Durante mucho tiempo, Donald Trump ha dicho en público que la investigación de la supuesta interferencia rusa en las elecciones presidenciales de 2016 era una «caza de brujas». Aun peor, en 44 ocasiones ha afirmado que se trataba de un «fraude» montado por los demócratas. También ha preguntado a sus asesores cuándo iba a acabar la investigación dirigida por el exdirector del FBI Thomas Mueller. Según The New York Times, hace unos meses tenía decidido poner en marcha el proceso necesario para destituir a Mueller, pero el principal consejero legal de la Casa Blanca le previno contra ese paso e incluso amenazó con dimitir.
Trump ha dicho a los periodistas que le preguntaban por la intervención rusa que él mismo preguntó a Putin sobre el caso, que este negó cualquier implicación y que él no tenía más remedio que creerle. Este domingo, lanzó una batería de tuits en la que llegó a utilizar la matanza de Florida en su beneficio para alegar que el FBI dedica demasiado tiempo a la trama rusa.
Con el procesamiento de 13 personas y tres organizaciones rusas a través de la decisión de un gran jurado, Mueller ya ha respondido a Trump. La instrucción del caso durará mucho tiempo, es probable que los imputados sean muchos más y algunos hayan nacido en EEUU, y la posición del fiscal especial es ya casi inmune a cualquier decisión política, a menos que Trump quiera provocar una crisis institucional de efectos impredecibles.
Trump y los republicanos se han agarrado a una palabra que aparece en el auto de procesamiento de 37 páginas: unwittingly. Sobre la posible complicidad de ciudadanos norteamericanos en la operación, Mueller juega sobre seguro y anota que pudieron intervenir de forma «inconsciente», es decir, sin saber que estaban colaborando con personas llegadas de Rusia.
Todo eso sería perfecto para Trump si la investigación estuviera tocando a su fin, algo que nadie cree. A partir de ahí, sólo se puede especular con mayor o menor base jurídica. Lo que sí está claro es que Mueller, que también ha sido fiscal, maneja sus tiempos y ha preferido conseguir que algunos sospechosos se presten a colaborar con la acusación y después iniciar los procesamientos con los ciudadanos extranjeros.
Pero si tiene indicios sólidos de que algún estadounidense solicitó algo de valor, por ejemplo información, a una fuente extranjera para emplearlo a su favor en la campaña electoral, es muy posible que los siguientes procesados residan en EEUU. Y los contactos informales de algunos miembros de la campaña de Trump con rusos son el terreno sobre el que habrá que esperar sus futuros movimientos.
Una campaña de desinformación
El auto (texto íntegro) describe una organización con gran presupuesto con gente situada en distintos departamentos y especialidades enfocada a influir en redes sociales pero no sólo, y que envió a un equipo de EEUU para familiarizarse con el contexto político del país y el futuro contenido de los mensajes que deberían utilizar, además de crear identidades falsas de estadounidenses que sirvieran de pantalla para ocultar su trabajo posterior. Comenzó a trabajar en 2014 con la intención de «fomentar la desconfianza hacia los candidatos y el sistema político en general» en las elecciones de 2016, según el auto.
Sus instrumentos más habituales fueron Facebook e Instagram. Los grupos creados tenían que ver con inmigración, religión, cuestiones raciales y zonas geográficas concretas de EEUU. De forma específica, las instrucciones eran criticar a Hillary Clinton, pero no a Donald Trump y Bernie Sanders.
La figura más significativa de los acusados es Yevgeny Prigozhin, que controla la organización Internet Research Agency, también citada en el auto. Prigozhin es un rico empresario amigo de Putin. Para la oposición rusa, es una persona que ha recibido favores y contratos del Gobierno y que paga esos privilegios ocupándose de de ciertos asuntos políticos con los que el Kremlin no quiere verse relacionado.
