad Nacional explica qué efecto tienen esas andanadas de Twitter: «Todo son tuits y declaraciones escandalosas, así que tienes a toda esa gente con experiencia (en el Consejo) intentando cómo encontrar un sentido a todo eso».

La respuesta airada, casi infantil, de Trump al verse derrotado –por un juez federal de ideas conservadoras nombrado por George Bush– no habrá tranquilizado a los republicanos que creen en la división de poderes. Cuenta además con el toque siniestro de amenazar a todos los jueces de hacerles responsables de cualquier atentado terrorista que se produzca.

Con ocasión del veto migratorio, ya se vio la capacidad de los demócratas en el Congreso y en los gobiernos de los estados para contraatacar. Trump también corre el riesgo de recibir fuego amigo si no procede con rapidez con temas favorecidos por muchos congresistas republicanos. Aún no se sabe qué hará con la reforma sanitaria de Obama. Trump ha prometido que acabará con el llamado Obamacare, pero sin reducir el número de personas que tienen ahora acceso a cobertura sanitaria ni la cartera de servicios a la que tienen derecho.

Hay congresistas republicanos que ya se están impacientando. «El mayor problema con esperar es que eso no es lo que dijimos a los votantes que haríamos», ha dicho el congresista Jim Jordan, de Ohio. El senador Mike Lee, de Utah, no quiere esperar más tiempo y plantea que el Congreso apruebe el proyecto de ley de 2015 con el que los republicanos pretendían anular la reforma, y que fue vetado por Obama: «Si podemos conseguir algo más agresivo, estupendo. Pero no podemos hacer progresos hasta que no anulemos el Obamacare».

Con el primer decreto del veto migratorio, Trump ha encajado la primera derrota, y todo el mundo sabe cómo odia la etiqueta de perdedor (es un insulto que usa con frecuencia contra sus enemigos). Gobernar a golpe de decreto no es muy efectivo si se hace de forma tan caótica que los jueces –también los conservadores elegidos por presidentes republicanos– encuentran múltiples agujeros jurídicos que les obligan a intervenir. Necesita alimentar además al Congreso dominado por los republicanos, y en el Senado varios de los republicanos le están marcando de cerca por si se demuestra demasiado amistoso con Rusia, mientras otros temen que el estilo disperso que caracteriza al presidente no les funcione tan bien a ellos.

Una catarata de tuits matutinos no cambiará eso.

23.15

La encuesta de Gallup del domingo demuestra que la tercera semana de Trump ha tenido un precio: un 40% de apoyo, frente a un 55% de rechazo. No hay precedentes recientes de caer tan bajo tan poco tiempo después de llegar a la Casa Blanca. Para alguien acostumbrado toda su vida a ser popular, conocido y elogiado, tiene que ser un golpe bajo. Obviamente, eso no quiere decir que vaya a cambiar de rumbo.

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Occidente lleva ventaja en las guerras de las noticias falsas

Las últimas informaciones sobre las campañas electorales en Francia, Alemania y Holanda este año han desatado nuevos temores sobre el ataque de las noticias falsas y el supuesto intento del Gobierno ruso de influir en todos los procesos electorales en países de la UE. Más allá de que a Moscú le encantaría tener ese poder, la realización causa-efecto entre esa propaganda y los resultados electorales exige un salto muy grande, y ya expliqué que eso llaman la postverdad es cualquier cosa menos nuevo.

Un lector de The Guardian –Kevin Bannon, de Londres– ofrece un interesante contrapunto en una carta al periódico. En este asunto, hay algunos gobiernos que podrían hacer una reclamación de derechos de autor:

«El ministro de Defensa, Michael Fallon, parece ignorar los programas militares de EEUU y Reino Unido existentes desde hace tiempo, diseñados para modificar la percepción pública en zonas de conflicto (La OTAN debe contrarrestar el uso de las mentiras como armas por Rusia, dice Fallon, 3 febrero). Nick Fielding y Ian Cobain informaron hace casi seis años en the Guardian de un prototipo de ese sistema, justo cuando comenzaron los ataques aéreos de la OTAN contra Siria (Una operación de espionaje norteamericana para manipular las redes sociales, 18 marzo 2011).

Cito: «Permitirá a los militares norteamericanos crear un consenso falso en las conversaciones digitales, rechazar opiniones no bienvenidas y ahogar comentarios o informaciones que no coincidan con los objetivos. (…) Cada identidad digital falsa debe tener antecedentes, historia y detalles convincentes. (…) Hasta 50 controladores deberían operar desde EEUU identidades falsas desde sus puestos de trabajo sin miedo a ser descubiertos por adversarios sofisticados. Cada operador debería poder funcionar con ‘diez identidades diferentes'».

