Pedro Sánchez dio el viernes una rueda de prensa para hacer balance de lo ocurrido este año, una costumbre apropiada que ya practicaron Zapatero y Rajoy. Al igual que en los debates en el Parlamento en las últimas semanas, el presidente del Gobierno ha adoptado la misma estrategia: cuando la temperatura del sistema político está a punto de llegar a la zona roja y el vapor sale por todos las junturas, Sánchez se esfuerza por enfriar el ambiente confiando en que la caldera no salte por los aires. La inyección de aire caliente procede de la crisis de Catalunya y es difícil saber si el plan servirá para bajar la aguja hacia la zona estable.
Sánchez también ha hecho gala de una máxima de la política que se olvida con facilidad. Un Gobierno con 85 diputados que le respaldan en el Parlamento no puede decir que tiene la situación controlada, pero cuenta con el BOE, una pieza de artillería pesada con la que se puede disparar muy lejos.
Un ejemplo de ello es el acuerdo para mejorar la situación de los trabajadores autónomos, que ha sido bien recibido por las asociaciones que les representan. Ese es el tipo de medida que los titulares de los medios sólo destacan como mucho un día, pero tiene una repercusión clara y duradera sobre la vida cotidiana de los ciudadanos durante muchísimo tiempo. Otros temas se quedan a vivir en los titulares durante no ya meses, sino años, y no cambian la situación económica de la gente.
Como era de esperar, Sánchez no resistió la tentación de endosar a los periodistas una larga ristra de datos macroeconómicos. Seguro que todos hemos escuchado antes la frase «España lidera el crecimiento de las principales economías europeas». También lo dijo Mariano Rajoy, incluso cuando se dejaba llevar por la pasión y llegaba a decir que España lideraba el crecimiento de toda la UE, lo que no era cierto. En cualquier caso, con la macroeconomía no se ganan las elecciones.
Todos los presidentes del Gobierno dicen que «España necesita estabilidad» (eso incluye que ellos sigan estando al frente del Gobierno). Sánchez también lo hizo. Más allá de la situación económica presa de la incertidumbre en todo el mundo, donde el Dow Jones puede subir un día mil puntos y perder 500 al siguiente y nadie está en condiciones de negar que se produzca una recesión en algún momento de 2019, hay temas políticos que hacen que a la gente le hierva la sangre y al Gobierno le corresponde tener claro qué hacer para evitar una hemorragia.
Por eso, sólo unos pocos periodistas preguntaron por la economía y la mayoría lo hizo por Catalunya y los efectos de esa crisis en la supervivencia política del Gobierno.
A causa de su debilidad parlamentaria, Sánchez optó por enfriar la caldera. «Ninguno de los problemas de esta sociedad se ha solucionado con la crispación», dijo. Tampoco con la pasividad, le diría la oposición, como también le decían a Rajoy.
Su prioridad para lo que resta de legislatura en relación a Catalunya es «crear espacios de diálogo y distensión». Lo malo es que, como descubrió muy pronto Rajoy, luego llega la realidad y te revienta los planes. Negociar es complicado cuando algunos no quieren hablar y otros ponen condiciones inasumibles para el diálogo.
Sánchez solventó bastante bien para sus intereses el viaje a Barcelona, a pesar del discurso del PP y Ciudadanos, que vendieron una foto con Quim Torra como la partición de España y el fin de la civilización tal y como la conocemos.
El presidente tiene claro que tendrán que ser los nacionalistas catalanes los que afronten el precio de poner fin a la legislatura si rechazan su proyecto de presupuestos. No les va a dar motivos para que hagan algo que no va a solucionar de forma automática los problemas del país. De ahí que haya adoptado una política de dejar pasar los desafíos verbales, un privilegio que sólo tiene el que cuenta con el poder, lo que no quiere decir que sea infalible.
El Govern y el Parlament se han cuidado mucho de no tomar decisiones manifiestamente ilegales que le coloquen a las puertas del Tribunal Supremo. Por tanto, se ocupa de hacer proclamaciones políticas que no tienen consecuencias jurídicas, pero que ayudan a su base a sobrellevar los meses anteriores al juicio del anterior Govern. Es ahí donde entran los famosos «21 puntos de Torra», que tanto da que sean 20 o 210 si Sánchez los da como no escuchados. No será él quien ponga en peligro el posible voto favorable de ERC y PDeCAT a los presupuestos –que a día de hoy no existe– por calentarse la boca para hacer de opinador de los documentos que Torra tenga a bien escribir. «Lo demás son monólogos», dijo refiriéndose a los 21 puntos de Torra. Los da por no escuchados.
Sin embargo, la política tiene que ver también con las vísceras, con plasmar tus principios con independencia de las consecuencias, con defender unos valores en los momentos más difíciles. Sánchez prefiere no echar gasolina al incendio, pero su extintor quizá no sea suficiente para apagar el fuego. La política española lleva varios años incendiada por la crisis catalana y todos los días los dirigentes del PP y Ciudadanos en Madrid y los de ERC y PDeCAT desde Barcelona se ocupan de que la llama siga alta.
Los ciudadanos no siguen esa crisis con la misma intensidad que los políticos y los periodistas, pero no viven por completo de espaldas a ella ni carecen de una opinión sólida al respecto. El Gobierno creerá que reacciona con serenidad y los demás pueden pensar que sólo es una muestra de impotencia.
Sánchez sí fue más firme al hablar de Andalucía y del pacto de PP, Ciudadanos y Vox para gobernar esa comunidad autónoma. En una pregunta específica sobre Cataluña, respondió refiriéndose a la ley de violencia de género que la ultraderecha quiere anular. «Si creen que van a moderar a la extrema derecha, se equivocan», dijo sobre las supuestas intenciones de Ciudadanos, no tan claras en el PP, de marcar distancias en su incómodo apareamiento con Vox. La extrema derecha tiene demasiadas espinas como para no salir dañado al compartir cama.
Una de las claves de la política española para los próximos meses será esa. Cuanto más se hable de Andalucía, mejor para Sánchez. Si el discurso se centra en Cataluña, serán malas noticias para el Gobierno. Ahí, su problema es que sólo controla el BOE, no los demás medios de comunicación.