«Los americanos son gente muy impresionable. Ven lo que quieren ver. Les tengo mucho respeto. No estoy molesto por haber acabado en esa lista. Si quieren verme como el diablo, allá ellos», dijo el viernes a la agencia pública rusa Ria Novosti.
Toda la estructura descrita –para lo que es de suponer que el equipo de Mueller cuenta con alguien dentro que ha conseguido inmunidad a cambio de información– explica en líneas generales la decisión del gran jurado de encausar a unas personas que actualmente están fuera del alcance de la Justicia norteamericana.
Las referencias a Internet Research Agency, la compañía de San Petersburgo calificada en muchos artículos como «la fábrica de trolls de Rusia», no pueden sorprender. La intención de medios gubernamentales rusos de sembrar discordia en países occidentales –en especial en apoyo de la extrema derecha europea– explotando sus divisiones y problemas internos es ya conocida. Como también, el hecho de que la crisis de Ucrania hizo que Putin pasara a la ofensiva tras lo que consideraba una intervención directa de Occidente en su zona de influencia.
En las siguientes elecciones de EEUU, la opción de Clinton era la peor para los intereses rusos. Entre ella y cualquier otro candidato, no había duda. Eso no quiere decir que Trump fuera una marioneta o una especie de Manchurian candidate. Sí era el único candidato republicano que desdeñaba en público la tendencia intervencionista de la política exterior de EEUU en todas las crisis del mundo, así como el que denunciaba el supuesto carácter ingrato de los aliados en Europa Occidental.
El alcance de la campaña
¿Cuál es la diferencia entre intenciones y resultados? ¿Toda esta manipulación de las redes sociales, sobre todo en Facebook, tuvo una influencia decisiva en el resultado electoral? Es la pregunta del millón que nadie puede responder con total seguridad. Minusvalorar la influencia de Facebook es algo demasiado estúpido como para contemplarlo. La empresa ha reconocido que la fábrica rusa difundió 80.000 artículos o imágenes que en teoría llegaron a 126 millones de norteamericanos.
La cifra es impresionante, pero hay motivos serios para dudar de las estadísticas que da a conocer Facebook sobre el alcance de sus contenidos, y sería igualmente poco inteligente creer que los votantes toman sus decisiones en función simplemente de lo que ven en las redes. Los posts que la empresa dio a conocer como procedentes de San Petersburgo son tan delirantes que resulta increíble pensar que un país de 320 millones de habitantes elige a su presidente en función de unos montajes con mensajes de un acusado tono histérico aparecidos en los meses anteriores a la cita en las urnas.
Los rusos también se gastaron 100.000 dólares en anuncios en Facebook en 3.000 anuncios desde junio de 2015. En la inmensidad de esa red, es poco probable que esa inversión arrojara resultados nítidos.
Otro factor a considerar es que una de las funciones clave de un equipo de estas características es crear miles de usuarios falsos que ayuden de forma automática a difundir el mensaje y que por tanto dificultan saber a cuántas personas reales han llegado (las métricas sobre páginas vistas o favorecidas por un like están distorsionadas por el número de bots que se crean con intención propagandística).
Pero si el contenido supuestamente informativo o de propaganda era efectivo, y algunos pudieron serlo, es porque sus mensajes no eran precisamente originales: puedes encontrar en redes sociales imágenes igualmente absurdas o extremistas en lo que podríamos llamar el producto local, tanto en EEUU como en Reino Unido, Alemania o España. Y en el caso de EEUU, muchas de esas acusaciones sin base o teorías de la conspiración tenían su mejor altavoz no en las redes, sino en Fox News, una compañía que evidentemente no está controlada desde San Petersburgo por un empresario que hace lo que le pida el Gobierno ruso.
Esa desinformación tenía como materia prima básica los alegatos extremistas y representaciones diabólicas contra Clinton que ya se habían usado contra Obama, y que no impidieron a este ganar dos elecciones. Los intentos de asustar al electorado de raza blanca en ciertas zonas del país con hechos falsos atribuidos al movimiento Black Lives Matter habían aparecido antes con propaganda de grupos ultraderechistas o partidarios del Partido Republicano.