Hace dos años, el Reino Unido comenzó operaciones similares desde un centro de Berkshire, definidas como «guerra no letal» (El Ejército envía tuits a la batalla, 31 enero 2015). La abrumadora superioridad de Occidente en tecnologías de la información, relaciones públicas, realidad virtual y publicidad debería despejar cualquier preocupación de Fallon sobre la capacidad de Rusia de ganar la guerra de las noticias falsas.»

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Trump y el camino hacia el fascismo

Der Spiegel no se ha andado con tonterías con su última portada. Se han hecho muchas de muy diferentes estilos a cuenta de Trump. No todas han acertado con lo que iba a pasar. Otras desde el principio clavaron el carácter egocéntrico de Donald Trump y el peligro que suponía.

Ahora –en especial con el veto a la entrada en el país de las personas procedentes de siete países musulmanas, de momento suspendido por un juez federal–, llega la hora de definir en una imagen lo que ha hecho, no lo que podría hacer.

En The New Yorker, eligieron una imagen más sutil –la llama apagada de la Estatua de la Libertad– destinada a sugerir más que a contar o denunciar. En Der Spiegel, prefirieron golpear al lector con una imagen brutal, la de Trump sosteniendo la cabeza de la estatua, por tanto, del símbolo de la libertad. Es obvio que evoca la de los secuestradores de ISIS, o antes de Al Qaeda, decapitando a sus rehenes.

Para los que piensen que la comparación visual es exagerada o incluso grotesca, la pregunta que hay que hacerse es: ¿quién tiene más posibilidades de poner en peligro la democracia en Occidente? ¿Los terroristas yihadistas o un presidente de ideas xenófobas que parece haber declarado la guerra a todo el mundo, incluidos los jueces de su país?

Hace unos días, Trump definió en Twitter a los que se manifiestan contra el veto a los inmigrantes musulmanes como «anarquistas profesionales, matones y manifestantes pagados». Más allá de la duda sobre si son más peligrosos los anarquistas profesionales o los amateurs, se trata de la típica frase que podría pronunciar cualquier dictador para quien los disidentes son una amenaza para toda la sociedad o sencillamente están a sueldo de enemigos del país.

Aún más revelador es este otro tuit de Trump, donde se felicita que los gobiernos dictatoriales y autoritarios de Oriente Medio no hayan protestado contra su decisión. No es una compañía de la que se pueda presumir en una situación en la que te acusan de abuso de poder y vulneración de libertades. Es una forma de confirmar las peores sospechas de tus rivales.

En los últimos meses, ha circulado mucho un ensayo de Umberto Eco escrito en 1995, que incluye 14 requisitos para poder definir con fundamento el fascismo. Es cierto que esos conceptos pueden estirarse hasta casi incluir a la mayoría de los políticos, pero podemos comprobar que varios de ellos se ajustan bastante bien a Trump, sus ideas y sus mensajes (los entrecomillados son del artículo de Eco).

–El culto a la acción («La acción es hermosa por sí misma, debe adoptarse antes de cualquier reflexión»). Trump ha mostrado su desprecio por los políticos tradicionales y alardea de estar dispuesto a solucionar con rapidez problemas complejos y estructurales con medidas rápidas y contundentes. «No puedes ni imaginar» lo que vamos a hacer, es una frase que ha usado en sus discursos y tuits con distintas variaciones. En los primeros decretos, hemos visto que departamentos de su Administración no han sido consultados por la Casa Blanca, que ha preferido tomar la decisión sin calibrar las consecuencias. Stephen Bannon, el consejero ultra de Trump, es quien ha llevado la iniciativa en varios de estos decretos.

–La disidencia es traición. Los que discrepan sólo pueden ser anarquistas profesionales, etcétera, al servicio del enemigo. Hay que reconocer que ahí Trump no es muy original, ya que recupera el viejo lenguaje del maccarthysmo de los años 50, pero que en las últimas décadas no era tan frecuente en la política norteamericana.

–El miedo a los que son diferentes («El primer reclamo del fascismo o de un movimiento prematuramente fascista es el reclamo contra los intrusos»). El fascismo es racista o xenófobo, o ambas cosas, por definición. No sólo los extranjeros tienen menos derechos que los nacionales, sino que son una amenaza.

–Invertir en la frustración social («Uno de los elementos típicos del fascismo histórico es el llamamiento a una clase media frustrada, una clase que sufre una crisis económica o tiene sentimientos de humillación política, y y está asustada por la presión de grupos sociales más bajos»). Ese fue uno de los argumentos más efectivos de Trump en la campaña. La economía es realidad y también percepción, y los políticos como Trump utilizan con habilidad lo segundo. En su caso, extendiendo la idea de que la clase trabajadora de raza blanca se ha visto perjudicada por los supuestos privilegios que gozan las minorías o los inmigrantes.

