No son enemigos, sólo rivales
Turquía y Rusia no están en guerra, pero hay una cosa que debemos tener clara. Ambos gobiernos apoyan a bandos diferentes en la guerra civil siria. No son aliados ni coinciden sus intereses estratégicos. Desde hace cuatro años, el objetivo de Erdogan ha sido acabar con el régimen de Asad. Un Gobierno islamista, la alternativa más probable pero no segura en ese caso, sería un aliado natural de Ankara e impediría cualquier ayuda a los kurdos de origen turco. Reforzaría el papel de Turquía como gendarme de la zona, lo que siempre es discutible dado que los turcos, como todos deberíamos saber, no son árabes.
Putin no va a permitir que el régimen sirio se venga abajo. Su preocupación no es el destino personal de Asad, sino contar con un aliado seguro en Oriente Medio, que le conceda un puerto seguro en el Mediterráneo y la consideración de Rusia como un país con el que hay que contar en los grandes conflictos de Oriente Medio. Una gran potencia no puede ser irrelevante en esa zona.
Turquía es un protagonista de la guerra
Turquía protege con celo su espacio aéreo. No se puede decir lo mismo de su espacio terrestre. En los últimos años los grupos insurgentes han utilizado las ciudades turcas cercanas a la frontera con Siria como base de operaciones. Por ahí han pasado la mayoría de los extranjeros que se han unido a las filas de la insurgencia siria. Esa es una zona que siempre ha estado muy controlada por el Ejército y los servicios de inteligencia del país. A lo largo de décadas, imperaba allí un régimen militar de facto. La autoridad que contaba era militar, no civil. A pesar de que todas las guerras generan situaciones caóticas e impredecibles en los países vecinos, Turquía no puede haber ignorado lo que ha sucedido en su territorio.
Las patrullas aéreas constantes son una forma de hacer ver a otros países implicados en la guerra que no se puede dejar fuera Turquía de cualquier solución o iniciativa diplomática o militar. Y en ese caso, Erdogan tendrá lista una larga lista de exigencias.
Rusia es un mal enemigo
Putin no olvida los desafíos a su poder, que es prácticamente absoluto dentro de sus fronteras. La posición legal de partida de Moscú es sólida. Ayuda a un Gobierno que le ha solicitado ayuda y ninguna resolución de la ONU le impide hacerlo. En términos que podría explicar Kissinger, no puede dejar que el final del conflicto sirio suponga una merma en su reputación. Su capacidad disuasoria ante enemigos actuales y potencias quedaría muy comprometida.
Eso mismo estará pensando Erdogan. Ahora que los rusos están atacando duro a los insurgentes, derribar un avión ruso es una buena muestra de que Turquía no los va a abandonar ni se acobardará ante el poder de Putin. La reputación, una vez más.
Putin no declarará la guerra a Turquía. Pero los desafíos a los grandes imperios nunca quedan sin respuesta. Hay otras formas de contraatacar y Moscú cuenta con varias opciones sobre la mesa. Puede redoblar sus ataques contra los grupos insurgentes apoyados directamente por Ankara, en especial aquellos que se han hecho fuertes en la zona norte del país tras tomar la provincia de Idlib y amenazar a la provincia de Latakia, donde está la actual base de operaciones rusa en Siria.
El suministro de gas ruso es fundamental para Turquía, pero cortarlo perjudicaría a ambos. Políticamente, es más sencillo, como se ha hecho, recomendar a los rusos que no viajen a ese país apelando a razones de seguridad. Por nacionalidades, los turistas rusos son el segundo cliente de Turquía, por detrás de los alemanes. Líneas aéreas y agencias turísticas rusas lo tendrán difícil para resistirse a las órdenes que reciban del Gobierno. Todos saben que negarse no es una actitud inteligente. La agencia RIA ya ha informado que hay un 20% de cancelación de billetes con destino a Turquía. Ese porcentaje aumentará.
Turquía y el desenlace libio
Erdogan lleva más de un año reclamando a EEUU la imposición de una zona de exclusión aérea en el norte de Siria. Pretende con ello eliminar la superioridad del Gobierno sirio en ese campo y crear una cadena de acontecimientos que acabe en un desenlace parecido al de Libia. Washington no ha dado ese paso porque teme eso mismo, una victoria de los insurgentes en la que no puede descartar que los vencedores sean grupos yihadistas tan enemigos de Occidente como de Asad.
Después de la intervención rusa, esa zona de exclusión es imposible. Rusia no lo permitiría ni en Siria ni en el Consejo de Seguridad de la ONU. Eso no quiere decir que Turquía vaya a abandonar esa idea. Más incidentes aéreos en la zona fronteriza es una forma de mantener abierta esa discusión.
La ficción europea
Mientras en Europa se habla de ISIS, los turcos siguen a lo suyo, y esta misma semana han atacado supuestas bases del PKK en Irak. Los kurdos, sean del PKK o su aliado sirio (las milicias de YPG) son un adversario motivado contra ISIS en Irak y Siria, pero las prioridades turcas son otras.
Agobiada por la amenaza de ISIS, Europa está inmersa en un debate sobre cómo acabar con ese grupo yihadista y su amenaza en las ciudades europeas. Si nos declaran la guerra, ¿cómo podemos negar que estamos en guerra?, dicen muchos comentaristas que pasan por razonables (el último, Iñaki Gabilondo). Pero es imposible hacer la guerra a ISIS sin lanzarse sobre territorio sirio, y eso nos devuelve a Irak en 2003, a lo que dejamos allí, que terminó convirtiéndose en la semilla de la que creció ISIS años después, y a la realidad que han construido líderes como Putin y Erdogan.
No controlamos los acontecimientos. Será mejor que seamos conscientes de eso antes de convocar a los perros de la guerra. Porque hay otros que se nos han adelantado mientras pensábamos que la fortaleza europea tenía los muros lo bastante altos como aislarnos por completo de lo que ocurriera en Siria.
Foto: un policía vigila la entrada de la embajada turca en Moscú.