La polarización extrema de la opinión pública norteamericana sido un proceso iniciado en los años 90 que cuenta con múltiples antecedentes locales. Lo que hicieron los rusos fue aprovecharse de un terreno abonado por el sistema político norteamericano. Eso no quiere decir que no sea delito ni que las autoridades deban desdeñarlo como un asunto menor, que es lo que pretende Trump.
Convencer a los ya convencidos
Si se quiere desentrañar hasta qué punto esta dieta de desinformación originada en fuentes no tradicionales locales o extranjeras (o de «fake news», la etiqueta tan extendida ahora y tan discutible porque también se puede aplicar a medios de comunicación tradicionales), es difícil alcanzar una conclusión rotunda, ya que existen diferentes estudios y análisis con veredictos diferentes.
En un estudio publicado en enero por los profesores Andrew Guess, Brendan Nyhan y Jason Reifer, los autores llegan a la conclusión de que uno de cuatro norteamericanos (un porcentaje muy relevante) visitaron una página web con noticias falsas y que en su inmensa mayoría se trataba de partidarios de Trump: «Sin embargo, esta exposición selectiva estaba fuertemente concentrada en un grupo pequeño de gente, casi seis de cada diez visitas a webs con noticias falsas venían del 10% de los norteamericanos con la dieta informativa más conservadora. Finalmente, destacamos que Facebook fue el instrumento más importante para facilitar la extensión de las noticias falsas y mostramos que los mecanismos de fact-checking (refutaciones de hechos falsos con pruebas) en general no llegaron a alcanzar de forma efectiva a los consumidores de noticias falsas».
En un artículo en el NYT, Brendan Nyman incidió en algunas de estas conclusiones para expresar un punto de vista escéptico sobre la influencia de esta desinformación. Los datos sobre las personas que leyeron o vieron ese contenido son discutibles. Es más fácil que el contenido «dudoso» llegue a personas con convicciones o prejuicios fuertemente arraigados, lo que hace que su función termine siendo la convencer a los ya convencidos.
Esto último es algo que se ha dicho siempre de los informativos de Fox News y de su audiencia (que tiene una edad media de 65 años y es votante del Partido Republicano). Por tanto, no es algo que se deba desdeñar en cuanto a influencia política. Ahora bien, no parece que los destinatarios más interesados en esos ejemplos de desinformación tuvieran dudas sobre su voto a Trump. Incluso los votantes de fe evangélica, con valores cristianos muy rígidos, no tuvieron problemas en apoyar a un candidato con una vida personal, digamos, pintoresca.
El auto de procesamiento de la trama rusa ofrece ejemplos de intentos de sus autores de desmovilizar a ciertos sectores propicios en teoría en favor de la campaña de Clinton, por ejemplo la población de raza negra. No hay posibilidad de medir la eficacia real de ese impacto. Lo que sí hubo antes fueron muchísimos artículos en medios norteamericanos sobre la gran dificultad de Clinton en conseguir el mismo grado de movilización afroamericana en su favor que el que tuvo Obama en elecciones anteriores. La diferencia existió, aunque no fue gigantesca. Se calcula que el 88% de los negros votó a Clinton, cuando a Obama le había votado el 93% en 2012.
Otros puntos de vista distintos al de Nyman hacen hincapié en la capacidad desde Facebook de dirigirse directamente a las personas que tienen más interés en recibir ese mensaje. Eso es cierto, pero como ocurre con frecuencia con Facebook es en teoría. La plataforma se ha convertido en un instrumento muy útil para campañas electorales en EEUU o Reino Unido cuando quieren orientar su propaganda política hacia sectores del electorado favorables a su mensaje por su condición social o económica u origen geográfico. La intención es llegar a la gente que quieres que te vote. Al menos en EEUU, si se trata de atacar al rival y destrozar su reputación, el método más utilizado son los anuncios que se difunden en televisión, con un considerable gasto económico, o en internet.
