Y de repente, en los días anteriores al supermartes, el Partido Republicano entró en estado de pánico. No es que antes estuviera muy relajado pero, también en EEUU, el establishment tarda su tiempo en encarar la realidad. Cuando se vio que varios sondeos daban una ventaja clara a Donald Trump en la mayoría de los Estados que celebran primarias el supermartes, con la excepción de Texas, quedó patente que ese millonario demagogo y reaccionario, pero, aunque parezca mentira, de dudosas credenciales conservadoras, puede convertirse en el candidato del partido a las elecciones presidenciales.
Todo lo que han utilizado contra él ha fallado. Ha fallado incluso todo lo que el propio Trump ha utilizado contra sí mismo, si por tal cosa entendemos vulnerar buena parte de las reglas no escritas sobre cómo se ganan o pierden unas primarias en el Partido Republicano. Lo más risible de todo es ver a tantos conservadores escandalizados por que alguien como Trump parezca imparable. Y algunos se preguntan cómo es posible que «el partido de Abraham Lincoln» haya caído tan bajo. Quizá porque ya queda poco de Lincoln, y mucho de Jefferson Davis en él.
Es también el partido que niega el cambio climático contra el consenso científico, que en su mayoría no cree que el waterboarding deba ser desterrado del manual antiterrorista, que jaleó una invasión en Oriente Medio que prendió fuego a una zona del mundo bastante combustible, que estaba convencido de que los Clinton dirigieron en la Casa Blanca una cábala responsable de los crímenes más horribles, que alentó o no descartó en origen la teoría de que Obama no era ciudadano norteamericano, que forzó en más de una ocasión el cierre de la Administración federal por sus discrepancias en política económica con el presidente elegido en las urnas, que ha promovido en la clase trabajadora de raza blanca la idea de que hay una conspiración contra su bienestar económico para favorecer a las minorías étnicas lo que no les impide recibir cuantiosos fondos de grandes corporaciones, que los medios de comunicación están controlados por una élite izquierdista que desprecia al Ejército, la bandera y las auténticas tradiciones del país, que la debilidad congénita de los presidentes demócratas ha dejado indefensa a la mayor potencia militar del planeta…
En fin, para qué seguir. ¿Qué criatura podía surgir de ese proceso?
Ha quedado claro que el partido alimentó la semilla que regada con TNT racista ha permitido florecer a Donald Trump. Pero hay algo más que eso. Al igual que en Europa, una buena parte de la opinión pública, en la derecha y la izquierda, ha desafiado elementos básicos del consenso político y económico. Lo ha explicado muy bien en una serie de tuits Daniel McCarthy, director de la revista The American Conservative. Dos ejemplos:
Trump says America doesn’t win any more. That’s how GOP voters feel economically, culturally—they’re unfashionably white—and militarily.
— Daniel McCarthy (@ToryAnarchist) 29 de febrero de 2016
Nationalism has a ready explanation: unpatriotic American elites sold out our jobs to China, Mexico, etc. Some libertarians celebrate this!
— Daniel McCarthy (@ToryAnarchist) 29 de febrero de 2016
A pesar de las grandes diferencias ideológicas entre republicanos y demócratas, incrementadas en las últimas dos décadas, la evolución de la economía norteamericana en ese espacio de tiempo ha creado una serie de vencedores y perdedores. Entre los primeros, están sectores como el petrolífero, las nuevas tecnologías y gran parte del sector servicios, no de forma uniforme en todo el país. Entre los perdedores, están todos aquellos cuyo trabajo dependía de un sector industrial que fue perdiendo empleos e influencia política.
Los acuerdos de libre comercio promocionados desde la Casa Blanca y el Congreso, con presidentes demócratas y republicanos, generaron a su vez nuevos perdedores, no ya en los otros países firmantes, sino también en EEUU. La globalización fue vendida en los 90 como la nueva realidad económica de la que no se podía escapar, aunque en realidad también estaba siendo fomentada desde las élites de los partidos políticos.
Al igual que en Europa, el nacionalismo económico del que habla McCarthy se ha enfocado contra los trabajadores inmigrantes en una retórica xenófoba de la que se ha aprovechado Trump, como quedó de manifiesto desde el principio con sus ataques a los mexicanos. Pero no se quedó en eso, y Trump, a pesar de todas sus locuras, es muy consciente. Por eso, ataca a las élites del Partido Republicano con un mensaje ‘nativista’, ligándose a una tradición política muy norteamericana que se remonta a los años del siglo XIX cuando los inmigrantes irlandeses llegaban por miles a Nueva York. Trump no es más de derechas que Ted Cruz y Marco Rubio, pero sabe que ahí hay una veta de votos esperando a que alguien empiece a perforar en ella.
La diferencia entre la xenofobia y el racismo más extremo puede llegar a ser muy escasa, y es inexistente para los más ultras. Por eso, David Duke, exlíder del Ku Klux Klan, o Jean-Marie Le Pen han elogiado al magnate inmobiliario. Nunca antes un político que encabezara los sondeos nacionales en un partido había difundido un mensaje tan parecido al suyo. Acostumbrados a perder, están ahora eufóricos.