–La conspiración («Los seguidores deben sentirse perseguidos. La forma más fácil de solucionar la conspiración es apelar a la xenofobia»). Trump, habituado a difundir vagas conspiraciones o hechos directamente falsos, se mueve como pez en el agua en ese medio. Un elemento usual en la conspiración es acusar a los medios de estar ocultando la realidad (o inventándose una matanza terrorista que nunca existió como hizo Kellyanne Conway hace unos días).

–Machismo. En este punto, Trump tiene una larga trayectoria personal que nunca le perjudicó en campaña. Considerar que ellas son sobre todo un objeto sexual le sirvió para granjearse el apoyo de hombres resentidos con las conquistas de derechos de las mujeres.

–Populismo selectivo («Hay en nuestro futuro un populismo televisivo o de Internet en el que la respuesta emocional de un grupo selecto de ciudadanos puede presentarse y aceptarse como la Voz del Pueblo»).

Evidentemente algunos de estos rasgos pueden encontrarse en muchos políticos de distintos países en diversas épocas. Lo que nos tenemos que preguntar es si es una causalidad que Trump parezca coincidir con varios de ellos al mismo tiempo en una persona cuya trayectoria política acaba de comenzar.

Cómo reacciona el líder ante los primeros obstáculos es un factor indispensable para predecir hasta dónde puede llegar y si es un peligro tan serio como aparenta. Lo que hemos visto ahora (sus amenazas a los medios de comunicación, a las personas que salen a la calle en su contra, a las ciudades que se oponen a su política contra los sin papeles e incluso al juez que suspendió el veto migratorio) hace temer lo peor.

Este domingo, ha subido la apuesta y ha acusado a ese juez –un magistrado conservador que fue nombrado por George Bush y ratificado por el Senado por unanimidad– de poner en peligro al país. «Si algo ocurre, culpadle a él y al sistema de justicia», dice. Es una forma burda de cuestionar la división de poderes y el control legal de las decisiones del poder ejecutivo por el judicial. Alguien quiere el poder absoluto y no está muy contento con que un juez se lo haya negado.

Por alguna razón, Trump tiene prisa por rellenar todas las casillas marcadas por Umberto Eco.

Quizá Der Spiegel sólo se haya adelantado a los hechos que están aún por pasar.

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Más munición contra Trump en Saturday Night Live

La presidencia de Trump está ofreciendo un material inagotable a los guionistas de Saturday Night Live. Pero, como es habitual e imprescindible en la parodia, están yendo mucho más allá, probablemente motivados porque saben que Trump les está viendo.

En el episodio de este sábado, utilizan las llamadas telefónicas a los dirigentes de Australia, México y Alemania. Hay un momento tan sutil como un martillazo cuando Trump –es decir, Alec Baldwin– cuenta a Merkel que está escribiendo sus memorias, que las va a titular ‘Mi lucha’ y le pregunta cómo se traduciría al alemán.

Decepcionado por cómo han ido las conversaciones, Bannon le aconseja llamar a un país pequeño para poder amenazarle a gusto. Pero decide telefonear al dictador de Zimbabue y este termina insultándole («little white bitch»).

Se ha escrito mucho en estas dos semanas sobre la influencia de su consejero, el ultra Stephen Bannon (ya caracterizado de forma permanente como La Muerte), y los guionistas lo aprovechan en el final del sketch cuando se revela quién es el auténtico presidente.

En otros momentos del programa, la actriz Kristen Stewart recuerda la extraña obsesión de Trump con ella de hace unos años. Y hay otra buena parodia, la de un enloquecido portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, en la rueda de prensa.

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Cosas que hacer en sábado cuando no estás muerto

‘Gravity’, de Alfonso Cuarón.

–Todos los Oscar a la mejor fotografía.
Los grandes del cine empezaron por debajo de cero.
–Silicon Valley ha derrotado a Hollywood.
Woody Harrelson convierte su azarosa vida en un espectáculo.
–Efectos especiales del cine mudo.
–Los mejores planos del cine de Disney.
–Cosas que no sabías de ‘Mad Max Fury Road’.
–En los grafitis, una falta de ortografía también es una falta de respeto.
–Cómo Louis CK te hace reír con una historia.
–Auge y caída de Benny Hill.
El terror de ‘It’, de Stephen King.
–El duelo entre los monos.
–Violencia y canibalismo entre chimpancés.
–Las tarjetas de visita son muy importantes en Japón.
–Están Genghis Khan, Hitler y el creador de Comic Sans.

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Fired UP!

Una historia basada en hechos reales contada por Obama. En tres minutos.

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