Los otros hechos
¿Se puede hablar de una operación extranjera que consiguió manipular el resultado electoral? No hay pruebas al respecto o no se ha estudiado ese impacto aún con los datos necesarios, entre otras razones por la muy escasa información que aporta Facebook. Después de unos años en que la compañía presumía de que podía mejorar la calidad del debate público y la participación de los ciudadanos, por ejemplo con campañas en favor del registro de los votantes jóvenes, ahora prefiere minusvalorar su importancia. Y cuando ha realizado experimentos para dar prioridad a fuentes más fiables de información o promover mecanismos para refutar la desinformación, los resultados han sido un completo fracaso.
En términos informativos, Facebook es un agujero negro donde no sabemos con claridad qué es lo que ocurre y qué impacto tiene. Desde luego, alguien en San Petersburgo, como en otros sitios, pensó que como mínimo merecía la pena hacer la prueba a la espera de recibir los resultados deseados.
Al centrarnos en rusos, Facebook y desinformación, nos olvidamos de los hechos que tuvieron lugar en la campaña y que son conocidos porque aparecieron en todos los medios. El más importante: antes de que acabara octubre el director del FBI comunicó al Congreso que reanudaba la investigación sobre el uso de un servidor privado de email por Hillary Clinton en su casa cuando era secretaria de Estado. La revelación tuvo un impacto espectacular en la cobertura de la campaña por los medios y en los sondeos (en mayo de 2007 Nate Silver tituló un artículo: «La carta de Comey probablemente le costó a Clinton las elecciones»). Las razones para dar ese paso no parecían muy sólidas, como se demostró cuando se dio otra vez por cerrada la investigación unos pocos días antes de las elecciones.
Lo peor para Clinton no era la noticia en sí –ya era bastante negativo que durante la larga campaña había sido una candidata que estaba siendo investigada por el FBI, un hecho sin precedentes–, sino que lo que se acababa de conocer reafirmaba en votantes indecisos la opinión de que era una política de la que no te podías fiar.
También se puede llegar a una conclusión similar sobre otra operación ilegal que también está siendo investigada: el hackeo de los emails de la campaña de Clinton y del Partido Demócrata. Sobre ese contenido, se puede decir algo parecido. Lo peor no era el contenido, sino su capacidad para confirmar los peores prejuicios sobre Clinton, esta vez contrastados con hechos.
Una conclusión no muy satisfactoria
Quien haya leído hasta aquí y quiera una respuesta clara y precisa no va a quedar satisfecho. EEUU es un país de 325 millones de habitantes. Los que votaron a Trump o Clinton fueron 128 millones (en concreto, 128.824.833). Clinton aventajó a Trump en 2,8 millones de votos, pero, por las características del sistema electoral, la elección se dilucidó por unos 77.000 votos, los que Trump sacó de ventaja sobre Clinton en los tres estados que fueron finalmente decisivos: Pennsylvania, Michigan y Wisconsin. Evidentemente, otra combinación de resultados en otros estados podría haber dado lugar a otro resultado nacional; el ejercicio especulativo puede ser infinito.
Una diferencia tan estrecha permite elaborar cualquier hipótesis sobre la victoria de Trump (con las razones que explican su número de votos, por qué llegó hasta ese número, por qué no recibió más o menos) o sobre la derrota de Clinton (con las mismas preguntas).
Siempre ha sido complicado responder a esas preguntas tras unas elecciones en cualquier país, incluso con la ayuda de encuestas hechas antes o después de la votación. Si hay que considerar la influencia de Facebook u otras redes sociales, todo se hace más… complicado.
Es aún peor si pensamos que hay estudios científicos que han demostrado que estamos equivocados si pensamos que la exposición a los hechos puede hacer que cambien nuestras opiniones.
Dicho en otras palabras, tenemos la tendencia de escuchar lo que queremos escuchar.