"Mussolini was Mussolini…What difference does it make?" @realDonaldTrump on his retweet of a Mussolini quote. #MTP pic.twitter.com/CCpNEzkYAN
— Meet the Press (@meetthepress) 28 de febrero de 2016
La propuesta de expulsar a once millones de personas sin papeles es no ya inmoral, sino absurda por imposible de llevar a la práctica. Sólo un Estado totalitario, y no lo tendría fácil, podría intentar ejecutar una política como esa. El precio sería provocar una confrontación civil que desbordaría a las fuerzas de seguridad. En otras palabras, EEUU tendría que declararse la guerra a sí misma. A Trump le da igual porque no tiene ninguna intención de llevarla a la práctica. Sabe que con expulsar a, pongamos, 100.000 se convertiría en un héroe para esos votantes a los que ha entusiasmado. Sólo tiene que mantener esa quimera hasta el día de las elecciones.
Mientras estas tendencias sociológicas se iban acentuando, el Tea Party, supuesto mascarón de proa de las tendencias más conservadoras entre los republicanos, centraba la mayor parte de su ofensiva en el conservadurismo fiscal, en la denuncia del supuesto derroche del dinero de los contribuyentes por un Estado manirroto, y en el problema de la deuda como la mayor amenaza del futuro económico de EEUU. Y lo que ocurre es que a los votantes de Trump les da igual la deuda, al no afectar a su situación económica personal, y sí la falta de empleos, la decadencia de sus ciudades por la desaparición de fábricas y la ficción de que es la ‘minoría blanca’ la que carece de defensores en los centros de poder de Washington.
Como el protagonista de ‘Network’, Trump está furioso («I’m as mad as hell and I’m not going to take it anymore»), o aparenta estarlo para recoger el apoyo de todos aquellos dominados por la ira.
¿Quiénes son sus enemigos o los enemigos que a Trump le interesa denunciar? Hay un mensaje que Trump repite en varios mítines y que no he visto con frecuencia en los medios norteamericanos. Sí estaba en un loco reportaje de Matt Taibi en Rolling Stone, una especie de versión de los artículos de Hunter Thompson sobre Richard Nixon pero con menos consumo, supongo, de sustancias psicotrópicas. Taibi cuenta que Trump reserva algunos de sus dardos a las compañías de seguros médicos, grandes corporaciones que durante décadas han recibido el apoyo de Washington para eliminar la competencia, evadirse de las legislaciones que la fomentan a nivel federal y alimentar sus beneficios. Esas empresas forman un lobby poderoso, muy cercano a los dirigentes republicanos, que sí sufrió una derrota con la reforma sanitaria de Obama, pero que de ningún modo ha quedado indefenso.
Trump también ataca a las grandes empresas farmacéuticas para denunciar sus privilegios que contribuyen a que el gasto sanitario en EEUU sea inmenso. Lo hace con cifras exageradas por miles de millones, pero no anda muy equivocado en la raíz del problema. Pero da igual que su análisis esté distorsionado o que no plantee soluciones efectivas. Lo que le importa es sostener a voz en grito que esas compañías sufragan las campañas de los Jeb Bush o Marco Rubio, como hicieron con tantos otros políticos republicanos.
Obama demostró que la victoria en las primarias se consigue sumando delegados, no triunfos en grandes estados. Hasta el 15 de marzo, los republicanos no conceden todos los delegados al vencedor («winner takes all»), sino que lo hacen de forma proporcional. Por lo que Trump puede salir como gran vencedor del supermartes y tener aún una ventaja no definitiva sobre sus rivales. O al menos eso decía un artículo reciente en el NYT que no decía nada falso, pero que sostiene que un peso pluma como Rubio puede mantenerse en la carrera sin ganar primarias y superar a Trump en el recuento de delegados o llegar en condiciones de ganar en una «convención dividida» en la que nadie tenga la mayoría necesaria. La conclusión política parece estar en la mente del autor.
La media de encuestas de Florida, Estado del que Rubio es senador, pone a Trump con 19,5 puntos de ventaja sobre su joven rival. Florida vota el 15 de marzo y es un «winner takes all». Si gana de esa manera, no quedará mucho de «Little Rubio», como le llama.
Trump es un tirano, como le llama Taibi, un personaje acostumbrado a que se haga su voluntad y que ha vivido siempre obsesionado por su imagen pública. Sabe cómo dar espectáculo a los medios de comunicación. Y en el circo de las primarias, él puede ser director de pista, payaso, domador de fieras y trapecista sin cambiarse de traje.
Es un empresario devorado por su ego al que un sistema político disfuncional le ha concedido la oportunidad de su vida. El doctor Frankenstein ya no puede controlar a la bestia.
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Bola extra: John Oliver prometió hace tiempo que no iba a perder el tiempo con Trump, cuando ya todas las televisiones le dedicaban la máxima cobertura posible. Pero con el supermartes ya no podía ignorarlo. Aquí están los 20 minutos que le dedica, como era de esperar, demoledores.
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16.30
Matthew Yglesias explica muy bien por qué Trump está recibiendo tantos apoyos entre las bases conservadoras por encima de los deseos del aparato republicano: «Está ganando porque comprende que el nacionalismo es más importante para la política conservadora actual que el dogma del mercado libre. Ofrece lo que preocupa a los conservadores: un nacionalismo populista que se plasma en compromisos de política conservadora, pero que no está en absoluto limitado por ella».